Comentario Expositivo Del Nuevo Testamento - Ernesto Trenchard - VSIP.INFO (2023)

Comentario expositivo del Nuevo Testamento

Ernesto Trenchard y colaboradores

EDITORIAL CLIE C/ Ferrocarril, 8 08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA E-mail: [emailprotected] http://www.clie.es

© 2013 Centro Evangélico de Formación Bíblica (CEFB) «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org ) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra». © 2013 Editorial CLIE, para esta edición en español

COMENTARIO EXPOSITIVO DEL NUEVO TESTAMENTO ISBN: 978-84-8267-711-8 Comentarios Bíblicos Nuevo Testamento Referencia: 224542

DEDICATORIA “Dedicamos este Comentario con sincero afecto a nuestro admirado mentor, maestro y amigo ERNESTO TRENCHARD BARRATT y a todos los que, directa o indirectamente han sido y siguen siendo enseñados, enriquecidos e inspirados espiritualmente por su vida y ministerio. J.Samuel Escobar Aguirre Timoteo Glasscock Fenn Pedro Inglés Beas José M.Martínez Antonio Ruiz Gil Daniel Saguar García T.Pablo Wickham Ferrier.”

CONTENIDO ABREVIATURAS BREVES SEMBLANZAS BIOGRÁFICAS DE LOS AUTORES PRÓLOGO GENERAL INTRODUCCIÓN A LOS CUATRO EVANGELIOS Capítulo 1. INTRODUCCIÓN GENERAL EL EVANGELIO Y LOS EVANGELIOS Capítulo 2. LOS TRES EVANGELIOS SINÓPTICOS EL EVANGELIO SEGÚN MATEO Capítulo 3. LOS TRES EVANGELIOS SINÓPTICOS (continuación) EL EVANGELIO SEGÚN MARCOS Capítulo 4. LOS TRES EVANGELIOS SINÓPTICOS (continuación) EL EVANGELIO SEGÚN LUCAS Capítulo 5. EL EVANGELIO SEGÚN JUAN EL EVANGELIO CUÁDRUPLE Capítulo 6. LA PERSONA DE CRISTO LA IMPORTANCIA DEL TEMA Capítulo 7. EL MINISTERIO DEL SEÑOR (Primera parte) EL ESCENARIO Y LA CRONOLOGÍA DEL MINISTERIO Capítulo 8. EL MINISTERIO DEL SEÑOR (Segunda parte) LOS MÉTODOS DE LA ENSEÑANZA Y ALGUNOS DE LOS TEMAS Capítulo 9. EL MINISTERIO DEL SEÑOR (Tercera parte) LAS PARÁBOLAS DEL SEÑOR Capítulo 10. EL MINISTERIO DEL SEÑOR (Cuarta parte) LOS MILAGROS DEL SEÑOR Capítulo 11. LA GRAN CONSUMACIÓN DEL MINISTERIO LOS SUFRIMIENTOS Y MUERTE DE CRISTO Capítulo 12. LA GRAN CONSUMACIÓN DEL MINISTERIO (continuación) LA SEPULTURA, RESURRECCIÓN Y ASCENSIÓN DE CRISTO

LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES Capítulo 1. INTRODUCCIÓN EL LUGAR DEL LIBRO EN EL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO Capítulo 2. EL ENLACE CON LOS EVANGELIOS 1:1-26 TEÓFILO Y EL «PRIMER TRATADO», 1:1 Capítulo 3. EL DÍA DE PENTECOSTÉS (Primera Parte) EL DESCENSO DEL ESPÍRITU SANTO Y EL MENSAJE DE PEDRO 2:1- 36 Capítulo 4. EL DÍA DE PENTECOSTÉS (Segunda Parte) LOS EFECTOS DE LA PROCLAMACIÓN Y LA FORMACIÓN DE LA PRIMERA IGLESIA 2:37 – 47 Capítulo 5. EL NOMBRE DEL SEÑOR JESÚS 3:1- 4:31 Capítulo 6. EL APOGEO DEL TESTIMONIO DE LA IGLESIA EN JERUSALÉN UNIDAD, TESTIMONIO, SEÑALES, PERSECUCIÓN Y UN JUICIO 4:32 - 5:42 Capítulo 7. UNA ÉPOCA DE TRANSICIÓN (Primera Parte) LOS SIETE ADMINISTRADORES Y EL TESTIMONIO DE ESTEBAN 6:1- 15 Capítulo 8. UNA ÉPOCA DE TRANSICIÓN (Segunda Parte) EL DISCURSO DE ESTEBAN Y SU MARTIRIO 7:1- 8:1 Capítulo 9. LA SEGUNDA ETAPA DEL PLAN DE EVANGELIZACIÓN 8:2 – 40 I LA EVANGELIZACIÓN DE PALESTINA, 8:2-25 II LA CONVERSIÓN DEL TESORERO DE ETIOPÍA, 8:26-40 Capítulo 10. LA CONVERSIÓN DE SAULO, EL INSTRUMENTO ESCOGIDO 9:1- 30 Capítulo 11. UNA MUESTRA DE LOS TRABAJOS APOSTÓLICOS DE PEDRO 9:31- 43 Capítulo 12. SE ABRE LA PUERTA DEL REINO A LOS GENTILES 10:1-11:18 Capítulo 13. LA FUNDACIÓN DE LA IGLESIA EN ANTIOQUÍA 11:19- 30 Capítulo 14. LA LIBERAClÓN DE PEDRO Y LA MUERTE DE HERODES 12:1- 25 Capítulo 15. LA PRIMERA EXPEDICIÓN MISIONERA DE PABLO (con Bernabé) (Primera Parte) 13:1 - 52 Capítulo 16. LA PRIMERA EXPEDICIÓN MISIONERA DE PABLO (Segunda Parte) 14:1– 28

Capítulo 17. LAS CONSULTAS EN JERUSALÉN: ¿HAN DE SER CIRCUNCIDADOS LOS CONVERTIDOS GENTILES? 15:1- 34 Capítulo18 LA SEGUNDA EXPEDICIÓN MISIONERA (Primera Parte) VIAJES DE CONFIRMACIÓN Y PRINCIPIO DE LA OBRA EN MACEDONIA 15:36 -17:15 Capítulo 19. LA SEGUNDA EXPEDICIÓN MISIONERA ATENAS Y CORINTO (Segunda Parte) 17:16 -18:22 Capítulo 20. EL TERCER VIAJE MISIONERO (Primera Parte) SE ESTABLECE UNA GRAN BASE CRISTIANA EN ÉFESO 18:23-28; 19:1- 40 Capítulo 21. EL TERCER VIAJE MISIONERO (Segunda Parte) GRECIA, TROAS Y EL ENCUENTRO CON LOS ANCIANOS DE ÉFESO 20:1- 38 Capítulo 22. EL VIAJE A JERUSALÉN Y EL PRENDIMIENTO DE PABLO 21:1- 26 Capítulo 23. EL EMBAJADOR EN CADENAS (Primera Parte) LAS CIRCUNSTANCIAS DEL PRENDIMIENTO 21:27 – 40 Capítulo 24. EL EMBAJADOR EN CADENAS (Segunda Parte) Ante la multitud en Jerusalén 22:1- 29 Capítulo 25. EL EMBAJADOR EN CADENAS (Tercera Parte) Ante el Sanedrín, la aristocracia de su pueblo 22:30 - 23:35 Capítulo 26. EL EMBAJADOR EN CADENAS (Cuarta Parte) Ante el poder civil de Roma: Félix el envilecido 24:1- 27 Capítulo 27. EL EMBAJADOR EN CADENAS (Quinta Parte) Ante el poder civil de Roma: Festo y la apelación a César 25:1-12 Capítulo 28. EL EMBAJADOR EN CADENAS (Sexta Parte) Ante un rey judío protegido por Roma 25:13 - 26:32 Capítulo 29. EL EMBAJADOR EN CADENAS (Séptima Parte) El viaje a Roma. Testimonio en el barco y en Melita 27:1- 28:15 Capítulo 30. EL EMBAJADOR EN CADENAS (Octava Parte) El Apóstol a los gentiles en Roma. Testimonio ante los judíos de Roma y un ministerio de amplio alcance 28:16 – 31 Apéndice 1. EL REINO DE DIOS Y LA IGLESIA

Apéndice 2. APÓSTOLES Apéndice 3. “GLOSSOLALIA”, O HABLANDO EN LENGUAS Apéndice 4. EL MINISTERIO CRISTIANO Y EL GOBIERNO DE LA IGLESIA EN LA ERA APOSTÓLICA Apéndice 5. LA IMPOSICIÓN DE MANOS Apéndice 6. LOS JUDÍOS: SU VIDA Y SUS COSTUMBRES Apéndice 7. LAS IGLESIAS DE GALACIA Apéndice 8. LA CRONOLOGÍA DE “LOS HECHOS” Apéndice 9. LA FAMILIA HERODIANA BIBLIOGRAFÍA SELECTA EPÍSTOLA A LOS ROMANOS Capítulo 1. INTRODUCCIÓN A LA EPÍSTOLA Capítulo 2. EL CONTENIDO, PLAN Y GRANDES TEMAS DE LA EPÍSTOLA Capítulo 3. INTRODUCCIÓN Y TEMA 1:1-17 Capítulo 4. TODO EL MUNDO BAJO LA CONDENACIÓN DE DIOS 1:18-3:20 Capítulo 5. UNA JUSTIFICACIÓN POR LA FE PARA TODO CREYENTE 3:21-4:25 Capítulo 6. LAS AMPLIAS PERSPECTIVAS DE LA OBRA DE LA CRUZ 5:1-21 Capítulo 7. VIDA, ESPERANZA Y VICTORIA (Primera Parte) La nueva vida y el nuevo servicio 6: 1- 23 Capítulo 8. VIDA, ESPERANZA Y VICTORIA (Segunda Parte) El camino a la victoria no es por la ley 7:1-8:4 Capítulo 9. VIDA, ESPERANZA Y VICTORIA (Tercera Parte) El camino de la carne y el camino del Espíritu 8:5-17 Capítulo 10. VIDA, ESPERANZA Y VICTORIA (Cuarta Parte) 8:18-39 Capítulo 11. ISRAEL Y EL EVANGELIO (Primera Parte) La elección de Israel en el pasado 9:1-29

Capítulo 12. ISRAEL Y EL EVANGELIO (Segunda Parte) La equivocación de Israel frente Al evangelio proclamado 9:30-10:21 Capítulo 13. ISRAEL Y EL EVANGELIO (Tercera Parte) El resto fiel y los propósitos de Dios para el futuro de Israel y del mundo 11:1-36 Capítulo 14. EL CREYENTE JUSTIFICADO EN LA IGLESIA Y FRENTE AL MUNDO (Primera Parte) Consagración y vida en la iglesia 12:1-21 Capítulo 15. EL CREYENTE JUSTIFICADO EN LA IGLESIA Y FRENTE AL MUNDO (Segunda Parte) Deberes frente al estado y ante todo hombre 13:1-14 Capítulo 16. EL CREYENTE JUSTIFICADO EN LA IGLESIA Y FRENTE AL MUNDO (Tercera Parte) La libertad cristiana y sus limitaciones 14:1-15:13 Capítulo 17. EL EPÍLOGO PERSONAL 15:14-16:27 BIBLIOGRAFÍA SELECTA 1 CORINTIOS Capítulo 1. INTRODUCCIÓN Capítulo 2. BENDICIONES Y DIVISIONES 1:1-17 Capítulo 3. LA SABIDURÍA DE DIOS Y LA SABIDURÍA DE LOS HOMBRES 1:18-2:16 Capítulo 4. LOS SIERVOS DE DIOS FRENTE A LAS DIVISIONES EN LA IGLESIA 3:1-4:21 Capítulo 5. ASUNTOS DISCIPLINARIOS Y MORALES 5:1-6:20 Capítulo 6. MATRIMONIO Y CELIBATO EN CÍRCULOS CRISTIANOS 7:1-40 Capítulo 7. LA LIBERTAD CRISTIANA Y SUS LIMITACIONES 8:1-9:27 Capítulo 8. LOS PELIGROS DE LA LIBERTAD 10:1-11:1 Capítulo 9. EL ORDEN ESTABLECIDO EN LAS IGLESIAS 11:2-34 Capítulo 10. EL CUERPO Y SUS MIEMBROS 12:1-31 Capítulo 11. LA SUPREMACÍA DEL AMOR 12:31-13:13 Capítulo 12. MINISTERIO EN LA IGLESIA REUNIDA 14:1-40

Capítulo 13. LA RESURRECCIÓN DEL CUERPO (Parte Primera) PRUEBAS Y ARGUMENTOS 15:1-34 Capítulo 14. LA RESURRECCIÓN DEL CUERPO (Segunda Parte) LA NATURALEZA DEL CUERPO Y LA VENIDA DE CRISTO 15:35-58 Capítulo 15. EPÍLOGO LOS PLANES Y VIAJES DE LOS SIERVOS DEL SEÑOR 16:1-24 BIBLIOGRAFÍA 2 CORINTIOS Capítulo 1. INTRODUCCIÓN Capítulo 2. LA INTRODUCCIÓN (1:1-11) Capítulo 3. EXPLICACIÓN DEL CAMBIO DEL PLAN (1:12 - 2:11) Capítulo 4. EL PARÉNTESIS DOCTRINAL SOBRE EL NUEVO PACTO (2:12 - 6:13) Capítulo 5. EL ANTIGUO PACTO CONTRASTADO CON EL NUEVO (3:3b-18) Capítulo 6. EL MINISTERIO DEL NUEVO PACTO (4:1- 6:13) Primera Parte: LA MANIFESTACIÓN DE LA VERDAD ( 4:1-6) Capítulo 7. EL MINISTERIO DEL NUEVO PACTO (4:1 - 6:13) Tercera Parte: 4:16 - 5:9 Capítulo 8. EL MINISTERIO DEL NUEVO PACTO (4:1-6:13, cuarta parte: 5:10-15) LOS MÓVILES DEL CREYENTE (5:10-15) Capítulo 9. EL MINISTERIO DEL NUEVO PACTO (4:1 - 6:13, sexta parte: 5:18-21) EL MENSAJE DE LA RECONCILIACIÓN (5:18-21) Capítulo 10. EL MINISTERIO DEL NUEVO PACTO (4:1-6:13, séptima parte 6:1-13) EXHORTACIONES A LOS CORINTIOS (6:1-13) Capítulo 11. EL LLAMAMIENTO DE PABLO A LOS CORINTIOS (6:14 -7:4) Capítulo 12. EL ENCUENTRO CON TITO (7:5-16) Capítulo 13. LA COLECTA PARA LOS POBRES DE JERUSALÉN (8:1- 9:15) Capítulo 14. PABLO AFIRMA Y DEFIENDE SU AUTORIDAD APOSTÓLICA (10:1 - 12:13)

Capítulo 15. PABLO AFIRMA Y DEFIENDE SU AUTORIDAD APOSTÓLICA (10:1 -12:13) Capítulo 16. PABLO AFIRMA Y DEFIENDE SU AUTORIDAD APOSTÓLICA (10:1-12:13) Capítulo 17. PABLO AFIRMA Y DEFIENDE SU AUTORIDAD APOSTÓLICA (10:1 -12:13) Capítulo 18. EL ANUNCIO DE LA TERCERA VISITA Y CONCLUSIÓN (12:14 - 13:14) Apéndice I. CRONOLOGÍA DE LA VIDA Y OBRA DEL APÓSTOL PABLO (aproximada) Apéndice II. LA UNIDAD DE LA EPÍSTOLA Apéndice III. LOS ADVERSARIOS DEL APÓSTOL BIBLIOGRAFÍA SELECTA GÁLATAS Capítulo 1. INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LA EPÍSTOLA Capítulo 2. LA INTRODUCCIÓN DEL APÓSTOL A LA EPÍSTOLA 1:1-5 Capítulo 3. PABLO APOYA SUS ARGUMENTOS EN SU PROPIA EXPERIENCIA, 1:6-2:21 Capítulo 4. EL ARGUMENTO BASADO EN LA EXPERIENCIA DE LOS MISMOS GÁLATAS, 3:1-6 Capítulo 5. EL ARGUMENTO BASADO EN LAS ESCRITURAS: ABRAHAM, LA FE Y LA LEY 3:6-14 Capítulo 6. EL ARGUMENTO BASADO SOBRE LA NATURALEZA DEL PACTO ABRAHÁMICO Y EL DE LA LEY 3:15-29 Capítulo 7. EL ARGUMENTO BASADO SOBRE LA «ADOPCIÓN DE HIJOS» 4:1-11 Capítulo 8. UN LLAMAMIENTO BASADO SOBRE RECUERDOS CONMOVEDORES 4:1220 Capítulo 9. UN ARGUMENTO BASADO EN UNA ALEGORÍA 4:21-5:1 Capítulo 10. LA EXPOSICIÓN DE UNAS ANTÍTESIS FUNDAMENTALES 5:2-26 Capítulo 11. APLICACIONES PRÁCTICAS DEL «ANDAR EN EL ESPÍRITU» 6:1 – 10 Capítulo 12. EL EPÍLOGO LA ANTÍTESIS ENTRE LA CIRCUNCISIÓN Y LA CRUZ 6:11-18

BIBLIOGRAFÍA SELECTA EPÍSTOLA A LOS EFESIOS Capítulo 1. INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LA EPÍSTOLA Capítulo 2. EL PROPÓSITO ETERNO DE DIOS EN CRISTO (Primera Parte) 1:1-14 Capítulo 3. EL PROPÓSITO ETERNO DE DIOS EN CRISTO (Segunda Parte) 1:15-23 Capítulo 4. EL PROPÓSITO ETERNO DE DIOS EN CRISTO (Tercera Parte) 2:1-10 Capítulo 5. EL PROPÓSITO ETERNO DE DIOS EN CRISTO (Cuarta Parte) 2:11-22 Capítulo 6. EL PROPÓSITO ETERNO DE DIOS EN CRISTO (Quinta Parte) 3:1-21 Capítulo 7. EL PROPÓSITO ETERNO DE DIOS EN CRISTO (Sexta parte: LA UNIDAD Y PLENITUD DE LA IGLESIA SEGÚN EL PLAN) 4:1-6 Capítulo 8. LA CONDUCTA DE LOS CIUDADANOS DEL CIELO EN EL MUNDO (Primera Parte) 4:17-5:21 Capítulo 9. LA CONDUCTA DE LOS CIUDADANOS DEL CIELO EN EL MUNDO (Segunda Parte) 5:22-6:9 Capítulo 10. LA CONDUCTA DE LOS CIUDADANOS DEL CIELO EN EL MUNDO (Tercera Parte) 6:10-24 BIBLIOGRAFÍA SELECTA SEGUNDA PARTE LA EPÍSTOLA A LOS FILIPENSES Capítulo 1. INTRODUCCIÓN Capítulo 2. UNA RELACIÓN FRATERNAL Y PROFUNDA 1:1-11 Capítulo 3. LA SITUACIÓN DEL AUTOR 1:12-26 Capítulo 4. UNA AGENDA PARA LA IGLESIA EN FILIPOS 1:27 - 2: 18 Capítulo 5. LOS COMPAÑEROS EN LA LABOR APÓSTOLICA 2:19 – 30

Capítulo 6. ADVERTENCIA Y FUNDAMENTACIÓN EN EL EJEMPLO 3:1 – 21 Capítulo 7. ARMONÍA, REGOCIJO Y GENEROSIDAD PARA LA MISIÓN 4: 1-23 EPÍSTOLA A LOS COLOSENSES Capítulo 1. INTRODUCCIÓN Capítulo 2. I. INTRODUCCIÓN, 1:1-14 Capítulo 3. II. LA PARTE DOCTRINAL, 1:15-2:23 Capítulo 4. PABLO COMO MAYORDOMO DEL “MISTERIO”, 1:23b-2:7 Capítulo 5. LAS DOCTRINAS FALSAS EN COLOSAS: ADVERTENCIAS Y REMEDIOS (I), 2:8-15 Capítulo 6. LA DOCTRINA FALSA EN COLOSAS: ADVERTENCIAS Y REMEDIOS (II) 2:16-3:4 Capítulo 7. LA PARTE PRÁCTICA (III): LA NUEVA VIDA DE LOS MUERTOS Y RESUCITADOS, 3:5-13 (1ª parte). Capítulo 8. LA NUEVA VIDA DE LOS MUERTOS Y RESUCITADOS, 3:14-4:6 (2ª parte) Capítulo 9. EXHORTACIONES FINALES Y EPÍLOGO PERSONAL, 4:2-18 EPÍSTOLAS A LOS TESALONICENSES A MODO DE PRÓLOGO INTRODUCCIÓN GENERAL Capítulo 1. COMENTARIO A LA PRIMERA EPÍSTOLA Capítulo 2. Un ministerio ejemplar (2:1-13) Capítulo 3. El envío de Timoteo (3:1-8) Capítulo 4. Exhortación a vivir santamente (4:1-12) Capítulo 5. Instrucción sobre la venida del Señor (continuación, 5:1-11) Segunda Epístola a Los Tesalonicenses

Capítulo 1. Salutación (1:1, 2) Capítulo 2. Aclaraciones sobre la parousía (2:1-12) Capítulo 3. Intercesión mutua (3:1-5) EPÍSTOLAS PASTORALES Capítulo 1. INTRODUCCIÓN GENERAL A LAS CARTAS PASTORALES Capítulo 2. LA PRIMERA EPÍSTOLA A TIMOTEO Capítulo 3. ORACIÓN Y ORDEN EN LA IGLESIA LOCAL, 2:1-15 Capítulo 4. LOS SIERVOS DE DIOS EN LA IGLESIA LOCAL (PARTE I), 3:1-16 Capítulo 5. EL SIERVO DE DIOS EN LA IGLESIA LOCAL (PARTE 2), 4:1-16. Capítulo 6. LOS SIERVOS DE DIOS EN LA IGLESIA LOCAL (PARTE 2ª), 5:1-6:2. Capítulo 7. ADVERTENCIAS FINALES, 6:3-21 Capítulo 8. LA SEGUNDA EPÍSTOLA A TIMOTEO Capítulo 9. EXHORTACIONES ACERCA DE LA ENSEÑANZA Y LA DISCIPLINA PERSONAL, 2:1-26 Capítulo 10. LA APOSTASÍA VENIDERA Y LA CORRUPCIÓN MORAL YA PREVALECIENTE, 3:1-9 Capítulo 11. EXHORTACIONES A PERMANECER FIRME, SEGÚN EL EJEMPLO DEL APÓSTOL Y LA PALABRA DE DIOS, 3:10-17 Capítulo 12. LAS ÚLTIMAS EXHORTACIONES DE PABLO A TIMOTEO, 4:1-22 Capítulo 13. LA EPÍSTOLA A TITO Capítulo 14. LA CONDUCTA DE LA IGLESIA: SANA Y FRUCTÍFERA, 2:1-15 Capítulo 15. LA ACTITUD Y EL TESTIMONIO DE LA IGLESIA FRENTE AL MUNDO: OBEDIENCIA Y AMOR, 3:1-8. Apéndice. LA INTERPRETACIÓN DE 1 TIMOTEO 2:9-15

LA EPÍSTOLA A FILEMÓN Introducción EPÍSTOLA A LOS HEBREOS Capítulo 1. INTRODUCCIÓN Capítulo 2. EL HIJO ES SUPERIOR A LOS PROFETAS Y A LOS ÁNGELES 1:1-2:4 Capítulo 3. EL HIJO ES SUPERIOR A ADÁN 2:5-18 Capítulo 4. EL HIJO ES SUPERIOR A MOISÉS Y A JOSUÉ 3:1-4:16 Capítulo 5. CRISTO ES EL SUMO SACERDOTE MÁS EXCELENTE 5:1-10 Capítulo 6. EL SUMO SACERDOTE ESTABLECIDO SEGÚN EL ORDEN DE MELQUISEDEC 7:1-23 Capítulo 7. EL TABERNÁCULO PERMANENTE Y EL MEJOR PACTO 8:1-13 Capítulo 8. EL MINISTERIO DE CRISTO EN EL VERDADERO TABERNÁCULO 9:1-28 Capítulo 9. EL SACRIFCIO PERFECTO A LA LUZ DEL SALMO 40 10:1-39 Capítulo 10. EL CAMINO DE LA FE 11:1-12:2 Capítulo 11. EL CAMINO DE LA DISCIPLINA Y DEL SANTO TEMOR 12:3-29 Capítulo 12. EL EPÍLOGO 13:1- 25 EPÍSTOLA DE SANTIAGO Capítulo 1. INTRODUCCIÓN GENERAL Capítulo 2. EL FUNDAMENTO DE LA EPÍSTOLA 1:2-27 Capítulo 3. EL FUNDAMENTO DE LA EPÍSTOLA (II) Capítulo 4. EL FUNDAMENTO DE LA EPÍSTOLA (III) LA SANTIDAD PRÁCTICA, 1:19-27 Capítulo 5. FE, PARCIALIDAD, OBRAS 2:1-26 Capítulo 6. FE, PARCIALIDAD, OBRAS (II)

Capítulo 7. LOS MAESTROS Y LA LENGUA 3:1-12 Capítulo 8. SABIDURÍA, GUERRAS Y DECISIONES 3:13-4:10 Capítulo 9. SABIDURÍA, GUERRAS Y DECISIONES (2) Capítulo 10. LA ARROGANCIA CONDENADA 4:11-5:6 Capítulo 11. EL EPÍLOGO DE LA EPÍSTOLA 5:7-11 (1) Capítulo 12. EL EPÍLOGO DE LA EPÍSTOLA (2) LA PRIMERA EPISTOLA DE PEDRO Capítulo 1. INTRODUCCIÓN Capítulo 2. UNA SALVACIÓN COMPLETA (1:1-12) Capítulo 3. UN LLAMAMIENTO A LA SANTIFICACIÓN (1:13-2:3) Capítulo 4. LOS PRIVILEGIOS DEL PUEBLO DE DIOS (2:4-10) Capítulo 5. EL CREYENTE EN RELACION CON OTROS (2:11-3:13) Capítulo 6. EL CREYENTE EN RELACIÓN CON OTROS (cont.)(3:1-13) Capítulo 7. LA DISCIPLINA DEL CREYENTE (3:14-5:11) Capítulo 8. LA DISCIPLINA DEL CREYENTE (cont.) Capítulo 9. LA DISCIPLINA DEL CREYENTE (cont.) Capítulo 10. LA DISCIPLINA DEL CREYENTE (cont.) Capítulo 11. LA DISCIPLINA DEL CREYENTE (cont.) APÉNDICE I LA PREDICACIÓN DE CRISTO A LOS ESPÍRITUS ENCARCELADOS: 1 P. 3:19-20, una nueva consideración de una vieja controversia (abreviado) APÉNDICE II EL VALOR DE LA EPÍSTOLA PARA LA SOCIEDAD POSMODERNA LA SEGUNDA EPISTOLA DE PEDRO Capítulo 1. INTRODUCCIÓN

Capítulo 2. SALUTACIÓN Capítulo 3. EL CONOCIMIENTO PIADOSO Capítulo 4. LOS SOFISMAS DE LOS IMPÍOS (2. 1-22) Capítulo 5. LA HORA DE LA VERDAD (3:1-18) LAS EPÍSTOLAS DE JUAN Capítulo 1. LA PRIMERA CARTA DE JUAN INTRODUCCIÓN Capítulo 2. EL PRIVILEGIO DE TENER COMUNIÓN CON DIOS (1ª parte, 1:1-2:6) Capítulo 3. EL PRIVILEGIO DE TENER COMUNIÓN CON DIOS (2ª parte, 2:7-28) Capítulo 4. EL PRIVILEGIO DE SER HIJOS DE DIOS (1ª parte, 2:29-3:9) Capítulo 5. EL PRIVILEGIO DE SER HIJOS DE DIOS (2ª parte, 3:10-4:6) Capítulo 6. PRINCIPIOS BÁSICOS DE VIDA ESPIRITUAL Y SUS IMPLICACIONES (1ª parte, 4:7-21) Capítulo 7. PRINCIPIOS BÁSICOS DE VIDA ESPIRITUAL Y SUS IMPLICACIONES (2ª parte, 5:1-21) Capítulo 8. LA SEGUNDA CARTA DE JUAN INTRODUCCIÓN Capítulo 9. LA TERCERA CARTA DE JUAN EPÍSTOLA DE JUDAS Capítulo 1. INTRODUCCIÓN Capítulo 2. SALUTACIÓN Y PROPÓSITO Capítulo 3. DENUNCIA Y JUICIO SOBRE LOS HEREJES Capítulo 4. EXHORTACIONES Y DOXOLOGÍA EL APOCALIPSIS DE SAN JUAN Capítulo 1. INTRODUCCIÓN

Capítulo 2. “LAS COSAS QUE HAS VISTO” (1) Capítulo 3. “LAS COSAS QUE SON” Capítulo 4. LAS CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS, 2:1-3:22 (2-3) Capítulo 5. “LAS COSAS QUE HAN DE SER DESPUÉS DE ESTAS” (4-22) Capítulo 6. LOS SIETE SELLOS, 6:1-8:5 (1ª parte) Capítulo 7. LOS SIETE SELLOS. 6:1-8:5 (2ª parte) Capítulo 8. EL SEGUNDO INTERLUDIO (1ª parte), 11:1-14 Capítulo 9. EL TERCER INTERLUDIO, 13:1-14:20 (2ª parte) Capítulo 10. LAS SIETE PLAGAS EN LAS SIETE COPAS, 15:1-16:21 Capítulo 11. EL MISTERIO Y EL JUICIO DE LA GRAN BABILONIA, 17:1-19:5 Capítulo 12. EL TRIUNFO FINAL Y LA CONSUMACIÓN, 19:6-21:8 Capítulo 13. LA INAUGURACIÓN DEL REINO ETERNO: JERUSALÉN LA CELESTIAL 21:9-22:5 APÉNDICE LAS PRINCIPALES ESCUELAS DE INTERPRETACIÓN (adaptado del trabajo inédito de PW, “INTERPRETACIÓN DE LA PROFECÍA”) ÍNDICE DE NOMBRES

ABREVIATURAS a.C. = antes de Cristo act. = voz activa adj. = adjetivo adv. = adverbio aor. = aoristo A.T. o AT = Antiguo Testamento BJ = Biblia de Jerusalén BLA o B.L.A. = Biblia de las Américas BT = Biblia Textual c. = circa, alrededor de la fecha de cap(s). = capítulo(s) conj. = conjunción cp., cf. o comp. = compárese con dat. = dativo def. = definición d.C. = después de Cristo DHH = Versión Dios Habla Hoy EP = Epístolas Pastorales etc. = etcétera et.al. = y otros fem. = femenino fig. = figura fut. = futuro gen. = genitivo gr. = griego ICR = Iglesia Católicorromana impº = imperfecto imper. = imperativo imp., impª = importante, importancia

in loc. = en el pasaje de referencia ind. = indicativo inf. = infinitivo inst. = instrumental km. = kilómetros lit. = literal, literalmente LXX = Versión griega del AT del siglo III a.C., llamada “La Alejandrina” o “La Septuaginta” med. = voz media NBE = Nueva Biblia Española NEB = New English Bible (inglesa) neut. = neutro nom. = nominativo NRSV = New Revised Standard Version(inglesa) N.T. o NT = Nuevo Testamento NTI = NuevoTestamento Interlineal NTT = Nuevo Testamento Textual NVI = Nueva Versión Internacional op.(s) cit.(s) = en la(s) obra(s) ya citada(s) p.,pág(s),pp. = página(s) part. = participio pas. = pasivo p.ej. o p.e. = por ejemplo perf. = perfecto pose. = posesivo plu. o pl. = plural pre. = preposición pres. = presente pret. = pretérito privat. = privativo, negativa pron. = pronombre q.v. = véase REB = Revidierte Elberfelder Bibel (alemana)

RV09 = Versión Reina Valera de 1909 RSV = Revised Standard Version (inglesa) RVR60 o RVR(60) = Versión Reina –Valera Revisada de 1960 RVR77 0 RVR(77) = Versión Reina Valera Revisada de 1977 RVR95 0 RVR(95) = Versión Reina-Valera Revisada de 1995 sing. = singular ss. = siguientes TOB = Traduction Oecoumenique de la Bible (francesa) trad.lit. = traducción literal v.g. = verbigracia, por ejemplo v., vv. = versículo, versículos VBC = Versión Bover-Cantera VHA o V.H.A. = Versión Hispano-americana VM = Versión Moderna VNC = Versión Nacar-Colunga y ss. = y versículos siguientes

BREVES SEMBLANZAS BIOGRÁFICAS DE LOS AUTORES ERNESTO TRENCHARD INTRODUCCIÓN A LOS CUATRO EVANGELIOS, LOS HECHOS, ROMANOS, 1 CORINTIOS, GÁLATAS, *EFESIOS, HEBREOS Nacido en Devon (Inglaterra) en 1902, cursó estudios de Lengua Francesa y Española en las universidades de Bristol y Londres, obteniendo la Licenciatura de Honor de primer Grado. Como misionero, residió durante 46 años en España, desarrollando un extenso ministerio principalmente enfocado a la enseñanza y la obra pastoral, siendo fundador de CURSOS DE ESTUDIO BÍBLICO (1947) y de la Editorial LITERATURA BÍBLICA (1958). Aunque lo más relevante de su producción literaria es la amplia serie de exposiciones bíblicas además de las incluidas en esta obra-, GÉNESIS*, ÉXODO*, INTROD. A LOS LIBROS SAPIENCIALES/JOB, ECLESIASTÉS, INTROD. A LOS LIBROS PROFÉTICOS/ISAÍAS, EL EVANGELIO DE MARCOS, 1 Y 2 TESALONICENSES,

y TEMAS DE JUAN *), su obra literaria incluye otras herramientas para el estudio bíblico, como NORMAS DE INTERPRETACIÓN BÍBLICA y CONSEJOS PARA JÓVENES PREDICADORES , así como obras de contenido doctrinal y práctico, E STUDIOS DE DOCTRINA BÍBLICA, BOSQUEJOS DE DOCTRINA FUNDAMENTAL, ESCOGIDOS EN CRISTO*, LA FAMILIA CRISTIANA, EL NIÑO Y LA ESCUELA DOMINICAL, Y LA IGLESIA Y SU MISIÓN). A todo ello se añadió una multitud de colaboraciones y artículos en libros y revistas teológicas en España y Latinoamérica. Falleció en Madrid en el año 1972. SAMUEL ESCOBAR EPISTOLA A LOS FILIPENSES Nacido en Arequipa, Perú, se graduó de Profesor en la Facultad de Educación de la Universidad de San Marcos (Lima), y obtuvo su. Doctorado en Filosofía y Ciencias de la Educación (Cum Laude), por la Universidad Complutense de Madrid. Es Doctor Honoris Causa en Teología por la Universidad Mc Master, Hamilton, Canadá. Pastor Bautista ordenado en 1979, fue durante veintiséis años (1959-1985) evangelista y asesor con la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos, en diversos países latinoamericanos y Canadá. De 1985 a 2005 fue catedrático de Misionología en el Palmer Theological Seminary de Filadelfia, Estados Unidos. Fue ponente en los Congresos Internacionales de Evangelización de Berlín (1966), Bogotá (1969) y Lausana (1974. Estuvo entre los fundadores de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (1970) y de los Grupos Bíblicos Universitarios de España. Entre

sus libros más recientes están HISTORIA Y MISIÓN (1994)*, VISIÓN PANORÁMICA DE LA BIBLIA (1995), EVANGELIZAR HOY (1995), DE LA MISION A LA TEOLOGÍA (1998), TIEMPO DE MISION(1999), ASÍ LEO LA BIBLIA (1999)*, CHANGING TIDES: MISSION IN LATIN AMERICA (2002), THE NEW GLOBAL MISSION (2003), y LA PALABRA: VIDA DE LA IGLESIA (2006). Desde 2001 vive en Valencia, España, y es Profesor en el Seminario Teológico de la UEBE, Madrid. Fue Presidente de las Sociedades Bíblicas Unidas, y es Presidente del Consejo Asesor del movimiento Lausana III. Colabora habitualmente en las revistas Andamio y El Eco y en la página web Protestante Digital. Casado desde 1958 con Lilly Artola, su hija Lilly Ester es profesora universitaria en Valencia, España, y su hijo Alejandro es Economista con el Banco Interamericano de Desarrollo en Washington DC (USA). TIMOTEO GLASSCOCK FENN EPÍSTOLAS DE JUAN Nació en Southend-on-Sea, Inglaterra, y después de licenciarse en Derecho por la Universidad de Oxford y de ser encomendado a la obra misionera, fijó su residencia en Madrid en 1972. Formó parte del equipo de enseñadores de CURSOS DE ESTUDIO BÏBLICO fundado por Ernesto Trenchard, y del equipo pastoral de la Iglesia de Duque de Sesto/Vallecas. Se casó con Elena Gil en 1976, con la que tiene tres hijos. En 1982 se trasladaron a Marín (Pontevedra), y después de veintitrés años sirviendo al Señor en Galicia, se trasladaron a Salamanca, donde viven en la actualidad, colaborando con la iglesia en Paseo de la Estación y en la obra estudiantil, en la que colabora como consejero, al igual que con otras entidades evangélicas. Timoteo está involucrado en Proyecto Éfeso, un ministerio de enseñanza y formación bíblica con base en Toral de los Guzmanes, León. Colabora regularmente en el equipo de escritores de las Notas Diarias de la Unión Bíblica, y ha escrito artículos de manera ocasional para revistas como “Edificación Cristiana”, “Andamio”, “Aletheia” y otras. Es coautor con Pablo Wickham del libro “HAGEO, ZACARÍAS, MALAQUÍAS” de la serie “Cuadernos de Estudio” del Centro de Formación Bíblica de Madrid, y con el mismo y otros autores, de “ËTICA CRISTIANA PARA UNA SOCIEDAD DE CONSUMO” de la Alianza Evangélica Española. Es muy solicitado como conferenciante y enseñador bíblico en toda España. PEDRO INGLÉS BEAS *APOCALIPSIS Desde su conversión, mostró siempre un notable deseo de servicio para el Señor, poniéndolo en práctica, desde sus comienzos, en la iglesia en c/Trafalgar 32, de Madrid, a la que perteneció desde el principio. Igualmente sus deseos de aprender tuvieron su cumplimiento al estar en aquella iglesia, a la

sazón, Ernesto Trenchard, de quien fue discípulo al poco de convertirse, sin dejar de aprender, naturalmente, de todo lo que daban los demás ancianos de la iglesia. Siguió su discipulado con la práctica de la iglesia conjuntamente con lo dicho, llegando a ser reconocido anciano. Otro factor de mucho provecho para la formación de su don principal de enseñador, fueron las visitas de distintos hermanos que eran invitados, de Madrid y fuera de Madrid, quienes dejaron rico ministerio para poder aprender y poner en práctica lo aprendido. En septiembre de 1971, fue encomendada a la obra del Señor a pleno tiempo, juntamente con su esposa Puri Suárez, verdadera ayuda idónea para dicha dedicación. A partir de este momento pudo viajar a diversas iglesias de otras ciudades para ministrar la Palabra, ya fuese como obrero invitado particularmente, o como miembro del equipo de CURSOS DE ESTUDIO BÏBLICO, para impartir cursillos intensivos. La actividad de la iglesia local ocupaba también un importante lugar, pues era mucho mayor el tiempo en Madrid que el de los viajes. Fue durante este tiempo que escribió varios de los cursos del CEB, uno de los cuales fue publicado en la serie “Cuadernos de Estudio” con el título “PLAN GENERAL DE LA BIBLIA”, y ha colaborado ocasionalmente en la revista “Edificación Cristiana”. En la actualidad, es anciano en una de las iglesias de Linares (barrio de la Zarzuela), en donde sirve, como anciano con otros, en la enseñanza, la predicación y el discipulado. JOSÉ Mª MARTÍNEZ EPÍSTOLAS A LOS TESALONICENSES Reconocido líder evangélico español, ha ocupado posiciones de gran responsabilidad en la obra evangélica –Secretario y luego Presidente de la Alianza Evangélica Española, de la Unión Bíblica, de la Federación de Iglesias Evangélicas Independientes de España (FIEIDE) y del Centro de Estudios Evangélicos de Barcelona (CEEB), amén de otras. Sirvió al Señor durante treinta años como pastor de una de las iglesias más grandes de Barcelona. En la actualidad es presidente emérito de varias entidades y prosigue activamente su labor literaria, altamente valorada, tanto en España como en Hispanoamérica. Ejerce además un ministerio de alcance internacional mediante su página web: http://www.pensamientocristiano.com/. Esta web no sólo provee amplia información sobre el autor y su producción literaria, sino que publica artículos mensuales –Tema del mes- sobre cuestiones de actualidad así como de estudio bíblico. Es autor de LOS SALMOS (Vol. 6 de la serie de la Unión Bíblica), MINISTROS DE JESUCRISTO I y MINISTROS DE JESUCRISTO II (Curso de formación teológica), LA ESPAÑA EVANGÉLICA AYER Y HOY, HERMENÉUTICA BÍBLICA, INTRODUCCIÓN A LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA, JOB, LA FE EN CONFLICTO, POR QUÉ AÚN SOY CRISTIANO, SALMOS

ESCOGIDOS, TEOLOGÍA DE LA ORACIÓN, TU VIDA CRISTIANA, LA BIBLIA DICE, CRISTO EL INCOMPARABLE, LA HOMOSEXUALIDAD y FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DE LA FE CRISTIANA entre otros, y co-autor, con Ernesto Trenchard, -con el que le unía una gran amistad- de ESCOGIDOS EN CRISTO, con José Grau, de IGLESIA, SOCIEDAD Y ÉTICA CRISTIANA, con Francisco Lacueva, José Grau y Jordi Tremoleda, de TREINTA MIL ESPAÑOLES Y DIOS, y con varios otros escritores de la Alianza Evangélica, de LOS CRISTIANOS EN EL MUNDO DE HOY. ANTONIO RUIZ GIL EPÍSTOLA DE SANTIAGO Fue colaborador desde muy joven de Ernesto Trenchard y su equipo de misioneros, sustituyendo a aquél cuando se enfermó, en uno de los cursillos que se organizaban cada año en Madrid, y en los sucesivos, cuando Trenchard falleció en 1972. Fue nombrado anciano en la iglesia de Duque de Sesto/Vallecas en 1975, y al desarrollar sus dotes de maestro y conferenciante bíblico, en 1983 fue encomendado a la obra de las iglesias evangélicas a tiempo completo. Es co-autor con Ernesto Trenchard del comentario “EL LIBRO DE EXODO”, y redactor frecuente de las Notas devocionales “Encuentro diario con Dios” de la Unión Bíblica. También contribuye regularmente con artículos en la revista “Edificación Cristiana”, de la que es Director desde el año 2005. Fue Presidente de la Alianza Evangélica Española desde 1994-1999. En la actualidad, además de sus labores literarias y docentes, es anciano de la iglesia de Duque de Sesto, Madrid. Reside en Vallecas, Madrid. DANIEL SAGUAR GARCÍA 2ª EPÍSTOLA DE PEDRO/JUDAS Nació en Madrid en 1933, en los albores de la Guerra Civil, en el seno de una familia cristiana. Convertido al Señor a los catorce años, en la Iglesia de Chamberí, c/Trafalgar 32, pronto el Señor despertó en él el interés por el estudio de la Palabra, materializado especialmente con el inicio de los cursos por correspondencia de CURSOS DE ESTUDIO BÍBLICO de Ernesto Trenchard, pudiendo complementarlos, tras el traslado de éste a Madrid en 1964, con varios de los cursos presenciales, en los que posteriormente colaboró como profesor, tanto en Madrid como en otras iglesias fuera de la capital. En el período 1953-56 cursó además estudios de teología en el Seminario Teológico Bautista de Leiria, Portugal, graduándose en la licenciatura de teología, en grado de Bachiller. Más tarde formó parte de la “Comisión de Literatura y Publicaciones del Centro de Formación Bíblica de Madrid”, en la que colaboró como consejero y en la Comisión de Doctrina para la revisión del HIMNARIO EVANGÉLICO.

En cuanto a la obra literaria, desde el principio de la publicación en Madrid de la revista “Edificación Cristiana”, continuadora de “El Camino”, colaboró estrechamente con Ernesto Trenchard y Leandro Roldán, ocupando por varios años el puesto de subdirector de la misma, y pasando a responsabilizarse, al fallecimiento de Juan Solé, de la dirección. Su producción en la revista ha sido muy variada, con artículos de todo género, y especialmente, numerosos editoriales y colaboraciones en las grandes monografías sobre temas doctrinales, como la “Comunión”, “El Reino de Dios”, “Cristología” y otras más breves, como la “Cristología del apóstol Pedro”, así como reseñas históricas. Por otro lado, su ministerio pastoral lo ha desarrollado, primero, durante unos tres años en la Iglesia de c/Trafalgar 32, Madrid, y luego por más de treinta años, desde su fundación hasta hoy, en la Iglesia Evangélica de Hermanos, calle de Ofelia Nieto 57, Madrid. En los últimos años, muy mermadas sus facultades por una grave enfermedad, el Señor le ha concedido poder terminar su parte en este Comentario Expositivo del NT, con la sección 2 Pedro/Judas. Falleció unos pocos meses después en julio de 2007. TERENCE-PABLO WICKHAM 2 CORINTIOS, *EFESIOS, COLOSENSES, FILEMÓN, EPÍSTOLAS PASTORALES, 1 PEDRO, y *APOCALIPSIS Nacido en Londres en 1932, es Licenciado en Ciencias Económicas y Geografía por la Universidad de Londres. Cursó estudios hispánicos en la Universidad de Barcelona, estudios teológicos en el Colegio Bíblico de Londres y de consejería pastoral en Waverley Abbey House (Inglaterra). Desde 1958, tras su llegada a España como misionero, colaboró muy estrechamente con Ernesto Trenchard en la labor docente y literaria de C URSOS DE ESTUDIO BÍBLICO y LITERATURA BÍBLICA y en la obra pastoral. Además de las incluidas en esta obra, ha escrito las siguientes exposiciones: LAS CANCIONES DEL SIERVO (IS.42-53), HAGEO/ZACARÍAS/MALAQUÍAS*, EL SERMÓN DEL MONTE, LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES (CAPS. 1-12), EL NUEVO PACTO (2 CO. 2-6), EFESIOS A COLOSENSES Y 1 CORINTIOS (Serie Unión Bíblica), LA EPÍSTOLA A LOS FILIPENSES, 1ª TIMOTEO y 2ª TIMOTEO/TITO. Otras obras suyas, de contenido doctrinal y práctico son LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO, THE MISSIONARY IN SPAIN/ EL MISIONERO EN ESPAÑA *, LA MUERTE: DOLOR, SUFRIMIENTO Y EUTANASIA: UNA VISIÓN CRISTIANA*, LA PERSONA DE CRISTO, EL NUEVO CREYENTE: SU INSTRUCCIÓN BÁSICA, LAS IGLESIAS DEL NUEVO TESTAMENTO, *ECOLOGÍA Y CRISTIANISMO, Y

Colaborador en diversos libros y revistas teológicas, y como redactor de las Notas Diarias de la Unión Bíblica desde 1966, es profesor invitado de varios institutos bíblicos y conferenciante. *UNA ÉTICA ECONÓMICA CRISTIANA PARA UNA SOCIEDAD DE CONSUMO.

Actualmente reside en Valencia (España).

PRÓLOGO GENERAL Resulta difícil prologar una obra que -para un gran número de lectores- podría parecer una simple reedición. Tal afirmación es cierta en cuanto al contenido de la obra, que no deja de ser una recopilación de títulos ya publicados de modo separado, en múltiples ediciones, a lo largo de los últimos cincuenta y dos años. Pero dos han sido las razones que nos han llevado a abordar la presente edición del COMENTARIO EXPOSITIVO DEL NUEVO TESTAMENTO . El medio siglo transcurrido desde el inicio de la obra editorial de Cursos de Estudio Bíblico (CEB) es la primera razón que nos ha animado. Tan extenso periplo hace que muchos de los títulos que componen la serie de comentarios bíblicos hayan pasado a ser de muy difícil localización. Y esa misma razón del tiempo hace que muchos cristianos de lengua hispana hoy no hayan conocido el fondo editorial de CEB. Abordar la edición agrupada de todos los comentarios bíblicos del Nuevo Testamento -en dos volúmenes- responde a la segunda razón: aportar al pueblo evangélico contemporáneo una herramienta para el estudio de la Palabra de Dios, reuniendo así un material que, guardando cierta unidad de propósito y enfoque, se ha visto diseminado en su producción a lo largo de cinco décadas. El grueso del material que se edita es obra de Ernest Trenchard, cuyos originales han sido respetados íntegramente, revisando únicamente las erratas y detalles irrelevantes. Usando las palabras de José-María Martínez en su prólogo al comentario de Éxodo, “Trenchard… fue -y es todavía- conocido por las múltiples facetas de su ministerio. Entre ellas descollaba su don extraordinario para la enseñanza, que, unido a su erudición, hizo posible una sólida labor de formación bíblica. Los frutos de ese trabajo, aun hoy (treinta y siete años después de su partida a la presencia del Señor), son abundantes. Al nutrido número de discípulos suyos que actualmente son líderes en la obra evangélica de España hay que añadir una copiosa producción literaria, a través de la cual `todavía habla`”. Por otra parte, D. Alejandro Clifford -en su prólogo al comentario de 1 Corintios- definió la obra literaria de Trenchard como “un monumento de características únicas en la historia de la escriturística en lengua castellana: por su calidad, por su magnitud, por su equilibrio, por su honestidad, por la fidelidad del autor en todo momento a la sana doctrina y por su disposición a examinar cualquier elemento que pueda echar nueva luz sobre el texto sagrado” El resto de comentarios, no originales de Trenchard, han sido escritos por algunos de sus amigos y colaboradores, quienes siempre han compartido el propósito inicial de CEB hasta hoy: proveer materiales didácticos en la misma línea iniciada por Trenchard. Para ello se ha intentado mantener una cierta uniformidad en todas las contribuciones, si bien respetando en todo momento el estilo de cada colaborador. Los editores no nos responsabilizamos por todas las opiniones o posturas expresadas ¡incluso las del autor principal a veces!- pero todas siguen la línea conservadora evangélica en lo

fundamental y están a la altura de lo que se esperaba de sus autores. Algunas de las contribuciones son brillantes, sin que este hecho desdiga de la calidad de las demás, pero de manera especial quisiéramos destacar la de Daniel Saguar, quien, en los últimos meses de su grave enfermedad, sacó fuerzas de flaqueza para terminar su magnífico comentario de las epístolas de 2 Pedro y Judas, sin duda uno de los más profundos y rigorosos trabajos sobre el texto griego que se han escrito en círculos evangélicos en castellano. Fue también su primera obra publicada –aparte de sus artículos-, por lo que constituye para nosotros un homenaje y a la vez un emocionado recordatorio a un gran amigo y colega, cuya pérdida lamentamos profundamente. En cuanto al enfoque del presente COMENTARIO EXPOSITIVO DEL NUEVO TESTAMENTO , no podemos encontrar mejores palabras que las del propio Trenchard en su prólogo original al comentario de Hechos, que definen y resumen el propósito permanente del CEB: “se escribe desde el punto de vista evangélico-conservador, o, más sencillamente, desde el punto de vista bíblico sin más etiquetas. Los autores reconocen, gozosamente y sin reservas mentales, la plena inspiración de la Biblia como revelación escrita de Dios, siendo significativas y autoritativas todas sus partes, según el género y la finalidad de cada una de ellas dentro del plan divino del conjunto” Por otra parte, y en cuanto al tipo de comentario, la obra sigue el modelo característico de toda la obra editorial del CEB. Lejos de plagar el texto de notas al pié de página, o al final de cada capítulo, los autores siguen el sistema de incorporar todo lo posible en el texto, de modo que se facilite la lectura seguida y el estudio de cada sección, sin la proliferación de “paradas” para mirar las notas. Siguiendo el orden del Nuevo Testamento, la obra comienza con la ‘Introducción a los cuatro Evangelios’. Somos conscientes que el enfoque y contenido de esa sección, como introducción general, no mantiene una relación homogénea con el resto, al tratarse de comentarios del texto bíblico. Nuestro ideal -como editores- habría sido solicitar a cuatro colaboradores la confección de los correspondientes comentarios a los Evangelios. Pero el tiempo necesario para tal objetivo habría dilatado en exceso la publicación de la obra. El mismo problema de tiempo ha determinado, a nuestro pesar, que en la presente edición se siga usando la versión Reina-Valera de 1960 como texto base. Agrupar en un tomo todo el COMENTARIO EXPOSITIVO DEL NUEVO TESTAMENTO, merecía un doble esfuerzo de actualización que sí hemos podido ver completados: de una parte, se han puesto al día las Bibliografías al final de cada comentario individual; y de otra, al final del segundo tomo se incluyen dos Índices, uno de Nombres y otro, de Temas. Sin duda que la publicación de esta obra merece una serie de reconocimientos de gratitud. En primer lugar, y por encima de todo, damos gracias al Señor, quien derrama sobre su Iglesia los dones necesarios para la edificación del Cuerpo. En segundo lugar, nuestro agradecimiento a los autores por su trabajo; el que algunos de ellos ya estén en la presencia del Señor, nada resta a nuestra gratitud por el ejemplo de

vidas gastadas en el servicio a nuestro Salvador. Y en tercer lugar, gracias a todos cuantos han hecho posible la publicación de este Comentario; entre todos ellos, merecen nuestro especial reconocimiento Pablo y Catalina Wickham, junto con sus colaboradores Gemma Sanchís y Manuel de los Santos en el repaso y la revisión del texto. Finalmente, nuestra gratitud a Eliseo Vila y Alfonso Ropero de la editorial CLIE, por su inestimable trabajo en la composición del texto para la imprenta, y la publicación del Comentario. Sólo nos queda invitar al lector a la lectura pausada y reflexiva de la obra. Esperamos que esta nueva contribución expositiva del CEB al mundo evangélico de habla hispana, sea acogida con agrado. Nuestro único deseo es proveer, a todos cuantos aman la Palabra y su estudio, con una herramienta para acercarse a la exacta enseñanza de las verdades bíblicas, sin caer en la vana retórica ni en rebuscados tecnicismos. El C OMENTARIO EXPOSITIVO DEL NUEVO TESTAMENTO pretende acercar al lector al mejor entendimiento de ‘todo el consejo de Dios’, conforme a ‘la verdad una vez para siempre dada a los santos”. Los Editores, Madrid, Octubre de 2013.

INTRODUCCIÓN A LOS CUATRO EVANGELIOS

Ernesto Trenchard

Capítulo 1 INTRODUCCIÓN GENERAL EL EVANGELIO Y LOS EVANGELIOS Los cuatro Evangelios son escritos singulares en su género que, en su conjunto, nos proveen de la única información directa que poseemos sobre la gran intervención salvadora de Dios en el mundo en la Persona de su Hijo. Es verdad que se hallan unas breves referencias al Cristo en escritos extra-bíblicos del primer siglo, pero no añaden nada a lo que se desprende de la presentación cuádruple del DiosHombre en los cuatro Evangelios. Pertenecen al género biográfico en cierto sentido, ya que describen el nacimiento y las actividades de Jesucristo; pero hemos de notar que no pretenden presentar vidas completas del Maestro, sino que los autores humanos, bajo la guía del Espíritu Santo, seleccionan ciertos incidentes y enseñanzas que demuestran la realidad de la revelación de Dios en Cristo, sin ninguna intención de agotar el material: cosa que, según el apóstol Juan, habría sido imposible, tanta era la riqueza de obra y palabra del corto período del ministerio del Verbo encarnado en la tierra (Juan 21:25). Es notable que los cuatro Evangelistas describen la Pasión, la Muerte expiatoria y la Resurrección del Señor con gran lujo de detalle, por hallarse en esta consumación de la Obra del Cristo la esencia misma del EVANGELIO. Por el hecho de presentar la Persona y la Obra de Jesucristo, quien es el único fundamento del Evangelio, estos cortos escritos fueron llamados “los Evangelios” por los cristianos del primer siglo. Es interesante notar que pronto agruparon los cuatro escritos en un tomo que daban en llamar EL EVANGELIO, de la forma en que coleccionaron las epístolas de Pablo en un tomo llamado EL APÓSTOL. Enlazados estos dos tomos por LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES, disponían ya de la parte más esencial del Nuevo Testamento. El origen del Evangelio La palabra “Evangelio”, como todos saben, significa las “Buenas Nuevas”, pero son buenas nuevas muy especiales, ya que se trata del mensaje salvador que Dios se digna hacer llegar al hombre, a pesar de su rebeldía. No hemos de buscar el origen último del Evangelio en los libros que estudiamos, ni siquiera en el misterio de la Encarnación; tenemos que remontarnos mucho más alto, llegando a los designios eternos del Trino Dios. El apóstol Pablo describe en sublimes palabras tanto el origen como la manifestación del Evangelio en 2 Tim. 1:8-11: “Sufre conmigo los trabajos por el Evangelio, según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con vocación santa, no conforme a nuestras obras, sino

conforme a su propio propósito y gracia, que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos eternos; mas ahora se mostró por la manifestación de nuestro Salvador Cristo Jesús, el cual abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio; para el cual fui constituido predicador y apóstol y maestro”. Este sustancioso pasaje nos señala el origen del Evangelio, su manifestación en Cristo, y su promulgación por los Apóstoles, que viene a ser un resumen bíblico del contenido de esta Introducción. En su estilo peculiar, el apóstol Pedro describe también el origen del Evangelio “antes de la fundación del mundo” y su “manifestación al fin de los tiempos” por amor a los escogidos (1 Ped. 1:1821). El mismo Señor insistió en que su mensaje procedía “de arriba”, y que pudo traerse a los hombres solamente por medio de quien “descendió del Cielo” (Juan 3:12-16; comp. 3:30-34). Una y otra vez el Maestro recalcó que no proclamaba un mensaje individualista y humano, sino que obraba en perfecta armonía con el Padre (Juan 8:28; 12:49-50; 6:32-58, etcétera), manifestando en el mundo lo que se había determinado en sagrado consejo entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. El autor de Hebreos empieza su sublime epístola recordando el hecho de que Dios había hablado anteriormente a los padres por los profetas, en diversos tiempos y maneras, pero “al fin de esos días nos habló en su Hijo”. El Hijo no sólo era portavoz de las Buenas Nuevas del Cielo, sino que en su Persona, y a través del profundo significado de su Obra, era la Voz de Dios, era el Evangelio, como también y eternamente es “Camino, Verdad y Vida”. Hay “Evangelio” en el A. T., ya que Dios anticipa las bendiciones de la Obra redentora de Cristo a los fieles de todos los tiempos, pero la revelación era incompleta aún, y no se había colocado todavía la base histórica que permitiese la operación de la gracia de Dios (Rom. 3:25-26). Hay destellos de luz, pero aún no se había levantado el Sol de justicia que “viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre” (Juan 1:9).

EL EVANGELIO EN CRISTO JESÚS El Evangelio en la Persona y las obras de Jesucristo Ya hemos notado el gran hecho de que el Evangelio se encarna en la Persona de Jesucristo, pero aquí queremos llamar la atención del lector a los medios, aparentemente tan sencillos, que se emplean en los cuatro Evangelios, para dar a conocer esta gran verdad. Cada Evangelista hace su selección de incidentes, sea por lo que recordaba como testigo ocular, sea por investigar los hechos por medio de muchos testigos y ayudado por escritos ya redactados como lo hace Lucas (Luc. 1:1-4). Las personas se revelan por lo que dicen y hacen, por las actitudes que adoptan durante el período de observación. No de otra manera se revela el Hijo de Dios a través de los relatos de los Evangelios. Cada nueva obra de gracia y poder, cada contacto con las almas necesitadas, cada reacción contra la hipocresía de los

religionistas de su día, constituye una nueva pincelada que añade algo esencial al retrato final. Así se va revelando la naturaleza y los atributos del Cristo, que luego resultan ser los mismos atributos de Dios, revelados por medio de una vida humana en la tierra: amor perfecto, justicia intangible, santidad mmarcesible, gracia inagotable, poder ilimitado dentro del programa divino, y omnisciencia que penetra hasta lo más íntimo del hombre y hasta el secreto de la naturaleza del Padre (comp. Juan 2:24-25 con Mat. 11:27). Después de acallar Jesús la tempestad, los discípulos preguntan: “¿Quién, pues, es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?”. De hecho la misma pregunta se formulaba, consciente o inconscientemente, tras todas sus obras y palabras, hasta que por fin Tomás Dídimo cayó a sus plantas exclamando: “¡Señor mío y Dios mío!”. La mención de revelarse a sí mismo, y al Padre por medio de sí mismo, queda patente en su contestación a Felipe: “¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros, y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14:9). Hemos de distinguir dos facetas de esta maravillosa revelación: a) De la naturaleza de Dios, que ya hemos notado en breve resumen. b) La revelación de la naturaleza de su Obra redentora. Recogiendo este último punto, rogamos que el lector medite en cualquiera de los milagros de sanidad del Señor. Por ejemplo, un leproso “viene a él”, lleno de los efectos de la terrible enfermedad. Todos los demás huyen, porque son impotentes ante el mal del prójimo, y quieren sobre todo salvarse a sí mismos del contagio. Sólo Cristo está en pie y escucha el ruego: “Si quieres, puedes limpiarme”. No sólo pronuncia la palabra de poder que sana al enfermo, sino que extiende la mano para tocar aquella pobre carne carcomida lo que constituye el primer contacto con otra persona desde que se declaró la enfermedad. Mucho más se podía escribir sobre este solo caso, pero lo escrito basta para comprender que llega a ser una manifestación, por medio de un acto específico, del amor, de la gracia, del poder sanador del Señor, que restaura los estragos causados por el pecado. De parte del leproso se pone de manifiesto que hay plena bendición para todo aquel que acude con humildad y fe a las plantas del Señor. El Evangelio en las palabras de Jesucristo Cristo es el prototipo de todos los heraldos del Evangelio, puesto que no sólo obra, sino enseña y proclama la Palbra de Dios. Juan Marcos empieza su Evangelio de esta manera: “Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”, y más tarde, al empezar a detallar el ministerio del Señor en Galilea, escribe: “Jesús vino a Galilea predicando (proclamando) el Evangelio del Reino de Dios” (Mar. 1:14). Mateo resume la obra en Galilea diciendo: “Rodeó Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y proclamando el Evangelio del Reino” (Mat. 4:23). Lucas, después de notar cómo el Señor aplicó a sí mismo la evangélica cita de Isaías 61:1 y 2, en la sinagoga de Nazaret, refiere estas palabras del Señor: “También a otras ciudades es necesario que anuncie el Evangelio, porque para esto soy enviado” (Luc. 4:43). Vemos, pues, que aquel que era en sí la misma esencia del Evangelio, y quien lo ilustraba diáfanamente

por medio de sus obras, se dedicaba también a su proclamación, ya que “la fe viene por el oir, y el oir por la Palabra de Dios”. Anunciaba que el Reino de Dios, tanto tiempo esperado, había adquirido un Centro, convirtiéndose en realidad espiritual gracias a la presencia del Rey en la tierra, quien vino para quitar las barreras del pecado y hacer posible un Reino fundado sobre el hecho eterno de su Persona y sobre la divina eficacia de su Obra. Hemos de entender la palabra “Evangelio” en sentido amplio, y no sólo como el ruego al pecador que se someta y se salve. Es el resumen de toda la obra de Dios a favor de los hombres que quieren ser salvos, y, desde este punto de vista, toda la enseñanza del Señor que se conserva en los cuatro Evangelios es “Evangelio”, una maravillosa presentación de lo que Dios quiere que los hombres sepan: mensaje que en todas sus innumerables facetas llama al hombre a la sumisión de la fe y a la obediencia. Muchos heraldos ha habido, pero ninguno como él, cuyas palabras eran tan elocuentes y poderosas que hasta los alguaciles enviados a prenderle tuvieron que volver a sus amos diciendo en tono de asombro: “¡Jamás habló hombre alguno como este hombre habla!” (Juan 7:46). El Evangelio se funda en la Obra de la Cruz y la Resurrección En la última sección de este libro tendremos ocasión para considerar -hasta donde llegan las pobres palabras humanas frente a misterio tal- el significado de la Obra de la Cruz y el triunfo de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Aquí nos corresponde recordar al lector que sólo en el Sacrificio del Calvario se encuentran tanto el amor como la justicia de Dios y que únicamente allí, a través de la misteriosa obra de expiación, pudieron abrirse las puertas cerradas, dando paso a la gracia de Dios, con el fin de que el pecador, delincuente convicto y sentenciado por sus ofensas en contra de la santa Ley de Dios, fuese justificado y bendecido. Satisfecho el principio fundamental de la justicia intangible del Trono de Dios, y sellada la Obra por el manifiesto triunfo sobre la muerte, Cristo resucitado llega a ser el tema del Evangelio, el Primero y el último, el que murió y vive por los siglos de los siglos (Apoc. 1:17-18). Se ha sacado a la luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio, en el corazón del cual se halla la Cruz y la tumba vacía.

LOS DOCE COMO TESTIGOS DE LA VIDA, MUERTE Y RESURRECCION DEL SEÑOR El entrenamiento de los Doce Los Doce habían sido discípulos del Señor antes de ser constituidos Apóstoles, o enviados suyos. Marcos nota el momento del llamamiento del Señor en estas palabras: “Y subió Jesús al monte, y llamó a si a los que él quiso, y fueron a él. Y constituyó doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, con potestad de echar fuera demonios” (Mar. 3:13-15). El aspecto más importante de su

preparación se indica por la frase “para que estuviesen con él”, ya que luego habían de testificar sobre todo de la Persona del Señor, que se revelaba, como hemos visto, por cuanto hacía y decía, conjuntamente con sus reacciones frente a los hombres, frente a la historia, y frenle a la voluntad de Dios, que era la suya propia, y que había venido para manifestar y cumplir. Cada intervención del Señor suscitaba preguntas, que por fin hallaron su contestación en la confesión de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”; o según otra confesión suya: “Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Santo de Dios” (Mat. 16:16; Juan 6:68-69). La verdad en cuanto a la naturaleza divina y humana de Cristo tuvo que ser grabada en el corazón y la mente de los Apóstoles por medio de una reiteración de pruebas que nacieron de las mismas circunstancias del ministerio del Señor. El pleno reconocimiento de quién era el Señor -que solo llegó a ser una convicción inquebrantable después de la Resurrección- había de ser el sólido fundamento de todo lo demás. Su excelsa Obra dependía de la calidad de su Persona, como Dios manifestado en carne y como el “Hijo del Hombre”, consumación de la verdadera humanidad y representante de la raza por ser el “Postrer Adan”. Es preciso meditar en la importancia de los Doce como testigos-apóstoles, pues si hubiese faltado aquel eslabón de toda garantía entre la Persona de Cristo y su Obra salvadora, por una parte, y los hombres que necesitaban saber para creer y ser salvos, por otra, la “manifestación” se habría producido en un vacío, y no habría pasado de ser fuente de vagas leyendas en lugar de una declaración en forma histórica garantizada por el testimonio fidedigno de testigos honrados. Más tarde, y precisamente ante el tribunal del Sanedrín que condenó al Señor, Pedro y Juan, prototípos de estos testigos-apóstoles, declararon: “No podemos dejar de anunciar lo que hemos visto y oído” (Hech. 4:20). Hacia el final de su vida, Pedro reiteró: “Porque al daros a conocer la potencia y la venida del Senor nuestro Jesucristo, no seguimos fábulas por arte compuestas, sino que hablamos como testigos oculares que fuimos de su majestad” (2 Ped. 1:16). No sólo tomaron buena nota estos fieles testigos de las actividades del Señor Jesucristo, sino que recibieron autoridad suya para actuar como tales, con el fin de que obrasen y hablasen en su Nombre y frente al pueblo de Israel y delante de los hombres en general. Como Apóstoles tuvieron autoridad para completar el canon de las Escrituras inspiradas -luego se añade Pablo con una comisión algo distinta-, siendo capacitados por el Espíritu Santo para recordar los incidentes y las palabras del ministerio del Señor, como también para recibir revelaciones sobre verdades aún escondidas. Este aspecto de su obra se describe con diáfana claridad en los discursos del Cenáculo, caps. 13 a 16 de Juan, y podemos fijarnos especialmente en Juan 14:25, 26; 15:26, 27; 16:6-15. El Espíritu Santo actuaba como “Testigo divino” a través de los testigos-apóstoles; la manera en que se desarrolló este doble testimonio complementario e inquebrantable se describe sobre todo en Hechos caps. 1 a 5, bien que es la base de toda la revelación del N. T.

LA TRADICIÓN ORAL La proclamación apostólica En primer término, y como base de todo lo demás de su obra, los Apóstoles tenían que “proclamar como heraldos” (el verbo griego es “kerusso”, y la proclamación “kerugma”) los grandes hechos acerca de la manifestación del Mesías su rechazo por los príncipes de los judíos, y la manera en que Dios, por medio de sus altas providencias, había cumplido las escrituras que profetizaban la Obra del Siervo de Jehová precisamente por medio de la incredulidad de Israel y el poder bruto de los romanos. El trágico crimen del rechazo se volvió en medio de bendición, puesto que los pecados habían sido expiados por el Sacrificio de la Cruz, y el Resucitado, maravillosamente Justificado y ensalzado por Dios, ofrecía abundantes bendiciones a los arrepentidos. Sendos y hermosos ejemplos de este “kerugma” se hallan en Hech. 2:14-36; 3:12-26; 10:34-43; 13:16-41. No nos olvidemos de que la predicación del Evangelio ha de ser en primer lugar el anuncio público de lo que Dios hizo en Cristo, pues el alma que no comprende lo que es la Cruz y la Resurrección, con el valor de la Persona del Salvador, carecerá de base donde pueda colocar una fe de confianza, una fe salvadora. La doctrina de los Apóstoles Con razón los evangélicos, en países donde predomina la iglesia catolicorromana, se ponen en guardia al oir la frase “la tradición ora1”, pero el estudiante ha de saber que hay “tradición oral” falsa y dañina, como también la hay (o la había) como algo fundamental e imprescindible para la transmisión del Evangelio. Roma pretende guardar una “tradición oral” después de la terminación del canon de los escritos inspirados del N. T., interpretándola según los dictados autoritarios de la Iglesia, y en último término por el Papa infalible. Esta falsa tradición, que se dice existir al lado de los escritos inspirados del N. T., permite a Roma interpretar las Escrituras a su manera, desvirtuando lo inspirado y seguro de “la Fe entregada una vez para siempre a los santos” a través de los testimonios apostólicos escritos, en aras de unas tradiciones inciertas que se recopilan de los escritos de los “Padres”, obras de valor muy desigual. Va sin decir que no admitimos ni por un momento esta pretendida tradición y rechazamos las deducciones que de ella se sacan. En cambio, si tomamos en cuenta que Marcos, el Evangelio que quizá se redactó primero, corresponde a la última etapa de la vida de Pedro (digamos sobre la década 50-60), queda un hueco de veinte a treinta años entre la Crucifixión y el primer testimonio escrito que ha llegado a nuestras manos. Desde luego existían escritos anteriores, como es lógico suponer, y que se mencionan en el Prólogo del Evangelio de Lucas (1:1-4), pero mucho del material que ahora hallamos en los cuatro Evangelios tenía que transmitirse en forma oral antes de ponerse por escrito.

Podemos percibir el principio de la etapa de la verdadera “tradición oral” en Hechos 2:42, que describe la vida de la Iglesia que acababa de nacer en Jerusalén como consecuencia de la predicación de Pedro en el Día de Pentecostés: “ Y perseveraban en la doctrina (enseñanza) de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones”. Como hemos visto, los Apóstoles cumplían su cometido como heraldos del Rey, crucificado, resucitado y glorificado, proclamando el hecho y el significado de la Cruz y la Resurrección ante las multitudes que se congregaban para oírles en el Patio de los gentiles en el área del Templo; pero llevaban a cabo otra labor también: la de instruir a los nuevos hermanos en la fe, y éstos “perseveraban” en estas enseñanzas, o sea, se mostraban diligentes y constantes en aprenderlas. Sin duda alguna, los relatos del ministerio de Jesucristo formaban parte importantísima e imprescindible de las enseñanzas de los Apóstoles, quienes, ayudados por un círculo de hermanos muy enterados de los detalles de la Obra de Cristo, reiteraban una y otra vez los incidentes más destacados y significativos de la Vida, subrayando especialmente la gran crisis de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Aleccionados por el Señor resucitado (Luc. 24:25-27; 44-48), citarían muy a menudo las profecías que se habían cumplido por la Obra redentora de Cristo, pero aquí nos interesa las enseñanzas que daban sobre la Vida de Jesús. Tanto las narraciones como los extractos de las enseñanzas del Maestro, adquirían, a causa de su constante reiteración, formas más o menos fijas al ser anunciadas y aprendidas muchas veces; este “molde” sería ventajoso cuando los “enseñados” repetían las historias a otros, pues serviría en parte para salvarlas de las fluctuaciones asociadas con toda transmisión oral. Las formas se fijaron durante los primeros tiempos apostólicos, lo que garantiza su exactitud esencial. Es probable que algunos discípulos, con don para la redacción, hayan escrito narraciones del ministerio de Cristo desde el principio, pero, debido a la escasez de materiales de escribano, y la rápida extensión de la Obra, es seguro que muchos creyentes tendrían que depender de la “tradición oral” durante muchos años. El paso de la tradición oral a los Evangelios escritos . Escribiendo probablemente sobre los años 57 a 59, Lucas empieza su Evangelio, destinado, como veremos, a Teofilo y a su círculo de gentiles cultos, con palabras que echan bastante luz sobre los comienzos de las narraciones evangelicas escritas: “Habiendo emprendido muchos la coordinación de un relato de los hechos que entre nosotros se han cumplido -se trata del Ministerio del Señor- tal como nos los transmitieron aquellos que desde el principio fueron testigos oculares de ellos y ministros de la Palabra; hame parecido conveniente también a mí, después de haberlo averiguado todo con exactitud, desde su principio, escribirte una narración ordenada, oh excelentísimo Teofilo, para que conozcas bien la certeza de las cosas en las cuales has sido instruido” (Luc. 1:1-4). Aprendemos que por la época en que

Lucas empezó a redactar los resultados de sus investigaciones, había muchas narraciones que recogían las enseñanzas de los Apóstoles que se explicaron al pnncipio por el método catequístico que hemos notado. A la sazón, ninguna de aquellas narraciones había adquirido autoridad de “escrito inspirado”, aprobado por los Apóstoles como el complemento de su misión de “recordar” y transmitir la verdad sobre la Persona y la Obra del Maestro, pero se acercaba el momento de la selección, por la providencia de Dios y bajo la vigilancia de los Apóstoles, de cuatro escritos que habían de transmitir a traves de los siglos el retrato espiritual de Cristo y el detalle necesario de su Obra. Según los datos que constan en la breve introducción al Evangelio de Marcos que se hallará en la segunda sección, veremos que hay razones para creer que Juan Marcos recogió en el Evangelio que lleva su nombre las enseñanzas del apóstol Pedro. Constituye, pues, un ejemplo claro de como la enseñanza de un Apóstol se cuaja en forma literaria por la ayuda de un discípulo y amanuense. Mateo y Juan redactan principalmente la sustancia de sus propios recuerdos, avivados éstos por el Espíritu Santo. Ya hemos visto que Lucas, no siendo testigo ocular de los hechos, se dedicó a una concienzuda labor de investigación, interrogando a testigos, y examinando escritos anteriores, llegando por estos medios a la cima de su hermosa obra; el auxilio del Espíritu Santo no sería menos necesario por tratarse de una labor de paciente investigación. Sus estrechas, relaciones con Pablo prestarían autoridad apostólica a sus escritos (Lucas y Los Hechos). El llamado “problema sinóptico” Los tres primeros Evangelios se llaman “sinópticos” (“vista general”, o “parecida”) por la razón de que, en contraste con el de Juan, presentan la Vida de una forma aproximadamente igual, dentro de las distintas características que estudiaremos. Es decir, que reflejan las impresiones de los testigos inmediatos de los hechos, y trazan los movimientos y obras del Señor dentro de una perspectiva cercana e histórica. En cambio Juan, al final de su vida, pone por escrito la Vida según la comprende después de largos años de meditaciones y de revelaciones, elevándola a un plano espiritual. Sus hechos son históricos también, pero su tratamiento de los hechos es personal y espiritual. Son las interrelaciones de los tres Sinópticos lo que ha dado lugar al supuesto “problema”, ya que se encuentran muchos incidentes (especialmente aquellos que se relacionan con el ministerio de Galilea) que son casi idénticos en su sustancia y forma. Para el que escribe el fenómeno es natural e inevitable si tenemos en cuenta que las primeras tradiciones orales, a causa del método de enseñanza y de reiteración, adoptaron formas más o menos estereotipadas desde el principio, y es natural que guardasen las mismas formas al ser redactadas por escrito. Si la semejanza surge de copiar de unos escritos a otros, es interesante -pero no de importancia vital- considerar cuál sería la fuente anterior. De hecho casi toda la sustancia del evangelio según Marcos se halla en Mateo y Lucas (menos unos cincuenta versículos).

Obviamente, Mateo y Lucas contienen mucho material que no se halla en Marcos, pero hemos de notar que existen coincidencias entre Mateo y Marcos, diferenciándose los pasajes de Lucas, y también hay coincidencias entre Lucas y Marcos, diferenciándose Mateo. También hay material coincidente en Mateo y Lucas que no se halla en Marcos. Surgen las preguntas: ¿tenían delante el Evangelio de Marcos tanto Mateo como Lucas? En este caso, ¿disponían de otra fuente distinta que explicara el material que tienen en común que no se halla en Marcos? Muchos eruditos han afirmado la existencia de tal documento, llamándolo “Q” (alemán=“quelle”, “fuente”). Por otra parte, es posible que los eruditos pierden el tiempo en buscar “los tres pies al gato”, y que de hecho todo se explica por un gran número de “moldes” que daban forma a la tradición oral, que estaba a la disposición de todos, juntamente con las tempranas narraciones que menciona Lucas, sin olvidarnos de la importancia vital de los conocimientos, intereses y propósitos de cada uno de los Evangelistas. Mucho más importante es que podemos percibir la mano de Dios que guiaba y habilitaba a siervos suyos aptos para la delicada tarea, de trascendental valor, de recopilar y redactar, por la ayuda del Espíritu Santo, precisamente los cuatro aspectos de la Vida que nos han sido transmitidos, y en los cuales es evidente aquella calidad espiritual y divina que los eleva por encima de meras biografías o historias.

EL EVANGELIO CUADRIFORME Por qué tenemos cuatro “Evangelios” y no uno solo que reúna en sí la sustancia histórica y didáctica de todos? Se han redactado muchas “armonías” de los Evangelios, siendo la primera y la más importante aquella que publicara Taciano el Sirio, y que se llamaba el “Diatessaron” (170 d. C.) a causa de sus cuatro componentes. Pero este esfuerzo “lógico” y “conveniente” destruye algo de verdadero valor, ya que cada Evangelio presenta una faceta distinta y peculiar de la Vida, por lo que el retrato total gana mucho en definición y en profundidad. Para formar una idea del rostro de un “amigo por carta”, a quien nunca hemos visto personalmente, ¿qué sería mejor? ¿Qué nos mandara una sola fotografía grande “de cara”, o cuatro fotos sacadas “de cara”, de perfil, de medio perfil, etc.? Sin duda valdría mucho más la serie de semblanzas desde distintos puntos de vista. Así sucede con las maravillosas “fotografías” literarias que son los cuatro Evangelios, pues cada Evangelista expone las múltiples glorias y bellezas morales del Dios-Hombre según le fueron reveladas; por lo tanto cada escrito, aun siendo completo en sí, suplementa y complementa los otros tres, presentando los cuatro juntos una perfecta revelación de nuestro Señor Jesucristo. Su vitalidad y su veracidad son tales que, aún hoy, después de tantos siglos, al leerlos nos sentimos en la presencia de nuestro divino Maestro, y quedamos hondamente impresionados

tanto por el impacto de su Persona como por la fuerza vital de sus palabras, que nos llegan con tanta claridad como si las oyesemos pronunciar ahora mismo. Tuvimos ocasión de notar arriba que, durante los primeros años del siglo segundo, los cristianos juntaron en un volumen los escritos de los cuatro Evangelistas (desgajando “Lucas” de “Los Hechos”), llamando al conjunto EL EVANGELIO. Luego cada escrito llego a conocerse como “El Evangelio según Marcos”, etc.). Quedó intacto el concepto de un solo Evangelio, bien que presentado según sus distintas facetas por cuatro autores diferentes. Los matices que distinguen estos escritos evangélicos se han de detallar en la segunda sección, de modo que no hemos de elaborar más este tema aquí únicamente ponemos de relieve que contemplamos la misma Persona en los cuatro Evangelios, y que el significado de su Obra es idéntico en todos. Se trata de distintos puntos de vista, relacionados con la finalidad de cada escrito, y no de Evangelios “diferentes”.

LA VERACIDAD DE LOS EVANGELIOS El testimonio interno del Espíritu El creyente que ha experimentado en sí mismo el poder vivificador y transformador del Evangelio, ya posee, por el testimonio interno del Espíritu, evidencia muy suficiente de la veracidad y de la eficacia de la Palabra divina; pero, como cristianos y siervos de Dios, nos toca tratar con muchas personas que no han visto “la visión celestial” y, al testificar de la verdad delante de ellos, es necesario que sepamos dar razón de la fe que está en nosotros. Por eso conviene saber algo de las pruebas objetivas que se relacionan con la historicidad y la fiel transmisión de los Evangelios, corazón de la Palabra santa y de la Fe cristiana. Evidencia documental Por “evidencia documental” queremos decir los textos griegos de los cuatro Evangelios que están a la disposición de los traductores y escriturarios en nuestros tiempos. Pasaron catorce siglos antes de que los textos pudiesen beneficiarse de la exacta impresión y rápida distribución que se debe a la invención de la imprenta, durante los cuales las copias tenían que hacerse a mano, fuese en frágiles papiros, fuese en costosos pergaminos. Los autógrafos de los Evangelistas se han perdido, igual que todos los de las obras clásicas de la antigüedad, y hemos de depender en todos estos casos de copias de copias. Pero se puede afirmar, sin posibilidad alguna de contradicción de parte de personas enteradas de estas cuestiones, que no existe obra literaria antigua alguna sobre cuya autenticidad abunden tantas pruebas, sobre todo en el terreno documental. Los copistas cristianos, inspirados por su fe, eran mucho más

diligentes que los paganos, dedicándose gran número de ellos a sacar copias de los preciosos escritos apostólicos que eran el sustento espiritual de las iglesias de los primeros siglos de la era. Como resultado de este santo celo, se catalogan hoy más de 4.000 manuscritos de todo, o de una parte, del N. T., los cuales se hallan diseminados por los museos, bibliotecas y centros de investigación de Europa y de América, revistiéndose algunos de gran antiguëdad y autoridad. La “crítica textual” bíblica ha llegado a ser una ciencia, a la que dedican sus desvelos centenares de eruditos que pueden discernir el valor de los textos que estudian, y que nos acercan siempre más a la época apostólica. Variantes en detalle existen, pero no es cierto que el texto esté muy corrompido. Al contrario, Sir Frederick Kenyon, director en su tiempo del Museo Británico, y autoridad indiscutible en la materia, afirmaba que los textos griegos modernos, que resultan de los afanes de los eruditos, tales como el Nestle revisado, no difieren sino en detalles insignificantes de los autógrafos de los Apóstoles y los Evangelistas. De gran valor es el Códice Sinaíticus, que fue hallado por el erudito alemán Tischendorf en el monasterio de Sinaí en 1844, y que ahora constituye uno de los mayores tesoros literarios y bíblicos del Museo Británico. Del mismo tipo es el Códice Vaticanus , guardado, como señala su nombre, en la Biblioteca vaticana, pero ahora a la disposición de los escriturarios. Fueron copiados de excelentes manuscritos durante el siglo IV. De los papiros muy antiguos, muchos de los cuales han sido sacados a la luz por los arqueólogos en tiempos recientes, puede servir de ejemplo la colección “Chester Beatty”, que contiene los cuatro Evangelios, diez de las epístolas paulinas, la Epístola a los Hebreos y el Apocalipsis. Fueron copiados de buenos textos en el siglo III. Se guarda en la Biblioteca “John Rylands” de Manchester un fragmento del capítulo 18 de Juan, muy pequeño, pero muy importante, ya que, según el criterio de los paleógrafos, pertenece a la primera mitad del siglo II. Uno de ellos, el doctor Guppy, ha dicho que apenas había tenido tiempo de secarse la tinta del autógrafo de Juan cuando se sacó la copia a la cual pertenecía este fragmento. Constituye una evidencia incontrastable en favor de la fecha tradicional de la redacción del Evangelio según Juan sobre los años 95 a 100 d. C. No existen otros documentos antiguos que se apoyen ni con la mínima parte de las pruebas documentales del N. T., y en particular, los cuatro Evangelios. El testimonio de los escritos cristianos del primer siglo Los llamados “padres de la Iglesia” eran los líderes de las iglesias que vivieron al fin del siglo I, y a principios del II, y quienes pudieron haber tenido contacto con los Apóstoles. De hecho, el valor de sus escritos fluctúa mucho, pero las referencias en ellos a los libros del N. T. se revisten de gran importancia evidencial, ya que prueban que los Evangelios -amén de otros libros del canon- fueron conocidos y

admitidos como inspirados por los cristianos en la época sub-apostólica. Aun cuando no disponemos de los escritos mismos de algunos de ellos, bastantes citas se hallan recogidas en la Historia Eclesiástica de Eusebio (siglo IV). Papías era obispo de Hierápolis, en Frigia, al principio del siglo II. Escribió un extenso libro titulado “Una exposición de los Oráculos del Señor”, que conocemos por los extractos en 1ª obra de Eusebio, y por referencias en el Prólogo Antimarcionita; el obispo basó su obra precisamente sobre los cuatro Evangelios. Ireneo dice que Papías era discípulo de Juan; por las fechas no hay dificultad en aceptar esta declaración, y por lo demás vivía cerca de Éfeso, la última base del apóstol Juan. Hay evidencia, pues, que se enlaza con la epoca apostólica. Ignacio era obispo de Antioquía en Siria, y, en camino a Roma para sufrir el martirio en el circo (115 d. C.), escribió varias cartas a algunas iglesias en Asia, llenas de citas o de alusiones a los cuatro Evangelios. Policarpo era obispo de Smirna, donde murió por la fe, ya muy anciano, en el año 156. De él tenemos una hermosa epístola dirigida a la Iglesia de Filipos. Por numerosas referencias a Policarpo en los escritos de Ireneo y Eusebio, sabemos que citaba muchos textos de los Evangelios, llamándolos “Las Santas Escrituras” o “Los oráculos del Señor”. También en su juventud había conocido a Juan. Justino Mártir, filósofo y apologista cristiano, murió mártir en el año 150; hizo frecuentes referencias a los Evangelios en sus libros apologéticos y su “Diálogo con Trifón el Judío”. Desde los años 150 a 170 aparecen listas de libros del N.T. ya considerados como canónicos, tanto en “El Prólogo Anti-Marcionita”, corno en el Fragmento Muratoriano. Estimulados por la controversia con el hereje Marción, quien rechazaba el A. T. y publicaba una lista muy restringida de los libros del N.T. que estaba dispuesto a admitir, los cristianos ortodoxos volvieron a examinar los escritos evangélicos y apostólicos, rechazando algunos otros que se consideraban equivocadamente como Inspirados y quedando aproximadamente con la lista que compone nuestro N. T. de hoy. En Siria, sobre el año 170, Taciano produjo su “Diatessaron”, ya mencionado, que es una armonía de los cuatro Evangelios. lreneo. Sólo resta mencionar el testimonio del líder cristiano Ireneo, obispo de Lyon, en Francia, pero oriundo de Asia, discípulo de Policarpo y voluminoso escritor. De importancia especial es su obra “Contra herejías”, en la que cita constantemente textos sacados de todos los Evangelios.

CONCLUSIÓN No hay nada pues que apoye la idea muy extendida de que Jesús era un maestro religioso, al cual crucificaron por oponerse a las ideas corrientes en su día, convirtiéndose los escasos datos en cuanto a él

en leyendas a través de los siglos por el celo de sus seguidores, quienes llegaron a considerarle como un dios. Las evidencias documentales remontan a una época cuando aun vivían muchos de los testigos de su Vida Muerte y Resurrección, y que daban sencillo testimonio de su Persona divina y humana. Los cuatro Evangelios son escritos históricos que ofrecen toda garantía a quien busca en ellos la Suprema revelación de Dios en Cristo.

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Discurra sobre el origen del Evangelio, su manifestación en el Señor Jesucristo y su proclamación por el Señor. 2. ¿Cómo fueron entrenados los testigos-apóstoles? Señálese la importancia de su obra como tales y cítense palabras del Señor que indican lo que habían de ser y realizar. 3. Con referencia a los primeros capítulos de Los Hechos, describa la manera en que los Apóstoles cumplieros su cometido como heraldos de Cristo y como enseñadores de la Iglesia. 4. ¿Qué entiende por “tradición oral” en el verdadero sentido de la palabra? ¿Cómo se concretaron las enseñanzas orales de los cuatro Evangelios reconocidos como autoritativos? 5. Si alguien le dijera que los evangelios son producto de la falsa piedad cristiana de los siglos segundo y tercero, ¿cómo te demostraría lo contrario?

Capítulo 2 LOS TRES EVANGELIOS SINÓPTICOS EL EVANGELIO SEGÚN MATEO Según hemos notado en la sección introductoria, los tres primeros Evangelios, en el orden en que se hallan en el N.T., se llaman “sinópticos” porque enfocan la vida y el ministerio de Cristo de una forma análoga, en marcado contraste con el punto de vista del cuatro Evangelio. Los Evangelistas sinópticos se distinguen los unos de los otros por sus finalidades y planes, que se determinan mayormente por la clase de lector a la cual se dirigen, pero todos aprovechan el fondo común de la “temprana tradición” en su verdadero sentido; o sea, el tesoro de los recuerdos de muchos testigos oculares conservados en relaciones orales, o en forma escrita. Detrás de todos ellos se discierne el elemento indipensable de la autoridad apostólica. Las notas siguientes son necesariamente breves, ya que el propósito nuestro es de ver a los Sinópticos en su prespectiva general, y no escribir un comentario sobre cada uno, pero abrigamos la esperanza de que orienten al estudioso lector, llevándole de nuevo, con mayor interés y discernimiento, a los mismos Evangelios, que constituyen la fuente más antigua de toda información sobre Emmanuel, Dios con nosotros.

EL EVANGELIO SEGÚN MATEO EL AUTOR Los textos más antiguos de este Evangelio son anónimos, y el autor no hace referencia en parte alguna. Con todo nunca fue disputado en la antigüedad que Mateo, Apóstol del Señor, fuese el autor de este relato de la vida de Cristo. Evidencia externa Esta evidencia remonta a Papías (c. 100 d. C,), según una cita en la Historia Eclesiástica de Eusebio (III. 39): “Mateo compuso las “logia” (“dichos”) en lengua hebrea, y cada uno 1as interpretó como pudo”. Hacia el final del primer siglo Ireneo (Contra Herejías, III. 1) declaró: “Mateo también redactó un Evangelio entre los hebreos, en su propia lengua, por la época en que Pedro y Pablo estaban echando el fundamento de la iglesia en Roma”. Existe, pues, una tradición antigua y constante acerca de un Evangelio redactado por Mateo para el

uso de hebreos, y en arameo, que es lo que quería decir Papías por “hebreo”. Pero las copias más antiguas que se conservan están redactadas en griego helenístico, como los demás Evangelios, y los especialistas en la materia no disciernen señales de que se trate de una traducción. Faltando más información acerca de la relación entre el escrito en arameo, y el que tenemos en griego, podemos pensar que el autor, quien sería bilingüe, como todos los judíos de entonces que trataban mucho con gentiles, volvería a escribir él mismo las “logia” en griego al uso de los judíos de la Dispersión, después de circular su primer escrito en arameo entre los judíos de Palestina. El término que emplea Papías -”Logia” o “Dichos”- es interesante, ya que, como veremos, este Evangelio se caracteriza por amplias referencias al ministerio hablado del Señor. Evidencia Interna Sabemos tan poco de Mateo que no podemos esperar hallar muchos indicios de la paternidad literaria dentro de su propio libro, pero se puede decir que la poca evidencia que existe concuerda bien con la evidencia externa que ya hemos notado. a) Características del autor. Mateo, o Leví, había sido recaudador de tributos en Capernaum, y como tal habría tenido que llevar cuentas y redactar informes como parte de su trabajo. Es probable que debamos a sus propios apuntes mucho de la detallada enseñanza del Maestro. En el relato de su conversión no nos dice que fue él quien generosamente costeó el banquete, por el cual quiso poner a sus antiguos colegas en contacto con el Señor (comp. Mat. 9:9,10 con Luc. 5:27-32), que es rasgo concordante con la modestia del autor, quien se esconde a sí mismo detrás del Señor. b) El vocabulario del Evangelio. Mateo emplea 115 vocablos que no se hallan en otros escritos del N. T., y varios de éstos tienen que ver con dinero, oro, plata, deudas, cuentas, cambios de dinero, etc., que estarían “a la punta de la pluma” de un ex publicano. e ) Su gran interés por el pueblo de Israel, conjuntamente con su celo en recopilar los “discursos de condenación” que Cristo dirigió contra la hipocresía de los fariseos y escribas (poe ejemplo, el capítulo 23) son compatibles con la actitud de un judío celoso que habría tenido que sufrir mucho de manos de los guías a causa de su profesión.

LA FECHA Y LUGAR DE REDACCION Por lo que queda dicho sobre la oscuridad que rodea el origen literario de este Evangelio, el lector no esperará que podamos adelantar fechas exactas, o dar a conocer con precisión el lugar donde se redactó. Si fue originalmente escrito en beneficio de círculos de cristianos y amigos en Palestina, hemos de suponer una fecha posterior a la dispersión de la Iglesia en Jerusalén (Hech. 8: 1-4), y, al mismo tiempo,

la manera de redactarse el Sermón profético parece indicar que no había tenido lugar aún la destrucción de Jerusalén (70 d. C.). Ireneo señala una fecha coincidente con la estancia de los apóstoles Pedro y Pablo en Roma, que se ha de situar “a grosso modo” entre los años 60 y 65. Hemos considerado la probabilidad de que el núcleo del escrito corresponda a las notas tomadas por Mateo durante el mismo ministerio del Señor, y la tradición “libre las “Logia” en arameo señala un proceso que quizá llegó a su fin en un manuscrito griego que empezara a circular entre lus iglesias de habla griega de Palestina y de Siria por los años 55 a 65. Mateo habrá escrito su libro, o en la misma Palestina, o en uno de los grandes centros de actividad de judíos de habla griega de Siria, como Cesarea o Antioquía.

CARACTERÍSTICAS DEL EVANGELIO Como todos los Evangelios, este escrito nos ofrece una selección de las obras y de las enseñanzas del Maestro (Juan 20:30,31; 21:25), pero, bajo la guía del Espíritu Santo, la selección obedece a un plan específico que, a su vez, depende de la finalidad del autor. La presentación del material en secciones Parece ser que Mateo no se interesa tanto en seguir un orden cronológico rígido, sino en agrupar su matenal en secciones con el fin de hacer resaltar ciertos grandes rasgos de la obra y del ministerio del Señor en la época de que se trata. Así hallamos los principios del Reino de Dios en la larga sección comúnmente llamada el “Sermón del Monte” (caps. 5 a 7); en la sección siguiente presenta una serie de las obras de poder del Señor que ilustran la operación de los principios del Reino. Los capítulos 10 y 11 se ocupan de la extensión de la proclamación del Reino y de las variadas reacciones de los hombres a ella; muchas “parábolas del reino” se agrupan en el cap. 13, etcétera. De este modo distintos aspectos de la Persona, la Obra y las enseñanzas del Mesías Rey se presentan en series bien ordenadas hasta llegar a la crisis de la Confesión en Cesarea de Filipo (16:16). Después las secciones señalan, o la preparación de los discípulos en vista del misterio de la Cruz, o la creciente oposición de los jefes de Israel al Mesías así revelado. La consumación, desde luego, es la Obra de la Cruz y el triunfo de la Resurrección, que hace posible las bendiciones universales que se entrañan en la Gran Comisión (28: 18-20). El espacio que dedica el autor a las enseñanzas del Señor En este sentido es fácil y aleccionador entablar una comparación entre Mateo y Marcos, pues éste “se especializa” en las obras del Señor, como corresponde a quien presenta a Cristo como “el Siervo de Jehová”. Mateo, en cambio, abrevia algunos milagros, pero se extiende en las enseñanzas, que se hallan

muy resumidas en Marcos. El ministerio oral que aquí hallamos, incluye muchas parábolas y gira, directa o indirectamente, alrededor del tema del Reino de Dios. Véanse los siguientes grandes discursos: “los principios y normas del Reino”, caps. 5-7; instrucciones a los Doce en relación con su misión, cap. 12; las parábolas del Reino, cap. 13; enseñanza sobre la humildad y el perdón, cap. 18; la denuncia de la hipocresía de los fariseos, cap. 23; el discurso profético, caps. 24, 25. Abundantes citas del A. T Además de 40 textos citados para probar que Jesús de Nazaret es el Mesías profetizado, Mateo hace muchas referencias y alusiones al A. T., sacadas de veinticinco de los treinta y nueve libros del canon antiguo, y llegando al total de ciento treinta. Cita indiferentemente de la “Biblia hebrea” -que se utilizaba en las sinagogas, pero que no se entendía por los judíos en general- o de la versión griega, llamada la Alejandrina, que era leída por los judíos que hablaban griego. Se respira el ambiente del A. T. en este Evangelio, sin que por eso dejemos de ver clarísimamente que hemos llegado a un tiempo de cumplimiento en la Persona y Obra del Mesías. Muy a menudo Mateo introduce sus citas por medio de fórmulas como la de 1:22: “Todo eso aconteció para que se cumpliese lo que fue dicho por el Señor, por el profeta...” El propósito de Dios, la revelación profética y el cumplimiento, se relacionan tan estrechamente en el pensamiento de Mateo que la profecía se presenta como la causa que produce el acontecimiento. Esta característica se relaciona estrechamente con las finalidades del Evangelio que consideramos a continuación, y podemos ver un ejemplo de ella en 1:22-23: “Todo esto aconteció para que se cumpliese lo que fue dicho por el Señor, por el profeta que dijo: He aquí la virgen concebirá y dará a luz un hijo”.

LAS FINALIDADES DEL EVANGELIO La presentación de Jesús a los judíos como su Mesías y Rey Evidentemente el propósito de Mateo era el de convencer a sus compatriotas de que el Mesías había venido, y que había establecido su Reino “en misterio”, con la promesa de volver para hacerlo visible en la consumación del siglo. Esta finalidad determina la selección del material y la forma de su presentación, y da singular valor a este retrato de Cristo, ya que define los rasgos proféticos y típicos vislumbrados en A.T. Se halla, pues, en su debido lugar a la cabeza de los libros del N.T, puesto que echa un puente entre ambos Testamentos. a) La introducción. Las primeras palabras son evidencia e lo que hemos expuesto: “Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”. Sigue una genealogía que enfatiza la relación

de Jesús tanto con Abraham, el “padre” de la raza, de quien es la Simiente prometida, como con David, a quien fue concedido el “pacto del Reino”, de quien es el Hijo real, consumación del ideal del Rey que funda un reino eterno. b) La búsqueda de los magos (2:1-12). La historia típica del Nacimiento aquí es la de los sabios del oriente que vienen preguntando: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?” Compárese con la historia típica de Lucas, que gira alrededor de la visión de unos humildes pastores, y véase el mismo énfasis en el escrito que Pilato hizo colocar encima de su cabeza: “Éste es Jesús el Rey de los judíos” (Mat. 27:37). c) Las citas del A. T. Tantas citas y alusiones al A.T. no habrían servido para nada en el caso de lectores gentiles. Antes bien, les habría sido obstáculo a la comprensión del Evangelio. Pero el método era ideal para los judíos, que amaban toda referencia a su Libro sagrado, y quienes esperaban el cumplimiento de las profecías. d) Las relaciones entre las enseñanzas del Señor y la Ley de Moisés se analizan en 5:17-48, presentándose aquéllas como la consumación espiritual de ésta, y, por lo mismo, como la condenación de la pobre justicia externa de los fariseos y escribas. He aquí un tema de importancia fundamental para quienes se habián criado bajo las enseñanzas de la Ley. e) El rechazo del Mesías por los guías ciegos no fustró la promesa ni el propósito de Dios, sino que proveyó el medio para realizarlos. Comp. Hechos 13:26-33. Las otras finalidades que notamos se hallan en relación estrecha con la precedente. La manifestación del cumplimiento de la revelación anterior en Cristo. La relación entre Mateo y los escritos del A.T. no es de mera continuidad, ni mucho menos de brusca negación, sino de cumplimiento vital. Todo lo anterior había de cumplirse, pues era Palabra de Dios hablada por los profetas; y Mateo tiene el gozo de hacer ver a los judíos que la sombra antigua ha hecho hermosa realidad en la Persona de Jesús de Nazaret. Volvemos en espíritu a Gén. 12:1-3, y veremos la raza de Abraham bedecida por el cumplimiento de las promesas acerca de la Simiente, y hecha bendición a “todas las familias de la tierra”. Israel se halla en primer plano como instrumento de Dios, pero la bendición se hace universal en el Mesías. La declaración de las características del Reino hecha realidad en Cristo. Los judíos en general esperaban la manifestación de un Reino glorioso en la tierra al venir el Mesías, según las múltiples pofecías que conocían tan bien. Si el Evangelio llega a centrarse, no en un trono visible, sino en una cruz, es preciso exp1icar cómo el Crucificado puede ser el Rey esperado. Al ser quitado el obstáculo del pecado por la obra de la Cruz el Reino podrá manifestarse bajo cuatro aspectos

principales: a) El Reino depende en todo del Rey. Si el “Reino de Dios se ha acercado” (4:17) es porque el Rey ha venido. Las características del Reino se presentan como si fueran un reflejo del carácter del Rey en las vidas de los súbditos (caps. 5 a 7). b) El Reino se forma con súbditos que se hacen “niños” para entrar en él, desechando toda pretensión propia para depender en todo de Dios. Es una bendita inversión del proceso de la Caída (18: 1-4). He aquí el reino espiritual del cual es súbdito todo verdadero creyente. e) Hay un “Reino en misterio” que se expone muy claramente en las parábolas del cap. 13. No sólo lucha contra los enemigos declarados de afuera, sino que ha de resistir tendencias insidiosas que se producen dentro de la esfera de profesión que dice ser sujeta al Rey. Por ende, dentro del “campo del Reino” se hallan no sólo “hijos del reino”, sino también “hijos del malo”, del modo en que peces “buenos y malos” se sacan de la “red” del Reino (13:36-43; 47-50). Es el Reino de los verdaderos hijos de Dios dentro de la llamada “cristiandad”, quienes no sólo luchan contra las fuerzas del mundo, sino que se hallan afligidos, estorbados y hasta combatidos por llamados “cristianos” que no se someten a la Palabra. d) Habrá un Reino en manifestación en la tierra en cumplimiento de las profecías antiguas (8:11; 13:40-43; 25:31-34). Expresiones que subrayan el tema del Reino Es peculiar a Mateo la frase “el Reino de los Cielos”, que aparece 32 veces, mientras que la equivalente “Reino de Dios” está tan sólo 5 veces. Desde luego, para los judíos, “el Reino de los Cielos” era una forma velada de mencionar el “Reino de Dios”, pero al mismo tiempo el uso insistente de Mateo de esta forma tiene que tener un significado especial, y puede referirse a la etapa del Reino cuando el Rey se halla alejado de los suyos en presencia física. El título mesiánico, “Hijo de David”, se halla nueve veces, que es otro rasgo típico del tema del Reino, y del carácter judaico de este Evangelio. Otra frase de gran importancia es “la consumación del siglo”, tan mal traducida en la Vers. R. V. por “el fin del mundo”. Ocurre 5 veces en Mateo, y señala la crisis que marcará la consumación de los propósitos de Dios en esta dispensación, y la introducción de la sucesiva del “Reino en manifestación” (13:39 a 49; 24:3; 28:20).

MATERIAL PECULIAR A MATEO

Es provechoso considerar el material peculiar a cada Evangelio, ya que ilustra el principio de selección que guía al autor. Hemos notado que casi todo el material del Evangelio “básico” de Marcos se reproduce de alguna forma u otra en Mateo y Lucas. Las enseñanzas de Mateo se nos presentan, como hemos visto, en forma extensa, con énfasis especial sobre el tema del Reino, pero aparte de algunas parábolas, y el juicio del cap. 25, se hallan en germen o en resumen en los otros dos Sinópticos. Notaremos, pues, las narraciones, las parábolas y los milagros que sólo nos relata Mateo. Narraciones peculiares a Mateo La visión de José (1:20-24). La visita de los magos (2:1-12). La huida a Egipto (2:13-15). La matanza de los inocentes (2:16). El sueño de la mujer de Pilato (27:19). La muerte de Judas (27:3-10). La resurrección de los santos (27:52-53). El soborno de la guardia de la tumba (28:12-15). Parábolas peculiares a Mateo La cizaña (13:24-30, 36-43). El tesoro escondido (13:44). La perla de gran precio (13:45-46). La red (13: 47-50). Los dos deudores (18:23-35). Los obreros de la viña (20:1-16). Los dos hijos (21:28-32). Las bodas del hijo del rey (22:1-14). Las diez vírgenes (25:1-13). Los talentos (25:14-30). Milagros peculiares en Mateo Los dos ciegos (9:27-31). El endemoniado mudo (9:32-33). La moneda en la boca del pez (17:24-27). Fórmula bautismal pecular a Mateo Esta fórmula se halla en 28:18,20. Es de interés notar también que sólo en Mateo se anticipa la palabra “iglesia” (16:18; 18:17).

EL PLAN DE MATEO Dos grandes movimientos El material de Mateo es tan rico y abundante, qe se presta a diferentes análisis. Dos grandes “movimientos” se señalan por la frase “desde aquel tiempo” en 4:17 y 16:21. La primera inicia el ministerio público de predicación y de la realización de poderosas obras en Galiliea, por las que la Persona y la misión del Salvador fueron ampliamente presentadas al pueblo. Llega a su consumación cuando el Señor pregunta: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” y luego, volviéndose a

los discípulos: “¿Quién decís vosotros que yo soy?” En general los hombres no habían discernido más que “un profeta”, pero los Apóstoles, por boca de Pedro, confiesan: “Tú eres el Cristo (Mesías) el Hijo del Dios viviente” (16:16). Sobre la base de esta confesión, y en vista de la actitud negativa de la mayoría, Cristo pudo iniciar la preparación de los suyos para recibir el gran misterior: un Reino basado sobre la Obra de la Cruz: “Desde aquel tiempo comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le vonvenía ir a Jerusalén, y padecer mucho de los ancianos… y ser muerto y resucitar al tercer día”. El movimiento así iniciado le llevó a la Cruz y a la Resurrección, iluminándose por fin la mente de los Apóstoles durante el ministerio del Resucitado en los “cuarenta días”; de este modo los testigos se hallaron preparados para el cumplimiento de su comisión universal (28:18-20). Grandes secciones señaladas por Mateo Después de una introducción que abarca el nacimiento y la infancia de Jesús, el ministerio del Bautista, el bautismo y la tentación del Señor, y antes de llegar a la consumación de la Pasión, Muerte y Resurrección, hallamos seis secciones compuestas de narraciones seguidas por un discurso, terminándose todas con la frase: “y aconteció, cuando Jesús acabó estas palabras... “ Corresponden, sin duda, a las notas originales de Mateo, y son las siguientes: 1. Caps. 3 a 7 (fin en 7:28). 2. Caps. 8 a 10 (fin en 11:1). 3. Caps. 11:2 a 13 (fin en 13:53). 4. Caps. 14 a 18 (fin en 19: 1). 5. Caps. 19: 2 a 23 (fin en 23:39). 6. Caps. 24 a 25 (fin en 26:1).

UN ANÁLISIS DEL EVANGELIO Para que el lector pueda ver el contenido y el plan del libro a vista de pájaro, adelantamos el análisis siguiente.

I EL ADVENIMIENTO DEL REY MESÍAS Y SU PREPARACIÓN PARA SU MISIÓN 1:1-4:22 1. Su enlace con Abraham y David, como Mesías, Simiente y Rey (La genealogía es la “oficial” a

través de su “padre adoptivo”, José) 1:1-17 2. Su nacimiento de una virgen en cumplimiento de las profecías. 1:18-2:23 3. La proclamación de heraldo del Rey 3:1-12 4. El bautismo, unción y pruba del Rey 3:13-4:11 5. La primera proclamación personal del Rey, con el llamamiento de los primeros discípulos 4:1222

II EL MINISTERIO DEL REY MESÍAS POR ENSEÑANZAS Y OBRAS DE PODER (UNA PLENA PRESENTACIÓN DE SU PERSONA Y MISIÓN) 4:23-16:12 1. El poder del Reino manifestado por las sanidades 4:23-25 2. Los principios del Reino ampliamente declarados 5:1-7:29 3. La naturaleza y la autoridad del Reino ilustrados por muchas obras de poder 8:1-9:35 4. Los mensajeros el Rey, su misión, y las condiciones de su testimonio 9:36-10:42 5. Reacciones adversas y favorables al mensaje del Reino 1:1-30 6. Diversas manifestaciones de oposición al Reino 12:1-16:12

III LA CRISIS DE COMPRENSIÓN Y OBEDICENCIA EN CUANTO AL REINO (CESAREA DE FILIPO) 16:13-17:9 1. La limitada comprensión aun de los “amigos” 16:13-14 2. La plena confesión del cuerpo apostólico 16:15-20 3. El Reino y la Cruz 16:21-28 4. La gloria del reino desvelada 17:1-9

IV EL REY MESÍAS INSTRUYE A LOS SUYOS EN VISTA DE LA CRUZ 17:10-20:34

1. Importantes aspectos del servicio y de la vida de los súbditos del Reino, al seguir a quien “no vino para ser servido, sino para servir”. Cristo emprende el camino hacia Jerusalén. 17:10-20:34

V LA GRAN CONSUMACIÓN DE LA MISIÓN DEL REY SALVADOR EN LA TIERRA 21:1-28:20 1. El rey se presenta y es rechazado por la parte oficial del pueblo 21:1-27 2. El rechazo del Rey y el judío de los rebeldes ilustrados por parábolas 21:8-22:15 3. El Rey deshace las intrigas verbales de sus enemigos y mantiene su plena autoridad 22:16-46 4. El Rey denuncia las pretensiones hipócritas del judaísmo, y lamenta sobre la ciudad rebelbe 23:1-39 5. El Rey predice la consumación futura y manifiesta de su Reino 24:1-25:46 6. Se sella el nuevo pacto de perdón por la sangre del Mesías. El rechazo del Rey se controla por las providencias de Dios. 26:1-27:66 7. La tumba vacía proclama la victoria del Rey sobre la muerte 28:1-15 8. El Resucitado, a quien es dada todo autoridad en el cielo y en la tierra, envía sus embajadores para que proclamen el Evangelio del Reino por todo el mundo 28:16-20

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. ¿Qué razones hay para creer que Mateo es el autor del primer Evangelio? ¿Se hallan indicios en el libro mismo que revelen algo acerca del autor? 2. Discurra sobre las características peculiares de este Evangelio. ¿Cúal es su finalidad principal? 3. Demuestre que a Mateo le interesa de manera especial el tema del “Reino de Dios”, o sea, del “Reino de los Cielos”. Señale por lo menos tres aspectos del Reino según él lo presenta. 4. Señálense las grandes secciones de este Evangelio. (El estudiante puede tener delante el Evangelio, y se supone que habrá estudiado bien el análisis de la lección, pero no debe mirarlo en el curso de sus trabajos escritos.)

Capítulo 3 LOS TRES EVANGELIOS SINÓPTICOS (continuación) EL EVANGELIO SEGÚN MARCOS EL AUTOR Las más antiguas copias de este Evangelio son anónimas, y no hay mención del autor del mismo. Con todo, hay evidencia externa suficiente para justificar la antiquísima tradición de que su autor era Juan Marcos, primo de Bernabé, compañero de los Apóstoles, y conocido por varias referencias directas a su persona en Los Hechos y en las Epístolas. Como veremos, la evidencia interna concuerda con el testimonio externo. Notas biográficas. Por el relato de la persecución herodiana en Hech. Cap. 12, sabemos que la iglesia solía reunirse en casa de María, madre de Juan Marcos. Es razonable deducir que l casa era grande y es cierto que María empleaba por lo menos una criada, Rode (Hech. 12:11-17). Su pariente, Bernabé, oriundo de Chipre, también poseía propiedades que vendió para el bien de la Iglesia (Hech. 4:36,37), de modo que no es atrevido pensar en una familia israelita (de la tribu de Leví) que, habiéndose enriquecido en la isla de Chipre, había vuelto, según la construmbre de muchos judíos de la Dispersión, para establecerse en Jerusalén. Alguien ha querido ver la causa del fallo de Juan Marcos que se nota en Hech. 13:13 en el hecho de que fuese “el hijo mimado de una viuda acomodada”. Sea ello como fuese, lo cierto es que María ponía su amplia casa a la disposición del Señor y de los suyos. Existe la posibilidad de que la Iglesia en Jerusalén no se hubiese mudado de casa, en cuyo caso el “aposento alto” se hallaba también en la casa de María, que habría sido el escenario de la institución de la Santa Cena y el lugar del nacimiento de la Iglesia. Si fuese ello cierto, Juan Marcos tendría un conocimiento especial de los últimos acontecimientos del ministerio del Señor en la tierra, y, por sus contactos con los Apóstoles, aprendería mucho de los incidentes anteriores. Hay un dato curioso que presta algún apoyo a la hipótesis, ya que sólo Marcos relata el incidente del mancebo que estuvo presente durante el prendimiento en el Huerto, y quien, cuando le quisieron prender, huyó desnudo, dejando la sábana en que estaba envuelto en las manos del esbirro (Mar. 14: 51,52). No parece que el incidente afíada nada esencial a la narración general, y dado el carácter escueto del Evangelio, no podemos imaginar por qué Marcos lo relatara si no le interesara personalmente. De

ser él el mancebo de referencia, se confirmaría la impresión de que el autor del Evangelio se hallaba muy cerca de los magnos acontecimientos que narra. Es evidente que el joven había hecho buena impresión en los líderes de la Iglesia en Jerusalén, ya que, cuando Bernabé y Saulo volvieron de dicha ciudad a Antioquía, en las circunstancias que se narran en Hech. 11:27-30 y 12:25, llevaron a Juan Marcos consigo como ayudante en su obra. Hemos de pensar, sin embargo, que se había convertido por el testimonio del apóstol Pedro, puesto que éste le llama “mi hijo” (1 Pedro 5:13). Estando él en Antioquía, Pablo y Bernabé fueron separados por el Espíritu Santo para una labor intensiva entre los gentiles, y, despedidos por la iglesia, fueron primeramente a Chipre, llevando consigo a Juan Marcos. Al pasar el grupo apostólico de Chipre a Panfilia, llevando Pablo la intención de adentrarse en las provincias interiores, Juan Marcos, por razones que ignoramos, decidió volverse a Jerusalén (Hech. 13: 13). Pablo consideraba muy reprensible esta deserción, y no pudo creer que el joven estuviese en condiciones para el servicio especial de ayudarle a él y a Bernabé cuando el segundo viaje fue propuesto. Insistiendo Bernabé, los dos grandes siervos de Dios y compañeros hermanables en la labor del Evangelio, se separaron, llevando Bernabé a Juan Marcos consigo a Chipre, y escogiendo Pablo a Silas para compañero de trabajos (Hech. 15:36-41). Pasan diez años antes de que vuelva a aparecer el nombre de Juan Marcos en las páginas sagradas, pero la referencia, hecha por Pablo mismo, nos hace ver que había logrado rehabilitarse. Se hallaba con Pablo en Roma, durante el periodo del primer encarcelamiento del Apóstol; envía sus saludos a los colosenses, juntamente con otros obreros, y Pablo nota que ha de ser recibido al ir a ellos en el servicio del Señor (Col. 4:10). Por la misma fecha Pablo le incluye entre “mis colaboradores” (Filemón 24). Pasan más años, y el apóstol Pablo se halla en Roma por segunda vez, esperando la sentencia de muerte. Aparte del fiel Lucas, sus compañeros íntimos se hallan dispersos, y se acuerda no sólo de Timoteo, sino también de Juan Marcos, escribiendo al primero: “Recoge de paso a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio” (2 Tim. 4: 11, Verso H. A.). La confianza es ya completa, y es muy evidente que el que “desertó” se ha vuelto a establecer corno fiel soldado de Jesucristo, y ministro valioso en el Evangelio. Durante los “diez años de silencio” es probable que Marcos hubiese ayudado, no sólo a su primo Bernabé, sino también al apóstol Pedro, toda vez que se une con éste al enviar saludos a los cristianos de varias provincias en Asia Menor desde “Babilonia” (1 Ped. 1:1 con 5:13). Babilonia podría ser nombre “camuflado”, significando Roma, pero lo que hacemos notar aquí es que compartía el servicio de Pedro, y conocía las iglesias donde el Apóstol había laborado (véase “Evidencia externa” más abajo). Como veremos a continuación, hay buenas razones para creer que el Evangelio según Marcos recoge mayormente los recuerdos personales del apóstol Pedro, pero comprendemos también que Juan Marcos

mismo estaba muy bien situado para redactar los hechos del gran Acontecimiento, muchos de los cuales habrían quedado grabados en su memoria con la profundidad y nitidez propias de los recuerdos de los años jóvenes. Evidencia externa Papías (c. 100-115 d.C.), según una célebre cita hecha por Eusebio (Historia Eclesiástica, III. 39), hace una referencia al testmonio de “Juan el anciano (presbítero)”, al efecto de que: “Marcos, siendo el intérprete de Pedro, escribió toda su narración con mucha exactitud, pero no siguiendo el orden de lo que nuestro Señor hablaba o hacía, porque él mismo no había oído ni seguido al Señor; pero, según lo hemos hecho constar antes, acompañaba a Pedro, quien le dio las instrucciones necesarias, pero no hasta el punto de narrar los discursos de nuestro Señor. Por lo tanto Marcos no se ha equivocado en nada, al redactar algunas cosas como él lo ha hecho, porque ponía mucha atención en esta misma cosa: de no omitir cosa alguna que había oído, y no dejar pasar ningún dato falso en sus relatos”. El lector atento comprenderá que en tales citas no hemos de creer que los antiguos autores, que recogían lo que podían, sin ser versados en los rígidos métodos históricos modernos, acertaran en todos los detalles, pero basta el énfasis sobre Marcos como amanuense de Pedro, que concuerda con otros testimonios. Ireneo (180 d.C.) escribe en “Contra Herejías” (III.i): “Después de la partida de éstos (Pedro y Pablo), Marcos, el discípulo e intérprete de Pedro, también nos entregó por escrito lo que Pedro había predicado.” Clemente de Alejandría (190 d.C), según una cita de Eusebio, declaró también que Marcos escribió su Evangelio sobre la base de las predicaciones de Pedro. Por estos testimonios comprendemos que la tradición de que Marcos escribiera como portavoz de Pedro es antigua y constante, con la sola variante de que algunos declaran que la obra se realizó durante la vida de Pedro y con su autorización, mientras que otros hablan de una redacción posterior a la muerte del Apóstol. De hecho el asunto se revisté de poca importancia, pues lo probable es que el material se preparase en vida de Pedro, y que el Evangelio llegase a circular ampliamente después de su muerte. Volvemos aquí al concepto de Marcos como “Evangelio básico”, por conservar los recuerdos del apóstol Pedro, tan íntimamente relacionado con el Maestro, y portavoz de los Doce. Evidencia interna La constante voz de la tradición se confirma por varios rasgos del Evangelio mismo, puesto que éste se redacta gráficamente desde el punto de vista de un testigo ocular, aun tratándose de detalles que solamente podrían ser conocidos por el círculo íntimo de los discípulos. Si las descripciones de Pedro

llegan a nosotros por la pluma de Marcos, todo se explica. a) Detalles gráficos. Sólo Marcos nota que Jesús dormía con la cabeza sobre el almohadón del timonel en la popa del barco cuando se levantó la tempestad (4:38): detalle insignificante si no se recordara por un testigo ocular. De igual forma recuerda que la hierba era verde cuando Cristo multiplicó el pan y los peces, señal de la breve primavera en Palestina (6:39). Hay varias referencias a las miradas del Señor: detalle poco probable en una mera historia hecha sobre unos datos recopilados (3:5, 34; 5:32; 10:23; 11:11). Se describen varias pequeñas acciones en detalle, como en el caso de la curación del sordomudo (7:33,34). b ) Detalles íntimos. Notemos 8:33: “Mas Jesús, volviéndose y viendo a sus discípulos, reprendió a Pedro ...” que es una ocasión cuando el dolor de la reprensión, motivada por su atrevido consejo carnal al Señor, habría impreso todo detalle de los movimientos del Maestro sobre la memoria del fiel aunque imprudente discípulo. Hay referencias a los propios pensamientos de Pedro en 9:6 y 11:21, y el punto de vista en 9:10 es el de los “tres”, de los cuales Pedro era uno. Mateo y Lucas hacen las descripciones desde el punto de vista de los “Doce”. e) El estilo gráfico consiste en los detalles ya mencionados, y en el frecuente empleo del “presente histórico”, que es propio de uno que describe sus propias impresiones, según las experimenta en el curso de los acontecimientos. Por ejemplo, “ Y vienen a él, trayendo un paralítico ...” (2:3). Marcos hace cco de estas expresiones del testigo ocular. Evidencia por analogía Se ha hecho ver muchas veces que el discurso de Pedro en la casa de Cornelio (Hech. 10:34-43) presenta analogías con el Evangelio de Marcos. El estilo es rápido y directo, y centra la atención en “Jesús de Nazaret, cómo fue ungido por Dios con el Espíritu Santo y con poder; y anduvo por todas partes haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos del diablo, porque Dios estaba con él …”. Tanto en el discurso como en el Evangelio se destaca el Siervo ungido, quien lleva a cabo una misión de poderosas obras que manifestaban la presencia y el poder de Dios.

FECHA DEL EVANGELIO Hemos notado arriba que Ireneo pensó, al parecer, que el Evangelio fue posterior a la muerte de Pedro, mientras que Clemente de Alejandría y otros “padres” lo fecharon durante el ministerio del Apóstol. Repetimos que la diferencia consiste probablemente en una “redacción” (temprana y durante la vida de Pedro) y una amplia publicación posterior. Si se destinó al uso de cristianos y amigos romanos,

tuvo que redactarse después de la comprensión por los Apóstoles en general de la necesidad de evangelizar extensivamente a los gentiles, o sea, después del Consejo de Jerusalén (49 d. C.). Si Pedro murió mártir c. 65 d. C., se nos señalan los límites de las fechas posibles. Si fue aprovechado por Lucas, que escribió desde 57 a 62, tiene que ser anterior a dichas fechas, y podemos pensar en el periodo 50 a 60. La mención por nombre de Alejandro y Rufo (15:21) significa que estos hombres, hijos de Simón el Cireneo, eran conocidos en los círculos de la actividad de Marcos cuando escribió, que es otro dato que sitúa la redacción dentro de la generación que sucedió a la crucifixión, aunque, desde luego, nada sabemos de la edad de estos hermanos cuando su padre llevó el madero en pos de Jesús. Lo más importante en cuanto á lo que se ha adelantado es la garantía, por el cúmulo de evidencia, de la autenticidad y de la historicidad del documento. No se trata de una historia fantástica, fruto de la multiplicación de leyendas, sino de un escrito que roza con la misma Vida de Jesucristo, que no lleva señal alguna del torcido ingenio, o de la ingenua credulidad que habían de producir los “evangelios apócrifos” más tarde.

RASGOS DESTACADOS DEL EVANGELIO La sencillez del plan Marcos presenta a Cristo como el Siervo de Dios (véase abajo), de modo que no le interesa ordenar su material según un plan complicado. Basta describir de una forma animada y gráfica las poderosas obras tal como las había oído explicar por Pedro. Una acción se enlaza con otra, sirviendo de eslabón la palabra “euthus” (inmediatamente), hasta que se llega a la culminación de todo el servicio del Siervo, la obra de redención. Del tema dominante diremos más en otro apartado. Véase también el bosquejo del contenido al final de la sección. La rapidez de la narración A pesar de ser hebreo, de una tribu apartada para Dios Juan Marcos llegó a comprender bien la mentalidad de los romanos a quienes se dirigía. Eran amantes de la brevedad y de la expresión concisa. Lo que interesa es que se destaque delante de sus ojos la figura de aquel que no vino para ser servido, sino para servir, haciendo resaltar también la eficacia de su Obra y la grandeza de su poder, a pesar de desechar todo medio humano de diplomacia o de fuerza carnal. La brevedad de las enseñanzas Después de haber estudiado Mateo, y de haber notado las riquezas didácticas de aquel Evangelio,

podemos apreciar mejor el carácter complementario de Marcos, quien da detalles de ciertos milagros que no se hallan ni en Mateo, ni en Lucas, pero, por otra parte, abrevia mucho, u omite, los discursos. El único largo es el Sermón profético (cap. 13), que se parece mucho al capítulo 24 de Mateo. Desde luego muchísimas enseñanzas se relacionan con las obras, pues es imposible separar la “palabra hablada” y la “palabra manifestada”, Hallamos también asuntos doctrinales ampliamente presentados en 7:1-23 (contra la tradición de los ancianos) y en 10:2-12 (sobre el matrimonio). Correspondiendo a las muchas denuncias del Señor contra la hipocresía de los fariseos en Mat. 23, hallamos sólo una breve advertencia contra los escribas en Mar. 12:38-40. La limitación de las citas del A. T. Contra 130 citas y referencias al A. T. en Mateo, se hallan 63 en Marcos, y casi todas corresponden a pasajes análogos o de Mateo o de Lucas. No es que no cita del A. T., porque la manifestación del Mesías tiene que relacionarse con la revelación anterior, sino que no da tanta importancia a la “prueba profética” como Mateo, puesto que escribe para gentiles, y no para judíos. La traducción de frases arameas El estilo gráfico, que reproduce la impresión del testigo ocular, a veces lleva a Marcos a emplear las mismas palabras del Señor, en la lengua de Palestina, el arameo; pero en atención a sus lectores gentiles, siempre traduce las frases inmediatamente. Recordemos el mandato que dirigió Jesús a la hija de Jairo. “Talita cumi”, “Niña, ¡levántate!” (5:41). Véase también “Effata” (7:34); “Boanerges” (3:17); “Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?” (15:34). Las reacciones personales frente a Jesús Marcos no presenta a Cristo sólo por el interés histórico que rodea una gran figura, sino con el fin de que hombres y mujeres lleguen a una decisión en cuanto a su Persona. No deja de hacernos ver las reacciones de quienes estuvieron en contacto con él desde el principio de su ministerio, notando, por ejemplo, que la congregación de la sinagoga “se asombró” ante las tempranas palabras y obras de Cristo (1:27); que los escribas criticaron su declaración al paralítico: “Tus pecados te son perdonados” (2:7); que los mismos discípulos, frente a la tranquila autoridad que calmó la tempestad, “fueron sobrecogidos de gran temor, diciendo: ¿Quién es éste...?” (4:41); que las gentes estaban “maravilladas” después de la curación del sordomudo (7:37), etc. En común con los demás Evangelios, Marcos sigue lanzándonos la pregunta: “¿Quién decís vosotros que yo soy?” La falta de una introducción biográfica

Bajo el epígrafe siguiente trataremos de la razón de omitir toda referencia al nacimiento y la infancia de Jesús, y toda genealogía. Para su propósito basta notar la proclamación del heraldo y pasar en seguida a la unción del Siervo para su Obra.

LA FINALIDAD DEL EVANGELIO A riesgo de repetir algo de lo que ya consta, subrayamos los puntos siguientes: Marcos escribió con el fin de proveer a los creyentes gentiles de los datos más imprescindibles sobre la Persona y la Obra del Salvador Por la sabiduría y las providencias de Dios fue llevado a redactar un escrito breve, lleno de datos esenciales, en el que la Persona del Mesías Siervo se destaca con absoluta nitidez a través de la gráfica descripción de sus obras, que dan pie a breves enseñanzas. Provee una hermosa base para la “fe que viene por el oír”. Marcos presenta a Cristo como el Siervo de Dios Esta presentación viene a suplementar la que nos dio Mateo de Cristo como Rey, y la presentación de su Persona por Lucas como el Hombre perfecto, y por Juan como el Verbo eterno encarnado. Quizá inconscientemente, en cuanto a su intención, pero dentro del plan del Autor divino de las Escrituras, redacta desde el punto de vista histórico lo que Isaías había presentado proféticamente en sus caps. 42 a 53. Los judíos discutían sobre si el Siervo de Jehová, quien reemplaza al siervo-pueblo, Israel, en las porciones señaladas, sería o no el Mesías; pero los Apóstoles, aleccionados por el Señor, dirigieron las miradas de todos precisamente a aquellas profecías, probando que el Mesías había de laborar, sufrir y morir vicariamente por el pueblo, antes de reinar. Las profecías empiezan en Isa. 42:1: “He aquí mi siervo ... mi Escogido, en quien se complace mi alma, he puesto sobre él mi Espíritu ... “, palabras que hallan eco en Mar. 1:10, “Subiendo Jesús del agua vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. Y hubo una voz de los cielos que decía: “Tu eres mi Hijo amado; en ti tomo contentamiento.” Profética e históricamente se trata de la unción del Siervo, quien es el objeto de la complacencia del Padre, y quien puede llevar a su consumación la obra de gracia y de juicio determinada desde antes de la fundación del mundo. De acuerdo con el tema de servicio, de una obra urgente que realizar, Marcos no presenta ni la genealogía del Señor, ni el nacimiento ni la infancia. Basta que le anuncie el precursor, y que entre en seguida en escena según los términos de las profecías del Siervo de Jehová ya mencionadas. De la manera en que Isa. 42:1 halla su cumplimiento en el bautismo del Señor, así también los caps. 15 y 16 detallan la consumación señalada en Isa. 52:13-53:12 ... “Cuando hubiere puesto su vida en

expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.” La expiación echó el fundamento para una obra más extensa, de modo que el Evangelio termina con la “gran comisión”, y por notar que el Siervo glorificado sigue obrando con los suyos desde la Diestra (16:19,20). El Evangelio se extiende por todo el mundo, ya que la voluntad de Jehová prospera en las manos del “Varón de su Diestra”. El texto clave, que abre los tesoros de todo el Evangelio, y que se relaciona hermosamente con la sección de Isaías que hemos señalado, se halla en 10:45: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, mas para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” Los caps. 1 a 13. están llenos de actos ejemplares de servicio de amor y de poder a favor de los hombres, dentro de la voluntad del Padre. Los caps. 14 a 16 corresponden al último movimiento del texto: el Siervo da su vida para redimir a los “muchos” de la nueva familia espiritual.

MATERIAL PECULIAR A MARCOS En la Introducción se hizo constar que casi todo el material de Marcos se halla o en Mateo o en Lucas, o en ambos a la vez. Con todo hay dos breves narraciones de milagros y una corta parábola que debemos sólo a este Evangelio. Milagros El sordo y tartamudo (7:31-37). El ciego de Bethsaida (8:22-26). Parábola La simiente que crece en secreto (4:26-29).

CONTENIDO DEL EVANGELIO En vista del carácter y del significado de este Evangelio, damos a continuación un resumen de su contenido que subraya los movimientos y las crisis más significativos, abreviándose mucho los incidentes del ministerio de las obras de poder en Galilea, que son muy conocidos. INTRODUCCIÓN, 1:1-13 Después de la proclamación del Mesías por el Bautista, Jesús es bautizado y ungido por el Espíritu Santo. Marcos hace breve referencia a la Tentación (la prueba del Siervo), y en seguida empieza a referir el ministerio en Galilea. No dice nada del ministerio anterior en Judea.

PRIMER MOVIMIENTO, 1: 14-3:12 Obras de gracia y de poder antes de elegir a los Apóstoles. SEGUNDO MOVIMIENTO, 3: 13-8:26 El nombramiento de los Apóstoles, creciente oposición en Galilea, enseñanza directa y por parábolas, grandes obras de misericordia y de poder. LA GRAN CRISIS DE LA COMPRENSIÓN, 8:27-9:29 En todos los Sinópticos las preguntas del Señor sobre la comprensión de su Persona, con la confesión de Pedro, señalan una clara vertiente en la Obra de Cristo. La posición oficial a su Persona por una parte, y las limitaciones de la comprensión aun de los “favorables” por otra, se contrastan con el pleno reconocimiento de Jesús como Mesías por los Doce y lo ponen de relieve. Desde aquel momento el énfasis recae en la instrucción de los Apóstoles, como testigos que habían de proclamar universalmente el Evangelio fundado sobre la Cruz y la Resurección. El Siervo no dejará de realizar obras de gracia y de poder, pero desde la crisis señalada Marcos le ve “en el camino hacia Jerusalén”, apresurándose para la consumación de la obra de expiación y de redención por medio de su Muerte y de su Resurrección, que reiteradamente predice a los Apóstoles. La transfiguración es el complemento de los anuncios de la Pasión, ya que revela a los tres privilegiados la realidad y la gloria del Reino a pesar del misterio del sufrimiento y la Muerte del Mesías. La curación del muchacho endemoniado (9:14-29) ha de considerarse como el epílogo de los anuncios de la Pasión y de la Transfiguración, puesto que da a los Apóstoles una lección necesaria sobre las condiciones en que pueden disponer de potencia para derrotar a Satanás en la ausencia de su Señor. EN EL CAMINO A JERUSALÉN (MINISTERIO EN PEREA), 9: 30-10: 52 El periodo se caracteriza por las enseñanzas privadas a sus discípulos en Galilea (9:30-50), por la salida para Judea a través de Perea “el otro lado del Jordán”, 10:1), por incidentes que subrayan las condiciones del servicio del Cristo que se apresura a la Cruz, y por la curación del ciego Bartimeo. El anuncio de la Pasión en 10:32-34 es de inusitada solemnidad. LA PRESENTACIÓN DEL MESÍAS AL PUEBLO EN JERUSALÉN, 11: 1-12: 44 Ls reacciones de los jefes son adversas, y motivan anuncios de juicio (12:9). Las reacciones del pueblo común son aún favorables (12:37). Cristo mantiene su autoridad frente a la autoridad espúrea de los guías ciegos del pueblo. EL MESÍAS ECHA LUZ SOBRE EL TESTIMONIO FUTURO DE SUS SIERVOS, 13:1-37 El discurso profético marca un paréntesis entre el rechazo del Rey por los guías de Jerusalén y la consumación de la Cruz. Contesta las preguntas: ¿Qué pasará con el sistema judaico que rechaza al Enviado? ¿ Cuáles serán las condiciones de testimonio de los siervos de Cristo en un mundo que rechazó a su Señor? ¿Qué ha de suceder al fin? La consumación del periodo será la manifestación en

gloria del Mesías rechazado Mientras tanto los siervos testifican en medio de grandes pruebas, pero eficazmente. El mundo segará en catástrofes lo que siembra por su desprecio del Ungido. Israel pasará por una gran tribulación antes de ser salvo. LA VÍSPERA Y LA CONSUMACIÓN DE LA PASIÓN, 14: 1-15: 47 En vivo contraste con las intrigas de Judas y los sacerdotes, Cristo prepara a los suyos por medio de la institución de la Cena, símbolo de la consumación del Nuevo Pacto. Pasa por la agonía de la última decisión en Getsemaní. Se deja en las manos de los hombres. Los jefes de los judíos efectúan su Crimen por su presión sobre el gobernador romano. El periodo desde “la hora de sexta hasta la hora de nona” señala la consumación de la Obra del Siervo “hecho pecado” delante del Trono de justicia, para expiar el pecado. Jesús entrega su espíritu. El velo del Templo se rasga. Jesus es sepultado. LA VICTORIA SOBRE LA MUERTE, 16: 1-8 La tumba vacía es evidencia concreta de que la muerte no pudo retener al Señor de la vida. La obra puede proseguirse en condiciones de poder espiritual. EL EPÍLOGO: RESUMEN DE LA EVIDENCIA, LA COMISIÓN, LA OBRA DESDE LA DIESTRA, 16: 9-20 El Mesías resucitado envía a sus mensajeros a “todo el mundo”, dirigiendo sus trabajos desde la Diestra.

EL ESCENARIO DEL MINISTERIO Geográfícamente el ministerio, según lo presenta Marcos, se desarrolla en Galilea (1:14-10:1), la provincia norteña gobernada a la sazón por Herodes Antipas; en Perea, la región “al otro lado del Jordán”, por donde pasaban los judíos desde Galilea a Jerusalén para evitar el paso por Samaria (10:1-45) (se incluía también en los dominios de Herodes Antipas); en Jericó y Jerusalén (Judea) , bajo el control directo de Roma, y gobernado por Poncio Pilato (10:46-16:14). No hay notas sobre el lugar de la “gran comisión” de 16:15-8, pero podemos suponer que coincide con la de Mateo, desarrollándose la escena en Galilea.

NOTA SOBRE EL EPÍLOGO, 16:9-20 Varios manuscritos de gran antigüedad y valor omiten el final del capítulo 16, desde el v. 8. Otros dejan un hueco en blanco antes de empezar Lucas. Además, aparece el epílogo en diferentes formas. podría tratarse de un fin muy abrupto de la narración en el v. 8, o que el original se perdiera. El resumen que tenemos (vs. 9-20) concuerda bien con el carácter e intento del Evangelio, y podría haberse añadido

por Marcos mismo, o por otro colaborador de los Apóstoles, mencionándose especialmente Aristión. Es antiguo y salió del círculo apostólico, de modo que puede recibirse como autoritativo.

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Resúmase la evidencia externa e interna que demuestra que Juan Marcos es el autor del segundo Evangelio, y que utilizó material provisto por Pedro. 2. Utilizando los datos bíblicos que conoce, escriba unas notas biográficas sobre Juan Marcos. 3. Discurra sobre la finalidad y las características del Evangelio según Marcos. 4. ¿Bajo qué aspecto mayormente presenta Marcos la Persona del Salvador?

Capítulo 4 LOS TRES EVANGELIOS SINÓPTICOS (continuación) EL EVANGELIO SEGÚN LUCAS EL AUTOR Hay abundante evidencia externa que señala a Lucas como el autor del tercer Evangelio, bien que, al igual que los demás, es anónimo en cuanto a las primeras copias conocidas. Reseñaremos a continuación la evidencia externa más importante, y veremos también, por una consideración de los rasgos del escrito, y por notar las referencias bíblicas a Lucas, que la evidencia interna viene a apoyar de una forma muy satisfactoria la externa, que es el punto de partida de la prueba. Téngase en cuenta que Lucas planeó un doble escrito que presentara ordenadamente a Teófilo, y por medio de él a los creyentes y amigos gentiles, “los principios” del cristianismo, asociados con el advenimiento del Hijo de Dios en primer término, y con el descenso del Espíritu Santo como obligado complemento de la Obra de Cristo. La primera parte es el Evangelio, y la segunda, “Los Hechos de los Apóstoles”. Evidencia externa Los Prólogos antimarcionistas. A mediados del siglo segundo, y como reacción contras las herejías de Marción, quien complicó su propio canon del N.T., se escribieron unos Prólogos que quisieron afirmar la posición de los fieles en cuanto a los escritos novotestamentarios admitidos como autoritativos. En estos prólogos leemos: “Lucas era sirio, oriundo de Antioquía, médico de profesión y discípulo de los Apóstoles ... Así que, después de la redacción de dos Evangelios -el de Mateo en Judea, y el de Marcos en Italia-, Lucas escribió este Evangelio en Acaya por inspiración del Espíritu Santo.” El autor anónimo de los Prólogos añade más información muy interesante sobre los propósitos de Lucas al redactar el tercer Evangelio, basado en Lucas 1:1-4, y señalando su intento de contrarrestar “fábulas judías” por una parte, y “las imaginaciones heréticas y vanas” por otra. Ya hemos notado que el detalle de estos testimonios del siglo segundo no ha de tomarse por necesidad como rigurosamente histórico, pero las líneas generales son de confianza, y manifiestan que no había duda sobre la paternidad literaria del tercer Evangelio a mediados del siglo segundo, y sin duda los testimonios escritos reflejan el sentir común de la Iglesia desde el principio. El fragmento muratoriano. Esta lista mutilada de los libros aceptados como canónicos, empieza con el tercer Evangelio, nombrando a Lucas como su autor. Redactado en Roma, el fragmento representa la opinión oficial de las iglesias durante la última mitad del siglo segundo.

Ireneo. Como en el caso de los otros Evangelios, el testimonio de Ireneo, destacada figura de la Iglesia hacia el final del siglo segundo, discípulo de Policarpo como éste lo había sido de Juan, es de gran importancia, tanto por la solvencia moral y espiritual de Ireneo, como por su enlace indirecto con la edad apostólica. En su libro “Contra Herejías” hace referencia frecuente al tercer Evangelio, y a Lucas como su autor. Se ha calculado que existen dieciséis diferentes testimonios al Evangelio y a Lucas como su autor, antes de finalizarse el siglo segundo. Después las referencias menudean en los escritos de Tertuliano, Clemente, Orígenes, etc. Bajo los epígrafes de “Rasgos destacados del Evangelio”, “Notas biográficas sobre Lucas”, y “El valor histórico de los escritos de Lucas”, veremos que tanto el contenido como el estilo del conjunto “Lucas-Hechos” concuerdan con los testimonios sobre la paternidad literaria del libro que abundan en el siglo segundo.

LA FECHA DEL EVANGELIO La cuestión de la fecha del Evangelio se enlaza con la redacción de Los Hechos también, puesto que Lucas, al iniciar la segunda etapa de su obra, hace mención de la primera: “En mi primer tratado, oh Teófilo, hablé de todas las cosas que Jesús empezó a hacer y a enseñar…” (Hech. 1:1). El Evangelio, pues, se había redactado y se había enviado a Teófilo antes de redactarse Los Hechos. Ahora bien, la fecha de la segunda parte se determina bastante bien por consideraciones que surgen del fin abrupto de la misma (Hech. 28:30,31), ya que Lucas termina su relato estando Pablo en Roma durante su primer cautiverio, sin señalar claramente el fin del proceso en que tanto se había interesado. Desde luego, el propósito espiritual de su obra se había cumplido, pero es inconcebible que no hubiese hecho mención del resultado de la apleación al César si lo hubiese sabido al soltar la pluma y enviar el estrito a Teófilo. Lucas terminó de escribir Los Hechos, por lo tanto, en el año 62, bien que es probable que el libro tardara unos años antes de circular ampliamente entre las iglesias. Por lo tanto la fecha del Evangelio es anterior al año 62, y si pensamos que Lucas acompañaba a Pablo más o menos durante su azarosa estancia en Palestina (Hech. caps. 21 a 27), pero con libertad para viajar por el pequeño país, llegamos a una suposición, tan probable y razonable que raya con la certeza absoluta, de que Lucas se ocupaba durante los años 58 a 60, mientras que Pablo estabe preso en Cesarea, de recoger los testimonios a los cuales hace referencia en su prólogo (Luc. 1:1-4). Bien pudo haber enviado el escrito ya redactado a Teófilo antes de partir de Cesarea con Pablo en el año 59-60, que damos como fecha con bastante confianza. Algunos eruditos, particularmente aquellos de tendencias modernistas, han querido fechar “Lucas-

Hechos” después del año 70, alegando que el autor utilizó los escritos de Marcos y otros del historiador judío Flavio Josefo. Hemos visto que Marcos redactó el testimonio de Pedro, que de alguna forma u otra estaba a la disposición de los colaboradores de los Apóstoles m,uy tempr~namente, como la “tradición” más antigua de la VIda del Senor, de modo que Lucas podía haberlo utilizado ano tes del año 59. Con respecto a Josefo, las supuestas “deudas” de Lucas (sobre todo en cuanto al fin de la vida de Herodes Agripa 1) solamente i~dican que los dos historiadores recogieron datos sobre el mIsmo hecho histórico, bien conocido en Palestina. La coincidencia en lo esencial es otra prueba de la fidelidad histórica de Lucas, y no señala una fecha tardía.

EL VALOR HISTÓRICO DE LOS ESCRITOS DE LUCAS El plan de Lucas Lucas habla de su método de investigar los hechos y de redactar su historia en el prólogo del Evangelio (Luc. 1:1-4). La fuente de su información se nombra: “los hechos .. , tal como nos los transmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares de ellos y ministros de la Palabra”. La garantía última de la veracidad de lo ocurrido depende, pues, de las declaraciones de los apóstolestestigos, autorizados por el Señor para transmitir la verdad en cuanto a su Persona y Obra. Lucas llegó a tener oportunidad de “investigarlo todo con exactitud desde el principio”, y como resultado de su labor de interrogar a los testigos oculares (sin despreciar las narraciones ya escritas), escribió “una narración ordenada” que dirigió a Teófilo, un hermano nuevo, quizá, que, según el tratantiento de “excelentísimo”, ocupaba algún puesto oficial destacado. Tal vez éste se encargaría de extender el documento entre sus amigos como el primer paso de su publicación y circulación. La prueba de la historicidad en Los Hechos Lucas pudo haber tenido buenas intenciones sin llegar a realizarlas, pero de hecho existe la prueba arqueólogica que demuestra el éxito que coronó sus esfuerzos. Es difícil que surjan comprobaciones del material del Evangelio, apartee de la luz que nuevos descubrimientos echen sobre las condiciones generales de Palestina durante el ministerio del Señor; pero en Los Hechos la historia roza con muchos detalles de la administración de las provincias de Roma a mediados del siglo primero y éstos sí se prestan a la comprobación histórica y arqueológica. Antiguamente los eruditos solían poner en tela de juicio muchas de las referencias incidentales de Lucas relativas a los títulos de las distintas autoridades romanas y nacionales que se mencionan sobre todo en Hech. caps. 13 a 28, con las fechas de su administración, pero al final del siglo XIX el celebre polígrafo y arqueólogo Sir William Mitchell

Ramsay se dedicó durante muchos años a unas mvestigaciones rigurosamente científicas sobre temas relacionados con los viajes del apóstol Pablo, recopilando los resultados en tomos como “Pablo, viajero y ciudadano romano”, “La Iglesia en el Imperio romano”, etcétera, que marcaron época, y establecieron más allá de toda duda razonable que Lucas era el historiador mas exacto y concienzudo de la antigüedad. Si Lucas da prueba de sí como historiador exacto en Los Hechos, declarando que su método al redactar el Evangelio era igual, es muy legítimo formular el corolario de que también el primer escrito es rigurosamente auténtico, afanándose Lucas por no admitir nada que no pudiera establecerse por el testimonio fehaciente de los testigos oculares. Este tema de la historicidad de los Evangelios se reviste de gran importancia, según hicimos ver en la Introducción de este libro, puesto que las altas categorías espirituales –y aun divinas- de la intervención de Dios en el mundo en la Persona de su Hijo, no se mantienen por misticismos subjetivos, sino que se arraigan firmemente en la historia de hombres reales aquí en la tierra. “Acontenció por aquellos días que se promulgó decreto de César Augusto que todo el mundo fuese empadronado; este fue el primer empadronamiento hecho durante el gobierno de Quirinio en Siria… y José subió a Galilea… a la ciudad de David… con María, desposada con él, la cual estaba en cinta” (Luc. 2:1-5). Estas palabras enlazan el mayor mistrio de todos los tiempos, la Encarnación del Hijo de Dios, con la historia contemporánea, tanto imperial como provincial (comp. también la nota histórica muy completa que señala el principio del ministerio de Juan el Bautista en Luc. 3:1-6).

NOTAS BIOGRÁFICAS SOBRE LUCAS La evidencia externa nos ayuda a identificar a Lucas, el “médico amado”, compañero y colaborador de Pablo, con el autor de “Lucas-Hechos”. Lucas, el gentil culto, médico de profesión Recordemos la evidencia de los Prólogos Antimarcionitas de que Lucas era sirio, oriundo de Antioquía, y médico, además de ser discípulo de los Apóstoles. Lo más probable es que se contara entre los primeros convertidos de la hermosa obra entre los gentiles en Antioquía, llevada a cabo por los “varones ciprios y cirenenses” (Hech. 11:20-24, Vers. BC), y que pronto llegara a conocer a Bernabé y a Pablo en la misma ciudad. La calidad de sus escritos garantiza la cultura de un hombre, que, además de ser médico, era un gran escritor, artista en palabras. Las referencias a Lucas en las Epístolas

Lucas era mucho más que un mero historiador de las actividades apostólicas, siendo él mismo colaborador íntimo de Pablo, y figura destacadísima entre las iglesias de la época. Al escribir Pablo a los colosenses, Lucas estaba a su lado, y, entre los saludos de varios colegas, se halla el suyo: “Os saluda Lucas, el médico amado” (Col. 4:14). Por la misma época Pablo le incluye entre sus “colaboradores” al escribir a Filemón (Filemón 24). Al redactar su última carta conocida a Timoteo, el Apóstol, después de notar los movimientos (buenos y malos) de muchos siervos de Dios, añade la patética nota: “Sólo Lucas está conmigo” (2 Tim. 4:11). Aun estas breves referencias bastan para destacar el valor de la obra de Lucas, con su categoría profesional, y la simpatía que merecía el epíteto espontáneo de “el amado”, con la fidelidad del compañero que quedo al lado de Pablo hasta el fin. Se ha conjeturado que Lucas era “el hermano cuya alabanza en el Evangelio se oye por todas las iglesias” (2 Cor. 8:18), y que era hermano de Tito, también griego, porque se puede leer 2 Cor. 12:18 de esta forma: “Rogué a Tito, y con él envié a su hermano.” Son ideas posibles, pero no se prestan a pruebas firmes. La presencia de Lucas en Los Hechos Es evidente que Lucas tenía que recoger sus datos para la primera parte de Los Hechos, en la que se destaca preeminentemente la figura de Pedro, de igual forma que aquellos que forman la base del Evangelio, pues él no pudo ser testigo ocular de los acontecimientos de Hech. caps. 1 a 10, con el cap. 12. Ahora bien, era testigo inmediato de mucho de la obra de Pablo, y lo que no vio y oyó personalmente, pudo recogerlo de labios del Apóstol a lo largo de los años de íntima amistad y de colaboración en el Evangelio. Su modestia le impide hacer mención de sí mismo por nombre, pero sí, de una forma muy natural y casi inconsciente, deja vislumbrar su presencia con el Apóstol en ciertas epocas por sustituir los pronombres en tercera persona (él y ellos) por el de la primera persona plural, “nosotros”. El primer lugar seguro de este uso, indicando la presencia de Lucas, se halla en Hech. 16:10 cuando Pablo había visto la visión del hombre macedonio, y Lucas añade: “En cuanto tuvo esta visión, procuramos (nosotros) partir para Macedonia, infiriendo que Dios nos había llamado para predicarles el Evangelio.” La deducción lógica es que Lucas se unió con la compañía apostólica en Troas, y no como un nuevo convertido, sino como uno que podía compartir las experiencias y las decisiones de los siervos de Dios. Lucas continúa empleando la forma “nosotros” hasta la salida de Pablo y Silas de Filipos (Hech. 16:1640), y es de suponer que quedara para ayudar a cuidar de la iglesia naciente allí. Lo restante del segundo viaje, y el tercero hasta la llegada de Pablo a Macedonia de nuevo, se narra en tercera persona. Pablo ha emprendido ya el camino hacia Jerusalén, y después de mencionar numerosos colaboradores del Apóstol, Lucas añade: “Éstos, habiéndose adelantado, nos esperaban en Troas” (20:5), lo que indica que

Lucas acompañó a Pablo de Macedonia a Troas, y desde aquella época no se alejó mucho del Apóstol hasta el fin. Es probable que la ciencia médica de Lucas fuese de ayuda en vista de la salud quebrantada de Pablo, pero siempre hemos de considerarle como obrero destacado, tomando su distinguida parte en la labor de la compañía apostólica. Lucas reflejado en sus escritos Lucas era un historiador que trabajaba sobre datos precisos; pero la selección de los datos era suya bajo la guía del Espíritu Santo, quien siempre obra por medio del temperamento y la preparación de los autores humanos, aprovechando los dones peculiares a cada uno. Por eso las obras literarias de Lucas delatan al hombre, y los rasgos que se notan en el apartado siguiente llegan a ser pinceladas que retratan al Evangelista, el encargado de presentar las perfecciones de Cristo. Huelga decir que todo esto es inconsciente con respecto a Lucas, quien se ocupa únicamente en su cometido de delinear las facciones morales y espirituales de su Señor, a través de sus hechos y palabras. Tomando en cuenta esta autorevelación inconsciente, se ha escrito de Lucas: “Tenía la mentalidad más comprensiva de todos los Evangelistas, y era, a la vez, gentil, cristiano, médico y viajero, capacitado para enfocar las cuestiones de su día dentro de una amplia perspectiva. En todo se le ve comprensivo, culto, poético, espiritual, artístico y de miras elevadas. Se halla el mejor griego clásico de todo el N. T. en su Prólogo, pero lo restante de los capítulos uno a tres refleja tan fielmente el ambiente hebreo dentro del cual recogió su material, que llega a ser la porción más semita del N. T., lo que demuestra la amplitud y perfección de su preparación literaria.”

RASGOS NOTABLES DEL EVANGELIO El orden Lucas se propuso redactar una “narración ordenada” de cuanto había recogido de sus fuentes (1:3), pero no hemos de entender necesariamente un “orden cronológico”; de hecho, por la comparación de los Evangelios entre sí, no parece ser que Lucas se hubiese sujetado a un concepto meramente geográfico y temporal. Hay enseñanzas que Lucas narra en relación con la última etapa de la obra del Señor en Perea (véase “Contenido”) que Mateo sitúa dentro del mimsterio anterior en Galilea. Puede tratarse de repeticiones o de coincidencias, pero lo más probable es que le preocupaba más presentar distintos aspectos de la Persona y la Obra del Maestro, que no de establecer un rígido orden cronológico. El estilo

Ya hemos notado que Lucas redacta su Prólogo en los elegantes periodos del griego clásico, lo que demuestra su dominio de la lengua literaria. Lo demás de su doble obra se escribe en griego helenístico, que era la lengua común de toda persona instruida en el mundo grecorromano de la época. Lo maneja con gran soltura, y sabe combinar una elegante economía de palabras con gráficas pinceladas que animan la acción e imparten vivacidad a las narraciones. De ello se nos, ofrecen hermosos ejemplares en las parábolas del “Hijo pródigo”, y del “Buen Samaritano”, peculiares a Lucas. La ternura y la fuerza dramática de los relatos Lucas se deleita en situaciones que ponen al Salvador amante en contacto con hombres y mujeres necesitados de su ayuda, sea en la esfera física o moral. El levantamiento del hijo de la viuda de Naín (7:11-17) es un ejemplo sin par de la ternura y del poder del Señor que obran para el consuelo del corazón quebrantado de una mujer, por medio de la derrota del enemigo invencible de los hombres, la muerte. Pero Lucas saca todos los valores humanos y divinos del incidente, haciéndonos sentir la honda emoción del momento, por medio de frases sencillas y veraces, sin deslizarse en lo más mínimo hacia un patetismo falso, evitando un fácil tratamiento efectista. Iguales cualidades de viveza y de sobridad se echan de ver en la historia de la mujer pecadora de Luc. 7:36-50, en la de Zaqueo (19:1-10), en la del ladrón arrepentido (L23:39-43), etc. La enumeración del material propio de Lucas más abajo proveerá mucho ejemplos para la consideración del lector. Las referencias frecuentes a las mujeres a los niños y a los oprimidos. He aquí un rasgo que ilustra las amplias simpatías de Lucas, juntamente con su comprensión del carácter universal de la Obra del Salvador. Sólo Lucas relata exactamente tanto el nacimiento de Juan como el de Jesús, viéndose éste desde el punto de vista de la madre, María. Elisabet se destaca mucho en el primer capítulo, además de María. Las dos hablan por el Espíritu Santo, y ocupan lugar prominente entre aquellos que esperaban al Mesías. Pensamos también en Ana, quien fue conservada hasta una edad muy avanzada para poder dar la bienvenida al Mesías. Sólo en este Evangelio vislumbramos al “niño Jesús” en el conocido incidente de 2:41-52, y más tarde Lucas enfoca la luz de la revelación en el grupo de mujeres fieles que acompañaban al Señor y le servían de sus bienes (8:2,3). No sabríamos nada de las mujeres que lamentaron sobre Jesús en el camino a la cruz, aparte de Lucas (23:27,28), y es el que se fija en las mujeres galileas que recibieron tan hermoso testimonio de la realidad de la Resurección (23:5524:11). Lucas adelanta muchos de los casos en que el Señor se preocoupaba especialmente por los pobres y los oprimidos, fuese su pobreza material, fuese por la opresión del medio ambiente religioso y socia. Muestra poca simpatía por los ricos, o por quienes se entregaban a sus intereses materiales. Véanse la

“mujer pecadora” (7:37-50), con la parábola de los “dos deudores”; la parábola del buen samaritano (10:25-37); la parábola del rico insensato (12:13-21); los “pobres, mancos, ciegos y cojos” de la parábola de la gran cena (14:15-24); los “publicanos y los pecadores”, cuya recepción motiva las tres parábolas del cap. 15; la parábola del rico y Lázaro (16:19-31); la viuda oprimida (18:1-8); la bendición de Zaqueo (19:1-10), etc. En relación con la salvación de Zaqueo hallamos el “texto clave” del Evangelio: “El Hijo del hombre vino para buscar y salvar lo que se había perdido” (19:10). La nota de universalidad en el Evangelio Tanto como los otros Evangelistas, Lucas relaciona el magno acontecimiento del Advenimiento del Señor con las promesas y esperanzas de Israel (véanse los cánticos de María, de Zacarías, y de Simeón, 1:46-55; 67-80; 2:29-32), y no deja tampoco de mencionar el Reino, tanto en su aspecto espiritual y presente, como en el de su manifestacién futura; pero el énfasis no recae sobre el Reino, como en el Evangelio de Mateo, ni se acerca a la Persona del Salvador desde el punto de vista de los judíos. Cristo extiende su mano de amor, de perdón y de servicio hacia todos los individuos que acuden a él con deseo, sumisión y fe, sin mirar su condición social, moral, religiosa o racial. Del hombre y de la mujer, vistos como tales, se pasa no ya a la nación escogida (bien que su existencia queda apuntada), sino a la humanidad en su totalidad, a toda la angustiada simiente de Adán. Hemos visto que no falta el énfasis sobre la universalidad de la predicación del Evangelio en Mateo, pero en Lucas se halla algo diferente, ya que el sentido de la humanidad, a través del individuo, está entretejido en la misma sustancia del relato, como elemento principalísimo y constante de la presentación del Dios-Hombre por el Evangelista. La prominencia del tema de la humanidad y de la universalidad se echa de ver en seguida si se compara el material peculiar a Mateo con el que es propio de Lucas. Todas las parábolas de Mateo son “parábolas del Reino” en un sentido u otro, mientras que las más caracterizadas de Lucas (caps. 10, 12, 15, 16) tratan de Dios y del individuo, con las relaciones de los hombres entre sí. La presentación de Jesús como el Hijo del Hombre La deidad de Cristo se echa de ver siempre, pero la luz de la narración se enfoca en el Hombre perfecto, quien manifiesta a naturaleza de Dios por medio de una vida humana, íntimamente relacionada con la raza y sus profundas necesidades. El Santo que había de nacer por la potencia del Espíritu Santo en María sería llamado Hijo de Dios (1:35), pero el relato nos hace ver a la madre y subrayar sus actitudes de sumisión de triunfo en el curso del sublime trance del Nacimiento; por fin “dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales y acostóle en un pesebre” (2:6,7). Lucas nos habla de la circuncisión, de la ansiedad del Niño de estar en el Templo, escuchando a los doctores y haciéndoles preguntas (2:46), pero dispuesto al mismo tiempo a volver a Nazaret con María y José, estándoles sujeto

hasta la iniciación de su ministerio público. La genealogía (que se detalla en el momento de su bautismo y su unción) remonta hasta “Adán, hijo de Dios”, detalle que se ha de comparar con el énfasis sobre David y sobre Abraham en la genealogía de Mateo. Los rasgos señalados en los dos apartados anteriores abundan más en este sentido, ya que es el Hombre quien se pone en contacto con los hombres, y cuya vista penetra hasta las fibras más escondidas de sus pobres almas, con la honda simpatía de quien es él mismo Hombre; a la vez su mirada distingue perfectamente bien entre las tragedias del pecado que pueden traer como consecuencia el arrepentimiento, y el orgullo hipócrita de la mera religión que procura esconder los males bajo la fachada de la suficiencia propia. El título del “Hijo del Hombre” se tratará con más detalle en la Sección VI, LA PERSONA DE CRISTO. Se destacan los temas del perdón y de la salvación La importancia de estos temas se echa de ver por las consideraciones de los párrafos anteriores, ya que el Hombre que se acerca a los necesitados y a los desvalidos, es el “Salvador, quien es Cristo el Señor”, según la declaración de los ángeles a los pastores (2:11). La base del perdón y de la salvación no se percibe claramente aún, pues espera la consumación de la obra de la Cruz, pero se ilustran una y otra vez la gracia y la misericordia de Dios en Cristo, que pueden fluir libremente donde la sumisión, el hambre espiritual y la fe en los desvalidos y perdidos abren el cauce. A la mujer, antes pecadora en la ciudad, el Señor dijo: “Perdonados son tus pecados ... tu fe te ha salvado, ve en paz” (7:47-50); el retorno de Zaqueo a la obediencia da lugar a la gran declaración tan característica de este Evangelio: “El Hijo del Hombre vino para buscar y salvar lo que se había perdido.” El abrazo de amor que el Padre amante da al hijo pródigo que regresa, antes muerto y después revivido, antes perdido y después hallado, sintetiza estos hermosos aspectos del Evangelio. El énfasis sobre la oración Lucas señala diez ocasiones distintas en que el Señor se dio a la oración, antes o después de momentos críticos en su ministerio: rasgo que viene a subrayar la presentación de Jesús como el Hombre perfecto, quien llevaba a cabo su obra en comunión ininterrumpida con el Padre, sumiso a su voluntad en relación con el plan de la Redención, que era el del Trino Dios. Ejemplos: Cristo oró al ser bautizado (3:21); después de un día de grandes obras sanadoras (5:15,16); antes de elegir a los Apóstoles (6:12); antes de la primera predicción de su Muerte (9:18); en la ocasión de su Transfiguración (9:29); cuando los Setenta volvieron con gozo de su misión (10:21,22); antes de enseñar a sus discípulos a orar

(11:1); durante la angustiosa decisión del Huerto de Getsemaní (22:39-46); al interceder por sus enemigos en la Cruz (23:34); al encomendar su espíritu al Padre (23:46). El Hijo-Siervo, que ora en la tierra, enseña también a los suyos a orar, y a perseverar en la oración (6:28; 10:2; 11:1-13; 18:1-14, etc.), adelantando las preciosas ilustraciones del amigo que persistió en pedir pan a pesar de la hora intempestiva (11:5-8); de la viuda importuna (18:1-8) y de la oración falsa del fariseo en el Templo comparada con la verdadera del publicano (18:9-14). Las frecuentes referencias al Espíritu Santo Hay más referencias al Espíritu Santo en este Evangelio que en los dos anteriores juntos, que es lo que esperaríamos en un escrito cuya continuación (Los Hechos) se ha llamado a menudo “Los Hechos del Espíritu Santo”. Se dice de Zacarías, María, Elisabet y Simeón que hablaron “llenos del Espíritu Santo”. El Señor fue concebido por el Espíritu y ungido por el Espíritu, y aun probado por el impulso del Espíritu (4:1). Todo su ministerio se relaciona con la potencia del Espíritu (4:14,18), y como culminación de su obra ha de bautizar a los suyos en Espíritu Santo (3:16). En el curso de sus últimas instrucciones a los Apóstoles, el Señor les asegura que enviará sobre ellos “la promesa de su Padre” (24:49), detalle que enlaza directamente con las enseñanzas y mandatos del prólogo de Los Hechos (Hech. 1:4-8).

LA FINALIDAD DEL EVANGELIO La finalidad del Evangelio se relaciona tan estrechamente con los rasgos característicos que hemos venido considerando que sólo nos resta concretar los dos propósitos principales en los enunciados siguientes: Lucas redactó su Evangelio (juntamente con Los Hechos) con el fin de proveer a lectores gentiles de una historia continua y suficiente de los comienzos del cristianismo. Dirigiéndose en primer término a Teófilo, oficial romano, o aristócrata de nacimiento, pensaba especialmente en los lectores cultos del mundo grecorromano, bien que su redacción es tan clara que le 1os sencillos han podido gozarse desde siempre en su presentación del Dios-Hombre Salvador, igual que los instruidos. Lucas presenta a Cristo como el Hombre perfecto, quien trae el perdón y la salvación a todos los necesitados que quieren recibirlos. Por ende, el escrito se caracteriza por su humanidad y su universalidad. Dentro del plan divino del Evangelio cuádruple, Lucas subraya la humanidad del Cristo de modo que su obra sirve de complemento al cuadro del Rey-Mesías de Mateo, a la presentación del Siervo de Jehová en Marcos, y al énfasis sobre la deidad del Verbo encarnado en Juan. Con todo ello la doctrina de la plena deidad de Cristo se desprende con igual claridad en Lucas como en los demás Evangelios.

MATERIAL QUE ES PECULIAR A LUCAS Por la comparación y contraste de los Evangelios entre sí, el lector habrá aprendido la importancia de fijarse en el malerial que es peculiar a cada uno de los Evangelistas, ya que lo que selecciona, en adición a lo que traen los demás, pone de relieve su interés especial, y por ende su propósito al redactar su Evangelio. Puede haber matices que indican lo mismo en la narración y presentación de incidentes y parábolas que se hallan en otros escritos, pero a los efectos del “signo” que los distingue interesa sobre todo lo que se debe únicamente a cada autor. Un estudio atento de los pasajes que señalamos a continuación revelará una y otra vez los rasgos propios de Lucas que hemos notado en su debido lugar. Milagros La pesca milagrosa (5:1-11); el levantamiento del hijo de la viuda de Naín (7:11-17); la curación de la mujer encorvada (13:10-17); la curación del hombre hidrópico (14:1-6); la curación de los diez leprosos (17:11-19); la curación de la oreja de Malco (22:49-51). Parábolas (Por parábolas entendemos narraciones, con su acción propia, distinguiéndolas de otras clases de ilustraciones; véase Sección IX“LAS PARÁBOLAS DEL SEÑOR”.) Los deudores (7:41-43); el buen samaritano (10:25-37); las súplicas del amigo del viajero (11:5-8); el rico insensato (12:16-21); la higuera estéril (13:6-9); la gran cena (14:16-24); la dracma perdida (15:8-10); el hijo pródigo (15:11-32); el mayordomo infiel (16:1-13); el rico y Lázaro (16:19-31); el siervo inútil (17:7-10); la viuda importuna (18:1-8); el fariseo y el publicano (18:9-14); las diez minas (19:11-27). Otro material propio de Lucas El relato del nacimiento de Juan el Bautista (1:5-25,57-80); el Nacimiento de Cristo desde el punto de vista de María (1:26-56 con 2:1-20); la infancia y niñez de Jesús (2:21-52); la genealogía que asciende a Adán (3:23-38); el discurso sobre Isa. 61:1 en la sinagoga de Nazaret (4:16-30); el llamamiento especial de Pedro (5:8-10); la conversión de la mujer pecadora en casa de Simón (7:36-50); su rechazo por los samaritanos (9:51-56); el envío de los Setenta (en Perea) (10:1-20); los afanes de Marta (10:38-42); el ejemplo de los galileos asesinados por Pilato, etc. (13:1-5); las enseñanzas sobre el discipulado (14:25-35); la bendición de Zaqueo (19:1-10); la disputa de los discípulos en el cenáculo (22:24-30); el sudor de sangre en el Huerto (22:44); la vista de la causa de Jesús delante de Herodes (23:5-12); las mujeres que

lamentaban en el camino al Calvario (23:27-31); la intercesión: “Padre, perdónalos” (23:34); la conversión del ladrón arrepentido (23:39-43); la conversación en el camino a Emaús (24:13-35); detalles de la presentación del Resucitado a los Apóstoles, y las enseñanzas sobre la palabra profética (24:36-49); la Ascensión (24:50-53). Hay muchas más ilustraciones y enseñanzas que sólo Lucas refiere, pero lo que antecede demuestra ampliamente la enorme deuda del lector de la Biblia para con este Evangelista, formado para su tarea por las providencias de Dios, e inspirado divinamente para el cumplimiento de ella.

EL CONTENIDO DEL EVANGELIO Prólogo del autor 1:1-4 EL ADVENIMIENTO DEL HIJO DEL HOMBRE 1:5-2:52 El nacimiento del precursor anunciado 1:5-25 El nacimiento del Mesías anunciado, con el cántico de María 1:26-56 El nacimiento del precursos anunciado y el cántido de Zacarías 1:57-80 El nacimiento del Mesías Salvador, y su anuncio por los ángeles a los pastores. 2:1-20 La circuncisión del Niño y los mensajes de Simeón y de Ana. 2:21-39 La juventud de Jesús: dedicado a los asuntos de su Padre, pero sujeto al orden del hogar y del trabajo 2:40-52 PERIODO INTROUCTORIO AL MINISTERIO DEL HIJO DEL HOMBRE La obra y el mensaje del precursor 3:1-20 El bautismo y la unción del Mesías 3:21-22 La genealogía del Hijo del Hombre 3:23-38 El Mesías, probado, rechaza las nombras satánicas 4:1-13 LA PRESENTACIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE EN GALILEA, CON SU SERVICIO ANTERIOR EN CESAREA DE FILIPO 4:14-9:17 Presentación, rechazo por su pueblo de Nazaret, primeras obras de poder, proclamación del Evangelio. 4:14-44 Obras, llamamiento y oposición 5:1-6:11 El nombramiento oficial de los Doce 6:12-16 Enseñanzas en los llanos 6:17-49 Obras de poder, las dudas del Bautista, la conversión de la mujer pecadora 7:1-50 Milagros y parábolas 8:1-56

La misión de los Doce, la perplejidad de Herodes, y la multiplicación de los panes y peces 9:1-17 LOS DOCE CONFIESAN A JESÚS COMO EL MESÍAS; CONSECUENCIAS DE LA CONFESIÓN La incompresión de las gentes y la gran confesión de Pedro 9:18-20 Empiezan los anuncios de la Pasión, y Jesús señala a los suyos el camino a la Cruz 9:21-27 La Transfiguración, y el tema de su “éxodo” a ser cumplido en Jerusalén 9:28-36 El secreto del poder enseñado por la curación del muchado endemoniado 9:37-43 Enseñanzas en vista de la Cruz; Jesús emprende el camino a Jerusalén 9:44-62 EL HIJO DEL HOMBE EN EL CAMINO A JERUSALÉN 10:1-19:27 (Esfera del ministerio, Perea.) La misión de los Setenta: la tragedia del rechazo y la bendición de los “niños” 11:1-24 La parábola del buen Samaritano, y los afanes de Marta 10:25-42 Varias enseñanzas 11:1-12:53 Las reacciones del pueblo frente a Jesús ilustradas por ejemplos, parábolas y enseñanzas 11:1-12:53 Varias hermosas parábolas ilustran los temas del perdón, de la salvación y del juicio. Enseñanzas sobre el servicio y el Reino de Dios; los diez leprosos sanados 17:1-37 Parábolas que ilustran la oración; los niños que acuden y el joven principal que se aleja 18:1-30 Dolor y bendición en el camino a Jerusalén 18:31-43 La bendición de Zaqueo, y la parábola de las minas 19:1-27 LA PRESENTACIÓN DEL MESÍAS A SU CIUDAD; LA AUTORIDAD VERDADERA Y LA FALSA 19:28-21:4 Alabanzas al Rey, y los reproches de los endurecidos. Cristo llora sobre Jerusalén 19:28-44 Frente a la oposición de los príncipes, el Hijo del Hombre mantiene su autoridad, y pronuncia juicios 19:45-21:4 El Rey predice los juicios sobre Jerusalén, y habla de los juicios y las bendiciones que se asociarán con su venida en gloria 21:5-38 EL GRAN CONFLICTO DEL HIJO DEL HOMBRE El Señor con los suyos en la víspera de la Pasión; la institución de la Santa Cena 22:1-38 La agonía en el Huerto 22:39-46 El Mesías en manos de los hombres; el prendimiento y el juicio ante el Sanderín 22:47-71 El Mesías entregado a los gentiles; la sentencia inicua 23:1-25 El conflicto en el Gólgota; el ministerio de la expiación se realiza en las tinieblas 23.26-49 La sepultura honrosa 23:50-56

LA PRESENTACIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE A LOS SUYOS, VICTORIOSO SOBRE LA MUERTE 24:1-53 La evidencia de la tumba vacía 24:1-12 La significativa pática en el camino de Emaús 24:13-35 La realidad del cuerpo del Resucitado 24:36-43 Los discípulos por fin comprenden las Escrituras proféticas 24:44-46 La futura predicación del Evangelio por los testigos, la Ascensión de Jesús y el gozo de los suyos 24:50-53

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Cítense referencias al Evangelio según Lucas que corresponden al siglo segundo. Muestre cómo el carácter del Evangelio apoya la evidencia externa que señala a Lucas como el autor. 2. Escríbanse amplías notas biográficas sobre Lucas. 3. Presente claramente cuatro de las señaladas características de este Evangelio que le parecen más significativas. 4. Discurra sobre la finalidad de Lucas al redactar este Evangelio 5. Haga referencia a tres milagros y a tres parábolas que son peculiares a este libro, y demuestre cómo ilustran los rasgos especiales que hemos venido mostrand

Capítulo 5 EL EVANGELIO SEGÚN JUAN EL EVANGELIO CUÁDRUPLE Al llegar al estudio del último de los Evangelios podemos recordar la superioridad del método de la presentación cuádruple de la Persona del Señor sobre el de una biografía única, que algunos han querido conseguir por armonizar el material de los cuatro escritos en un solo Evangelio, a la manera del Diatessaron de Taciano, compilado a mediados del siglo segundo. En el Castillo de Windsor, Inglaterra, existen tres retratos del rey Carlos I, pintados cada uno desde un punto de vista distinto, y se dice que habían de servir como base para el trabajo de un escultor que quería plasmar todas las facciones en un busto que tuviera solidez y relieve. De igual forma el aspecto del Cristo que ahora hemos de considerar, combinado con los perfiles anteriores, da peculiar relieve a la Persona, de una forma imposible de lograr por medio de un sencillo relato uniforme. Las diferencias en la presentación de la Persona del Dios-Hombre en este Evangelio se destacan tanto que, desde siempre, los Sinópticos se han agrupado juntos por la analogía de sus métodos—con la salvedad de los matices muy importantes que hemos venido estudiando- mientras que Juan ocupa un lugar aparte, como “el Evangelio espiritual”, según se ha llamado desde los tiempos de Clemente de Alejandría. Los rasgos que justifican esta distinción entre Juan y los demás constituírán una parte importante de este estudio introductorio al Evangelio, pero hacemos constar que pasamos aquí de la consideración de los Sinópticos, fruto del testimonio conjunto de muchos testigos oculares de los primeros años, a la visión especial que tuvo del Hijo de Dios encarnado un testigo especialmente privilegiado; visión que concretó en el Evangelio que conocemos después de sesenta años de profundas meditaciones, vivificadas por el proceso de la inspiración del Espíritu. El Evangelio según Juan es un escrito único en sustancia, en estilo y en presentación, sin parangón en toda la vasta extensión de la literatura mundial.

EL AUTOR Evidencia externa Nadie duda de la estrecha relación que existe entre el Evangelio y la primera Epístola de Juan, de modo que citas de esta última vienen a confirmar también la existencia del Evangelio durante el siglo II. Hemos de distinguir entre la evidencia que da fe de que el Evangelio circulaba tempranamente, y aquella

que señala al apóstol Juan como su autor. Estas pruebas se revisten de importancia especial en el caso del cuarto Evangelio por el hecho de que varias escuelas de eruditos modernistas, basándose en las diferencias entre éste y los Sinópticos, han querido relegarlo a fechas tardías, en su afán por “explicar” el desarrollo doctrinal que creen percibir. Rechazan la antiquísima tradición de que el autor fuese el apóstol Juan en aras de unas consideraciones puramente subjetivas. a) La circulación del Evangelio en el siglo segundo. El fragmento “John Rylands”. Recordamos al lector que existe un fragmento de una copia de este Evangelio (algunos versículos del cap. 18) que se conserva en la biblioteca “John Rylands”, de Manchester, fechado por los paleógrafos en los primeros años del siglo segundo. En la Sección introductoria subrayamos la inmensa importancia de esta prueba matenal e irrefragable de la existencia y de la amplia circulación del Evangelio no muchos años después de la fecha tradicional de su redacción por Juan en Éfeso. El testimonio de Papías (Hierápolis, 100-140 d. C.). Según Eusebio, Papías citaba la primera Epístola de Juan, cuya redacción y circulación se enlaza estrechamente con la del Evangelio. Ignacio escribió epístolas que datan de los años 114-116 d. C. y que demuestran claramente su íntimo conocimiento del Evangelio de Juan, ya que emplea frases como “el pan de Dios”, “el agua viva”, y hace referencias a Cristo como ”Verbo” y “Puerta”; también menciona el “mundo” y el “principe de este mundo” en sentido puramente joanino. Policarpo, contemporáneo y discípulo en su juventud del apóstol Juan (murió mártir a una edad avanzada en 155 d. C.), cita textualmente de 1 Juan 3:8 y 4:3, y ya hemos visto que la evidencia para la Epístola sirve también para el Evangelio. Taciano el sirio (activo entre 160 y 170 d. C.) empieza su armonía de los Evangelios, el “Diatessaron”, con los primeros versículos del Evangelio. Justino Mártir (murió mártir en 165 d. C.) cita textualmente Juan 1:23, 27 con 3:3-5. b) El Evangelio atribuido a Juan el Apóstol Papías, citado por los Prólogos antimarcionitas, por Ireneo y por Eusebio, afirma que el Evangelio fue escrito mientras Juan el Apóstol estaba aún en el cuerpo. En la cita por Eusebio algunos han querido ver a dos personajes, Juan el Apóstol y Juan el Anciano (comp. 2 Juan 1; 3 Juan 1), pero el Profesor F.F. Bruce llega a la conclusión de que es una manera algo confusa de hacer referencia a la misma persona. La lista del fragmento muratoriano (mediados del siglo segundo) afirma que “el cuarto Evangelio es obra de Juan, uno de los discípulos”, y relata cómo fue comunicado a Andrés que Juan había de poner su historia de la Vida de Jesús por escrito. Ireneo (fin del siglo segundo) no dudó ni por un momento de que el Evangelio fuese obra de Juan el

Apóstol, y abundan referencias tanto al Evangelio como a su autor en sus libros. Con anterioridad hemos señalado el valor del testimonio de Ireneo en tales asuntos, ya que había recibido su información de Policarpo, discípulo de Juan el Apóstol; existe una carta que Ireneo dirigió a un condiscípulo suyo, Florino, en que describe en términos clarísimos sus recuerdos de la persona y del ministerio de Policarpo. Al apologista Teófilo (170 d. C.) se debe una referencia a Juan como autor del Evangelio, y a Polícrates, obispo de Éfeso, datos sobre el ministerio de Juan en la misma ciudad al final de su larga carrera. Aparte de una secta oscura, llamada los “alagoi”, porque rechazaban la doctrina de “Logos”, nadie dudaba en los primeros siglos del cristianismo de que el cuarto Evangelio era autoritaivo, apostólico, y obra de Juan el Apóstol. Evidencia interna Nos toca ahora examinar el contenido del Evangelio para sacar las conclusiones posibles sobre el autor, y pensar si los datos concuerdan con la constante tradición de las iglesias y de los escritores del siglo segundo. Las referencias al discípulo a quien amaba Jesús. Como los Sinópticos, este Evangelio es anónimo, pero hay referencias a cierto discípulo, en la intimidad del Señor, que sólo se señala por medio de circunlocuciones. No hay razones muy evidentes para tales rodeos, ya que los otros protagonistas de la historia se mencionan por su nombre, pero si se trata del mismo autor, podemos pensar que quería por alguna razón conservar su anonimidad; al mismo tiempo sus intervenciones eran tan importantes al relato que tuvo que hacer mención indirecta de ellas. Este “velo transparente” se nota desde el principio del Evangelio, pues con referencia a los dos discípulos del Bautista que hicieron temprano contacto con Jesús, el autor observa: “Uno de los que ... siguieron a Jesús era Andrés, hermano de Simón Pedro” (1:40). El otro sería conocidísimo también, y si no se nombra es por aquel afán de anonimidad que acabamos de notar. El discípulo amado, pero anónimo, pertenecía al círculo íntimo de los discípulos como es evidente por la conversación a la mesa en el cenáculo (13:23), y bajo la denominación del “otro discípulo” se le señala como testigo del proceso del Señor (18:15,16), y, con inusitada solemnidad, como testigo ocular y cercano de la crucifixión (19:26-27 con 34,35). Se le ve en íntima relación con Pedro en la escena final del Evangelio, y los presbíteros de Éfeso afirman: “Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y que las escribió; y sabemos que su testimonio es verdadero” (21:20-23 con 24). El autor pretende ser testigo de los acontecimientos que relata. Veremos más tarde que el gran texto 1:14 es la clave para la comprensión del Evangelio, y precisamente aquí el autor afirma sin ambages: “El Verbo llegó a ser carne, y vimos (nosotros) su gloria”. En la Epístola (por la misma mano) amplía el concepto diciendo: “lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y nuestras

manos palparon ... os anunciamos” (1 Juan 1:1-4). Recuérdese también el solemne testimonio de 19:34,35. El testimonio alcanza la vida más íntima del Señor y de sus discípulos, como vimos al comentar la escena en el cenáculo (13:23). Se encuentran detalles gráficos que delatan al testigo ocular. Si hallamos datos que no interesarían al mero historiador, y que salen con espontaneidad, y casi inconscientemente, de la pluma del autor, hemos de suponer que él mismo es testigo ocular de lo que relata, o que escribe al dictado de tal testigo, como en el caso de Juan Marcos. Hallamos tales detalles en la narración de las bodas en Caná, pues se nota que había allí seis tinajuelas de agua; al llegar al pozo de Jacob, “Jesús, cansado se sentó así junto al pozo; era como la hora de sexta” (4:6,7). En 8:2 se nota que el Señor se sentó en el Templo al rayar el alba para enseñar al pueblo, mientras que en 10:23 andaba (se paseaba) en el Pórtico de Salomón. El que así escribe vuelve por la magia de la memoria para vivir en los tiempos pasados, conocidos como recuerdo personal. El autor es un hebreo de Palestina. Escribe ciertamente después de la destrucción de Jerusalén por Tito en el año 70, catástrofe que cambió radicalmente la fisonomía de la ciudad, pero recuerda perfectamente la disposición de los atrios del Templo, el estanque de Siloé, el lugar de la crucifixión, el huerto que se hallaba cerca, la sepultura, etc. Está igualmente familiarizado con la geografía en general de Palestina, y menciona por sus nombres lugares insignificantes en sí, cuyos nombres serían desconocidos por un extraño como son Betábara más allá del Jordán (1:28; Caná de Galilea (2:1); Enón junto a Salim (3:23) y Efraim cerca del desierto (11:54). Las costumbres de los judíos cambiaron radicalmente después de la destrucción del Templo, pero este escritor está perfectamente familiarizado con las fiestas y prácticas de la época que describe, bien que ha de añadir alguna explicación por amor a sus lectores para quienes serían desconocidas (7:1,37; 10:22,23; 13:23-36, etc.). Este judío de Palestina, conocedor exacto de la vida del país en el periodo del ministerio de Cristo, que pretende ser testigo ocular tanto de los acontecimientos públicos como de los privados, que se esconde bajo el velo de una semi-anonimidad, que es amigo de Pedro, y tan íntimamente relacionado con el Señor que éste encomienda su madre a su cuidado, no puede ser otro que el apóstol Juan. Pedro no era, desde luego, ni Jacobo, que murió bajo la espada de Herodes, y la intimidad no corresponde a discípulo alguno fuera del núcleo de “los tres”. El testimonio unánime de las iglesias del siglo segundo concuerda con todo cuanto hallamos dentro del libro mismo. No se puede imaginar ni siquiera la presencia de algún intermediario como Juan Marcos, ya que un amanuense no se atrevería a arrogarse la autoridad apostólica, que es tan natural al autor de este libro, quien se identifica con los apóstolestestigos al decir: “Y nosotros vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre ...”, “Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos” (Juan 1:14; I Juan 1:1-4).

La inmensa literatura que combate la paternidad literaria de Juan el Apóstol se debe a argumentos “a priori”, por quienes se obstinan en creer que los conceptos del Prólogo del Evangelio no pueden corresponder a la época apostólica. El sentido común del caso es que Juan el Apóstol quiso valerse de terminos propios de la filosofía de su día para presentar al Hijo encarnado, sin que por ello se apartara un ápice de la doctrina de los Sinópticos, de Los Hechos o de las Epístolas de Pablo. Ciertamente el Evangelio delata una madurez del pensamiento cristiano que lo distingue de los Sinópticos, y el título de “Logos” no se habría empleado tal vez por los años 50-70 d. C., pero cae perfectamente bien en los años 90-100 del primer siglo. De todas formas, los datos concretos han de prevalecer siempre por encima de consideraciones personales y subjetivas. Notas biográficas sobre el apóstol Juan Como en el caso de todos los Evangelistas, hemos de recopilar datos fragmentarios esparcidos por sus escritos y por el N. T. en general, si hemos de formarnos una idea de su personalidad y del transcurso de su vida. Todos los biógrafos se esconden detrás de la Persona que retratan, y todos dirían con el Bautista: “A él le conviene crecer, y a mí menguar.” Su juventud. Por Juan 1:44 y Luc. 5:10 sabemos que era oriundo de Betsaida, al norte del Mar de Galilea, siendo su padre Zebedeo, su madre Salomé y su hermano Jacobo (Marcos 1:19-20; 15:40; Mat. 27:56). La familia se dedicaba a la pesca en el Mar de Galilea, y prosperaba bastante para poder tener ayudantes. El hecho de que Juan era conocido en el palacio del sumo sacerdote indica o importantes relaciones comerciales, o un lejano parentesco (Mar. 1:20; Mat. 27:56; Luc. 8:3; Juan 18:15,16). Por Juan 19:27 es evidente que Juan tenía el uso de una casa en Jerusalén . Discípulo del Bautista. Damos por cierto que Juan era uno de los dos que siguieron a Jesús después de la proclamación del Bautista (1:35-40), lo que nos hace ver que había aceptado el bautismo del arrepentimiento, estando dispuesto a recibir al Mesías por el testimonio del precursor (Luc. 1:16). Discípulo-amigo de Jesús. La sección 1:35 a 4:54 parece representar un periodo cuando Juan, Jacobo, Pedro y Andrés pasaban algún tiempo con el Maestro sin dejar su negocio de la pesca. Discípulo y compañero de Jesús. Mat. 4:21,22 (y porciones paralelas) señala el momento cuando Juan y sus compañeros dejaron sus redes para seguir siempre al Maestro. Discípulo-apóstol. Mar. 3:13-19 (y porciones paralelas) describe el nombramiento de los Doce como Apóstoles, que no sólo habían de seguir a Jesús y aprender de él, sino también salir para el cumplimiento de diversas misiones a las órdenes de su Maestro. Uno del círculo íntimo de “los tres”. En tres ocasiones Pedro, Juan y Jacobo fueron admitidos a revelaciones del Señor que no recibieron los demás de los Apóstoles (Mar. 5:37; Mateo 17:1; 26:37). El sermón profético se dio a los mismos, juntamente con Andrés (Mar. 13:3). Sólo Pedro y Juan fueron

enviados a preparar el cenáculo para la celebración de la Pascua (Luc. 22:8). El discípulo amado. Juan ocupaba el diván a la derecha del Señor en la celebración de la Pascua, y así podía “reclinarse sobre su pecho” para el intercambio en cuanto al traidor (Juan 13:23-26). La escena ha de considerarse como una manifestación de una comunión estrecha y especial entre el Maestro y el discípulo. Heraldo del Evangelio en Jerusalén. Como compañero de Pedro en la primera etapa de la historia de la Iglesia, Juan se menciona tres veces, notándose que Pedro es el portavoz de los dos (Hech. 3:1; 4:13, 8:14). Su encuentro con Pablo. En las conversaciones asociadas con el llamado Consejo de Jerusalén, juntamente con Pedro y Santiago, dio las diestras de compañía a Pablo (Gál. 2:9; compárese con Hech. 15:2, 22, 23). Su estancia en Patmos. Desterrado a Patmos por Domiciano (81-96 d. C.), recibió las visiones del Apocalipsis (Apoc. 1:1, 4, 9) Autor del Evangelio y de las Epístolas que llevan su nombre. Ya hemos visto que remata su testimonio singular en la ciudad de Éfeso, en la provincia de Asia, por los años 95-100. Según S. Jerónimo murió en el año 98 d. C. El carácter de Juan Juan y Jacobo, hijos de Zebedeo, son apellidados “Boanerges”, “hijos del trueno” o “del tumulto” (Mar. 3:17). Es de suponer, pues, que por su naturaleza tenía un temperamento fuerte, dado a explosiones de ira frente a los males que presenciara, y este aspecto de su carácter se ilustra por los incidentes de Luc. 9:49,50; 54-56. Él y su hermano se dejaron llevar por los ambiciosos propósitos de su madre Salomé, al pedir ésta que se les concediera los puestos de honor y de poder en el Reino (Mar. 10:35-40 y porciones paralelas), pero estaban dispuestos también a compartir “la copa” y “el bautismo” del Señor. Disciplinado en la escuela de su amado Maestro, Juan está dispuesto a tomar el segundo lugar con referencia a Pedro, y sus escritos le revelan como el discípulo de las profundas meditaciones, poseído del amor de su Señor. Con todo, las Epístolas evidencian que no ha perdido fuerza y el fuego de”Boanerges”, bajo el control del Espíritu Santo, ya que el Apostol del amor es también el que fustiga la mantira y el error (1 Juan 2:22; 3:8; 4:20, etc.) Hubo algo en Juan que captó las especiales simpatías del Maestro, sin que por ello hayamos de pensar en favoritismos. Era más “hermano” para Jesús que los hermanos según la carne, ya que pone a su madre bajo su cuidado. Su hermoso “momento” es su Evangelio, juntamente con las epístolas complementarias, y las glorias del Apocalipsis.

LA OCASIÓN Y LA FECHA Circunstancias inmediatas Como hemos visto, no hay razones para dudar de que Juan redactara su Evangelio, siendo ya viejo, en la ciudad de Éfeso sobre la fecha de 95-100 d. C. Sin duda el Evangelio concreta enseñanzas que había pasado oralmente a las iglesias durante muchos años, y podemos aceptar como exacta en su esencia la información de Clemente de Alejandría: “El último de todos (los Evangelistas) Juan, tomando nota de que en los otros Evangelios había sido narrado aquello que concernía al cuerpo (lo externo del ministerio de Cristo), y siendo persuadido por sus amigos, y movido también por el Espíritu de Dios, redactó un Evangelio espiritual.” Reiteramos que el versículo 21:24 puede ser la garantía de los ancianos de Éfeso, ya que Juan (quizá por los efectos de persecución) no quería presentarse bajo su propio nombre. Circunstancias generales Al final de la vida de Juan no había necesidad de escribir mas evangelios dirigidos especialmente a judíos o a gentiles, pues la Iglesia se había extendido mucho y la destrucción de Jerusalén había anulado prácticamente la influencia de la iglesia judaica o judaizante, de modo que la Vida de Cristo pudo escribirse con miras a la Iglesia como tal, sin perder de vista las necesidades de las muchas personas cultas, conocedoras de los postulados generales de la filosofía griega, que querían ser informadas sobre el sentido íntimo de la doctrina cristiana. Es evidente que aquí la historia pasa a segundo término, sirviendo los incidentes para formular una cristología profunda, y para subrayar las relaciones de los individuos con Cristo, ya presentado como el Verbo eterno encarnado (véase más abajo).

JUAN Y LOS SINÓPTICOS Evidentemente el Evangelio según Juan es el complemenlo de los Sinópticos y es de suponer que evitó deliberadamente la repetición de lo que ya se sabía por todos, a no ser que los incidentes le sirvieran de base para su doctrina y para su presentación del Verbo encarnado. Es complementario en cuanto a las esferas del ministerio Los Sinópticos subrayan la manifestación y el ministerio del Señor en Galilea, describiendo Lucas también la época final en Perea (véase Sección IV, último apartado, “Contenido del Evangelio”). Desde

luego, todos los Evangelistas detallan los acontecimientos del preludio y de la consumación de la Pasión en Jerusalén, pero es sólo Juan quien nos hace ver que Jesús había llevado a cabo una gran obra en Judea entre la Tentación y el principio de la proclamación del Evangelio del Reino en la provincia norteña, y quien detalla el ministerio de Cristo en los atrios del Templo durante sus frecuentes visitas a la capital. Juan también narra la bendición espiritual que resultó de la visita del Señor a Sicar, preparación tal vez para la futura campaña de Felipe y la amplia extensión del Evangelio en la provincia cismática (Hech. 8:5-25). Es complementario en cuanto al material EI Dr. Westcott calculó que sólo el ocho por ciento del Evangelio halla coincidencias en los Sinópticos, siendo el noventa y dos por ciento peculiar a Juan. Las coincidencias son mayormente los milagros de la multiplicación de los panes y peces (6:1-15), el milagro de andar Jesús sobre las aguas con el fin de socorrer a sus discípulos (6:16-21), la fiesta en honor del Señor en la casa de Simón en Betania (12:2-8), y varios incidentes de la Pasión. Aun este material coincidente se presenta según el plan y el propósito del Apóstol, quien sigue sus propios recuerdos más bien que las tempranas tradiciones que son la fuente de los Sinópticos. Es complementario en cuanto a la enseñanza Hemos visto que tanto Mateo como Lucas transcriben muchos discursos y parábolas de Cristo, pero en Juan hallamos una serie de conversaciones, con discursos públicos y privados, que llevan un sello especial. Del estilo de estos discursos tendremos más que decir en su lugar, pero aquí nos conviene comprender que no se trata de enseñanzas incompatibles con las de sus colegas, pues hay coincidencia de doctrina siempre y el Señor, el gran Enseñador, es igual en todos sus mensajes: se trata más bien de un “fondo de reserva” de la enorme riqueza de la sabiduría del Verbo encarnado, que él presentó a sus discípulos, y a distintos auditorios en su día, pero que no pudo ser asimilada y comprendida hasta más tarde, hasta que muchos asuntos se hubiesen aclarado en el curso del proceso histórico de la Iglesia, y hasta que el apóstol Pablo hubiese dado a conocer por las congregaciones de los santos las grandes doctrinas que había recibido por revelación divina. Dios en su providencia preparó a su instrumento, Juan, y le retuvo la mano hasta que él mismo hubiese logrado la madurez suficiente para declarar tales misterios en palabras maravillosamente aptas, y hasta que la extensión del Evangelio hubiese preparado un auditorio capaz de apreciarlos y asimilarlos Es complementario en su cristología

A la necesaria presentación de Jesús como el Rey-Mesías por Mateo, como el Siervo de Jehová por Marcos, y como el Hombre perfecto por Lucas, corresponde el profundo concepto del Verbo eterno que revela tanto el pensamiento como el corazón de Dios por medio de una vida humana. Este tema se desarrolla más en su debido lugar.

RASGOS CARACTERÍSTICOS DEL EVANGELIO Algunos de estos rasgos se han notado al ver cómo el Evangelio se halla en marcado contraste con los Sinópticos, y los complementa de varias formas. Otros rasgos se asocian con los grandes temas del Evangelio según el plan del autor (que se tralarán aparte). Aquí notamos ciertos aspectos del cuarto Evangelio que no hallan cabida en los apartados de referencia. El estilo y dicción del Evangelio a) La sencillez. La primera impresión que se recibe al leer algún pasaje de Juan es la de la sencillez del vocabulario y del estilo. Ni el lector más sencillo se asusta, ya que halla delante de sí vocablos muy conocidos, a menudo cortos, como lo son luz, vida, palabra (o verbo), pecado, mundo, amor, saber, conocer, ver, testificar, creer, etc. Además de eso las oraciones gramaticales son casi siempre breves, enlazándose las cláusulas con “y” o “mas” (pero), sin las complicaciones de intrincadas cláusulas subordinadas. b) La profundidad de los conceptos. Volveremos otra vez a considerar los profundos temas de Juan, pero notamos aquí lo que es obvio a todo lector atento: que la aparente sencillez del vocabulario y del estilo de Juan le lleva inmediatamente a profundos conceptos relacionados con la vida y la condición del hombre con las manifestaciones que Dios da de sí mismo, con el desarollo de las edades, y con el gran conflicto entre la luz y las tinieblas. No es que Juan nos engañe por una apariencia espúrea de sencillez, sino que sus profundas meditaciones e intuiciones, basadas siempre en la Persona y las enseñanzas del Verbo, le llevan muy directa y limpiamente a la verdad, siéndole natural –en ello se revela el genio y el temperamento del escritor- expresarla en voces y figuras de gran fuerza vital, comunes a la vida humana, sin necesidad de envolverla en ropaje teológico o filosófico. El concepto de “Logos” es filosófico en otros escritos, pero aquí Juan lo convierte en un título que expresa al Hijo encarnado como revelación del Padre, y su sentido esencial está al alcance de todo niño en Cristo. c) La influencia del arameo. El griego de la última etapa de la obra literaria de Juan es bueno, dentro de su estilo peculiar, pero las frases cortas, colocadas en series paralelas o antitéticas, nos recuerdan la literatura hebrea. Tenemos un ejemplo de “frases acumuladas” en los primeros versículos del Evangelio: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. La repetición enfática del

sustantivo principal (aquí “Verbo”) es otro conocido rasgo de su estilo. Pero, a la manera de la poesía hebrea, las cláusulas pareadas o asociadas pueden ser de contraste, o expresiones positivas seguidas por negativas que dan el mismo sentido: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por medios de él” (3:17); “Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo” (8:23); “él confesó, y no negó” (1:20); “en la casa de mi Padre muchas moradas hay; si no fuera así, os lo hubiera dicho” (14:2). A veces las cláusulas acumuladas llegan a formar una estrofa de sublime poesía: La paz os dejo, Mi paz os doy. No como el mundo os la doy. No se turbe vuestro corazón Ni tengáis miedo. (14:27) d ) El lenguaje del Señor y el de Juan. Generalmente Juan está citando las palabras del Maestro, que recuerda, ayudado por el Espíritu, o que apuntó por escrito desde el principio. Otras veces el Evangelista hace sus comentarios, y a veces otros personajes toman la palabra, como Juan el Bautista en 3:27-30. En todos los casos el estilo se reviste de las mismas características, y en el capítulo tres, ya citado, es imposible saber con certeza dónde las palabras de Cristo a Nicodemo terminan y dónde empiezan los comentarios inspirados de Juan el Apóstol. De igual manera suponemos que Juan el Bautista cesa de hablar en 3:30 y que lo demás del capítulo es del Apóstol, pero no hay nada en el estilo que lo indique. Se piensa generalmenle que Juan, a través de las meditaciones de sesenta años, había asimilado el estilo del Señor y el de otros al suyo propio; pero en tal caso cabe preguntar cómo podemos saber si reproduce o no los verdaderos pensamientos de Cristo. Además, los conceptos son tan profundos que no pueden ser de Juan, sino que han de ser del Verbo encarnado. Quizá haríamos mejor en pensar que Cristo se expresaba de distintos modos según el propósito y el auditorio, y que Juan, tan íntimamente asociado con él, con su oído de discípulo joven tan atento a sus palabras, adoptara como suyo este estilo especial del Maestro, formando su pensamiento y su expresión en molde tan maravilloso. Las formas arameas de expresión abundan en este estilo, y se disciernen claramente a pesar de que el Apóstol había perfeccionado su manejo del griego a través de su larga vida. e) El lenguaje del Señor en Juan y en los Sinópticos. Cualquier lector podría notar la diferencia entre el estilo de los discursos pronunciados en Jerusalén (caps. 5, 7, 8, 10 de este Evangelio) y aquellos que pertenecen al ministerio en Galilea, según las narraciones de los Sinópticos, como el Sermón del Monte por ejemplo. La diferencia principal se debe a la manera en que Jesús se amolda a la forma “dialéctica” de las discusiones de los rabinos en los atrios del Templo; es decir, las ideas se lanzaban por el Maestro, se recogían por distintas personas en el auditorio, para reca1carse, modificarse o ampliarse luego por el

Maestro mismo. El método se prestaba a la enunciación de verdades abstractas, y a matices que frecuentemente degeneraban en sutilezas y argucias. Los judíos se asombraban al ver que el Señor dominaba también esta forma de comunicar sus mensajes, ya que era peculiar; a los rabinos de las escuelas de Jerusalén y preguntaron: “¿Cómo sabe éste de letras, sin haber estudiado?” (Juan 7:15). Desde luego, la “doctrina” que Jesús había recibido de su Padre nunca degeneraba en argucias, pero a la mayoría de los lectores les cuesta más seguir el pensamiento, frecuentemente interrumpido, de los discursos en los atrios del Templo, que no el de las enseñanzas en Galilea . Pero se han exagerado las diferencias entre el estilo de Juan y el de los Sinópticos, ya que hay expresiones en éstos redactadas en forma típicamente joanina, como por ejemplo Mat. 11:27: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo sino el Padre; ni conoce alguno al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiera revelar.” Véase también Mat. 10:40; Luc. 9:48. La poesía aramea (hebrea) que trasluce por el envoltorio del griego, es tan evidente en los discursos sinópticos como en los de Juan. Con el ejemplo que sacamos de Juan 14:27, compárese Luc. 12:22,23: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir; porque la vida es más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido. f ) La ausencia de parábolas y la riqueza del lenguaje figurado. No se halla ninguna parábola en este Evangelio si nos atenemos a la definición que generalmente se acepta: que una parábola es la narración real, o verosímil, con su acción propia, que ilustra una verdad espiritual. En cambio el Evangelio abunda en metáforas, símiles y símbolos escogidos y empleados tan acertadamente que constituyen uno de los medios más importantes para la revelación de las múltiples facetas de la verdad. Algunas veces la metáfora es implícita en la palabra y no necesita más desarrollo, como por ejemplo: “luz”, “tinieblas”, “tropezar”; pero en otros casos figuras como la del “Templo” (2:19), del “nuevo renacimiento” (3:3-8), del “’pan de vida” (6:1-35 y 41-58), del “buen pastor”, de la “puerta” (10:1-29), de la “vid verdadera” (15:1-16), se desarrollan ampliamente, resaltando muchas facetas de la alegoría. Las “señales” de Juan En las escrituras se emplean tres palabras para milagros; “potencias”, “prodigios” y “señales”. Juan se limita al último término, ya que los Sinópticos habían aducido abundante testimonio en cuanto al ministerio de las poderosas obras del Mesías, de modo que él, en su selección tan económica de

incidentes y enseñanzas, sólo se interesa en siete “señales” realizadas antes de la Cruz, con otra después. Lo importante no es la obra en sí, sino lo que “señala” o “revela”. De estos milagros, seis son peculiares a Juan. • El agua convertida en vino (2:1-11) Señal de la gloria creadora del Verbo, y de su “plenitud” como Fuente de gozo y de satisfacción. • La curación del hijo del noble (4:46-54) Señal del poder sanador del Verbo, ejercido a distancia. Se ilustra la eficacia de la fe. • La curación del paralítico (5:1-18) Señal de la presencia del gran Restaurador, quien llevaba a cabo las obras de Dios. • La multitud alimentada (6:1-14) Señal de la abundancia creadora de Cristo, e ilustración de su Persona y obra como “Pan de Vida”. • Cristo anda sobre el mar (6:16-21) Señal de su control de todo elemento natural en beneficio de los suyos. • El ciego de nacimiento recibe la vista (9:1-38) Señal de la luz que vino al mundo para la guía de los sumisos. • La resurrección de Lázaro (11:1-46) Señal de la conquista de la muerte por medio de Cristo, Resurección y Vida. • La pesca milagrosa (21:1-14) Señal del poder del Resucitado para guiar y bendecir el servicio de sus obreros en este mundo. El cuadro anteior complementa lo que hemos de decir sobre los temas del Evangelio y el plan de Juan e ilustra bien la manera en que Juan selecciona sus incidentes, cuidando de que cada uno emita un rayo peculiar de la gloria del Verbo encarnado. Grandes revelaciones doctrinales se asocian con las señales que se presentan en los caps. 5, 6, 9, 10 y 11.

LA REVELACIÓN QUE CRISTO NOS DA DE SÍ MISMO EN ESTE EVANGELIO Su deidad y plenitud En la Sección VI (La PERSONA DE CRISTO) tendremos ocasión de citar muchas declaraciones del Señor sobre su propia Persona que se hallan en este Evangelio. Los primeros discípulos le reconocieron en seguida como el Mesías, y él mismo se presenta como tal (1:41-51; 4:26), pero su autorrevelación no se limita a su obra mesiánica, sino que descubre los más hondos estratos de su Persona y Obra, subrayándose especialmente sus relaciones con el Padre. Muy conocida es la declaración

“Yo y el Padre una cosa (esencia) somos” (10:30), y el tremendo aserto: “Antes que Abraham fuese, YO SOY” (8:58), comprendiendo bien los judíos que Jesús pretendía plena deidad. Llenando el sentido de su “plenitud” divina (1:16) frente a los hombres de fe, hallamos las siete declaraciones: “Yo SOY”…el pan de vida…la luz del mundo…la puerta…el buen Pastor…la resurrección y la vida… el camino, la verdad y la vida…la vid verdadera (6:38; 8:12 con 9:5; 10:11, 14; 11:25; 14:6; 15:1). La deidad del Hijo no se declara con el fin de deslumbrar a la pobre humanidad, sino para manifestar su gracia salvadora y aquella plenitud que se pone a la disposición de los hombres. Si la “plenitud” se aprovecha por la fe, satisface todas las necesidades del hombre: de vida, de sostén, de luz, de redención, de guía y de comunión con Dios, que viene a resumir el sentido de las declaraciones que acabamos de citar. La subordinación del Hijo al Padre Con frecuencia hallamos frases como éstas: “No puede el Hijo hacer nada de por sí, sino lo que ve hacer al Padre” (5:19)”…. “No puedo hacer nada de por mí; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió” (5:30). Al mismo tiempo el Hijo declara: “El Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él mismo hace” (5:20)... “El Padre ama al Hijo, y todas las cosas dio en su mano” (3:35) ... “Todas mis cosas son tus cosas y todas tus cosas (del Padre) son mis cosas” (17:10). Lo que el Hijo quería demostrar, al reiterar que nada hacía sin el Padre, es que él se distinguía de todos los impostores anteriores que pretendían ser el Mesías, ya que su obra se identificaba perfectamente con la voluntad del Padre. Se hallaba subordinado al Padre en la ejecución de su misión, lo que no mengua en manera alguna su igualdad de esencia, de voluntad y de honra con el Padre, ya que éste se presenta como Cabeza jerárquica del Trino Dios, por lo cual la mención de la voluntad del Padre equivale a la de la Deidad.

LA FINALIDAD DEL EVANGELIO La finalidad general 20:30,31 Juan había hecho una cuidadosa selección entre tantas “señales” y añade ahora: “Éstas empero se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.” Esta finalidad se expresa según la terminología de este Evangelio, pero se aplica igualmente a los Sinópticos, pues todos los Evangelistas seleccionaron incidentes de entre los innumerables de la vida de Cristo, con el fin de demostrar que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios, Fuente de toda bendición y salvación. La finalidad específica

Al propósito indicado en 20:31, hemos de añadir el del “texto clave” del Evangelio que se halla en 1:14 “Y el Verbo llegó a ser carne, y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre”. Juan habla como uno de los testigos-apóstoles, y sus palabras en 1 Juan 1:1-4 nos hacer saber que él y sus compañeros no sólo contemplaron la gloria del Verbo encarnado, sino que también recibieron la comisión de declararla, con el fin de que otros entrasen en plena comunión con el Padre y el Hijo. El Evangelio se escribió pues, para complementar la labor de los Evangelistas anteriores por presentar a Cristo como el Verbo eterno, Creador y Fuente de vida, quien se dignó “hacerse carne”, o asea, asumir una perfecta naturaleza humana, a través de la cual, como DiosHombre en la tierra, había de dar a conocer el Ser y la obra de Dios hasta donde los hombres pudiesen recibir estos raudales de luz celestial. Tan perfectamente llevó a cabo su cometido que en la víspera de la Pasión dijo a Felipe: “El que me ha visto ha visto al Padre” (14:9). La finalidad apologética En la época de la redacción del Evangelio el gran peligro interno que amenazaba a la Iglesia era el error del docetismo, relacionado con los principios del gnosticismo. Falsos enseñadores como Cerinto declaraban que el Cristo no era hombre real, sino que sólo aparecía como tal a los ojos de sus contemporáneos. Cerinto enseñaba que el “Cristo” descendió sobre el hombre, Jesús en su bautismo, para abandonarle en la Cruz. Los gnósticos, mezclando algunos elementos crisianos con lo que pasaba por ser “ciencia” en aquella época (y era un especie de teosofía), postulaban muchos intermediarios entre el Dios que era espíritu puro, y la creación material. El mal residía, según ellos, en la materia. Pretendían una “gnosis” (ciencia) mística, al margen de las Escrituras. Es evidente que este Evangelio con su énfasis tanto sobre la humanidad de Cristo como sobre su Deidad, y que señalaba al Verbo creador encarnado como único Mediador, constituía el mejor antídoto posible al veneno de los errores gnósticos. La finalidad doctrinal Las revelaciones que el Cristo resucitado concedió al apóstol Pablo habían preparado el terreno para una presentación más doctrinal de la Persona, y la Obra de Cristo. No hablamos de una revaloración, pues los “valores” son únicos y constantes en este caso, presentes y visibles desde el principio, pero sí de una nueva visión del significado del Advenimiento. La armonía entre todos los Evangelios es perfecta, y la nueva presentación, por reconocer la anterior, prescinde de muchos detalles históricos con el fin de ampliar la cristología, y sacar a luz consecuencias doctrinales más cumplidas de la Vida y la Obra de Cristo.

LOS GRANDES TEMAS DEL EVANGELIO EN EL PRÓLOGO Muchos de los grandes temas doctrinales y prácticos se adelantan en el Prólogo (1:1-34), para desarrollarse e ilustrarse en lo restante del libro. He aquí el plan fundamental del autor: adelanta los grandes conceptos relacionados con el Verbo, y luego los saca a la luz, los desarrolla y los ilustra, hasta llegar a la consumación de la Muerte y la Resurrección. El Prólogo es el vivero, y lo restante del libro es el florido vergel. El Verbo Para los griegos, el “logos” era el principio vital, la “razón divina”, que informaba el universo, imponiendo el debido orden en un “cosmos” que de otra forma sería un mero “caos”.Literalmente su traducción es “palabra”, y es de notar que los hebreos habían llegado casi a personificar “la palabra de Dios” como si fuese el agente de Dios en creación y juicio (Sal. 33:6; Os. 6:5, cte.). Juan tuvo que presentar la Persona y la Obra del gran Mediador a personas que sabían poco o nada del concepto hebreo del Mesías, sin dejar de señalar el eslabón con el A. T. y su aprecio de la misión especial de Israel; escogió pues este término, que ya era un lugar común de la filosofía, para designar al Mediador, echando así un puente entre el modo de pensar de los griegos y la verdad que brotó, en su parte histórica, del suelo de Palestina. El Verbo del Prólogo de Juan no es una vaga abstracción, sino Dios en manifestación y en acción en Cristo. Desde el principio (la eternidad) era con Dios (en relación especial con Dios) y era Dios. Como tal era la Fuente y Origen de todas las cosas creadas, de la vida, y de la luz. El gran tema del libro es que el Verbo “se hizo carne” (perfecta humanidad) para exhibir la gloria de Dios por medio de una vida humana (1:14); Dios en su esencia no podía ser “visto” o comprendido de los hombres, pero el Hijo-Verbo le dio a conocer en los términos de una vida humana (1:18). Algunos escriturarios hallan extraño que la designación del “Verbo” desaparezca después del Prólogo. De hecho cumplió su propósito al indicar al lector griego que el Protagonista del relato de Juan trascendía infinitamente el marco de unas ideas judaicas sobre un Mesías nacional, siendo nada menos que el Mediador eterno entre Dios y los hombres, el que dio realidad histórica a las aspiraciones del pensamiento filosófico griego, al par que cumplió el sentido de la “palabra operante” del A. T. En el Prólogo se echa el puente, y en todo lo demás del Evangelio vemos al Verbo humanado obrando, realizando el doble propósito de dar a conocer a Dios y abrir una amplia vía redentora para los hombres. Cada señal, cada incidente, cada enseñanza refleja un rayo de gloria de las innumerables facetas de la gracia de Dios revelada en Cristo. La plenitud

“Porque de su plenitud hemos recibido todos, y gracia sobre gracia” (1:16). La “Pleroma” era término que se empleaba mucho por los gnósticos contemporáneos. Para Juan, como para Pablo, llega ser toda la abundancia del Ser de Dios en cunto puede ponerse a la disposición de los hombres. “Porque en él (Cristo) habita toda la plenitud de la deidad corporalmente, y en él estáis completos” (“plenos”, Col. 2:9,10), que es la expresión de Pablo que corresponde al texto de Juan que hemos citado. Las “señales” de volver el agua en vino, de dar de comer a los cinco mil, con las enseñanzas sobre el “agua viva” (4:14; 7:37-39); el “pan de vida” (6:35 y contexto), ilustran y desarrollan el concepto de una plenitud de Dios que se recibe por la fe. El Verbo Creador “Sin él nada de lo que es hecho, fue hecho” (1:3,10). El plan es del Padre, pero la ejecución pertenece al Verbo Creador. Las dos señales de convertir el agua en vino, y de dar de comer a la multitud, son milagros de creación, y el concepto se realaciona estrechamente con el de la “plenitud” que se recibe por medio del Verbo encarnado. La Vida “En él estaba la vida…” (1:4). He aquí la necesidad fundamental del hombre. El levantamiento de Lázaro (cap. 11) ilustra dramáticamente la muerte del hombre. Tanto por la flaqueza de su cuerpo como por el defecto inherente de su ser como pecador. Cristo se presentó a Marta como la “Vida”, y lo que es más apropiado a nuestro caso, como “Resurreción y Vida”, ya que necesitamos vida después de la muerte. Comp. las altas prerrogativas del Hijo como aquel que se levanta a los muertos en 5:21-29. La consumación de la vida se halla en el Resucitado (cap. 20). La luz “La Vida era la luz de los hombre… la luz verdadera era la que, entrando en el mundo, alumbra a todo hombre” (1:4,9). Luz es una necesidad para la vida y, figurativamente, para toda orientación moral e intelectual del hombre. Su uso metafórico, en contraste Con las tinieblas del mal, es tan patente que no necesita recalcarse. En los caps. 8 y 9 Cristo se presenta como “luz del mundo”, no sólo frente al hombre fiel que le sigue, y que no andará en tinieblas, sino frente a los fariseos hipócritas cuyos pecados secretos se revelaban por la luz que todo lo descubre (8:1-12 y el pasaje siguiente). Después de la “noche” de la Pasión los discípulos pasan al nuevo “día” de la Resurrección, y la luz se enfoca en el rostro de Cristo, reconocido por Tomás como “¡Señor mío y Dios mío!”.

La gloria Vimos su gloria” (1:14). He aquí otro concepto clave del Evangelio. La “gloria” viene a ser la exteriorización de los atributos de Dios, que se hacen visibles a los hombres (comp. Hebreos 1:3), y la metáfora es análoga a la de la “expresión” del corazón y del pensamiento de Dios por medio del “Verbo”. El sustantivo “gloria” se halla 19 veces en este Evangelio, y el verbo correspondiente “glorificar” 23 veces. Juan describe la obra final de la Cruz y de la Resurrección, en su conjunto, como la glorificación del Hijo del Hombre, ya que en ella brillan los atributos de Dios (su misericordia, su amor, su justicia y potencia) de forma preeminente (12:23-25; 31,32; 17:2). Los hijos de Dios Los vs. 12 y 13 del Prólogo describen una nueva familia de “hijos de Dios”, engendrados de la sustancia de Dios (su vida) por el principio de la fe, y que se contrastan con aquellos que debieron haber recibido al Creador cuando visitó “lo suyo”, pero “no le recibieron”. Es decir, los judíos rebeldes, a pesar de su continuidad racial con Abraham, perdieron sus privilegios por no reconocer al “Hijo”, al Heredero; pero el plan de Dios no podía quedar frustrado, y en lugar de la nación (en esta dispensación) forma una “familia” de los “nacidos de arriba”. El tema se desarrolla en la conversación con Nicodemo (3:1-11); la nueva familia crece y se ve en contraste con los falsos hijos de Abraham (8:31-59; 10:23-19). El Cordero de Dios El Prólogo hace mención del ministerio del Bautista en dos etapas, subrayando su testimonio a la preeminencia del Cristo, y, como rasgo muy especial, su declaración de que era “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (1:29). No bastaba que el Cristo fuese el Verbe revelador y mediador; ni siquiera que fuese la “Plenitud”, pues la vida de Dios no podía comunicarse al hombre sin la obra de expiación del pecado. A algunos les ha extrañado esta temprana referencia a la obra de expiación, pero Juan era profeta, y si había comprendido tan claramente la naturaleza de su propia misión por meditar en Isaías cap. 40, ¿por qué no podía serle revelado también que el Mesías era el Siervo de Jehová que había de padecer por el pueblo según Isaías cap. 53? Así se inician los anuncios de la Pasión que, de una forma muy peculiar en este Evangelio, anticipan la Hora de dolor y de triunfo. El lenguaje de 19:33-36 se basa también en el simbolismo del Cordero pascual, y todo el cap. 19 lleva el concepto a su culminación. Juan subraya el triunfo de la Cruz: “Consumado es” (19:30 comp. 12:31-32). El Espíritu Santo

Juan había de ver el Espíritu Santo descender y permanecer sobre el Hijo de Dios (1:32-34), sabiendo al mismo tiempo que éste bautizaría en Espíritu Santo, que es la consumación de su obra redentora desde la Diestra. Así que se abre paso a la rica doctrina sobre el Espíritu Santo que caracteriza a este Evangelio, siendo tema predominante del discurso en el Cenáculo. Al final un acto simbólico representa la manera que el Cristo exaltado había de dar el Espíritu Santo a los suyos (20:22 comp. 7:37-39 y Hech. 2:1-4, 33). El testimonio El Bautista se presenta en el Prólogo como el que desvía las miradas de los hombres de su persona, para que se fijen en Aquel que venía. Era el testigo fiel por excelencia (1:6-8, 19-36). Así se inicia el tema del “testimonio” que ocupa lugar prominente en el Evangelio. Sólo el Hijo pudo ser Testigo de las cosas de arriba (3:11-13, 31-33), y, al acabar su testimonio en la tierra, nombró a los testigos-apóstoles, cuyo mensaje había de ser vivificado por el testimonio celestial del Espíritu Santo en ellos (15:26, 27; 16:7-15, comp. también 5:31-47). Creer La fe se presenta en su forma verbal y activa de “creer” en este evangelio, y hallamos la primera mención en 1:12 donde los “engendrados de Dios” son los que creen en su Nombre. Es el movimiento del corazón del hombre sumiso hacia el Salvador, para descansar en su Persona y confiar en la eficacia de su obra. Sólo este gran principio, posible a todos, puede anular la tragedia de la Caída y poner al hombre en contacto con el Salvador para vida eterna. Desde el punto de vista de las reacciones humanas es el tema más importante del Evangelio, y al presentarse Cristo dice en efecto a todos: “¿Crees tú en el Hijo del Hombre?” (9:35; comp. 3:14-18, 36; 6:29, 35-58, 69). La lucha entre la luz y las tinieblas “La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (mejor traducción que “no la comprendieron”; 1:5). Al umbral del Evangelio se nos presenta la lucha entre la luz de la presencia del Verbo en el mundo, y la oposición a ella de todas las fuerzas del mal, los poderes “anti-Dios” de las tinieblas. A través de todo el libro la presentación del Dios-Hombre provoca distintas reacciones entre los observadores, lo que ilustra esta lucha fundamental. Desde el principio algunos responden con humildad y fe, reconociendo al Mesías-Salvador (1:37-51), pero pronto reaccionan en contra de la luz las clases privilegiadas que preferían sus intereses creados de religión, de dinero y de prestigio humano, a los rayos de la revelación de la “gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2:13-25). La tensión producida por

esta lucha va en aumento a través del Evangelio hasta que el creciente odio de los príncIpes logra, en lo humano, que un débil gobernador gentil sentencie al Cristo de Dios a la Cruz. Pero las tinieblas no prevalecieron contra la luz, que brotó con renovada fuerza en el día de la Resurrección, iluminando los corazones de los fieles con diáfana luz que nunca había de apagarse. Aun las tinieblas del Calvario se, convirtieron en “gloria” por medio de la revelación del corazon y del propósito de gracia de Dios. El amor El amor (en su forma verbal) no se halla hasta que llegamos a 3:16, pero desde entonces llega a ser tema fundamental del libro, asociado muchas veces con la obediencia (15:9,10). Si la fe es la antítesis y la anulación de la soberbia del hombre que se cree suficiente por sí, el amor, definido a la luz de 3:16, es la antítesis y la anulación del egoísmo que busca lo suyo. Dios es amor, y busca el bien de su criatura al coste del don de su Hijo. Todo verdadero amor (“ágape”) ha de reflejar el amor de Dios, y supóne la cuidadosa consideración del bien del semejante sin considerar el precio personal del servicio que se requiere.

TIPOS DE ANÁLISIS El contenido por capítulos Es más fácil recordar el contenido general de Juan que el de los demás Evangelios, ya que muchos capítulos presentan un tema destacado y conocido. ¿Quién no se acuerda de que el tema del Nuevo Nacimiento se desarrolla en el cap. 3, el de la mujer samaritana en el 4, el del paralítico del estanque de Bethesda en el 5, el del “Pan de Vida” en el 6, etc.? El estudiante diligente, pues, no tendrá dificultad alguna en repasar mentalmente el contenido del Evangelio “a grosso modo”. Cuando se trata de un análisis por temas y secciones, nos hallamos ante una verdadera dificultad, puesto que los mismos hilos de conceptos y de pensamientos aparecen y desaparecen y vuelven a aparecer en las distintas secciones. Análisis según los temas del Prólogo En la sección anterior “El Prólogo y los grandes temas”, hemos notado el plan básico de Juan, que es el de adelantar los principales temas en el expresivo y profundo Prólogo, y luego desarrollarlos por medio de “señales”, incidentes y enseñanzas, hasta que llegue a la culminación de todo el conjunto de conceptos en la Cruz y la Resurrección del Cristo. Es un Plan admirable, perfectamente realizado, y es una de las glorias del Evangelio como mensaje y como literatura. Pero repetimos que los grandes conceptos del Prólogo (a los que hay que añadir el del amor) se hallan entreverados en el tejido mismo

del escri to, lo que dificulta el análisis por secciones, tan amado por nuestra mentalidad occidental. Un aspecto del Plan del Apóstol se deriva del tema fundamental -la revelación de Dios y de su obra por medio del Verbo encarnado- que provoca reacciones favorables o antagónicas, notándose las oscilaciones de la lucha entre la luz y las tinieblas a través del Evangelio. Juan lanza el tema en el mismo Prólogo, y describe la manera en que algunos acuden con fe en 1:38-51, y cómo se inicia el movimiento del rechazo en 2:13-25. Desde el principio, pues, el Apóstol presenta estas alternativas de luz y de sombra, de sumisión y de rebelión especialmente en Jerusalén, pero también en Galilea. Momentos de crisis frente a la revelación del Verbo se hallan en 6:59-71; éstos no son idénticos a la Confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, pero son muy análogos a ella en espíritu y en su sentido íntimo. Pocos comprenden el significado de la Persona, pero Pedro, portavoz de los Doce, lo proclama en claras y hermosas palabras. Al final del cap. 11, los príncipes, cegándose deliberadamente a la luz resplandeciente del levantamiento de Lázaro, determinan la muerte del Mesías, e inician la última etapa del rechazo que llega a su culminación en 19:15: “¡Quita, quita, crucifícale ... no tenemos más rey que César!” En cambio el movimiento de sumisión y de recepción llega a su culminación en la confesión de Tomás Dídimo: “¡Señor mío, y Dios mío!” Toda duda ha desaparecido con la manifestación del Verbo encarnado, crucificado y resucitado de entre los muertos. A continuación intentamos un análisis por secciones, con alguna indicación de temas, para la orientación general del lector, pero la riqueza del material es tal, y los temas se entrelazan en dibujos de hermosura tan sorprendente, que existe el peligro de oscurecer el plan vital de Juan por nuestro afan de colocarlo todo en casillas.

EL CONTENIDO DEL LIBRO I PRÓLOGO: LA REVELACIÓN DE DIOS POR MEDIO DEL VERBO 1:1-37 La naturaleza y la obra del Verbo 1:1-4 El testimonio del Bautista y el rechazo y la recepción del Verbo (texto clave del Evangelio) 1:14 Testimonio; la plenitud del Verbo y la revelación del Dios invisible 1:15-18 Juan el Bautista testifica de la preeminencia del Mesías 1:19-37 Dador también del Espíritu Santo 1:29-37 II LA REVELACIÓN DEL VERBO ANTAGONISMO 1:38-5:54

EN SU

Los primeros discípulos ven la gloria y acuden 1:38-51

PLENITUD; RECONOCIMIENTO, Y

La primera señal: Cristo en Fuente de satisfacción y de gozo. Su obra como Creador 2:1-11 La primera limpieza del Templo. Cristo obra movido por el celo del la Casa de su Padre, y anuncia un nuevo Templo. Antagonismo, interés, fe 2:12-25 El nacimiento de arriba, el testimonio de arriba, el amor redentor de Dios en el Hijo 3:1-21 La humildad del Bautista, el testimonio, la plenitud del Espíritu y la línea divisoria entre la fe y la incredulidad 3:22-36 La mujer samaritana aprende que hay fuente de agua que salta para la vida eterna. Aprende lo que es la verdadera adoración 4:1-26 Los samaritanos bendecidos por el testimonio de la mujer y por las palabras de Cristo. La siembra y la siega. 4:27-42 La segunda señal: por la fe del padre, el hijo del noble se cura a distancia. Plenitud para la salvación 4:43-54 III EL VERBO ENCARNADO SE REVELA COMO EL OBRERO DIVINO, ENCARGADO POR EL PADRE DE LA OBRA DE LA RESTAURACIÓN, DE LA RESURRECCIÓN Y DEL JUICIO, TESTIMONIOS A SU PERSONA Y OBRA 5:1-47 (Texto clave: “Mi padre hasta ahora obra, y yo obro” 5:17.) La tercera señal: la curación del paralítico por la sola palabra del gran Agente divino. 5:1-18 La perfecta colaboración entre Padre e Hijo. Éste da vida y juzga 5:19-30 Varios incontrovertibles testimonios del Hijo 5:31-47 IV EL VERBO ENCARNADO MANIFIESTA SU PLENITUD COMO PAN DE VIDA QUE DESCENDIÓ DEL CIELO. LA OBLIGACIÓN DE LOS HOMBRES DE ACUDIR, VER, CREER, COMER La cuarta señal: satisfacción para la multitud 6:1-15 La quinta señal: Jesús acude al auxilio de los suyos sobre las aguas. El Creador controla los elementos a favor de los suyos 6: 16-21 El discurso en Capernaum sobre el Pan de Vida, basado en las lecciones de la cuarta señal 6:22-58 Tinieblas: muchos vuelven atrás. Judas es un demonio. Luz: Pedro confiesa a Jesús como el Ungido, el Santo de Dios. 6:59-71 V CONFLICTOS EN JERUSALÉN EN TORNO AL VERBO ENCARNADO. ÉL ES QUIEN SATISFACE LA SED, QUIEN HABLA CUAL NINGÚN OTRO, LA LUZ DEL MUNDO, EL

DADOR DE LIBERTAD, Y EL ANTECEDENTE A ABRAHAM 7:1-8:59 La subida retardada a la fiesta de los Tabernáculos y las primeras discusiones 7:1-36 La gran oferta: “Si alguno tiene sed, que venga a Mí” La promesa de la plenitud del Espíritu. Los alguaciles impresionados y el Sanedrín impotente 7:37-53 El perdón de la mujer tomada en adulterio. Los pecados secretos de los religiosos; Cristo es la Luz del mundo para guiar y revelar 8:1-30 La libertad de los verdaderos hijos, y la esclavitud de quienes practican el pecado. El verbo es anterior a Abraham 8:31-59 VI EL VERBO ENCARNADO ALUMBRA A LOS SUMISOS Y SACA UN NUEVO REBAÑO COMO BUEN PASTOR QUE ENTREGA SU VIDA POR SUS OVEJAS 9:1-10:42 La sexta señal: La Lu del mundo da vista al hombre nacido ciego Luz y tinieblas en la lucha alrededor del hombre sanado que recibe también luz espiritual 9:1-38 Los ciegos obstinados 9:39-41 La analogía del Pastor y la Puerta. Se forma un nuevo rebaño universal de quienes oyen la voz del Pastor 10:1-21 Discusiones en la fiesta de Dedicación. La unión esencial del Padre y del Hijo. La seguridad de las “ovejas”. Fe e incredulidad 10:22-42 VII EL VERBO ENCARNADO SE REVELA COMO RESURECCIÓN Y VIDA. SU MISIÓN Y OPOSICIÓN 11:1-57 La séptima señal: El levantamiento de Lázaro de la tumba. La gran revelación a Marta de Jesús como Resurección y Vida. La fe de quienes perciben la luz 11:1-45 La culminación de la ceguera obstinada de los príncipes, que determina la muerte de quien levantó a Lázaro de la muerte 11:46-57 VIII REACCIONES ANTE EL VERBO ENCARNADO EN LA VÍSPERA DE LA PASIÓN. LA GLORIA Y LA BENDICIÓN VENDRÁN POR MEDIO DE LA MUERTE 12:1-50 María unge al Señor “para sepultura”. Murmuraciones del traidor-ladrón 12:1-11 Entusiasta recepción del Rey humilde. Preocupación de los fariseos 12:12-19 La petición de los griegos. Una cosecha universal después de que el Grano de Trigo hay caído en tierra para morir 12:20-36 Luz y tinieblas, fe e incredulidad 12:37-50

IX EL VERBO ENCARNADO CON LOS SUYOS Y ANTE EL PADRE 13:1-17:26 El lavatorio de los pies: ilustración de la obra de amor que no reserva nada. Obra ejemplar para los discípulos 13:1-17 El traidor es señalado y se marcha. Es de noche 13:18-30 La gloria del Hijo y la debilidad del siervo 13:31-38 Provisiones para la ausencia del Maestro: una perspectiva de gloria, el Nombre del Hijo y la presencia y el poder del Espíritu Santo. La ley del amor y de la obediencia 14:1-31 Provisiones para la ausencia del Maestro: La ilustración de la Vid verdadera subraya la necesidad de comunión para servicio fructífero 15:1-16 El Hijo, los siervos, el mundo y el Consolador. Testimonio 15:17-27 El Hijo va al Padre, dejando al Consolador para guiar, enseñar, convencer al mundo, etcétera 16:1-15 “El poquito” de dolor y de asusencia se tornará en gozo 16:16-33 El Hijo permite a los suyos vislumbrar lo que es la comunión entre el Padre y el Hijo. Súplicas a favor de los suyos en vista de la ausencia 17:1-26 X EL CORDERO DE DIOS SE ENTREGA PARA SU OBRA DE EXPIACIÓN Y DE PODER 18:1-19:16 (Como en Apoc. Cap. 5, Juan contempla a Cristo como el Cordero inmolado, y como el León de la Tribu de Judá.) El prendimiento en el huerto. La divina autoridad del Hijo y la protección de los suyos 18:1-11 Jesús ante Anás. Pedro con la servidumbre 18:12-23 Jesús ante Caifás (y el Sanedrín). Pedro niega al Señor 18:24-27 Jesús testifica ante Pilato 18:28-38 Pilato testifica de la inocencia de Jesús y procura medios para soltarle. Los judíos (príncipes y turba) rematan el rechazo de su Mesías 18:39-19:16 XI LA CONSUMACIÓN DE LA OBRA Y LA HORA DE LA GLORIA Y DEL TRIUNFO 19:1642 “Jesús llevando su cruz, salió al lugar que se llama de la calavera.” Juan recalca el aspecto de triunfo, y de la consumación de la Obra predeterminada por Dios desde la Eternidad. Hecha la obra, Jesús entrega su espíritu 19:16-30

Fluyen sangre y agua del Cuerpo. El Cordero Pascual se conserva intacto. Juan es testigo íntimo del hecho. Una sepultura honrosa 19:38-42 XII LA MANIFESTACIÓN DEL VERBO ENCARNADO COMO RESUCITADO DE ENTRE LOS MUERTOS 20:1-31 La evidencia de la tumba y del ropaje; la revelación del Resucitado a María Magdalena 20:1-18 El Resucitado da el Espíritu a los suyos por un acto simbólico 20:19-23 La plena confesión de Tomás Dídimo de Jesús como Señor y Dios que constituye la culminación de la revelación del Verbo 20:24-29 El propósito del Evangelio 20:30-31 XIII EL EPÍLOGO DEL SERVICIO DIRIGIDO POR EL SEÑOR RESUCITADO 21:1-25 La octava señal: La pesca milagrosa después de los esfuerzos inútiles de los discípulos sin Cristo. El Señor dirige las operaciones desde la orilla, y provee el sostén necesario 21:1-14 Las tres preguntas a Pedro. El amor a Cristo es el móvil del servicio. Sólo el Señor ordena las condiciones y el fin del servicio 21:14-43 Palabras finales, que garantizan el escrito que constituye solamente una pequeña selección de las grandes obras de Jesús 21:24,25 Testimonio posterior de Juan . “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y nuestras manos palparon tocante al Verbo de la vida -pues esta vida fue manifestada, y hemos visto y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual era con el Padre y nos fue manifestada-, lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos también a vosotros, para que vosotros tengáis asimismo comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1:1-3).

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Adúzcanse razones que prueben que, a pesar de la anonimidad del Evangelio, el autor es Juan el Apóstol. 2. ¿Dé que manera complementa el cuarto Evangelio los tres primeros? ¿Cúales fueron las finalidades de Juan al redactarlo? 3. Entre otros grandes temas que se adelantan en el Prólogo se hallan éstos: el Logos (Verbo), La Plenitud, los hijos de Dios, la lucha entre la luz y las tinieblas. Demuestre cómo se desarollan y

se ilustran estos temas a través del Evangeli

Capítulo 6 LA PERSONA DE CRISTO LA IMPORTANCIA DEL TEMA Doctrinas equivocadas en cuanto a la Persona de Cristo ponen en peligro todo el mensaje cristiano, ya que “el cristianismo es Cristo”. A través de las narraciones de los Evangelios se nos presenta una Persona que, por una parte, parece ser uno de nosotros como hombre en la tierra, mientras que, por otra, se sitúa en un plano inmensamente más elevado que el nuestro. Un misterio tal invita a nuestra reverente investigación, y, lo que es más, el mismo Señor coloca a los hombres en la disyuntiva de declarar claramente lo que piensan de su Persona. Como hemos tenido ocasión de ver al estudiar los Evangelios sinópticos, la gran vertiente del ministerio del Señor se señala por su doble pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”, y luego, “¿Quién decís vosotros que yo soy?” (Mat. 16:13-16). La contestación de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, señala el fin de la primera etapa del entrenamiento de los apóstoles-testigos que más tarde habían de proclamar las maravillas de su Persona y obra; el rendido homenaje de Tomás Dídimo a los pies del Resucitado: “¡Señor mío, y Dios mío!” es evidencia de la plena comprensión de los Doce. Las naturalezas y la Persona Algunas personas creen que la doctrina ortodoxa sobre la Persona de Cristo se determinó por los Concilios de la Iglesia con referencia especial al de Nicea (325) y al de Calcedonia (451), no siendo, por lo tanto, “artículo de fe” para quien acude directamente a las Escrituras. Esta actitud es errónea y peligrosa, ya que las definiciones de estos Concilios se basan en las Escrituras, que se examinaron con buen criterio en esta parte por los teólogos griegos, con el fin de contrarrestar las apreciaciones heréticas, lanzadas o contra la plena deidad de Cristo o contra su perfecta humanidad. En los tiempos novotestamentarios los creyentes aceptaban la evidencia, tanto de la humanidad como de la divinidad de Cristo, sin preocuparse por llegar a definiciones doctrinales, pero los continuos ataques del error forzaron a los enseñadores a precisar el significado de los numerosos textos bíblicos pertinentes al tema. El proceso tuvo su principio en los tiempos apostólicos y se discierne en la primera epístola de Juan, frente a los errores de los gnósticos. La definición de Calcedonia sigue siendo una buena norma por atenerse a la totalidad de las Escrituras, sin procurar ir más allá de lo que está escrito: a) Mantiene la verdadera encarnación del Verbo Eterno (Juan 1:14). b) Hace la debida distinción entre las naturalezas divina y humana. c) Hay en

Cristo una perfecta naturaleza divina que corresponde a su Ser eterno (Fil. 2:6), pero al “hacerse carne”, naciendo de madre humana, se hizo verdadero hombre, de modo que llegó a haber una perfecta naturaleza humana. d) Pero no hay dos personas, una divina y otra humana, sino una sola Persona, DiosHombre, el Señor Jesucristo, que no puede conocer ni cambio ni división. e) La obra redentora y mediadora de Cristo depende de esta verdad en cuanto a su Persona, ya que un Cristo parcialmente hombre o “casi” Dios no habría podido representar al hombre ante el Tribunal de Dios ni se hallaría en su sacrificio el valor infinito que pudo expiar el pecado. La evidencia fuera de los Evangelios Nosotros hemos de examinar la evidencia que se contiene en los cuatro Evangelios que estamos estudiando, pero, desde luego, las expresiones cristológicas de las Epístolas, de Los Hechos y del Apocalipsis son también de importancia capital en la formulación de la doctrina. Las verdades indicadas en el párrafo precedente no suelen presentarse como declaraciones dogmáticas -es decir, ordenadas y clasificadas-, sino que se suponen siempre como la base misma de la Fe, y las referencias a ellas surgen incidentalmente de la presentación de los temas que ocupan la atención de los Apóstoles. Las clarísimas declaraciones sobre la deidad esencial y la misión del Cristo como Hombre en la tierra de Fil. 2:5-9 surgen de una exhortación a la unidad y a la humildad. Las descripciones de la gloria y de la naturaleza del Hijo en Heb. 1:1-3, y Col. 1:15-19; 2:3,9, constituyen el fundamento de los mensajes peculiares de las dos epístolas de referencia. Pero dejando aparte tales pasajes cristológicos, reconocemos como exactas las observaciones de B. R Warfield: “En todas partes se habla del Señor como Aquel que llevó una vida verdaderamente humana aquí; pero en todas partes también se le nombra con la suma reverencia que se debe sólo a Dios, aplicándosele títulos y dignidades divinos.” La presuposición de cuanto refieren los escritores inspirados del N. T. en cuanto a Cristo es el misterio de una sola Persona en quien se hallan presentes tanto la naturaleza divina” como la humana. La expresión en palabras humanas de un misterio único y especial, que jamás fue antes de Cristo ni puede repetirse, pone a prueba inevitablemente los recursos lingüísticos de cualquier idioma, pero nos hundimos en la más desastrosa confusión si no intentamos enunciar la doctrina primordial de la Fe cristiana en términos claros y precisos, comprendiendo siempre que su validez depende de su fidelidad al conjunto de las declaraciones bíblicas.

LO QUE EL SEÑOR DICE DE SÍ MISMO EN EL EVANGELIO SEGÚN JUAN El Maestro no solía hablar de su Persona en términos dogmáticos, sino que las referencias a sí mismo surgen de sus discusiones con los judíos y de sus conversaciones con los discípulos. Las citas que

adelantamos a continuación, aunque distan mucho de ser exhaustivas, demuestran claramente que: Jesús reclamaba para sí una naturaleza más que humana Juan 1:51. Natanael acaba de confesar: “Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.” Jesús acepta y amplía la confesión diciendo: “De cierto, de cierto os digo, que veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre.” Es decir, él había de ser medio único para toda comunión entre el Cielo y la tierra. Juan 3:13. “Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, es a saber, el Hijo del Hombre.” Compárese con 3:11: “De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto testificamos.” Sobre el título “Hijo del Hombre” tendremos más que decir en otro apartado, pero es evidente que el Señor se lo aplica a sí mismo, y declara su procedencia celestial. Juan 4:25,26. “Yo sé -dice la samaritana- que el Mesías ha de venir.” “Yo soy -contesta Jesús- que hablo contigo.” Notemos la clara declaración de su categoría mesiánica. Juan 5:21-29. He aquí unas declaraciones muy importantes en que el Hijo establece su identidad con el Padre, hace las obras del Padre, “da vida a los que quiere” (v. 21), “ejerce todo juicio entre los hombres”, “para que todos honren al Hijo como (de la misma forma en que) honran al Padre” (v. 23). De las expresiones que indican “subordinación” al Padre trataremos más tarde. Juan 6:33. “Porque el Pan de Dios es el que desciende del cielo y da vida al mundo” ... “¿No es éste Jesús ... ? ¿Cómo es que ahora dice: Del cielo he descendido?” (v. 42). Juan 6:61,62. “¿Esto os escandaliza? ¿Pues qué, si viereis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?” Juan 17:5. “Ahora, pues, Padre, glorifícame tú acerca de ti mismo, con aquella gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo fuese.” Jesús declara su identidad de esencia con Dios; es el Eterno Dios Juan 10:30. “Yo y el Padre una cosa (esencia) somos.” Los judíos entendieron bien que “se hacía Dios”, y, no aceptando la evidencia de su Persona y obras, tomaron piedras para apedrearle. Juan 8:56-58. “Abraham vuestro padre se regocijó por ver mi día, y lo vio y se gozó ... De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy.” De nuevo los judíos enemigos entendieron perfectamente el alcance de sus declaraciones, que han de ser veraces, o resultarían ser horribles blasfemias. Jesús se declara como la perfecta revelación del Padre, y como el único Mediador Juan 14:9. “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.” Se trata de la revelación de Dios por medio del Verbo, pero Cristo no podía revelar la deidad sino por ser Dios encarnado.

Juan 14:6. “Yo soy el camino, y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí.” No sólo señala el camino y enseña la verdad, sino que es Camino, Verdad y Vida en su Persona, único medio para llegar al Padre. Jesús hace declaraciones y ofrecimientos que son propios sólo de Dios Juan 8:51. “Si alguno guardare mi palabra, jamás gustará la muerte.” Con esta declaración podemos comparar aquella que asegura la vida eterna a quien le “come” por ser Pan de Vida, etc. (Juan 6:35, 37, 40, 47, 50, 51, 54, 58). Huelga multiplicar ejemplos, pues los textos citados son típicos de cuánto manifiesta el Señor sobre su Persona. Son tanto más convincentes por cuanto surgen con naturalidad de las enseñanzas suyas. Quien dice tales cosas, y admite la adoración de los hombres, ha de ser lo que él mismo reclama sopena de que sea: a) el mayor impostor de los siglos, y, por lo tanto, un hombre rematadamente malo; o b) un ilusionado fantástico que creía lo que decía, por ser loco. Pero el hecho es que quienes niegan la divinidad del Señor casi siempre quieren representarle como “un hombre bueno”, como el mayor enseñador religioso y moral de los siglos, etc. Tal posición carece de toda lógica, pues o hay que aceptarle tal como él mismo se presenta, y tal como aparece en el testimonio apostólico, o hay que rechazarle por malo o loco. LO QUE EL SEÑOR DICE DE SÍ MISMO EN LOS SINÓPTICOS Se ha alegado que la doctrina de la deidad de Jesucristo se desarrolló tardíamente, y que, si bien se subraya en el cuerpo joanino, no se declara en los Sinópticos, que encierran la temprana tradición de la Iglesia. Las citas que siguen bastarán como evidencia de lo contrario, y no se trata solamente de determinadas citas, sino del ambiente total de los Evangelios que corresponde a la declaración de Pedro en la casa de Cornelio: “Éste es el Señor de todos” (Hech. 10:36). Jesús como Mesías Mat. 16:16-19. Es Pedro quien da expresión a la categoría mesiánica de Jesús -”Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente”-, pero el mismo Señor la acepta, y llama “bienaventurado” a Pedro porque había recibido la verdad como una revelación de parte de “mi Padre que está en los cielos”. Mat. 26:63-65. Conjurado Jesús por el sumo sacerdote a decir si era “el Mesías, el Hijo de Dios”, Jesús responde con una fuerte afirmación: “Tú lo has dicho”, y añade una profecía, basada en Dan. 7: 13,14, sobre su gloria futura como el Hijo del Hombre que se sentará a la diestra del poder de Dios, y que vendrá en las nubes del cielo. Nadie dudaba del carácter mesiánico de la profecía de Daniel.

Mat. 24:30,31. ¿Quién sino el Mesías, Rey y Dios, vendría “con grande poder y gloria”, enviando a sus ángeles a recoger a los escogidos? Mar. 12:1-12. La parábola de los labradores ilustra el rechazo del Hijo-heredero -quien se distingue netamente de los “siervos” anteriores- por los encargados de la “viña” de Israel, quienes no pudieron por menos que darse por aludidos (v. 12). Si ellos eran los “labradores malvados”, Jesús era el “Hijoheredero”. Luc. 7:17-28. Jesús no solía proclamarse públicamente como Mesías delante de las multitudes, quizá por evitar reacciones carnales y políticas, y quizá porque buscaba en los hombres el discernimiento espiritual de la verdad revelada por la presentación de su Persona y por lo que significaban sus obras y palabras. La pregunta del Bautista: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?” no recibe la contestación afirmativa de “sí”, pero la recapitulación de las grandes obras mesiánicas del v. 22 constituía una declaración mucho más contundente, ya que las obras del Señor (hasta menciona el levantamiento de los muertos) correspondían a la misión del Mesías-Salvador que había de venir, siendo el cumplimiento de profecías como Isa. 29: 18-19; 35: 5,6; 61: 1. Jesús habla de su reino, siendo Señor de los ángeles Luc. 22:29,30. “Yo, pues, os ordeno un reino, como mi Padre me lo ordenó a mí; para que comáis y bebáis en mi mesa en mi reino, y os sentéis sobre tronos juzgando a las doce tribus de Israel.” No sólo recibirá un reino de su Padre, sino que ordena uno para los suyos, como Señor de todo y de todos. Hay muchas referencias al “Reino”, que es igualmente del Padre y del Hijo. Mat. 13:41. “Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y cogerán de su reino todos los escándalos, y los que hacen iniquidad.” Comp. Mat. 24:30,31 ya citado. ¿Quién puede ordenar los movimientos de los seres celestiales aparte de Uno que es Dios mismo? En este mismo texto, e igual que en Juan, el Señor se presenta como quien juzga a los hombres y quien controla sus destinos (Comp. Mat. 25:31-46, el juicio de las naciones). Jesús habla de la compenetración entre el Padre y el Hijo Mat. 11:27. “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo sino el Padre; ni al Padre conoce alguno sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.” No sólo se halla encargado el Hijo de todos los destinos de los hombres y del universo, sino que existe entre Él y el Padre un conocimiento perfecto y único, que sólo se explica por la comunidad entre ambos de la naturaleza divina. No se halla ni en Juan una declaración más contundente de la plena deidad del Hijo.

Jesús manifiesta que posee los atributos divinos de la omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia Omnipotencia Mat. 28:18. “Toda potestad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra.” He aquí su omnipotencia, dentro de la voluntad y la naturaleza del Trino Dios y para el desarrollo del plan de Dios Omnisciencia Cristo profetiza los detalles de su propia Pasión (Mat. 16:21 y muchos otros lugares), además de los acontecimientos futuros (Mat. caps. 24 y 25); conoce los pensamientos de los hombres (Mar. 2:8, etc.); y sabe lo que pasa a distancia (Luc. 19:30). Se halla una aparente excepción con respecto a su omnisciencia en Mar. 13:32: “Mas en cuanto al día aquel,o de la hora, nadie lo sabe ni los ángeles que están en el Cielo, ni el Hijo, sino el Padre.” Hemos de entender una voluntaria limitación del uso de un atributo que le es propio, en relación con la divina economía de funciones” en la Trinidad. El Padre gobierna los “tiempos y sazones” (Hech. 1:7), de la forma que al Hijo le corresponde todo juicio. En Juan 5:21 leemos: “Pues el Padre ni aun juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha dado al Hijo”, lo que no mengua las prerrogativas del Padre, sino que señala las funciones determinadas por el sublime Consejo del Trino Dios. De igual forma el Hijo remite la cuestión de la hora de la Venida al Padre. Omnipresencia Mat. 18:20. “Porque donde están dos o tres congregados en mi Nombre, allí estoy en medio de ellos.” Jesús ordena el bautismo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo Mat. 28:19. “Por tanto, id, y haced discípulos de todas las naciones bautizándoles en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” El discípulo había de sacudir las cadenas de Satanás para ingresar en una nueva esfera de vida, bajo un nuevo Nombre, que era el del Trino DIOS, siendo por igual el del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esta llamada “fórmula bautismal”, recogida de la boca de Cristo por los primeros testigos, es una de las demostraciones más contundentes de la naturaleza divina, y de la autoridad común e indivisible, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Jesús se declara ser fuente y origen de la Ley divina Mat. 5:17-48. La Voz de Dios que se hizo oír desde lo alto del Sinaí representa la máxima autoridad del A. T., y Moisés, como legislador de parte de Dios, era la figura más eminente de la historia de Israel a los ojos de los judíos. Al establecer la constitución de su Reino, Cristo no pudo por menos que hacer mención de la Ley, y según una buena exégesis del pasaje señalado, no la abroga para hacerla ineficaz, sino que la lleva a su consumación como ley espiritual que juzga hasta los intentos del corazón (vs. 22,

28, 34, 44). En la presencia de quien era la fuente de la justicia divina, la ley escrita anteriormente llega a ser algo “que fue dicho a los antiguos”, y el Legislador supremo puede decir reiteradamente: “Mas yo os digo...”, al reemplazar el antiguo concepto externo de la Ley por uno que corresponde al nuevo siglo de manifestación y de vida. De igual modo el Señor se coloca por encima de las más sagradas ordenanzas del A. T., diciendo: “Porque Señor es del sábado el Hijo del Hombre” (Mat. 12:6). ¿Quién podría ser Aquel que era superior a lo más sagrado del A. T., y Suprema Autoridad por encima aun del Decálogo? Sólo Dios encarnado pudo expresarse así. Jesús declara su autoridad de perdonar pecados Mar. 2:1-12. Al paralítico Jesús dijo en primer término; “Hijo, tus pecados te son perdonados”, y los escribas tenían toda la razón al comentar: “¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? (v. 7). No se equivocaron en su doctrina, pero sí se condenaron por su ceguera al no querer comprender el claro “lenguaje” de las obras de poder de Jesucristo, que declararon no sólo su poder, sino también su divina autoridad. Luc. 7:36-50. Las mismas lecciones se destacan del incidente de la mujer, antes pecadora en la ciudad, a quien Jesús dijo: “Tus pecados te son perdonados” (v. 48). La crítica de los comensales (v. 49) se estrella contra la manifiesta categoría divina de quien dispensaba el perdón a los arrepentidos. Jesús manifiesta que sus palabras son medio único de bendición y salvación Mat. 7:24-27. La casa sobre la roca, es la vida de quien oye las palabras de Cristo y las hace. La casa en ruinas es la vida de quien rechaza el mensaje divino en sus labios. La verdad es igual a la de Juan 8:51. Parecidamente, el desechar sus palabras era desechar las palabras de quien le envió (Luc. 10:16). Jesús invita a los pecadores a hallar en él su descanso y su paz Mat. 11:28,29. “Venid a mí... yo os haré descansar... “ Igual que en Juan 7:37, etc., el Señor indica que en su Persona se halla agua para el sediento, pan para el hambriento, luz para el ciego y descanso para el trabajado. No enseña métodos para conseguir estas bendiciones, sino que se presenta a sí mismo, prometiéndolo todo a quien acuda a él con fe. Naturalmente tales invitaciones tendrían carácter marcadamente blasfemo en cualquier criatura, por encumbrada que fuera. Sólo en Dios se halla plena satisfacción para el alma humana. No hay ninguna diferencia, pues, entre la cristología de los Sinópticos y la de Juan, pues por mucho que nos remontemos a la fuente de la primitiva tradición cristiana, siempre nos hallamos ante el Dios-

Hombre. Quienes hablan de un Cristo meramente humano han de buscarle en otra parte ya que no se le encuentra en los Evangelios.

LAS DECLARACIONES DE LOS EVANGELISTAS (JUAN) Hemos considerado razones válidas para creer que detrás de las narraciones de los cuatro Evangelios se hallan los Apóstoles, los testigos inmediatos y autorizados para comunicar su experiencia de Cristo a otros. Habían acompañado a Jesús desde el bautismo de Juan hasta la Ascensión (Hech. 1:22) y su experiencia del Cristo había sido prolongada e íntima (l Juan 1:1-3). Su testimonio en cuanto a la Persona de Cristo se reviste, pues, de gran valor testifical. Si tales testígos fallan, nada sabemos con seguridad acerca de Jesucristo. El prólogo de Juan Ya hemos tenido ocasión de considerar la riqueza doctrinal del prologo del cuarto Evangelio. Aquí sólo llamamos la átención del lector a la rica cristología de los primeros versículos del Prólogo: El Verbo se identifica con Dios: “El Verbo era Dios.” 1:1 El Verbo es eterno como Dios es eterno: “En el principio era el Verbo.” 1:1 El Verbo se halla en íntima relación con Dios: “El Verbo era con Dios.” (ho Logos en pros ton Theon) 1:1 El Verbo se hallaba desde la eternidad en aquella relación especial con Dios: “Él era en el principio con (pros) Dios.” 1:1 El Verbo es Creador de todas las cosas: “Todas las cosas por él fueron hechas.” 1:3 El Verbo es Fuente de toda vida: “En él estaba la vida.” 1:4 El Verbo es Fuente de todo verdadero conocimiento: “Era la luz de los hombres... la luz que, entrando en el mundo, alumbra a todo hombre.” 1:4,9 Tal era el Verbo que “se hizo carne”, manifestando la plena gloria del Padre mientras habitaba entre los suyos (1:14,18). Juan y sus compañeros del apostolado declaran que todo cuanto vieron en Jesucristo correspondía a esta revelación única de la gloria de Dios en los términos de una vida humana. Las señales en Juan Juan testifica de la verdad de los maravillosos hechos que dieron a conocer distintos aspectos de la plenitud divina del Verbo encarnado. Se ha dicho, con criterio muy superficial, que también Moisés, Elías, Eliseo, y los mismos Apóstoles, hacían milagros, de modo que las obras del Señor no pueden

aducirse como prueba de su deidad. Tal razonamiento deja fuera de cuenta la naturaleza especial de las obras de Cristo, ya que éste obró con autoridad propia, manifestándose la potencia sanadora siempre que se hallara ante necesidades humanas, y que no encontrara la barrera de la incredulidad humana. Muy diferente es la manera en que obraban los siervos, quienes en ciertas ocasiones muy especiales (véase Sección X, “Milagros”) llegaron a saber que era la voluntad de Dios que ciertas personas fuesen sanadas, y aun, en contadísimos casos, levantándolas de la muerte. Actuaron como siervos, pidiendo la ayuda de Dios, y, en el N. T., valiéndose del Nombre de Cristo. Cuando Dios no indicaba la conveniencia del milagro, padecían ellos y cuantos les rodeaban las enfermedades propias del hombre, y utilizaban los remedios de la medicina si los había. En cambio el Señor manifestaba a los Judíos rebeldes que sus obras justificaban el título divino que usaba de “Hijo” o “Hijo de Dios”: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creaís; mas si las hago, aunque a mí no me creáis, creed a las obras, para que sepáis y entendáis que el Padre está en mí y yo en el Padre” (Juan 10:36-38). El Maestro puso de relieve el valor probatorio de sus milagros en el Cenáculo al lamentar la incredulidad de los judíos: “Si no hubiese hecho entre ellos las obras que ningún otro hizo, no tendría pecado; mas, ahora no sólo han visto, sino que han aborrecido tanto a mi Padre” (Juan 15:24). La “señal” culminante es la misma resurrección del Señor, y Juan, como testigo ocular del fenómeno, nos hace ver cómo el complicado envoltorio de vendas y especias con el que José de Arimatea y Nicodemo habían rodeado el cuerpo del Señor, quedó en su sitio sin ser llevado ni deshecho: prueba de que el cuerpo del Resucitado no estaba ya sujeto a lo material, sino que fue levantado con plena mamfestación de potencia divina (Juan 20:1-10). Las manifestaciones posteriores sacan de los labios y del corazón de Tomás, aquel que antes dudaba, 1a exclamación de adoración: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28). No quedaba la menor duda ya en la mente de los testigos-apóstoles sobre la plena deidad de su Maestro. La frase “mas algunos dudaban” de Mat. 28:17 no se refiere a los Once, sino a otros de la compañía en Galilea. LAS DECLARACIONES DE LOS EVANGELISTAS (LOS SINÓPTICOS) El nacimiento virginal de Jesucristo Mat. 1:18-25; Luc. 1:26-56; 2:1-20 Eruditos modernistas han hallado “sospechoso” el hecho de que ni Marcos ni Juan refieren el nacimiento virginal de Cristo, alegando que los relatos de Mateo y de Lucas constituyen una tradición tardía. Ya hemos visto que cada Evangelista redactó su escrito según el propósito especial que había recibido del Señor, y que Juan, por lo menos, pudo dar por conocidos los hechos que tenían constancia en los sinópticos. El argumento negativo que se saca del silencio no tiene valor alguno, ya que hemos visto que Marcos subraya la divinidad de Cristo igual que los otros, y Juan toma por “texto” de su gran libro la declaración: “El Verbo llegó a ser carne.”

Para quien escribe es inconcebible que haya teólogos que crean que pueden sostener una verdadera doctrina de la encarnación y, a la vez, poner en tela de duda el hecho primordial del nacimiento del Señor de una virgen, pues si fue engendrado por José sería pecador como todos los demás hombres; únicamente una intervención divina de carácter enteramente especial pudo utilizar el enlace humano de una madre virgen y a la vez romper la continuidad del pecado. Los relatos de Mateo y de Lucas se complementan perfectamente, ya que el ángel anuncia al angustiado José: “Lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es” (1:20), mientras que Lucas recoge de los labios de la madre la hermosa historia de la anunciación: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también lo santo que ha de nacer será llamado Hijo de Dios” (Luc. 1: 35). Las objeciones surgen del deseo de eliminar de las Escrituras todo lo milagroso, todo lo que el hombre natural no entiende. Desde luego, si se dijera de un hombre cualquiera que había nacido de una virgen, y que había resucitado de los muertos tendríamos razón en pedir muchas pruebas irrefutables del hecho. Tales pruebas se nos presentan en este caso, tanto por la gran autoridad testifical de los Evangelios como por la calidad de Aquel que nació, quien, como hemos visto, manifestó por medio de una verdadera humanidad la esencia de la deidad. Es de este Señor Jesucristo de quien se declara que nació de una virgen madre, y no de otro alguno. Es este Señor Jesucristo quien fue declarado ser Hijo de Dios con potencia por ser resucitado de entre los muertos (Rom. 1:4). Los dos milagros cumbres de la encarnación y de la resurrección concuerdan perfectamente con todo cuanto sabemos de su vida y de su ministerio. No intentamos negar el misterio de tan sublime acontecimiento, pero sí recordamos que hay muchos misterios que nadie entiende aún en la concepción y gestación de toda criatura, se llama el proceso “natural” porque no se conoce otro, no porque se entienda. En el nacimiento del Señor se hace constar que, como principio de la gestación, hubo una obra divina de carácter único, y el creyente acepta el hecho, ya que lo sobrenatural aquello que está fuera de nuestra expenencia normal, llega a ‘ser “normal” como obra del Dios omnipotente, y como medio obligado para efectuar la verdadera y única Encarnación. Testimonios celestiales La Voz que se oyó en el bautismo del Señor (Luc. 3:21, 22 y paralelos). El bautismo del Señor es su consagración oficial a su ministerio público como Mesías, y todos los Evangelistas hacen constar que, al subir del agua, los cielos se abrieron sobre la Persona del Señor, oyéndose una Voz que decía: “Tú eres mi Hijo, el Amado, en ti tengo contentamiento.” Ya hemos tenido ocasión de ver que la declaración se hace eco de la profecía que señala la unción del Siervo de Jehová, para el cumplimiento de su misión

(Isa. 42:1). La Voz que se oyó en el Monte de la Transfiguración (Lucas 9:35 y paralelos). Fue permitido a “los tres” ver la gloria del Dios-Hombre sin el velo que normalmente la cubría, cuando estaban con él en el santo monte (2 Ped. 1:16-18). La manifestación de Moisés y Elías con Jesús afectó profundamente a Pedro, pero tenía que aprender el valor único y especial de su Maestro por encima aun de las figuras señeras del A. T. La Voz de la nube resplandeciente señaló a Jesús solo: “Éste es mi Hijo, el Escogido (o el Amado); a él oíd.” La honda impresión que la escena produjo en Pedro queda reflejada en la cita de su segunda epístola, ya mencionada. Las obras de poder Cuanto se ha dicho de las “señales” de Juan se aplica igualmente a las obras de poder que se narran en los Sinópticos. Únicamente notamos aquí la manifestación del poder del Señor frente a los demonios, o a los espíritus inmundos. El primer ejemplo de una obra de poder en Marcos (1:21-28) es precisamente la liberación del endemoniado en la sinagoga de Capernaum, y se da el rasgo típico en tales casos de la confesión de parte del demonio, que el Señor no quiere recibir: “¿Qué tienes con nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios”,... Jesús le increpó diciendo: “Calla, y sal de él.” Más tarde los fariseos querían explicar el dominio del Señor sobre estos seres diciendo que el poder venía de Beelzebub, príncipe de los demonios. Jesús rechazó la especie indicando la imposibilidad de que Satanás echara fuera a Satanás, y añade: “y si por el Espíritu de Dios yo echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el Reino de Dios”, (Mat. 12:22-28). La manifestación de su poder sobre el reino satánico era evidencia clara del triunfo del Reino de Dios en su Persona. La obra cumbre de la Muerte y la Resurrección de Cristo Cada Evangelista sinóptico presenta la culminación de la Obra según su modalidad especial, pero el Hecho es el mismo en todos, como también el ambiente de gozo y de triunfo después de comprobarse que la tumba estaba vacía, y al manifestarse Jesús a uno y a otro de los suyos. En Mat. 28:1-7 se narra la intervención del ángel “cuyo aspecto era como el relámpago”, no para dejar salir al Resucitado, que nada de eso necesitaba, sino para remover la piedra, sentándose en ella, como demostración dramática del triunfo del Crucificado, y de la locura de los hombres que habían luchado contra Dios, creyendo que su poder humano podía estorbar sus altos designios. Luc. 24:13-53. Lucas, por medio de la conversación del Resucitado con los dos que caminaban hacia Emaús y a través de las instrucciones del Señor a los Once, recalca el cumplimiento de las profecías

mesiánicas en la Obra de Jesucristo, presentando a éste como el Centro y Tema principal de la revelación anterior. Cuando había terminado de enseñar a los suyos, volvió al Cielo, de forma visible, para dar fin oficial a su ministerio en la tierra. Mat. 28:16-20. Mateo, en su escena final, subraya la divina autoridad del Maestro resucitado, quien envía a los suyos a hacer discípulos de todas las naciones. “Toda potestad (autoridad) me es dada en el Cielo y en la tierra... por tanto, id...” Ya hemos notado el claro significado de la “fórmula bautismal”, que el Señor dejó con los suyos, y que une al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en un solo Nombre. Todos los Evangelistas, pues, terminan su narración con escenas que carecen de todo sentido aparte del reconocimiento de la plena deidad del Hijo. La promesa implícita en su maravilloso nacimiento se cumple en la consumación de la obra, y en el ejercicio de todo poder, tanto en el Cielo como en la tierra, como base para la extensión del “Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mar. 1:1).

EL TÍTULO “EL HIJO DE DIOS” Y “EL HIJO” No hemos de repetir aquí las pruebas de la deidad del Señor Jesucristo que se han aducido arriba, sino solamente añadir algunas notas sobre los títulos de “Hijo” o “Hijo de Dios” que han dado lugar a mucha controversia. El uso de “hijo” en el A. T. y N. T. A más de su uso literal, indicando el vástago directo de padre o de madre, los hebreos empleaban el término “hijo” para designar a miembros de una estrecha comunidad, llamando por ejemplo a los discípulos de los profetas los “hijos de los profetas” (2 Reyes 2: 3, 7, 15, etc., comp. Luc. 11:19 para el mismo uso en el N. T.). Otro uso hebreo es muy importante, ya que indicaba una participación en las calidades que se mencionan, o de personas, o de algo abstracto. “Malos hombres” en 2 Sam. 3:34 traduce la frase hebrea “hijos de maldad”, y es corriente la frase “hijos de Belial” con el mismo sentido. En el N. T. Juan y Jacobo se llaman “Boanerges” o “hijos de trueno” por su temperamento natural explosivo (Mar. 3:17) y Pablo usa con frecuencia frases como “hijos de desobediencia” o “hijos de luz” (Efe. 2:2; 5:8, etc.) en el sentido de “participantes en la desobediencia”, “en la luz espiritual”, etc. Este uso es importante al considerar el significado del título “Hijo de Dios”. El uso de “hijo de Dios” en el A. T. Los ángeles se llaman “hijos de Dios” en Job 2:1, y en Gén. 6:2 se aplica el término, al parecer, a los hijos piadosos de Set, quienes, hasta entonces, habían mantenido su separación de la línea de Caín. En Ex. 4:22 Jehová dice a Faraón: “Israel es mi hijo, mi primogénito”, con referencia al pueblo escogido. En

todos estos casos se señala una relación especial con Dios, o por la naturaleza espiritual de los ángeles, o por la piedad de los hijos de Set, o por el llamamiento especial de Israel. Hay una importante declaración profética en Sal. 2:7: “Yo publicaré el decreto: Jehová me ha dicho: Mi Hijo eres tú; yo te he engendrado hoy”, que señala el nombramiento del Mesías Rey por encima de todas las potencias de la tierra. En sentido análogo Dios promete a David con respecto a Salomón en primer término, y en cuanto al Mesías en último lugar: “Yo le seré a él Padre, y él me será a mí hijo.” Deducimos, pues, que “Hijo” o “hijo de Dios” puede ser título mesiánico, pero no por eso hemos de creer que puede corresponder a un mero “mesías” humano, puesto que el uso en el N. T. manifiesta que sólo al Hijo eterno le corresponde ser “el Mesías, el Hijo del Dios viviente”. El uso de los términos en los Evangelios Por las expresiones del ángel que anunció el misterio de la encarnación a María -“por lo tanto lo Santo que ha de nacer será llamado Hijo de Dios”- sería fácil pensar que el título de “Hijo de Dios” se deriva únicamente del hecho de la Encarnación, desconociéndose en la preexistencia, pero es preciso examinar su uso en otros lugares. El título mesiánico No está claro si los escribas de los judíos habían entendido o no que el Mesías había de ser divino. El argumento del Señor frente a los fariseos en Mat. 22: 41-45 parece indicar que no, o por lo menos, que su comprensión del concepto fluctuaba, ya que el Maestro tenía que hacerles ver, por citar el Salmo 110:1, que el Cristo no era sólo “Hijo de David”, sino también “Señor de David”. Por eso es tan significativa la confesión de Pedro en Mat. 16:16: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente”, añadiendo la segunda frase algo que no se entendía necesariamente por la primera. Tal fue la verdad que aprendiópor revelación divina. Jesús se llama “el Hijo” El Señor solía hacer referencia a sí mismo por el título “el Hijo del Hombre”, o “el Hijo”, sencillamente, sin añadir “de Dios”. Las muchas citas anteriores aclaran el pleno significado divino del título “el Hijo”, o el “unigénito Hijo”, con su referencia primordial a la preexistencia de quien se dignó venir a este mundo. Recordemos las dos referencias en Mateo que elevan el título muy por encima de un concepto mesiánico limitado: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre; ni al Padre conoce alguno sino el Hijo... “ Este conocimiento hondo y único pertenece a la eternidad, y es análogo a las declaraciones de Juan 1:1,2. Los títulos que corresponden a Cristo en su preexistencia son “el Verbo” y “el Hijo”, y un

creyente instruido en la Palabra procurará no aplicar el nombre de Jesús, que es la designación humana, a lo que precedió a la encarnación. La otra referencia especial es la ya comentada de Mat. 28:19, en que el Nombre de toda autoridad es “del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, que eleva el título a las sublimes esferas de la Trinidad. Uso del título en Juan En el Evangelio según Juan el título de “el Hijo” corresponde siempre al otro complementario de “el Padre”, y bien que los discípulos podían dirigirse a Dios como su Padre, Cristo siempre distingue las relaciones de ellos con el Padre (subordinadas, y derivadas de su relación con el Hijo divino) de las suyas, que eran directas, originales, sin derivarse de nada más que del Hecho del Trino Dios. Esta distinción persiste después de la Resurrección puesto que el Señor dijo a María: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17). Pensemos en versículos conocidos como los siguientes: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que envió a su Hijo... “ (3:16) ... “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo sea salvo por él...” (3:17)... “Porque lo que el Padre hace, lo hace también el Hijo de la misma manera… el Padre levanta a los muertos... el Hijo da vida a los que quiere... para que todos honren al Hijo como honran al Padre ..” (5: 18-30). Las relaciones eternas del Padre y del Hijo, con referencia al cumplimiento de la misión de éste sobre la tierra, se mencionan una y otra vez en la oración del Hijo al Padre que hallamos en Juan cap. 17, cuya meditación debe servir para quitar toda duda en cuanto a la eternidad de las relaciones que se señalan por los títulos “Padre” e “Hijo”, tal como Cristo los empleaba. Es significativo que los judíos entendían estos títulos como una declaración de igualdad con Dios (Juan 5:18; 10:33-36). El título “Unigénito” En toda nuestra meditación sobre los nombres y títulos de Dios, y al considerar lo que pueden revelar de su naturaleza, hemos de tener en cuenta que la mente finita humana no puede abarcar la esencia y el Ser del Infinito. Al mismo tiempo, Dios, en gracia, quiere revelarse, o darse a conocer, a los hombres hasta el grado posible de su comprensión, ayudada por el Espíritu, y especialmente en lo que se relaciona con el plan de la redención. En tal revelación tiene que entrar, a la fuerza, algo de lo que se llama “antropomorfismo”, o expresiones que se aplican a Dios, bien que, en todo rigor, solamente son apropiadas a los hombres. Pero tenemos que recordar que son figuras, o términos que expresan lo que Dios quiere dar a conocer, sin que por eso hayan de tomarse como punto de partida para sacar consecuencias que salen de los límites de su intención. Entre los hombres el hijo participa de la naturaleza del padre, y al mismo tiempo es distinto de él y puede tener comunión con su progenitor.

Hasta este punto nos ayuda la figura al pensar en el Padre e Hijo unidos en el misterio de la Trinidad, pues participan de una esencia, y al mismo tiempo existe la distinción que permite el amor mutuo y la comunión. Pero si forzamos la figura más allá de la intención, y añadimos el corolario: “Por cuanto el padre humano es anterior al hijo, tiene que haber habido un momento en que el Hijo fue engendrado por el Padre, lo que señala la anterioridad del Padre con respecto al Hijo”, hemos incurrido en unas falsas consecuencias que nos llevan directamente a una herejía. Ni hace falta siquiera el término inventado por Orígenes de la “generación eterna”, sino sólo recordar que no tenemos derecho alguno a sacar consecuencias adicionales de los términos humanos que en su gracia Dios se digna utilizar para darse a conocer. Las relaciones del Padre y del Hijo-Verbo se señalan, hasta donde nos es permitido entenderlas, en Juan 1.1-2, y los demás términos han de considerarse a la luz de estas aclaraciones. Según estas normas, el término “Unigénito” no ha de analizarse etimológicamente, como “el único engendrado”. Igual que “Primogénito”, que se halla en las Epístolas, ha de entenderse como término de singularidad, de preemmencia y de intimidad con el Padre. Esto se hace muy claro cuando vemos que los mejores textos griegos de Juan 1:18 han de traducirse: “A Dios nadie le ha visto jamás; el unigénito Dios, el que existe en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”. Por la naturaleza del caso, faltan palabras humanas adecuadas, y las que el Espíritu escoge se han de interpretar a la luz de todas las Escrituras. El Hijo señala la igualdad de esencia, el amor mutuo, y la comunión en la gran Obra de gracia. El Verbo es el Hijo en el proceso de revelar al Padre y ordenar todas sus obras. La subordinación del Hijo El hecho de que el Hijo expresa una y otra vez su subordinación al Padre en el cumplimiento de su misión, no anula su igualdad de esencia y de honor con el Padre. Frases típicas son las siguientes: “No puede el Hijo hacer nada de por sí, sino lo que ve hacer al Padre”... “Porque yo no he hablado de por mí, mas el Padre que me envió, él me ha ordenado lo que debo decir y cómo debo hablar” (Juan 5:19; 12:49). Al mismo tiempo las obras suyas que detalla en 5:19-30 son obras divinas que se llevan a cabo por el Hijo con plena autoridad y una y otra vez insiste en que el Padre le ha entregado todas las cosas en su mano, y que le fue dada potestad sobre toda carne (Mat. 11:27; Juan 17:2, etc.). ¿Cómo resolver la aparente paradoja? Tengamos en cuenta las consideraciones siguientes: a) El Hijo Obrero insistía en su procedencia divina y en el hecho de haber recibido la totalidad de su misión del Padre para distinguirse de aquellos falsos cristos que venían en su propio nombre. b) En el misterio de la Trinidad, la igualdad de las Personas no impide que el Padre sea la Cabeza jerárquica de la sagrada “comunión”; por lo tanto, “Padre” puede usarse como equivalente de “Dios” y a la inversa. Así dice Pablo: “Para nosotros... hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas, y nosotros para él; y un solo Señor Jesucristo, por quien son todas las cosas, y nosotros por él”, “Mas quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo

varón, y el varón cabeza de la mujer, y Dios cabeza de Cristo” (1 Cor. 8:6; 11:3). Cristo ha de reinar hasta que todas las cosas sean puestas debajo de su pies, pero, del final de su gran misión, al inaugurarse la Nueva Creación en plena manifestación, se dice: “Luego, el fin, cuando (Cristo) entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya destruido todo principado, y toda potestad y poder” (1 Cor. 15:24). El Hijo sabía que “había venido de Dios y que a Dios iba” (Juan 13:3) al terminar la primera gran etapa de su Obra. En Consejo eterno el Hijo había sido designado para llevar a cabo la misión redentora y sacar a luz la honra y gloria de Dios frente a toda fuerza del mal. Aceptó la comisión, diciendo: “Heme aquí para que haga, oh Dios, tu voluntad” (Heb. 10:7-10) y es natural que anuncie que toda la obra procede en todas sus partes de su Padre, quien representa la totalidad de la voluntad del Trino Dios. En algún momento los términos pueden invertirse, ya que Pablo escribe: “Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí” (2 Coro 5:19), donde se presenta la obra como del Padre, bien que el instrumento es siempre el Hijo. La subordinación del Hijo es a la voluntad del Trino Dios, que es la suya propia, expresada por el Padre. Compárese Efe. 1: 3-10; 1 Ped. 1: 18-21; Col. 1: 13-20.

LA VERDADERA HUMANIDAD DEL SEÑOR EN LOS CUATRO EVANGELIOS El material que hemos aducido hasta ahora, tanto por referir las mismas palabras del Señor según se hallan en Juan y en los Sinópticos, como por notar el testimonio de los Evangelistas como testigos, o portavoces de los testigos, ha tenido por objeto el probar que Jesús el carpintero de Nazaret, el profeta de Galilea, era realmente Dios. La humanidad era visible y patente a los ojos de los coetáneos del Señor, y normalmente no presenta ninguna dificultad. Lo que necesita una demostración muy especial es el hecho insólito de la Deidad manifestada por medio de una vida humana. Con todo, es necesario notar la evidencia que comprueba la verdadera humanidad del Señor, ya que algunos han enseñado que el cuerpo, y el medio ambiente humano, era algo ilusorio, por creer que sería impropio del Cristo, el Hijo de Dios, se identificase con la humanidad como tal. Aparte herejías, hay algunos fieles creyentes que caen inconscientemente en error por enfatizar tanto la divinidad del Señor—con el deseo de honrarleque menguan la realidad de su humanidad. Jesús mismo afirma su condición de Hombre Al contestar la primera tentación del diablo, el Señor se identificó con los hombres diciendo: “No con sólo pan vivirá el hombre” (Mat. 4:4), y procedió a rechazar todas las tentaciones por el medio que está a la disposición de todo hombre fiel: el uso de la Palabra escrita, que había meditado, y que era su alimento espiritual. La forma tan natural en que se asociaba con los hombres de todas las clases sociales

le hacía blanco de las calumnias de sus enemigos hipócritas, pero, al rechazar las calumnias, volvió a subrayar su humanidad: “Vino el Hijo del Hombre que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón y bebedor de vino” (Mat. 11:19). Al reprochar a los judíos su odio homicida les dice: “Empero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad” (Juan 8:40), y notamos que una referencia tan natural a su humanidad se halla en Juan, Evangelio de la divinidad, ya que todos los Evangelistas nos presentan la misma Persona divina y humana, a pesar de sus diferentes énfasis. Dejaremos el estudio del título el Hijo del Hombre, que el Señor aplicó tantas veces a sí mismo, para un párrafo posterior, pasando a notar aquí los hechos y las expresiones que revelan las verdaderas experiencias humanas de Jesucristo. El desarrollo humano normal Hemos meditado ya en la concepción de Jesús en cuerpo de madre virgen y por una intervención especialísima de parte de Dios. Todo indica que, después, el proceso de gestación y alumbramiento fue normal, y a Lucas, en su segundo capítulo, debemos lo poco que podemos saber de la infancia y la niñez de Jesús. El desarrollo se indica en dos frases: “El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él” (Luc. 2: 40), que señala el desarrollo desde la infancia hasta doce años. Después de su presentación en el Templo leemos: “y Jesús crecía en sabiduría, en edad, y en gracia para con Dios y los hombres” (Luc. 2:52), lo que describe su desarrollo desde doce años hasta treinta años, cuando se manifestó al pueblo según Luc. 3:21-23. Durante aquel período estuvo sujeto, como buen joven judío, a su madre y al guardián que era su padre en ley (Luc. 2: 51). Al mismo tiempo la narración de la visita de Jesús a Jerusalén con sus padres a la edad de doce años revela que ya tenía plena conciencia de su relación con el Padre y de su misión en la tierra: “¿No sabíais que en los asuntos de mi Padre tenía que estar?” (Luc. 2:49). Es importante que no procuremos entender más de lo que la Palabra revela, y en cuanto a la niñez y crecimiento de Cristo conviene recordar más que en otro asunto alguno el gran dicho de Moisés: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas a nosotros y nuestros hijos para siempre” (Deut. 29:29). Podemos pensar que todas las infinitas potencialidades del Verbo Eterno estaban siempre “en reserva”, pero sin manifestaciones que impidieran el desarrollo normal de un niño que se hacía hombre, utilizando sus sentidos humanos, y efectuándose el despertamiento de la inteligencia y de las emociones. Pero el incidente notado deja traslucir la iluminación que brotaba tempranamente y de lo profundo de la naturaleza divina de Jesús. Experiencias humanas en cuerpo, alma y espíritu Los Evangelistas notan con toda naturalidad que Jesús padecía hambre si no comía (Luc, 5:2) y sed si

no bebía (Juan 4:7). Se nos dice además que: “Jesús, cansado del camino, sentóse así junto al pozo” (Juan 4:6), lo que nos enseña que su cuerpo se cansaba por el ejercicio prolongado, igual que el nuestro. Semejantemente quedó dormido en la barca, con su cabeza sobre el cojín del timonel, después de un día de duro trabajo (Mar. 4:35-41). Jesús andaba, se sentaba y se echaba a dormir, y no hay nada que indique los movimientos ficticios de un “hombre-fantasma”. Su cuerpo era real, derivado de madre humana, y el Señor tuvo especial empeño en demostrar a los discípulos la relidad aun de su cuerpo de resurrección, que, a pesar de los cambios que se derivaban del hecho mismo de la resurrección, era cuerpo humano, y no un espíritu que había tomado la forma de un cuerpo (Luc. 24:36-43). Se señalan con igual claridad las emociones de su alma, ya que se gozaba en la amistad de sus amigos (Juan 11:1-5; 13:23) buscando su comunión en su hora de dolor (Mat. 26:38). Se gozaba también en la obediencia de los “niños” (Mat. 11:25-26) y en la revelación que iban recibiendo de Dios, y miró con ternura al joven rico que le volvía las espaldas (Mar. 10: 21). Mas a menudo le oímos gemir (Mar. 7:34; 8:12) y le vemos llorar, no sólo por las aflicciones de la familia de Betania (Juan 11: 35) sino también por la suerte reservada para la ciudad rebelde, Jerusalén (Luc. 19: 41). En el Huerto de Getsemaní, confrontado por la necesidad de tomar la amarga copa de dolor, de aquel dolor de dimensiones infinitas, hasta la consumación de la muerte Jesús “comenzó a llenarse de asombro y a angustiarse mucho; y les dijo a sus discípulos: Muy triste está mi alma hasta la muerte” (Mar. 14:33-35). Su alma humana fue terriblemente angustiada al adentrarse en la sombra de la Cruz, con el pleno conocimiento de cuánto había de significar el dolor agobiante de “ser hecho pecado” en su sacrificio expiatorio a favor de los hombres. Sin las descripciones de su agonía en Getsemaní nos sería difícil vislumbrar siquiera un poco de lo que suponía aquella crisis al Hombre-Dios (Comp. Juan 12: 27). Suponemos que todo él, cuerpo, alma y espíritu, fue entregado en sacrificio en la Cruz, y de lo más profundo de su ser desolado exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Referencias explícitas a su espíritu se hallan en Juan 11:33; 13:21; Luc. 10:21. La tentación del Señor. Mat. 4:1-11 y paralelos, con Heb. 2:18; 4:14-16 Las experiencias humanas de Jesús no incluían el pecado, que es propio del hombre caído, y no del hombre creado por Dios. Fue tentado y probado en todo como nosotros, pero hay que distinguir entre la tentación y el pecado. La tentación es la sugerencia satánica (directamente o por medio de la carne o del mundo) que indica un curso de acción contrario a la voluntad de Dios. La tentación rechazada no es pecado, y aun puede fortalecer el espíritu del hombre, pues el mal empieza sólo cuando la voluntad se inclina hacia la sugerencia satánica. Así Cristo, siendo realmente hombre, pudo ser tentado, y conocer la fuerza de la tentación, pero como Siervo de Dios en la tierra rechazaba todo aquello que no estaba conforme con la voluntad de su Padre, utilizando las Escrituras como arma contra el maligno.

EL SIGNIFICADO DEL TÍTULO “EL HIJO DEL HOMBRE” Es evidente que para el Señor el título “el Hijo del Hombre” encerraba un significado profundo, puesto que lo empleaba con mucha frecuencia al hablar de sí mismo: en Mateo como 30 veces, en Marcos 14 veces, en Lucas 25 veces y en Juan 12 veces. Ya hemos visto que “hijo” señala una participación física, moral, social o espiritual con otros: de modo que, sin duda, el título en sí pone de relieve la realidad de su humanidad y de su asociación con la raza. Pero hay referencias en el A. T. y enseñanzas en las Epístolas que nos ayudan a profundizar más en el significado de este título predilecto del Señor. El Hijo del Hombre en el Salmo 8 El autor inspirado alaba a Dios al considerar las grandezas y glorias de la creación, pero, mirando al hombre en su aparente insignificancia, pregunta: “¿Que es el hombre para que tengas de él memoria, o el hijo del hombre que lo visites (o cuides)?” A continuación subraya el alto destino del hombre como señor de todo lo creado en el escenario de esta tierra, haciendo eco a las declaraciones divinas: “Hagamos al hombre a nuestra imagen... y tenga dominio sobre peces... aves... bestias” (Gén. 1:26). Cuando el autor de Hebreos cita este salmo ha de reconocer la pérdida del dominio en su sentido pleno, y se entiende que es a causa del pecado (Heb. 2:6-8). Pero los planes de Dios en cuanto al hombre no han de fracasar, puesto que el autor inspirado señala a Jesús que remedia el mal a quien vemos “coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte” y llevando luego a muchos hijos a la gloria (Heb. 2:8-10). Los propósitos de Dios en orden al hombre, pues, se han de cumplir sobre un plano mucho más elevado por medio de Jesús, el Hijo del Hombre. El Hijo del Hombre es equivalente al Postrer Adán Aleccionados por la “clave” del salmo 8 y Heb. 2, pensamos que el título “el Hijo del Hombre” tendrá estrecha relación con las verdades cristológicas que Pablo expresa por las designaciones de “el Postrer Adán” y “el segundo hombre del cielo” (1 Cor. 15:45-47). Dios es ajeno a todo lo pecaminoso de la raza, pero no a la humanidad que él mismo ideó y creó por medio del Verbo. Cuando éste se encarnó, pues, tomó de lo suyo, de lo que él mismo creó, y pudo recoger en su Persona toda la verdadera humanidad, llegando a ser el “Postrer Adán” que había de remediar el mal causado por la desobediencia del primero. En su humanidad representativa no hubo pecado, lo que hizo posible que fuese “hecho sacrificio por el pecado”, y, habiendo zanjado la triste secuela del mal, llegó a ser “espíritu vivificante” para la nueva raza redimida, en la que los hombres llevarán la imagen de Cristo, que es la imagen de

Dios (compárese con Rom. 5:12-21; 8:29). El Hijo del Hombre y los sufrimientos de la Cruz El párrafo precedente nos ayuda a comprender por qué Cristo, al predecir sus sufrimientos de la Cruz, empleaba casi siempre el título de “el Hijo del Hombre” (Mat. 17:9,22; 26:2; Juan 12:31-34). La Cruz había de ser la consumación de su obra como el “Postrer Adán”, y el obligado trance por el cual había de pasar aquel que se ofreció a remediar los males de la raza que había hecho suya por el misterio de la Encarnación. El Hijo del Hombre es el Mesías triunfante que reinará y juzgará Hemos tenido ocasión de notar la importancia de la profecía mesiánica de Dan. 7:13, que, después de predecir el curso y la destrucción de los imperios del mundo, describe a “uno como Hijo de Hombre” que se adelanta para recibir el poder de quien está sentado sobre el Trono, para establecer un reino eterno. Haciéndose eco de esta profecía, el Señor, delante del Sanedrín, predijo su futura venida en gloria. (Mat. 26:63-65), así que, tanto por el sentido de la profecía misma, como por su interpretación por el Señor, “el Hijo del Hombre” llega a ser la designación del “Mesías triunfante”, aquel que aparecerá en público delante de los hombres para juzgar, salvar y reinar, manifestando gloriosamente la extensión de la victona oculta que sacó de la aparente derrota de la Cruz. Véanse Mat. 16:27, 28; 13:4143; 24:27-30; 24:37-44; 25:31; Juan 1:51. El Señor recalca la gloria del Hijo del Hombre en su reinado sobre los hombres, y también el hecho de Juzgarles, siendo notable la expresión de Juan 5:27: “El Padre... le dió también autoridad para juzgar, por cuanto es Hijo del Hombre”. Como Hombre conoce al hombre, y como Hombre representativo murió por los hombres. Es propio, pues, que les juzgue como Hijo del Hombre glorificado, sirviendo como sentencia condenatoria su propia palabra rechazada (Juan 12:48). Pero también es el Hijo del Hombre quien conducirá a los benditos al reino de su Padre (Mat. 25:31,34).

EL MISTERIO DEL DIOS HOMBRE Es cierto que “misterio” en el N. T. significa algún arcano antes escondido y ahora revelado en la nueva dispensación de luz, pero aquí empleamos el término con ánimo de insistir en la necesidad de acercamos a la Persona de Jesucristo, al Verbo encarnado, con la debida reverencia, con los “pies descalzos” espiritualmente hablando. Si muy sagrado fue el recinto del Tabernáculo en el Desierto y el del Templo material de Jerusalén, ¡cuánto más aquel que es mayor que el Templo, siendo el resplandor de la gloria de Dios y la exacta representación de su sustancia! Sobre todo hemos de abstenernos de

aplicar técnicas psicológicas modernas al misterio del desarrollo de Jesús, ya que el proceso es completamente especial. No sabemos, ni podemos saber en esta vida, cómo se entrelazan las dos naturalezas en la Persona única de Cristo, y, so pena de incurrir en atrevimientos bordeando la blasfemia, no podemos hacer más que proceder en el sentido de este estudio, notando toda la evidencia bíblica posible, y subordinando lo que no es tan claro a las declaraciones fundamentales sobre las cuales no caben equívocos en la mente de un creyente sincero y humilde, ansioso de vislumbrar rayos de gloria celestial para poder mejor adorar a Dios, por medio de Cristo, en espíritu y en verdad.

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Escríbanse cuatro citas del Evangelio según Juan en las que el mismo Señor Jesucristo afirma su deidad. Haga breves comentarios sobre cada cita destacando los diferentes aspectos de la Persona del Señor que se presentan. 2. Demuestre que los Sinópticos afirman claramente la deidad de Jesucristo (cinco puntos o más). 3. Discurra sobre las obras de poder de Jesucristo como prueba de su deidad. 4. Discurra sobre la realidad de la humanidad del Señor. 5. Discurra sobre el significado de: a) El título “el Hijo de Dios” y “el Hijo”. b) El título “el Hijo del Hombre”.

Capítulo 7 EL MINISTERIO DEL SEÑOR (Primera parte) EL ESCENARIO Y LA CRONOLOGÍA DEL MINISTERIO Palestina Palestina es un país pequeño, teniendo por límite occidental el Mar Mediterráneo (el Mar Grande) y por límite oriental el río Jordán, bien que, desde los tiempos de Moisés y durante la vida terrestre del Señor, regiones de fronteras fluctuantes al Este del Jordán se incluían en lo que se puede denominar la “Palestina mayor”. Al Norte se hallaban los países (o provincias, según la época histórica) de Fenicia en le litoral inmediato, y Siria que abarcaba la región del Antilíbano y las altas aguas del río Éufrates, con salidas al mar por la parte de Antioquía. Los accidentes geográficos del Norte eran la sierra del Líbano, paralela a la costa de Fenicia, y el Antilíbano que se extendía desde el célebre Monte Hermón hacia el Norte. Al Sur, además del Mar Muerto, se hallaban extensos terrenos desiertos o sedimesiertos, pasando a la Península del Sinaí. Dimensiones. Para formarnos una idea de lo reducido del país, basta recordar que la distancia extrema de Norte a Sur, desde el Líbano hasta la punta sur del Mar Muerto es de 280 kilómetros aproximadamente; que de la costa mediterránea hasta el Mar de Galilea no hay más que 47 km., y de la costa hasta el Mar Muerto, 87 km. (véase mapa). Podemos recordar que de Madrid a Barcelona en línea recta hay como 480 km., y de Buenos Aires a Córdoba (Argentina) como 800 km. Casi igual distancia hay de Irún a Gibraltar, la extensión máxima de España de Norte a Sur. Rasgos geográficos. El Jordán nace en las estribaciones del Monte Hermon, para fluir en dirección sur, pasando primeramente por un pequeño lago llamado “las Aguas de Merón” (o Huley), y luego por el Mar de Galilea, o de Tiberíades, que no es un “mar”, sino un lago de 21 por 11 Km. en sus dimensiones extremas, y de la forma aproximada de una pera. El Jordán sigue su curso por un valle hondo, una sección de una enorme falla geologíca que se extiende desde el Antilíbano, por el Mar Muerto, por la hondura del Akaba y debajo del mar hasta la costa oriental de África. Este hecho explica por qué el valle se halla debajo del nivel del Mar Mediterráneo, llegando este desnivel a 430 m. en el Mar Muerto, de donde las aguas no tienen salida aparte de la evaporación del lago-caldera cuyas aguas son de una elevada salinidad por tal causa. El Valle del Jordán tiene una anchura media de 8 kilómetros, bordeado por montañas escarpadas que son las “paredes” de tan notable falla geológica. El río serpentea en su hondo lecho, que es caluroso y fértil. En ciertos lugares hay vados que permiten el tránsito desde Palestma a Transjordania, hallándose uno cerca de Jericó, y otro cerca de Pella, donde se juntaban las regiones de

Galilea, Samaria, Perea y Decápolis. En general, Palestina es un país montañoso, hallándose la elevación mayor en una meseta que abarca la parte central de Judea, y llega hasta el norte del Monte Gerizim en Samaria. Al norte de la meseta se halla una llanura irregular (la parte norte de Samaria y la del sur de Galilea) que da lugar a altas montañas según se procede al Norte para acercarse a las sierras del Líbano y del Antilíbano. Del Jordán, hacia el occidente, se halla primeramente una subida rápida desde el hondo valle hasta las alturas máximas que hemos mencionado, pasadas las cuales hay un descenso a estribaciones con valles fértiles (la Sepela) que pierden altitud hasta reducirse a la llanura del lítoral “de Sarón” y “de Filistia”, según se halla más al norte o al sur. Una estribación importante pasa de la meseta central (Samaria) hacia el mar en sentido noroeste, formando el promontorio del Carmelo al final. Entre esta estribación y el Mar de Galilea la llanura irregular facilitaba el tránsito desde Damasco al litoral, a través de un bajo puerto en el Carmelo cerca de Megido. Esta llanura se llama “de JezreeI” o de “Esdraelón”, famosa en la historia y en la profecía por su importancia estratégica, ya que se convirtió en “el Camino de las Gentes”. En los cerros que dominan la llanura de Jezreel se halla Nazaret, donde se crió el Señor. En el centro del país (Samaria) se hallan los montes Gerizim y Ebal, considerados por los samaritanos como sagrados. Cerca de ellos conversó Jesús con la mujer samaritana. Condiciones agrícolas y de ganadería. Es evidente que el largo y estrecho Valle del Jordán, donde es fácil el riego, se presta al cultivo intensivo, en condiciones subtropicales. El litoral mediterráneo también es fértil, y produce todas las cosechas normales del área mediterránea, tales como cereales, olivos, la vid y árboles frutales, de los que ocupan el lugar principal en tiempos modernos los agrios. En los valles de la Sepela el cultivo intensivo depende de la posibilidad del riego, mientras que los cerros ofrecen pastos para ovejas y ganados en general. En la quebrantada meseta, los valles pueden aprovecharse para el cultivo a la manera de las serranías en el sudeste de España, pero por lo demás los habitantes viven de la ganadería, y el pastor se mueve (o se movía) constantemente en busca de pastos. Las llanuras y los cerros de Galilea son parecidos a la Sepela y el litoral del oeste. Desde el antiguo Hebrón, en dirección al Sur, los semidesiertos (a menudo llamados “desiertos” en la Biblia) pasan a ser regiones estériles, donde había poca vida en los días del ministerio del Señor. De todos es sabido que en nuestros días los dos millones de judíos que han vuelto a su país han aplicado técnicas modernas al cultivo de la parte de Palestina que han podido ocupar, haciendo que mucho que era desértico bajo los turcos y los árabes, florezca como un vergel. Hasta hace pocos años la vida de Palestina había cambiado poco desde el primer siglo, pero hoy en día todo se transforma. El valle abrasador del Mar Muerto ofrece ahora amplio campo para explotaciones minerales y químicas, y el Negueb en el Sur (la región de Hebrón) adquiere gran importancia. Pero en cuanto al fondo del ministerio del Señor, las ilustraciones de la vida árabe de hace

cincuenta años sirven muy bien para ayudarnos a formar una idea de las condiciones que cambiaron poco a través de casi dos milenios. En vista de que las rutas de mayor importancia dependían en parte de las condiciones políticas, religiosas y sociales, se describirán más abajo.

CONDICIONES POLÍTICORRELIGIOSAS DEL MINISTERIO DEL SEÑOR El imperio de Roma El imperio de Roma constituía el factor político que determinaba todos los demás durante el primer siglo. La gran república había extendido el poderío y la influencia de Roma desde Galia hasta Mesopotamia durante los siglos anteriores a nuestra era, recogiendo Augusto, hijo adoptivo de Julio César, la herencia de conceptos y de poder del prócer que transformó la República en Imperio. El periodo del imperio, por lo tanto, puede datarse del año 27 a. C., y el Senado había conferido tales poderes a Augusto que todo gobierno, en todas las provincias, le correspondía; no siempre nombraba a procónsules o a procuradores, sin embargo, pues a veces confirmaba sobre el trono a reyes nacionales que regían sus respectivos países por gracia del Emperador. En Siria, provincia de gran importancia, se hallaba un procónsul (Quirinio cuando Cristo nació) quien ejercía cierta supervisión sobre Palestina. En el momento del Nacimiento (fecha única en la historia espiritual de la raza, pero ignorada por la política contemporánea) Herodes “el Grande”, por haberse congraciado con el Emperador, gobernaba todo el país, con la excepción de Decápolis, una confederación de ciudades de límites fluctuantes al sudeste del Mar de Galilea, pero que incluía otros centros importantes, hasta Damasco mismo, dependiendo todo ello del procónsul de Siria. Hubo una área también alrededor de Gaza, en la antigua Filistia, que se excluía de los dominios de Herodes y dependía del procónsul de Siria. Hemos de recordar que Herodes no era judío de nacimienlo, pero sí de religión. Procedía de Idumea (Edom) al Sur y Sudeste de Judea. Por una mezcla de astucia, de diplomacia y de fuerza había logrado la soberanía, pero los judíos estrictos nunca se olvidaron de que la familia herodiana tuvo sus raíces en Edom, la tierra de los descendientes de Esaú, enemigos durante siglos de la monarquía davídica. Se caso con una princesa de la línea sacerdotal-real de los asmoneos con el fin de establecerse más firmemente en Palestina, y, sobre todo, quiso ganar el favor de los judíos por la magna tarea de reedificar el Templo de Jerusalén en vasta escala de inusitada magnificencia. Por testamento suyo (sujeto a la aprobación de Roma) Herodes dejó las regiones de Judea, Samaria y el norte de Idumea a su hijo Arquelao, pero éste no pudo mantenerse en el poder, y el año 6 las mismas regiones pasaron al poder de un procurador romano, bajo la supervisión general del procónsul de Siria. Según los términos del mismo testamento, Galilea y Perea (véase mapa) fueron regidas por el tetrarca

Herodes Antipas, y una amplia región al nordeste del Mar de Galilea (Gaulianitis, Iturea, Tranconitis, etc.) constituía la tetrarquía de Felipe, otro hijo de Herodes “el Grande”. La égida de Roma y la supervisión del procónsul de Siria daban una unidad efectiva a esta diversidad de regiones y de gobiernos. Es de suponer que Herodes Antipas tendría un medio eficaz para pasar tropas, etc., desde Galilea a Perea, a psesar de estar separadas por un rincón de Decápolis. Desde el punto de vista de los romanos, Palestina era una provincia fronteriza que servía de baluarte contra las incursiones de los árabes nabateos y los partos, que se hallaban en un estado de perpetua y peligrosa agitación al Este. El judaísmo y la civilización helenística Es evidente que el Señor limitaba su ministerio en todo lo posible a ciudades y áreas donde dominaba la influencia judaica, pero los escritos de Flavio Josefo, juntamente con los descubrimientos arqueológicos, demuestran que mucho del país estaba helenizado; es decir, que los habitantes vivían al estilo de los romanos y los griegos. Esto se ve por los restos de amplios foros en el centro de las muchas ciudades, con los establecimientos de baños públicos, los circos, los teatros, los templos, etc. Como centros helenizantes se destacaban Cesarea Samaria (Sebaste), Tiberias, Cesarea de Filipo, con todas las de Decápolis (diez ciudades); estas y otras muchas eran ciudades griegas más bien que judías. Aun Capernaum y Betsaida tendrían su sector helenizado, pero en ambos casos quedaría la ciudad antigua y pesquera donde Jesús podía ejercer su ministerio entre los galileos. L o s herodianos aceptaban las influencias helenísticas, juntamente con la dinastía herodiana, considerando que era mejor disfrutar de la protección de Roma por tales medios, que no exponerse a ser extirpados como nación. Los saduceos compartían este punto de vista como medida práctica. En cambio la presencia inmediata de las manifestaciones del dominio militar de Roma y del boato de la civilización griega, exacerbaba el patriotismo y el fanatismo de los fariseos, levantándose violentas ráfagas de oposición entre los celotes. Todos estos factores prestaban una fuerza explosiva a toda pretensión mesiánica, y explican muchas de las reacciones del pueblo, de las sectas y de los príncipes, frente a Cristo. No sólo eso, sino que vemos cómo se va acumulando fatalmente la pólvora que por fin explotó en la insurrección del año 66, y que tuvo por resultado la destrucción de Jerusalén y la extinción aun de la nacionalidad subordinada y sujeta de los judíos. Desde entonces ha sido una raza sin hogar hasta la fecha del Estado de Israel de nuestros tiempos. El gobierno interno de los judíos. El imperio de Roma no solía destruir todo vestigio de las instituciones nacionales de los países subordinados, sabiendo que muchas cuestiones podían resolverse mejor mediante autoridades indígenas. En sus primeros contactos con los judíos, habían tratado con los príncipes de la dinastía asmonea (descendientes de los patrióticos macabeos), pero hemos visto que

Herodes supo desplazar a los sacerdotes-reyes, agarrando él mismo las riendas del poder. Con todo, el Sanedrín, el Consejo nacional de los judíos, todavía funcionaba bajo la presidencia del sumo sacerdote del día. Se componía de setenta miembros, la mayoría de los cuales procedían de la casta sacerdotal (saduceos en cuanto a su secta) siendo los restantes ancianos del pueblo y escribas (doctores de la ley), escogidos mayormente de la secta de los fariseos. Constituía el Sanedrín una especie de senado del pueblo judío, y, a la vez, su “tribunal supremo” en toda cuestión religiosa o interna. Los ancianos de las distintas sinagogas podían entender en las causas de menor importancia, pero los asuntos graves pasaban al Sanedrín. Por los Evangelios es evidente que no podía ejecutar una sentencia de muerte sin la concurrencia del procurador romano, bien que, en momentos de confusión administrativa, a veces se arrogaba para sí este derecho como en el caso del apedreamiento de Esteban. Los procuradores romanos solían residir en la torre Antonia, que dominaba el área del Templo en épocas festivas cuando había peligro de motines, mayormente por la llegada de grupos de celotes desde, Galilea. A los rabinos les gustaba hallar el origen del Sanedrín en el nombramiento de los setenta ancianos que habían de ayudar a Moisés en el gobierno del pueblo según Núm. cap. 11, pero no hay evidencia histórica de su funcionamiento antes de la época del dominio griego del siglo IV a. C. en adelante. Después de la destrucción de Jerusalén fue resucitado por los fariseos con fines puramente religiosos. Las sinagogas. Quedaríamos sin luz sobre muchos incidentes en los Evangelios si ignorásemos el significado de las sinagogas, o “lugares de reunión”, que se hallaban en todos los Pueblos de Palestina y en toda ciudad extranjera donde hubiera una colonia judía; hasta había numerosas sinagogas en Jerusalén a la misma sombra del Templo. La sinagoga tuvo su origen durante el cautiverio babilónico, cuando los judíos transportados sentían la necesidad de reunirse para escuchar la lectura del Pentateuco y otros escritos sagrados. La sencilla organización interna se basaba sobre el respeto hebreo por la ancianidad, siendo reconocidos como “ancianos” los hombres de madurez moral y espiritual. Había también presidentes que organizaban el culto de los sabados y un servidor que cuidaba del edificio y enseñaba entre semana a los niños de la comunidad. Es necesario estimar bien la importancia de este centro local de 1a vida religiosa, social y cultural de la raza judaica, y su relación con los principios del cristianismo es evidente por la lectura de Los Hechos. El Templo. El Templo era el centro visible de la religión hebrea. Dios había instruido a Moisés en cuanto al Taben1áculo en el Desierto (Éx. caps. 25-31) y a David sobre el edificio permanente que lo había de sustituir al establecerse la monarquía davídica (1 Crón. 28:11-19). La ruina del testimonio de la dinastía trajo como consecuencia obligada la destrucción de la Casa de Jehová, pero el primer pensamiento del resto que volvió a Judea, según los términos del edicto del emperador persa, Ciro, era el de volver a levantar el sagrado edificio que simbolizaba la presencia de Dios con su pueblo (Esd. caps. 3 y ss., con las profecías de Hageo y de Zacarías). Aparentemente el Arca del Pacto se había perdido en la

destrucción de Jerusalén y del Templo por las fuerzas de Nabucodonosor, de modo que el simbolismo del nuevo Templo no podía completarse. Sin embargo, los sacerdotes, según sus órdenes, ofrecían los sacrificios matutinos y de la tarde, además del incienso sobre el altar de oro (Luc. 1:8-11, 23). Los varones israelitas procuraban subir a Jerusalén para las grandes fiestas, con referencia especial a la de la Pascua, cuando centenares de miles de corderos se inmolaban en el Templo. El Señor reconocía al Templo como la “Casa de su Padre” y “casa de oración para todas las naciones” (Juan 2:16; Mar. 11:17), y por eso mismo fue constreñido a “limpiarla” de las manchas del comercialismo que enriquecía la casta sacerdotal. Por fin, siendo él rechazado como verdadero Señor del Templo, profetizó su completa destrucción (Mar. 13:2). El llamado Templo de Herodes ocupaba una explanada mucho mayor que la de los anteriores, lo que permitía la consrucción de los amplios patios con sus magníficos pórticos (constituyendo todo ello el atrio de los gentiles) que rodeaban el verdadero santuario. El atrio y los pórticos figuran muchas veces en la historia del ministerio del Señor y de los Apóstoles, por ser el punto de reunión de los judíos de Jerusalén como también de los visitantes de la Dispersión. Las sectas y los partidos de los judíos Las sectas que se nombran en los Evangelios son: los fariseos, los saduceos, y los herodianos. Por Flavio Josefo sabemos de los esenios, que llevaban una vida ascética, y, si se nos permite un término que corresponde a otra época, monástica. El descubrimiento de los rollos de las comunidades esenias que vivían alrededor del Mar Muerto ha avivado mucho el interés en esta secta, pero como no figuran en las narraciones evangélicas nos basta esta mención de paso aquí. Los fariseos. El Maestro chocaba frecuentemente con los fariseos y sus escribas, pero tenemos que recordar que había fariseos “buenos” y “malos”, y que entre todas las tendencias religiosas de Israel, ésta era la más sana. El partido se originó en los tiempos de la dominación griega, y aunque apoyaron a los macabeos en su lucha contra el tirano Antíoco Epífanes, que quería destruir la religión judaica, protestaron después contra la política ambiciosa y mundana de la dinastía asmonea, derivada de los macabeos. Pasaban su tiempo estudiando la ley, y su nombre indica “los separados”. Su celo minucioso se convertía fácilmente en aquella hipocresía que tantas veces merecía el reproche del Maestro. Admitían todo el canon del A. T., reconocían la parte espiritual del hombre, con la resurrección de los muertos, comprendiendo por las Escrituras la existencia de seres angelicales. Su firme creencia en la resurrección menguó en algo su oposición a los Apóstoles durante los primeros años de la Iglesia naciente. Los fariseos que figurativamente hacían “sonar una trompeta” ante sí para llamar la atención a sus buenas obras eran seres despreciables, pero hemos de tener en cuenta que todos los piadosos que esperaban la consolación de Israel formaban en las filas de los fariseos; pensemos por ejemplo, en Nicodemo, en José

de Arimatea, en la declaración de Marta en Juan 11:24, etc. Los fariseos no disfrutaban ni del dinero ni de las elevadas posiciones sociales y jerárquicas de los saduceos, pero su doctrina, y su firme actitud frente al Imperio romano, agradaba mucho más al pueblo, y por ende sus ancianos y rabinos tenían que ser respetados en el Sanedrín. Los celotes eran fariseos militantes, dispuestos a tomar armas en contra del poder pagano que sujetaba al pueblo de Dios. Los saduceos. Según su propia tradición, su nombre se derivaba de Sadoc, sumo sacerdote en los tiempos de David y Salomón. Se formó el partido alrededor de la casta sacerdotal, y puesto que los romanos trataban con el sumo sacerdote y el Sanedrín del día, eran el partido del gobierno. La familia sumosacerdotal y sus asociados controlaban el área del Templo, y así pudieron enriquecerse comerciando con las ofrendas del pueblo, que el Señor denunció por dos veces. La fuente de autoridad para ellos era el Pentateuco, y bien que admitían el valor de los demás escritos del A. T., no querían reconocer la doctrina de la resurrección, ni la supervivencia del alma, ni la existencia de ángeles. Extraían del Pentateuco un frío código moral (que no guardaban) y por lo demás se interesaban en los ambiciosos propósitos de su partido. Desaparecieron juntamente con el Templo que era su centro, y el judaísmo posterior se deriva de los fariseos. Los herodianos. Éstos se mencionan dos veces en los Evangelios (Mar. 3:6; Mat. 22:16 = Mar. 12:13), y parece ser que se trata de un partido político que apoyaba la dinastía herodiana por razones prácticas, más bien que de una secta con sus creencias distintivas. Les vemos aliarse con sus enemigos políticos, los fariseos, por comprender quizá que el Reino espiritual que proclamaba Cristo era incompatible con sus ambiciones mundanas. Los escribas. Se llaman también “doctores de la ley”, y no constituían una secta, sino una profesión. Habían estudiado la interpretación de la ley en las escuelas de Jerusalén según la tradición de los ancianos, y explicaban los puntos que surgían, no por el libre examen del texto, ni por su criterio propio, sino por los pronunciamientos de rabinos anteriores. La mayoría pertenecían a la secta de los fariseos. La tradición de los ancianos Desde los tiempos de Esdras se había formulado una “tradición oral” de interpretaciones del texto sagrado, y, con el decaimiento de una verdadera espiritualidad, esta tradición se endureció para formar un sistema legalista que, lejos de aclarar el texto, lo contradecía. El Señor denunció un terrible caso tipico: la costumbre del “Corbán”, que anulaba el espíritu de la ley: “Honrarás a tu padre y a tu madre... “(Mar. 7:1-23). Las fiestas de los judíos

El cap. 23 de Levítico determina el año religioso de Israel. La fiesta básica es la Pascua, que celebra la redención de Israel del poder de Egipto. Se mencionan tres Pascuas claramente en el curso del ministerio del Señor, y hemos de suponer otra (véase Cronología). La última coincidió con la Ofrenda hecha una vez para siempre del Cordero de Dios. Nuestra “Semana Santa” coincide con la celebración (según el mes lunar) de la Pascua de los judíos. Los “ázimos” se relacionan con la Pascua, siendo el periodo en que los judíos comían pan sin levadura. De entre varias importantes fechas del calendario religioso entresacarmos las siguientes por su importancia y por rozar el relato bíblico: la fiesta de Pentecostés y la fiesta de los Tabernáculos. La Fiesta de Pentecostés, o de los cincuenta días, señala el ofrecimiento de los primeros panes hechos después de la nueva cosecha, y se celebraba al cumplirse siete semanas después de la Pascua. En la nueva era de Cristo adquiere gran importancia por ser el día del descenso del Espíritu Santo. La Fiesta de los Tabernáculos es la de Juan cap. 7, y en su último día Jesús hizo su gran declaración: “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba” (v. 37), quizás en el momento de verterse agua de los vasos de oro según el ritual. Los judíos vivían bajo enramadas durante los días de esta fiesta, que, en su sentido original, celebraba a la par la peregrinación en el desierto, y la esperanza del reino glorioso en el futuro. A estas fiestas bíblicas los judíos habían añadido la de la “Dedicación”, que conmemoraban la inauguración de los cultos en el Templo de Zorobabel, y la de “Purim”, que celebraba la liberación de los judíos de una matanza general según se narra en el libro de Ester. La de la “Dedicación”, 25 de diciembre, se menciona en Juan 10:22; de la de “Purim” no hay mención en los Evangelios, a no ser que fuese la que no se determina en Juan 5:1 (fecha 14 de marzo). Además de los judíos palestinianos, muchos otros de la Dispersión subían a Jerusalén en peregrinación en las fechas de las grandes fiestas, que ayudaban mucho a mantener la cohesión racial y religiosa del pueblo. Los judíos, los gentiles y los samaritanos Para el judío, el gentil era un “incircunciso”, completamente ajeno al pacto y a las promesas de Israel, a no ser que se hiciera prosélito por medio de la circuncisión y los demás ritos prescritos. El centurión de Luc. 7:2-10, recomendado al Señor por los ancianos de la sinagoga, era probablemente un “temeroso de Dios” que aceptaba la doctrina del A. T. y asistía a los cultos de la sinagoga, sin llegar a circuncidarse. Pero los judíos, aun despreciando a los gentiles, trataban con ellos en los negocios corrientes de la vida. No así con los samaritanos, por considerarles cismáticos, y enemigos del verdadero culto de Dios. El tema ocurre varias veces en los Evangelios (Juan cap. 4; la parábola del Buen Samaritano, etc.). ¿Por qué este odio y separación total? Samaria llegó a ser el nombre del reino norteño, separado de la monarquía davídica, por los siglos VIII y VII a. C., y la ciudad capital fue capturada y destruida por el

emperador asirio Sargón II en el año 722 a. C. Muchos de los israelitas fueron transportados, siendo reemplazados por gentes de Mesopotamia. Con todo, es probable que la sangre de Abraham predominaba en aquella región que entonces incluía Galilea. Adoptaron todos el culto de Jehová, y hubiesen querido tomar su parte en la reconstrucción del templo por Zorobabel, pero, al ser rechazada su oferta por razones de pureza racial y religiosa (Esd. 4:16), se convirtieron en enemigos acérrimos de los judíos que habían vuelto, obstaculizando su obra hasta donde podían. Más tarde ellos mismos levantaron su propio templo en el Monte Gerizim, pretendiendo seguir una tradición antigua, anterior a la de David y del Templo de Sión (véase Jos. 8:30-35). Tenían su Pentateuco, una copla antiquísima del cual se guarda aún, y que constituye un gran tesoro bíblico. Por cismáticos e impuros los tenían los judíos, pero los samaritanos de aquella generación creían de buena fe que Dios había de ser adorado en el monte de Gerizim (Juan 4:20). El Maestro no admitía sus pretensiones (Juan 4:22), ni había llegado el momento para evangelizar a los samaritanos en general, pero se hallaba muy distanciado de los prejuicios de sus compatriotas, señalando a la mujer samaritana la fuente de agua viva, y escogiendo precisamente a un samaritano como ejemplo del amor al prójimo. Galilea y los galileos El hecho de que los galileos del tiempo de Cristo eran judíos leales, subiendo a las fiestas en el templo de Jerusalén mientras que los samaritanos, que habitaban una región más, próxima a la capital, habían desarrollado una religión cismática, es debido a la acción enérgica de Juan Hircano, uno de los príncipes de la dinastía de los asmoneos, quien invadió la región galilea hacia el fin del siglo II a. C., forzando a los habitantes a recibir la Fe de los judíos. Aparte de los muchos elementos gentiles en la región, llegaron a ser más fieles y celosos que los mismos judíos del Sur, a pesar de ser despreciados por éstos como provincianos de dudosa pureza racial (Juan 1.46, 7:52, etc.). Era gente fuerte y decidida, y entre ellos el Maestro escogió a sus Apóstoles.

LAS RUTAS DEL MINISTERIO Se ve al Señor en constante movimiento al cumplir aquel gran cometido de proclamar el Evangelio del Reino, de presentar su Persona como Mesías-Salvador, de realizar las obras de poder que manifestaban tanto la gracia como el poder de su Reino, y de llegar por fin a la consumación del Sacrificio de sí mismo. Podemos discernir dos focos principales: el de Jerusalén en el Sur, y el de Capernaum en Galilea. Las rutas en Judea

Poco sabemos de los movimientos de Jesús en Judea, en la primera etapa de su ministerio. Suponemos que habrá subido de Galilea a Jerusalén (Juan 2:13) por la acostumbrada ruta que evitaba el contacto con el suelo inmundo de Samaria, cruzando el Jordán desde Galilea a la altura de Pella, bajando por la orilla izquierda, hasta 1legar a los vados cerca de Jericó. De a1lí no hay más que un camino para “subir a Jerusalén” desde las profundidades del Valle del Jordán. Una gran parte de la ruta total pasaba pues por Perea, la provincia transjordana bajo la autoridad de Herodes Antipas. Relacionados con la estancia de Jesús en Judea (véase Cronología) hallamos la primera limpieza del Templo, la conversación con Nicodemo, y el resumen de 3:22: “Después de esto, fue, Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea, donde pasó algun tiempo con ellos y bautizaba.” ¿Visitó acaso Bethlehem, el lugar de su nacimiento, durante este ministerio? ¿O las ciudades de la costa? Nada sabemos, pero hemos de suponer que “Judea” aquí significa la provmcia en contraste con la capital de Jerusalén. La ruta a través de Samaria Lo seguro es que, al dar por terminada su estancia en Judea decidió volver a Galilea por el camino más corto, poco usado por los judíos, a través de la provincia cismática de Samaria impulsado por la “necesidad” de proveer a la samaritana del agua de vida”. La ruta se señala en el mapa, y puede determinarse con exactitud hasta Sicar, pues aún existe y mana agua el “pozo de Jacob”. De allí la ruta más probable es la que pasa por Ginea, casi en la linde de Samanria-Galilea; el Señor habrá continuado su viaje por Nazaret a Caná, donde se pronuncio la poderosa palabra que sanó al hijo del noble en Capernaum (Juan 4:4, 5,43, 46, 51). Las rutas en Galilea Mateo recoge (anticipadamente) la narración de Juan, y dice en 4:12: “Habiendo oído Jesús que Juan había sido encarcelado se retiró a Galilea (comp. párrafo anterior); y dejando Nazaret, fue a Capernaum ... y habitó en ella.” Si José había muerto, Jesús obró como jefe de la familia y determinó fijar su residencia en un lugar que le facilitara sus muchas idas y venidas por Galilea, que incluían travesías por el mar de Galilea a la ciudad cercana de Betsaida Julia (capital de Herodes Felipe), a Gergesa, lugar probable de haber sanado a “Legión” y a “lugares desiertos”, como aquel en que el pan y los peces fueron multiplicados. Es imposible e innecesario el detalle. El estudiante ha de fijarse bien en la posición geográfica de Capernaum, juntamente con la de las ciudades de Galilea que se mencionan expresamente en los relatos (Corazim, Naín, Nazaret), y además en la de las ciudades que notamos arriba que se hallaban al otro lado del lago; luego ha de pensar en un gran número de poblaciones y aldeas visitadas durante las varias misiones del Señor mismo y de los Apóstoles. Los caminos radiarían desde Capernaum en el sentido de todos los puntos cardinales si se incluyen las travesías del lago. Ya hemos

notado que el Señor escogía los centros de vida judía, evitando las ciudades muy helenizadas. Las rutas fuera de Palestina Exceptuando la huida a Egipto cuando era infante, el Señor no salió de los límites de “Palestina mayor” aparte de la visita a Fenicia que se narra en Mar. 7:24-31, y hemos de notar que el propósito no fue el de evangelizar las famosas Ciudades de Tiro y Sidón (entonces muy decaídas de su importancia anterior), sino buscar un retiro en la región de dichas ciudades, quizá en los tranquilos valles del Líbano, pues “no quería que nadie lo supiese”. La curación de la hija de la sirofenisa en territorio extranjero es algo muy excepcional, y, según el símil de aquella mujer de fe, se puede considerar como una “miga” que anticipaba “la plenitud de los gentiles”. El estudiante puede ver por el mapa que el Señor habrá seguido la costa mediterránea hacia el Norte, y, tomando en cuanta Mar. 7:31, es probable que, después de llegar a Sidón, cruzara la sierra del Líbano en dirección a Cesarea de Filipo, bajando luego el valle del Jordán por la orilla izquierda hasta “atravesar la región de Decápolis” (véase mapa). Incluimos en este apartado el viaje a “la región (a las aldeas) de Cesarea de Filipo”, bien que dicha ciudad (moderna y muy helenizada) se hallaba al sur del monte de Hermón, en Iturea-Panias, región bajo el control de Felipe Herodes, y, por lo tanto, en la “Palestina mayor”. Pocos judíos palestinianos se hallaban por la región, sin embargo, y de nuevo se trata de un retiro a lugares tranquilos, con el objeto principal de confrontar a los discípulos con la necesidad de una decisión oficial sobre su Persona, e iniciar después la enseñanza privada sobre la crisis de la Cruz (Mat. 16:13,14; Mar. 8:27). La ruta pasaría por el Valle del Jordán, y la región pantanosa de las Aguas de Merón. La ruta de Galilea a Jerusalén Después del periodo de la instrucción privada de los Apóstoles en el Norte, “sucedió que como se cumplía el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Luc. 9:51). Según Mat. 19:1 y Mar. 10:1 pensaríamos en un movimiento bastante rápido y seguido hacia Jerusalén para la consumación final, pero por Lucas sabemos que el Maestro ejerció un extenso ministerio en Perea al Este del Jordán, al par que se acercaba poco a poco a Jerusalén, y aun cabe, según la información de Juan, una visita a Jerusalén para la fiesta de la Dedicación (Juan 10:22,23) y otra retirada a Perea para continuar el ministerio (Juan 10:40). La última ruta seria la normal de Galilea a Judea, vadeando el Jordán dos veces para evitar Samaria, pero con probables variaciones extensas con el fin de visitar las ciudades y aldeas en Perea, y para efectuar las breves visitas a Jerusalén (véase apartado siguiente). Las rutas señaladas en Juan después del capítulo 4. Tengamos en cuenta que los judíos de Galilea subían a Jerusalén para las fiestas con bastante frecuencia. No es de extrañar, pues, que los Sinópticos callen tales

visitas normales de parte de Jesús, y que luego Juan recogiera el ministerio asociado con ellas. Se ha de pensar en la ruta al este del Jordán como norma, ya que el paso por Samaria indicado en el cap. 4 fue excepcional. Viaje a Jerusalén para la fiesta anónima (Juan 5:1). La vuelta rápida se supone para dar lugar al extenso ministerio del Señor en Galilea señalado en los Sinópticos. La subida a Jerusalén para la fiesta de los Tabernáculos (Juan 7:1-3,10-14). Como Jesús subió “como en secreto”, nada sabemos de la ruta. No es necesario suponer que todas las enseñanzas, etc., de los caps. 7:14-10:21 se dieran durante aquella sola visita, pues vemos por los Sinópticos que proseguía con su misión en Galilea. La subida a Jerusalén desde Perea para la fiesta de la Dedicación (Juan 10:22,23; 40-42). Ya hemos indicado que esta visita ha de considerarse como un paréntesis en su ministerio en Perea. La visita a Betania para levantar a Lázaro y la retirada a un lugar llamado Efraim en Perea (Juan 11:7-13:54). El punto de origen de este viaje (aparte de ser un lugar en Perea) es desconocido, como también dónde se hallaba Efraim, pero sin duda habrá cruzado cada vez los vados del Jordán cerca de Jericó, subiendo y bajando por el único camino que enlazaba esta ciudad con Jerusalén. Todos los evangelistas señalan la última etapa del viaje final que tuvo por consumación la entrada triunfal en Jerusalén (Mat. 20:17, 30; 21:1; Mar. 10:32, 46; 11:1; Luc. 18:35; 19:1-11 28-30; Juan 12:1). Los movimientos del Señor después de su Resurrección no entran en estas consideraciones, porque no estaba sujeto ya a “rutas” en la tierra, bien que se dignó manifestarse varias veces tanto en Jerusalén como en Galilea. Como excepción recordamos el camino de Emaús (Luc. 24:13-31), puesto que el Resucitado tuvo a bien andar por el camino como si se tratara de uno de los viajes anteriores a su consumación. La posición probable de Emaús se señala en el mapa. El estado de los caminos. Los romanos eran notables por la construcción de vías bien trazadas y con un firme de piedras que soportaban sin deterioro el tránsito de us legiones y el movimiento comercial, pero la mayoría de las rutas que hemos señalado no serían tales carreteras romanas, sino los pobres caminos de tierra llenos de baches, de obstáculos, de polvo o de barro, formados por el paso de generaciones de caminantes, aptos sólo para los pies del hombre (¡y no muy aptos!) y el paso de caballerías. Los romanos tenían sus buenas rutas desde Cesarea a Jerusalén, y si tenían ocasión de pasar de Jerusalén al Norte, naturalmente irían por Sebaste (Samaria).

LA CRONOLOGÍA DEL MINISTERIO Es de alguna importancia para la debida comprensión del mensaje de los Evangelios que tengamos una idea, por lo menos aproximada, de la duración del ministerio del Señor como también de las esferas

en donde se desarrolló. Algo de ello hemos visto ya en nuestros estudios de cada Evangelio, y aquí no intentamos más que situar lo más destacado en una perspectiva general. La cronología en Mateo y Marcos Apenas hallamo un dato en Mateo y Marcos que nos ayude en nuestro propósito, pues, a juzgar por sus escritos, creeríamos que el ministerio público del Señor se llevó a cabo en su casi totalidad dentro de los términos de la provincia norteña de Galilea, iniciándose inmediatamente después de la Tentación, y clausurándose un poco antes de la semana de la Pasión. Un sólo versículo indica que el Señor hubiese realizado obras anteriores a su primera misión en Galilea: “Habiendo oído Jesús que Juan había sido encarcelado, se retiró a Galilea...” (Mateo 4:12), palabras que indican el paso del tiempo necesario para el encarcelamiento de Juan, y que Jesús había estado en otra parte (en Judea, en efecto) antes de “retirarse” a Galilea. Tenemos aquí una concordancia con Juan 4:1-2. La cronología en Lucas Era de esperar que un historiador tan exacto como Lucas, no dejara de situar la vida y el ministerio del Señor en el marco de los acontecimientos contemporáneos. El nacimiento había tenido lugar en la época de César Augusto, en la fecha del decreto imperial que ordenó el empadronamiento de los súbditos de sus dilatados dominios (Luc. 2:1-2). El principio del ministerio de Juan el Bautista se fija con más precisión aún, siendo ya emperador Tiberio, rigiendo Poncio Pilato la provincia de Judea, mientras que los dos hijos de Herodes eran tetrarcas de las provincias al oeste y al nordeste del Mar de Galilea. Lucas lo relaciona también con el panorama religioso, notando que Caifás era sumo sacerdote, con su suegro Anás en el fondo (Luc. 3:1-2), ya que los romanos habían depuesto a éste, pero retenía su categoría a los ojos de los judíos. No podemos saber la duración del ministerio de Juan Bautista antes del bautismo de Jesús, pero, ayudados por otras consideraciones, llegamos a la fecha del año 27 como principio de la obra pública de Cristo. Por Lucas también aprendemos algo de una obra extensa que se desarrolló en Perea, al este del Jordán, antes de la consumación en Jerusalén, pero nos sorprende comprobar que este evangelista no nos proporciona datos para poder apreciar la duración de las distintas etapas del ministerio, ni la del periodo total entre el Bautismo y la Pasión. La cronológia de Juan Tenemos que acudir donde menos esperaríamos para completar los datos: al cuarto Evangelio que hemos estimado como la biografía interior y espiritual por excelencia. Es Juan quien nos informa sobre

el importante periodo del ministerio en Judea, que mediaba entre el milagro de Caná de Galilea y la primera proclamación del Reino en Galilea. No sólo eso, sino que va notando el paso de las fiestas religiosas de los judíos, que nos sirven de preciosos hitos para marcar el transcurso de los años y estaciones. De importancia especial son las referencias a las fiestas de la Pascua. La primera Pascua. Después de algunos movimientos de carácter privado, Jesús subió a Jerusalén para la Pascua que se nota en Juan 2:13-25, lo que nos da la fecha de abril del año 27. Sigue el ministerio en Judea, que sólo Juan refiere, la importancia y la extensión del cual pueden estimarse por las referencias a los bautizados en Juan 3:22 con 4:1-2, pues sabemos que Juan bautizaba a muchos arrepentidos, y se dice que era notorio en Judea que Jesús bautizaba más que él. Bien quisiéramos tener más detalles de tan hermosa obra, que empezó donde tenía que empezarse: en el distrito metropolitano. La breve referencia nos ayuda a comprender que el Señor, al ministrar la Palabra en los atrios del Templo durante las visitas posteriores a la capital que refiere Juan, era ya conocidísimo por su Persona y sus obras, y que los judíos de Jerusalén no tenían que depender de rumores sobre él que llegasen de tarde en tarde de la provincia norteña. Pedro también nos dice que la Palabra de Jesús fue divulgada por toda Judea (Hech. 10: 36,37). La fecha del fin del ministerio en Judea se determina por las palabras del Maestro a sus discípulos en Juan 4:35, que seguramente se basaban en una observación directa del campo: “¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la siega?”, pues si faltaban cuatro meses para la cosecha de la cebada en mayo, podemos situar la conversación con la mujer samaritana en enero del año 28 aproximadamente. La fiesta de Juan 5:1. Después de algún tiempo en Galilea, el Señor subió de nuevo a Jerusalén en la ocasión de otra fiesta que no se determina (Juan 5:1), y que algunos manuscritos llaman “la fiesta”, que podría indicar la Pascua por su gran importancia. En cambio, toda la frase: “una fiesta de los judíos” podría significar la de “Purim” que tenía lugar a mediados de marzo. De todas las formas, nos hallamos en la primavera del año 28, y si la “fiesta” anónima no es la Pascua, hemos de entender que Juan omite la mención de ella en el año 28, ya que es inconcebible que la parte de la gran misión en Galilea, tan llena de viajes, enseñanzas y obras, que antecede a la próxima Pascua nombrada (Juan 6:4), se desarrollara en unos meses al principio del año 28. La Pascua de Juan 6:4. El milagro de la multiplicación de los panes y peces precedió a la Pascua del año de referencia, según indica Juan, y aquí tenemos un importante punto de enlace con las narraciones de todos los Evangelistas, ya que todos refieren este milagro, que tuvo que realizarse en abril del año 29. Marca el auge de la popularidad del Señor en Galilea, después del cual crece la incomprensión de los galileos, y aumenta la instrucción que Jesús da a los Doce con referencia a la Cruz. La Pascua de la Pasión . Como se verá abajo, el final del año 29 y el principio del año 30 se ocupan primeramente por las instrucciones particulares a los Doce, y por la misión a los habitantes de Perea después de la partida de Galilea. Todos los Evangelistas dedican mucho espacio a los acontecimientos de

la Semana de la Pasión y de la Resurrección, y todos hacen constar que la Pasión coincide con la época de la Pascua. El sentido claro de los relatos de los Sinópticos es que el Señor comió la Pascua normal con los discípulos en la noche acostumbrada, que era la víspera de la Crucifixión. Juan, sin embargo, parece indicar que la Pascua cayó en el mismo día de la crucifixión: “No entraron (los príncipes) en el Pretorio, por no contaminarse, y así poder comer la Pascua”,… “Era la preparación de la Pascua y como la hora de sexta” (Juan 18:28; 19:14). Es casi inconcebible que los príncipes hubiesen llevado a cabo el proceso de Jesús en la noche de la Pascua, e insistido en la ejecución de la sentencia el día siguiente, fuese que la celebración correspondiera a la víspera de la Crucifixión, o al día cuando efectuó, pero ello sólo subraya la falta de todo escrúpulo cuando los hombres llegan a odiar la luz. Para quien escribe es mejor aceptar el hecho histórico de la celebración de la Pascua tanto por el Señor y los suyos como por los judíos en general según la refieren los Sinópticos, y tener en cuenta que todo el periodo de los Ázimos fue señalado por importantes actos que ocupaban el periodo general de “la Pascua”, y que los jefes religiosos querían estar “limpios” para tales actos, y no precisamente para el rito de comer el cordero pascual. No hay duda razonable de que Cristo fue crucificado en abril del año 30, y que, después de los cuarenta días de manifestación, subió visiblemente al Cielo en mayo del mismo año, dando fin oficial a su ministerio en la tierra. El esquema siguiente servirá para situar en su perspectiva cronológica los datos anteriores.

LAS GRANDES ETAPAS DEL MINISTERIO PERIODO INICIAL (mayormente en Judea) Año 27 Enero-febrero

El bautismo y la tentación

Mat. 3:134:11 Juan 1:1928, etc.

Marzo

Primeros movimientos de carácter privado; llamiento particular de algunos discípulos-amigos. La señal en Caná.

Juan 1:282:12

Abril

La primera Pascua. Limpieza el Templo.

Juan 2:1325

Abril a diciembre

La conversación con Nicodemo. Una extensa obra en Judea.

Juan 3:1-4:3

Año 28 Enero

El paso por Samaria y el retorno a Galilea

Juan 4:4-45

PERIODO PRINCIPAL (mayormente en Galiea)

Enero

Principio de su ministerio en Galilea. Proclamación del Reino, rechazo en Nazaret. Obras en Capernaum. Llamamiento oficial de los primeros discípulos.

Juan 4:4654 Mat. 4:1825 Luc. 4:16-

44 Mar. 1:1445 Marzo o abril

La fiesta de Jerusalén (Pascua o Purim). Ministerio en Jerusalén.

Juan 5:1-47

Continuación del ministerio en Galilea hasta la Misión de los Doce. Grandes obras y enseñanzas

Mat. 5:111:1 Mar. 2:15:43 Luc. 5:18:56

Año 29 Enero a abril

Continuación del ministerio hasta el milagro de alimentar a los cinco mil.

Mat. 11:114:12 Mar. 6:16:29 Luc. 9:1-9

Abril a …

La tercera Pascua. Multiplicación de los panes (en todos los Evangelios). Varias obras y enseñanzas.

Mat. 14:1316:12 y paralelos

… Septiembre

La confesión de Pedro en Cesarea de Filipo; la Transfiguración. (Crisis del ministerio).

Mat. 16:1317:13 y paralelos

Septiembre a Noviembre

Última fase del ministerio en Galilea, mayormente enseñanzas privadas para los Doce.

Mat. 17: 14-19:1 y paralelos

Partida a Galilea

Mat. 19:1 Mar. 10:1 Luc. 9:51

Abril a diciembre

PERIODO FINAL DEL MINISTERIO (mayormente en Perea) Noviembre a diciembre (año 29) Enero a marzo (año 30)

Ministerio en Perea, con movimiento hacia Jerusalén, interrumpida por la visita para la Fiesta de la Dedicación.

Luc. 10:1719:28 Juan 10:2239

Año 30 Abril

La Semana de la Pasión

Mat. 21:126:16 y paralelos

La cuarta Pascua

Mat. 26:1735 y paralelos

La Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

Mat. 26:3528:15 y paralelos

Los cuarenta días.

Luc. 24:1349, etc. Juan cap. 21 Mat. 28:1620

La Ascensión

Luc. 24:5053 Mar. 16:19 Comp. Hech. 1:1-

Abril a mayo

11

Las etapas cronológicas del ministerio corresponden al plan eterno, y es evidente que el Hijo-Verbo nada hacía que no se ajustara exactamente a la “hora” del programa de s misión: “Salí del Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y voy al Padre” (Juan 16:28).

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Trácese la costa de Palestina, y luego, de memoria, indiquese el curso del río Jordán, con el Mar de Galilea y el Mar Muerto. Indíquese las fronteras aproximadas de las regiones de Judea, Samaria y de Galilea. Insértense las ciudades y poblaciones siguientes: Jerusalén, Jericó, Bethlehem, Sicar, Caná de Galilea, Nazaret, Capernaum, Bethsaida Julia, Cesarea de Filipo. Indíquese por medio de rayitas del camino que solían seguir los judíos de Galilea al subir a las fiestas de Jerusalén. 2. Explique claramente quiénes eran los siguientes: a) los fariseos; b) los saduceos; c) los herodianos; d) los escribas (doctores de la Ley). 3. Descríbanse las relaciones de los judíos de Jerusalén con: a) los romanos; b) con los samaritanos; c) con los galileos. 4. Se dice normalmente que el ministerio del Señor duró casi tres años y medio. Adúzcanse los datos que justifican las duración de este periodo.

Capítulo 8 EL MINISTERIO DEL SEÑOR (Segunda parte) LOS MÉTODOS DE LA ENSEÑANZA Y ALGUNOS DE LOS TEMAS LAS ENSEÑANZAS DEL SEÑOR Para sus compatriotas, Jesús era preeminentemente el “Maestro”, cuyas enseñanzas se revestían de una autoridad y de una profundidad desconocidas hasta entonces. Este rasgo del ministerio salta a la vista en todos los Evangelios, aunque en menor grado en Marcos, Evangelio de acción y de servicio. Los otros tres dedican mucho espacio a las palabras del Señor según el principio de selección que convenía al propósito de cada uno. Al resumir las características de cada Evangelio hemos tenido ocasión de considerar bastantes facetas de las enseñanzas de Cristo, viendo que su tema en Mateo es el del Reino, en Lucas la manifestación de la gracia de Dios en Cristo frente al hombre como tal y en Juan el resplandor de la aloria de Dios a través del cumplimiento de las obras del Padre por medio del Verbo encarnado. Por llevar Marcos poca enseñanza que no se halla repetida en los otros tres es más difícil percibir un principio de selección, pero las enseñanzas corresponden a las obras del Siervo de Jehová. En este lugar hemos de considerar los métodos de la enseñanza del Maestro, además de entresacar algunos de los temas que más se destacan dentro de una amplia perspectiva, advirtiendo que necesitaríamos un libro muy extenso para un tratamiento adecuado de un tema tan sublime. Pero el propósito es el de animar al lector a seguir atesorando las joyas del ministerio verbal del Dios-Hombre, único e inigualado, que mantiene una gran sencillez de forma y de expresión al par que lleva el sello inequívoco de la divinidad. Hemos de advertir que hay perfecta consonancia entre las enseñanzas que el Señor nos dio personalmente y las que llegan a nosotros por medio de los Apóstoles, ayudados por el Espíritu de Cristo (Juan 15:26,27; 16:12-15); al mismo tiempo los Evangelios necesitan el complemento de las Epístolas, ya que éstas se redactaron después de la consumación de la obra de la Cruz y de la Resurrección, que es la clave para la comprensión de todas las obras de Dios. En germen todo está en las palabras del Maestro, y la divina profundidad de éstas corresponde a la perfección del Verbo encarnado, quien las pronunció. Con todo, nosotros, como los Apóstoles, necesitamos que se enfoque sobre ellas la luz de la Obra consumada para su debida comprensión (Juan 14:26; Luc. 24:45,46). Dos aspectos de las enseñanzas del Maestro son tan impontantes que se han de considerar en secciones futuras: a) El ministerio parabólico; b) las referencias anticipadas al tema de la Muerte y la

Resurrección del Señor.

LA AUTORIDAD DE LAS ENSEÑANZAS Los judíos de Galilea eran sencillos en su modo de vivir, pero no ignorantes. La lectura de la Ley y de los Profetas en la sinagoga todos los sábados les proporcionaba una buena base de verdadera cultura, y ya hemos visto que, entre semana, la sinagoga también servía de escuela. Los judíos, de Jerusalén podían asistir también a las discusiones de los celebres rabinos que enseñaban a sus discípulos en ciertos lugares reservados de los atrios del Templo. Por desgracia se habían acostumbrado a procedimientos dialécticos que degeneraban fácilmente en sofismas verbales, que, lejos de iluminar los grandes textos del A. T., los oscurecían. Los escribas (intérpretes de la Ley) se preciaban de conocer las antiguas sentencias de los célebres rabinos, y no querían ni sabían dar el sentido directo de la Palabra. Cristo conocía la Palabra del A. T. como Autor de ella, y desentrañaba siempre el sentido íntimo y permanente, subrayándolo con una autoridad personal que hemos tenido ocasión de notar al considerar las pruebas de su deidad. La “autoridad” de su palabra iba acompañada del “poder” de sus obras de modo que los oyentes quedaban asombrados ante algo nuevo e inaudito: “¿Qué es esto? ¡Nueva enseñanza, y con autoridad aun a los espíritus inmundos manda, y le obedecen!” (Mar. 1:27). La reacción después de las asombrosas enseñanzas del llamado Sermón del Monte es parecida: “Y como Jesús hubo acabado estas palabras, las multitudes estaban atónitas de su doctrina (enseñanza); porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mat. 7:28,29). Y no eran sólo los provincianos quienes se asombraban, pues también los judíos de Jerusalén, sabiendo que Jesús no había pasado por las escuelas rabínicas, y maravillados ante la maestría con que llevaba las discusiones en los patios del Templo, preguntaron. “¿Cómo sabe éste letras, no habiendo estudiado?” Por “letras” hemos de entender “teología” según se enseñaba en las escuelas de Jerusalén. La contestación del Señor pone de mamfiesto los principios fundamentales tanto de su enseñanza como de la manera en que se había de recibir: “Mi doctrina (enseñanza) no es mía, sino de aquel que me envió. El que quisiere hacer su voluntad (la de Dios) sabrá de la doctrina, si viene de Dios, o si yo hablo de mí mismo” (Juan 7:15-17).

LOS MÉTODOS DE LA ENSEÑANZA El Señor, a fuer de Maestro perfecto, variaba sus métodos según el tema, la ocasión, y la capacidad y preparación de sus oyentes, pasando por toda la gama de posibilidades de expresión verbal, desde la máxima sencillez de las ilustraciones caseras, hasta la sutileza dialéctica de las discusiones en el Templo,

o hasta las majestuosas resonancias del estilo apocalíptico. El lenguaje figurativo Este método es tan importante, especialmente en lo que se refiere al maravilloso ministerio parabólico de Cristo, que tendrá que tratarse extensamente en la Sección IX. Se menciona aquí para ayudar al lector a ver el tema en su debida perspectiva. La repetición de las enseñanzas Todo buen maestro sabe que las lecciones que quiere pasar a sus discípulos no pueden grabarse en la memoria de éstos aparte de sabias repeticiones y repasos, dentro de una oportuna variedad de expresión. Hoy en día, en el Occidente, el libro de texto facilita el repaso, pero el maestro oriental de siglos pasados no disponía de tal ayuda, e insistía en que sus alumnos aprendiesen sus lecciones de memoria. En la Sección V, al tratar del lenguaje de Juan y de los Evangelistas sinópticos, notamos que los eruditos en la materia disciernen formas poéticas, que habrán correspondido a las enseñanzas en arameo antes de ser traducidas al griego, y todos comprenderán que la reiteración simétrica de los conceptos por medio del paralelismo de la poesía hebrea, habrá sido un poderoso auxilio para retenerlos en la memoria. Naturalmente los sustanciosos aforismos que plasmaban conceptos de valor eterno, no habían de utilizarse una sola vez, frente a un solo auditorio, para no repetirse jamás. La repetición era necesaria, y explica el hecho de encontrarse dichos muy parecidos en contextos muy diferentes. Tratándose de un largo discurso, como el llamado Sermón del Monte, que Lucas coloca en forma abreviada en el contexto de su capítulo 6:17-49, hemos de pensar quizá en una labor de redacción de parte del Evangelista más bien que en una repetición, pero muchos de los aforismos del Sermón se hallan diseminados por los Evangelios, y en este caso sí se trata de repeticiones. En algunas ocasiones el Señor esbozaba sus enseñanzas en líneas generales ante las multitudes, volviendo a detallarlas luego en privado, con las oportunas interpretaciones, para la instrucción más profunda de los discípulos, los encargados de proclamar el Evangelio y edificar la Iglesia después de su partida (Mat. 13:10, 36, etc.). La sencillez de las enseñanzas “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosante darán en vuestro seno; porque con la medida con que medís, os volverán a medir” (Luc. 6:38). Nuestra vista se fija en este dicho del Señor, como habría podido fijarse en centenares más, como ejemplo maravilloso de la sencillez de expresión que se emplea como vehículo para las enseñanzas más profundas. Cuando hablamos de la “sencillez” no

queremos decir en manera alguna “lo elementa1”, pues no hay máxima alguna en las enseñanzas del Maestro que no sea un pozo profundo de donde podemos sacar agua espiritual de inigualable pureza. Si nos fijamos en el texto, veremos que su fuerza se deriva de la metáfora sencilla y comprensible que es la que da base al concepto. Un alma generosa da, vertiendo una medida llena de generosa ayuda en el “seno” de su vecino (los pliegues de la ropa servían de bolsillos). No piensa más en el asunto, pero al paso del tiempo nota que la “bendición” vuelve en abundancia a su “seno”, por las buenas providencias de Dios. El mismo concepto habría podido expresarse por los términos abstractos de la teología o de la filosofía, pero el Maestro “concreta” sus enseñanzas en formas que casi podemos llamar “palpables”. Preguntas y respuestas El Maestro no necesitaba la ayuda de la moderna pedagogía sicológica para saber que las verdades no se asimilan sin la participación activa de quien aprende, y que es necesario, no sólo instruir, sino hacer pensar al discípulo. Se podría escribir un libro profundo y edificante sobre las preguntas que el Maestro dirigía a otros, con las respuestas de los tales, juntamente con sus respuestas a las preguntas que le dirigían a Él. Un ejemplo de una pregunta que hacía pensar es la que Cristo dirigió a Pedro sobre el asunto de la recolección de las dos dracmas para el Templo: “¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los impuestos o el censo? ¿De sus hijos o de los extraños? (Mat. 17:24-27). Otra, dirigida a los “guías ciegos”, se halla en Mat. 22:41-45: “¿Qué os parece del Mesías? ¿de quién es hijo? …”, que puso al descubierto la pobreza de los conceptos de los príncipes sobre el Mesías que decían esperar. Otras preguntas subrayan la necesidad de llegar a decisiones: “¿Queréis vosotros iros también? .. ¿Quién decís vosotros que soy yo?” (Juan 6:67; Mat. 16:15). Lecciones gráficas En las condiciones de su día el Señor no disponía de encerado y de tiza, ni de otras ayudas visuales que se han popularizado modernamente, pero hacía servir las personas, los objetos y los sucesos del día para los mismos efectos. Así puso a un niño en medio de los discípulos para subrayar lecciones de humildad y de fe (Mat. 18:1-6); maldijo una higuera estéril para enfocar su atención en unas grandes verdades sobre la fe, la oración, y la necesidad de llevar fruto (Mar. 11:12-14; 20-25); y aprovechó dos trágicos sucesos del día para anunciar a todos: “Si no os arrepintiereis, todos pereceréis igualmente” (Luc. 13:1-5). El lector podrá acumular muchos ejemplos más.

EL MAESTRO, Y EL FONDO ESPIRITUAL Y RELIGIOSO DE SU DÍA La gran originalidad de las enseñanzas del Maestro no debe hacernos olvidar los enlaces que existían

entre Él y el pensamiento religioso pasado y contemporáneo. Hemos visto que hablaba ante un pueblo que gozaba de una formación espiritual y religiosa, aunque mucha de la ventaja se perdía ya a causa de los sofismas de los escribas. Algunas observaciones son necesarias para precisar sus relaciones con los profetas del A. T., con Juan el Bautista y con los rabinos de su día. El Maestro y los profetas del A. T. Como “Profeta” Jesús se halla en la línea de sucesión de los siervos de Dios de la dispensación anterior, pues continúa y completa sus enseñanzas, según la declaración magistral de Heb. 1:1-2: “Dios, habiendo hablado a los padres en diferentes ocasiones y de diversas maneras, por los profetas, al final de aquellos días nos ha hablado por su Hijo.” El mismo Dios que hablo por sus siervos en la antigüedad habla por su Hijo en la nueva era de gracia, de modo que es inconcebible una falta de continuidad. De hecho el Maestro siempre tomaba las declaraciones del A. T. como punto de partida, y acudía constantemente a ellas, tanto para sus argumentos como para sus ilustraciones. Esta relación se expresa con notable énfasis por el Señor al decir a los judíos de Jerusalén: “Si vosotros creyeseis a Moisés, creeríais en mí, porque de mí escribió él. Y si a sus escritos no creéis, ¿cómo creeréis a mis palabras?” (Juan 5: 46,47). El tema es muy amplio, pues una consideración adecuada exigiría el estudio de todas las citas que saca el Maestro del A. T., con una consideración de los grandes temas proféticos que se recogen en las enseñanzas de Cristo, juntamente con la apreciación del elemento de “cumplimiento” y de “consumación” que lleva los conceptos del A. T. a un plano mucho más elevado al tratarse de la revelación personal hecha por el Verbo encarnado. Hemos meditado ya en un caso sublime de este principio al ver cómo el Señor lleva la Ley de Moisés a su consumación espiritual e interna (Mat. 5:1748). En este lugar no podemos más que hacer constar la continuidad y la consumación de las enseñanzas del A.T. en la doctrina de Jesucristo. El Maestro y Juan el Bautista Juan como precursor. La importancia del ministerio de Juan se pone de relieve en los cuatro Evangelios, y de él declaró Gabriel: “Hará que muchos de los hijos de Israel se vuelvan al Señor su Dios, e irá delante de él (el Mesías) con el espíritu y el poder de Elías ... a fin de prepararle al Señor un pueblo apercibido.” Cumpliendo las profecías de Isa. 40:3 y Mal. 4:5, 6, el Bautista era el último y el mayor de los profetas de la antigua dispensación, al par que anunciaba la llegada del nuevo día en la Persona del Mesías. Juan como predicador. Hay una extraordinaria riqueza de doctrina en los resúmenes del ministerio de Juan que hallamos en Mat. cap. 3, Luc. cap. 3 y Juan cap. 1, destacándose no sólo el tema del

arrepentimiento, simbolizado por el bautismo, sino también: a) el de la vanidad ponzoñosa de la religión de los fariseos y de los saduceos (Mat. 3:7), que continúa parecidos temas proféticos, y sirve de introducción a las denuncias del Señor (Mat. cap. 23); b) la posibilidad de una nueva raza espiritual derivada de Abraham (Mat. 3:9); c) la necesidad de frutos dignos del arrepentimiento, que señalan la calidad del árbol (Mat. 3:10 comp. 7:16-20); d) el juicio que caerá sobre quienes no se arrepienten y se disponen a recibir al Mesías (Mat. 3:12, etcétera); tema que halla repetido eco en las enseñanzas del Maestro; e) varias importantes enseñanzas sobre la preeminencia del Mesías que había de manifestarse, con su obra de salvar, juzgar y bautizar con el Espíritu Santo. En Juan hallamos también la gran declaración sobre el Cordero de Dios (Mateo 3:11,12; Luc. 3:16-17; Juan 1:26,27,29); f) el tema “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 3:2) se recoge por el mismo Señor como proclama ya conocida al iniciar su misión en Galilea (Mat. 4:17), y las indicaciones que hemos adelantado muestran que el germen de las enseñanzas de Cristo se halla en las predicaciones de Juan el Bautista. Su labor de preparación y de enlace fue admirablemente realizada por el hombre fiel, dispuesto a menguar con tal que el Cristo creciera. El Maestro y los doctores de la Ley Un punto de contacto. Por ocupar ellos “la cátedra de Moisés” era necesario escuchar a los escribas, pues, a pesar de los envo1torios de sus tradiciones, leían la Palabra de Dios (Mateo 23:2; 3). He aquí un punto de enlace entre el Maestro y los doctores: la presencia física de la letra del A. T. que copiaban . transmitían con cuidado minucioso. Al hablar de los fariseos hicimos notar que toda la secta no había de ser juzgada por las extravagancias de los peores, puesto que entre ellos se hallaban hombres y mujeres de comprensión y de fe. De igual forma sin duda había doctores de la Ley cuya vista traspasaba la costra de la tradición para recrearse en las verdades de la revelación del A. T. Uno de los escribas expresó su plena aprobación del resumen de la Ley en términos de un amor total a Dios y al prójimo, y a él pudo decir Jesús: “No estás lejos del Reino de Dios” (Mar. 12:28-34). La divergencia por la hipocresía. Las graves denuncias que el Señor dirigió contra los fariseos y escribas, y que Mateo recoge en el cap. 23 de su Evangelio, se basan sobre todo en el divorcio entre las enseñanzas y la conducta moral de los enseñadores, “porque dicen y no hacen” (Mat. 23:3). Querían puestos elevados y buscaban las ceremoniosas salutaciones en las plazas, mientras que, al abrigo de su pretendida piedad, devoraban las casas de las viudas. Por su oposición a la luz divina se constituían en los sucesores de los judíos rebeldes que habían matado a los profetas del A. T. que denunciaban los pecados de su día. Ha de leerse todo el cap. 23 de Mateo para comprender el grado de divergencia que existía entre el Maestro y aquellos guías ciegos. La divergencia a causa de la tradición. Cuando se permite que una barrera de tradición oral se levante

alrededor de la Palabra de Dios, siempre surgen interpretaciones casuísticas que favorecen el bolsillo o la posición de los poderosos, y obran en contra de quienes buscan la sencillez. El Maestro se oponía con severísima rectitud a tergiversaciones del sentido real del sábado. (Luc. 14:1-6, etc.), y a “tradiciones” que invalidaban los principios fundamentales de la Ley (Mar. 7:1-13). Sus ataques contra los intereses creados de la religión le granjearon el odio creciente de los fariseos, escribas y sacerdotes, quienes, aun en el principio del ministerio en Galilea, procuraron matarle (Mar. 3:6). Pero el Maestro tenía que enarbolar el principio fundamental de la justicia, y el odio de los hipócritas había de ser el medio humano para llevarle a la Cruz donde, a través de la obra de expiación, había de proveer una justicia imputable a todos los fieles. Pero la misma obra también echó el fundamento de todo juicio futuro, que se ha encomendado en las manos del Hijo del Hombre, quien discierne los pensamientos e intentos de todos los corazones y pagará a cada uno conforme a sus obras (Mat. 10:26; Heb. 4:12; Rom. 2:6, 16).

LOS TEMAS DE LAS ENSEÑANZAS Los discursos y las enseñanzas del Señor se revestían de tanta importancia que quien las recibía para ponerlas por obra fundaba la casa de su vida aquí abajo y en la eternidad sobre una peña inconmovible, y quien las desoía, no podía hallar fundamento seguro para ningún proyecto suyo (Mat. 7:24-27). Tanto es así que sus palabras encierran la semilla de la inmortalidad, pues declaró: “De cierto, de cierto os digo que si alguno guardare mi palabra jamás verá la muerte” (Juan 8:51). Los evangelistas distinguen claramente entre los discursos públicos y los privados, pero no es posible hacer una división entre “predicaciones” y “enseñanzas”, ya que el Maestro derramaba las divinas riquezas de sus enseñanzas en todos sus discursos, y nada sabía de un “Evangelio sencillo” sin sustancia doctrinal. Ejemplo de ello es que reservó para los oídos de la samaritana las enseñanzas más profundas sobre la adoración (Juan 4:2124). Los temas que trataba, por ser tan profundos y tan numerosos, estando diseminados además por todas partes de los Evangelios, requerirían un libro para su debido estudio y análisis, de modo que no podemos hacer más que mencionar algunos que descuellan por su importancia, y que han de servir como muestras de tantos otros que podrá trazar el estudiante diligente. Dejamos la enseñanza parabólica para la próxima Sección. De hecho es imposible separar las enseñanzas de la Persona del Señor de sus obras de poder, puesto que no se pronunciaban en un vacío, sino que surgían del hecho del Verbo encarnado que cumplía su ministerio en la tierra, y, además, se asociaban con los milagros, y a menudo se motivaban por éstos. Si intentamos un análisis de algunas de las enseñanzas (en forma muy abreviada) es únicamente en los intereses de una mayor claridad, y después todo ha de sintetizarse de nuevo en torno al Enseñador.

Las enseñanzas acerca de Dios Cristo no expone una teología ordenada, a la manera de los tomos modernos de Dogmática, sino que las referencias a Dios se motivan por los incidentes de su ministerio y surgen del abismo luminoso de su conocimiento total y esencial del Padre (Mat. 11:27). La gloria de Dios, es decir la trascendencia en forma visible de los atributos de Dios, resplandecía en su mismo rostro, de modo que cuanto hacía y decía revelaba a Dios. Verle era ver al Padre, y conocerle era conocer al Padre (Juan 14:9; 1:14,18; 2 Cor. 4:4-6). La esencia de la Deidad La única enseñanza acerca del ser de Dios (en sentido metafísico) se dio a la samaritana: “Dios es Espíritu”, y aun así el propósito práctico y devocional es muy claro, pues: “los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren” (Juan 4:24). El Padre en relación con el Hijo Normalmente las referencias al Padre se unen a la mención del Hijo y se relacionan con la misión que éste cumplía sobre la tierra. Las relaciones eternas se destacan de un modo sublime en Juan cap. 17. La Santa Trinidad La profunda verdad de la Deidad, que es una y a la vez admite la diversidad de lo que llamamos “Personas” (por falta de un término que refleje un concepto más allá de los recursos lingüísticos de los hombres), se echa de ver claramente en las enseñanzas de Jesús. No vamos a repetir la evidencia aducida en la Sección VI sobre la plena deidad del Hijo, pero hacemos constar que, en el discurso en el Cenáculo, especialmente, el Maestro anuncia la próxima llegada del Paracleto, el Espíritu Santo, quien le ha de sustituir en la tierra, y en sus palabras discernimos la “diversidad en la unidad” que es tan característica también de las relaciones del Padre y del Hijo (Juan 14: 16-19, 26; 16:7-16). El hecho de que el Hijo encarnado hable en tercera persona del Padre y del Espíritu, muestra la diversidad, pero al manifestar su perfecta unión con ellos, y la identidad de esencia y de pensamiento, al llevarse a cabo los diversos aspectos de la misión de la redención, manifiesta también la unión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el ministerio de la Deidad. La verdad que se deduce de las conversaciones del Cenáculo, se expresa claramente en la fórmula bautismal de Mat. 28:19. Dios como Padre Es un craso error procurar hacer ver que Cristo presenta a Dios como Padre amante y perdonador en

los Evangelios, en contraste con el Dios-Jehová, vengativo y cruel, del A. T. Los santos sumisos y fieles del A. T. llegaron a experimentar muy íntimamente las misericordias y el amor de Jehova, mientras que Jesús enseña que la “ira de Dios” se cierne sobre todo hombre incrédulo (Juan 3:36) y echa solemnísima luz sobre los temas de la rebelión del hombre y sobre el juicio que le espera (Juan 5:28-29; Luc. 13:1-9; Mat. 23:33-36, etc.). Con todo, el tema de Dios como Padre es típico de la enseñanza del Maestro, y en él la revelación de Dios al hombre llega a nuevas alturas de gracia y de bendición. El Padre, por ser Padre, ama y cuida de los suyos, pero su amor no deja de ser “amor santo”, que no admite la tergiversación de las normas esenciales de su Justicia. a) El Maestro habla de una actitud “paterna” de parte de Dios en sus providencias frente al hombre como tal, ya que hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mat. 5:45); como “hijos de su Padre celestial” los discípulos tenían que manifestar amor aun para con sus enemigos. Esta actitud paterna y universal de Dios para con la raza descansa sobre el doble hecho de su obra creadora y de su providencia, o sea, el orden que mantiene dentro de su creación, y Pablo también enseñó que el hombre es “del linaje” de Dios, quien, por lo tanto, determina el orden de los tiempos y de las habitaciones de su criatura. Pero no ha de confundirse esta enseñanza bíblica con la idea muy generalizada de que Cristo enseñó que Dios es el Padre de todos los hombres siendo éstos hermanos, y que por fin recogerá a todos en su casa paterna. Al contrario, el Maestro subraya el abismo que el pecado ha labrado entre el hombre pecador y rebelde y el Dios que es en todo justicia y santidad. Se ha perdido toda semejanza moral entre el Creador y la criatura, y los judíos -ciertamente no los peores hombres de su tiempo- eran “hijos de su padre el diablo”, por manifestar en su conducta las obras e inclinaciones de Satanás (Juan 8:44). b) El Maestro reitera constantemente la relación peculiar e intransferible que existe entre el Padre y el Hijo. Hemos dado ya muchas citas sobre la mística unión entre el Padre y el Hijo, que no hemos de repetir aquí. En manera alguna puede la criatura participar en esta relación que es totalmente divina, y ha de rechazarse toda idea de que el hombre puede “divinizarse” por refinarse y llegar a una unión mística con Dios. Hemos notado anteriormente que el Señor nunca habla de “nuestro Padre”, incluyendo a los discípulos consigo mismo en una nueva relación de “hijos”, sobre el mismo plano, sino que hace la distinción de “mi Padre y vuestro Padre”. Con todo, la relación de los creyentes con el Hijo es la base de su nueva relación con el Padre sobre el plano que les corresponde. c) El Maestro enseñaba a los discípulos a llamar a Dios su “Padre celestial” y que los fieles formaban una nueva familia espiritual a la que entraban por el nuevo nacimiento. El hombre que ama las tinieblas más que la luz no tiene parte en esta familia, sino el que recibe al Enviado con fe, y en cuyo ser opera el Espíritu Santo: “A todos los que le recibieron dioles la potestad de ser hechos hijos de Dios; es decir, a los que creen en su Nombre; los cuales no fueron engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios (ek tou Theou = de la sustancia de Dios)” (Juan 1:12,13). Aun el sabio

Nicodemo, dechado de moralidad probablemente, tenía que “nacer de arriba” por la operación del Espíritu Santo para poder entrar en el Reino de Dios (Juan 3:3-8). Las enseñanzas de Mat. 18:1-4 nos hacen saber que no hay entrada en el Reino de los Cielos sin la humildad, la “pequeñez” y la fe de un niño (comp. Mat. 19:14). Son estos hijos espirituales los que aprenden a orar a su Padre celestial que está en los Cielos, y cuya conducta ha de reflejar en la tierra la naturaleza de su Padre (Mat. 6:9-15; 5:43-48). Existe una maravillosa unidad entre los hijos, el Hijo y el Padre, pero la gloria que reciben los hijos no es la que tuvo el Hijo antes de que el mundo fuese, sino la que el Padre le ha dado como triunfante Hijo del Hombre. En esta gloria los hijos participan; en aquélla, no (Juan 17:5, 22, 23). Desde luego la doctrina del nuevo nacimiento y de la familia espiritual ha de entenderse a la luz de la obra de la Cruz que hizo posible que se abriera por medio de la Resurrección una gloriosa Fuente de vida, pues sólo en vista del hecho de la expiación y de la redención pudo Dios darnos “vida juntamente con Cristo” (Ef. 2:5; comp. 1 Ped. 1:3). Los hombres ante Dios Job y los salmistas habían declarado que “el temor de Jehová es el principio de la sabiduría”, y el Maestro recalcó la misma verdad. Dios es todo, y los hombres no son nada. Aun en su odio homicida contra el Cristo y quienes le siguen, no pueden hacer más que matar el cuerpo antes del tiempo de su disolución normal (si tal fin está dentro de la voluntad permisiva de Dios), y por eso el Maestro exhortó a los suyos: “No temáis a los que matan el cuerpo, y después de eso ya no pueden hacer más; empero yo os indicaré a quién debéis temer: temed a aquel que, después de haber matado, tiene potestad de echar en el Gehena; sí os digo, a éste temed” (Luc. 12:4.5; comp. Juan 19:11). El “temor de Dios” que aquí se enseña no es el temblar de un ser atemorizado ante un tirano poderoso, sino sencillamente el tomar en cuenta el hecho primordial de que Dios es el Creador, el Sustentador, el Redentor (por gracia suya) y el Juez de todos. “Temer” las cosas, las circunstancias y a los hombres, pues, es una locura que descentra la verdadera vida de la criatura. En el mismo pasaje, y a continuación de las palabras citadas, el Maestro insiste en la cordura de una vida de fe, de una actitud que depende en todo de Dios (Lucas 12:6,7, 22-34). Del santo temor y de la confianza de la fe nace el precepto: “Buscad primeramente el Reino de Dios y todas estas cosas os serán añadidas.” Las enseñanzas del Maestro sobre su propia Persona Las abundantes citas de la Sección VI nos ahorran la necesidad de escribir extensamente sobre este tema aquí. El lector debe recordar que el Maestro atraía deliberadamente las miradas de los hombres sobre su Persona, esperando su reacción, no tanto a sus palabras y obras, sino a sí mismo, revelado a través de ellas, siendo él mismo “el Camino, la Verdad y la Vida”. Tal énfasis, que sería un loco desvarío

en otro alguno -en cualquiera que no fuera Dios por naturaleza- se entiende como la misma razón de ser de los Evangelios, que no son sino el retrato del Dios-Hombre, el único Revelador y el único Mediador entre Dios y los hombres, según su declaración: “Ésta, empero, es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste” (Juan 17:3). Las enseñanzas del Maestro sobre el amor Es evidente la relación entre el tema de Dios como Padre y el del amor, puesto que el uso de tal título nos hace pensar en Dios como Fuente de amor: “Padre ... me amaste antes de la fundación del mundo ... los amaste a ellos como me amaste a mí” (Juan 17:24 con 23). El verbo griego “amar”, en este elevado sentido, es “agapao que tiene por sustantivo correspondiente “agape”. Para entender este vocablo no sirve acudir a los modelos clásicos ni al uso cotidiano que se refleja en los papiros contemporáneos, ya que, por la enseñanza de Cristo y de sus Apóstoles, ha sido elevado a esferas donde nunca llegó ni pudo llegar en el discurrir de los hombres, siendo reflejo de la misma naturaleza de Dios, pues “Dios es amor”. Hemos de considerar el amor de Dios en acción para comprenderlo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito ...” (Juan 3:16). El mundo de los hombres nada merecía, pero el amor de Dios le impulsó a un acto de pura gracia que entrañó el máximo sacrificio: el dar a su Hijo, no sólo para pisar este pobre suelo, sino a la muerte de expiación (comp. Juan 3:14,15). Se entiende el amor divino mejor si se contrasta con su antítesis: el egoísmo del hombre caído, que todo lo quiere para él mismo, sea como sea, y sufra quien sufra. Dios es necesariamente el Centro de todas las cosas, pero, siendo Amor, su gracia fluye en superabundancia con el afán de bendecir; el hombre, indebidamente, contra la naturaleza de su ser creado, se ha colocado a sí mismo en el centro de su vida, y el egoísmo quisiera ser un imán que atrajera todo hacia su usurpada autoridad. Pero los otros “egos” quieren operar en el mismo sentido, que es contrario al primero, lo que produce inevitablemente las luchas, las desilusiones, las envidias, los odios y los homicidios. El misterio de la Trinidad hizo posible un ejercicio perfecto del amor, como esencia del Ser de Dios, aun antes de haber ninguna cosa creada (Juan 17:24). La creación espiritual y material ha de entenderse como una obra del amor de Dios, quien quisiera derramar su amor sobre sus criaturas, y recibir el amor de ellos, pues, en inocencia, son capacitados para amar, siendo hechos a imagen y semejanza de Dios (Gén. 1:26). El Maestro enseña que el pecado rompe la relación de amor, y la convierte en odio entre los hombres rebeldes. “Yo os conozco -dijo a los judíos- que no tenéis amor a Dios en vosotros” (Juan 5:42) ... “Los hombres amaron las tinieblas más que la luz porque sus obras son malas” (Juan 3:19) ... “El que a mí aborrece, también aborrece a mi Padre. Si no hubiese hecho entre ellos las obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado;

mas ahora, no sólo han visto, sino que han aborrecido tanto a mí como a mi Padre” (Juan 15:23,24; comp. Juan 8:37-44). Con todo, enseña que Dios ama al mundo con el deseo de salvar a los hombres. El lugar clásico que describe este “amor salvador” se halla en Juan 3:14-21 ya citado. Halla su perfecta ilustración en la parábola del Hijo pródigo (Luc. 15:11-32) y se encarna en Cristo, quien “vino para buscar y salvar lo que se había perdido”. No sólo eso, sino que, siendo Rey y Señor de todos, “no vino para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Luc. 19:10; Mar. 10:45). Pero el amor de Dios provee la salvación sobre la base de la obra de la Cruz, que deja sin menoscabo su justicia, y es compatible con la constante “ira de Dios” que irradia de su Trono de justicia contra todo lo que es pecado (Juan 3:36). El Maestro enseña que los fieles son objeto de un amor especial, tanto del Padre como del Hijo. He aquí uno de los temas que más se destacan en las conversaciones en el Cenáculo: “Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” ... “El que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él .. Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos con él morada” (Juan 13:34; 14:21-23, etc.). Estos versículos destacan claramente la base del amor del Padre para con los suyos, que es la relación de éstos con el Hijo por la fe, amor y obediencia. El Maestro enseña que toda la antigua Ley se resumía en el ejercicio de un amor perfecto para con Dios y el prójimo. Véanse sus conversaciones con el doctor de la Ley en Luc. 10:25-37 y con otro en Mar. 12:28-34. El amor que diera todo su corazón a Dios, no había de ofenderle en nada, y, parecidamente, el amor que considerara tan sólo el bien del prójimo, no necesitaría mandamientos para limitar los efectos del egoísmo, de la avaricia y de la violencia. Naturalmente nadie ha cumplido la Ley en tal sentido, y tan sublime principio condena todos los movimientos de nuestro envilecido corazón. Con todo, el principio es importante, porque nos lleva a la ley fundamental del Reino. El Maestro enseña que el amor es la ley básica en su Reino. Esta ley del amor presupone la obra de la Cruz, la “muerte al pecado” en Cristo del creyente y el don del Espíritu Santo, cuyo fruto es el amor y las demás virtudes con él asociadas (Gál. 5:22,23); es del todo imposible que la carne rinda el fruto del amor, que es la negación del egoísmo que informa y gobierna la carne; es algo que pertenece enteramente a la nueva creación en Cristo. a) El amor produce la obediencia, siendo ésta la prueba de que en verdad existe: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos ... el que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama ... esto os mando, que os améis los unos a los otros” (Juan 14:15,21; 15:12,17). Desde luego, los mandamientos aquí no son los del Sinaí, sino todo el cuerpo de doctrina que el Señor nos ha dejado personalmente y por sus Apóstoles, que rebasan ampliamente el limitado marco del Decálogo. b) El amor al Señor es la base de todo verdadero servicio. Pedro había fallado lamentablemente la noche de la traición, pero fue restaurado a la comunión con su Señor por medio de una entrevista privada (Luc.

24:34) y al servicio público mediante la conversación que Juan refiere en 21:15-22: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” “-Sí, Señor ...” “Apacienta mis corderos ... pastorea mis ovejuelas ...” No es éste el lugar para notar todos los matices de este intercambio conmovedor entre el Maestro y el discípulo, pero sí recalcamos que Pedro no podría “pescar” ni “pastorear” sino por el impulso de un rendido amor al Señor. El principio es universal, pues la preparación, los dones, y aun lo que suponemos ser el llamamiento del Señor, no son más que los elementos externos del servicio cuya fuerza motriz ha de ser el amor, que no es sino la débil respuesta de nuestra parte al amor que todo lo dio por nosotros (2 Cor. 5: 14,15). Todo lo antedicho nos hará saber que el “agape” es “amor divino”, que sólo puede reflejarse en la criatura por la operación del Espíritu de Cristo, y que ha de distinguirse netamente del “amor amistad”, del “amor sexual” y aun del dulce “amor materno”. Sólo la meditación en las enseñanzas de Cristo y de los Apóstoles, y la contemplación del amor de Dios manifestado en Cristo, podrán elevar este vocablo de su estado humano de postración o de degradación para que sirva como signo que revele el corazón de Dios. Las enseñanzas del Maestro sobre el significado de su propia Muerte La doctrina de la Cruz, tal como se desprende de las mismas palabras del Dios-Hombre, es de una importancia tan trascendental que se tratará ampliamente en la última Sección de este libro. Las enseñanzas del Maestro sobre el Espíritu Santo El advenimiento del Mesías introduce el siglo de poder espiritual, y los Evangelios nos preparan para el magno acontecimiento del Día de Pentecostés, puesto que el Espíritu no podía ser dado en su plenitud hasta que el Dios-Hombre hubiese consumado su obra en la tierra y fuese glorificado (Juan 7:39). Hay numerosas referencias al Espíritu Santo en la boca del Maestro, pero las limitaciones de espacio nos impiden hacer más que notar algunos aspectos fundamentales del tema. El Espíritu Santo y el Mesías. El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús señaló el principio de su ministerio público (Mat. 3:16,17): hecho histórico que confirmó el Maestro por aplicarse a sí mismo la profecía mesiánica de Isa. 61:1,2: “El Espíritu del Señor es sobre mí porque me ungió ... Hoy se ha cumplido esta escritura en vuestros oídos” (Luc. 4:18,21). En controversia con los fariseos declaró: “Mas si yo por el Espíritu de Dios echo fuera a los demonios, ciertamente ha llegado ya a vosotros el Reino de Dios” (Mat. 12:28). El Hijo-Siervo obraba por el poder del Espíritu de Dios, que era también el Espíritu de Cristo. El Espíritu Santo y el nuevo nacimiento. Se ha notado ya que los hijos nacen en la nueva familia por la operación del Espíritu de Dios, quien es siempre el vivificador (Juan 3:5-8). Por medio del simbolismo

del “agua viva” el Maestro enseña que el mismo Espíritu que vivifica, también satisface plenamente a quienes acuden a Dios por medio de Cristo (Juan 4:13,14; 7:37-39). El Espíritu Santo y los siervos de Dios. Los profetas del antiguo régimen hablaron por medio del Espíritu (Mat. 22:43) quien también dará la palabra a los santos perseguidos (Marcos 13:11). En relación con la obra del gran Testigo se dice que “Dios no da su Espíritu por medida” (Juan 3:34), pero el principio es general para todo aquel que se pone a la disposición de Dios con ánimo de servirle. El gran acontecimiento futuro. Comentando la profecía del Señor que anunció el advenimiento del Espíritu (Juan 7:37-39), Juan explica en un importante paréntesis: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había sido dado el Espíritu por cuanto Jesús no había sido todavía glorificado.” Desde luego, el Espíritu había obrado de distintas maneras desde la creación del mundo (Gén. 1:2), pero aquí se señala un advenimiento especial, en plenitud, que había de inaugurar una nueva dispensación del Espíntu. Con esto concuerda la enseñanza del Maestro en el Cenáculo, y de todos es sabido que, al explicar a los suyos las condiciones y provisiones para el periodo de su ausencia personal, el Maestro recalcó especialmente que el Paracleto, el Espíritu de Verdad: le había de reemplazar como Ayudador y Guiador de los discípulos. Tan importante había de ser la venida del Espíritu en esta nueva modalidad, que Cristo dijo: “Os conviene que yo vaya, porque si no me fuere, el Paracleto no vendrá a vosotros; mas si me fuere, os le enviaré” (Juan 16:7). Las enseñanzas en el Cenáculo. De hecho las doctrinas básicas sobre el Espíritu Santo se hallan en Juan caps. 14-16, Rom. cap. 8 y Gál. cap. 5. Hay múltiples referencias en otras Escrituras que derraman luz sobre la Persona y obra del Espñiritu Santo, pero todo lo esencial de la enseñanza se da en los pasajes que hemos mencionado. Los detalles de la doctrina del Espíritu Santo tal como se presentan en las conversaciones del Cenáculo constituyen un estudio profundo, y no podemos hacer más que llamar la atención del estudiante a los puntos siguientes: a) Toma el lugar de Cristo en la tierra como “parakleto” (“abogado defensor”, “uno que es llamado en nuestro auxilios”), de modo que los discípulos no han de quedar huérfanos al marcharse su Maestro (Juan 14:16-18). b) Es el Espíritu de Verdad, que les había de enseñar todas las cosas y guiarles a toda verdad (Juan 14:17, 26; 16:13,14). c ) Es el Espíritu de testimonio, que había de obrar conjuntamente con los Apóstoles en el gran cometido de dar a conocer la Persona y Obra de Cristo al mundo (Juan 15:26,27; 16:14). d) Había de convencer al mundo de pecado, justicia y de juicio, pero siempre en relación con la Persona de Cristo. Sin los movimientos del Espíritu Santo nadie podría ser despertado a comprender su pecado y su necesidad de un Salvador, bien que el hombre puede acallar la Voz o dejarse llevar por ella (Juan 16:811).

e) La terminación y consumación de la revelación escrita del N. T. dependía de la obra del Espíritu Santo en los Apóstoles (Juan 14:26; 16:12-14). El Señor Jesucristo es el Dador del Espíritu juntamente con el Padre. Juan el Bautista había profetizado que el Mesías “bautizaría con Espíritu Santo” como rasgo típico de su obra (Mat. 3:11, etc.): afirmación que el Señor confirma en Juan 7:37-39 y en 16:7, etc. Después de su Resurrección “sopló” en los discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:21-23), lo que constituyó un acto simbólico anticipando el hecho de que habían de ser revestidos de poder para su misión al serles enviado el Espíritu desde la Diestra por el Señor glorificado (Hech. 1:5,8). Las enseñanzas del Maestro sobre el hombre El Señor no explicó ninguna ciencia de antropología, sino que hacía observaciones en el curso de su ministerio sobre los hombres y mujeres de carne, alma y espíritu que le rodeaban. El alma, o vida interior del hombre, vale infinitamente más que su cuerpo. “¿ Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma (vida interior, “psuche”)?” (Marcos 8:36). Ya hemos tenido ocasión de notar que el hombre no ha de temer a quienes no pueden hacer más que matar el cuerpo, sino doblegar la rodilla delante de aquel en cuyas manos se halla su destino eterno (Luc. 12:4,5). Se deduce claramente la doctrina de la inmortalidad del alma de las declaraciones del Maestro, quien recalca además que el hombre es un ser responsable, cuyos pensamientos y obras son conocidos de Dios y registrados en el Cielo; de ellos habrá que dar cuenta, y aun de toda palabra ociosa (Mat. 12:36,37). Percibiendo con absoluta clarividencia tanto el valor de lo espiritual como lo efímero de la vida natural, el Maestro sentía una repulsa ante los afanes egoístas y avariciosos del hombre, que se deja ver en su contestación abrupta al hombre que quería aprovecharse de su prestigio para solucionar un problema de herencia: “Hombre, ¿quién me constituyó sobre vosotros juez o partidor?” A continuación refirió la parábola del “rico insensato” que subraya la necedad de todo esfuerzo por enriquecerse y por buscar la comodidad en esta vida si el hombre “no es rico en Dios” (Luc. 12:13-21). El valor del alma y la misión del Hijo del Hombre. Si bien el valor del alma echa sobre el hombre una responsabilidad solemne ante su Creador, también es cierto que llega a ser el móvil del plan de salvación. Todo lo que concierne al hombre es de gran importancia delante de Dios como Cristo señala por la hipérbole: “Mas aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados” (Luc. 12:7). Eso se dice de los fieles, pero igualmente se puede aplicar a cualquier hombre como “ser redimible”. Éste es el tesoro escondido en el campo, por amor al cual el Hombre vendió todo lo que tenía para comprar el campo (Mat. 13:44), que concuerda con la gran declaración tan las veces citada: “El Hijo del Hombre vino para buscar y salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10). Él veía el escondido valor humano dentro de cada publicano y pecador, de cada mujer llamada “perdida”, y para poderles recibir y salvar “dio su vida en

rescate por muchos” (Mar. 10:45). Su Vida de infinito valor había de responder por las vidas perdidas en el pecado, pero que llevaban en sí la posibilidad de la salvación por la gracia de Dios La naturaleza pecaminosa del hombre. Algunos han dicho que el Maestro no hace referencia a la Caída y al pecado original, que son doctrinas “inventadas” por Pablo. De hecho el estado pecaminoso del hombre caído se halla implícito en cuanto enseña el Maestro. Versículos como Juan 3:16 presuponen un estado pecaminoso que desemboca a la perdición irremediable aparte de la intervención de Dios que envía a su Hijo con el fin de que el hombre de fe se salve de tal perdición y que reciba la vida eterna. La fuerte condenación de los judíos rebeldes de Jerusalén lleva implícita en sí la doctrina de la caída: “Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba ... moriréis en vuestros pecados ... vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis cumplir” (Juan 8:23, 24, 44). Con todo, los hombres, “siendo malos” saben “dar buenas dádivas a sus hijos” (Mat. 7:11), que quiere decir que el hombre pecaminoso no es incapaz de realizar obras familiares y sociales que sean estimables en el medio indicado, pero que no sirven para nada cuando se trata de la expiación de los pecados cometidos (véase abajo, “La enseñanza sobre la salvación”). El Maestro despreciaba las grandezas y glorias de los hombres. Siendo él mismo el Rey de gloria, el Señor sabía justipreciar todas las pretensiones del hombre orgulloso y vanidoso, como también lo pasajero y lo mezquino de todas sus obras. Estando Jesús en Perea, territorio de Herodes Antipas, los fariseos tuvieron el mal acuerdo de querer asustarle con la amenaza de que Herodes quería matarle. La contestación es contundente y revela claramente la actitud del Dios-Hombre frente a quienes ocupaban tronos humanos fundados sobre el crimen y el engaño: “Id y decid a esa zorra: He aquí, echo fuera demonios y efectúo sanidades hoy y mañana, y al tercer día llego a mi consumación” (Luc. 13:31-33). El Siervo-Rey seguía el camino trazado desde la Eternidad, y lo que Herodes opinaba o proyectaba carecía de toda importancia. El principio general consta en Luc. 16:15, que surge de las pretensiones religiosas de los fariseos: “Porque lo que entre los hombres es altamente estimado, abominación es a la vista de Dios.” Según este criterio celestial y divino del Maestro, Él se deleitaba en el valor de muy subidos quilates de la ofrenda, aparentemente insignificante, de la viuda pobre, mientras que los discípulos se extasiaban ante los últimos edificios y adornos del Templo. El Templo de Herodes era una de las maravillas artísticas del mundo, pero de todo aquello profetizo el Señor: “No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada” (Marcos 12:41-13:2). Las enseñanzas del Maestro sobre la salvación Incidentalmente hemos hecho muchas referencias al tema de la salvación en el curso de los estudios anteriores. El fondo de la doctrina de Cristo es el reconocimiento del estado perdido del hombre

pecador, tal como lo hemos notado en el apartado anterior. Un ser tan caído no podía alzarse para llegar a Dios, y todas las “escaleras” de la religión resultaban cortas. La misión del Hijo es de salvación. “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10), declaró el Señor en cuanto a las “ovejas”, y tales descripciones de su misión en la tierra abundan por doquiera. La obra sanadora de Cristo ilustraba este sentido de su misión que era la de salvar, restaurar y bendecir al hombre arrepentidoo que creyera en él. Cada ciego que luego veía, cada paralítico que andaba, cada leproso que volvía sanado y limpio a su hogar, cada muerto que volvía a la vida, mostraba, en términos de la vida natural, lo que Cristo quería hacer en la región del espíritu. El designio de Dios en cuanto al hombre no había de quedar frustrado, sino llevarse a cabo mediante el Hijo Salvador. Las sanidades de los cuerpos arruinados ilustraban la gran obra de salvación por la que el hombre volvería a ser “hombre” en el verdadero sentido de la palabra, libre de la mancha del pecado, sujeto de nuevo a la voluntad de Dios, poseedor de la vida eterna, y encaminado ya hacia la resurrección del día postrero, por la que entraría plenamente en la Nueva Creación. Tal es el sentido de las grandes obras de poder, y la clara enseñanza de pasajes enteros que se hallan en Juan caps. 3, 4, 5, 6, 9, 10, etc. La vida eterna y la entrada en el Reino. En Juan la salvación se describe casi siempre en términos de “la vida eterna”, que es la vida de Dios transmitida a la nueva criatura por el nacimiento de arriba; en los Sinópticos, el Señor habla más de quienes entran en su Reino que proclamaba. La “vida eterna” subraya la realidad interna y eterna que surge del hecho del nuevo nacimiento, mientras que la entrada en el Reino señala el paso del territorio de Satanás al de Dios, mediante el arrepentimiento y la fe. Pero el concepto de recibir la vida eterna no es ajeno a las enseñanzas de los Sinópticos (Mateo 19:29, etc.) ni deja Juan de hablar del Reino (3:3, 5). Son dos de los muchos aspectos del gran tema de la Salvación, presentado según los distintos enfasis propios de los Evangelistas. El arrepentimiento y la fe. El Maestro señalaba una y otra vez que la “vida eterna” o el “Reino” había de recibirse por el arrepentimiento y la fe. No son conceptos nuevos, ya que los santos del A. T. también tenían que salvarse por la gracia de Dios que sólo podía operar en las vidas de los sumisos que le buscaban de corazón, pues jamás fue justificada carne alguna por las obras de la Ley (Rom. 3:20). Lo que es nuevo es la insistencia en estos factores primordiales, y la luz creciente que se echa sobre la obra de salvación y la nulidad de todo lo humano, aun de los esfuerzos religiosos. El cap. 15 de Lucas no presenta la base del perdón -que se elucida en otras porciones doctrinales-, pero sus parábolas, con referencia especial a la del hijo pródigo, ilustran maravillosamente el concepto del arrepentimiento (metanoia = cambio de mente, o de actitud) que abre la puerta a la gracia divina. El gozo estalla en el cielo al ver a un solo pecador que se arrepiente (Luc. 15:7, 10) y el hijo errante, después de llegar al fin absoluto de todos sus recursos, “vuelve en sí”, y, dando las espaldas al país lejano, se encamina, tal cual es, en su andrajosa miseria, hacia la casa del padre. Lo que tan claramente se ilustra en el caso del hijo

pródigo se realiza en la conversión de todo pecador. El arrepentimiento es el desprecio de lo que antes apreciábamos, y la “media vuelta” que deja el pecado para buscar la gracia de Dios. En Mat. 18:1-4 se subraya la sumisión, la pequeñez y la dependencia de un niño como medios para entrar en el Reino. Implícito en el arrepentimiento se halla el primer paso de la fe, que, en las enseñanzas de Cristo, es mucho más que meramente asentir a la veracidad de un hecho, pues viene a ser el descanso total del alma en la Persona de Cristo. La conocida frase “el que cree en él” suele ser “hopisteuôn eis auton” o “en autô”, que indica el movimiento del ser hacia la Persona de Cristo y el descanso en él. La palabra “fe” (con el verbo “creer” en el sentido que hemos notado) llega a ser la clave de la salvación de parte del hombre, y es el corolario lógico de la gran verdad de que la salvación se halla totalmente en Cristo, siendo provista únicamente por la gracia de Dios. Al pecador, pues, le toca reconocer su necesidad, volver las espaldas al mal, y acudir tal como es a Cristo el Salvador: “Ésta es la obra de Dios, que creáis en aquel que él envió” ... “al que a mí viene no le echaré fuera” ... “Ésta es la voluntad del Padre, que todo aquel que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna, y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:29, 37, 40, etc). Arrebatando el Reino. A primera vista parece que el Maestro adelanta un principio contradictorio a lo que antecede en Mat. 11:12: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos es tomado a viva fuerza, y los esforzados lo arrebatan”, pero de hecho no hemos de entender que los esforzados ganaban el Reino por su propio ahínco, sino que aquellos que acudían al llamamiento del Señor hallaban muchos obstáculos puestos en su camino por los hombres, fuese en la familia, la sociedad o la sinagoga, lo que daba lugar a la lucha por superar las barreras para llegar al Reino en la Persona del Rey. Remitimos al estudiante a los estudios ya hechos sobre el tema del Reino en Mateo. Es verdad que el tema asoma también en otros Evangelios, pero a los efectos de lo propuesto en esta INTRODUCCIÓN A LOS CUATRO EVANGELIOS, basta lo que hemos adelantado sobre el tema en relación con Mateo . La enseñanza del Maestro sobre la vida de los fieles La condición de discípulos. Es muy cierto que el Señor enseñaba que todo aquel que se arrepintiera y pusiera su fe en él, recibiría la vida eterna, pero es igualmente cierto que esperaba que los hijos de su familia llevasen frutos dignos del arrepentimiento, y de acuerdo con la vida que les había sido otorgada. Nada sabía de una “fe” que nos ha de admitir al Cielo sin que aceptemos las sagradas obligaciones del discipulado. El discípulo es el que sigue a su Maestro, para aprender de él, para participar de su vida, para identificarse con su cruz, y para servirle según su sola voluntad: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame. Porque

cualquiera que quisiere salvar su vida, la perderá; y cualquiera que perdiere su vida por causa de mí, la hallará ... porque el Hijo del Hombre ha de venir con sus ángeles, en la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” ” (Mat. 16:24-27). La vida del discípulo se subordina totalmente a la de su Maestro, y mira la meta final, cuando tendrá que dar cuenta de sus “obras” ante el Tribunal de Cristo. Por ser Cristo quien es, su autoridad sobre la vida de los discípulos es absoluta y ha de anteponerse a toda otra obligación menor. Generalmente el Maestro quiere que le sirvamos en el medio ambiente donde nos ha colocado, siendo fieles en todo y frente a todos precisamente porque le somos fieles a él; pero si surgen circunstancias en que el discípulo ha de escoger entre lo más sagrado de esta vida y su fidelidad a su Señor, el amor natural ha de ser como “aborrecimiento” comparado con el amor hacia él: “Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, madre, mujer, hijos ... y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo .. , Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Luc. 14:25-35). El creyente que falsea su lealtad de discípulo es como sal mojada y pasada, que no sirve para nada, sino que se echa al muladar (Comp. Juan 12:25, 26; 15:1-8). La condición de siervos. Muy relacionado con el discipulado se halla el servicio, que el Maestro describe generalmente en términos de mayordomía, por la razón de que el siervo ha de administrar con toda fidelidad lo que su Señor le encomendó. El siervo fiel es también “amigo”, porque ha sido admitido por la Palabra a los consejos y propósitos de su Dueño. No determina su propio servicio, sino que el Maestro le escoge y le envía para que lleve fruto permanente (Juan 15:15,16). Según la parábola de los talentos, el Señor encomienda a los suyos sus tesoros, que ellos han de administrar durante su ausencia, y según la parábola de las minas, son sometidos a prueba mediante “lo poco” de esta vida, para que se vea quién será apto para gobernar “las ciudades” de la Nueva Creación (Mat. 25: 14-30; Luc. 19:11-27). El tema se destaca también en Luc. 12:35-48; 16:1-13; Mar. 13:33-37. Tanta es la obligación del siervo redimido por el sacrificio infinito de la Cruz, que, después de haber hecho todo en su poder, habrá de confesar: “Siervo inútil soy; he hecho lo que debía hacer” (Luc. 17:10). El principio de la fe. Hemos visto que la salvación se recibe por medio de la sumisión y la fe; no de otra manera, según las enseñanzas del Maestro, ha de mantenerse la vida cristiana, con sus obligaciones de testimonio, de discipulado y de servicio. La gloriosa revelación que el Dios-Hombre ha dado de sí mismo es la base de la confianza total de sus hijos, que han de vivir por encima de la presión de las circunstancias de este mundo y sin amedrentarse frente a la oposición de los hombres. a) En cuanto a las provisiones diarias. Después de señalar la locura de la confianza en las riquezas, o en la duración de esta vida (Luc. 12:13-21), el Maestro enunció un corolario que había de regular la vida de los suyos, pues si Dios es Padre amante, además de ser el Todopoderoso, él sabe cuáles son las necesidades de sus hijos fieles, y bien puede satisfacerlas. No deben por lo tanto deshonrarle por abrigar ansiedades y

afanes propios de quienes carecen de toda visión celestial. Todo el afán no puede prolongar la vida natural, de modo que todo debe dejarse en las manos del Padre: “Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que hayáis de comer, y lo que hayáis de beber- ni estéis inquietos. Porque en busca de todas estas cosas van las naciones del mundo; mas vuestro Padre sabe que de estas cosas tenéis necesidad. Antes bien, buscad su Reino, y estas cosas os serán dadas por añadidura. No temáis, pequeña grey, porque a vuestro Padre ha placido daros el Reino” (Luc. 12:29-32; compárese con Mateo 6:24-34). ¡Cuántas veces incurrimos en el pecado de la ansiedad, que es la falta de fe! El Señor quiere que los suyos se distingan netamente de los hijos de este siglo en todo, de la manera en que él anduvo por este mundo sin contaminarse en lo más mínimo por el espíritu del mundo. b) En cuanto al cometido de los siervos. Al dejar a sus discípulos (y quienes les habían de seguir) para testificar por él y servirle en este mundo, les asignó una tarea completamente imposible, ya que las fuerzas naturales de la “manada pequeña” son nulas comparadas con las que acumulan los enemigos del Evangelio, que trabajan en su propia esfera y con los medios que corresponden a esta vida. Sin embargo el Maestro dejó su Nombre con los suyos, juntamente con la potencia del Espíritu Santo, y de esta doble provisión, desconocida del mundo, brota el poder para realizar “mayores obras” durante la ausencia física del Maestro (Juan 14:12-14). El Nombre significa la Persona y las poderosas operaciones de Cristo, ya sentado a la Diestra de Dios, y los discípulos habían de actuar en tal Nombre y también presentar sus peticiones en él, revestidos así de la misma autoridad del Señor. Claro está que la promesa del Señor de hacer todo cuanto sus siervos pidieran en su Nombre se refiere a la obra que les había encomendado, y no a caprichos humanos (Juan 14:14; 15:16; 16:23, 24, 26) y las enseñanzas que siguieron a la maldición de la higuera (Mar. 11:20-25) subrayan también la condición de la fe. Muchas montañas de dificultades, muchos árboles estériles, profundamete enraizados en el suelo de este mundo, habían de hallar los siervos en el camino de servicio, pero Cristo les dice: “Tened fe en Dios. De cierto os digo, que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, mas creyere que lo que dice se hace, le será hecho. Por tanto os digo: Todo cuanto pidiereis en oración, creed que lo habeís recibido, y lo tendréis” (comp. Luc. 17:5,6). Vemos esta fe en operación durante los primeros años del testimonio de los Apóstoles en Jerusalén, pues en el mismo lugar donde los principes de los judíos crucificaron a su Señor, y en los atrios del Templo controlados por la casta sacerdotal, daban testimonio del Mesías resucitado, pudiendo hacer caso omiso de las amenazas del Sanedrín hasta que aquella etapa de su misnisterio fuese cumplida. La entrada de Pablo en tantas fortalezas del enemigo, aparentemente inexpugnables, con la Palabra de vida, ofrece otro ejemplo de cómo se realizaba lo imposible en el Nombre del Señor y por el principio de la fe. La consigna de los cristianos mientras dure su testimonio en este siglo debe ser la que el Señor dio a los Once en el Cenáculo: “No se turbe vuestro corazón: creed en Dios, creed también en mí” (Juan 14.1).

Las enseñanzas morales del Maestro Aun los enemigos acérrimos del Evangelio en su verdadero sentido aclaman las enseñanzas morales de Cristo, considerando en general que la norma ética más elevada de todos los tiempos se halla en el llamado. “Sermón del Monte”. De hecho tales ideas no son sino un peligroso espejismo, pues los capítulos 5 a 7 de Mateo presentan la constitución y el código del Reino de Dios, al cual el “hijo del Reino” entra por medio del arrepentimiento y la fe. En el fondo se ha de entender la obra de expiación que quita el pecado y da paso a la potente gracia de Dios en la vida de los fieles. A estos se dirigen los mandatos, y sólo ellos, por ayuda sobrenatural, pueden aceptar las obligaciones del Reino. El esfuerzo carnal por cumplir los preceptos del Sermón sería aún más vano que el intento de obedecer los mandamientos del Sinaí, y el efecto de las enseñanzas sería el que hallamos en Rom. 7:21-24: “Cuando quiero hacer lo bueno, lo malo está conmigo; porque según el hombre interior me deleito en la ley de Dios, mas veo en mis miembros diferente ley que combate contra la ley de mi mente ... ¡miserable hombre de mí!” Hemos visto que la “ley” del Sermón juzga hasta los intentos del corazón y discierne y condena el deseo pervertido; y frente a tal ley, ¿quién puede estar en pie? De hecho no hay un solo principio o declaración en el discurso que no señale algo diametralmente opuesto a la “ley” normal del corazón pervertido del hombre, y el ideal de “vivir según el Sermón del Monte”, sin haber sido regenerado por el Espíritu Santo, es un miserable engaño de uno mismo, que desemboca o a una hipócrita pretensión de cumplir lo imposible o en una gran desilusión o pesimismo, que solo podría ser útil si condujera al alma a Cristo. Con todo, las normas morales de Cristo han ejercido una influencia saludable en los medios sociales y políticos de las naciones llamadas “cristianas”, por crear ciertos estados de conciencia que antes se desconocían. Ejemplos son la abolición de la esclavitud durante la primera mitad del siglo XIX y la multiplicación de hospitales y otras instituciones benéficas. Por buenas que tales cosas sean para el alivio del dolor y de los efectos de la pobreza, carecen de consistencia y permanencia si no se hallan en países donde testifican fuertes núcleos de verdaderos cristianos. En nuestra centuria hemos visto cómo sociedades nominalmente cristianas pueden recaer rápidamente en el barbarismo más salvaje en aras de nuevas teorías raciales sociales y políticas, que no son sino manifestaciones del antiguo feroz egoísmo del hombre natural bajo el disfraz de fórmulas diferentes. El matrimonio y el divorcio. De excepcional interés e importancia son las enseñanzas del Maestro sobre el matrimonio y el divorcio. Frente a la inmoralidad y la disolución del paganismo, juntamente con las “concesiones” hechas al endurecido corazón de los judíos, Cristo vuelve “al principio” del designio de Dios, por el que el “hombre” fue creado “varón y hembra”, siendo el matrimonio la unión del varón con la mujer que elige para que sean “dos en una carne”. Tal enseñanza se opone totalmente a toda poligamia, a toda fornicación y a todo divorcio, e insiste en la monogamia y en la fidelidad de los

cónyuges, no sólo a un contrato matrimonial, sino al concepto fundamental y único de su unión (Mat. 5: 1-32; 19:3-12; Mar. 10:2-12). De nuevo nos hallamos frente a principios cuya aplicación depende del poder espiritual que está a la disposición de los hijos del Reino. Los mismos discípulos consideraron que: “Si tal es la condición del hombre respecto a la mujer, no conviene casarse” y la respuesta fue: “No todos son capaces de recibir esta palabra, sino aquellos a quienes es dado” (Mat. 19:10,11). Con todo, como el matrimonio es algo propio de la raza humana como tal, las enseñanzas de Cristo han tenido -y deben tener- una amplia influencia dentro de la “cristiandad”, subrayando lo sagrado de la unión matrimonial, y disuadiendo hasta donde sea posible de la práctica del divorcio, que no sólo es un mal moral, sino también social. El “hijo del Reino” sabe a qué atenerse, y es instruido por el mismo Maestro para saber que la unión matrimonial es indisoluble, “no siendo por causa de fornicación” (Mat. 19:9 comp. 5:32); frase que ha sido muy discutida, especialmente porque habríamos esperado “no siendo por causa del adulterio”. Con todo, lo más sencillo es comprender que el acto sexual fuera del matrimonio rompe su misma esencia, y deja en libertad al cónyuge inocente para separarse del culpable, sin que se determine libertad para volverse a casar. Tales casos de excepción no han de afectar la sumisión del verdadero creyente ante una norma que Cristo volvió a erigir con inusitada solemnidad. Las enseñanzas del Maestro sobre el porvenir La venida del Señor señalará el principio de una íntima y eterna unión de Cristo con los suyos, en lugares expresamente preparados por él para su perfecta bendición y felicidad (Juan 14:1-3). La venida del Señor en su aspecto público y glorioso supondrá la consumación de este siglo, la bendición de los fieles y el juicio de los rebeldes, con el establecimiento de su Reino en manifestación (Mat. 13:39-43; 49-51; 24:29-31; 37-44; 25:31-46; Luc. 17:22-37). Habrá resurrección corporal para todos los hombres, siendo de plenitud de vida en el caso de quienes se han unido con Cristo, y de condenación para los infieles (Juan 5:25-29; 6:39, 44, 54; 11:23-27). Los juicios y las recompensas serán proporcionados a las oportunidades despreciadas o apropiadas. El rechazo del Rey y el desprecio de sus mandatos determina el juicio de la exclusión de su presencia en “las tinieblas de afuera” (Lucas 12: 47,48; 19:15-27; Mat. 25:19,30; 25:34-46). La enseñanza de Cristo y la de sus Apóstoles Hemos hecho bien en estudiar las enseñanzas del Señor aparte, concediéndoles la primacía que merecen las palabras del Verbo encarnado, único Revelador del Padre; pero incurriríamos en un error si procurásemos mantener una separación entre ellas y las de los Apóstoles, como si éstas hubiesen de colocarse en un plano inferior de inspiración y de autoridad. Por las frecuentes referencias a las

conversaciones en el Cenáculo hemos visto que el Señor tenía mucho que comunicar a los suyos al despedirse de ellos, que no podían llevar hasta que hubiesen visto la realidad de la Cruz y de la Resurrección, y recibido la plenitud del Espíritu Santo quien había de guiarles a toda verdad y recordarles, con la autoridad de la inspiración, lo que ya habían recibido directamente del Señor. En las Epístolas, no menos que en los Evangelios, hallamos “palabras de Cristo” que expresan la “mente de Cristo”, puesto que el Espíritu de Cristo obraba como Revelador y Guiador de los Apóstoles. Las comunicaciones del Señor a los suyos en el Cenáculo tienden un puente entre las primeras enseñanzas del Señor y las de los Apóstoles, pues anticipan en cierto modo la consumación de la Obra y preparan el corazón y la mente de los discípulos para las nuevas condiciones que sucederían a la Ascensión de Cristo y al descenso del Espíritu Santo. Escuchando con espíritu sumiso y agradecido las palabras del Maestro tales como se conservan en los Evangelios, nos sentimos llenos de asombro, como aquellos que, por la impresión recibida, no pudieron prenderle, y volvieron diciendo: “¡Jamás habló hombre alguno como este hombre!” (Juan 7:45,46). Y la Voz de la nube luminosa nos dice: “Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.”

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. ¿Por qué se llama a Jesús “el Maestro por excelencia”? Detállense algunos de los métodos de su enseñanza. 2. ¿Cómo se relacionan las enseñanzas de Cristo con: a) las de fos profetas del A. T.; b) las de Juan el Bautista; c) las de los escribas de su día? 3. Discurra sobre las enseñanzas de Cristo en relación con dos de los temas siguientes: a) acerca de Dios; b) acerca del hombre; c) acerca de la salvación; d) acerca de la vida del creyente.

Capítulo 9 EL MINISTERIO DEL SEÑOR (Tercera parte) LAS PARÁBOLAS DEL SEÑOR LENGUAJE FIGURADO En todos los idomas es evidente el deseo de adornar el lenguaje y hacerlo más expresivo y atrayente por medio de figuras retoricas. El escritor echa mano de los objetos y personas que lo rodean, además de toda clase de fenómenos conocidos y acciones familiares, con el deseo de ilustrar e iluminar el pensamiento que, de otra forma, resultaría demasiado abstracto y seco. Hemos de recordar que los Evangelios, bien que redactados en griego helenístico, se produjeron en un ambiente hebreo y arameo, y que las enseñanzas de Cristo, según se hallan en el texto griego, son traducciones del arameo, que era su medio normal de expresión. No ha de extrañarnos, por lo tanto, si percibimos la influencia de las modalidades hebreas en el lenguaje de los Evangelios, y mayormente en las enseñanzas del Señor. El idioma hebreo es notable por su predilección a las expresiones concretas, como es evidente por la lectura del A. T. Así una “obra” puede representarse por la “mano” que la efectuó, y Asiria, instrumento de castigo frente a Israel, se llama la “vara de la ira de Dios”. Una amplia visión se representa por el “ojo”, y los escritores escriben como si refiriesen verbalmente lo que están presenciando. Este lenguaje gráfico, que ayuda al entendimiento a funcionar en términos de los sentidos, de las acciones y de las experiencias, está muy extendido en la enseñanza del Maestro. Las figuras retóricas que más abundan en las enseñanzas del Maestro son las siguientes: La metáfora La metáfora lleva una comparación implícita en sí, pero, por ser tan natural y conocida, no se desarrolla. Ejemplos: “Vosotros sois la sal de la tierra ... vosotros sois la luz del mundo” (Mat. 5: 13,14). Si el Señor hubiese completado la figura, a la manera del símil, habría dicho: “Vosotros sois como la sal... etcétera”, pero la comparación explícita huelga por ser tan obvia y conocida la figura. El refrán que comentaremos más adelante: “El que tiene oídos para oir, oiga”, es equivalente a “aquel que está capacitado para percibir el mensaje de Dios porque desea comprenderlo”, pero es más contundente y tangible la frase metafórica del Maestro. El símil En el símil la comparación se hace explícita por el uso de conjunciones comparativas (como, de la

manera que, etc.): “Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre” (Mat. 13:43). Las comparaciones ilustrativas pueden desarrollarse en mayor o menor grado según las intenciones y predilecciones de quien habla. La forma más lograda es la de la parábola, pero, por ser este género tan abundante en el ministerio del Señor, y siendo el uso que hace de él tan especial y profundo, se ha de tratar extensamente más abajo. A veces es difícil distinguir una ilustración bastante desarrollada de una parábola, pero a los efectos de nuestros análisis hemos de limitar el término “parábola” a la narración en la que actúan determinados protagonistas. La alegoría Como género literario, la alegoría es una narración inventada con el fin de ilustrar verdades morales o espirituales, en las que las personas representan cualidades, vicios, tendencias, etcétera. La alegoría mejor lograda de toda la literatura mundial es “El Peregrino”, de Juan Bunyan, que tantas preciosas lecciones bíblicas nos enseña. Con referencia a la Biblia, y a las costumbres judaicas, hemos de entender que una alegoría es el comentario que se hace sobre una narración bíblica, pero, en lugar de darle su sentido normal histórico, el comentarista hace que los protagonistas y las situaciones representen algo en el orden moral o espiritual. Pablo lo hace con la historia de Sara y Agar en Gál. 4:22-27, quizá con el propósito de emplear un arma judaica contra los judaizantes, pero aparte de dicho caso, los escritores novotestamentarios rehuyen los métodos alegorizantes de los rabinos, al par que aprovechan los verdaderos tipos del A. T. y mucho más de su material en sentido ilustrativo. Algunos escritores tienden a considerar como “alegórico” toda expresión figurada un poco extensa la del Buen Pastor en Juan cap. 10, por ejemplo-, pero aquí nos atendremos a las normas ya dadas. Un tipo Un tipo sacado del A. T. es muy diferente de una alegoría, pues consiste en algo que Dios ordenó expresamente para prefigurar aspectos de la obra de la Redención y la Persona del Mesías. La Pascua, por ejemplo, es un tipo válido, como también lo son los sacrificios y el orden general del Tabernáculo. La hipérbole La hipérbole es una exageración retórica que tiene por objeto llamar la atención del oyente o del lector a la verdad fundamental que se quiere enseñar. El Maestro no desdeñaba la hipérbole, que era bien entendida en el Oriente, y hallamos un caso de ella –con matices humorísticos por cierto- en Mateo 7:3: “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu

ojo?” Aquí hallamos una combinación de mucho efecto irónico de dos metáloras, la “paja” y la “viga”, indicando la primera la falta del “otro”, y la segunda el defecto grave que es evidente en aquel que se preocupa tanto por su vecino, subrayando la lección elmeneto hiperbólico: ¡una viga que atraviesa el ojo del hipócrita! Tales enseñanzas tajantes, irónicas, que ponían al desnudo las locuras del “yo” caído, jamás podían olvidarse por quien las oyera. Las frases hiperbólicas Las frases hiperbólicas suelen presentar bastante dificultad a la mente más práctica del occidental, y a veces se han sacado conclusiones de ellas muy alejadas de la intención del Maestro. Como en el caso anterior, tienen por objeto enfocar luz sobre la lección principal, dramatizándola hasta lo máximo. El caso más destacado de unas frases hiperbólicas en las enseñanzas del Señor se halla en Luc, 14:26: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos y hermanas, y aun también su vida, no puede ser mi discípulo.” El lector se acordará de otras Escrituras que nos enseñan que es necesario honrar a los padres, amar a la mujer como Cristo amó a la Iglesia, además de cuidar de los hijos y educarlos bien, y quizá se asombre ante la aparente contradicción; ésta desaparece, sin embargo, si tenemos en cuenta que se trata de una figura retórica, la hipérbole, que de una forma dramática señala la necesidad de que el discípulo dé al Maestro el lugar preeminente que le corresponde en su vida. El amor hacia el Dueño de ella ha de ser tan completo y rendido, que, en comparación, aun los sagrados y necesarios afectos naturales parezcan como “aborrecimiento”. La paradoja Esta figura entraña una contradicción aparente que se resuelve en la esfera moral o espiritual de la vida cristiana, y que surge inevitablemente de la tensión que existe entre la vida celestial del hijo de Dios y la de sus actividades en la esfera de este mundo. Las paradojas del Maestro encierran verdades profundas, que llegan a lo más profundo de la vida y del testimomo del discípulo: “Porque el que quisiere salvar su vida la perderá; y el que perdiere su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará” (Mar. 8:35). Comp. Juan 12:25; Mat. 13: 12.

LA RIQUEZA DE LOS ELEMENTOS FIGURATIVOS EN LAS ENSEÑANZAS DEL MAESTRO El Maestro vivía como Hombre entre los hombres participando en las actividades normales de ellos aparte el pecado- y observando con interés, no sólo la gloria de su propia creación, sino también cuanto

fuese significativo o atrajera la atención de sus semejantes, en el hogar, en sus trabajos, en sus ocasiones especiales y fiestas y en su vida religiosa. Todo ello le servía de abundante arsenal de donde iba sacando sus ilustraciones, por las que la gloria de la sabiduría divina resplandecía a través de los objetos conocidos y de las circunstancias normales de la vida de sus oyentes. El Dr. Graham Scroggie clasifica las ilustraciones de esta forma: Fenómenos naturales El sol, la luz, el fuego, las nubes, la lluvia, los vientos, las tormentas, los relámpagos. Historia natural Los animales. El cerdo, la oveja, el perrillo, el asno, el buey, el camello, el lobo, la zorra, las aves en general, la gallina, los polluelos, el águila, la serpiente, el escorpión. Las obras de los animales. El nido del pájaro, la “cueva” de las zorras. Los insectos. El mosquito. Plantas. El lirio, las cañas, los espinos, el anís, la menta, el comino, el olivo, la higuera, la vid, los pámpanos de la vid, la mostaza, el sicómoro. La vida humana a) Física. Carne, sangre, el ojo, el oído, las manos, los pies, el hambre, la sed, el sueño, la risa, el lloro, enfermedades, la cirugía, el médico, la muerte, el cadáver. b) Doméstica. El esposo, la esposa, el padre, la madre, el alumbramiento, los hijos, el casamiento, Las casas: la mesa, lámparas, asientos, camas, tinajuelas, el barrer, el cocinar, un huevo, el pan, la masa, la levadura, las comidas, el remendar ropa, el vestido, vestidos de gala, anillo, calzado, las diez dracmas de la dote de la mujer. Los trabajos domésticos: el molinillo para la harina, el odre del vino, el almud. c ) Comercial. Pescadores, el sastre, el albañil, el negociante, los negocios, los banqueros, administradores, deudas, varias monedas, obligaciones, recibos, herencias, construcción de casas. d) Pastoral y agrícola. Pastores, rebaños, el redil, el becerro cebado, labradores, terrenos de cultivo, arar, sembrar, segar, crecimiento de plantas, podar, frutos, cosechas, la hoz, trillar, la era, las viñas, vino, árboles frutales, la piedra de molino, los criados, la jornada, los contratos de trabajo, el vallado de una finca, abonar los árboles, la torre de la viña, el lagar, los alfolíes (= graneros), arrendamientos. e ) Gobierno, administración de justicia, etc. Reyes. jueces, cárceles, juicios, castigos (azotes, multas), violencias, robos, guerras. f) Social. Bodas, hospitalidad, fiestas, salutaciones, viajes.

g) Religiosa. Limosnas, diezmos, ayunos, oraciones públicas, el sábado, el Templo, sacrificios, ofrendas. h) Referencia a personajes históricos y contemporáneos. Habitantes de Sodoma y Gomorra, Abraham, Moisés, Tiro y Sidón, David, Salomón, la reina del Sur, Jonás, Zacarías el mártir, Juan el Bautista, la matanza de los galileos, la caída de la torre de Siloé, Herodes Antipas, el César, habitantes de Capernaum, Corazín y Bethsaida, etc. Hemos añadido algunos elementos a la lista del Doctor Scroggie, .Y seguramente no es completa aún. Sería un buen ejercicio si el estudiante procurase identificar el empleo de todas las figuras antecedentes al leer los Evangelios.

ILUSTRACIONES DE CIERTO DESARROLLO QUE NO LLEGAN A SER PARÁBOLAS La necesidad de la reconciliación con el adversario. Mal. 5:25; Luc. 12:58-59 El caso es general, y no particular, señalando la necesidad de arreglar cuentas con Dios y con el hermano antes de que sea demasiado tarde. Los dos edificadores. Mat. 7:24-27; Luc. 6:46-49 Otro caso general, aplicable a todo aquel que busca buen fundamento para su vida, y a aquel que descuida lo más importante: el obrar conforme a la Palabra del Señor. El hombre fuerte y el más fuerte. Mal. 12:29,30; Mar. 3:27; Luc. 11:17-22 Un caso que casi llega a personalizarse, pero lo dejamos como una ilustración de que las manifestaciones del poder del Señor frente a los demonios probaba que había venido el Mesías triunfante. El espíritu inmundo que volvió a su casa. Mal. 12:43-45; Luc. 11:24-26 Hay narración personal aquí, pero como se efectúa en la región de los espíritus, no se incluye entre las parábolas. Los judíos habían desahuciado el demonio de la idolatría en su manifestación pagana, pero volvió a la casa del judaísmo disfrazado, y acompañado de otros “demonios” como son el formalismo religioso, el racismo, la hipocresía, etc. Los siervos que esperan a su Señor Mat. 24:45-51; Mat. 13:34-37; Luc. 12:35-48

La ilustración toma formas algo distintas en los tres pasajes de referencia, pero en todos se subraya la necesidad de que los verdaderos siervos administren bien la casa de su Señor en vista de que puede volver en cualquier momento. Se destaca el juicio del siervo infiel, que se prueba ser falso por sus obras. La torre sin acabar y la guerra que no se libró. Luc. 14:26-33 Se destacan con gran fuerza dramática la locura de emprender una construcción sin hacer cuentas antes, y la necesidad de hacer recuento de fuerzas antes de librarse la batalla. Son casos generales: “¿Quién de vosotros ... ? ¿Qué rey ... ?” La lección es que el discipulado no puede emprender se en la energía de la carne, sino sólo por medio del auxilio divino. El Pastor, la puerta y las ovejas. Juan 10:1-18; 27-29 El vocablo griego traducido por “parábola” en la Versión R. V. antigua es “paroimia” = “expresión figurada”. El Señor no se fija aquí en la actuación de un cierto pastor, sino que, sobre el fondo de la labor de todos los pastores orientales, va bordando preciosas lecciones sobre su Persona su Obra, sobre las ovejas y el rebaño que se ha de formar. La vid y los sarmientos. Juan 15:1-10 He aquí una preciosa ilustración de cómo se ha de mantener una comunión fructífera con el Señor, pero carente por entero de toda acción personal, de modo que no ha de considerarse como parábola. Es un ejemplo hermoso de tantas ilustraciones gráficas que emplea el Señor, desarrollándose unas mas y otras menos, pero cumpliendo todas la íinalidad de manifestar las grandes verdades del Nuevo Siglo y haciéndolas “tangibles” para quien busca la verdad .

LAS PARÁBOLAS DEL SEÑOR Definición de la parábola como género literario La voz griega, de la que se deriva nuestra palabra, significa el acto de “colocar un objeto al lado de otro” con el fin de establecer una comparación entre ambos. En la parábola, se expone una historia humana, en la que la acción del protagonista, o de los protagonistas, puede ser muy limitada o bastante complicada, pero “al lado” de la narración se ha de buscar una analogía espiritual que encierra la lección que el enseñador quiere presentar. Repetimos aquí que hemos de considerar como verdaderas parábolas solamente las ilustraciones de forma claramente narrativa, siendo verídica la historia, o, por lo menos, verosímil; es decir, o aconteció realmente o pudo haber acontecido. Los protagonistas son hombres y mujeres que actuan dentro de las circunstancias normales de la vida. La popular definición de una

parábola como: “una historia humana que encierra una lección espirituaI”, es aceptable para todos los efectos normales. Se ha dado el nombre de “parábola” a varias historias ilustrativas del A. T., pero el examen de ellas, a la luz de nuestra definición, muestra que el elemento verdaderamente parabólico antes de Cristo se reduce a muy poca cosa, bien que figuras retóricas abundan por doquier. La historia profética con la que Jotán reprendió a Abimelec y a los sequemitas y profetizó el castigo de Dios sobre ellos (Jueces 9:8 a 20) es más bien una fábula, ya que las plantas hablan y llegan a sus decisiones, lo que es contrario a la Naturaleza. Natán reprendió a David -después de su grave pecado al haber robado a Uría su mujer, y al haber procurado su muerte- en forma claramente parabólica (2 Sam. 12:1-4), pero la historia humana no sirve tanto para subrayar una verdad espiritual, como para llevar a David a la confesión de su pecado y a la condenación de sí mismo en 1a persona del rico que robó el corderito del pobre. Joab pone una especie de parábola en la boca de la mujer sabia de Tecoa (2 Sam. 14:4-8), pero falta la “lección espiritual”, ya que sirvió únicamente para disfrazar la insinuación de que Absalom fuese llamado del destierro. En 1 Reyes 20:35-43 se halla una parábola, precedida por acciones simbólicas, que sirvió para hacer comprender a Acab la locura de su culpable indulgencia para con Benadad de Siria. De nuevo notamos la intención de despertar la conciencia, y de anunciar disimuladamente la condenación de Dios. Tales parábolas flanquean la posición del enemigo para lanzar el ataque desde el costado, logrando lo que habría sido imposible por medio de un ataque frontal. Vemos algo parecido en las parábolas de “los dos deudores” (Luc. 7:41-47) y en la de los “labradores malvados” (Mar. 12:1-12), pero lo normal en las parábolas del Maestro es que salga de la historia una lección espiritual de aplicación general, o por lo menos, amplia, no estando circunscrita a las condiciones del momento. A primera vista la “canción de la viña” (Isa. 5:1-7) es una verdadera parábola, pero sería mejor llamarla una poesía alegórica, que desarrolla más el pensamiento del Salmo 80, toda vez que se personaliza en seguida: “Mi Amado tema una viña” , y que el resultado es contra naturaleza, puesto que la buena viña, tan primorosamente preparada, no llevó más que uvas silvestres. Es evidente el enlace entre esta triste canción y la parábola de los “labradores malvados”. Parábolas de los rabinos Los maestros religiosos de los judíos también empleaban el vehículo parabólico con el fin de destacar las lecciones de su árida teología, lo que viene a poner de manifiesto que el Maestro no inventaba nuevos métodos de enseñanza, sino que utilizaba aquellos que tenía a mano, y con los cuales sus coetáneos estaban familiarizados. Pero su mano divina transmutó el plomo de las ilustraciones comunes en el oro de una sabiduría celestial jamás igualada.

La base de la enseñanza parabólica Quizá podemos pensar que la parábola, y el lenguaje figurativo en general, excede en mucho al mero método ilustrativo, a la manera de la moderna “anécdota”, y que hemos de considerar la posibilidad de analogías hondas y esenciales entre la vida de “abajo” y la de la esfera espiritual; de este modo las figuras que escogiera el Maestro, conocedor de ambas esferas, señalaban un parecido intrínseco entre la “forma” humana y la sustancia espiritual. Con todo, no sería prudente dejarnos llevar demasiado allá por esta posibilidad alucinante, ya que el Maestro escogía sus ejemplos también de la vida pecaminosa del hombre caído, y tendremos ocasión de ver, como necesidad interpretativa, que no toda la parte narrativa o descriptiva es necesaria a la lección espiritual o moral, sirviendo algo de ella como marco y fondo que ponen de relieve la lección principal.

LA DISTRIBUCIÓN DE LAS PARÁBOLAS EN LOS EVANGELIOS Aparte una pequeña parábola propia de Marcos, este estudio nos lleva a los Evangelios de Mateo y de Lucas, puesto que no se halla ninguna parábola que encaje en nuestra definición en Juan, bien que abundan los elementos ilustrativos y simbólicos. El estudiante verá que el estudio consiste sobre todo además de la interpretación de todas y de cada una de estas historias divinas- en discernir la diferencia entre el tipo de parábola que recoge Mateo, según las exigencias de su propósito principal, y el que hallamos en el tercer Evangelio, según el designio de su autor. Todo ello se destacará de las listas de las parábolas, según sus épocas, al final de la sección, y que el lector puede consultar desde ahora. Aquí nos limitamos a la distribución en su sentido un poco externo, pero que tiene su importancia para el estudio total. De verdaderas parábolas no hallamos más de treinta .. Marcos nos da cuatro: “el sembrador”, “el grano de mostaza”, “los labradores malvados” y “el grano que crece en secreto”, siendo la última peculiar a su Evangelio. Estas limitaciones en lo parabólico concuerdan con lo que vimos en su lugar: que Marcos sacrifica discursos y enseñanzas en aras del énfasis que coloca sobre las obras de poder. Las otras tres que acabamos de señalar son las únicas que se hallan en todos los Evangelios Sinópticos. Dos parábolas son comunes a Mateo y a Lucas, sin hallar cabida en Marcos: “la levadura en la harina” y “la oveja perdida”. Diez más se deben sólo a Mateo y catorce sólo a Lucas. Estos datos pueden presentarse en forma esquemática como sigue: Parábolas peculiares a Mateo 10 Parábolas peculiares a Marcos 1 Parábolas peculiares a Lucas 14

Parábolas peculiares halladas solamente en Mateo y Lucas 2 Parábolas halladas en Mateo, Marcos y Lucas. 3 _______ Total 30

LA ÉPOCA PARABÓLICA Desde el principio el Maestro derrocha maravillosos caudales de enseñanzas, enriquecidas por exquisitas figuras y profundos símbolos, pero la época de las parábolas no se inició hasla la segunda fase de su ministerio en Galilea, cuando el temprano entusiasmo provocado por las obras de poder se iba enfriando, y se trataba de saber quiénes de verdad habían comprendido el significado de la Persona y de las obras de Jesús de Nazaret. Se puede decir que los comienzos del ministerio parabólico separan las grandes campañas de la proclamación del Reino de los Cielos del periodo en que el Maestro disponía a los suyos para el reconocimiento oficial de su Persona como Mesías e Hijo de Dios (véanse los esquemas del ministerio al final de las secciones II, III y IV). El orden se aclara bien en Mateo, quien detalla el discurso por el cual el Maestro comisionó a los Apóstoles que envió para consumar la proclamación del Reino en Galilea (cap. 10). Los capítulos 11 y 12 resumen varias fases de la oposición al Maestro en el Norte, llegando los fariseos a atribuir la liberación de un endemoniado al poder de Beelzebub, pecando así contra el Espíritu Santo (Mat. 12: 22-37). De otra parte, Mateo ve en las maravillosas actividades del Señor el claro cumplimiento de la gran profecía mesiánica de Isa. 42: 1-4 (Mat. 12: 17-20). La última parte del cap. 12 recalca la ceguera de los judíos frente a señales más elocuentes y convincentes que las experiencias de Jonás y de la reina del Sur. Aun los familiares reaccionaron en contra del sentido de la Obra de Jesús, pero él anunció la formación de una nueva familia que sabría discernir y hacer la voluntad de su Padre en los Cielos. Tal es el preludio del ministerio parabólico, cuyos comienzos se señalan en Mat. cap. 13. Por entonces se dice que “sin parábola nada les hablaba” (Mat. 13:34), ¡sin que por ello hayamos de imaginar que el Señor se limitaba exclusivamente a hablar en parábolas desde entonces hasta el fin de su ministerio en la tierra! Cierto es, sin embargo, que desde entonces las parábolas ocupaban lugar destacado en su ministerio hasta la Pasión (véanse las épocas señaladas en el esquema al final de la Sección). Se explica el propósito de las parábolas en el apar tado siguiente, pero anticipamos aquí que el nuevo método ayudaba a distinguir entre quienes buscaban la verdad, y que habían visto por lo menos algo de la gloria de la Persona del Señor, y aquellos otros que no veían más que la parte prodigiosa de las obras de poder, convirtiéndolas más bien en espectáculo; algunos estaban dispuestos a encajar al “obrador de milagros” en sus planes de mesianismo político y carnal, mientras que los jefes en general empezaban a rechazar de

plano a aquel que adquiría una autoridad que no comprendían, y que amenazaba sus intereses creados frente al pueblo judío. A la luz de los factores que señalamos abajo, podemos decir que el método de las parábolas servía como bieldo en las manos del Dueño, por el que empezaba a “limpiar su era”, separando el buen trigo y la paja (Mat. 3:12).

EL PROPÓSITO DE LA ENSEÑANZA PARABÓLICA La parábola sirvió para ilustrar la verdad y para que fuese recordada Más abajo notaremos los propósitos “judiciales” de la parábola; pero nada de lo que hemos de decir afecta el propósito primordial: la ilustración de la verdad. A todo el mundo le gusta una historia bien contada, de modo que la parábola despertaba la atención del oyente, y, quedando en la memoria precisamente a causa de su forma narrativa, le proveía de material que podía meditar una y otra vez. Éste era un factor especialmente importante cuando se trataba de un auditorio que no tendría la ayuda de los apuntes del discurso. La parábola podía despertar la conciencia indirectamente Al notar las parábolas del A. T. vimos casos en que se retenía la atención del oyente por medio del disfraz narrativo el tiempo suficiente para llegar al momento de lanzar la flecha de la acusación; cuando se trataba de reprender a los poderosos, el ataque directo habría sido imposible, o, por lo menos, peligroso. Las parábolas de “los dos deudores” y de “los labradores malvados” son claros ejemplos de lo mismo en el ministerio del Señor, pero algo del ataque por el flanco se percibe en toda parábola que ilustra el pecado de Israel al rechazar a su Mesías, siendo que los condenados eran los mismos príncipes del pueblo. La parábola revelaba la verdad a los sumisos y la escondía de los rebeldes Después de la parábola inicial y típica, la del “Sembrador”, los discípulos preguntaron al Señor el porqué de esta nueva forma de enseñanza que, quizá, les parecía poco eficaz. Es muy importante la respuesta del Señor que hallamos en Mat. 13: 11-17, 43. Los discípulos estaban facultados para entender los misterios del Reino; pero no los rebeldes, Mal. 13:11-12 “Al que tiene le será dado, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.” A la mente carnal estos principios parecen muy arbitrarios, pero de hecho no hacen más que

señalar una ley espiritual y moral intangible y de aplicación universal. Los discípulos buscaban la verdad con ahínco y con sinceridad, de modo que, a pesar de su aparente torpeza a veces, podían crecer en el conocimiento de los misterios. Tenían ya en su “haber” un verdadero amor al Maestro, y en ellos iba cumpliéndose el gran principio de Juan 7:17: “El que quisiere hacer la voluntad de Dios, sabrá de la doctrina. En ellos se hallaba el verdadero secreto del discipulado, puesto que se habían colocado a los pies del Maestro para aprender de él, y nada impedía que adelantasen en los conocimientos de Dios y en la sabiduría del Cielo. Gracias a lo que tenían, podrían tener más, “en abundancia”. En cambio, los hombres que se cegaban voluntariamente contra la divina luz que brillaba en el rostro del Dios-Hombre, y no habían querido escuchar siquiera el claro lenguaje de sus obras de poder y de gracia, por no deponer sus intereses egoístas y materiales, carecían de aquel mínimo de tesoro espiritual que habría hecho posible un aumento progresivo. Quedaban quizá con sus profesiones religiosas, pero aun aquello les sería quitado. De nuevo subraya el Señor la ley fundamental que para recibir es necesario pedir, y para hallar no se excusa el buscar. El oído interior apercibido, u obstruido “Bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos porque oyen”, dijo el Maestro a los suyos, y tras la interpretadón de la parábola de “la cizaña” enunció el conocido refrán: “El que tiene oídos, oiga.” Las metáforas cambian, pero el principio básico concuerda con lo que acabamos de exponer, pues es el deseo de buscar a Dios, y una actitud sumisa delante de él lo que aclara la vista del alma y da percepción al oído interior. Los discípulos representaban al “resto fiel” de todos los tiempos, puesto que deponían el orgullo del corazón humano, y doblegaban la rodilla delante de Dios, pudiendo así “sintonizar” con las ondas del Cielo, si se nos permite modernizar la metáfora. Las parábolas les iban proporcionando precioso material sobre el Reino, y la forma velada no haría sino aumentar su comprensión, gracias a su valor ilustrativo y la manera en que facilitaban el recuerdo. El contraste entre aquellos que tienen oído para oír y los sordos espirituales se recalca por medio de la cita de Isaías cap. 6. La profecía de Isaías 6:9-10 La forma de la cita en Marcos y Lucas resulta más difícil que la de Mateo, sin duda porque se ha abreviado: “Porque viendo no vean y echen de ver, y oyendo, oigan, y no entiendan ...” (Mar. 4:12; Luc. 8:10). Podríamos sacar la conclusión de que Cristo hablaba en parábolas a propósito, para hacer incomprensible su verdad a las gentes en general; pero la cita completa en Mat. 13:14-15 aclara que es el corazón engrosado del pueblo, los oídos pesados y los ojos deliberadamente cerrados, lo que impide la comprensión de las comunicaciones divinas. Con todo, la intención judicial es un hecho, tal como lo era cuando Isaías fue comisionado a ser portavoz de parte de Dios a los habitantes de Jerusalén. Dios

buscaba un mensajero, y el joven profeta se había ofrecido (Isa. 6:8); en los capítulos siguientes vemos que su ministerio resultó en el fortalecimiento del “resto fiel” de aquellos tiempos. Con todo, tratándose de la gran masa del pueblo carnal y rebelde, sus mensajes habían de ser sombra y no luz, juicio y no salvación. Dios retira judicialmente la luz de aquellos que persisten en rechazada, y el aumento de sordera espiritual llega a ser el castigo de quienes no quieren oír. Hallamos una analogía en Rom. 1:28: “y como a ellos no les pareció bien tener el conocimiento de Dios, Dios les entregó a una mente depravada ... “, y la operación de los judíos del tiempo del anticristo se regirá por idéntico principio: “Será descubierto el inicuo ... cuya venida es según la operación de Satanás, con toda clase de milagros, y señales, y falsos prodigios, y con todo engaño de injusticia para los que están en vías de perdición, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Tes. 2:8-10). Resumiendo, pues, la parábola aclara la verdad para el hombre de buena voluntad, ilustrándola y ayudándole a retenerla en su memoria; en cambio, la esconde del hombre carnal, que no percibe más que la forma exterior y no tiene interés en escudriñar más. La palabra de Cristo -y la referencia aquí es especialmente a la palabra parabólica- juzga a los hombres, dividiéndolos en dos grandes bandos: aquellos que quieren acudir a él para recibir la vida, y aquellos que rechazan tanto su revelación como su Persona, que es lo mismo que volver las espaldas a Dios. LA INTERPRETACIÓN DE LAS PARÁBOLAS La forma parabólica es tan sencilla en su aspecto exterior que es fácil suponer que su interpretación ha de ser igualmente sencilla, lo que dista mucho de ser verdad. Los “niños” en Cristo hallarán pastos en estos verdes y floridos prados, como en todas las Escrituras, pero es igualmente cierto que expositores piadosos y eruditos han sacado lecciones distintas de ciertas parábolas. La envoltura narrativa y figurativa plantea siempre el problema de interpretación, y bien que hemos de aplicar las normas generales de la hermenéutica, siempre queda la dificultad adicional: acertar a ver exactamente lo que será la realidad espiritual que corresponde a la forma externa y humana. No podemos ofrecer al lector ninguna contraseña mágica que sirva para todos los casos, y queda la posibilidad de que el Espíritu Santo subraye distintos aspectos al que medita y ora, según sus necesidades espirituales, pero creemos que los principios siguientes han de dar una buena orientación al estudiante diligente que “tiene oído para oír”. Hay que buscar la verdad central que cada parábola ilustra Una sola parábola podrá encerrar varias lecciones, pero éstas no se apreciarán en su verdadera perspectiva si no hemos entendido la verdad central. Siguiendo una norma exegética bien conocida, hemos de buscar el significado fundamental de cada parábola por el estudio de su contenido en relación con el contexto. Por ejemplo, en la primera sección de Lucas cap. 11, el Maestro está enseñando a sus discípulos

importantes lecciones sobre la oración, de modo que la parábola referida en Luc. 11: 5-8 (la del hombre que importuna a su amigo a medianoche para que le dé pan) tiene que ver con el tema general, y subraya la necesidad de la persistencia en la oración, “en sazón y fuera de sazón”. Aprendida esta lección podríamos seguir meditando y se nos ocurriría que el hombre importuno no se preocupa por sí mismo, sino por el amigo viajero que había llegado a deshora a su puerta, y así aprenderíamos una importante lección adicional sobre la oración de intercesión. Más meditación quizá nos daría luz sobre la frase: “y no tengo nada que ponerle delante”, que nos hace ver que la oración persistente surge del hecho patente de nuestra falta absoluta de recursos. Pero el lector notará que los detalles secundarios se relacionan con el tema fundamental, como elementos subordinados al mismo, lo que les presta validez interpretativa. Si empezáramos a alegorizar sobre el hecho de que, al llamar el suplicante a la puerta, los niños del suministrador del pan estaban ya acostados con él, saldríamos de las vías de una verdadera interpretación para pasar al terreno de la fantasía . La parábola del “fariseo y el publicano” (Luc. 18:9-14) se introduce por la frase: “Dijo Jesús también a unos que confiaban en sí mismos y menospreciaban a otros, esta parábola ...”, que nos da la clave para la interpretación. Son la justicia propia y el orgullo espiritual que quedan condenados, al par que se señala una puerta abierta para quien se arrepiente y hace sincera confesión de pecado. La de “las diez vírgenes” lleva su “clave” al final: “Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora (de la venida de Cristo)” (Mat. 25:1-13). Esta parábola exige un cuidadoso análisis que tome nota de lo que verdaderamente se dice y de lo que no se dice, pero este examen habrá de llevarse a cabo a la luz de la exhortación de “velar” en vista de que nadie puede predecir el día y la hora de la venida de Cristo. El precioso grupo de parábolas que se hallan en Lucas capítulo 15, se motivó por las quejas de los fariseos: “y se llegaban a Jesús todos los publicanos y pecadores a oírle; y murmuraban los fariseos y escribas, diciendo: “Éste a los pecadores recibe, y con ellos come.” El tema general de las tres, por lo tanto, ha de ser el arrepentimiento, que hace posible que Dios pueda recibir y bendecir a los extraviados. Es muy importante que el intérprete no se deje influir demasiado por algunos detalles y frases de la conversación entre el padre y el hijo mayor hasta olvidar la lección general y el punto de origen de la parábola, pues el espíritu del hijo mayor es el de los fariseos que se ofendieron ante la posibilidad de la bendición de los apartados: un espíritu satánico, en fin, y contrario al corazón de Dios (véase el apartado siguiente). No todos los detalles de una parábola tienen significado espiritual En este género la verdad se comunica por medio de una historia compuesta de elementos humanos, circunstanciales y temporales, que se combinan en forma verosímil; es inevitable, pues, que algunos de los detalles no sirvan más que para completar el cuadro, o como vehículo para la lección primordial, y

quizás algunos para otras secundarias. Si tenemos en cuenta esta sencilla consideración, propia del método parabólico, nos salvaremos de muchas interpretaciones artificiales y exageradas, en las que todos los objetos y movimientos “han de significar algo”. Tales “lecciones” pueden o no ser verdaderas (a la luz de otros pasajes de las Escrituras), pero si no salen de una forrma natural de la historia y del contexto bajo consideración, no tenemos derecho de “meterlas” donde no pertenecen. Ya hemos visto que el hecho de estar acostado con sus niños el amigo del hombre importuno no significa nada: es únicamente un elemento de la historia que subraya los obstáculos que han de ser vencidos por los ruegos insistentes del suplicante. En la misma parábola llegaríamos a la blasfemia si procurásemos ir sacando “deducciones lógicas” de la historia, diciendo, por ejemplo, que como el amigo suplicante es el creyente delante de Dios, entonces el “amigo donante” tiene que corresponder a Dios, que llevaría como corolario que hay que importunarle porque no quiere molestarse en dar lo que los suyos necesitan. Parecidas barbaridades (y el efecto sería aún peor si aplicásemos semejante “lógica” a la parábola de “la viuda importuna” de Luc. 18:1-8) ponen de relieve la necesidad de buscar la lección esencial que se destaca de la historia que en sí es humana. Al mismo tiempo, en las dos parábolas de referencia (y especialmente en vista de las palabras del Señor en Luc. 18:7), es permisible sacar conclusiones como ésta: “si por fin el hombre perezoso sacó el pan, y si por fin un juez injusto hizo justicia, movidos por súplicas persistentes, ¡cuánto más no acudirá Dios, el Padre amante de su pueblo, tanto para suplir sus verdaderas necesidades como para obrar con justicia frente a los enemigos de los suyos!” Es el argumento del Maestro en Luc. 11:11-13. Las parábolas han de examinarse a la luz de las grandes doctrinas de la Biblia Todos los sanos exegetas reconocen que no es lícito basar doctrinas sobre las parábolas en vista de la “forma humana” de su envoltorio, pero al mismo tiempo pueden proveernos de preciosas ilustraciones de doctrinas que se afirman didácticamente en otros pasajes. No hay nada que impida, tampoco, que busquemos la guía de las grandes doctrinas bíblicas en la tarea de la interpretación, como la norma de toda buena exégesis. Algunos expositores modernos -sanos en la fe- han reaccionado tan violentamente en contra de las interpretaciones fantásticas y alegóricas de los detalles no esenciales de las parábolas, que han llegado a olvidar el principio básico de la unidad de todas las Escrituras, limitándose a notar la lección más obvia que surja del contexto inmediato, y sin tener en cuenta que, según el poético dicho de Lutero: “En las Sagradas Escrituras toda pequeña margarita encierra las riquezas de todo un prado.” Es el Maestro divino quien habla, el Verbo encarnado, y hemos de esperar que una gran plenitud de sentido llene el vaso externo de su método predilecto de enseñanza, aun teniendo en cuenta los peligros que hemos apuntado arriba. Más abajo bosquejaremos la parábola del “buen samaritano” y su sentido, mencionando por una parte interpretaciones que ilustran los extremos fantásticos y alegóricos y por otra

los peligros de una sequedad que rehusa aprovechar el meollo del pasaje, convirtiéndola en esqueleto desvitalizado. Dos interpretaciones modelo El Maestro quería que sus discípulos entendiesen bien los “misterios del Reino de los Cielos”, y por eso, después de referir en público las parábolas “del Sembrador” y de “la cizaña entre el trigo”, se apartó con ellos a fin de darles la interpre tación (Mat. 13:18-23; 36-43). Haremos bien en considerar con mucha atención el método interpretativo del Maestro, pues es de suponer que debemos dejarnos guiar por estos modelos al acercarnos a las demás parábolas. El Sembrador La sencilla historia hizo ver la suerte de la misma clase de semilla en diferentes tipos de terreno; el endurecido al borde del camino, el que apenas cubre las rocas con una capa de escasa profundidad, el que podría haber sido bueno, pero se ha llenado de espinos, y el bueno que se ha cultivado y preparado bien. La pregunta que sugiere la historia es ésta: “¿Qué pasa cuando buena semilla cae en diferentes clases de tierra?” Esta pregunta esencial señala el tema principal, como se ve en la interpretación. El Señor indica que la “semilla” es la “palabra del Reino”, lo que se podría deducir además de otros pasajes bíblicos, y, por legítima deducción, él es el gran Sembrador, ya que el periodo anterior es el de su labor de proclamar la “palabra del Reino” por toda Galilea. El hecho de que había “enviado a los discípulos con idéntica misión, les incluye a ellos también como sembradores de la Palabra. Los terrenos corresponden a los oyentes, con una primera referencia a los galileos entre los cuales la palabra se había sembrado en abundancia, respondiendo sólo unos cuantos, pero igualmente son aplicables a cuantos escuchan el Evangelio. Lo demás de la interpretación sale naturalmente de los factores ya señalados, pues unos oyentes están tan endurecidos que la Palabra no se adentra en su entendimiento; otros la reciben con fácil entusiasmo, pero sin llegar a unirse con Cristo; otros dejan que los cuidados y placeres del mundo ahoguen la semilla; otros “entienden” la Palabra, porque su corazón se ha sometido a Dios, y ellos llevan buena cosecha. Vemos la necesidad de buscar el tema principal, pero además, la interpretación depende de un contexto amplio; notemos también que si el Señor no nos hubiese provisto de las claves, habríamos tenido que buscarlas en las lecciones generales de las Escrituras. La cizaña en medio del trigo Si la parábola del Sembrador ilustra el principio de la extensión del Reino en los corazones de los

hombres (quedando fuera una gran mayoría) la de la “cizaña” nos lleva a una etapa posterior: existiendo ya en el campo del mundo muchos “hijos del reino” (el trigo que crece), Satanás intenta viciar la gran obra por introducir “falsos hijos” en el Reino que son, de hecho, “hijos del maligno”, igual que los mundanos sin disfraz. La semilla es “buena” (siendo la Palabra como en “el Sembrador”) y el Sembrador ya se nombra como “el Hijo del Hombre”. El tema principal de este “misterio” es que el diablo había de corromper la pureza de la esfera de profesión del Reino (de los sembrados), bien que cada hijo del Reino (como espiga de buen trigo) sería guardado para una cumplida bendición en el Reino del Padre. Mientras tanto, no había manera violenta de arrancar los “falsos” de los “verdaderos” hasta que llegase la “cosecha” que se define como “la consumación del siglo”. La separación final se asocia con el juicio de los hijos del maligno, y la plena bendición de los hijos del Reino. En pocas palabras se presenta el desarrollo del “cristianismo mundial” desde el punto de vista de la funesta obra de Satanás, y desembocando a la crisis final. Si no tuviéramos la interpretación autorizada del Señor, acudiríamos a la parábola antecedente y típica del “Sembrador”, que nos daría la identificación tanto de la semilla como del Sembrador. Además sabríamos que únicamente las “espigas” del “buen terreno” podrían ser “hijos del reino”, pues las otras clases de oyentes quedan eliminadas. No sería difícil identificar al “enemigo” que quiere estropear la obra de Dios en el mundo, y el concepto de la “consumación del mundo” como una “cosecha” es conocido por otros pasajes. Es evidente que necesitaríamos la ayuda del contexto, y también la luz que precede de otras porciones de las Escrituras.

PARÁBOLAS EJEMPLARES O DE DIFÍCIL INTERPRETACIÓN El hijo pródigo (Luc. 15:11-32) Hemos notado ya que esta parábola, conjuntamente con la de la “oveja perdida” y la “moneda perdida y hallada” surge de la bienvenida que Cristo dio a los publicanos y a los pecadores, y de las reacciones contrarias de los fariseos en la misma ocasión. Los rasgos principales se perfilan con gran nitidez: el amor constante y paciente del Padre, con el desvarío, el arrepentimiento y el humilde retorno del hijo menor, que pudo luego ser bendecido. Queda en segundo término la actitud orgullosa e inflexible del hijo mayor, análoga a la de los fariseos en la introducción. Ahora bien, algunos teólogos liberales han querido hacer ver que el problema total del pecador se resuelve exclusivamente por el amor del Padre, ya que no hay aquí referencia alguna a la expiación por el pecado. Se procura deducir que la obra de la Cruz no es esencial al Plan de la Redención. He aquí un peligroso ejemplo de los argumentos basados en “el silencio”, o en omisiones que se observan en ciertos pasajes. Claro está que el propósito de la parábola es el de ilustrar el amor de Dios que puede recibir al arrepentido, y no entra en este

cuadro la explicación de la base del perdón, que es la obra expiatoria de Cristo en la Cruz. No se necesita aquí precisamente porque se desarrolla ampliamente en los pasajes pertinentes. Cada parábola ilustra una faceta de la obra redentora de Dios, que, unida luego a las múltiples facetas de las demás parábolas y pasajes históricos y doctrinales, forma el conjunto del diamante, que es la totalidad de la verdad que Dios ha revelado. El buen samaritano (Lue. 10:25-37) Algunos intérpretes de las escuelas antiguas subrayaban con razón que hallamos aquí una hermosa ilustración de la obra de gracia del divino Viajero, quien llegó adonde estaba el pobre desvalido haciéndolo todo por él, a pesar de la frialdad y la inutilidad de los representantes de la religión judaica. Pero, no contentos con eso, se preguntaban: Si el buen samaritano es Cristo, y el herido es el pecador que se salva, ¿qué significa el asno?, ¿el aceite y el vino?, ¿la posada?, ¿los dos denarios que dio al mesonero?, etc. Buscaron maravillosas y piadosas contestaciones a todas estas preguntas, y si mal no me acuerdo, el mesón tenía que ser la Iglesia, las monedas los dos sacramentos, el mesonero el ministro del Evangelio, etc, He aquí un ejemplo de las interpretaciones alegóricas que querían ser fieles, pero que fracasaron por el exceso de fantasía, ya que no se tomaba en cuenta que no todos los detalles de la historia humana han de llevar un significado espiritual. Ahora bien, hay expositores evangélicos modernos que reducen todo el sentido de la hermosa historia a una mera obra de caridad, que cumple (¿?) el mandato de “amar al prójimo”, alegando que la única aplicación se halla en la frase final: “Ve y haz tú lo mismo.” Debemos estar precavidos contra la acción y reacción de métodos interpretativos, y procurar deslizar nuestro barco entre Escila y Caribdis, evitando las exageraciones tanto de una parte como de otra. El contexto amplio La historia no surge en primer término de la pregunta del doctor de la Ley: “¿Quién es mi prójimo?”, sino de la anterior: “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?” El Maestro hizo que el escriba diera su propia contestación, que era el gran resumen de la Ley: el amor completo a Dios, y al prójimo. “Bien has respondido -le dijo Jesús- haz esto y vivirás.” El doctor de la Ley quedaba mal ante el auditorio, puesto que todos sabían que ni él ni nadie podía heredar la vida eterna por el amor perfecto a Dios y al prójimo, y “queriendo justificarse a sí mismo”, salió por la tangente con una argucia legal: “¿Y quién es mi prójimo?” Es evidente que el Maestro no había de basar su hermosa contestación sólo sobre la argucia legalista, sino sobre el problema fundamental antes presentado: cómo un hombre incapaz de cumplir la Ley puede heredar la vida eterna. La cuestión sobre quién sería el prójimo se contesta, sí, pero sale con toda naturalidad de la maravillosa ilustración de cómo la gracia de Dios provee una salvación gratuita y

perfecta a quien nada podía hacer por salvarse, ni nada podía dar en recompensa a su bondadoso Ayudador. La riqueza doctrinal que hemos visto en las interpretaciones autorizadas de las parábolas del “Sembrador” y de la “Cizaña” prohíbe la limitación del significado de ésta meramente al deber humano de ver en todo ser humano al “prójimo”, acreedor de la ayuda de sus semejantes. Además falsearíamos el contexto amplio que hemos notado, que es nuestra mejor guía al significado de toda parábola. El rico y Lázaro (Luc. 16:19-31) Hay diferentes opiniones sobre si esta historia ha de considerarse como “parábola”, o como una narración verídica por la que el Maestro nos permite comprender algo de lo que acontece cuando almas pasan al más allá. No se dice que es una parábola, pero tampoco se dice eso en cuanto al “mayordomo infiel”. La dificultad en clasificar la historia como parábola consiste en que la acción se lleva más allá de las circunstancias de los hombres en este mundo, pero, desde luego, en la perspectiva del hombre total, no hay nada en ella que no corresponda al hombre y a su destino. Si fuera historia verídica, y no parábola, tendríamos que dar fuerza simbólica a frases como “el seno de Abraham” (el paraíso), y bien que nada sabemos de las operaciones y las comunicaciones de la ultratumba, nos extraña que el perdido en el Hades pudiera ver al salvado en el paraíso, y conversar con Abraham con respecto de él. Es mejor pensar que tenemos aquí una variante alegórica de la parábola en la que el Señor subraya de la forma más solemne que el bienestar del rico-egoísta se limita estrictamente a esta vida, mientras que el hombre más infeliz podrá disfrutar de la felicidad del paraíso si las demás condiciones espirituales lo permiten. La clave interpretativa se halla en 16:15: “Lo que entre los hombres es altamente estimado, abominación es a la vista de Dios”, quien trastrueca todos los valores humanos, para que no quede en pie más que la verdad suya, la verdad esencial de cada cosa y de cada ser, y la verdad de su Palabra, despreciada por los hombres cuando tienen oportunidad de recibirla (Luc. 16:2931). El grano de mostaza. La levadura Las siete parábolas del capítulo 13 de Mateo forman un grupo importante que ilustra diferentes aspectos del Reino, después de haberse manifestado la oposición de los líderes judíos al Señor y su proclamación. Antes, el Maestro proclamaba públicamente que el Reino estaba cerca, pero aquí vemos la operación del Evangelio en medio de un mundo enemigo. Esto nos sirve de punto de partida para la interpretación de las parábolas, pero, con todo, existen diferencias de opinión en cuanto a ellas, con referencia especial a las de mayor brevedad que se encuentran en medio del capítulo. Hay una casi unanimidad en comprender que “el Sembrador” ilustra y profetiza la siembra de la Palabra en el corazón de los hombres, con las distintas reacciones de éstos. “La cizaña” nos hace ver que

el diablo había de sembrar remedos de los “hijos del reino” (cristianos nominales) en la esfera de la profesión de fe, siendo difícil distinguir, por la apariencia exterior, tales pretendidos “hijos del reino” de los verdaderos. Hasta aquí, las interpretaciones del Señor nos guían, y no ha lugar a dudas, estando a la vista, además, el cumplimiento de estas parábolas proféticas. Al pasar a las pequeñas parábolas: “la mostaza” y “la levadura”, debemos notar que se colocan entre “la cizaña” y su interpretación, hecho que nos hace pensar que ellas también tendrán que ver con “el reino en misterio”, o sea, la esfera de la profesión cristiana que se llama “la cristiandad”. La interpretación más extendida de ellas es que representan la maravillosa y fenomenal extensión del Evangelio en el mundo, hasta el punto de sentirse su influencia en todas partes. Algunos deducen de ellas que todo el mundo ha de convertirse por compenetrarse siempre más con el espíritu del Evangelio. A primera vista esta interpretación parece establecerse por el parangón directo: “El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza ... a la levadura ... “ Otros exegetas perciben grandes dificultades en esta interpretación, aparentemente tan sencilla y natural. Hacen ver que: 1) El contexto se refiere al carácter mezclado de la esfera de profesión, y no a la pureza de la Iglesia espiritual. 2) El crecimiento de la planta de mostaza es contra la naturaleza (caso único en las parábolas), y llega a cobijar las “aves del cielo”, que, en el simbolismo de las Escrituras equivalen a poderes mundanos o agentes del diablo (Mat. 13:4; Dan. 4:21). 3) Asimismo, la levadura representa el “pecado” en la Biblia, y así lo entenderían los judíos que escucharon la parábola. 4) La frase “el Reino de los cielos es semejante a ...” es una fórmula general que introduce la ilustración en su totalidad y no precisamente el objeto que se expresa a continuación. De todo ello se deduce que la fantástica planta de mostaza es figura del cristianismo externo y organizado, que, en lugar de guardarse separado del mundo, se convirtió en un poder humano predominante, refugio de toda clase de “ave”, o sea, de intereses nacionales, sociales y comerciales. En la historia vemos eso precisamente, y este gran poder llegó a su auge en la Iglesia Romana durante los siglos X a XV. De igual modo, pero bajo el aspecto interno, la “levadura” indica la mala doctrina que cundió lentamente por la pura “masa” de la Iglesia según se formó en el Día de Pentecostés, hasta que la energía espiritual y el principio de fe de los primeros días se convirtieron en el formalismo y el sacerdotalismo de la Edad Media. En este caso, el “reino de los cielos” viene a ser la esfera de profesión cristiana, donde a Dios lo nombran todos, pero donde solamente la “manada” pequeña le conoce y le adora en espíritu y en verdad. El tesoro en el campo. La perla Para la mayoría de expositores, el hombre que halla el tesoro es el que comprende la verdad del Evangelio, y está dispuesto a renunciar a todo para poseerlo. De semejante forma, el mercader es el que

busca verdaderos valores y, hallando a Cristo, lo sacrifica todo para poseerlo. Desde luego, estas parábolas pueden ilustrar estas experiencias del creyente, pero hemos de preguntar si ésta es la interpretación primordial. Tengamos en cuenta lo siguiente: 1) Las parábolas se hallan en medio de un grupo que presenta aspectos generales, y no individuales, del Reino. 2) En las parábolas la figura principal es “el hombre” que busca, halla, sacrifica, compra y posee. ¿Puede esto corresponder al desvalido pecador que halla a Cristo? ¿No será más bien el Hijo del hombre, quien redimió su posesión por el sacrificio de sí mismo, hallando en el mundo el “tesoro” que es su pueblo redimido? ¿No será la “preciosa perla” la Iglesia que ganó, de la cual Pablo dice: “Así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella ... para presentársela gloriosa para sí...?” (Ef. 5:25). Recordemos también la gran declaración de Pablo en 2 Cor. 8:9: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros, por su pobreza, fueseis enriquecidos.” El mayordomo infiel (Luc. 16:1-14) Esta parábola se halla en una categoría completamente distinta, tanto por la época en que se refirió, como por la finalidad del Evangelio de Lucas, y además por el tipo de lección que encierra. La analizamos aquí, sin embargo, a causa de las dificultades que muchos sienten al procurar interpretar1a, y porque ilustra algunos de los principios generales de interpretación que ya hemos adelantado. ¿Por qué es “alabado” un mayordomo derrochador e infiel, que se aprovecha de los últimos días de su responsabilidad para engañar a su señor, confiriendo beneficios ilegales a los deudores de la casa? 1) El “señor” que alaba al mayordomo en Luc. 16:8 es el señor de la historia, no Jesús, y, de todas formas, no le alaba por sus engaños ni por su infidelidad, sino por su previsión, ya que se aprovechó de sus oportunidades, en el tiempo corto que le quedaba, para asegurar un buen acogimiento de parte de los deudores favorecidos. 2) Ésta es precisamente la lección primordial que hemos de buscar, ayudados por las observaciones del mismo Señor al hacer la aplicación de la parábola. Este “hijo de este siglo” era más sagaz que los hijos de luz, pues éstos, a pesar de profesar que lo espiritual y lo eterno es todo, y que lo material no es nada, son tardos para “invertir” lo material de esta vida para que les granjee tesoro en el Cielo. La clave se halla en el v. 9 que debe leerse: “Haceos amigos por medio del “mamón” de injusticia, para que, cuando faltare (el bien material), os reciban (los amigos que habéis ganado) en las moradas eternas.” Es decir, las riquezas y el bien material de este mundo, que los hijos de este siglo utilizan para fines injustos, deben emplearse por los hijos de luz con miras a ganar almas para el Cielo: amigos que estarán allí para recibirles cuando falte todo lo de aquí. 3) Hay una lección secundaria, y por contraste, que nos enseña que la fidelidad en “lo poco” de este mundo determinará la importancia del “tesoro” que se nos ha de entregar en la esfera eterna y verdadera (Luc. 16:10,11).

LA CLASIFICACIÓN DE LAS PARÁBOLAS La lista siguiente ayudará al estudiante a comprender la diferencia que existe entre el tipo general de parábola que hallamos en Mateo, y el que es característico de Lucas. Desde luego, percibimos una rica gama de notas distintas en la selección hecha por cada uno de los Evangelistas mencionados, pero, al mismo tiempo, no podemos por menos que fijarnos en que todas las parábolas de Mateo se relacionan, directa o indirectamente, con el tema del Reino de los Cielos, mientras que Lucas presenta al hombre fiel o infiel frente a su Dios. Estas diferencias son evidentes en el caso de dos parábolas análogas pero distintas, referidas por Mateo y Lucas: “La gran cena” de Lucas 14:16 se prepara por “un hombre”, que se supone rico, pero carece de designaciones. Los efectos se limitan a la pérdida de la cena. “Las bodas del hijo del rey” en Mat. 22:1-14 trata de un tema parecido, pero al nivel del Reino, y los menospreciadores de la invitación del monarca son destruidos. Semejantemente, la parábola de “las diez minas” de Lucas 19:11-27 subraya la prueba individual de los siervos, a quienes se les entregó una corta cantidad para ver lo que harían con ello. En cambio, en la parábola análoga (pero diferente) de “los talentos” en Mat. 25:14-30, los cinco talentos entregados al primer siervo representan una gran fortuna, y se nota que las cantidades son diferentes. El dueño entregó su fortuna a los siervos que habían de negociar con ella durante su ausencia. Es verdad que en la parábola de Lucas el dueño es un rey y no en Mateo, pero el punto es que todos los intereses del dueño están en poder de los siervos en Mat. 25, mientras que en Lucas 19 se piensa en un Reino futuro, donde gobernaran los siervos que se someten a prueba individualmente “en lo poco”.

I. PERIODO PARABÓLICO INICIAL (GALILEA) Recordaremos que este periodo parabólico coincide con la segunda parte del ministerio en Galilea, la de la mengua de los primeros entusiasmos. 1. El Sembrador Parábola inicial y típica, que señala, en líneas generales, el efecto de la siembra de la Palabra del Reino en el mundo. El mismo Señor la interpreta. Mat. 13:3-9; 18-23; Mar. 4:2-9, 14-20; Luc. 8: 4-8, 11-15. 2. La cizaña en medio del trigo Los “sembrados” del Reino florecen ya en el campo del mundo, pero Satanás siembra entre el trigo los “remedos” de los verdaderos “hijos del Reino”, causando la confusión que sólo se remediará en la

“cosecha” de la consumación del siglo. Mat 13: 24-30, 36-43. 3. El grano de mostaza que se hace un árbol Un crecimiento desmedido del “reino en misterio”, que produce una planta de mostaza (humilde en sí) excesivamente exuberante, contra la naturaleza. Señala el desarrollo del “cristianismo” como potencia mundial, contra la naturaleza del Reino. Mat 13: 31-32; Mar. 4:30-32; Luc. 13:18-19. 4. La levadura en la masa de harina La pureza de la doctrina del Reino se corrompe por un proceso degenerativo interno, según se ha visto históricamente en la esfera del “cristianismo”. Mal. 13:33; Luc. 13:20-21. 5. El tesoro en el campo se rescata El pueblo del Reino escondido en la tierra, pero rescatado por quien compró el campo a gran precio. Mat.13:44. 6. Se compra la perla de gran precio Semejante a (5), pero la perla es una unidad, que habla de la totalidad del pueblo de Dios comprado por quien dio todo lo que tenía para adquirido. Mat. 13: 45-46. 7. La red y los peces Semejante a (2), ya que se subraya la “mezcla” presente y la separación final en la consumación del Reino. Mat. 13: 47-50. 8. El grano que crece en secreto La única parábola propia de Marcos. Se señalan los misteriosos procesos del crecimiento en el Reino de Dios hasta alcanzar la consumación de “la espiga”, tanto en el individuo como en el reino en su totalidad. Aquí todo es natural, y responde a una obra de Dios (en contraste con “el grano de mostaza

que se hace un árbol”). Mar. 4:26-29. 9. El siervo implacable No hay límites al perdón en el Reino, ya que a cada súbdito le ha sido perdonada una deuda infinita, lo que debe reflejarse en un espíritu perdonador frente a quienes hayan podido ofenderle. Mat. 18:23-35. 10. Los dos deudores Es la única parábola peculiar a Lucas en esta época. Surge del perdón de la mujer pecadora en casa de Simón y tiene por objeto señalar las actitudes contrastadas de la mujer y de Simón. El que se da cuenta de la remisión de una deuda grande, será aquel que más ama. Luc. 7: 41-43.

II. EL PERIODO PARABÓLICO INTERMEDIO (Escenario: Perea, durante la progresión hacia Jerusalén.) Nótese que debemos casi todas estas parábolas a la pluma de Lucas. “La oveja perdida” se halla también en Mateo, y una parábola importante de este periodo, “los labradores en la viña”, es de Mateo. Las parábolas características de Lucas han de buscarse aquí. 1. El buen samaritano Véase bosquejo de interpretación. Luc. 10: 30-37. 2. El amigo importuno Véase bosquejo de interpretación. Luc. 11:5-8. 3. El rico insensato La locura de querer ser rico en el mundo si uno no es “rico en Dios”. Luc. 12: 16-20.

4. La higuera estéril La esterilidad de Israel frente a las constantes manifestaciones de amor de parte de su Dueño. Lección generalizada: todo árbol cultivado existe para llevar fruto, y si no lo lleva no hay por qué ocupe la tierra. El “árbol” en esta aplicación es toda vida humana. Luc. 13: 6-9. 5. La gran cena Muchos desprecian el convite de gracia y de amor. Pero la cena se ha de aprovechar, siendo invitados los mendigos y desvalidos que aceptan la invitación. Luc. 14: 16-24. 6. La oveja perdida Dios, en su gracia y amor, se interesa en lo que se ha perdido, y se goza cuando es hallado. Mat. 18:12-14; Luc. 15: 3-7. 7. La dracma perdida Igual que “la oveja perdida”, pero se subraya la naturaleza inerte del pecador, en contraste con la tendencia de errar de la parábola pareja y anterior. Luc. 15: 8-10. 8. El hijo pródigo Completa las otras parábolas de “la oveja perdida” y “la dracma perdida” ya que se trata de una persona perdida, dotada de libre albedrío, que primeramente determina salir de la casa del padre, y luego, al “volver en sí”, determina retornar, arrepentida y sumisa. Se destaca el amor paciente del Padre y el orgullo y dureza de corazón del hijo mayor. Luc. 15: 11-32. 9. El mayordomo infiel Véase interpretación. Luc. 16: 1-13. 10. El rico y lázaro

Véanse peculiaridades de esta parábola y su interpretación. Luc. 16: 19-31. 11. El siervo inútil Somos comprados gracias a la inmensa gracia de Dios y por la obra de su Hijo. Por ende, somos esclavos, entregados a su servicio por sagrada obligación, y habiendo hecho todo, somos siervos inútiles por no haber cumplido más que el deber mínimo. Otras escrituras ilustran “la servidumbre por amor” y la recompensa. Luc. 17:7-10. 12. La viuda importuna La necesidad de la oración importuna en relación con la opresión a la que se hallan sujetos los fieles en este mundo (comp.. “el amigo importuno” (2), de este apartado). Luc. 18:1-8 13. El fariseo y el publicano Véase reseña interpretación. Luc. 18:9-14 14. Los labradores en la viña El contexto y el refrán “los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros” nos enseñan que quienes hacen tratos legales con Dios (como los legalistas de Judea) serán tratados estrictamente conforme a los términos de su obligación. Quienes se echan sobre la misericordia del Dueño, recibirán los abundantes dones que brotan de su gracia. Mat. 20:1-16. 15. Las diez minas Véase reseña interpretación. Luc. 19:11-27.

III. EL PERIODO PARABÓLICO FINAL, DURANTE LA ÚLTIMA SEMANA

ANTES DE LA PASIÓN. Estos últimos mensajes del Rey sirven o para señalar el crimen de los príncipes al rechazarle, o para orientar a sus súbditos en cuanto al tiempo de su ausencia. 1. Los dos hijos Las profesiones de obediencia de Israel para nada servían, pues no se cumplían. En cambio, muchos de los desechados del pueblo, antes rebeldes, se habían sometido al Rey y le servían. Mat. 21: 28-32. 2. Los labradores malvados Compárese la “canción de la viña” en Isa. 5:1-7. La viña es Israel, que debiera haber llevado hermoso fruto para Dios. Los arrendatarios son los guías y príncipes del pueblo, que toman la posesión de Dios como algo suyo, no entregando el fruto y maltratando a los siervos del Dueño. Ni los mismos fariseos pudieron dudar sobre quién sería el Hijo, echado fuera y muerto y quiénes los traidores. El Señor predice su rechazo y su Muerte, con el juicio de Dios sobre los jefes rebeldes. Mat. 21:33-42; Mar. 12: 1-12; Luc. 20:9-19. 3. Las bodas del Hijo del Rey Otra parábola que analiza el “gran rechazo” del Mesías por su pueblo, con el desprecio de éste frente a las provisiones de Dios. Se profetiza la inclusión de un nuevo pueblo, y el juicio sobre los rebeldes. Mat. 22:1-14. 4. Las diez vírgenes Hay vírgenes prudentes y fatuas, como también hay siervos buenos y malos en las parábolas del cap. 25 de Mateo. Compárese el buen trigo y la cizaña de I (2). Las fatuas parecen igual que las otras, pero no lo son, puesto que les falta lo principal. No quedan fuera por un simple olvido, sino por un fallo vital, y no son conocidas del Esposo. Ahora es el tiempo de poner a prueba nuestro estado espiritual, pues no sabemos la hora de su llegada. Mat. 25:1-13. 5. Los talentos entregados a los siervos Pareja con la anterior, pero aquí no se trata de tener encendida la lámpara del testimonio, sino de

administrar fielmente los bienes del Dueño ausente. La capacidad de los dos primeros siervos variaba, pero su fidelidad era igual, y los dos son recompensados. El tercero era mal siervo, quien pretendía servir al señor a quien odiaba. ¿Cómo podía acertar en el servicio? Mat. 25:14-30.

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Dénse clara definiciones de : a) una metáfora; b) un símil; c) una hipérbole; d) una paradoja; e) una parábola. Escríbase un ejemplo de cada uno, sacado de las enseñanzas de Cristo. 2. Discurra sobre el propósito del método parabólico en el ministerio del Señor, señalándose claramente el periodo cuando lo inició. 3. Detállense las normas que nos ayudan a llegar a una recta interpretación de las parábolas. 4. Escriba lo que parece ser la recta interpretación de dos de las parábolas siguientes: a) la red y los peces (Mat. 13:47-50); b) la gran cena (Luc. 14:16-24); c) los labradores malvados (Mar. 12:1-12).

Capítulo 10 EL MINISTERIO DEL SEÑOR (Cuarta parte) LOS MILAGROS DEL SEÑOR LAS OBJECIONES A LOS MILAGROS La Edad Media -desde el derrumbamiento del Imperio de Roma hasta el Renacimiento de los siglos XV a XVII- se ha llamado con razón la “edad del oscurantismo”, ya que declinó la civilización entre las naciones occidentales, y se aumentaron el formalismo y la superstición en el área de la cristiandad. Con todo, en el medioevo nadie dudaba del hecho de Dios, y la Teología era la reina de las ciencias que presidía y ordenaba a todas las demás. Cuando el humanismo del Renacimiento produjo su fruto maduro en los siglos XVIII y XIX, los pensadores se habían impresionado tanto por el buen orden de la naturaleza, y se habían alejado tanto de toda sujeción a Dios, no sólo en la esfera de la moral, sino también en la del raciocinio, que dieron en pensar que toda alteración en las leyes de la naturaleza sería inverosímil, por no decir imposible, y por tales motivos, basados en la pretendida “razón” que todo lo comprendía, rechazaron el milagro, considerándolo como un resto de la edad de la superstición. La objeción al milagro se resumió en una proposición del filósofo Bume, que muchas veces se cita: “No puede haber testimonio suficiente para establecer el hecho de un milagro, a no ser que la negación del hecho supusiera condiciones más milagrosas aún que el hecho que se pretende demostrar. En resumen, es contrario a la experiencia que un milagro sea verdadero, pero no es contrario a la experiencia que la evidencia sea falsa”. De paso podemos notar que la negación del elemento milagroso en la Persona y la obra de Cristo supondría que algunos estupendísimos ingenios hubiesen “inventado” el hecho de aquella Vida que tanto descuella por encima de toda experiencia humana, que en sí llegaría a ser un fenómeno más milagroso que el elemento milagroso que se describe en los Evangelios; pero en este lugar nos toca adelantar consideraciones que demuestren que filósofos como Hume se encerraban dentro de unas teorías mecanicistas que les impedían ver factores vitales y espirituales al alcance de todo aquel que busca la verdad sinceramente, y que admite el peso de la buena evidencia que Dios ha provisto. Como veremos más abajo, es cierto que no hemos de ser estúpidamente crédulos admitiendo todo pretendido milagro que nos quieren referir, pero la credulidad es algo muy diferente del aprecio del milagro como parte integrante de la obra redentora y restauradora de Dios consistente en todas sus partes, y que tiene la Persona de Cristo por Centro.

CONSIDERACIONES PRELIMINARES

Las maravillas de la naturaleza La ciencia es la “diosa” del siglo XX, y las constantes noticias de nuevos asombrosos descubrimientos, que se aplican luego a la técnica de materias tan distintas como son las de la medicina, la cirugía, toda clase de comunicaciones, las máquinas calculadoras, el automatismo electrónico, la exploración del espacio, ciencia de la guerra, etc., juntamente con la presentación popular de muchas teorías científicas como si fuesen hechos comprobados, llevan a muchas personas a creer que “la ciencia lo explica todo”. No hay nada más alejado de la verdad, puesto que los nuevos descubrimientos no hacen sino aumentar los misterios que quedan sin explicación. Los fisiólogos pueden describir las diferentes etapas del desarrollo del embrión en el seno materno, pero nadie tiene la más remota idea de lo que constituye la fuerza vital que ordena la multiplicación de las células orgánicas, desde la original fertilizada, hasta formar el complicadísimo organismo del cuerpo humano, que nace con todo lo básico para la vida ya provisto, no sólo en cuanto a lo físico, sino también a lo síquico. El “milagro” de la gestación supera por mucho la organización y puesta en marcha de los complejos industriales modernos, adaptados a la producción de múltiples productos, dotados de sus laboratorios, amén deinfinidad de dispositivos eléctricos y electrónicos. Quienes niegan la posibilidad del milagro necesitan recordar que entran en juego fuerzas y operaciones todavía inexplicables cada vez que levantamos un dedo, o que apreciamos el detalle y el significado de cualquier panorama u objeto que tengamos delante, a fin de que se revistan de más humildad al pensar en la posibilidad de existir otras fuerzas, propias de otros estratos de experiencia y de vida. Para el creyente todo se relaciona con la posibilidad y la necesidad de que Dios se manifieste al hombre que él ha creado, y bien que no hará violencia a la razón que ha recibido de Dios, y esperará ver una obra consecuente, de acuerdo con lo que Dios va revelando, no tendrá la loca pretensión de “saberlo todo”, ni rechazará todo lo que no entra inmediatamente en el área de su propia experiencia, pues se dará cuenta de que aun los que más saben de las operaciones de la naturaleza no han hecho más que mojar los pies en el océano de los misterios que se van descubriendo. Las leyes de la naturaleza Parece muy razonable, a primera vista, la proposición de que “las leyes de la naturaleza son inviolables”. El orden “natural” es evidente en los fenómenos tan conocidos de la alteración del día y de la noche, debido a la rotación del globo terráqueo sobre su eje, como también la sucesión de las estaciones que se deben al largo viaje elíptico de la Tierra alrededor del Sol como centro. El buen funcionamiento de la sublime máquina cósmica facilita el cálculo de los movimientos de los astros, la predicción de los eclipses de la Luna y del Sol, y aun el tiempo aproximado de aparecer algún cometa. Se conocen y se pueden anticipar igualmente los fenómenos vitales de la fertilización, del crecimiento de cuerpos orgánicos, y de la madurez y del decaimiento de los mismos, porque se repiten constantemente

como parte integrante de la experiencia humana. Todo ello es como el movimiento exacto de las manecillas de un buen reloj, que demuestra que toda la maquinaria está diseñada y construida con el fin de señalar el paso de las horas. Pero eso no obsta para que el relojero pueda cambiar los movimientos, si así lo requiere algún designio especial suyo. Gracias a la regularidad de las operaciones de la naturaleza, se hace posible el desarrollo normal de la vida del hombre sobre la tierra donde Dios le ha colocado; pero la regularidad es obra de Dios, quien no ha de estar limitado a ella en el desenvolvimiento de sus vastos designios. La palabra “ley” nos puede engañar, haciéndonos pensar en una obligación superior que ha de cumplirse a la fuerza; pero de hecho una “ley de la naturaleza” no pasa de ser la formulación de los resultados de las observaciones de los científicos en la limitada esfera que se presenta a sus experimentos y comprobaciones. Una forma más exacta de expresión sería la siguiente: “Según las observaciones realizadas en esta esfera, y por el tiempo limitado de los experimentos, se ha observado que el ciclo de acontecimientos es invariable en el caso tal o cual, y que parece obedecer a la operación de las fuerzas X o Y.” Este orden permite el avance hacia nuevos descubrimientos, pero no limita a Dios en sus planes y operaciones. La “ley de Newton” ha sido sustituida por la “ley de Einstein”, ya que nuevos descubrimientos y cálculos han señalado un aumento de complejidad antes desconocida en muchos fenómenos. Los movimientos de las partículas asociadas con el átomo en su fisión o fusión no se sujetan a las “leyes” de las masas antes conocidas; en la biología y la sicología entran factores vitales que no admiten una explicación mecanicista, y las decisiones que corresponden a la voluntad de los animales y, sobre todo, de la personalidad humana, no pueden predecirse, escapando las actividades en estas esferas de las casillas de las llamadas “leyes”. No pecamos pues de una ridícula irracionalidad al pensar que, por encima de todas las ”leyes” que se conocen aquí, y que se complican cada vez mas, funcionarán “leyes espirituales” que son normales en su esfera, y que pueden irrumpir en las esferas más humildes cuando la voluntad de Dios así lo requiera. El mundo actual ha sufrido una alteración Si el mundo fuese perfecto, quizá sería más improbable que Dios alterase el orden que él ha establecido -bien que siempre estaría dentro de las posibilidades divinas-, pero no se trata de un mundo perfecto, sino de uno que sufre los efectos del pecado, que en sí constituyen una alteración fundamental del orden original, por el cual todo había de hallar su centro en Dios. El pecado es la “anomía”, la “ausencia de ley”, ya que obra en contra de la voluntad de Dios y causa los estragos consiguientes; en primer lugar en la esfera espiritual y moral de la actuación del hombre, y, como consecuencia de ello, hasta en el cuerpo, y aun en el medio ambiente. Los milagros de sanidad de Cristo no alteraban el orden

de la naturaleza, sino que restauraban algo que no funcionaba bien en él a causa del pecado. Igualmente sus milagros de provisión (el de convertir el agua en vino, el de multiplicar los panes y peces, etc.) suplían faltas materiales debidas al desarreglo causado por el pecado en la sociedad humana. Hay milagros de juicio, como veremos, pero no entran en operación hasta que un rebelde haya rechazado la operación de la gracia de Dios. “La paga del pecado es muerte”, y toda enfermedad o defecto físico señala el fin del organismo corporal, que es su disolución total. Cada. milagro de sanidad (veremos luego su valor como “señal”) indica la posibilidad de restauración, de resurrección y de una plenitud de vida por la obra del gran Sanador. Las consideraciones antecedentes manifiestan la pobreza de la proposición de Hume, que se quiere apoyar sobre conceptos materialistas y mecanicistas de la vida, sin base posible aparte de una selección limitadísima y arbitraria de las lecciones de la experiencia, y que no toma en cuenta el hecho de la revelación, ni quiere meditar en el significado especialísimo del Hecho de Cristo y de sus obras de poder. La actitud de los hebreos ante las obras de Dios Los relatos de milagros se sitúan dentro del marco de la revelación que Dios nos ha dado por medio de los hebreos. En su decadencia los judíos pedían “señales” fuera de sazón, impulsados por un espíritu de incredulidad, pero nunca les causaba la menor perplejidad que Dios se manifestara en la historia según los dictados de sus eternos designios. No cabía en su pensamiento el concepto de una naturaleza autónoma, de leyes invariables, puesto que discernían en todo proceso de vida, y en todo fenómeno de la naturaleza, la intervención directa de Dios, quien mandaba descender las lluvias y hacía audible su voz en los truenos: “quien midió las aguas en el hueco de su mano ... y pesó en balanza las montañas y los collados en pesas” (Isa. 40:12) …“¡Voz de Jehová sobre las aguas! ¡Truena el Dios de gloria!... La voz de Dios quebranta los cedros y Jehová hace pedazos los cedros del Líbano ... la voz de Dios taja con llamas de fuego” (Sal. 29:3-7, con todo el contexto). ¿Qué de especial había, pues, en una intervención divina que rebasara la experiencia normal de sus criaturas? Lo extraño habría sido para los hebreos que el Dios de maravillas no hubiese dado a conocer su presencia, su poder y su obra a través de manifestaciones asombrosas. Los paganos adoraban a sus dioses bajo la similitud de imágenes, presentes y visibles; a los hebreos fieles no les era permitido esculpir representaciones de Jehová pero sí contaban en sus anales y cantaban en sus salmos las grandes obras de Dios en la historia (véase abajo “Los milagros en el A. T.”). Los milagros surgen del propósito de Dios al revelarse a los hombres, y al llevar a cabo su plan de redención Los milagros bíblicos no son meros portentos que causan asombro, sino manifestaciones de la constante actividad de Dios al darse a conocer a los hombres, y al adelantar su vasto plan para la bendición y la salvación de sus criaturas. Un hombre llega a ser conocido, no por una descripción dada

por una tercera persona de su temperamento, de sus cualidades, etc., sino a través de una prolongada experiencia de la manera en que habla, reacciona y obra. Un Dios pasivo, al modo del “Absolulo” de algunos sistemas filosóficos, nunca sería conocido por sus criaturas; pero el Dios de Israel, el Dios nuestro, se da a conocer por lo que hace, dejándonos además una narración auténtica de sus obras para que la revelación se haga extensiva a todas las generaciones. La obra del Éxodo es típica de tantas otras y se ve la reacción ante ella del pueblo de Israel en Éxodo 14:31: “Israel, pues, vio la obra prodigiosa que hizo Jehová contra los egipcios, y temió el pueblo a Jehová, y creyeron en Jehová y en Moisés su siervo.” Si ello es verdad en cuanto a las obras de poder del A. T., se acentúa la misma verdad en las obras del Siervo de Jehová en la tierra. Hemos de volver al tema de la revelación del Verbo por medio de sus obras, y mucho se ha escrito sobre el mismo en las secciones V y VI, pero se ha de mencionar aquí a fin de qne veamos los milagros integrados en el gran designio de la revelación de Dios en la Persona de Cristo. De igual forma cada milagro se lleva a cabo dentro de la órbita del Plan de la Redención, y lo adelanta en mayor o menor grado. He aquí una diferencia fundamental que distingue el milagro bíblico de los portentos humanos, y que hace que cada obra de poder se produzca dentro del marco de las condiciones morales y espirituales adecuadas a una obra divina (véase abajo “Los milagros engañosos”).

LA DEFINICIÓN DE UN MILAGRO Un milagro es un acontecimiento en la esfera material y visible que trasciende la experiencia normal del hombre, quien no percibe la causa que surte el efecto producido, bien que éste se aprecia por la evidencia de sus sentidos. A nuestra definición hemos de añadir estos corolarios: a) Una experiencia subjetiva y espiritual puede ser sobre natural, y constituir una señal de las operaciones de Dios para quien pase por ella, pero no se ha de clasificar como un “milagro”, puesto que no se puede someter a la prueba en la esfera física. b) Los resultados asombrosos de las invenciones de los hombres se habrían considerado como “milagros” por nuestros antepasados, quienes habrían pensado que el hecho de ver y oír a una persona que actuaba a centenares de kilómetros de su auditorio constituía evidencia irrefragable de una intervención de un poder sobrenatural, fuese de Dios o del diablo. Ahora los técnicos pueden reproducir a voluntad las condiciones necesarias para la televisión y la audición radial, de modo que la “maravilla” se limita al asombro que debe sentirse ante las fuerzas con las cuales el Creador dotó a su creación, y a nuestra admiración ante la paciencia y la pericia de los científicos y técnicos que han podido controlarlas para sus fines. Pero sería un error suponer que todo aparente milagro se ha de explicar por

fin como el aprovechamiento de las fuerzas naturales a la disposición del hombre. Por ejemplo, si estando en Barcelona viéramos a un amigo en Madrid, y que sostuviéramos una conversación con él, sin el aparato que controla y encamina las ondas, el mismo fenómeno sería milagroso. Tratándose de milagros divinos, tenemos que añadir que en todo milagro se ha de percibir la suprema Inteligencia que lo produce, viéndose que la obra se conforma a las demás manifestaciones de la misma Mente divina. Siempre se vislumbra, pues, un propósito moral o espiritual que trasluce el suceso físíco (véase la lista al final de la Sección). Pero un milagro no deja de serlo aun si se efectúa por una potencia satánica, de donde surge la necesidad del discernimiento que notaremos luego. Los términos del apartado siguiente se aplican por igual a milagros divinos y satánicos. “Maravillas (milagros), prodigios y señales” En varios lugares del N. T. hallamos una triple designación de los milagros, y es importante notar los vocablos griegos (el orden puede variar) de “dunameis”, “terata” y “semeia”. “Dunameis” es equivalente a “poderes”, o a manifestaciones de poder, ya que, por definición, cada milagro es el resultado de una fuerza que no es conocida en las actividades y operaciones normales de los hombres. “Terata” puede traducirse como “portentos”, y subraya el elemento de asombro y sorpresa que suscita el milagro en quienes lo presencian. “Semeia” equivale a “señales”, y nos lleva a considerar el significado de la obra de poder, que no es un mero espectáculo, sino la expresión (en el milagro divino) de un aspecto de la Persona de Dios o de sus operaciones en el mundo. Lógicamente debiéramos empezar con el término “terata”, ya que la primera finalidad del milagro es la de “llamar la atención” a personas que de otra forma no saldrían de los lugares comunes y de los intereses egoístas de la vida. En Marcos 6:51 se nota que los discípulos “quedaron sobremanera asombrados” después de que Jesús hubiese andado sobre las aguas, y en el capítulo siguiente (7:37) las gentes, después de presenciar la curación del sordomudo: “quedaron sobremanera asombradas, diciendo: “Admirablemente lo ha hecho todo; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Para otras menciones de “asombro” ante los milagros de Jesús véanse Mar. 2:12; 4:41; 5:42. Pero las gentes que exclamaron al comprobar que el que había sido sordo y mudo ya oía y hablaba, sacaron la conclusión: “Bien lo ha hecho todo”, reconociendo el poder benéfico del milagro. Sabían que el “portento” era también “una obra de poder”, que es el segundo paso en la experiencia de quienes han de aprender el “lenguaje” del milagro, y no limitarse a hacer comentarios superficiales sobre lo portentoso del caso. De hecho, como hace ver R. C. Trench, los milagros pueden describirse como “señales y portentos”, o como “poderes”, o como “señales”, pero jamás en el N. T. se denominan “terata” a secas, pues la maravilla ha de conducir siempre a la comprensión de que está en operación una potencia, y que es necesario saber el significado de la manifestación de ella. Los milagros de Cristo y de

sus Apóstoles, a pesar de la falta absoluta del aparato humano asociado con el poder, manifestaban que el Reino venía con potencia, y que, faltando a los siervos de Dios ejércitos, riquezas materiales y las maquinaciones de la diplomacia, aún eran instrumentos por medio de quienes Dios obraba de tal forma que se evidenciaba una soberanía muy por encima de los limitados señoríos de este mundo. El apóstol Juan se limita al término “semeia”, “señales”, ya que cada obra de gracia y poder revelaba un rasgo más del Verbo encarnado, e iluminaba otro aspecto de su obra redentora. Lo extraño es que los judíos incrédulos pidiesen repetidamente que el Señor les mostrase una señal pero no sabían comprender el significado de aquellas grandes obras (“cuales ningún otro ha hecho”) que el Maestro realizaba delante de sus ojos (Juan 2:18; 6:30; Mat. 12:38; 16:1). Veremos luego que la “señal” habla claro al hombre humilde que busca a Dios, pero no dice nada al endurecido. Los términos que hemos notado se hallan en el discurso de Pedro ante los judíos en el Día de Pentecostés: “Jesús nazareno, varón aprobado de Dios entre vosotros por medio de los milagros, prodigios y señales que Dios hizo por él en medio de vosotros, como también vosotros sabéis ...” (Hech. 2:22). Se aplican igualmente a la labor apostólica según Heb. 2:4, y en 2 Cor. 12: 12 Pablo los emplea con referencia a su labor especial, constituyendo “las señales de un apóstol”. Es triste notar que la triple designación, tan honrosa y prepotente en la misión de Cristo y de sus siervos, se aplica a la nefasta obra del anticristo en 2 Tes. 2:9: “Será revelado el inicuo ... cuya venida es según operación de Satanás, con toda clase de milagros (“dunameis”), y señales y falsos prodigios ... “ El diablo habrá de movilizar todas sus fuerzas en un intento último y desesperado para levantar a los hombres en rebelión contra el Cristo de Dios. Los falsos milagros serán “potencias satánicas”, y “señales” de las operaciones del enemigo, pero “falsos” porque pretenden dar la idea de un poder superior al de Dios, y de una “bendición” independiente del Creador. El breve florecer de este periodo de señales diabólicas terminará con la destrucción del hombre de pecado, y de cuantos rehusaron la verdad para creer en la mentira.

LOS MILAGROS DE CRISTO El valor esencial de las obras Al final de esta Sección el lector hallará un cuadro que presenta los milagros de Cristo en su orden cronológico, con indicaciones de la clase de poder que se manifestaba en cada uno, juntamente con la lección principal. Debe leer el relato completo de todos estos milagros, meditando en lo que “señala” cada uno, y la manera en que la gloria de Dios transparenta.el velo del acontecimiento físico. Sólo esta meditación en el texto bíblico le hará comprender la inmensa importancia de esas obras de poder, formándose el hermoso tejido de los Evangelios de la trama de las enseñanzas y la urdimbre de las

obras. Hallamos resúmenes de las obras de Jesús de Mat. 4:23, 8:16-17 etcétera, que nos hacen saber que los relatos detallados son típicos de un sinnúmero de curaciones parecidas. Los milagros como pruebas mesiánicas “¿Hasta cuándo nos has de tener en suspenso? -preguntaron los judíos incrédulos-. Si tú eres el Cristo, dínoslo claramente.” Respondióles Jesús: “Os lo dije, y no creéis; las obras que hago en el nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí” (Juan 10:24-25; comp. 5:36; 10:37,38; 14:11; 15:21-25; Mateo 11:2-6). Hemos notado anteriormente que Cristo eludía la declaración pública y clara de ser el Mesías, con el fin de evitar los movimientos revolucionarios asociados con la idea de un mesías político, pero esperaba que los sumisos de corazón entendiesen el “lenguaje” de las obras que evidenciaban de la forma más clara la llegada del Ungido. Quien no entendía las señales, probaba que aborrecía tanto al Senor como al Padre que le había enviado. En el precioso relato de la curación del paralítico en Mar. 2:1-12, Jesús mismo señala el milagro como prueba de su autoridad divina de perdonar los pecados: “Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice al paralítico): Levántate toma tu lecho y vete a tu casa.” La evidencia que apoya los relatos Hume pensaba que ninguna evidencia literaria podría probar la realización de un milagro, y T. H. Huxley declaró que para “dar por buena” la gran obra de la multiplicación de los panes y peces, habría sido necesario que alguien hubiese pesado la provisión del muchacho antes, como también los fragmentos que quedaban después, al par que se cerciorara de que todos los individuos que componían la multitud hubiesen quedado satisfechos. ¡Como si los milagros hubiesen de producirse en un laboratorio! Si tales pruebas tuviesen que aplicarse a los acontecimientos pasados, quedaríamos sin historia, pues ninguno podría establecerse. Para personas sensatas basta que los testigos sean fidedignos, que el testimonio se confirme por varios de los tales, y que la presentación sea natural, de acuerdo con el contexto total y con el carácter y la obra de los protagonistas. Todas estas seguridades se nos dan en los relatos de los milagros de los Evangelios, que se distinguen por su sobriedad, por su naturalidad y por su calidad espiritual a diferencia de todas las fantásticas narraciones de los seudoevangelios. Éstos pretenden ofrecer relatos de la infancia y juventud de Jesús, y demuestran los absurdos que inventarían personas piadosas y de buenas intenciones, al imaginarse lo que Jesús habría podido ser y realizar. Se ve a Jesús hacer pajarillos de barro, que luego hace volar, y, lo que es peor, se le presenta como un muchacho vengativo que se valió de su poder divino para hacer morir a un compañero que le había contrariado. No hace falta que volvamos sobre el tema de la historicidad de los Evangelios, pero sí recordamos la importancia especial del tercer Evangelio sobre este terreno de la apologética, ya que

Lucas no sólo se prueba como historiador exacto y concienzudo en Los Hechos, sino que, siendo médico, no había de dejarse ilusionar por pretendidas curaciones si no hubiese quedado convencido de su veracidad. Es cierto que no era testigo ocular, pero sí un redactor admirablemente equipado para la labor de investigar la evidencia oral y escrita con referencia a las sanidades. Su lenguaje refleja el interés de un médico en la diagnosis del mal y en la descripción de la cura, según las cuidadosas investigaciones de Hobart. Los milagros máximos de la Encarnación y de la Resurrección La intervención personal de Dios en los asuntos de este mundo por medio del Hijo-Verbo es en sí “milagrosa”, puesto que trasciende totalmente la experiencia normal del hombre pecador. La Encarnación es un hecho único, por el que Dios se enlaza con la raza creada, manifestándose después en medio del cosmos el Hombre-Dios, en cuyas manos Dios ha encomendado todas las cosas. Sin la Encarnación no existe el Cristo de Dios, y sin el Cristo no hay fe cristiana. Si, pues, el cristiano admite el sorprendente hecho de la Encarnación, porque corresponde a la evidencia de la vida de Jesús, resulta ser una locura procurar “explicar” los milagros alegando, como hacen algunos, una especie de sicoterapéutica efectuada por la potente personalidad de Jesús; o, en otros casos, unas circunstancias más o menos normales exageradas por los ojos admirados de los discípulos. La Resurrección del Señor es un tema de tanta importancia que se ha de tratar al fin de este libro, pero es pertinente hacer constar aquí que el levantamiento de un hombre de entre los muertos es un milagro máximo, completamente fuera de la órbita de nuestra observación normal. Al mismo tiempo es piedra angular de la doctrina cristiana, y la manifestación por excelencia de la potencia de Dios: “La operación de la potencia de su fuerza, la cual obró en Cristo, resucitándole de los muertos, y colocándole a su diestra en los cielos” (Éfe. 1:20). No sólo eso, sino que se presta a la prueba evidencial de una forma que es imposible en el caso de la Encarnación, por la misma naturaleza del acontecimiento. Admitida la evidencia que sustenta el excelso acontecimiento de la Resurrección no hay dificultad alguna en comprender que el Príncipe de Vida había de bendecir a los quebrantados de cuerpo y de alma en el curso de su ministerio en la tierra. La gloria del Verbo reflejada en los milagros A riesgo de repetir algunas de las observaciones antecedentes de esta misma lección, y conceptos adelantados en las Secciones V y VI, hemos de recalcar la inmensa importancia de los milagros como “señales” que dan a conocer tanto al Hijo como al Padre (Juan 14:7-9). Si bien Dios se descubre en todas sus obras, la revelación adquiere caracteres de inusitada brillantez en los milagros de Cristo. Dios en Cristo se sitúa una y otra vez frente a hombres y mujeres que sufren en sus almas y cuerpos los estragos del pecado, y dondequiera que se produzca el encuentro -y que un espíritu de incredulidad no impida la

bendición- la plenitud de gracia y poder, al impulso de un amor sin límites, sana completamente al enfermo, sin que se perciba diferencia entre enfermedades funcionales u orgánicas, sin que se exceptúe ningún hombre de fe, y sin que quede el menor rastro del mal. Por un breve momento profético se vislumbra la consumación de todo el Plan de la Redención en la completa restauración del cuerpo, a la que se añade muy a menudo la bendición del perdón de los pecados, asegurado por el mismo que “tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados”. Claro está que la base de todo ha de ser la victoria sobre el pecado y la muerte realizada por la obra consumada de la Cruz y de la Resurrección, pero siendo la obra un hecho eterno en los designios de Dios, puede anticiparse la bendición en el caso de personas de fe. La curación del leproso, Mar. 1:40-45 He aquí un precioso ejemplo del feliz “encuentro” que acabamos de notar. Para los médicos de hoy la lepra es una enfermedad más, que se puede controlar y aun curar, pero en la antigüedad, la naturaleza repugnante y lentamente fatal del mal, el miedo al contagio, además de consideraciones religiosas, hacían que el leproso fuese un inmundo “muerto en vida”. La enfermedad parecía el símbolo mismo del pecado y de sus desastrosas consecuencias. Al acercarse el atrevido leproso de este relato, los circunstantes sin duda habrán huido, quizá recogiendo piedras para tirar al inmundo; pero Uno permanece firme y permite que el desgraciado hombre -”lleno de lepra” según el relato de Lucas- se eche a sus pies con la patética declaración, inspirada por la más profunda humildad y la más rendida fe: “¡Si quieres, puedes limpiarme! “ La palabra sanadora del Señor habría bastado para la curación, como en el caso de los diez leprosos, pero el Amor encarnado quiso hacer más, pues, al pronunciar la palabra, “extendió la mano y le tocó”, incurriendo legalmente en la impureza del pobre desvalido, pero, de hecho, ahuyentando el mal por la candente pureza de su propio Ser. Por años el leproso habría estado segregado de todos sus seres amados, y aun de sus semejantes, no conociendo más compañía que la de otros leprosos que se juntaban con él en las tumbas, y, ¡he aquí! la mano del Bendito se coloca sobre sus llagas, como mano del Amigo amoroso que quiso dar una demostración visible de su gracia y de su poder. Pero quizá no tocara la llaga, pues ya la carne, como la de Naamán sanado, había vuelto a ser “como la carne de un niño pequeño”. El mandato de que el hombre sanado se presentase a los sacerdotes en Jerusalén no sólo manifestó el respeto del Cristo ante el A. T. (véase Lev, cap. 14), sino que constituyó un maravilloso testimonio ante la casta sacerdotal -enemiga de Cristo en su mayoría- de que el gran Restaurador de todas las cosas estaba en medio de ellos, pues por primera vez tuvieron que aplicar los reglamentos de Levítico cap. 14 a un verdadero leproso completamente curado (Naamán había sido gentil, y el caso de María de que leemos en Números 12: 10-16 era muy especial). Quizá dejamos de percibir los destellos de gloria en los relatos evangélicos por creer que “conocemos

de sobra” los incidentes, que se describen con una sencillez tal, sin dramatismos ni efectos retóricos, que el lector incauto y apresurado pasa adelante sin darse cuenta de que apenas se ha molestado en echar una mirada sobre exquisitas joyas -literarias, espirituales y divinas- que sobrepasan en quilates a cuanto ha expresado pluma alguna. Detengámonos para meditar en cada frase, de la forma en que lo haríamos ante las pinceladas del retrato de un ser amado, ya alejado de nosotros, cuya imagen no puede presentarse a nuestro recuerdo y a nuestro espíritu sino a través de la semblanza que tenemos en nuestras manos. Conocer al Señor es “vida eterna” (Juan 17: 3) y para conocerle hemos de compartir con él todos los momentos, todas las emociones, todo el triunfo divino, de encuentros como el que tuvo con la viuda de Naín, y con las hermanas de Betania (Luc. 7:11-17; Juan cap. 11), que, con ser tan señalados, no son únicos sino típicos de tantos más que revelan la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Los milagros de Cristo son los “poderes del Reino” Jesús no sólo era el Mesías-Redentor, sino también el Mesías-Rey. Si bien rechazaba todo intento de enzarzarle en las “políticas mesiánicas” de la época (Juan 6:15), no por eso dejaba de proclamar el Reino de los Cielos y de presentarse a sí mismo como el Hijo del Hombre, Rey tan poderoso que ordenaba hasta los movimientos de los ángeles (Mat. 24:31; 13:41). ¡Pero qué reino más peculiar fue aquel del Nazareno, quien no tenía donde reclinar la cabeza! El estudio del tema del Reino en el Evangelio según Mateo nos ha iluminado sobre los aspectos más fundamentales del reino espiritual, y del reino que existe “en misterio” hasta que se manifieste delante de los ojos deslumbrados de la raza, mayormente rebelde, que no sabe comprender el concepto de “reino” más que en términos de sus accidentes externos y superficiales. Es preciso comprender el orden de la presentación de los acontecimientos en el capítulo 4 de Mateo y los sucesivos. El bautismo y la unción del Mesías en el Jordán señalan el principio del servicio del Mesías-Rey, quien, al identificarse con su pueblo, recibe su autorización desde el Cielo. “En misterio” empieza a regir el decreto del Salmo 2: 6-7, bien que llegará un día cuando el monarca legítimo será coronado en público. El Rey designado es impulsado al desierto por el Espíritu para ser tentado de Satanás, dios de este mundo, y príncipe de la potestad del aire. El sentido verdadero de las tentaciones es que el falso dios-rey ofrece los usurpados dominios suyos a Aquel que reclama el reino, con tal que acceda a subordinarse a los principios que han regido aquí abajo desde que supo seducir a Adán, virrey de Dios en la tierra. Sugiere que un acto de pleitesía, unido a los principios del materialismo y de la ostentación humana, ofrecía un “atajos a quien empezaba a reclamar lo suyo por métodos tan poco aptos para conseguir el logro de sus deseos en un mundo como éste. Dice el engañador en efecto: “No niego tu realeza, pero llegarás a la meta del dominio de este mundo mucho antes si te adaptas a los modos y métodos que yo he implantado, y que me van muy bien.” Un día hará el mismo ofrecimiento al

anticristo y éste lo aceptará (2 Tes. 2: 6-10; Apoc. 13:11-14; Juan 5: 43). Ya sabemos cómo el Hijo del Hombre rechazó de plano toda suerte de componenda, saliendo luego a proclamar su Reino por las tierras de Judea y de Galilea. Fijémonos en Mat. 4:23-25, donde vemos que se asocia a la proclamación del Evangelio del Reino una amplia manifestación del poder que “sanaba a toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”. Rehusando emplear fuerzas del reino satánico, que surgen de las personalidades de orgullosos pecadores, de poderes tiránicos que sujetan a vastas y desgraciadas multitudes a la esclavitud, de las armas de guerra y de las riquezas, Cristo se vale de los poderes de su reino, que se ejercen para la restauración, la sanidad y la felicidad de todos los sumisos de corazón. Sigue la declaración de la constitución del reino (caps. 5 a 7) y después hallamos el detalle de más milagros que establecían el reino en los corazones de muchos, al par que ilustraban tanto su poder real como la finalidad última del plan divino: la culminación de bendición para el hombre en la que había de resplandecer la gloria de Dios. Es el mismo Señor quien pone de relieve la importancia de sus milagros (especialmente aquellos que liberaban a los endemoniados) como la señal de la presencia en poder del Reino. Tras el intento blasfemo de los fariseos de atribuir su poder a Beelzebub -al que hemos tenido ocasión de hacer varias referencias-, el Señor declara: “Si yo por el Espíritu de Dios echo fuera a los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mal. 12:28). Esta declaración provee la clave para la interpretación de Luc. 17:20,21: “Interrogado Jesús por los fariseos sobre cuándo había de venir el Reino de Dios, respondió: El reino de Dios no viene de un modo visible, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque el reino de Dios entre vosotros está.” “Entre ellos”, porque entre ellos se hallaba el Rey, rodeado por sus “ministros”, ganando constantes victorias sobre los emisarios de Satanás, al par que atraía a sí mismo súbditos regenerados, llenos de vida y de potencia espiritual. Todo lo cual no impedía que hubiese una manifestación futura del Rey en su gloria de un modo visible para todos, como se ve en el v. 30 del mismo pasaje. Los poderes del reino, ejercidos por Cristo y sus discípulos, eran tan evidentes que los jefes del judaísmo se hallaban impotentes delante de él hasta que hubiese llegado su hora. De igual forma, como veremos, los milagros de Moisés, de EIías y Eliseo, de Pedro, de Pablo, servían para guardar la fortaleza de su testimonio especial, y les capacitaba para la derrota de los enemigos, mientras duraba el periodo de poderes extraordinarios. Los dos testigos del reino verdadero se harán invulnerables por estos mismos poderes hasta que acaben su misión durante la crisis de maldad que precederá la venida del Señor en gloria (Apoc. 11:3-13). La prolongación de tales periodos habría socavado los principios fundamtales del “reino en misterio”, que ha de ser recibido mediante la entrega de la voluntad a Dios y por la visión de la fe.

LOS MILAGROS COMO CREDENCIALES DE LOS SIERVOS DE DIOS Hemos visto que Cristo presentaba sus obras repetidamente a la consideración, tanto de los discípulos como de los judíos, a guisa de credenciales de su misión divina. Otras pruebas había, pero “las obras” estaban a la vista y al alcance de todos, de modo que almas sinceras tenían que confesar como Nieodemo: “Rabí, sabemos que eres un maestro venido de Dios, porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no estuviere Dios con él” (Juan 3:2). Es altamente significativa la confesión de Nicodemo, ya que este hombre, “el maestro de Israel”, sabiendo que Jesús el Nazareno no había pasado por las escuelas donde él mismo explicaba sus lecciones, reconoció su título de enseñador, gracias a las credenciales de las obras. He aquí la gran finalidad de los milagros, no sólo en cuanto a la misión del Mesías, sino también con referencia a los cometidos de todos los siervos comisionados por Dios, y en especial aquellos que iniciaron nuevas etapas del testimonio en días difíciles, o en tiempos de apostasía. Los rebeldes podían decir: “¿Quién eres tú para que nos reprendas y que te arrogues el derecho de hablar en el Nombre de Dios?” Cuando la contestación verbal iba acompañada por obras, que sólo podían efectuarse por el suministro de la potencia divina, el siervo “presentaba sus credenciales” como embajador del Cielo. Los rebeldes aun podían rechazar la evidencia, aumentando así su condenación, pero los sumisos de corazón se prestarían a escuchar la Palabra de Dios en la boca de sus autorizados siervos (véanse más abajo las consideraciones sobre los milagros del A. T. y del periodo apostólico). Es preciso salvaguardar este principio de los malentendidos, sin embargo, por las proposiciones que siguen: El milagro en sí no es una prueba de la procedencia divina del mensaje ni de la autoridad divina del mensajero La señal sólo sirve para evidenciar la operación de un poder distinto de aquel que informa los fenómenos y acontecimientos normales que observamos. Dejando aparte los resultados espectaculares de la técnica moderna -que, como hemos visto, no entra en nuestro tema- el observador ha de pensar que la potencia viene o de Dios o del diablo. He aquí el porqué del interrogatorio de Pedro y Juan ante el Sanedrín después de la curación del cojo en la puerta del Templo: “¿Con qué poder -preguntaron los jueces- o en qué nombre habéis hecho vosotros esto?” (Hech. 4:7). Teniendo al hombre sanado delante de ellos, los príncipes no podían negar la demostración de poder, pero sí querían insinuar que los Apóstoles, contrariamente a la Ley, habían efectuado su señal por medio de las potencias ocultas de la magia, valiéndose de un “nombre” cabalístico. No era difícil para Pedro demostrar que el Nombre que se hallaba en sus labios no tenía ninguna relación con el ocultismo, sino que era aquel que había probado su valor divino y sanador durante los tres años y medio del ministerio de Jesucristo, siendo el único Nombre en que todos podían ser salvos.

Si el milagro es de Dios su naturaleza ha de ser buena También ha de ser conforme a lo que Dios ha revelado de sí mismo. Incurriendo en el colmo de una rebeldía ciega, los fariseos de Galilea habían atribuido la potencia manifestada en la liberación de un endemoniado a “Beelzebub, príncipe de los demonios” (Mat. 12:22-37). La contestación de Jesús fue de una lógica contundente: “Todo reino dividido contra sí mismo es asolado ... si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, subsistirá su reino? ... o haced el árbol bueno, y bueno su fruto; o haced el árbol maleado y malo su fruto; porque por el fruto es conocido el árbol.” El hombre sanado quedaba libre de la sujeción satánica, capacitado de nuevo para llevar una vida normal humana y para servir y adorar a Dios. Satanás no pudo realizar tal obra, pues contradecía todos los postulados de su propio reino rebelde; al mismo tiempo el milagro ilustraba perfectamente el sentido redentor, de triunfo sobre el diablo, de la obra del “Hombre más fuerte”, que había vencido al “homhre fuerte” (el diablo), y ya llevaba los despojos que correspondían a su victoria. Volviendo a Los Hechos caps. 3 y 4 notamos que la curación del hombre cojo le devolvió su salud física, y a la vez le permitió entrar en el Templo, “andando, saltando y alabando a Dios”, que es otro “buen fruto” que sólo se halla en un árbol bueno. De paso podemos notar que casi todos los médiums del espiritismo sufren desarreglos nerviosos de más o menos gravedad, ya que pretenden realizar “maravillas” prohibidas por la Palabra de Dios y, por añadidura, contradicen las leyes del funcionamiento del cuerpo, alma y espíritu del hombre en nuestras condiciones actuales. Podemos deducir en seguida que se trata de un “árbol maleado”. Si el milagro es de Dios, también el mensaje que lo acompaña ha de ser de Dios A la inversa, si el mensaje no concuerda con la revelación total de Dios, el milagro queda descubierto como falso, o satánico: “Si se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, que te propusiere una señal o maravilla, y en efecto sucediere la señal o maravilla ... diciendo: Vamos en pos de otros dioses ... y sirvámoslos; no escucharéis las palabras de tal profeta, o de tal soñador de sueños; será muerto, por cuanto ha aconsejado apostasía contra Jehová ... que os saco de Egipto ... “ (Deut. 13: 1-5). El pasaje que hemos citado ilustra perfectamente el principio que hemos enunciado: la señal puede ser falsa, y si tiene por fin el alejamiento del alma o del pueblo de los caminos revelados de Dios, se deduce que es una estratagema diabólica. Es importantísimo recordar esta norma en días cuando sectas, o notoriamente heréticas, o que no proclaman todo el consejo de Dios, quieren justificar su posición por “maravillas”. Lo que precisa el pueblo de Dios es más y más estudio de la Palabra, en su totalidad y en sus partes, para poder discernir su Voz, y poder rechazar los “remedos”, si se apoyan o no por “señales” espectaculares, que sólo sirven para despertar el entusiasmo de la carne (véase abajo: “Milagros mentirosos” ).

LOS MILAGROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO Nuestro cometido es el de subrayar la importancia y el significado de los milagros de Cristo, pero tal es la unidad de las Escrituras que es conveniente ver las grandes obras del Maestro como el momento culminante de las intervenciones sobrenaturales de Dios a través de toda la historia de la Redención, aun cuando las referencias a los milagros del A. T. y a los de la época apostólica no pasen de ser someras. Desde luego, en todo milagro notaremos la ejemplificación de los principios fundamentales que hemos venido notando. Abraham No todos los destacados siervos de Dios han de ser hacedores de milagros, como se ve por los ejemplos de Abraham, de David, de Daniel y de Juan el Bautista, estando muy lejos del sentir de la Biblia que la obra milagrosa confiera una categoría especial de “santidad”. Las manifestaciones milagrosas se producen cuando hacen falta, y cesan al acabarse el periodo de su utilidad. Con todo, hacemos mención de Abraham por el hecho de que el nacimiento de Isaac de padres viejos es un milagro de gran significado, ya que muestra, desde el principio, que el pueblo de Dios debía su existencia a los designios y a la obra de Dios. Más tarde los israelitas carnales habían de jactarse de ser “hijos de Abraham”, contradiciendo el sentido del origen de su raza que se produjo de tal forma, y por tales medios, que el nacimiento de Isaac, según indica su nombre, era “una risa” ante los carnales, pero risa de triunfo para los padres fieles que comprendieron la obra de Dios (Gén. 21:1-7; Heb. 11:11,12). Moisés y el periodo del Éxodo Moisés había pensado que su saber, su categoría de príncipe de Egipto, su experiencia de la corte, podrían constituirle en libertador de su pueblo; pero los cuarenta años en el desierto sirvieron para que aprendiera la nulidad de la carne ante Dios y aun ante sus hermanos y frente a las potencias del mundo. Al ser comisionado por Dios (caps. 3 y 4) había aprendido la lección “demasiado bien”, ya que resistió algo tercamente el llamamiento, apoyado éste por señales (4:1-9). Por fin, acompañado por Aarón, se presentó delante del Faraón, rey tiránico del imperio más poderoso de la tierra, para declarar su mensaje de parte de Jehová: “Deja ir a mi pueblo.” La respuesta de tal hombre fue la que se podía esperar: “¿Quién es Jehová para que oiga su voz, y deje ir a Israe1? No conozco a Jehová ..” (5:1-2). No consta en el relato, pero sin duda decía también: “¿Y quiénes sois vosotros?” Los mensajeros, pues, necesitaban credenciales para hacer ver que representaban al Dios todopoderoso de los Cielos: había, además, la necesidad de establecer otro “poder” que se enfrentara con la potencia carnal del Faraón y de su

imperio. Todo ello se consiguió por medio de obras milagrosas, en este caso de juicio y de destrucción, hasta que se doblegara la cerviz orgullosa del rey. He aquí el significado de las diez plagas y del paso milagroso del Mar Bermejo. Tan eficaces eran las credenciales, que Moisés llegó a ser varón “muy grande en la tierra de Egipto, a los ojos de los siervos del Faraón y a los ojos del pueblo” y ni un perro había de mover la lengua contra ninguno de los hijos de Israel (Ex. 11:3,7). No sólo eso, sino que la época milagrosa imprimió sobre la memoria colectiva de Israel la lección de que el Dios suyo era Dios poderoso, Dios de gracia, Dios redentor, ya que de su sola voluntad, con manifestaciones de su potencia, humilló al enemigo, controló las fuerzas de la naturaleza, y sacó a su pueblo sano y salvo a la seguridad del desierto. Moisés apunta la lección en Deut. 4:32-35: “Pues infórmate, si quieres, de los primeros tiempos que eran antes de ti ... si ha intentado dios alguno ir a tomar para sí una nación de en medio de otra nación, con pruebas, con señales y con maravillas, y con guerra y con mano fuerte, con brazo extendido y con terrores estupendos, como todo lo que Jehová tu Dios hizo por ti en Egipto, ante tus mismos ojos. A ti fue mostrado esto, para que supieses que Jehová solo es Dios: ninguno hay fuera de él.” Rahab de Jericó supo entender el lenguaje de las señales, pues dijo a los espías: “Yo sé que Jehová os ha dado esta tierra ... porque hemos oído cómo Jehová secó las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto ... “ (Jos. 2: 9-11). Una y otra vez los israelitas cantaron las maravillas del Éxodo, o fueron exhortados a volver a Jehová su Dios que les había sacado de Egipto con brazo fuerte, quedando el Acontecimiento como la señal por excelencia (hasta la venida de Cristo) de la intervención redentora de Dios a favor de su pueblo. La lección de sus juicios sobre los rebeldes también quedó estampada en las páginas de la misma historia. La caída de las murallas de Jericó “Por la fe cayeron los muros de Jericó, después de ser rodeados durante siete días” es el comentario sagrado sobre el milagro de Josué cap. 6. Las batallas posteriores se libraron normalmente, y hubo de sitiar a otras ciudades con instrumentos de guerra, pero las murallas de Jericó cayeron por la palabra de Jehová. Pudo haber causas inmediatas sísmicas, pero eso no mengua el elemento milagroso, ya que se derrumbaron las murallas según el anuncio previo de Jehová, quien todo lo ordeno según su voluntad. Así los israelitas aprendieron que no eran ellos quienes conquistaron la tierra prometida por la fuerza de sus ejércitos, sino que Jehová se la entregó según sus propósitos de gracia y por una manifestación de su poder. Los milagros de Elías y Eliseo ¿Por qué hubo un refIorecimiento de manifestaciones milagrosas durante el ministerio de Elías y de Eliseo, y no antes ni después? Porque estos profetas del reino norteño, alejados del centro del culto de

Jehová en Jerusalén, llevaban a cabo su ministerio cuando la casa real quiso suplantar el culto de Jehová por la infame idolatría de Baal, el “señor”. Para poder mantener su testimonio necesitaban credenciales, igual que Moises y Aaron cuando se enfrentaron con Faraón, que les acreditaban como mensajeros de Jehová, Dios de los Cielos. Como en el caso anterior, faltaba a los siervos de Dios toda evidencia externa de poderío humano, y hacía falta establecer y declarar las potencias del Reino de Dios. El milagro típico es el de Elías en el monte Carmelo, cuando Jehová contestó por fuego su oración, consumiendo el sacrificio, y dejando avergonzados a los sacerdotes de Baal, cuyo dios se mostraba impotente frente a Jehová. La resurrección de un joven por la intercesión de Elías y la de otro por los ruegos de Elíseo, juntamente con varios milagros de provisión y de salvamento, manifestaron que Jehová daba vida y múltiples bendiciones a su pueblo si éste quería recibidas, mientras que todo se perdía bajo la falsa tutela del dios de los fenicios. Si los profetas pudieron continuar y consumar su ministerio, a pesar de la oposición abierta o velada de las distintas dinastías reales, ello se debía a las obras de poder. Estos profetas constituyen el único testimomo fiel a Jehová en su época, y habían de ser auxiliados por los “caballos y carros de fuego” de los ejércitos celestiales (2 Reyes 2:12; 6:14-17). El ministerio de Elías y de Eliseo, con los milagros que lo acompañaron, se describe en 1 Reyes cap. 17 hasta 2 Reyes cap. 13. Los milagros de juicio Por vía de ejemplo de tales milagros mencionamos el juicio sobre la espantosa rebelión de Coré, con Datan y Abiram y los suyos, contra Moisés y Aarón, disputando los rebeldes la autoridad de los guías tanto en la esfera religiosa como en la civil. El milagro de juicio fue lo que mereció el atroz espíntu de orgullo y de rebeldía contra Dios y sus siervos, aprobados éstos por un sinnúmero de pruebas; pero también fue una trágica “credencial” por la que Dios volvió a acreditar a Moisés y a Aarón: “Entonces dijo Moisés: En esto conoceréis que Jehová me ha enviado a hacer todas estas obras, y que no las he inventado de mi propio corazón. Si de la muerte común de todos los hombres murieron éstos ... no me ha enviado Jehova, empero si Jehová hiciere una cosa nueva, de modo que la tierra abriere con violencia su boca y los tragare ... entonces entenderéis que estos hombres han tratado con desprecio a Jehova” (Núm. 16:26-35). Los milagros de juicio extirpan la gangrena de condiciones irremediables de corrupción y de rebeldía, quedando como solemnes avisos para futuras generaciones, ayudándolas a reparar en las últimas consecuencias del alejamiento voluntario de Dios.

LOS MILAGROS DE LA EDAD APOSTÓLICA Los milagros de los discípulos durante el ministerio del Señor

Los milagros que efectuaron los Doce y los Setenta (Mateo cap. 10 y Luc. cap. 10) se ven como una extensión del ministerio de poder del Maestro mismo, y llenaron el corazón de los discípulos de gozo al ver que aun los demonios les fueron sujetos en el Nombre del Señor (Luc. 10:17). Su carácter de “señales” y de “credenciales” es muy evidente, como también su efecto como demostración del poder del Reino que proclamaban. Los milagros de Pedro La curacion del hombre impedido a la puerta Hermosa del Templo es típica de muchas obras de poder, efectuadas mayormente por Pedro, que acreditaron el testimonio apostólico en Jerusalén durante los primeros años de la historia de la Iglesia. Llegó este ministerio a su apogeo en las circunstancias que se narran en Hechos 5:12-16, jugando los milagros un papel decisivo en el mantenimiento del testimonio por años frente al poder carnal del Sanedrín. De nuevo todo el poder material se halla en las manos de los enemigos del Evangelio, ante quienes los Apóstoles son hombres sin fuerzas ni categoría profesional. El Sanedrín, a su parecer, había sido bastante fuerte para llevar al “pretendido Mesías” a la cruz, pero comprueba con asombro que le faltan fuerzas para acabar con la proclamación del mismo Mesías como resucitado, cuyo mensaje resuena hasta en los atrios del Templo, lugar de su peculiar jurisdicción, y por boca de personas que ellos despreciaron. Los múltiples milagros servían de señales, que proclamaban elocuentemente la potencia del Nombre, y crearon tanta simpatía y admiración entre las multitudes de Jerusalén que la ciudadela del Reino no tuvo que rendirse ante los fuertes ataques del judaísmo hasta que Dios dispusiera otras formas de testimonio. Los milagros de Felipe En Hech. 8:5-13 leemos de otro florecer de obras milagrosas que acompañaron la predicación del Evangelio por Felipe en Samaria. En este caso no hubo, al parecer, oposición de parte de las autoridades locales, pero sí existía la necesidad de establecer la autoridad de un mensaje que procedía de Jerusalén, frente al culto cismático de los samaritanos. Cumplido el cometido, las manifestaciones de poder en esta esfera cesaron. Los milagros de Pablo De nuevo notamos que hay “épocas milagrosas” que alternan con otras “normales” en las que Pablo rogaba en vano que se le quitara su “aguijón en la carne”, en las que Timoteo padecía del estómago, y en las que el gran Apóstol dejó a Trólimo enfermo en Mileto (2 Cor. 12: 8-10; 1 Tim. 5:23; 2 Timoteo 4:20). La época milagrosa que más se destaca es la que señaló los comienzos del Evangelio en Éfeso, capital de

la provincia de Asia (Hech. 19:11-20), y obedece a la necesidad de manifestar el poder del Reino de Dios frente a los fortísimos bastiones de falsas religiones que se hallaban en Éfeso y en otras ciudades de la célebre provincia de Asia. El predicador ambulante judío, que predicaba a “Cristo crucificado”, se enfrentaba con sistemas religiosos y satánicos de abolengo milenario, y las manifestaciones de poder benéfico, que correspondían exactamente a la proclamación de las Buenas Nuevas, le daban autoridad, y le ayudaron a mantenerse firme durante tres años, hasta que los fundamentos de la obra en Asia fueron firmemente establecidos. Las obras de misericordia en lo físico servían siempre para ilustrar la obra espiritual, y para exhibir una autoridad real que en manera alguna sería perceptible a través de las circunstancias externas del servicio del Apóstol. Se produjeron “señales, prodigios y poderes” también en Corinto, constituyendo todos ellos “las señales de un apóstol” (2 Cor. 12: 12). Pero fijémonos en la supremacía de la Palabra, de la cual el milagro no es “señor”, sino humilde auxiliar ocasional.

MILAGROS DESPUÉS DE LA ÉPOCA APOSTÓLICA El milagro es siempre posible cuando Dios está obrando para la extensión de su Reino Los Apóstoles no eran los únicos que habían recibido el poder de hacer milagros, o “dones de curar”, en la Iglesia de su época, ya que existían estas facultades como algo bien conocido en la iglesia en Corinto (1 Cor. 12:29,30). No podemos decir que era algo “normal”, pues si el milagro llega a ser corriente, pierde su carácter de “portento”, y, por lo tanto, deja de ser eficaz como medio de autorizar al mensaje o al mensajero. No debe extrañarnos de que, con las limitaciones que hemos señalado ya, todo el periodo apostólico fuese “época milagrosa”, ya -que el Reino se extendía contra ingentes fuerzas enemigas -religiosas, militares y civiles- de modo que los “poderes del Reino” se necesitaban una y otra vez para facilitar el avance de la Palabra de la Cruz. Al completarse el canon del N. T. -el conjunto del testimonio inspirado apostólico- y ponerse a la disposición de todos los creyentes, el milagro no se necesitaba, en general, ya que la “espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios”, podía blandirse por todos, y hemos visto anteriormente que el portento siempre ha de subordinarse a la Palabra, y no a la inversa. Las recomendaciones de Santiago para casos de enfermedades dentro de la iglesia local (Sant. 5: 14,15) se dieron muy tempranamente, pero sin duda queda el principio de que la iglesia, bajo la guía de sus ancianos, debe interesarse por sus enfermos y orar por ellos. La “oración de fe” siempre será medio de bendición, pero no hemos de exigir que la contestación se vea precisamente en la esfera física, recordando que pasajes como 2 Cor. 12: 7-10 nos enseñan que el Señor puede tener propósitos

importantes que realizar a través de la debilidad del cuerpo. Con todo, la insensatez de “campañas de sanidades”, que “se conocen por sus frutos”, no debe menguar en el creyente sincero la inquebrantable convicción de que “para Dios todas las cosas son posibles”, y que la oración de fe en el Nombre de Cristo, frente a las posibilidades de la obra de Dios, y frente a los obstáculos que humanamente son invencibles puede remover “montañas” y desarraigar “sicómoros”. En fin, el milagro siempre es posible, pero sólo en relación con los designios de Dios, y no como una concesión al espíritu comodón y coharde de los hombres. Dios podría haber salvado a Pablo de todos los suplicios y pruebas físicas que caracterizaban su largo ministerio, pero no quiso facilitarle ningún “Mercedes Benz” que rodara suavemente sobre la autopista asfaltada de su carrera sino que condujo a su siervo y le fortaleció a través de las experiencias que Pablo cataloga en 1 Cor.4: 9:13; 2 Cor. 4:7-13. 6:4-10; 11:23-28. Es completamente antibíblico querer rebajar los “poderes del Reino” al nivel de una panacea que libree a los creyentes de dolores físicos y de la saludable expenencia de tener que mirar al espectro de la muerte en su misma cara, sin espantarse, sabiendo que “el vivir es Cristo y el morir es ganancia”. Los milagros de la Edad Media Siempre es posible que algún siervo de Dios hubiese, efectuado milagros durante los siglos que median entre la época apostólica y la nuestra, pero la evidencia para los “milagros de los santos” suele ser de la más floja, mereciendo poquísima confianza de parte del creyente que ha aprendido sabiduría en la escuela del Maestro. Recordemos, también, que el milagro divino ha de corresponder por su naturaleza y por su finalidad a la revelación que Dios ha dado de sí mismo en las Sagradas Escrituras, de modo que los cuentos de imágenes que sudan sangre, o que lloran, etc., han de relegarse al oscuro limbo de las supersticiones, o del de las maniobras que se benefician de las emociones de personas inestables. SI no se discierne un propósito espiritual, emparentado con los designios de Dios revelados en su Palabra, el pretendido milagro ha de rechazarse. Los milagros de nuestra época Aparte de las operaciones del Espíritu de Dios, siempre posible en el adelanto de su obra, según el principio que consta arriba, y que nunca necesitan -ni admitirían- campañas publicitarias, hemos de pensar que los “milagros” de hoy se efectúan por medio de fuertes impresiones sicológicas que pueden producir efectos notables (pero variables) en algunos casos de enfermedades funcionales, es decir, en las que resultan del desarreglo del sistema nervioso. Éste no es el lugar para un estudio extenso de tan debatido tema, pero ayudara a algunos lectores si tienen en cuenta que: a) La posible mejora de enfermedades funcionales por medios sicológicos es un lugar común de la

terapéutica moderna. b) En muy contadísimos casos, enfermedades diagnosticadas como orgánicas—aun tratándose de cáncer- pueden “retroceder” y mejorarse, sin que nadie sepa por qué. c) Los “milagros” de la gruta de Lourdes -el centro más renombrado de curaciones en el campo católico-romano- se controlan con mucho cuidado, y sólo se admite oficialmente un número limitadísimo de curaciones entre los miles de enfermos que acuden al santuario. Si se toman en cuenta solamente las curas permanentes, el pórcentaje no es mayor que el de cualquier proceso curativo que incluyera fuertes impresiones sicológicas, o de las curas espontáneas que hemos notado. d) En las “campañas de sanidades” de otros sectores del cristianismo, el choque sicológico puede producirse por la presentación de Cristo en el Evangelio, pero los resultados, limitados, variables e inciertos, pueden compararse con los de Lourdes, mal que pese a los organizadores de tales campañas. La desilusión que sufren la mayoría de enfermos, al no ser curados, queda ligada también con el Nombre de Cristo, con resultados trágicos en lo espiritual, que es lo que verdaderamente importa.

MILAGROS ENGAÑOSOS Al intentar la definición del verdadero milagro, notando unos importantes corolarios de la misma, hemos tenido ocasión de mencionar el poder antidios, que -dentro de los límites de la voluntad permisiva de Dios, y a los efectos de la probación de la humanidad- puede efectuar milagros. No hemos de reírnos de la “magia negra”, ni de todas las pretendidas maravillas del los embustes de la prestidigitación, a veces queda un “algo” que denota la operación de poderes sobrenaturales. Es este “algo” que es peligroso, siendo preciso que el creyente “pruebe los espíritus” (1 Juan 4:1). Durante los periodos proféticos y apostólicos, espíritus enemigos remedaban el ministerio profético, hasta tal punto que los verdaderos profetas de Jehová tenían que enfrentarse con todo un gremio de profetas falsos que intentaban deshacer su obra (1 Reyes 22: 5-25; Jer. 23: 9-40; 28:1-17). De la manera en que Jeremías tuvo que hacer la distinción entre los profetas falsos y verdaderos, así Pablo tuvo que advertir sobre el peligro de falsos mensajes, dando como regla general que todo lo que tiende a ensalzar a Cristo es de Dios, y aquello que le denigra es falso (1 Cor. 12: 2-3). En los Evangelios, los demonios manifiestan conocimientos acerca de la Persona y de la categoría de Cristo que los hombres ignoraban, bien que el Señor nunca quiso aceptar su testimonio dado a través de los labios de los pobres cautivos humanos (Mar. 1:24, etc.). Pablo fue enfrentado con el mismo problema, y, antes de aceptar el testimonio -aun siendo verídico- de un espíritu inmundo, lo echó fuera del cuerpo de la muchacha esclava, sabiendo que las consecuencias inmediatas podrían ser graves para él y su compañero (Hech. 16:16-19). Simón el mago cruzó el camino de servicio de Felipe y de Pedro, y

según antiguas leyendas, se convirtió luego en un gran enemigo del Evangelio que rechazó (Hech. 8:925). Pablo tuvo que realizar un milagro de juicio sobre el engañador Élimas que procuraba desviar a Sergio Paulo de la Fe (Hech. 13:6-12). En un ambiente idólatra, el mundo satánico se manifestaba mas claramente que ahora, o, dicho de otra manera, tenía que disfrazarse menos. Pero seríamos muy ingenuos si creyésemos que las legiones diabólicas hubiesen cesado de operar. Se ha mencionado ya la profecía de Pablo sobre un terrible desbordamiento de señales diabólicas durante el futuro reinado del anticristo, el hombre de pecado, y no dudamos de que las referencias parecidas, que hallamos en Apoc. 13:13, correspondan a la predicción del Apóstol en 2 Tes. 2: 8-12. Compárese 1 Tim. 4:1. Recordemos la lección de Deut. 13: 1-3, que señala la falsedad de la señal si la palabra que la acompaña intenta desviar las almas del Señor, y daremos fin a este párrafo citando la exhortación, de validez perpetua, que Isaías dio a sus compatriotas cuando, en días de decadencia, se iban interesando en el espiritismo: “y cuando os dijeren: Acudid a los espíritus de los adivinos que chirrían y mascullan, responded: ¿No debe un pueblo acudir a su Dios? ¿Por los vivos acaso han de acudir a los muertos? ¡A la ley y al testimonio! Si no hablaren conforme a esta palabra, son gentes para quienes no ha amanecido.”

MILAGROS, LA FE Y LA INCREDULIDAD La fe que salva En el breve compás de unos nueve versículos, Mateo subraya, en dos casos distintos, la importancia de la fe como medio de recibir el don de la sanidad de manos del gran Médico. A la mujer curada de la hemorragia, dijo: “Ten ánimo, hija, tu fe te ha sanado.” Un poco más tarde dos ciegos le siguieron, pidiendo la gracia de la vista. Sometió a prueba su fe, haciendo caso omiso de ellos hasta llegar a la casa a donde iba. Al entrar ellos tras él les preguntó: “¿Creéis que puedo hacer esto?” “Sí, Señor”, le respondieron, y “entonces tocó los ojos de ellos diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho” (Mat. 9: 22-30). En otros casos no es tan claro el ejercicio de fe de parte del sanado, que, por lo que revela el relato, juega un papel pasivo, pensamos en el paralítico llevado a Jesús por sus cuatro amigos (Mar. 2:1-12), y en el otro paralítico sanado al lado del estanque de Bethesda. Pero el silencio del narrador del incidente no ha de erigirse en prueba de que la potencia sanadora de Cristo pudiese fluir en beneficio del enfermo sin que éste ejerciera la fe. En los casos de los endemoniados, y aún más en los de los muertos resucitados, sólo Cristo pudo percibir la posibilidad de la fe, pero tales misterios competen a su omnisciencia. Lo importante desde nuestro punto de vista es comprender que a la “plenitud” que habitaba corporalmente en Cristo correspondía el angustioso sentido de necesidad de parte de los enfermos, y luego, fuerte o débil, aparecía aquella llama de fe que, como polo negativo de electricidad, permitía que la chispa de la

potencia divina saltara la distancia separadora, extirpando el mal y devolviendo la salud. La primera etapa de la fe salvadora consistía en la creencia de que el Profeta sanaba realmente a los enfermos, según los informes recibidos acerca de sus poderosas obras; pero, llegado el momento del encuentro con Jesús, la mera creencia general se convertía en una plena confianza personal de que el Salvador podía y quería ejercer su poder a favor de ellos. Por eso las narraciones de los milagros de sanidad han servido siempre para ilustrar la “sanidad” al nivel más elevado del perdón de los pecados y de la salvación del alma. La gran lección espiritual que se destaca de los milagros de sanidad y de provisión es la imposibilidad de que un alma necesitada, que confiesa sinceramente su necesidad, y que mira a Jesucristo, pueda quedar sin la bendición que busca, ilustrándose el gran dicho profético: “Todo aquel que invocare el Nombre del Señor será salvo.” La incredulidad que rechaza la bendición Los amargos frutos de la incredulidad se describen en casi cada página de los Evangelios, pero acudimos para nuestro ejemplo al “locus classicus” de Mar. 6:1-6. El Señor Jesucristo, después de un ministerio en Capernaum ricamente bendecido a las almas, volvió a su propia ciudad de Nazaret, donde todos podían testificar de la vida santa de su joven compatriota. No faltó el asombro -que se convirtió en escándalo al recordar que el profeta poderoso en palabras y obras era “el carpintero”-, pero el Evangelista tuvo que escribir esta triste sentencia: “Y no podía hacer allí ningún milagro, salvo que, poniendo las manos sobre unos pocos enfermos, los sanó.” No pudo faltar algún alma que venciera el vulgar prejuicio de los paisanos de Jesús, y que recibiera el bien que buscaba, pero, ¡qué trágico es ver las manos de Cristo, llenas de las bendiciones que quería derramar sobre los suyos, poderosas para salvarles de sus males, extendidas en vano en el helado vacío de su incredulidad! La incredulidad no ha de confundirse con la “dificultad de creer”, que quizá necesite una presentación más clara de la Palabra, base de la fe; es la repulsa ante lo que se percibe de Cristo, la interposición de una barrera impenetrable que quiere proteger el “yo” de la bendita ingerencia de Dios en su vida: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; mas el que es incrédulo al Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él” (Juan 3: 36). Los judíos ante las señales La perversión moral de los hombres caídos convierte aun los buenos dones de Dios en tropiezos, como se ve por la actitud de los judíos frente a las “señales”. Dios había bendecido a sus padres con abundantes manifestaciones de su poder en el largo curso de su historia, pero, lejos de aprender la lección de que él está siempre dispuesto a derramar sus bendiciones cuando se abren los cauces de la sumisión y de la fe, creían que la religión había de consistir en “señales”: “los judíos piden señales”,

escribe Pablo, para describir una reacción religiosa típica de la nación (1 Cor. 1:22). No sólo eso, sino que ellos habían formulado su propia definición de lo que podía constituir una “señal” -definición que concordaba con su tipo externo de religión- y, por lo tanto, cerraban los ojos ante las mayores señales que jamás fueron concedidas para la ayuda de la fe. Uno de los rasgos más incomprensibles de la mentalidad de los judíos durante el ministerio terrenal del Señor es que persistieran en pedir “señales”, que justificaran la gran autoridad espiritual que de forma tan natural irradiaba de la Persona de Cristo, en el mismo momento de ser desplegados delante de ellos los “poderes del Reino”. Obviamente habían llegado a la conclusión de que una “señal del Cielo” tenía que ser alguna manifestación de fuego celeste a la manera de la llama que cayó sobre el sacrificio de Elíasen el Carmelo, o sobre los soldados que el impío rey Ocozías envió para prender al profeta (2 Reyes cap. 1). Esta actitud típica de los judíos, endurecidos por su sistema religioso, se refleja en los pasajes siguientes: Mat. 12:38-39; 16:1,4; Mar. 8:11, 12; Luc. 11:16-30; 23:8; Juan 2: 18; 4:48; 6:30. El aprecio de las verdaderas señales que hacía Jesús se subraya en otras porciones, e incluimos en estas referencias las enseñanzas sobre las señales pasadas y futuras que constituyen parte integrante de la revelación de Dios al hombre: Mat. 16: 3,4; 24: 3, 24, 30; Mar. 13: 4; 16: 17, 20; Luc. 2:12, 34; 11:29, 30; 21:7, 11, 25; Juan 2:11,23; 3: 2; 4:54; 6:2, 14; 7: 31; 9:16; 10:41; 12:18; 20:30. Toda la vida del Señor constituyó “una señal que será contradicha” (Luc. 2:34), y mientras que la selección de señales en Juan y en los otros Evangelios se nos da “para que creamos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios”, con el fin de recibir de él la vida eterna y la salvación (Juan 20: 30, 31), la ineficacia de las señales frente al espíritu de rebelión se destaca del comentario de los príncipes en Juan 11:47-53: “¿Qué hacemos? Porque este hombre obra muchas señales ... así que, desde aquel día, resolvieron darle muerte.” Bien dijo Abraham desde el paraíso al rico: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aun cuando alguno se levantare de entre los muertos” (Luc. 16: 31).

UNA CLASIFICACIÓN DE LOS MILAGROS Del sinnúmero de milagros del Señor sólo se detallan treinta y cinco en los Evangelios, pero aun éstos ofrecen a nuestra consideración una materia tan rica y abundante que escapa a toda clasificación adecuada. Al mismo tiempo es importante que el estudiante pueda ver las obras en cierta perspectiva, y fijarse también en la naturaleza especial de cada uno. Con el fin de ayudarle en lo posible, presentamos los milagros del cuadro siguiente en relación con las distintas épocas del ministerio del Señor; al mismo tiempo, por medio de unas siglas que explicamos a continuación, se señala la naturaleza esencial de cada milagro, añadiéndose una observación muy breve que destaca los rasgos y lecciones más importantes. Desde luego, se podría escribir sendos párrafos sobre la naturaleza y el significado (a menudo múltiple)

de cada “señal”, pero tales comentarios rebasarían tanto la finalidad como los límites de espacio de esta INTRODUCCIÓN. Instamos al lector, sin embargo, a que saque todo el beneficio posible del cuadro que presentamos, que tiene el mérito de ofrecer la mención de los milagros en una perspectiva amplia, muy adecuada a los efectos de la comparación y del contraste.

LA NATURALEZA DE LOS MILAGROS Si se piensa en un milagro cual el de hacer callar la tempestad, resalta el dominio del Señor en la esfera de la naturaleza. El hallazgo de la moneda en la boca del pez, bien considerado, da a conocer el control del Dios de las providencias sobre todo movimiento de sus criaturas, y aun sobre toda combinación de circunstancias. El volver el agua en vino es una clara manifestación del poder creador de Cristo. Las curaciones pueden clasificarse según el probable diagnóstico del mal, que podría ser orgánico (afectando una parte física del cuerpo); o infeccioso, como en el caso de las fiebres; o funcional, por tratarse de un desarreglo o desorden del sistema nervioso. Estas clasificaciones se señalan según el cuadro de este párrafo, en el que el número romano (I, II, III) señala la categoría general del milagro, añadiéndose el número arábigo (1, 2, 3, 4, 5) para denotar diferencias dentro de dicha categoría. Estos números se utilizan luego en el cuadro con el fin de indicar la clasificación de cada milagro; las indicaciones de este apartado proporcionan, pues, la clave para comprender las siglas que se relacionan con cada milagro. Por ejemplo, si el milagro lleva la sigla I (4), significa que se lleva a cabo en la esfera de la naturaleza (1) y, específicamente, en el control del mundo animal (4). Bien que dudamos de la propiedad médica del término, incluimos la lepra en la categoría de la “impureza”, puesto que así se consideraba tanto por el enfermo mismo como por todos sus coetáneos en el periodo de que se trata, aunque ahora la lepra se considera una enfermedad como otra cualquiera. I. MILAGROS EN LA ESFERA DE LA NATURALEZA 1. Manifestación de poder creador 2. Manifestación de poder providencial 3. Control de las fuerzas naturales 4. Control del mundo animal 5. Control del mundo vegetal. II. MILAGROS DE LA RESTAURACIÓN DEL CUERPO 1. De defectos orgánicos .. 2. De enfermedades funcionales (de ongen nervioso) 3. De la impureza física y religiosa

4. De las enfermedades febriles, etc. III. MILAGROS DE PODER SOBRE LA MUERTE MILAGROS DE DOMINIO SOBRE EL MUNDO DE LOS ESPÍRITUS .

LOS MILAGROS EN SU ORDEN CRONOLÓGICO APROXIMADO

Milagro

Referencias

Número de clasificación (véase arriba)

Rasgos principales

EL PERIODO INICIAL DEL MINISTERIO (1 milagro) El agua se cambia en vino

Juan 2:1-11

I (1)

El primer milagro bendice el estado matrimonial y suple los medios para la sana alegría de los hombres. Los discípulos comprendieron que era una manifestación de la “gloria” del Señor en su poder creador.

EL PERIODO PRINCIPAL DEL MINISTERIO (25 milagro) Curación del hijo del cortesano

Juan 4:46-54

II (4)

Un milagro de intercesión, y a distancia. La fe es la del padre.

El paralítico de Bethesda

Juan 5:1-9

II (2)

El Señor toma la iniciativa y busca al enfermo. La fe se manifiesta por la obediencia.

La primera pesca milagrosa

Luc. 5:1-11

I (4)

Ilustra la “pesca de los hombres”, que sólo tienen éxito cuando el Maestro dirige.

El endemoniado de Capernaum

Mar. 1:2326 Luc. 4:33-35

IV

La liberación del hombre del poder del diablo es típica de la obra del Señor.

La suegra de Pedro

Mat. 8:14-15 Mar. 1:3031

II (4)

El contacto de la mano del Maestro quita la fiebre del pecado, y restaura el poder de servir.

El leproso

Mat. 8:2-3 Mar. 1:4042 Luc. 5:12-13

II (3)

La palabra habría bastado para la curación, pero Cristo se identificó con el leproso por el contacto de su mano, y así manifestó su amor.

El paralítico con los cuatro amigos

Mat. 9:2-7 Mar. 2:3-12 Luc. 5:18-25

II (2)

Los amigos no pueden curar, pero pueden llevar al necesitado Jesús. El que curra la enfermedad por su sola autoridad es también el que perdona los pecados.

La mano seca

Mat. 12:1013 Mar. 3:1-5 Luc. 6:6-10

II (2)

La obediencia de la fe. El pecado nos quita el poder de servir, y sólo Cristo puede restaurarlo. Tal obra está de acuerdo con el verdadero significado del sábado.

El siervo del centurión

Mat. 8:5-13 Luc. 7:1-10

II (4)

Un milagro de intercesión a distancia. El mismo Señor ensalza la fe del soldado gentil.

Luc. 7:11-15

III

El hijo de la

Se levanta a un joven recién muerto. Comp. otros casos de III. La compasión por

viuda de Naín

la madre es tan marcada como el poder sobre la muerte.

El endemoniado ciego y mudo

Mat. 12:22 Luc. 11:14

IV

La obra del demonio se muestra en el cuerpo de la víctima, pero Jesús se muestra como el vencedor y el restaurador.

La tempestad calmada

Mat. 8:23-27 Mar. 4:3641

I (3)

El hombre, creado para señorear sobre el mundo, peligra en la tempestad (fuerzas naturales desordenadas). Todo se sujeta al Hijo del Hombre, quien es el Creador.

Los endemoniados (uno llamado legión)

Mat. 8:29-33 Mar. 5:1-16 Luc. 8:26-36

IV

Ilustra el gran poder del diablo sobre el hombre, pero no hay fortaleza satánica que resista al Señor.

La mujer que padecía de hemorragia

Mat. 9:20-22 Mar. 5:2534 Luc. 8:43-48

II (3)

El contacto de fecon Jesús de la mano más temblorosa, es eficaz para la salvación.

La hija de Jairo

Mat. 9:18-25 Mar. 5:2243 Luc. 8:41-56

III

El Príncipe de la Vida vuelve a llamar al espíritu que acaba de salir del cuerpo de una muchacha. Comp. el joven de Naín y Lázaro.

Los dos ciegos

Mat. 9:32-33

IV

El Señor restaura al hombre el debido uso de la lengua, que el diablo le había quitado.

La multiplicación de los panes y los peces

Mat. 14:1521 Mar. 6:3545 Luc. 9:12-17 Juan 6:1-13

I (1 y 2)

Es el último milagro referido por los Evangelistas. Junto al poder creador se ilustra el cuidado providencial que suple lo que falta al hombre a causa de la maldición de la tierra. La lección espiritual se aplica en Juan 6:32-59.

Cristo anda sobre las aguas

Mat. 14:2533 Mar. 6:4851 Juan 6:19-21

I (3)

El Señor controla las fuerzas de la naturaleza para el bien de los suyos.

La mujer cananea

Mat. 15:2128 Mar. 7:2430

IV

Es el último milagro realizado fuera de Palestina. Tal “milagro” cayó anticipadamente de la abundante mesa de la gracia qu se preparaba para los gentiles.

El sordomudo

Mar. 7:3137

II (1)

El Señor emplea aquí medios para fortalecer la fe del enfermo, pero él solo es ls Fuente de poder sanador.

Segunda multiplicación de panes y peces

Mat. 15:3238 Mar. 8:1-9

I (1 y 2)

Milagro parecido a la primera multiplicación de panes y peces (véase arriba), pero distinto. Se ve que los milagros referidos son “muestras” de muchos más de índole semejante.

El ciego de Bethsaida

Mar. 8:2226

II (1)

Un caso de curación gradual; quizá el proceso fortaleció la fe del enfermo.

El muchacho lunático

Mat. 17:1418 Mar. 9:1727 Luc. 9:38-42

IV

Un caso “difícil” por ser tan arraigado el dominio del diablo, que ilustra la debilidad de los discípulos a causa de la falta de oración, al par que manifiesta el poder del Señor.

Las dracmas en la boca del pez

Mat. 17:2427

I (2 y 4)

El Señor de la creación suministra providencialmente las necesidades de sus siervos.

PERIODO FINAL DEL MINISTERIO (9 milagros) El ciego de nacimiento

Juan 9:1-9

II (1)

Una parábola en acción: Cristo es la Luz del mundo.

La mujer agobiada

Luc. 13:1113

II (2)

Cristo restaura el poder de mirar al cielo.

El hidrópico sanado en sábado

Luc. 14:1-4

II (4)

Al principio y al fin de su ministerio Jesús demostró que era Señor del sábado, reclamando el derecho de hacer el bien en el sábado.

La resurrección de Lázaro

Juan 11:1-44

III

El poder de la muerte se ilustra con su forma más extrema, pues Lázaro llevaba cuatro días en la tumba, pero Jesús es la Resurrección y la Vida.

Los diez leprosos

Luc. 17:1119

II (3)

A distancia. Uno sólo de los diez, dio las gracias.

Los ciegos de Jericó (incluso Bartimeo)

Mat. 20:3034 Mar. 10:4652 Luc. 18:3543

I (5)

Cristo da luz para andar en el Camino.

La higuera estéril

Mat. 21:1819 Mar. 11:1214 y 20

I (5)

Milagro simbólico del juicio sobre la nación judaica, que no llevó fruto, a pesar de las “hojas” de la profesión religiosa.

La oreja de Malco

Luc. 22:5051

II (1)

Último y bello gesto de amor y de perdón.

Segunda pesca milagrosa

Juan 21:1-14

I (4)

Se renueva la lección de la “pesca de almas” después de la Resurrección, y antes de una nueva y más amplia comisión.

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Escríbase una definición completa de lo que es un milagro. ¿Qué contestaría usted si alguien le dijera que un milagro es una violación inadmisible de las leyes de la naturaleza? 2. Discurra sobre la importancia de los milagros de Cristo como parte integrante de su ministerio. 3. “Los milagros pueden servir como credenciales para los siervos de Dios al mantener éstos su testimonio en periodos difíciles.” Comente sobre esta proposición con referencia a siervos de Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. 4. De la lista de los milagros al final de la sección, escoja dos que han de describirse en detalle, al efecto de hacer ver cómo sirven de señales de las operaciones de Dios en un mundo de pecado.

Capítulo 11 LA GRAN CONSUMACIÓN DEL MINISTERIO LOS SUFRIMIENTOS Y MUERTE DE CRISTO EL HECHO HISTÓRICO Al comienzo de este libro citamos extensamente la gran declaración de Pablo en 2 Tim. 1:9,10 que nos hizo ver que el Evangelio es la manifestación en Cristo de un propósito de Dios formulado antes de los tiempos eternos, y por el cual la muerte queda abolida y se saca a luz la vida y la inmortalidad. Para el estudiante humilde es fácil comprender que no pudo haber victoria sobre la muerte meramente por la revelación del corazón de Dios a través de la vida terrenal del Dios-Hombre, y que la virtud ejemplar del testimonio de Cristo no pudo salvar a nadie, ya que ninguno era capaz de imitarle. Lejos de eso, la pureza resplandeciente de la vida del Hijo del Hombre, en la que el Padre se complacía, no hace sino aumentar la condenación del pobre pecador, cuya iniquidad y oblicuidad moral resaltan en toda su negrura contra el fondo de la perfección del Hijo del Hombre. La santa humanidad de Cristo es como el Velo de lino finísimo, primorosamente entretejido de púrpura escarlata, y bordado de querubines, que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo del Tabernáculo (Éx. 26:31-33), puesto que, siendo tan hermoso en sí, “hizo separación”, y señalaba que el camino a la presencia de Dios no se había abierto aún (Heb. 9:8). Los protagonistas de otras biografías suelen trabajar y llevar a cabo sus propósitos mientras les dura la fuerza física y la agilidad mental, después de lo cual pasan a las limitaciones de la vejez, y luego a la muerte, que, retóricas aparte y salvando la posible persistencia de algunos efectos de su obra, es para ellos el fin. La manera de presentarse la vida, muerte y resurrección del Señor en los cuatro Evangelios, señala claramente que la muerte no fue el fin, sino la consumación de la obra que vino a realizar, y en cierto modo el nacimiento, y el ministerio público que hemos venido meditando, pese a todas sus glorias inigualab1es, no son más que el vestíbulo del Templo donde se efectuó el Sacrificio de sí mismo en la consumación de los siglos para anular el pecado (Heb. 9:26). Una y otra vez hemos visto que cada Evangelista hace su selección de los incidentes del ministerio según los requisitos de su finalidad especial; pero cuando llegan a la semana de la Pasión, todos abundan en detalles que subrayan la importancia suprema de la “hora” y dejan vislumbrar la consumación de un plan eterno, el más sublime y el más profundo de los arcanos de Dios. Fijándonos en Marcos, el Evangelio que recoge las enseñanzas de Pedro, vemos que una tercera parte del escrito se ocupa de los acontecimientos que median entre la Entrada Triunfal y la Ascensión del Señor. Muchas obras había realizado ya el Siervo de Jehová, pero la

obra suprema había de ser la de “dar su vida en rescate por muchos”. El “Varón de Dolores” Por las mismas condiciones de su servicio en la tierra, el Mesías tenía que ser “Varón de dolores, experimentado en padecimientos” (Isa. 53). Tendremos ocasión de volver a considerar el pasaje “clave” de Isa. 52:12-53:12, pero conviene notar aquí que hemos de distinguir entre los sufrimientos propios de la operación del Siervo de Jehová en un mundo que se halla “en el maligno”, y aquellos otros, consumados por la muerte total, que son propiamente vicarios o sustitutivos. ¿Cómo no había de llorar aquel cuya vista penetraba hasta las más hondas raíces del pecado en todos, y que apreciaba el ponzoñoso amargor de todo el fruto del mal, tanto en las vidas de los individuos como en la sociedad y la historia de los hombres? Sólo él pudo abarcar las trágicas dimensiones de la Caída, y medir el significado de la “perdición” contra el fondo de la posibilidad de la “fruición” de los designios de Dios para el hombre. Él, como Hombre real que era, hubiera querido amortiguar este íntimo dolor por medio del consuelo que le ofreciera la comunión de sus familiares y amigos, pero tal bálsamo le era negado a causa de la ceguera de los primeros y las limitaciones de los segundos: “Me dejáis solo; sin embargo, no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Juan 16:32). Él mismo sufría los persistentes y maliciosos ataques del diablo, y fue el blanco de los venenosos dardos de la envidia y del odio de los fariseos endurecidos, y de los orgullosos y ambiciosos sacerdotes, como hemos visto en el curso de nuestros estudios. Sufría, por la herida en sí, pero doblemente por condolerse del trágico estado de ruina que provocaban los mismos ataques, orando siempre: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, y dispuesto a proseguir hasta el final de su vía dolorosa con tal de cargar con las iniquidades de los transgresores y abrir para todos una puerta de salvación. No nos es dado señalar el momento en que principiaron los padecimientos propiamente sustitutivos y expiatorios. Muy significativo es el hecho de “tomar la copa” de dolor en el Getsemaní, y más aún el velo de las tinieblas a la hora de nona, de entre las cuales salió el grito de abandono, “¿por qué me dejaste?” El trance interno, la respuesta definitiva que se dio a las demandas de la justicia divina, pertenece a una esfera donde la comprensión humana no puede penetrar. Las descripciones de los padecimientos físicos El relato cuádruple de los incidentes de la Pasión es necesario con el fin de establecer la exactitud histórica del Hecho; también nos provee del único medio posible para columbrar algo del misterio del “padecimiento de muerte” que iba efectuándose en las insondables honduras del alma de la Víctima. Pero hemos de fijarnos en la gran economía de palabras de los relatos evangélicos, que evitan la descripción de los hórridos efectos del látigo romano y del suplicio de la crucifixión en el cuerpo del

Señor. El corazón de Pedro se partiría al contemplar -aun de lejos- los terribles sufrimientos corporales de su amado Maestro, pero, por la pluma de Marcos, se limita a comunicarnos: “Pilato ... entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuese crucificado... y le están crucificando, y parten sus vestidos, echando suertes sobre ellos, qué se llevaría cada uno; y era la hora de tercia y le crucificaron” (Mar. 15:15,24,25 trad. lit.). El cambio del tiempo “presente histórico”, que denota la observación del testigo ocular, al tiempo aorista, que señala el hecho consumado, es muy significativo, pero falta por completo todo intento de efectismo, o de excitar mera conmiseración frente a los dolores físicos. “Hijas de Jerusalén dijo el Varón de Dolores a quienes lamentaban- no lloréis por mí, sino por vosotras mismas y por vuestros hijos ... “ (Luc, 23:28). Juan, desde su punto de vista especial, señala el triunfo detrás de toda la aparente debilidad y dolor por las palabras: “y él, llevando su cruz, salió al lugar que se llama de la Calavera ... “ (Juan 19:17). Hay himnos evangélicos que necesitan enmendarse a la luz de esta santa reserva de las Escrituras sobre el detalle del suplicio físico de Jesús, pues, en lugar de dirigir la mirada del adorador a la realidad interna y espiritual de los padecimientos, la detienen en el umbral, en un punto no muy alejado de los patéticos crucifijos de los muchos cristianos que enfocan una luz dudosa sobre el hecho de que “por flaqueza fue crucificado” sin señalar para nada la culminación natural de tal hecho: “pero vive por el poder de Dios” (2 Cor. 13:4). Indicios de lo trascendental del Hecho Los Evangelistas se limitan a notar los pasos del Señor al pisar el sangriento camino de dolor que arranca del Huerto de Getsemaní, y termina en la Cruz con la exclamación: “En tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46). En su mayor parte podría ser el sobrio relato del martirio y fiel testimonio de cualquier siervo de Dios que muriera por su fe, sometido al atroz sufrimiento del látigo romano y al de la crucifixión. ¿Tenemos alguna base para creer que acertó el escritor de Hebreos al considerar que allí se efectuara un Sacrificio de valor trascendental, en la “consumación de los siglos”, para quitar de en medio los pecados? (Heb. 9:26). Muchos han creído que el valor expiatorio de la Cruz es un concepto añadido al hecho del martirio por la fervorosa imaginación de los discípulos, erigido luego en sistema teológico por la mente rabínica de Pablo. Frente a tales supuestos hemos de ver que el significado de la Cruz se determina: a) por las predicciones y presagios del A. T., teniendo en cuenta la unidad de las Escrituras; b) por las explicaciones inspiradas, no sólo de Pablo, sino de todos los Apóstoles; e) por los prenuncios del mismo Señor; d) por las aclaraciones del Señor resucitado; e) por varios indicios en los relatos mismos que transparentan el Hecho Eterno a través del velo del acontecimiento histórico. La luz conjunta de estas Consideraciones ilumina el Gólgota con tal brillantez que el creyente humilde lo reconoce sin sombra de duda como el Altar donde Cristo, siendo él mismo Víctima y Sacerdote, ofreció la Vida de infinito valor en expiación por el pecado según el “determinado consejo y providencia de

Dios”, conocido ya antes de la fundación del mundo, pero manifestado al fin de los tiempos por amor a nosotros (1 Ped. 1:18-20). En este punto nos hemos de limitar a una breve referencia a los puntos e), d) y e) de los que acabamos de mencionar, con el fin de probar que tenemos todo derecho de discernir, a través del hecho externo de los sufrimientos y la crucifixión de Jesucristo, la consumación de aquel plan de Dios según el cual fuimos elegidos en él desde antes de la fundación del mundo (Efe. 1:4). Los prenuncios del Señor: su Muerte es el cumplimiento de las Escrituras Habrá más que decir sobre las declaraciones del Señor con referencia a su Muerte, pero aquí sólo queremos subrayar algunas de ellas para que se vea que él conocía de antemano cuanto le había de suceder, que concedía al hecho una importancia trascendental, y que lo relacionaba con el concepto de un sacrificio expiatorio ya presentado en la revelación preparatoria del A. T. Las claras predicciones del hecho del rechazo, de los sufrimientos, de la Muerte y de la Resurrección empiezan después de la Confesión de Pedro en Cesarea de Filipo: “Desde aquel tiempo comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le convenía ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos ... y ser muerto, y resucitar al tercer día” (Mateo 16:21, con 17:9,12; Mar. 10:32-45, etc.). La referencia “a su éxodo que había de cumplir en Jerusalén”, tema de la conversación entre el Señor, Moisés y Elías en el Monte de Transfiguración (Luc. 9:31), es de importancia singular, puesto que señala el hecho como el más importante de la obra del Mesías, digno de ser notado en circunstancias tan gloriosas, siendo notable que se llamara “su éxodo”, que era crisis de sacrificio y de liberación. Varias veces el Señor relaciona los padecimientos y la muerte que se avecinaban con las profecías del A.T.: “Elías, en verdad, viene primero, y lo restaura todo; pero ¡cómo está escrito del Hijo del Hombre que padezca muchas cosas y que sea tenido en nada?” (Mar. 9:12). En la víspera de la Pasión leemos: “El Hijo del Hombre se marcha como está escrito de él; pero ¡ay de aquél por quien es entregado!” (Mat. 26:24; comp. Marcos 14:21; Luc. 22:22). Anteriormente, en el camino a Jerusalén, Jesús había dicho a los Doce: “He aquí, subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del hombre, pues será entregado ... escarnecido ... azotado ... le matarán” (Luc. 18:31-34). Aun el prendimiento en el Huerto se relacionó con el anuncio profético: “Diariamente estuve con vosotros enseñando en el Templo, y no me prendisteis: mas esto es para que se cumplan las Escrituras” (Mar. 14:49). El “bautismo”. Además de las predicciones directas del Señor, y las claras indicaciones del elemento de “cumplimiento” en su muerte futura, empleaba ciertos términos velados que anticipaban una angustiosa crisis que había de culminar su carrera aquí abajo. Uno de ellos asemeja la crisis a un bautismo: “¿Podéis beber la copa que yo bebo (“que he de beber” en Mateo), o ser bautizados del bautismo de que yo soy bautizado?”, preguntó a los ambiciosos hijos de Zebedeo (Mar. 10:39). Sin duda el “bautismo” se refería a la muerte que le esperaba, en el que Juan y Jacobo participarían únicamente

después de quitar el Señor su aguijón. Igual metáfora se halla en Luc. 12:49-50, donde se destaca más la nota de angustia: “Fuego vine a echar sobre la tierra, ¡y cómo quisiera que ya se hubiese encendido! De un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y cómo me angustio (de qué manera me hallo apremiado) hasta que se haya cumplido!” Por su bautismo a las manos de Juan el Bautista, Jesús se identificó con su pueblo, para “cumplir toda justicia” a su favor, pero aún quedaba por realizar el hecho que representaba la inmersión simbólica en el Jordán. El Señor se hallaba como si fuera “estrechado” y “apremiado” hasta que hubiera pasado por el abismo de la muerte, puesto que sólo al otro borde pudo conseguir el poder de echar el fuego del Espíritu Santo sobre la tierra. Este mismo sentido de una obra apremiante, que había de acabarse, según la voluntad de Dios y por encima de todas las maniobras de los hombres, se halla en Luc. 13:32,33. Los fariseos amenazaron a Jesús con la venganza de Herodes Antipas, pero el Señor les contestó: “Decid a esa zorra: He aquí, echo fuera demonios y efectúo sanidades hoy y mañana, y al tercer día termino mi carrera (lit. soy consumado). Me es necesario, sin embargo, seguir mi camino hoy y mañana y pasado mañana, porque no cabe que muera un profeta fuera de Jerusalén.” He aquí una clarísima anticipación de la consumación de su misión, por medio de su muerte en Jerusalem, después de acabarse el ministerio de sus poderosas obras. La “copa”, El simbolismo de la “copa”, sea de veneno como medio de ajusticiar a un reo de muerte, sea de vino como símbolo de alegría, es conocido en el A. T. (comp. Eze. 23:31-33 con Sal. 23:5; 116:13). No es dudoso, pues, el significado de la “copa” que tomó de las manos de su Padre en el Huerto, llenándose Jesús de angustia y asombro al llegar el momento de la última e irrevocable decisión (Mar. 14:33-36, etc.). Ya había entregado anticipadamente la “copa de salvación” a los suyos en la Cena que acababa de celebrar con ellos (Mar. 14:23,24). La “Hora”. La reiteración de la “hora”, que marca la consumación de la obra encomendada al Hijo, es muy típica del Evangelio de Juan: “Respondióles (Jesús a los griegos): Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado.De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; mas si muere lleva mucho fruto ... Ahora está turbada mi alma, ¿y qué diré? .. ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas por esto he venido a esta hora. ¡Padre! ¡Glorifica tu Nombre!” (Juan 12:23,24,27,28; comp. 13:1; 16:32; 17:1). La “hora” angustiosa era también la hora en que tanto el Padre había de ser glorificado por la obra del Hijo, como éste había de ser glorificado como Triunfador por el Padre. Desde otro punto de vista, sin embargo, que es el funesto anverso de la medalla, la “hora” era la del descubrimiento de los abismos del mal, la del auge de las fuerzas satánicas que se oponían a la voluntad de Dios: “Ésta es vuestra hora -dijo el Señor a la turba- y la potestad de las tinieblas” (Luc. 22:53). El “levantamiento”. Otro término, grávido de sentido profético, es el del “levantamiento del Hijo del Hombre” (Juan 3:14; 8:28; 12:32-34), y es importante notar que en todos estos casos el verbo es

“hupsoo”, que equivale a “levantar en alto”, “exaltar”, con connotaciones de gloria y de potencia. Volveremos sobre este concepto más adelante, pero consta aquí para que se vea que, según la evidencia de los Evangelios, Cristo esperaba una crisis que, en su forma externa sería un “levantamiento” para muerte, pero que en su sentido interno significaría el triunfo y la exaltación. Las aclaraciones del Resucitado Es Lucas quien recoge palabras del Resucitado que aclaran con admirable lucidez la unidad de las Escrituras en torno a su Persona, y que resaltan al mismo tiempo el tema del Mesías que salva a través del sufrimiento; pensamiento que los verdaderos israelitas debieran haber comprendido al meditar en los símbolos y profecías del A. T. Al reprochar a Cleofas y a su compañero su tardanza en comprender el significado de la Cruz y de la tumba vacía Jesús exclamó: “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y entrara en su gloria?” Un poco más tarde explayó el tema más detenidamente delante de los Once reunidos: “Éstas son las palabras que os hablé estando aún con vosotros, que era necesario que se cumpliesen todas las cosas escritas en la Ley de Moisés, y en los Profetas y Salmos, referentes a mí ... así está escrito que el Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos al tercer día, y que se predicase en su nombre el arrepentimiento para remisión de pecados” (Luc, 24:26,27, 44-47). Notemos el enlace aquí entre todas las secciones del A. T., las enseñanzas de Cristo anteriores a la Cruz, el hecho consumado de la Muerte y la Resurrección, y las aclaraciones del Resucitado, quien se digna volver a ser el Maestro de sus discípulos, con el propósito de “abrir sus mentes para que entendiesen las Escrituras”. Detalles reveladores de los relatos Hemos notado que los Evangelistas se limitan a narrar los detalles de la Pasión, desde el prendimiento hasta la muerte del Salvador, sin suplir comentarios doctrinales que expliquen el significado de la muerte como Sacrificio expiatorio. Con todo, abundan pinceladas que distinguen la escena de la de un mero martirio, y los Evangelistas, como el Maestro mismo en la víspera de la Pasión, señalan el elemento de “cumplimiento”. a) Según el relato de Juan 18:4-11, la compañía que había de prender a Jesús cayó a tierra al anunciar él que era Jesús el Nazareno, y en Mat. 26:53 Cristo hace constar que disponía de “más de doce legiones de ángeles” para su defensa. Los dos pasajes evidencian que Jesús se entregó por su propia voluntad en las manos de sus perseguidores al llegar la hora señalada, y que en manera alguna habrían tenido los hombres poder sobre él si no hubiesen sido los instrumentos culpables en lo que tocaba a ellos- de la realización de los planes de Dios (Comp. Juan 19:36). b) El sueño de la mujer de Pilato (Mateo 27:19) señala el misterio que rodeaba a la Persona de “ese justo”. e) La manera en que se presenta la alternativa de “Cristo o Barrabás”, y la sustitución de éste por el Inocente que padece y muere en la cruz del criminal, es más que una coincidencia, e ilustra

dramáticamente el principio de sustitución (Mat. 27:13-23). d) La impresión que el Reo hizo en Pilato, quien le entrega por miedo a las maquinaciones de los judíos, declarando a la vez que era un hombre sin culpa y “rey de los judíos” (Mat. 27:24, etc.) señala mucho más que un mero fallo en la justicia humana. e) El Crucificado que concede a otro un lugar en su Reino, durante la horrible crisis de dolor, no es un Mártir, sino un Rey que abre las puertas de su Reino por el misterio de la muerte (Luc. 23:39-43). f) Las densas tinieblas sobre toda la tierra desde mediodía hasta las tres de la tarde, que no pudieron obedecer a ningún eclipse de sol -por ser luna llena en la época pascual- tenían carácter sobrenatural y simbólico, como comprendieron muchos espectadores (Luc. 23: 44-48). g) El grito de “Consumado es”, con la voluntaria entrega del espíritu de Cristo a su Padre, mucho antes del tiempo normal de sobrevenir la muerte física a causa de la crucifixión, habla elocuentemente de una obra de Dios, bajo el control, no de gobernadores, centuriones y soldados, sino del mismo Siervo que la llevaba a cabo (Juan 19:30-34). h) El discípulo amado, testigo ocular de todo, apunta tres profecías cumplidas en las circunstancias de los padecimientos y de la muerte: Juan 19:24 (Sal. 22:18); 19:36 (Éx. 12:46, el simbolismo del cordero pascual); 19:37 (Zac. 12: 10). Es interesante notar que las profecías se hallan en las tres secciones de las Escrituras que el Señor menciona en Luc. 24:44, o sea, la Ley, los Profetas y los Salmos. i) Los tres Sinópticos notan el hecho de que el velo del Templo fue rasgado de arriba abajo en el momento de consumar Jesús su obra en la Cruz (Mat. 27:51, etc.): símbolo que relaciona el Acontecimiento con todo el significado del sistema levítico (Hebreos 10:19-22). j) Sólo Mateo (27:50-53) hace mención del terremoto que abrió las tumbas de muchos santos, quienes aparecieron a muchos después de la Resurrección de Jesús, el hecho que anticipa el gran triunfo sobre la muerte efectuado por la Muerte y Resurrección del Vencedor. A no ser, pues, que rechacemos todo el testimonio de los escritos sagrados, no podemos dejar de comprender que la Cruz no es sólo un acontecimiento dramático de gran fuerza emotiva, sino la consumación de la obra mesiánica. Hemos de hallar una gran plenitud de “doctrina de la Cruz” en las páginas de los Evangelios, sin acudir a los escritos aclaratorios de los Apóstoles, pero es importante que estudiemos esta doctrina sobre el fondo de los símbolos y de las profecías del A. T., que tantas veces se citan por el mismo Señor.

EL CONCEPTO DEL SACRIFICIO EXPIATORIO EN EL A. T. Todo estudiante serio de las Escrituras ha de buscar las semillas y las raíces de las doctrinas cristianas en las páginas del A. T. El mismo Señor se crió, como Hombre en un ambiente puramente judaico y “vino a ser ministro de la circuncisión, en favor de la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres” (Rom. 15:8), y ya hemos visto de qué forma apelaba a los escritos de la revelación

anterior en su propio ministerio. De igual forma, los Apóstoles eran hebreos, nutridos todos en las Escrituras, hallando en ellas los conceptos que llegan a su pleno desarrollo en el Nuevo Pacto además de gran acopio de ilustraciones. Más importante aún es que recordemos la unidad de la revelación, y el hecho de que Dios mismo estaba preparando, ilustrando y anticipando en los siglos anteriores a Cristo lo que se había de manifestar cumplidamente en su Hijo (Heb. 1:1-2). Todo intento de encontrar la clave de los grandes conceptos de la verdad cristiana en los pervertidos sistemas idólatras -aun tratándose de los relativamente puros- es una peligrosa desviación, que rehusa reconocer la obra del Espíritu de Dios en el A. T. (2 Tim. 3:13-17). Frente a ciertas coincidencias externas de rito y de expresión podemos pensar más bien que proceden de una revelación primítiva de Dios, recogida y conservada en Israel -el siervo de Dios para eso mismo-, pero que sufrió un proceso de progresiva degeneración entre otras razas que perdían el conocimiento del Dios único (Rom. 1:19-32). Las relaciones de Dios con el hombre En toda la Biblia se entiende que el hombre, por las condiciones de su creación, su ser y su destino, debiera hallarse en comunión con Dios, sujeto a su Creador, pero basándose esta sujeción en el amor mutuo, y en el hecho de que el desarrollo de las posibilidades del hombre dependen de que halle su centro en Dios, de quien recibe la “plenitud” que la gracia pone a su disposición, y sin perder por ello su personalidad, que es obra de Dios. Al principio de la Biblia se hallan indicaciones tanto de lo que el hombre había de ser, según el designio de Dios, como también del trágico fracaso que entraña la Caída: fallo que desordenó todas las relaciones entre Dios y su criatura, en el terreno personal, moral y espiritual. La Biblia es la historia de la Redención, que ha de basarse en la renovación de las debidas relaciones entre Dios y el hombre, que, a su vez, requiere la expiación del pecado -la gran barrera que impide la comunión-, además de la propiciación que satisfaga las demandas de la justicia de Dios. No podemos entender el concepto de sacrificio si no lo asociamos con esta necesidad de satisfacer las exigencias del Trono de Dios. Expiación, propiciación, justificación, reconciliación y redención En brevísimo resumen definimos estos términos, tan íntimamente relacionados con el concepto del sacrificio en general, y con el gran Sacrificio del Calvario en especial. Para más detalles el estudiante tendrá que acudir a los cursos doctrinales, y al detalle de la exégesis de libros como Romanos, Gálatas y Hebreos, pues aquí se trata de orientarle en cuanto a la preparación simbólica y profética que precedió la manifestación del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. El término “expiación” tiene que ver con el pecado en sí, y denota el modo de “cubrirlo” o “borrarlo”, con el fin de que deje de ser una ofensa delante del justo y santo Dios. “Propiciación” es otra faceta del mismo proceso, pero con

referencia a la persona ofendida; en la esfera humana supone efectuar un acto de desagravio que contente a tal persona. En el sentir de los sistemas idólatras, es agradar a la divinidad, que se cree ofendida, mediante alguna ofrenda. Sobre el elevado plano de la doctrina cristiana quiere decir que la justicia del Trono de Dios -necesariamente inmutable- es incompatible con el pecado, que produce “ira”, y que sólo un sacrificio eficaz puede “propiciar” a Dios, o sea, ofrecer la “satisfacción” adecuada a las demandas inflexibles de la justicia divina. Va sin decir que los sacrificios animales sólo podían apuntar ciertas lecciones y señalar hacia el Sacrificio de infinito valor que el Dios-Hombre había de ofrccer en el Gólgota. La justificación es la consecuencia de la propiciación, siempre que un pecador se valga del remedio, identificándose con Cristo por la fe, para que la “satisfacción” que presentó el Salvador a Dios se cuente como la suya propia, haciendo posible que “Dios sea el justo y el que justifica al que pone su fe en Jesús” (Rom. 3:21-26). La “reconciliación” es también la consecuencia directa de la propiciación, señalando la renovación de las debidas relaciones entre Dios y el hombre. Es tal el valor de la obra de la Cruz, ofrecido por el Hijo del Hombre, el Postrer Adán, que, en principio, Dios está ya “reconciliado” con la raza gracias a la satisfacción completa que se ha presentado ante su Trono. Ahora toca al pecador “reconciliarse con Dios” por someterse a su Soberano por el arrepentimiento y la fe (Rom. 5:8-11; 2 Cor. 5:18-21). La redención es la liberación de la esclavitud, en sus múltiples manifestaciones, que resulta del hecho del pecado y del dominio de Satanás. Una comparación de Juan 3:16 con Juan 3:36 muestra que el amor de Dios, que anhela la salvación del hombre y le lleva a “dar a su Hijo”, es compatible con la “ira de Dios” que permanece sobre el hombre rebelde, siendo ésta la reacción inevitable y constante de la perfectísima justicia de Dios frente al pecado sin expiar del hombre. Del Edén a la Pascua Sólo la miopía espiritual -o la oposición al concepto de la unidad de la revelación bíblica- puede dejar de ver que el tema del sacrificio nos sale al paso inmediatamente después de la Caída, como parte principal de la revelación original que Dios quiso dar de sí mismo; ésta, a su vez, brota de los designios de bendición que Dios propuso en Cristo antes de la fundación del mundo (Efe. 1:3-4; 1 Ped. 1:18-20; 2 Tim. 1:8-12; Tít. 2:11-14). Las “túnicas de pieles” con las que Dios vistió a la pareja, ya pecadora y avergonzada (Gén. 3:21), no pueden dejar de tener su hondo significado, y han de entenderse a la luz de la experiencia posterior de Abel, de Noé, de Abraham, y en la perspectiva de todo el tema de “sacrificio”, “expiación” y “jutificación” que se explaya en la Biblia entera. Muchos otros materiales habrían servido para cubrir la desnudez de Adán y de Eva, pero su vergüenza surgió, no de consideraciones anatómicas ni fisiológicas, sino del hecho del pecado que había sumido sus relaciones con el Creador en terrible desorden, sufriendo por lo mismo sus relaciones entre sí, notándose el

desbarajuste también en las esferas síquicas y físicas. Tal pecado necesitaba la manifestación anticipada del único remedio, el del Sacrificio del Calvario, de modo que animales inocentes murieron para que el hombre fuese vestido. Sólo así se entiende la ofrenda de Abel, a la que Jehová pudo “mirar”, hallando en ella el símbolo del Cordero de Dios “que fue inmolado desde antes de la fundación del mundo” (Génesis 4:4 con Apoc. 13:8). No se dice en Gén. cap. 4 que Abel inmolara su cordero, pero se ha de entender a la luz de toda la revelación de las Escrituras sobre el tema, y, siendo obra de fe, según el comentario inspirado de Heb. 11:4, tuvo que basarse en una revelación anterior. Al llegar a los tiempos de Noé, hallamos animales “limpios” aceptables para el sacrificio- y otros que no lo eran, y el patriarca, salvado del juicio, “edificó un altar a Jehová, y tomó de todo animal limpio, y de toda ave limpia y ofreció holocaustos sobre el altar” (Gén. 8:20-21). Jehová, que había “mirado” con agrado el sacrificio obediente de Abel, aceptó como “olor grato” el holocausto de Noé, basándose la promesa de no maldecir más al hombre en el valor simbólico de la ofrenda. Las ofrendas de Noé indican claramente que el holocausto por lo menos -quiere decir “la ofrenda del todo quemada” era conocido durante la época antediluviana, constituyendo la base de la comunión con Dios. Sin duda alguna los hombres habrían ya pervertido el concepto en consonancia con la locura de la idolatría (Rom. 1:21-23), pero eso no anula el hecho de la revelación primaria y divina, que había de hallar su culminación en la Cruz. Abraham y los patriarcas invocan a Jehová sobre el altar y los sacrificios, y estos últimos sirvieron también para la consagración del Pacto incondicional, de gracia soberana, que Dios concedió a su siervo fiel (Gén. 12:8; 15:7-17; 22:13; 26:25; 35:7). El cordero pascual La historia del Éxodo de Israel, con la institución de la Pascua, es tan conocida que solamente necesitamos recordar al lector que, estando los egipcios bajo sentencia de muerte en la persona de los primogénitos, un medio de salvación fue ofrecido a las familias israelitas con tal que inmolaran cada una un cordero sin mancha, aplicando la sangre luego a los postes y al dintel de las puertas. Se congregaron en la casa después para comer el cordero, seguros de que el Ángel destruidor “pasaría” de cada morada que ostentara la señal de la sangre. Muerte había en todas las casas de Egipto aquella noche, pero en las de los egipcios murió el primogénito, mientras que en las de los israelitas, fue la víctima sustitutiva la que dejó de vivir. La sangre aquí empieza a adquirir el sentido de “la vida dada en expiación o en sustitución”, y se presenta como la base de la redención del pueblo, que fue confirmada luego por el poder de Dios al llevar a Israel al otro lado del Mar Bermejo, dejando a sus enemigos anegados en el mar.

El rito de la Pascua recordaba la redención pasada y parcial del Éxodo, al par que tipificaba la redención futura y completa que se efectuaría por la ofrenda del “Cordero de Dios”, y todo lector atento de la Biblia sabe que el Señor celebró la Pascua con toda solemnidad, juntamente con la familia espiritual de sus discípulos, antes de instituir la “Cena del Señor” que hablaría por los siglos del Hecho consumado de la redención, puesto a la disposición de quienes “comían” y “bebían”. Los sacrificios levíticos El derramamiento de la sangre de víctimas es la base de todo el sistema levítico, que en sí hacía posible la manifestación de la presencia de Dios en medio del pueblo pecador, ya que presentaba por anticipado la obra de la Cruz. Por lo mismo el autor de Hebreos declara que: “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Heb. 9:22). Los capítulos 1 a 6 de Levítico explican el modo de presentarse varios tipos de sacrificios de sangre, individuales y voluntarios, que los israelitas podían y debían llevar al altar de bronce según su comprensión de su pecado delante de Dios. El holocausto, que era del todo quemado, hablaba de la satisfacción que Dios había de recibir por el Sacrificio único; el sacrificio de paces, en el que participaba el adorador, indicaba la posibilidad de la reconciliación y de la comunión sobre la base de la expiación; los distintos tipos de ofrendas por el pecado o por la culpa señalaban la ofensa que tenía que borrarse, siendo todo acto pecaminoso algo que afectaba la honra y gloria de Dios. En todos los casos la sangre (la vida derramada en sacrificio) se presentaba delante de Dios, y en todos los casos el pecador ponía su mano sobre la cabeza de la víctima antes de ser ésta degollada, como manifestación de identificación, seguida por la sustitución. El Día de las Expiaciones constituía la culminación del año ritual de los israelitas (Lev. cap. 16), revistiéndose los actos simbólicos de inusitada solemnidad. Los dos machos cabríos constituían dos facetas de una sola ofrenda por el pecado que se consumaba a favor de todo el pueblo, presentándose la sangre de uno en el Lugar Santísimo, mientras que el otro, enviado lejos al desierto, servía para representar la manera en que el pecado expiado se quita de en medio, sin que Dios se acuerde más de él. Las ceremonias de tan señalado día constituyen el fondo ilustrativo de las enseñanzas de Heb. 9:1-10:25 sobre la obra mediadora de Cristo, quien es a la vez Víctima y Sacerdote. Tal obra nos asegura entrada libre a la misma presencia de Dios en el “Lugar Santísimo” celestial. El simbolismo de la Sangre Inmediatamente después de la descripción de las solemnidades del Día de las Expiaciones, hallamos en el cap. 17 de Levítico una definición de gran valor sobre el simbolismo de la sangre. Siempre tenía que ser vertida por los israelitas, y jamás comida (en contraste con las prácticas idólatras, Lev. 17:7):

“porque la vida de la carne en la sangre está, la cual os he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; porque la sangre, en virtud de ser la vida, es la que hace expiación”(Lev. 17:11, Vers. Mod. y lit.). La sangre en las venas de la víctima no hace expiación, sino la que se derrama sobre el altar, llegando a significar “una vida dada en sacrificio”. Todo anticipaba el momento en que la Víctima expiatoria, Dios y Hombre, ofrecería una Vida de infinito valor sobre el altar de la Cruz -y la entrega de la vida equivale a la consumación de la muerte- en satisfacción por aquello que “no había tomado”. Es imposible entender las muchas referencias al valor redentor “de la sangre de Cristo” en el N. T. sin fijarnos en el simbolismo levítico. Resumen del concepto del sacrificio en el A. T. 1. Los sacrificios reconocen la necesidad de restaurar las relaciones del hombre con Dios que se han roto por el pecado. 2. Reconocen el hecho del pecado y la necesidad de hallar el medio de expiarlo. 3. Reconocen la necesidad de la confesión del pecado, y la identificación del pecador con la víctima 4. Señalan la necesidad de la intervención de la muerte de la víctima pura e inocente en lugar del pecador. 5. La “sangre” llega a ser la señal de la vida ofrecida en expiación y en sustitución. 6. El trazado del Tabernáculo (o Templo) indicaba la dificultad del acceso a la presencia de Dios. pero, a la vez, daba esperanza de que, por medio del sacrificio, se abriera el camino. 7. La constante repetición de los sacrificios, y la corta duración de la vida y el ministerio de los sacerdotes, indicaban unas condiciones incompletas y preparatorias y la necesidad de una consumación futura (Heb. caps. 7, 9, 10). Los relatos de la crucifixión enlazan el hecho histórico con la preparación simbólica que acabamos de reseñar por la celebración de la Pascua y la institución de la Santa Cena, en la víspera de la Pascua (Mal. 26:26-29, etc.) y por el testimonio de Juan sobre “la sangre yagua”, unido a la identificación de Jesús crucificado con el Cordero Pascual (Juan 19:33-36).

LAS PROFECÍAS SOBRE EL MESÍAS QUE HABÍA DE SUFRIR Recordemos las enseñanzas que el Señor resucitado dio a los suyos en Luc. 24:25-27; 44-47, que afirmaron la constancia del tema del Mesías que había de sufrir vicariamente en “todas las Escrituras”.

Ya hemos visto el testimonio de la Ley, o sea, el de los libros del Pentateuco, y nos resta notar la evidencia de los Salmos y de los Profetas. El Mesías que sufre en los Salmos Como típicos, invitamos al lector a leer los salmos 22, 69 y 102. En su mayor parte describen penosas experiencias de David, o de otro poeta inspirado, al pasar por profundos abismos de aflicción; pero, según el elemento de “profecía subjetiva” en el Salterio, nos damos cuenta de que las expresiones pasan a menudo a un plano más sublime, sobre el cual el escritor inspirado llega a ser portavoz de experiencias que sólo podían realizarse plenamente en “Aquel que venía”. Mucho del Salmo 22 podría corresponder a algún trance especialmente amargo de David, pero cuando leemos: “horadaron mis manos y mis pies” ... “partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes”, nos damos cuenta de que la luz de la inspiración se enfoca ya en aquel que pasó por el dolor que es sobre todo dolor. Volviendo a leer el salmo, ya en su sentido mesiánico, hallamos que todo él corresponde a la agonía del Hijo de David, y al triunfo de su Resurrección, por lo menos hasta el v. 22. Tanto es así que en sus primeras palabras el Mesías agonizante halla la expresión de su dolor sin límites: la experiencia de sentirse hundido en la absoluta desolación al hacerse responsable delante del Trono de la justicia de Dios por la culpabilidad de la “raza inmensa”. Se aplican cierto número de textos de los salmos al Señor en el N. T. sacados de pasajes que no son manifiestamente mesiánicos en sí, pero eso muestra que hilos de revelación mesianica se hallan entretejidos en toda la urdimbre de los salmos (Sal. 31:5; 41:9, etc.). Percibimos muchos “ecos” mesiánicos en el salmo 118, que es parte del “Gran Hallel” que el Señor cantó con los suyos antes de salir del Cenáculo para dirigirse al Huerto de Getsemaní. La gran profecía de Isa. 52:13-53:12 Ciertos teólogos han contrapuesto la labor de los sacerdotes y de los profetas del régimen preparatorio -a menudo en aras de sistemas modernistas de interpretación- procurando hacer ver que los sacerdotes querían mantener el ritual a todo trance, mientras que los profetas llamaban al pueblo a una vida moral, al arrepentimiento y a la obediencia a la Ley, condenando a menudo los ritos por hallarlos vacíos de sentido espiritual. El hecho es que los profetas, según el sentido del conjunto de todos los pasajes pertinentes al tema, condenaban los actos rutinarios del culto, pero no el culto mismo. El mismo David, profeta y rey, ve la necesidad de que los sacrificios expresen una voluntad rendida delante de Dios (Sal. 40:6-8), pero, al mismo tiempo, él es el encargado de renovar y ordenar las formas del culto que habían de prevalecer en el Templo (1 Crón. capítulos 22 a 26), y tanto Jeremías como Ezequiel eran sacerdotes además de ser profetas. La profecía que consideramos aquí es de suma importancia, puesto que predice la obra del Mesías en

términos del sentido verdadero de los sacrificios, enlazando el testimonio profético con el sacerdotal en un sublime pasaje que entraña las verdades más profundas de la futura obra sustitutiva y triunfal del Siervo de Jehová. Mucha de la doctrina de la Cruz que se halla en los Evangelios y las Epístolas se expresa en términos sacados de esta “cantera” de sublimes conceptos. Rogamos al lector que estudie el pasaje, a ser posible, sobre la Versión Moderna que aclara frases de dudoso sentido en la Verso R. V. De paso notamos que las profecías sobre el “Siervo de Jehová” empiezan en Isa. 42:1, y que Mat. 12:18-21, Luc. 4:17-21 establecen la identidad: Siervo de Jehová = el Mesías = Jesucristo. Preludio, 52:13-15. El Siervo ha de ser muy ensalzado, pero en un paréntesis aparentemente contradictorio, se nota un momento cuando se halla “desfigurado su aspecto más que el de hombre alguno”. Es la paradoja que se resuelve por la victoria ganada a través del vergonzoso sufrir de la Cruz. El Siervo y su pueblo, 53:1-3. Habla Israel, consciente ya de su grave error al haber rechazado a su Mesías, y recuerda la presentación del Siervo en humildad, sin aquella gloria externa que podía haberles impresionado. El Varón de dolores, 53:3. El Siervo despreciado es “Varón de dolores, experimentado en padecimientos”, sujeto a una vida de sufrimiento por las mismas condiciones de su servicio entre la raza pecadora, siendo desechado aun por el pueblo escogido. El Siervo y las iniquidades de su pueblo, 53:4-6. Pasamos a un dolor más hondo, causado por el extravío del pueblo “como ovejas”, por las iniquidades de la naturaleza caída, y por las transgresiones de los rebeldes contra la Ley de Dios. Israel ya comprende su culpabilidad y el hecho de que el Siervo sufrió el castigo, la aflicción, el quebranto y las llagas por ellos. La expresión de sustitución es clarísima: “Fue traspasado por nuestras transgresiones, quebrantado por nuestras iniquidades ... Jehová cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros”. Debemos notar que la figura de “cargar” sobre la Víctima la iniquidad de todos no ha de tomarse como si el pecado fuese una “cosa” que se puede transferir literalmente sobre el Sustituto, pues el pecado es el movimiento de la voluntad del hombre contra la de Dios, efectuándose en la esfera moral, dejando un estado de culpabilidad, o de responsabilidad moral, en vista del mal que se ha hecho. “Cargó sobre él” indica que el Sustituto se responsabilizó con la raza pecadora, habiéndose dispuesto a dar la satisfacción a las demandas de la justicia de Dios que los hombres en sí eran incapaces de dar. El Siervo como Cordero, 53:7. La figura del Siervo conducido “como cordero al matadero” es muy significativa, ya que la obra del sufrimiento vicario se enlaza con el simbolismo levítico que hemos venido considerando, y provee a Juan el Bautista los términos de su gran declaración: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” El Siervo y Jehová, 53:6, 10. A veces, en el N. T., el Señor se identifica con Jehová del A. T., pero aquí hemos de entender el título como el que corresponde al Dios de Israel, delante de quien el Siervo lleva a

cabo su obra. Se han de expresar con sumo cuidado las relaciones entre el Señor y su Padre con referencia a la obra de la expiación. La frase “Jehová quiso quebrantarle” (53:10) quiere decir únicamente que la obra de expiación obedecía a un designio divino, que surgió, como sabemos por otras Escrituras, del consejo conjunto de Padre, Hijo y Espíritu Santo. “Jehová cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros” señala a la Víctima frente al sublime tribunal de la justicia divina, haciéndose responsable por la culpabilidad de la raza, y ha de verse a la luz de verdades complementarias que señalan la unidad de la voluntad del Trino Dios en la obra de la Cruz: “Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí (2 Cor. 5:19) y “¡Cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mácula a Dios” (Hebreos 9:14). Como gloriosa consecuencia de haber cumplido la voluntad de Dios, “el placer (la voluntad) de Jehová prosperará en su mano” (53:10). El alma (vida) del Sustituto, 53:10-12. En estos versículos “alma” y “vida” representan la misma palabra, y las profundas frases necesitan entenderse a la luz de lo que se ha expuesto arriba sobre el significado de la “sangre”, o sea, “la vida derramada en expiación sobre el altar de sacrificio”. El Siervo “ofrenda su vida (alma) por el pecado” ... “derrama su vida hasta la muerte” ... verá el fruto de “los dolores de parto de su alma” (53:11). La “ofrenda” no es menos que la misma Vida de valor infinito de la Víctima, quien nada retiene al entregar la única “satisfacción” que pudo ser aceptable delante del tribunal de Dios. Misterios insondables se encierran en estas frases, pero quedamos admirados ante tan clara revelación en expresiones que habían de ser citadas y subrayadas en la realidad del Nuevo Pacto, pero nunca superadas. El Siervo “cortado”, sepultado y vivo, 53:8, 9, 10. Léanse estos versículos en la Vers. Mod. para ver la claridad de la predicción de la muerte del Siervo por la transgresión del pueblo, de su sepultura con un rico, a pesar de haber sido dispuesto su entierro con los inicuos, y luego la mención de la prolongación de sus días, hechos fructíferos en la formación de un nuevo “linaje”. El triunfo del Siervo, 53:10, 11, 12. El epílogo del cántico vuelve a entretejer el tema del sufrimiento vicario con el del triunfo total, fruto del derramamiento de su alma, igual que el prólogo de 52:13-15. La extraña historia, tan diferente de los anales de las hazañas de los vencedores de este mundo, es la revelación del “brazo de Jehová”, o sea, la de su poderosa obra que llevará a su culminación su “placer”. Si hace falta más prueba de que aquí el Espíritu escribe anticipadamente la historia de la obra de expiación, podemos notar que Isa. 53:12, “con los transgresores fue contado”, se cita en Mar. 15:28 y en Luc. 22:37 en relación con la entrega del Señor, mientras que Felipe, bajo inspiración del Espíritu, “empezando por esta escritura, predicó a Jesús” al eunuco (Hechos 8:32-35). El Hecho histórico, pues, que cierra el relato de los Evangelistas, ha de interpretarse a la luz de esta revelación profética de ocho siglos antes. Tal es la maravilla del Hecho y del Libro inspirado que lo describe.

La salvación por la gracia de Dios en el A. T La Ley cumplía su obra disciplinaria, que revelaba y condenaba el pecado, pero tanto en el A. T. como en el N. T. la salvación llega a los hombres por las estupendas operaciones de la gracia de Dios. “Yo, yo soy aquel que borro tus transgresiones a causa de mí mismo, y no me acordaré más de tus pecados” (Isa. 43:25) ... “He borrado como nublado tus transgresiones, y como una nube tus pecados; ¡vuélvete a mí, porque yo te he redimido!” (Isa. 44:22) ... “¡Mirad a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios y no hay otro alguno!” (Isa, 45:22) ... “¡Todos los sedientos, venid a las aguas! ¡Aquel que no tiene dinero, venid, comprad, comed!. .. : ¡sin dinero y sin precio!” (Isa. 55:1,2). Isa. cap. 53 suple la clave de lo que de otra forma sería incomprensible enigma; Dios puede obrar en gracia, y manifestar su amor, porque Uno ha llevado el castigo de la Ley quebrantada, y ha ofrendado una vida más allá de todo precio como satisfacción delante de Dios. “La remisión de los pecados cometidos anteriormente” halla su “justificación” por “la manifestación de su justicia en este tiempo (en la Cruz) para que Dios sea justo y el justificador de quien pone su fe en Jesús” (Rom. 3:25,26).

EL SIGNIFICADO DE LOS PADECIMIENTOS Y MUERTE DE CRISTO REVELADO EN LOS EVANGELIOS Hemos considerado la presentación del Hecho de la Cruz en los Evangelios, citando además varias expresiones que señalaban que era un acto de cumplimiento. En breve resumen hemos notado los prenuncios simbólicos, poéticos y proféticos de la gran crisis de sufrimiento expiatorio en el A. T., Y ahora hemos de resumir la doctrina de la obra de la Cruz según se puede deducir de las declaraciones de Cristo y de sus siervos inspirados en los mismos Evangelios, sin olvidarnos jamás de que la plenitud de la doctrina tenía que esperar la consumación del Hecho, y los comentarios inspirados de los Apóstoles comisionados para la presentación de “la Fe una vez para siempre dada a los santos” (Judas 3). La muerte había de ser un Sacrificio cruento Toda referencia a la muerte como sacrificio ha de interpretarse a la luz del tema de “sacrificio” que, como hemos visto, eslabona todas las partes de la revelación anterior. El Cordero de Dios. La cristología del Bautista era rica y abundante, pero se destaca entre todas sus declaraciones aquella que señaló a Jesús como “el Cordero de Dios que (lleva y) quita el pecado del mundo” (Juan 1 :29). El lenguaje simbólico del A. T. determina el significado de la declaración sin sombra de duda: Jesús había de cumplir en la esfera de la realidad espiritual la función de las víctimas que se inmolaban en la fiesta de la Pascua y sobre el altar de bronce. Sobre él había de ser transferida la carga de la culpabilidad del pecado, para que éste fuese “quitado”, o “expiado” mediante su muerte. Este

solo título justifica la aplicación a la muerte de Cristo de las lecciones del simbolismo levítico que hemos analizado arriba. Recordemos también el enlace con Isa. 53:7. La carne que se da por la vida del mundo. El discurso de Juan cap. 6 surge del milagro de la multiplicación de los panes y peces, pero Cristo, después de anunciarse a sí mismo como “el pan de Dios ... que desciende del Cielo y da vida al mundo” (Juan 6:33), cambia el simbolismo de una manera que introduce el elemento de sacrificio, con referencia, no sólo al maná que los israelitas comieron en el desierto, sino también a la carne de los sacrificios de paces (Lev. 3:1-8; 7:11-18), en la que participaban tantos los adoradores como los sacerdotes: “y el pan que yo daré es mi carne, que daré por la vida del mundo” (Juan 6:51) ... “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:54). Para que la “carne” fuese comida tuvo que entregarse en sacrificio, y para que la “sangre” fuese “bebida”, tuvo que derramarse, según el simbolismo del “sacrificio de paces” ya mencionado. Para el significado de la “sangre” hemos de acudir a Lev. 17:11, y para entender las referencias a la “vida” o “alma” hemos de volver a Isa. 53:10, 11, 12. El acto de “comer” y “bever”, por un obvio simbolismo, indica el acto de fe que apropia para sí el valor del Sacrificio. Juan 6:51-58 no describe la Santa Cena, pero su simbolismo es análogo al de la ordenanza cristiana, especialmente en su aspecto de “comunión” que Pablo subraya en 1 Cor. 10:16. “Mi sangre del pacto”, Mat. 26:26-28. Las palabras que pronunció el Señor al entregar el pan y la copa de la Cena a los discípulos son tan ricas en contenido doctrinal, y en reflejos de importantes conceptos de la revelación anterior, que necesitarían extenso comentario. Aquí solamente podemos notar que el pan llega a ser el “cuerpo”, instrumento y sustancia del Sacrificio, mientras que el vino, por fácil simbolismo, es la “sangre” que se derrama. De nuevo las claves se hallan en lo antedicho sobre los términos del A. T. Notamos también que es “mi sangre del pacto” (no del “nuevo” pacto en los mejores textos) que sella, por la muerte consumada, el pacto de gracia, o sea la garantía del cumplimiento del designio de Dios que había de bendecir a los hombres en Cristo, determinado antes de la fundación del mundo. La bendición abarca la “remisión de pecados” de los “muchos” de los salvos. Hemos de pensar, como concepto anterior de enlace, en el pacto de gracia garantizado al fiel Abraham, pues aquí no se trata del pacto condenatorio y transitorio de Sinaí, excepto en el sentido negativo, de que el castigo que corresponde a su fallo había de caer sobre la Víctima (Comp. porciones paralelas en Mar. 14:24 y Luc. 22:15-20). Lucas señala más claramente el fin de la Pascua antigua, y el principio de la ordenanza conmemorativa de la Cena. La Muerte de Cristo era una “necesidad” Muy conocida es la declaración del Señor a Nicodemo: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree ...

tenga vida eterna” (Juan 3:14,15). Esta necesidad no es el ejercicio arbitrario de la voluntad de Dios, sino algo que surge de su Ser y de sus atributos, y pensamos primordialmente en la necesidad de que se manifieste la naturaleza de su amor sin menoscabo de su justicia. La referencia a Núm. 21:4-9 relaciona el “levantamiento” de Jesús con un grave peligro de muerte o de perdición, constituyéndose el medio de salvación para el que obedezca el Evangelio, y eche la “mirada de fe” al “Levantado”. El Señor señalaba varias veces que le era necesario subir a Jerusalén para padecer (Mat. 16:21; Mar. 8:31; Luc. 9:22. Vemos el mismo divino apremio en Luc. 9:51, y 13:32,33). El sacrificio de Cristo fue un acto voluntario Ya hemos tenido la oportunidad de distinguir entre los padecimientos y muerte de Jesucristo y los de los mártires por la Fe. Al notar aquí el significado de la obra, es preciso recalcar que nada ni nadie forzaba a Cristo a entregar su vida, de modo que la “necesidad” surgía de la identidad de su voluntad con la del Padre, que era la del Trino Dios. Según Isa. 53:10, era la voluntad de Jehová que el Siervo fuese “quebrantado”, pero es igualmente cierta la verdad complementaria de que el Hijo se entregó por su propia voluntad, cual Isaac sumiso que se dejaba atar sobre el altar de sacrificio. La lucha de Getsemaní, que revela lo que la entrega costó al Hijo del Hombre, no ha de oscurecer el hecho fundamental de la unidad de la voluntad de las Personas de la Santa Trinidad. La santa obediencia del Hijo le hacía el objeto especial del amor del Padre: “Por esto me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo la pongo de mí mismo. Tengo potestad para ponerla, y tengo potestad para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17, 18). He aquí una declaración importantísima que ilumina hasta donde sea posible para nosotros el misterio de las “voluntades” del Padre y del Hijo al llevar a cabo éste su misión salvadora en la tierra (véase abajo: El Padre y el Hijo). El carácter voluntario de la ofrenda, unido a su infinito valor, la eleva a alturas completamente desconocidas en las religiones de los hombres, y nos ayuda a vislumbrar cómo podía ser la única “satisfacción” que podía anular tan inmensa deuda (comp. Juan 19:10,11). Los elementos de identificación, representación, y de sustitución en el Sacrificio Identificación. Hemos visto que el pecador que acudía al Tabernáculo, colocaba su mano encima de la cabeza de la víctima antes de que fuese inmolada, mientras que Aarón colocaba ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo en el Día de Expiaciones, en el acto de confesar todas las iniquidades y transgresiones de los hijos de Israel. Eran actos de identificación, y de transferencia de responsabilidad moral. Cuando Cristo bajó a las aguas del Jordán no tenía por qué hacer confesión de pecados como los demás, pero ocupó el mis mo lugar que los pecadores en el río de la muerte, preparándose para “cumplir toda justicia”: expresión que cobra pleno valor en vista de la futura obra en la Cruz, por la que había de

expiar los pecados según los términos de lsa. cap. 53 . Representación. En su muerte Cristo representó a toda la raza humana que había venido a salvar, y sustituyó al pecador, y aunque no es posible siempre mantener distinciones absolutamente lógicas frente a la abundancia del material revelado y el misterio del hecho interno, podemos pensar que la sustitución se refiere más bien a los salvos: a los “muchos” y no a “todos”. Hemos visto que el bautismo del Señor fue un acto de identificación con el pueblo, y que el pueblo arrepentido, lamentando sobre la Víctima en lsa. cap. 53, insiste en que todo el sufrir fue “por” ellos. Cristo emplea su título de “Hijo del Hombre” una y otra vez con referencia a su obra de la Cruz, que en sí sugiere el aspecto de “representación”. Siendo el Creador del hombre, se hace Hombre, lo que le permite ocupar un lugar representativo, pero siempre por la operación de su gracia, y no porque la humanidad perdida hubiese podido señalarle como “su” Representante. Como Representante, el Hijo del Hombre, el Postrer Adán, actúa a favor de la raza, bien que en Isa. cap. 53 se le ve actuar más bien a favor del pueblo elegido. Como Sustituto Cristo toma el lugar del pecador. El vocablo “por” es impreciso en sí, pues puede señalar por igual una representación, un beneficio o una sustitución. Las preposiciones correspondientes en el griego son “huper”, “peri” y “anti”. Las dos primeras pueden significar “en beneficio de” en sentido general, pero en algunos lugares el contexto hace ver que han pasado a expresar más concretamente la sustitución. “Anti” sólo puede significar “en lugar de” otro, y su uso ocasional determina el sentido sustitutivo del Sacrificio de Cristo. Las palabras de Mat. 26:28, ya citadas, son éstas: “Esto es mi sangre del pacto, derramada “peri pollón” para remisión de pecados”, que, en general, quiere decir “en beneficio de muchos”, quedando la posibilidad de “sustitución”, “en lugar de muchos”. La gran declaración de Mar. 10:45 es más precisa: “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida “lutron anti pallôn”, que ha de traducirse: “como precio de rescate en lugar de muchos”. Volveremos al concepto de “rescate” en seguida, pero aquí notamos una frase que expresa gramaticalmente el mismo sentido que el hecho ilustrativo de que Cristo ocupara el lugar de Barrabás en la cruz de en medio, o sea, el concepto de sustitución. La repetida declaración de la perfección moral de Cristo -que le libraba de la pena de muerte aun como Hombre- juntamente con su entrega voluntaria, excluye toda idea de castigo personal; se deduce pues lógicamente la naturaleza representativa y sustitutiva del terrible sufrir, tan patente en su grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Los mismos factores excluyen la idea de un sacrificio meramente ejemplar que proveyera a los hombres de un nuevo impulso de amor y de gratitud, pues si no había tal necesidad moral y espiritual, y si no había de conseguirse ningún resultado positivo, que hiciera posible el perdón de los pecados, entonces la Cruz habría sido una locura, y no un ejemplo. Es el hecho de 1a propiciación objetiva lo que la convierte en la mayor manifestación del amor de Dios (1 Juan 4:10).

El Sacrificio de Cristo es el precio del rescate Mar. 10:45, que acabamos de citar, describe la entrega de la Vida del Hijo del Hombre como el “lutron” o “el precio de rescate” de un esclavo o cautivo. En otras palabras, la Vida dada en la Cruz hace posible la liberación de quienes se hallahan sujetos al pecado y al diablo. Al considerar tales términos tenemos que recordar siempre que intentan expresar lo inexpresable por medio de palabras y frases inteligibles a los hombres, y, por lo tanto, no hemos de intentar deducciones lógicas de la figura retórica, sino contemplar agradecidos el aspecto de verdad que nos presenta. Los teólogos griegos de los siglos III y IV se preguntaban: “¿A quién se pagó el precio de rescate?” y, comprendiendo que era Satanás el que había esclavizado al hombre, ¡llegaron a la peregrina conclusión de que Cristo pagó el precio de rescate del Valor de su Vida al diablo! Es precioso el tema de la redención, de la libertad en Cristo de quienes éramos, esclavos del pecado, del diablo y del mundo, pero 1a expresión “precio de rescate” con relación a la Cruz (véase también 1 Tim.. 2:6, etc.) únicamente indica que el medio de liberación es el valor del sacrificio que ofreció Cristo allí, que, en su aspecto mas profundo, es una propiciación, la satisfacción dada ante el Trono de Dios. El Sacrificio de Cristo es la base del triunfo que se evidencia en la Resurrección El triunfo sobre Satanás se enlaza estrechamente con el tema anterior del rescate del pecador. Tal triunfo, como hemos visto en su lugar, se anticipaba cuando el Señor de la gloria echaba fuera a los demonios, libertando los pobres cuerpos afligidos y esclavizados, y haciendo posible para las víctimas una vida normal, y aun una vida llena del Espíritu Santo. Con referencía a tales victorias, el Maestro refirió la ilustración del hombre fuerte que podía guardar la finca que había usurpado mientras que no sobreviniera uno más fuerte que él. Pero, derrotado por el “más fuerte”, su finca quedaba a la disposición del Vencedor (Luc. 11:21, 22 y paralelos). El trance de la Cruz se puede explicar, pues, en términos de una lucha en la que, por extraños medios que sólo la sabiduría de Dios ideara el pecado fue vencido por medio de su expiación, y la muerte anulada por su misma consumación, quedando el diablo sin las armas en que confiaba (Heb, 2:14,15). La máxima expresión de esta verdad en los labios del Señor se halla en Juan 12:31-33. El tema había sido el de la “hora” que se acercaba y de la muerte del “grano de trigo” (Juan 12:23, 24,27); luego exclama Jesús: “Ahora hay un juicio de este mundo; ahora será echado fuera el príncipe de este mundo. Y yo, si fuere exaltado desde dentro de la tierra (trad. Iit.), a todos traere a mí mismo.” El místico “levantamiento”, a la vista esclarecida de Juan, abarca no sólo el levantamiento en la cruz, sino también el resurgir del Señor de la tumba y su exaltación a la Diestra de Dios. Allí, según repetidas declaraciones, están entregados en sus manos los destinos de todos los hombres, gracias a la obra triunfal y libertadora de la Cruz. En principio, Satanás está echado fuera y el mundo juzgado; por consiguiente todos han de

ser atraídos al Vencedor, sea que acudan sumisos para recibir de él la vida o que, endurecidos, tengan que verse con él como Juez al final del camino. La cosecha de la Cruz Los “muchos” que se rescatan según Mar. 10:45, o que reciben la remisión de pecados, según Mat. 26:26-28, en virtud de la obra de la Cruz, son también los “atraídos” en sumisión al Señor ensalzado de Juan 12:31-33. En el mismo contexto el fruto de la Cruz se llama la “cosecha” que abunda una vez que el “Grano de Trigo” haya caído en tierra para morir (Juan 12:24). En los términos de lsa. 53:11 el Siervo “ve del fruto de los dolores de parto de su alma” y queda satisfecho al contemplar el nuevo linaje de los salvos. Los mismos griegos que buscaban al Señor formarían parte del “linaje” o de la “cosecha”, una vez que se hubiese consumado la muerte: cosa imposible antes. Bajo distinta figura vemos lo mismo en Juan 10:15, 16: “Pongo mi vida por las ovejas; también tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también me es necesario traer ... y habrá un solo rebaño y un solo Pastor.” El “linaje” se llama aquí “un rebaño”, que es análogo al sentido que Juan da a la profecía inconsciente de Caifás en Juan 11:49-53: “profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por aquella nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (comp. Salmo 22:22; Heb. 2:9-12). El aspecto judicial del sacrificio Limitándonos a las enseñanzas de los Evangelios, sobre el fondo del A. T., es clarísimo que la muerte de Cristo era un Sacrificio, cumpliendo el sentido del régimen levítico, que tenia que ver con la remisión de los pecados, que había de hacer posible la reanudación de las debidas relaciones entre Dios y el hombre de fe, que libertaba a los esclavos, que era una “necesidad” según el plan de Dios, que suponía una identificación con la raza, que tenía elementos de representación y de sustitución y que sobre todo, era un acto de propiciación frente a Dios. Ahora bien, se ha preguntado: ¿En qué consistía la “satisfacción”? San Anselmo (siglo XI) pensaba que Dios había quedado deshonrado por el pecado del hombre, su criatura y súbdito rebelde, y que su honor había de ennaltecerse por la infinita “compensación” de la entrega del Dios-Hombre. Algo hay de bíblico en tal concepto, pues, sin duda, la gloria de Dios ha de resplandecer a pesar de todas las maniobras del diablo y la loca rebeldía de la raza, y Dios queda infinitamente complacido en el gran acto de obediencia de su Hijo (Fil. 2:8, 9; Rom. 5:19; Luc. 3:22), siendo, en su aspecto de “holocausto”, “olor suave” a causa del cumplimiento total de la Voluntad que tiene que prevalecer por necesidad . Con todo, y guiados especialmente por el Apóstol Pablo hemos de pensar en el aspecto legal, penal y judicial de la obra de la Cruz. “Penal” es aquello que se relaciona con el castigo debido a la ley quebrantada. Si Dios pudiera dejar de ser justo, dejaría de ser Dios, y por ende, no puede decir

sencillamente al pecador que confiesa su mal “te perdono” si no existe una base justa para el perdón. Tal base ha de consistir en la debida “satisfacción” de las demandas de su justicia frente a toda ofensa. Recordemos lo que hemos visto en cuanto al carácter representativo del Hijo del Hombre, que, en la Encarnación, recaba para sí la humanidad que él mismo había creado; recordemos también la manifestación de su identificación con la raza condenada, y veremos que sólo en él, y eso por el designio de la gracia soberana de Dios, pudo hallarse quien recibiese el golpe de la ley quebrantada, entendida “ley” en su sentido completo, de toda manifestación de la voluntad de Dios. La posibilidad del sacrificio propiciatorio depende de la Persona de Jesucristo como Dios-Hombre, puesto que sólo el Hombre representativo puede con justicia presentarse por los hombres ante el tribunal de Dios, y sólo en Dios hay el valor intrínseco que provea la satisfacción y el poder para recibir el golpe de la muerte total y volver a vivir. El tema sale fuera de los límites de Los Evangelios, y ha de estudiarse en Romanos caps. 3-5, Gálatas caps. 2-4, etc.

LAS RELACIONES DEL PADRE Y DEL HIJO EN LA CRISIS DE LA CRUZ Hay mucha confusión en ciertas expresiones populares que presentan al Padre hiriendo al Hijo, y derramando sobre él la “ira” por ser “hecho pecado por nosotros”. El tema en sí es profundo y delicado en extremo, y los secretos no revelados han de respetarse (Deut. 29:29). Lo que nos toca hacer es tratar de no emplear expresiones que no sean bíblicas en su sentido, intentando también comprender la parte de “figura” que encierra el lenguaje bíblico. Como líneas rectoras podemos tener en cuenta estos factores seguros: 1) El sacrificio de la Cruz era algo determinado en divino consejo antes de la fundación del mundo, según varias citas ya dadas. 2) El acto de obediencia del Hijo fue sumamente grato al Padre, en fuerte contraste con la tragedia de la desobediencia de Adán. 3) El infinito dolor del sacrificio, y su consumación de muerte, se relaciona con el Trono de justicia del Trino Dios, cuyas demandas han de ser satisfechas, y ante el cual se presenta el Dios-Hombre como Víctima expiatoria. 4) “Ser hecho pecado” de 2 Cor. 5:21 indica que, según consejo divino, el Siervo inocente y puro asumió la responsabilidad legal de la Ley quebrantada, y no implica ningún “contacto con el pecado” que le envileciera. Nunca hubo la menor alteración en la naturaleza esencial y purísima del Dios-Hombre. Fue precisamente el hecho de que “no conoció pecado” que le capacitó para ser la “Ofrenda” que aceptara la responsabilidad legal. 5) El grito de abandono no es, ni pudo ser: “Padre mío, Padre mío, ¿por qué me has abandonado?”, sino “Dios mío”, La “separación”, y el infinito sentido del abandono de Cristo al ser sumergido en la muerte consumada, realizado todo en el fuero interno de su alma y espíritu, fue terriblemente real, como se expresa por el grito de dolor; pero la “vara” fue la de la justicia divina, la del

Trino Dios, y no del Padre frente al Hijo amado, quien, al coste infinito de su dolor de tal trance de muerte, obedeció, honró y glorificó al Padre (Juan 17:1, 2). Recordemos las citas anteriores de 2 Corintios 5:19 y Heb. 9:14, que demuestran que la obra era la del Trino Dios, bien que, en los misterios de los designios de la Eternidad, sólo el Hijo pudo ser la Víctima expiatoria. Dejemos con Dios las intimidades de tan horrendas horas que no le ha placido revelarnos, y que no están completamente abiertas ni a las miradas angelicales (1 Ped. 1:12).

EL ALCANCE DEL VALOR DEL SACRIFICIO Hemos visto que son los “muchos” de la nueva familia de la Fe los que se benefician directa y personalmente de la Obra de la Cruz. Con todo ello, Juan 12:31-33 señaló efectos universales, o de salvación o de juicio, y, al acudir a pasajes como 1 Tim. 2:6 y 1 Juan 2:2, hallamos que el precio de rescate es “por todos”, y que la propiación, no es por nuestros pecados solamente, sino por los de todo el mundo. El parangón entre el primer y el postrer Adán de Rom. 5:12-21 y 1 Cor. 15:22, lleva implícito en sí la universalidad de la obra. Abreviando un asunto de gran dificultad y profundidad, podemos decir que el valor del Sacrificio es tal que el principio de la justicia divina queda satisfecha plenamente con referencia a todo pecado y toda ofensa contra Dios en toda la raza humana, y que, potencialmente, toda la raza se eleva de nuevo en su segunda Cabeza, Al mismo tiempo, el pacto de gracia, sin límites en sus gloriosas posibilidades, y garantizado sólo por Dios en Cristo, no puede aplicarse donde se halla un espíritu de rebeldía y de incredulidad, que, por su propia naturaleza, impone barreras que no pueden derribarse por un decreto divino que anulara la personalidad y la responsabilidad moral del hombre. El Pacto sellado en la sangre de Cristo es unilateral e incondicional en cuanto a la obra, que es totalmente de gracia, pero sólo puede operar en sentido personal cuando el pecador se coloca en actitud de ser salvo por medio del arrepentimiento y la fe. Rozamos aquí con el tema de la preordinación de los fieles, pero aconsejamos al lector que no se pierda en cavilaciones sobre quiénes sean o no sean “los predestinados”, sino que comprenda que Cristo es el preordinado por Dios como único Mediador desde la Eternidad, de modo que cuantos están “en Cristo” son también “preordinados” (Efe. 1:1-14). El modo por el cual se hallan “en Cristo” es la misma sustancia del Evangelio. Es “el Cordero como inmolado” quien lleva a cabo todos los propósitos de Dios en cuanto a los hombres y la Nueva Creación, según las amplias perspectivas que se abren delante de nosotros en el Apocalipsis, lo que significa que la consumación de todo el plan divino, en todas las esferas de sus vastos dominios, depende de la obra de la Cruz. El grito triunfal de “Consumado es”, que señaló el fin de la ingente obra de la Cruz, halla su eco en Apoc. 21:5, 6: “He aquí, hago nuevas todas las cosas ... Se ha cumplido, yo soy el Alfa y el Omega, el principio y el fin”.

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Ateniéndose sólo a los relatos de la Pasión en los cuatro Evangelios -desde la celebración de la Pascua hasta la Sepultura- señale los rasgos que diferencian el suceso de un mero martirio, y que revelan algo de la obra redentora que se llevaba a cabo. 2. Cítense, con los comentarios que sean del caso, tres claras predicciones del Señor sobre el hecho futuro de su muerte, y tres referencias veladas que subrayan algunos aspectos del significado del Hecho. 3. Discurra sobre el concepto del sacrificio en el A. T., notando varios aspectos que habían de hallar su cumplimiento en el Sacrificio del Calvario. 4. ¿Cuánta “doctrina de la Cruz” se puede hallar en las mismas Palabras de Cristo? Cítense todas las declaraciones suyas que echen luz sobre el significado de su Sacrificio.

Capítulo 12 LA GRAN CONSUMACIÓN DEL MINISTERIO (continuación) LA SEPULTURA, RESURRECCIÓN Y ASCENSIÓN DE CRISTO EL SIGNIFICADO DE LA SEPULTURA El Cuerpo fue realmente sepultado Cuando Pablo escribió el resumen del Evangelio que tanto él como los Doce predicaban, se cuidó de incluir la mención de la sepultura del Señor: “Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Cor. 15:3,4). No es que la sepultura tuviese en sí significación redentora, puesto que la obra de la redención se había consumado antes de que Cnsto entregara su espíritu, y la plenitud de sus gloriosos resultados habla de mamfestarse por medio de la Resurrección pero el descanso del cuerpo del Señor en la tumba se reviste de gran importancia evidencial. Su muerte física fue real: impíos soldados comprobaron el hecho, y uno hincó su lanza en el costado del Crucificado; piadosas manos bajaron el cuerpo merte del madero y lo envolvieron provisionalmente en los lienzos con cien libras de especias, colocándolo luego en el sepulcro nuevo de José de Arimatea, por lo que “fue con un rico en su muerte” (Juan 19:40,41). Las mujeres tuvieron la intención de completar la obra, una vez terminado el descanso del sábado. La sepultura en las condiciones que relatan los Evangelistas es evidencia de la realidad de la muerte, y, por ende, de la realidad de la resurrección corporal. Tendremos más que decir sobre la disposición de la tumba bajo el epígrafe “La tumba vacía”. Los tres días y las tres noches. En una ocasión Cristo rehusó dar a los escribas y fariseos la señal espectacular que exigían, pero les adelantó la extraña “señal” de Jonás el profeta: “Porque como Jonás estuvo en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra” (Mat. 12:39,40). El sentido general es claro a la luz de los acontecimientos posteriores, ya que la “señal permanente” delante de los hombres es la de la Muerte y la Resurrección de Cristo, hecho Pregonero del mensaje de vida. Pero la mención de la duración de la sepultura como de “tres días y tres noches” ofrece dificultades, ya que, si la crucifixión se efectuó, como generalmente se cree, el viernes, entonces Cristo

fue sepultado antes de terminarse aquel día (a la puesta de sol según la manera de contar de los judíos); el Cuerpo quedó en la tumba durante todo el sábado, que también terminó a la puesta del sol, y habrá quedado allí hasta un momento no determinado del “primer día de la semana”. Contando de una forma inclusive, se perciben los “tres días”, y se justifica la profecía de Mat. 16:21: “y resucitará al tercer día”. No ofrece mayor dificultad la otra “señal” de Juan 2:19-22, que “en tres días” Cristo había de “levantar” el Santuario de su Cuerpo. Lo que no se ve es el cumplimiento de estar “tres noches” en el corazón de la tierra. Tenemos que pensar con algunos escriturarios que la crucifixión se habrá realizado el jueves y no el viernes según el pensamiento tradicional, o que en la “señal de Jonás profeta” lo que importa es el significado del número tres como algo “divinamente completo”, indicando el fin absoluto de la obra de la expiación del pecado antes de amanecer el maravilloso “primer día de la semana”, el primer día de la plenitud de vida de resurrección.

LA RESURRECCIÓN CORPORAL DE CRISTO La importancia del tema Es mucha la importancia de la Resurrección corporal de Cristo, según se presenta en los relatos de los Evangelios, ya que es el complemento obligado de la obra de expiación en la Cruz y el principio de la Nueva Creación. La Fe cristiana descansa sobre las columnas de los grandes acontecimientos de la Encarnación, la Muerte expiatoria, la Resurrección corporal de Cristo, y el Descenso del Espíritu Santo. Si pudiera faltar cualquiera de estos pilares, no habría ningún Evangelio que predicar, ni esperanza alguna más allá de la tumba. De importancia especial es el hecho de la Resurrección por prestarse a la prueba evidencial, ya que, según los relatos que estudiamos, se trata de un hecho histórico, y no de algún fenómeno espiritual revestido de trapos alegóricos. Dice Pablo en 1 Cor. 15:14-17: “y si Cristo no resucitó, vana entonces es nuestra predicación; vana (vacía) también es vuestra Fe. Y aun somos hallados falsos testigos de Dios ... si Cristo no resucitó vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados.” Un Cristo eternamente suspendido de una Cruz, o un cuerpo que se hubiese disuelto en la tumba, no ofrecería base alguna para un mensaje de vida. La muerte aún reinaría, y no habría la más mínima evidencia de que el problema del pecado se hubiese resuelto. El estudio del tema de la Resurrección en las Epístolas nos enseña que apenas hay doctrina ni práctica relacionada con la vida de los creyentes, o con la naturaleza y destino de la Iglesia, que no se base directa o indirectamente sobre el hecho de la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos. La Resurrección constituye la declaración de la deidad de Jesucristo (Romanos 1:3,4); es la confirmación de la justificación del creyente (Rom. 4:24); es la fuente de la nueva vida del creyente (Efe. 2: 5,6); de ella mana la regeneración del creyente (1 Ped. 1:3); es la base de la salvación del creyente, y tema de su

confesión (Rom. 10:9); es el secreto de la santificación del creyente (Romanos 6:1-10), y, naturalmente, es la única garantía de la futura vida de resurrección del creyente (1 Cor. 15:12-58). He aquí algunas “muestras” de la inmensa importancia doctrinal hecho histórico del “primer día de la semana”. Anticipos de la resurrección en el A. T. Tendencias generales. No es fácil apreciar el grado de luz que disfrutaran los santos del A. T. sobre la doctrina de la resurrección del cuerpo. Recordemos el caso del pío rey Ezequías, instrumento para una gran reforma religiosa en Judea, y hombre de fe ejemplar frente a la amenaza de Senaquerib, pero quien rogó insistentemente que el Señor le concediera una prolongación de vida en la tierra. Una vez sanado de su enfermedad -sin que podamos saber si fuese para bien o para malescribió un salmo que plasmó en forma poética su experiencia en “el valle de la sombra de la muerte”, extrañándonos que no revele esperanza alguna de vida efectiva más allá de la tumba: “En los más florecientes de mis días entraré por las puertas del sepulcro (“sheol”). He sido privado del resto de mis años. Dije: No veré a Jehová en la tierra de los vivientes ... porque no te ha de alabar el sepulcro (“sheol”) ... El viviente, el viviente sí, él te alabará como yo el día de hoy” (Isa. 38: 10, 11, 18, 19: comp. Job 10:21,22; Sal. 6:5; 88:10-12). Para los antiguos el “sheol”, o sea, la ultratumba, era un tenebroso lugar donde se recogían las almas de quienes morían en este suelo, siendo así “recogidos a sus padres” o “unidos a su pueblo” (Gén. 25:8). Faltando aún la luz de la revelación sobre el más allá, pensaban en una existencia descarnada, lánguida y sin gozo. Por otra parte Dios iba revelando más y más de su Persona y de sus propósitos a través del A. T., de forma que estas tristes tinieblas se iban iluminando por rayos de creciente luz, hasta el punto de que los judíos del primer siglo -menos el partido de los saduceos- ya creían en la resurrección, y sin duda Marta expresó el sentir general de los piadosos de su pueblo al decir de Lázaro: “Yo sé que resucitará en el día postrero” (Juan 11:24). La visión de Job. El patriarca, al luchar con el problema, para él incomprensible, de sus sufrimientos inmotivados, a veces lamentaba como los demás sobre su triste futuro en el “sheol”; pero Dios le animó, aun antes del fin de su proceso de disciplina, por dos rayos de luz. En Job 14:13-17 sus palabras muestran que esperaba un “relevo” y la bendición de Dios después de pasar a la ultratumba (léase en la Verso Mod.); más tarde se le concede una de las visiones más claras y triunfales sobre la Resurrección del Redentor, y de la suya propia con ella relacionada: “Yo sé que mi Redentor vive, y que en lo venidero ha de levantarse sobre la tierra; y después de que los gusanos hayan despedazado esta mi piel, aún desde mi carne he de ver a Dios, a quien yo tengo que ver por mí mismo, y mis ojos le miraran, y ya no como a un extraño” (19:23-27). La resurrección en los Salmos. Como es evidente por las referencias que constan arriba, a veces los salmistas se hacían eco del tema de la “tristeza” del sheol, y, normalmente, contemplaban las bendiciones

que Dios da a su pueblo en la tierra. Con todo, David y otros piadosos poetas, iluminados por su íntima comunión con Dios, recibían revelaciones que abrían ventanas sobre perspectivas más amplias y placenteras. En el conocido salmo 16, citado tanto por el apóstol Pedro como por Pablo, la esperanza general de una resurrección corporal pasó a ser una profecía de la del Mesías, especialmente en la frase que señalamos en cursiva, que no pudo ser verdad de David mismo: “Mi carne reposará segura porque no dejarás mi alma en el sheol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo a tu diestra se hallan delicias eternamente” (Sal. 16:8-11; compárese con Hech. 2:25-28; 13:35). Para el tema general de la resurreccion y la esperanza de un futuro eterno feliz para el hombre fiel, véanse Sal. 17:15 y 73:24. La Resurrección del Mesías está implícita en el salmo 22:22 y siguientes, ya que los horrores de la muerte, la desesperación de quien se halla en la “boca del león”, cambian repentinamente, hallándose el que sufría, en medio de sus hermanos a quienes anuncia el Nombre de Jehová. De igual forma se oyen ecos mesiánicos en el salmo 118, donde hallamos la profecía -muy citada en el N. T.- de ser hecha cabeza del ángulo la Piedra rechazada por los edificadores: cosa maravillosa, que introduce un día de regocijo “hecho por Jehová”, que nos hace pensar en el primer día de la semana, el de la Resurrección (Sal. 118:22-24; comp. Hech. 4:10-12). La resurrección en los profetas. Los profetas predicen a menudo la “resurrección” del pueblo de Israel a nueva vida, después de su “muerte” a causa de su apartamiento de Dios y la nulidad de su testimonio. Pero insensiblemente lo nacional pasa a abarcar lo individual, especialmente en cuanto al hombre pío que forma parte de la nación (Os. 6:2; 13:14; Ez. 37:1-14; Isa. 26: 19). La doctrina de la resurrección corporal de los fieles de Israel se va perfilando con creciente nitidez en los libros apócrifos, y en otros de procedencia judaica de los siglos inmediatamente antes del Advenimiento: escritos que son importantes como reflejo de las ideas religiosas de la época, aunque no podemos admitirlos como inspirados. La profecía más clara de los escritos canónicos es la de Daniel 12:2, 3, que llega hasta precisar las dos facetas de la resurrección corporal en el tiempo de la consumación, para gloria de los sabios (los fieles) y para confusión de los rebeldes: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Y los sabios brillarán como el resplandor del firmamento” (Comp. Mateo 13:43). Una profecía de la resurrección del Mesías se halla implícita en Isa. 53:10: “Cuando hubiere (el Siervo de Jehová) puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, prolongará sus días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.” Fijémonos en que se profetiza una prolongación de vida que hace posible la ejecución victoriosa de la voluntad de Dios después de la muerte expiatoria del Siervo de Jehová; todo el pasaje recalca la exaltación del Siervo como consecuencia de sus padecimientos vicarios. La resurrección en los tipos del A. T. Sin sombra de duda, el Señor hallaba vaticinios de su obra en la

“Ley” o en “Moisés” (los dos términos se refieren al Pentateuco) y no sólo en los Salmos y los Profetas (Luc. 24:26,27; 24:44-46). La referencia es a los verdaderos tipos, ordenados por mandatos específicos de Dios, y no apoya los fanáticos métodos de la alegorizacion imaginativa. Recordemos que el Maestro halló una clara indicación de la vida esencial después de la muerte corporal en la designación que Dios da de sí mismo en relación con los patriarcas: “Dios de Abraham: Dios de Isaac y Dios de Jacob” (Luc. 20:34-38 con Ex. 3:6); más aún, deduce de la misma frase que los muertos han de resucitar, ya que una vida que continúa en relación con Dios supone tal consumación de la vida humana. En cuanto a los verdaderos tipos que prefiguran la obra del Mesías, pensemos en Isaac, que en un momento se halla atado sobre el altar, con el cuchillo inmolador levantado encima de él; momentos después, está en pie, libre, y pletórico de vida mientras que el carnero sangra sobre el altar. Tanto el carnero corno Isaac representan al Mesías en las fases de su entrega voluntaria, al ser sacrificado como “Cordero de Dios”, y como el Resucitado, de quien surge un nuevo linaje (Gén. 22:9-18; Heb. 11.17-19). Los dos aspectos de muerte y de resurrección se presentan también en el rito de la purificación del leproso puesto que una avecilla muere y derrama su sangre mientra; que la otra vive y asciende al cielo con las manchas de la sangre en sus alas (Lev. 14:1-7). El Señor profetizó su propia Resurrección Su declaración a Marta. Hemos notado que Marta expresó claramente la firme creencia de los judíos piadosos de su tiempo al declarar en cuanto a su hermano muerto: “Yo sé que resucítara en la resurrección, en el día postrero.” Era una gran verdad, pero Cristo habla de enseñarle, por palabra y por obra que la resurrección de los muertos dependía de su propia Persona y obra, ya que el era “la Resurrección y la Vida”, garantía de nueva vida a todo aquel que en él creyera (Juan 11:23-27). Al ser “la Resurrección”, habla de morir y resucitar, pues no se trata aquí de su vida esencial como Verbo eterno, que no podía sufrir variación, ni podía comunicarse a los hombres hasta que hubiese consumado la muerte de expiación como Dios-Hombre. El hecho de la Resurrección se halla implícito en las enseñanzas de Juan 5:21-29, por las que sabemos que es concedido al Hijo del Hombre dar vida a los hombres y llamar a los muertos a la resurrección. En Juan cap. 6 veremos que el Hijo del Hombre “resucitará en el día postrero” a los fieles que simbólicamente comen su carne y beben su sangre (Juan 6:50-58). Ya hemos notado que el simbolismo de “comer la carne” y “beber la sangre” habla de la muerte de sacrificio, como en el sacrificio de las paces, y ahora vemos que se asocia con la gloriosa consumación de la resurrección del cuerpo. Más arriba, bajo el epígrafe de “los tres días y las tres noches”, hicimos mención de algunos prenuncios figurativos de la resurrección, y solamente nos resta hacer constar que el Señor predecía su

Resurrección al mismo tiempo que su sufrimiento y su muerte, bien que, por ser el tema más allá de la capacidad espiritual de los discípulos entonces, “nada comprendieron de estas cosas, y esta expresión les era encubierta, y no entendían lo que se les decía” (Luc. 18:34). No hemos de entender de este texto que, por “razones dispensacionales”, el Maestro les hablase para no ser comprendido, sino que la mente y el corazón de los discípulos tenían que ser preparados “por etapas”, hasta que viesen la plena luz y que se rindiesen ante la Persona del Resucitado. Las referencias completas a estas predicciones son las siguientes: Mat. 16:21; 17:23; 20:17-19; 26:12, 28-29, 31-32; Mar. 9:30-32; 14:8, 24-25, 27-28; Luc. 9:22, 4445; 18:31-34; 22:20; Juan 2:19-22; 10:17-18; 12:7. Los discípulos quedaron confusos ante los anuncios, tanto aquéllos de la Muerte como los otros de la Resurrección, siéndoles imposible ajustar su “visión” a esta tremenda novedad, que aún no habían percibido en las Escrituras del A.T. Pero el hecho de las múltiples prédicciones es muy importante, no sólo como un elemento más en el entrenamiento de los Doce, sino porque la veracidad de la Persona de Cristo queda ligada al hecho real e histórico de su Resurrección corporal. Si se pudiera probar que la Resurrección corporal de Cristo no es verídica, entonces su autoridad quedaría completamente desacreditada, ya que insistía en que el Hecho había de producirse. Evidentemente el recuerdo de las predicciones constituyó un poderoso estímulo a la fe y a la comprensión de los Apóstoles después de haber comprobado la realidad de la Resurrección de Cristo de entre los muertos. El hecho histórico de la Resurrección Como todo hecho histórico se establece por el testimonio múltiple de fleles testigos. Alguna luz incierta se echa sobre la vida humana en las épocas prehistóricas por los hallazgos de los arqueólogos, pero la historia como tal no es posible aparte de la presencia de testigos de alguna confianza que tomen nota de lo que han visto o averiguado, dejando escritos que puedan pasarse de una generación a otra. Las grandes figuras de la histona, como la de Alejandro Magno, de Ciro o de Augusto César, no se conocen por haber dejado su grandeza alguna huella mística en la memoria de la humanidad, sino sólo gracias a sus propios escritos, o porque otras personas se preocupasen en recoger los datos acerca de sus personas y sus actividades. Histonadores de hoy están siempre revalorando el significado de las figuras y hechos pretéritos, pero siempre por el método de examinar los testimonios escritos, con el fin de apreciar el valor del testimonio, que, en último término, depende de la fidelidad, la capacidad y la categoría moral del observador. Hay personas que aceptan cualquier hecho que se halla en libros de historia profana, y lo afirman a pies juntillas mientras que si se les habla de los hechos bíblicos, los da de lado por ser “cosa de la Biblia”, como si aquello equivaliera a algo supersticioso. Hoy en día, entre personas algo enteradas de la materia el valor histórico de la Biblia se establece cada vez más por el apoyo de la ciencia de la

arqueología, y lo que conviene que recordemos es que los hechos narrados en las Escrituras, lejos de ser inferiores a otros en valor histórico, son superiores, tanto por la confianza que podemos tener en los hombres de Dios que los observaban y los pusieron por escrito, como por el hecho de que el proceso histórico se llevó a cabo bajo la guía de las providencias de Dios y por la inspiración del Espíritu Santo. La inspiración del “Espíritu de verdad” no anula lo histórico, sino que obra a traves del testimonio de observadores dignos de todo crédito. La Resurrección corporal de Jesucristo es un hecho espiritual por relacionarse al plan de Dios para todos los siglos, por lo que supera infinitamente lo meramente histórico, pero al mismo tiempo las narraciones, escritas por hombres en la tierra, establecen algo que realmente sucedió en un momento dado del transcurso del tiempo, colocándose por lo tanto en el ámbito de las pruebas históricas normales. La Resurrección se establece por evidencia válida. Imaginemos que varias personas presencian un accidente en el que dos vehículos chocan, echándose luego otros autos encima de los dos que tuvieron el primer encontronazo. Todo ello ocurre en el espacio de unos momentos, pero cada vehículo lleva su conductor y sus pasajeros, complicándose los incidentes y los resultados, bien que todos forman parte del accidente total. Cada aspecto de la tragedia tiene sus repercusiones en todos los demás y afecta al resultado final. Los testigos son “buenas personas”, que no tienen motivo alguno para tergiversar los hechos, pero cuando son llamados para testificar a los efectos judiciales, algunos hablan de ciertos aspectos del accidente, y otros de facetas diversas según su punto de vista y la reacción sicológica que se produjo en cada uno. Al dar su evidencia surgen aparentes discrepancias, bien que las líneas generales del testimonio concuerdan. Al juez y a los abogados que entienden en el asunto -siempre que ellos también sean honrados, sin motivos para torcer la evidencia en favor o en contra de nadie- no les han de preocupar las “discrepancias”, porque saben que el hecho es complejo, y que cada uno, según su capacidad, observó sólo una faceta del hecho total. Al contrario, si hallasen que varios testigos presentan su testimonio en términos idénticos, o muy análogos, empezarían a sospechar una confabulación premeditada, que quitaría todo valor a la evidencia. Les bastaría al principio poder definir el cuadro en su aspecto total, completándolo luego por sopesar y tamizar los testimonios de cada uno de los fieles testigos. La ilustración precedente nos ayudará a comprender la naturaleza de “evidencia válida” al tratarse del hecho de la Resurrección, y no nos preocuparemos demasiado si, a primera vista, surgen detalles aparentemente discrepantes en los relatos de la Resurrección y las manifestaciones consiguientes, sino que, en primer lugar, notaremos que toda la evidencia concuerda en presentarnos el gran hecho de la tumba vacía y de las repetidas manifestaciones del Señor resucitado. La variación en el detalle probará, por lo menos, que no había confabulación anterior de parte de los testigos, quienes hablan de una forma natural y espontánea de lo que vieron o experimentaron. Luego veremos la posibilidad de coordinar los detalles en un cuadro más completo, pero reconociendo que nos faltan datos para llegar a la absoluta

seguridad sobre el orden de una serie de acontecimientos complejos, en los que intervinieron muchas personas. La prueba básica del gran Acontecimiento. Conviene que veamos en su conjunto los aspectos básicos de la prueba, que establecen más allá de toda duda razonable que Jesús de Nazaret, tan conocido de los suyos, y cuyo cuerpo fue colocado en la tumba de José de Arimatea en las circunstancias que hemos notado, salió de la tumba y se presentó en forma corporal a varios de los suyos en distintos lugares y circunstancias. a) El hecho de hallarse la tumba vacía, y los envoltorios fúnebres en su lugar, y sin desenvolver, no ha recibido jamás ninguna explicación verosímil aparte de la realidad de la Resurrección del Señor. b) Las manifestaciones del Resucitado a los discípulos y a las mujeres son tan variadas, y descritas con tanta naturalidad, que todo intento de “explicarlas” por consideraciones naturalistas o espiritistas ha fracasado. O todo el testimonio es falso (y no hay razón alguna para sospechar tal cosa) o las manifestaciones se produjeron en la forma en que se narran por los Evangelistas. Recordemos de paso la gran autoridad de Lucas como historiador concienzudo y exacto. c) El cambio que se produjo en los discípulos, transformándoles de cobardes en hombres de sumo valor, es un hecho probado y manifiesto que no tiene explicación alguna aparte de la realidad del hecho de la Resurrección. Si por alguna artimaña suya -que es imposible según la evidencia- hubiesen podido hacer ver que Cristo había resucitado sin que fuese verdad, no existe posibilidad alguna de que se hubiesen presentado ante la multitud de Jerusalén y ante el Sanedrín, algunas semanas más tarde, para declarar con poder y denuedo el hecho de la Resurrección, arriesgando sus vidas, y retando al mismo poderoso tribunal que había condenado a muerte a su Maestro. Un fanatismo que surge de ideas falsas no es desconocido, desde luego, pero necesita tiempo para incubarse, mientras que el cambio en los discípulos fue instantáneo. d) El nacimiento, persistencia y crecimiento de la Iglesia en la época inmediatamente posterior a la crucifixión es algo increíble aparte de la realidad de la Resurrección. Todo se produjo en público, en Jerusalén, a la vista de los inicuos jueces de Jesús. Un Salvador muerto y no resucitado no ofrecería base alguna para tal fenómeno, sino sólo serviría para confirmar el desánimo que se refleja en la conversación de los dos que huían de Jerusalén a Emaús, pensando que Jerusalén no era lugar apropiado para ninguno de los seguidores del Profeta crucificado (Luc. 24:17-21). Por añadidura, los documentos que hemos venido estudiando se redactaron a los pocos años de suceder todo aquello, surgiendo, como hemos visto, de una tradición oral y de unas notas contemporáneas con los hechos. El Nuevo Testamento debe su existencia a la Resurrección, y es inconcebible aparte de aquella realidad que quedó profundamente grabada en la comprensión, corazón y memoria de una multitud de buenos testigos. La tumba vacía. Del conjunto de pruebas que acabamos de exponer, seleccionamos la de la tumba vacía para unas consideraciones más detalladas. La tumba del rico senador era del tipo lujoso, siendo excavada en la roca en forma de una cueva, con estantes de piedra para el descanso de los cadáveres. La

apertura se cerraba por una piedra esférica que bajaba por una ranura en ligera pendiente, con el fin de dejar el hueco bien tapado. La fuerza de un hombre solo bastaba para cerrar la tumba, pero se necesitaría el esfuerzo de varios para “quitar la piedra”. Se han hallado algunas que se tapaban por “piedras de molino” rodadas en su ranura transversal, con el mismo propósito de cerrar herméticamente la apertura. El asegurar la tumba con un sello, según la súplica que hicieron los sacerdotes y fariseos a Pilato, era bastante corriente. El sello en este caso sería el de Roma, y, por añadidura, los jefes disponían de una guardia que había de vigilar hasta el tercer día, término de la profecía citada, y el límite supuesto para el posible manejo de un cadáver que viera corrupción (Mat. 27:62-66). La importancia de la manera de sepultar al Señor, con las condiciones de la tumba, se destaca si nos hacemos dos preguntas: “¿Quién revolvió la piedra?” y “Si Cristo no resucitó según los términos de la evidencia bíblica, ¿por qué no exhibieron públicamente los jefes judíos el cuerpo de Jesús, lo que habría cortado de raíz los rumores de una «resurrección»?” Las seguridades eran tales, y la fuerza de los discípulos tan reducida, que la historia del “robo del cuerpo” no puede ser verosímil (Mat. 28:12-15), bien que es la explicación “oficial”, de los judíos hasta el día de hoy, ¡porque no hay otra! Evidentemente el cuerpo estaba completamente bajo el control de los enemigos de Jesús, según todas las posibilidades humanas y materiales, de modo que el hecho de la “tumba vacía” es evidencia de primer orden que no ha podido rebatirse nunca. Muchos lectores no se percatan de la fuerza evidencial de la visita de Pedro y Juan al sepulcro por no entender bien las expresiones de Juan 20:4-9. ¿Por qué “creyeron” los dos al ver las mortajas en el suelo? Aún no comprendieron todo el triunfo de la Resurrección, pero evidentemente quedaron convencidos de que el cuerpo había sido quitado por una obra sobrenatural. Al tratarse de un robo, o del intento de un desfallecido (que no hubiese muerto realmente) de salir de la tumba, son posibles dos alternativas: que las mortajas hubiesen sido llevadas juntamente con el cadáver (que es lo más natural); o que el complicado vendaje se hubiese desenvuelto penosamente, quedando necesariamente en desorden, pues se trataba de múltiples vendas que sujetaban cien libras de especias. Pero los dos discípulos no vieron nada de eso. Las mortajas estaban en su sitio, enrolladas aún, con las de la cabeza algo separadas, lo que probó que el Cuerpo había salido sin ser impedido por la sujeción material del vendaje. Pero el hecho probaba también que la resurrección era corporal, pues ¡el Cuerpo había desaparecido!. El momento de la Resurrección. Las consideraciones anteriores recalcan el hecho de que nadie sabe el momento de producirse la Resurrección, y que no había testigo posible del hecho. Los testimonios giran alrededor del hecho manifiestamente consumado. La dramática aparición del ánge1 a la puerta de la tumba, señalada por el terremoto, tuvo por objeto manifestar que el sepulcro estaba ya vacío, aparte de los vendajes. El sentarse el mensajero celestial en la misma piedra que revolvió -y que había sido una preocupación para las mujeres fieles que se iban acercando- muestra elocuentemente que Dios

controlaba la situación, por encima de todas las maniobras del Sanedrín y de la potencia de Roma. Los guardias quedaron como muertos, pero las mujeres creyentes no tenían nada que temer: “No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado así como os dijo. Venid, ved el lugar donde yacía el Señor” (Mateo 28:1-6). Los relatos de la Resurrección Más exactamente los relatos describen los movimientos de los discípulos y de las mujeres que querían rendir los últimos honores al sagrado cuerpo del Maestro, y las manifestaciones del Señor a varios de ellos. Es importante, desde el punto de vista evidencial, recordar que nadie esperaba ver a Jesucristo resucitado, y que todo el afán de los fieles consistía en dejar el Cuerpo honrosamente sepultado. Además de ello, se congregaron los discípulos con miedo en el aposento alto (Juan 20:19). No había, pues, ninguna predisposición que les hiciera sensibles a visiones o a alucinaciones. No sólo eso, sino que las manifestaciones se produjeron ante distintas personas, en varios lugares y circunstancias, lo que anula la posibilidad de visiones subjetivas producidas por el ardiente deseo de volver a ver al Maestro. En el curso de la mañana del primer día de la semana, varias personas iban y venían desde distintos puntos de la ciudad al sepulcro; la composición de los grupos variaba en diferentes momentos, según se desarrollaban los sucesos. Las distancias eran cortas, y podían ser recorridas en pocos minutos. Además cada Evangelista presenta el aspecto de los sucesos que se revistió de mayor interés en relación con su finalidad especial. Mateo refiere dos presentaciones del Resucitado, la primera a Salomé y a María a su vuelta del sepulcro por la madrugada, y la segunda a los Once (con otros probablemente) en la montaña de Galilea ya señalada como lugar de cita antes de la Pasión (Mat. 28:9-10; 16-18). Marcos nota tres: la manifestación a María Magdalena; una breve mención de la que concedió el Señor a los dos discípulos que caminaban a Emaús; la que alegró el corazón de los Once mientras comían (Mar. 16:9-11, 12, 14). Está implícita otra manifestación en la mención de la Ascensión (Mar. 16:19). Lucas menciona la manifestación del Señor a Pedro en sesión privada, detalla la conversación en el camino a Emaús, describe la presentación del Maestro a los Once reunidos y narra los acontecimientos de la Ascensión (Luc. 24: 13-53). Juan describe la entrevista del Señor con Maria Magdalena, narra su presentación a los discípulos en el Cenáculo en ausencia de Tomás Didimo, y otra estando presente Tomás. Como Epílogo a su Evangelio describe el encuentro del Señor con siete discípulos en una playa del Mar de Galilea (Juan 20: 11-29; 21: 1-23). La Persona del Resucitado

Los cuadros que señalan al Resucitado en contacto con los suyos después de la Resurrección son de gran valor histórico, emotivo y doctrinal, y merecen ser estudiados y meditados en un espíritu de adoración. Resumiendo el efecto que produjeron las manifestaciones en los discípulos, podemos decir que le hallaron “igual, pero diferente”. Era exactamente igual en su Personalidad, en su forma de tratar con ellos y en aquella maravillosa mezcla de cariño y autoridad que tan bien recordaban. Al mismo tiempo ellos se hallaban aún en el cuerpo de hombres caídos, mientras que el Cuerpo del Maestro, siempre puro y sin mancha, era ya “cuerpo de resurrección”. Se esforzaba por probar que no era meramente un espíritu, llegando hasta comer con ellos (Luc. 24:36-43), pero al mismo tiempo no conocía ya las limitaciones de la materia ni del espacio. La piedra de la tumba no pudo impedir su salida del lúgubre recinto cuando sonó la hora del triunfo manifiesto sobre la muerte. Es importante que notemos que no había duda alguna en el corazón de los Once al terminarse las manifestaciones, y todos habrían dicho con Juan en el barco: “¡El Señor es!” (Juan 21:7). En el caso de aquellos que aún dudaron, según una frase en Mat. 28:17, hemos de suponer que se trata de amigos del círculo apostólico, pero en manera alguna de los Once que habían de testificar denodadamente del hecho de la Resurrección. El Cuerpo del Resucitado No es éste el lugar para presentar las enseñanzas bíblicas sobre la naturaleza del cuerpo de resurrección del creyente, pero podemos notar de paso que las enseñanzas de Pablo y de Juan en porciones como 1 Cor. 15:35-54; 2 Cor. 5:1-5; Fil. 3:21; 1 Juan 3:1,2, y las del Maestro mismo en Luc. 20:34-36, hallan su mejor ilustración en las escenas que acabamos de notar. Seguramente el resplandor de la gloria del cuerpo del Dios-Hombre resucitado se velaba aún, para hacer posible la continuación del ministerio entre los suyos hasta la Ascensión, pero se determinan claramente los hechos siguientes: a) el Cuerpo fue palpable, y no mero espíritu hecho visible; b) tenía carne y huesos, bien que no se hace mención de la “sangre”, que es la base fisiológica de nuestra vida aquí; c) le era posible al Señor comer, pero podemos creer que no necesitaba hacerlo; d) los objetos materiales no ofrecían resistencia alguna a la sustancia corporal: fenómeno que quizá nos asombra menos en esta “edad atómica”, cuando se sabe que aun los materiales aparentemente más sólidos no son más que “energía en movimiento”. En fin, se trata realmente de un cuerpo, bien que pertenecía ya a un plano muy superior de existencia. Por las enseñanzas de Pablo en 1 Cor. cap. 15 deducimos que el cuerpo de resurrección es el vehículo perfectamente adecuado al espírítu redimido, mientras que el de este siglo se controla por el alma, con la enorme desventaja en este caso de que su funcionamíento se entorpece por el pecado. El orden de los acontecimientos

del día de la Resurrección Con los distintos relatos a la vista, y recordando lo que arriba decíamos sobre los múltiples movimientos de varias personas durante la mañana del gran Día, y teniendo en cuenta que había varios caminos (todos cortos) desde la ciudad al sepulcro, hemos de intentar la coordinación de los acontecimientos en su orden probable, pero siempre a guisa de ensayo, pues nos harían falta datos que ahora ignoramos para llegar a precisar exactamente la sucesión de acontecimientos. Como hemos visto, la historia empieza después de consumarse el hecho de la Resurrección corporal del Señor. La primera etapa. Las dos Marías y Salomé llegaron al huerto muy de mañana, y vieron primero al ángel sentado sobre la piedra (Mat. 28:1-6), quien les aseguró que el Señor había resucitado. Segunda etapa. María Magdalena no esperó más, sino que, aturdida y llena de angustia por lo que parecía ser una violación de la tumba dejó a sus compañeras y corrió a la ciudad para llamar a Pedro y a Juan. Recuérdese las breves distancias (Juan 20:1,2). Tercera etapa. Las otras dos mujeres quisieron investigar el hecho, y, al entrar en la tumba, vieron al mismo ángel (o a otro) “sentado al lado derecho”. Él las tranquilizó y proclamó la Resurrección del Señor conforme a los anuncios que habían precedido a la Pasión, y les mandó llevar las buenas nuevas a los discípulos, recordándoles la cita en Galilea. Las mujeres obedecieron, y dejaron el sepulcro para volver a la ciudad (Marcos 16:5-8). Cuarta etapa. Mientras tanto Pedro, Juan y María Magdalena se apresuraron al sepulcro por un camino distinto, no encontrando a María y a Salomé. Los dos hombres inspeccionaron la tumba, y “creyeron” al ver la evidencia de los lienzos (Juan 20:3-10; Luc. 24:12). Quinta etapa y primera manifestación. María Magdalena no quiso apartarse de la entrada de la tumba, preocupada por la suerte del Cuerpo del Amado. Al volver a mirar dentro, vio a dos ángeles vestidos de blanco. Apenas hubo entablado conversación con ellos cuando se dio cuenta de que alguien se hallaba detrás de ella, y al pronunciar el Señor su nombre, le reconoció. Sigue la conversación que hemos de notar bajo el epígrafe de la ASCENSIÓN (Juan 20:11-18 con Mar. 16:9). Sexta etapa. María acudió de nuevo a los discípulos con la buena nueva de que no sólo estaba vacía la tumba, sino que el Señor se había manifestado a ella (Juan 20:18). Séptima etapa y segunda manifestación. Al parecer, Salomé y la otra María, después de la conversación con el ángel, volvieron más despacio a la ciudad por otra ruta. Seguramente acababan de salir del huerto cuando Pedro, Juan y María Magdalena estaban llegando. De todas formas hubo tiempo para que el Señor se revelase a María y acudiese al encuentro de Salomé y la otra María antes de que llegasen a casa. Desde luego el Señor no estaba sujeto a los límites de espacio ni de tiempo. Jesús las saludó con el “Salve” (“Chairete” = “Saludos” o “Gozaos”) y les da también el mensaje para los discípulos sobre

Galilea (Mat. 28:8-10). Octava etapa. Las actividades de otro grupo de mujeres de Galilea. Lucas, utilizando otras fuentes de información, narra los movimientos de un grupo de mujeres de Galilea, entre las que se destacaba Juana, quienes habían presenciado los detalles de la sepultura, y que también habían preparado especias y ungüentos (Luc. 23:55-24:9). Éstas entraron en la tumba, no hallaron el cuerpo, pero vieron a “dos hombres” en ropa resplandeciente. El mensaje que recibieron de los ángeles difiere en muchos puntos de aquel que el ángel había dado ya a María y a Salomé, y parece ser que no se les concedió ninguna manifestación del Señor en el camino a su casa. Éstas habrían dado la información a los dos discípulos que iban a Emaús, que luego dijeron: “y también ciertas mujeres de los nuestros nos han dejado asombrados, las cuales al amanecer, estaban junto al sepulcro; y no hallando su cuerpo, se volvieron diciendo que habían visto una visión de ángeles, los cuales han dicho que él vive” (Luc. 24:22, 23). Luc. 24:10 presenta un problema, ya que menciona a María Magdalena, Juana y la otra María todas juntas, como los mensajeros a los Apóstoles, luego nota la visita de Pedro al sepulcro, pero hemos de entender que la narración especial de Lucas termina en 24:9, siendo el v. 10 un resumen de las actividades de todas las mujeres, mientras que el v. 12 es una mención de la visita de Pedro a la tumba que recogió Lucas en sus investigaciones como historiador, y que se sitúa fuera de su contexto. Novena etapa. Más tarde en el día Jesús se reveló a Pedro en privado, sin duda con el fin de efectuar su plena restauración en vista de las negaciones de la noche de la entrega (Lucas 24:34; 1 Cor. 15:5). Décima etapa. La manifestación a Cleopas y a su compañero en el camino de Emaús (Luc. 24:13-33) fue un acto especial de la gracia del Señor, ya que se alejaban de la capital después de oír las noticias de la tumba vacía y de la conversación que tuvieron las mujeres con los dos ángeles en la tumba. La naturalidad y la “plenitud” de la narración son maravillosas, y sirven como pruebas incontrastables de que Jesús era el mismo antes y después de la Pasión. Undécima etapa. La manifestación del Señor a los Diez en el Cenáculo por la tarde del primer día de la semana (Juan 20: 19-23). Si se puede aplicar las condiciones normales de cronología al programa del Resucitado, hemos de pensar que, habiendo dejado a los “dos” en la casa de Emaús (Luc. 24:31), se presenció inmediatamente con los Diez en el Cenáculo, mostrándoles sus manos y su costado, donde, por la providencia especial de Dios, quedaron -y quedan- las imborrables huellas de las heridas de la Cruz: preciosas credenciales de eterna eficacia que demuestran que el que vive, es el que murió (Apoc. 1:18; 5:6). Las evidencias de la consumación de la obra de expiación en el cuerpo del Resucitado permitieron la realización del acto simbólico de dar a los Apóstoles el Espíritu Santo, quien haría eficaz su ministerio, encaminado a la remisión de los pecados (Juan 20:20-23). Manifestaciones posteriores

Nadie puede enumerar todas las manifestaciones del Señor resucitado a los suyos durante los “cuarenta días”, puesto que Hech. 1:3 señala un extenso ministerio de enseñanza, acompañado de “muchas pruebas indubitables”. En cuanto a los relatos conservados en los Evangelios, notemos los siguientes: La manifestación del segundo domingo. A pesar de la renovación de la cita en Galilea por la voz de los ángeles, es evidente que los Once tuvieron que permanecer en Jerusalén por una semana después de la Resurrección, ya que el Señor quiso presentarse personalmente a Tomás Dídimo, ahuyentando todas sus dudas, y recibiendo de sus labios aquella confesión que hemos apreciado como la culminación del proceso de revelación en el corazón de los discípulos, y que constituye la cúspide del Evangelio según Juan (Juan 20:24-29). La manifestación a los siete en una playa del Mar de Galilea, Juan 21:1-23. El apóstol Juan escoge esta manifestación (entre las muchas) porque le ofrece material para un precioso Epílogo a su Evangelio, que, según su presentación tan especial, echa luz sobre las condiciones de testimonio y de servicio después de la partida del Maestro al Cielo. Los siervos no sólo han de ser animados por el celo de trabajar, sino dejarse dirigir por el Resucitado desde la Diestra, hallándose el móvil del servicio en la humildad, el amor rendido, en el sentido de responsabilidad personal de cada uno al Maestro. La manifestación en la montaña de Galilea, Mat. 28:16-20. Si hemos entendido bien la finalidad del Evangelio de Mateo, no nos extrañará hallar en su escrito el relato del encuentro “oficial” de los Once con su Maestro, según la cita preordinada en Galilea y a los efectos de recibir la solemne comisión de extender el Reino por todo el mundo. El Rey rechazado por los hombres se halla revestido de “toda potestad en el cielo y en la tierra”. La ocasión de la Ascensión, Luc. 24:50-53. Si nos limitáramos al escrito de Lucas, pensaríamos que, después de las importantes enseñanzas dadas a los discípulos en el Cenáculo, el Señor les condujo en seguida al Monte de los Olivos, a breve distancia de Jerusalén, para el acto de la Ascensión. De hecho tenemos que juntar todas las evidencias, y es Lucas mismo quien señala la extensión del ministerio de los “cuarenta días” (en Hech. 1:3) y quien termina su presentación de la Vida de Jesucristo con la narración de la Ascensión (véase abajo). Marcos también nota que Jesús “fue recibido arriba en el Cielo y se sentó a la diestra de Dios” (16:19,20), pero no se preocupa tanto por el hecho histórico, como por hacernos ver que el Siervo de Jehová, habiendo terminado su ministerio en la tierra, lo continúa desde el Cielo a través de sus siervos. El primer día de la semana Todos los Evangelistas describen el día después del sábado como “el primer día de la semana”, y hay varias referencias al “amanecer” de tan fausto día. Quizá hallamos aquí, no sólo una importante nota

cronológica, sino también un eco de Éxodo 12:2: “Este mes os será el principio de los meses; os será el primero de los meses del año.” El Éxodo, basado sobre la redención por sangre y por las poderosas operaciones del “brazo de Jehová” al sacar a su pueblo de la esclavitud de Egipto a la libertad del desierto, había de cambiar el calendario para el nuevo pueblo de Dios. En la Resurrección la “noche” del aparente triunfo de Satanás quedaba atrás, y en potencia, bien que en “misterio” aún, se había inaugurado la Nueva Creación. Recordemos la declaración de 2 Tim. 1:9, 10, que tantas veces hemos citado en relación con el Evangelio: “Nuestro Salvador Cristo Jesús ... abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad”, y pensemos también en el sentido literal de 2 Corintios 5:15, 17, 18: “Uno murió por todos: luego todos murieron ... de modo que, si alguno está en Cristo, hay una nueva creación; las cosas viejas pasaron, y, he aquí, son hechas nuevas y todo viene de Dios.” Todo cuanto brota de la obra de la Cruz y de la plenitud de la Resurrección en la potencia del Espíritu Santo, pertenece al nuevo “Día” de la nueva Creación. Dios ha colocado cuanto procede del pecado, de la carne y del mundo (todo el dominio de Satanás) en el lugar de la muerte, y si bien hemos de recibir la potencia del nuevo orden por la fe todavía -a causa de la necesidad de proclamar el Evangelio en condiciones tales que sea recibido por la sumisión y la fe-, la obra está consumada y no tardará en manifestarse. No es una casualidad, ni un capricho, ni mucho menos una equivocación, que los cristianos reconozcan el “primer día de la semana” como la reiterada ocasión en que se congregan para celebrar la fiesta que “proclama” la muerte del Señor hasta que él venga, y para postrarse en adoración delante de Dios quien “hace nuevas todas las cosas”. Todos los días son sagrados para quien se consagra a Cristo, pero el valor simbólico del “primer día de la semana” no ha de despreciarse, sin que por ello hagamos esfuerzos -por cierto harto ilógicos- para equipararlo con el “sábado”, que se revestía de su precioso simbolismo hasta que amaneciera el nuevo Día, el principio del reinado de luz. No fue una casualidad que los discípulos de Troas estuviesen congregados para partir el pan el primer día de la semana sino el indicio de una santa costumbre que llevaba el sello de la autoridad apostólica, como es evidente por la forma intencionada en que Lucas introduce la frase (Hech. 20:7). La posición de los nacidos de nuevo, a quienes nos ha dado “vida juntamente con Cristo”, es paradójica y difícil, ya que somos “hijos de luz”, trasladados de “la potestad de las tinieblas al Reino del Hijo de su amor”, pero a la vez vivimos y damos nuestro testimonio a Cristo en un periodo que, desde otro punto de vista, es el “día del hombre”, bajo el control del “espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia”, día de tinieblas, y no luz. Pero allí está el discernimiento y la paciencia de los santos hasta que el “Reino en misterio” se convierta en “Reino en manifestación”. No sólo eso, sino que allí está también su oportunidad, ya que servicio habrá en la consumación, pero no este servicio que nos es encomendado ahora, por el que nos corresponde el honor de testificar por Cristo en el escenario de su rechazo, sostenidos como quienes “ven al Invisible”, hasta que él venga para inaugurar los siglos de los

siglos de eterna luz, trayendo consigo su galardón (Apoc. 22: 13,20).

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR JESUCRISTO El Señor quiso señalar el fin oficial de su ministerio en la tierra por una ascensión visible, en presencia de los discípulos y testigos suyos. No había necesidad intrínseca para ello, ya que el Resucitado no estaba limitado a condiciones físicas; por las palabras que dirigió a María Magdalena en la primera manifestacion suya después de la Pasión, se indica, al parecer, una reanudación del contacto con el Padre, que nada tenía que ver con la Ascensión posterior: “No me toques, porque aún no he subido al Padre; mas ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre; a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17). No hemos de esforzarnos por penetrar el misterio de las relaciones especiales entre el Padre y el Hijo, ya que, aun durante el ministerio anterior a la Cruz, había dicho: “Nadie ha subido al Cielo sino el que descendió del Cielo a saber, el Hijo del hombre que está en el Cielo” (Juan 3:13), pero como mínimo aprendemos que, después del imponente Acontecimiento de la Cruz, que encerraba insondables misterios en cuanto a las relaciones entre el Padre y el Hijo, hubo la necesidad de un encuentro íntimo entre ambos sobre otra base. Ni María ni los discípulos tenían parte alguna en tal misterio, lo más sagrado del Cielo, bien que podrían gozarse en unas nuevas relaciones familiares tanto con el Hijo, quien les llama sus “hermanos”, como con el Padre revelado como tal en poder espiritual. El hecho histórico de la Ascensión Aparte de la breve mención del hecho en Mar. 16:19, dependemos de la pluma de Lucas para la descripción de la Ascensión. Los detalles constan en Luc. 24:50-53, y en Hech. 1:9-11, y pueden resumirse como sigue: a) El Señor se había dedicado a la enseñanza de sus Apóstoles durante los “cuarenta días”, iluminando sus mentes especialmente sobre las profecías mesiánicas del A. T., sobre su Reino y sobre el Espíritu Santo cuya presencia con ellos sería condición imprescindible para la realización de su misión de testimonio y de enseñanza (Luc. 24:44-49; Hech. 1:3-8). b) Inmediatamente antes de la Ascensión habían estado en Jerusalén, desde donde el Maestro les condujo al Monte de los Olivos (Luc. 24:50). c) Como preludio a la Ascensión, el Señor alzó sus manos en ademán de bendecir a sus discípulos (Luc. 24:50, 51), lo que señala el carácter de gracia de esta dispensación. d) El hecho físico de la separación y del levantamiento se subraya en Luc. 24:51 y Hech. 1:9. e) Consta que los discípulos vieron realmente lo que sucedía al ser alzado su Maestro de entre ellos (Hech. 1:9). f) Fue recibido Jesús por una nube que le ocultó de la vista de los discípulos (Hech. 1:9). Hemos de suponer que la “nube” fuese análoga a la que se posaba sobre el Tabernáculo del Desierto, y que señaló la presencia de Dios y la de sus santos ángeles, no siendo una mera nube de vapor. g) El destino de tan excelso viaje fue el Cielo

según se nota en Mar. 16:19, y en el mismo texto se hace mención de la sesión a la Diestra de Dios. Lucas dice igual en 24:51. h) Los discípulos no querían quitar su vista de la nube que recibió a su amado Maestro según se señala en Hech. 1:10. i) La aparición de los “dos varones” (ángeles) fue motivo para “Señalar la relación entre la Ascensión corporal y visible del Señor y su retorno futuro del mismo modo como los discípulos le habían contemplado alejarse (Hech. 1:10, 11). j) La vuelta de los discípulos a Jerusalén “con gozo”, por haber comprendido el significado del dramático FIN del ministerio de su Maestro, se nota en Luc. 24:52, 53 con Hech. 1:12. El significado de la Ascensión Las siguientes breves notas resaltarán los principales aspectos del significado de la Ascensión. Puso fin oficial al ministerio de Cristo en la tierra. El Hijo se había ofrecido para realizar una misión especialísima, como el Verbo encarnado en la tierra, y como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Siembr había sido y será el único Mediador, pero su estancia en la tierra se revestía de un carácter específico y de límites claramente definidos: “Salí del Padre, y he venido al mundo; y otra vez dejo el mundo y voy al Padre” (Juan 16:28; comp. 13:1-3). Se asocia con la exaltación de Cristo como Príncipe y Salvador, de modo que anula el veredicto adverso de los hombres que le clavaron en la cruz de Barrabás, y señala el triunfo del Hijo del Hombre, a quien Dios dio un Nombre que es sobre todo nombre (Fil. 2:8-11; Hech. 2:36). Inaugura el ministerio de presentación y de intercesión del Mediador y del Sumo Sacerdote. La presencia de quien llevó a cabo la obra de expiación de pecados a la Diestra de ltRono es la garantía de la justificación del creyente (Juan 16:10; Romanos8:34). Igualmente provee para los santificados un Intercesor y un Auxiliador que opera a su favor con plena autoridad y poder (Heb. 2:17, 18; 4:14-16; 6:20; 7:24-28; 1 Juan 2:1,2). Señala el periodo del reino espiritual del Rey-Sacerdote que terminará con su triunfo final sobre todos sus enemigos. Sal. 110:4; Heb. 10:12,13. Inaugura la dispensación del Espíritu Santo en la tierra, ya que Cristo había de consumar su obra redentora y ser exaltado antes de que pudiese ser dado el Espíritu Santo para habitar en la Iglesia, como también en el cuerpo de los redimidos (Juan 7:38; 15:26:; 16:7; Hech. 1:4,8; Efe. 2:21,22; 1 Cor. 3:16, 17; 6:19). Por lo tanto coincide con la época del testimonio de la Iglesia en el mundo (Efe. Caps. 2-4). Señala, por lo tanto, la época de las “mayores obras” de los siervos de Dios en la tierra que depende de la obra consumada de Cristo y de la presencia con ellos del Espíritu Santo (Juan 14:12; Mar. 16:19; Hech. 2:41; 5:16; Efe. 4:7-12). Se relaciona con la Segunda Venida de Cristo de forma corporal y visible que señalará la consumación de este siglo (Hechos 1:11; Mat. 24:30). La Ascensión subraya las notas de consumación y de esperanza, pues

Cristo “volvió al Padre” porque había cumplido su misión en la tierra, y de él también se dice: “Porque dentro de brevísimo tiempo vendrá el que ha de venir, y no tardará (Hab. 2:3, 4; Heb. 10:37).

NOTA FINAL Hemos visto cómo EL EVANGELIO se manifiesta en LOS EVANGELIOS, puesto que éstos retratan maravillosamente a aquel que encarna el Evangelio en su Persona y Obra. Autores inspirados de la edad apostólica vieron lo que nosotros podemos ver, gracias a la plenitud y la exactitud de los escritos que hemos venido estudiando, y dieron cumplida expresión del valor del gran Hecho: “Dios, que antiguamente habló a los padres por los profetas, en muchas porciones y de diversas maneras, al fin de estos días nos habló por medio de su Hijo ... el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la exacta representación de su sustancia, y sustentando todas las cosas con la palabra de su potencia, habiendo hecho la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Heb. 1:1-3). “Si nuestro Evangelio está cubierto de un velo, “lo está entre los que están en camino de perdición, en los cuales el dios de este siglo cegó las mentes de los que no creen, para que no les resplandezca la claridad del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios ... Porque Dios que dijo: “De las tinieblas resplandezca la luz”, es el que resplandeció en nuestros corazones para iluminación de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor. 4:3-6). Juan el Apóstol, hablando en el nombre de todos los testigos inspirados, hace constar el cumplimiento de su sagrado cometido: “La Vida fue manifestada, y hemos visto y testificamos, y os anunciamos la Vida eterna, la cual era con el Padre y nos fue manifestada. Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos a vosotros, para que vosotros tengáis asimismo comunión con nosotros; y nuestra comunión es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1:2-3).

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Escríbanse tres predicciones hechas por el Señor Jesucristo que anuncian claramente su Resurrección de entre los muertos. Escríbanse además dos alusiones veladas y simbólicas por las que el Señor predijo su Resurrección y señaló su significado. 2. ¿Cómo se establece la veracidad de cualquier hecho histórico? Teniendo en cuenta estas normas, explique por qué cree usted en la realidad histórica de la Resurrección de Jesucristo. 3. Describa las manifestaciones que el Señor concedió a los suyos durante el día en que resucitó, siguiendo su probable orden cronológico.

4. Discurra sobre el significado y la importancia de la Ascensión de Jesucristo.

BIBLIOGRAFÍA SELECTA En castellano Barclay, W., Comentario del Nuevo Testamento, vols.1 y 2, Mateo; vol.3, Marcos; vol.4, Lucas; vols. 5 y 6, Juan (LA AURORA) Benware, P., Comentario Bíblico Portavoz: Lucas (PORTAVOZ) Broadus, J., Comentario sobre el Evangelio de Mateo (CBP) -------------- Comentario sobre el Evangelio de Marcos (CBP) Burt, D., Comentario ampliado del Nuevo Testamento, vol. 1, Mateo 1 (CLIE) Cook, G., y R.Foulkes, Comentario Bíblico Hispanoamericano:Marcos (CARIBE) Gooding, D., Según Lucas (ANDAMIO) Harrison, E., Comentario Bíblico Moody: Los Evangelios (PORTAVOZ) --------------- Comentario Bíblico Portavoz: Juan (PORTAVOZ) Puigvert, P., La Biblia y su mensaje, vol. 13: Juan (UNIÓN BÍBLICA) Robertson, A., Comentario Bíblico Portavoz: Mateo (PORTAVOZ) Sánchez, B., La Biblia y su mensaje: vol. 11: Marcos (UNIÓN BÍBLICA) -------------- “ “ “ “ “ : vol. 12: Lucas (UNIÓN BÍBLICA) Tenney, M., Nuestro Nuevo Testamento: Los Evangelios (PORTAVOZ) Trenchard, E., El Evangelio según San Marcos (LITERATURA BÍBLICA) ----------------- y Solé, J., Temas del Evangelio de Juan (LITERATURA BÍBLICA) En inglés Blomberg, C., Jesús & the Gospels (APOLLOS) ---------------- New American Commentary, vol.22: Matthew (BROADMAN) ---------------- The Historic Reliability of John´s Gospel (APOLLOS) Blunt, A., The Clarendon Bible: Mark (OXFORD UNIVERSITY PRESS) Caird, G., Pelican New Testament Commentaries: St.Luke (PENGUIN) Cole, R., Tyndale New Testament Commentaries: Mark (IVP) Creed, J., The Gospel according to St.Luke (MACMILLAN) Ellis, E., New Century Bible: The Gospel of Luke (OLIPHANTS)

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LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES

Ernesto Trenchard

Capítulo 1 INTRODUCCIÓN EL LUGAR DEL LIBRO EN EL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO Como veremos en su debido lugar, es casi seguro que el Evangelio según Lucas y Los Hechos de los Apóstoles constituían dos partes de una sola obra extensa que Lucas redactó para la orientación e información de personas como Teófilo, formadas en el sistema cultural que denominamos el grecorromano, ya que predominaba en el Imperio de Roma, al par que sus raíces se ahondaban en el subsuelo de la literatura y las artes de Grecia, madre y señora de la civilización europea. El Evangelio se desgajó de la Historia a principios del segundo siglo por la razón de que a los cristianos les pareció bien unir las cuatro facetas de la vida del Señor Jesucristo bajo el nombre genérico de EL EVANGELIO, de la manera en que coleccionaron las epístolas de Pablo bajo el nombre general de EL APÓSTOL. Podemos ver las providencias de Dios en esta separación, contraria a la intención del autor, ya que LOS HECHOS llega a ser el nexo obligado entre la presentación total de la vida del Dios-Hombre en la tierra y la rica literatura epistolar de los Apóstoles. Si pasáramos de la Ascensión, como final del Ministerio de Cristo en la tierra, a las Epístolas de Pablo y los demás Apóstoles, nos enfrentarían multitud de problemas y cuestiones que no sabríamos solucionar, o que vislumbraríamos oscuramente por deducciones inciertas sobre la base de referencias biográficas e históricas esparcidas por dichas Epístolas. Pero el libro de Los Hechos, redactado con diáfana claridad, nos ofrece una selección, hecha por la divina sabiduría de la inspiración a través de la mente de un insigne historiador, de los acontecimientos más significativos de la era de la actividad apostólica -dirigida y controlada por el Espíritu Santo-, de modo que llegamos a las Epístolas en posesión de las claves necesarias para la comprensión de los escritos apostólicos. El mismo autor anuncia su designio y describe sus métodos en el prólogo al Evangelio (Lucas 1:14), haciendo mención de la labor de importancia primordial de los testigos oculares, al par que nota la existencia de otras narraciones anteriores. En cuanto a su propia obra añade: «Hame parecido conveniente también a mí, después de haberlo investigado todo con exactitud, desde el principio, escribirte una narración ordenada, oh excelentísimo Teófilo». En cuanto a Los Hechos, pudo ser testigo ocular de mucho de lo que refiere de la obra de Pablo, pero su don especial consistía en recoger, seleccionar y redactar acontecimientos que pertenecían a la primera época de la Fe, procurando asegurar la exactitud de su obra y ordenando el material según un plan que, sin duda, se debe al Espíritu Santo que utilizaba el temperamento y la preparación de uno de los historiadores más concienzudos de la antigüedad.

No queremos decir por eso que no queden problemas de cronología o de coordinación, en el terreno de la erudición bíblica, pero sí afirmamos que LOS HECHOS nos introduce a la literatura apostólica de forma magistral, aclarando todo lo que es necesario para la debida comprensión de las Epístolas. Bajo los epígrafes de «Contenido», «Plan» y «Propósito» tendremos más que decir sobre la función de este maravilloso libro, pero basta notar aquí su posición clave en el desarrollo de la doctrina cristiana y en la presentación de la historia de la Iglesia y del Reino de Dios durante el período crucial de la actividad de los Apóstoles. El lugar del libro entre el Evangelio según Juan y la Epístola a los Romanos se fijó en la época de la controversia antimarcionita (140 a 170), y se ha mantenido siempre como enlace natural entre EL EVANGELIO Y LAS EPÍSTOLAS desde entonces a nuestros días.

EL AUTOR DEL LIBRO Tanto el Evangelio como esta historia eclesiástica son escritos anónimos en cuanto a los textos griegos que han llegado a nuestras manos. Hemos de buscar el primer indicio del nombre del autor en los escritos cristianos del siglo segundo, y luego veremos cómo la evidencia interna concuerda con la información así recogida. Citas que pueden identificarse con textos de Los Hechos se hallan muy tempranamente en los escritos de los padres apostólicos, como por ejemplo en la epístola de Clemente, en la llamada «de Bernabé», en el «Pastor» de Hermas, en las epístolas de Ignacio, en la de Policarpo, en 1as apologías de Justino Mártir, etc., pertenecientes todos ellos a la primera mitad del siglo segundo. Se nombra a Lucas como autor por primera vez en el Prólogo Antimarcionita (160 a 180) y se confirma por el testimonio del Fragmento Muratoriano (170 a 200) y por claras referencias en los escritos de Ireneo, hacia el fin del siglo. Menudean luego las referencias a Lucas y a sus escritos. La paternidad común del Evangelio y de Los Hechos se establece por ser los dos dirigidos a un tal Teófilo, miembro del orden ecuestre u oficial de alta categoría en el servicio de Roma, como se evidencia por el tratamiento de «excelentísimo» que se le concede en el prólogo del Evangelio. La ausencia del título en Los Hechos podría obedecer a una mayor intimidad entre Lucas y su corresponsal, o al hecho de que Teófilo era ya creyente, sobrando por tal razón el ceremonioso tratamiento del principio del Evangelio. La consideración anterior se confirma por el estilo literario de los dos libros, ya que el autor es capaz en ambos de expresarse en los elegantes períodos del griego clásico, como en el prólogo del Evangelio, o, normalmente, en buen griego helenístico, que maneja a la perfección. A veces los eruditos señalan giros aramaicos, pero éstos obedecen a la sensibilidad de Lucas a su medio ambiente, ya que se hallan en las secciones que reflejan la vida y pensamiento de los judíos fieles que esperaban al Mesías (primeros

capítulos del Evangelio) y en la historia de la iglesia en Jerusalén durante el periodo exclusivamente judaico. El compañero del apóstol Pablo La mayor parte de Los Hechos se narra en tercera persona, «é1», «ellos», pero hay ciertas secciones, notablemente la que empieza en Hech. 16:10 (la visión de Pablo en Troas), en las que el autor se asocia con la compañía apostólica, utilizando la primera persona plural «nosotros». No es arriesgado deducir que Lucas se unió a la compañía en Troas y que compartiera sus trabajos y triunfos hasta la salida de Pablo de Filipos (17:1), cuando la narración sigue en tercera persona. Es notable que vuelve a identificarse con la compañía otra vez en Filipos, al emprender el viaje a Troas (20:5 y6), señalando los escriturarios una relación especial entre Lucas y Filipos. Es evidente al más profano que el detallado relato de los acontecimientos en Filipos delata el testigo ocular que se interesaba intensamente en lo ocurrido (cap. 16). Después de unirse con Pablo en Filipos al final del tercer viaje, es probable que le acompañara más o menos de cerca hasta el fin del período de su narración. No nos equivocaremos, pues, al identificar el compañero de Pablo, autor de estos libros, llamado «Lucas» por los cristianos del siglo segundo, como «Lucas el médico amado» compañero del Apóstol durante su primer encarcelamiento en Roma (Col. 4:14), y con el fiel amigo que no le abandonó hasta su martirio (2 Tim. 4:11). Antiguas tradiciones afirman que era oriundo de Antioquía en Siria, donde pudo haber conocido el Evangelio y trabado amistad con Pablo por primera vez. Lucas, gentil culto, y destacado siervo de Dios Las referencias personales a Lucas se limitan a los pasajes que hemos notado, en sí bien significativos, puesto que las breves pinceladas trazan los rasgos de un hombre profesional amado tanto por su temperamento como por su probada fidelidad «hasta la muerte». Pero hay elementos más abundantes que nos ayudan a ir perfilando el retrato, ya que el autor se conoce por sus libros. No habla de sí como héroe, sino que se esconde modestamente detrás de las señeras figuras que ocupan el proscenio; pero la selección del material es suya -bajo la guía del Espíritu Santo- por lo cual cada incidente llega a ser indicio de los intereses y la sensibilidad del médico amado. El Evangelio es más importante a los efectos de «psicoanalizar» a Lucas que no Los Hechos, ya que abundan los incidentes «humanos», llenos de ternura y de simpatía por los pobres y desvalidos; pero el observador que tan finamente sabía trazar los rasgos del gran Apóstol se retrata inconscientemente a sí mismo por la evidente comunidad espiritual y moral entre el «pintor» y la personalidad que pasa a su lienzo literario. Quedamos con la impresión de un hombre culto, inteligentísimo, lleno de simpatía, investigador por temperamento y por autodisciplina, con el «don de gente» que le capacitaba para averiguar y presentar con fina discreción hasta detalles

íntimos de sus biografiados; fiel, abnegado, modesto, trabajador, buen consejero, notable como personaje y como siervo de Dios entre los muchos colaboradores destacados del apóstol Pablo. Lucas como historiador En una época felizmente superada, escritores que no fuesen creyentes solían dar crédito a cualquier indicio histórico de los autores profanos, o a descubrimientos arqueológicos apenas comprendidos aún, concediéndoles la razón siempre frente a las indicaciones de la Biblia, que se consideraba como una selección de escritos religiosos, modelados por los postulados de los dogmas de los hebreos y de los cristianos, carentes por lo tanto de valor histórico. Hoy en día, libros como «La Biblia tenía razón», de Werner Keller (a pesar de todas sus imperfecciones), hacen ver aun al profano que la Biblia es un Libro estrictamente histórico. No es que los libros se redactaran por una mera preocupación histórica, pues la finalidad de las Escrituras es la de presentar la historia de la redención del hombre, al par que revela a Dios por medio de la Palabra escrita; pero, al hacer referencia a hechos históricos, lo hace según las normas de la más estricta verdad. Testigos de credenciales inmejorables dan fe de lo que han visto y experimentado, y la convicción cristiana de que fueron auxiliados por el Espíritu Santo aumenta y no disminuye el sentido rigurosamente histórico de su testimonio. He aquí la gran diferencia entre el cristianismo (con la revelación a los hebreos en el A.T.) y las demás religiones, cuyas leyendas fundamentales se hallan totalmente divorciadas de una base histórica. Las investigaciones arqueológicas -que ya se llevan a cabo por métodos científicos- han cambiado la actitud de los eruditos frente a la Biblia, y cualquier testimonio escritural se trata ahora con respeto por quienes están enterados de los descubrimientos de los cincuenta últimos años. Entre todos los escritos, los de Lucas se han prestado mejor que ninguno a la prueba de la investigación científica y arqueológica porque su narración roza con muchos hechos históricos y condiciones políticas y sociales que son «comprobables». Hubo tiempo en que los eruditos señalaban una multitud de «equivocaciones» en estos escritos, pero los clásicos trabajos del gran erudito e investigador Sir William Ramsay han cambiado todo eso. Con paciencia ejemplar recorría las tierras del Próximo Oriente, llevando a cabo sus investigaciones literarias y arqueológicas según métodos rigurosamente científicos, y por fin llegó a la conclusión de que Lucas, siguiendo las mejores tradiciones de los historiadores griegos (especialmente las de Tucídides), era el historiador más concienzudo y exacto de la antigüedad. Los frutos de sus investigaciones se han concretado en una serie de obras como «Luke the Physician», «St. Paul the Traveller», «The Church in the Roman Empire», que se aceptan generalmente como obras maestras de su género, y que han cambiado totalmente la opinión de eruditos sobre la historicidad de Los Hechos. Evidentemente es más difícil pasar el Evangelio por el crisol de la investigación arqueológica que no Los Hechos, que ofrece multitud de referencias a lugares, costumbres, títulos de oficiales, etc.; pero es

deducción natural que un historiador que prueba su categoría de investigador exacto y concienzudo en una parte de su libro (en dos tomos), merezca nuestra confianza en la primera parte, ya que hace constar que su método era igual en la totalidad de su obra (Luc. 1:1-4). Según el proceso «vital» de la inspiración de las Escrituras, el Espíritu Santo se ha valido de un escogido instrumento, historiador por temperamento y preparación, para redactar libros que presentan en forma ordenada y seguida los comienzos de la Fe cristiana en el mundo, empezando por el nacimiento del precursor del Mesías y terminando con la plena proclamación del Evangelio en la corte del Imperio. La cronología de Lucas Como punto de partida, Lucas sitúa el ministerio de Juan el Bautista en el año decimoquinto del reinado de Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba en Judea, y Anás y Caifás eran los sumosacerdotes (Luc. 3:1 y 2). Pero nos sorprende un poco que luego deje de orientamos por medio de fechas o por referencias a la historia profana, lo que ha dado mucho que hacer a los escriturarios. Como esta obra es un comentario que aprovecha lo mejor de la sana erudición de nuestros tiempos, sin pretensiones de erudición propia, nos contentamos con presentar una tabla de las fechas aproximadas de los grandes acontecimientos de los primeros años del cristianismo (véase Apéndice “La cronología de Los Hechos»,), remitiendo al lector estudioso a libros de referencia en lengua inglesa si le interesa más detalle cronológico, advirtiéndole al mismo tiempo que los peritos en la materia no están de acuerdo sino en las líneas generales. En su lugar veremos que la referencia a Galión, procónsul de Acaya (Hech. 18: 12-17), nos provee de otro punto fijo en el que la historia sagrada coincide con una fecha que se determina por referencias extrabíblicas, y hay razonable certeza sobre la fecha de la muerte de Herodes Agripa I (Hech. cap. 12); pero por lo demás nadie puede dogmatizar sobre el detalle. Lucas emplea con frecuencia frases como “quedaron bastante tiempo con los discípulos” (Hech. 14:28), que cumplen su propósito, pero dejan en duda el lapso del tiempo. Desde el principio del viaje hacia Jerusalén y Roma, Lucas, estando constantemente con el Apóstol (o cerca de él), se cuida más de las notas cronológicas, y podemos seguir el programa con bastante exactitud; pero los hechos del primer período de la vida de la Iglesia, bien perfilados en sí, carecen de una exacta perspectiva histórica.

LA FECHA DE LA REDACCIÓN Por fortuna, desde el punto de vista que se señala en el prólogo del autor, podemos resumir en unas escuetas referencias la voluminosa literatura existente sobre la fecha de la redacción de Lucas-Hechos. Muchas de las teorías que han sido populares en su día son fruto de las lucubraciones perversas de eruditos que no se dejan guiar par una sana doctrina de inspiración, tratando, por lo tanto, de «probar»

que muchos de las libros del N. T. se revisten de carácter pseudaepigráfico (escritos bajo nombres supuestos) y posteriores a la época apostólica. Dados nuestros postulados y la intención de este Comentario, podemos hacer caso omiso de tales teorías, pasando a notar los interesantes datos aducidos, por eruditos que trabajan en sujeción a la Palabra revelada. Lucas, no siendo testigo ocular de la vida de Cristo ni de la época jerosolimitana de la Iglesia, tuvo necesariamente que recoger su material de testigos fidedignos que sobrevivieran en los días cuando él podía dedicarse a sus investigaciones, según las normas que señala en Luc. 1:1-4. Suponiendo que Lucas se convirtiera en Antioquía, por las fechas de la primera expedición misionera de Pablo (aparece por primera vez en Troas alrededor del año 47), y notando sus abundantes trabajos como colega de Pablo durante las expediciones segunda y tercera, es natural suponer que no tendría ocasión de visitar los rincones de Palestina en busca de las antiguos discípulos hasta la época del encarcelamiento de Pablo en Cesárea (57 a 59), durante la cual podía atender a su amigo y guía, y al mismo tiempo realizar breves viajes a distintos lugares del país. El detalle del nacimiento del Señor, desde el punto de vista de María, nos hace suponer que se pondría al habla con ella, ganando su confianza por la gracia que le caracterizaba y por la autoridad de su profesión de médico. Como hipótesis verosímil, pues, suponemos que Lucas recogió el material de su Evangelio durante los años 57 a 59. Hemos notado que el libro es uno, en cuanto a su plan total, de modo que el material que corresponde al período que se extiende desde la Crucifixión (año 30) hasta el año 57 habría podido recopilarse al mismo tiempo. Lucas mismo era conocedor de los trabajos de Pablo y podría enterarse de los comienzos de la Iglesia en Jerusalén por contacto con los testigos oculares. Antes de la redacción final del Evangelio es posible que viera el Evangelio de Marcos, y él mismo declara que conocía otras fuentes escritas (Lucas 1: 1-4). Véanse también notas in loc. sobre Hech. 21:8 y 9. Al dar fin a su obra, los aciagos sucesos del viaje de Pablo están aún frescos en su memoria, como es evidente por el dramatismo y el detalle de su relato. Como veremos bajo el epígrafe del «Plan del Libro», su propósito se había cumplido, y pudo soltar la pluma, a pesar de que la narración nos parece truncada por estar nuestros ojos occidentales acostumbrados a distintos métodos biográficos. Pablo llegó a Roma en el año 60, y Lucas nota los dos años posteriores de detención, de modo que podemos dar como razonablemente cierta la fecha de 62 a 63 para la redacción final de esta gran obra literaria: la composición histórica (juntamente con los Evangelios) más importante de todos los tiempos.

CONTENIDO DEL LIBRO El enlace con los Evangelios Lucas mismo señala el enlace con el «primer tratado» en Hech. 1:1, tratando el escrito anterior «de

todas las cosas que Jesús empezó a hacer y a enseñar», y el posterior, por deducción natural, de cuanto el Señor continuó realizando por medio de su Espíritu en los Apóstoles, profetas y otros siervos suyos. El relato de la Ascensión redondea el Evangelio por la pluma de Lucas, a por otro colaborador, como final del ministerio terrenal del Señor (Luc. 24:50-53), pero hacía falta que Los Hechos empezaran con el mismo magno acontecimiento con el fin de relacionarlo con la obra que estaba aun por realizar. A pesar de la diferencia de autores, existe un estrecho enlace entre lo que Juan expone al referir el ministerio del Cenáculo (Juan caps. 13 a 16) por una parte, y el prólogo de Los Hechos por otra, ya que se pone de relieve en ambas porciones el doble testimonio tanto del Espíritu Santo como de los Apóstoles elegidos por el Señor. (Véase comentario sobre 1:11). El Espíritu Santo y los Apóstoles Recogiendo el último pensamiento del párrafo anterior, podemos hacer notar que las benditas actividades del Espíritu Santo, el Paracleto, el «Alter Ego» que ocupaba el lugar del Maestro (Juan 14:1519 y 26; 15:26 y 27; 16:7-15), es el tema de este libro que algunos han denominado «Los Hechos del Espíritu Santo». La presencia del Espíritu de Cristo hace posible que los Apóstoles obren en el «Nombre» de Jesucristo, al continuar su obra en la tierra. Realizaron «mayores obras» ya que la Redención se había consumado, el Resucitado había manifestado su triunfo sobre la muerte, y el Espíritu Santo había descendido para «bautizar» la Iglesia y revestir a los siervos de Cristo de poder divino. Pero no creemos que el título de «Los Hechos de Los Apóstoles» (que remonta a los tiempos de la controversia antimarcionita) sea disparatado, ya que se subraya una y otra vez el doble testimonio tanto del Espíritu como de los Apóstoles (Juan 15:27; Hech. 5:32; 15:28). Remitimos al lector al Apéndice «Los Apóstoles», que trata del cuerpo apostólico y de su especialísima labor. Véase también el comentario sobre Hech. 1:12-26. El Día de Pentecostés Por lo antedicho, es evidente que el Día de Pentecostés y el Descenso del Espíritu es el acontecimiento clave del Libro, por lo que se trata con detalle en su debido lugar. El gran HECHO de la Redención no es sencillo, sino compuesto, hallándose vitalmente unidos en él la Encarnación del Hijo, la Muerte expiatoria de Cristo, su gloriosa Resurrección juntamente con el envío del Espíritu Santo que siguió su glorificación. Sin el acontecimiento del Día de Pentecostés el HECHO se habría consumado en un vacío, faltando el medio para relacionarlo con las necesidades de los hombres. Los Evangelios, pues, presentan la Redención históricamente, como labrada por las poderosas manos salvadoras del Hijo; Los Hechos la presenta subjetivamente, hecha realidad en los corazones de los sumisos a la Palabra por las eficaces operaciones del Espíritu Santo. Forman conjuntamente la «cara y cruz» de la medalla de

oro que se forjó en los consejos eternos del Padre. La Iglesia Los Hechos pueden considerarse también como la primera historia eclesiástica, ya que narra el nacimiento de la Iglesia en el Día de Pentecostés, detallando luego el crecimiento y el testimonio del pueblo espiritual sobre la tierra: heredero en esta época de la antorcha que antes se hallaba en las manos de Israel. Algunas almas nacen de nuevo por la siembra de la semilla de la Palabra que se vivifica en los corazones de los verdaderos creyentes por la operación del Espíritu; y si bien Lucas sigue más bien los trabajos de los siervos de Dios (especialmente los de Pedro y de Pablo), no deja de describir también el fruto de tales trabajos: las iglesias locales, expresión en distintos lugares de la tierra de la Iglesia Universal, el Cuerpo místico de Cristo. Juntamente con las Epístolas, Los Hechos revela de forma práctica e histórica la naturaleza de las iglesias, con su orden, gobierno, prácticas y, sobre todo, su testimonio. El Reino de Dios. Al despedirse de los Ancianos de Éfeso, Pablo resume su obra diciendo que «anduvo proclamando el Reino», y al final de la historia de Lucas se halla el Apóstol en Roma «predicando el Reino de Dios» a cuantos acudían para verle (Hechos 20:25; 28:31). El mismo mensaje, como veremos en su lugar, se identifica con «el evangelio de la gracia de Dios» (20:24), e invitaba al «arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo» (20:21). El Evangelio del Reino de Dios es la proclamación del mensaje divino que ofrece el perdón, la justificación, la reconciliación y la vida eterna a quienes aceptan las condiciones del Rey, para entrar luego en la esfera de la sumisión a su voluntad, que es precisamente el Reino, sea cual fuere la manera y el momento de su manifestación. El tema es tan importante que, además de las muchas referencias que se hallan diseminadas por el Comentario, se resume en el Apéndice «El Reino de Dios y la Iglesia». La extensión del Reino en su manifestación espiritual es el tema del libro, y, adicionalmente a las citas ya notadas, veremos que se destaca en el mismo prólogo, puesto que el Señor Resucitado preparó a sus siervos por hablarles de «cosas concernientes al Reino de Dios» (1:3) .

EL PLAN DEL LIBRO Muchos expositores han resaltado la importancia de las palabras del Señor en 1: 8 como clave para la construcción del libro, ya que Lucas reseña la labor de los Apóstoles, quienes habían de testificar primeramente en Jerusalén, luego en toda Judea, después en Samaria y por fin hasta lo último de la

tierra. El mismo versículo destaca la importancia de esperar la venida del Espíritu Santo, quien sólo podía revestir de poder a unos instrumentos tan débiles en sí, convirtiéndoles en heraldos del Reino. No es éste el lugar para indicar el detalle del análisis de este comentario, pero hacemos mención «a grosso modo» de las grandes etapas del desarrollo del plan del libro con el fin de orientar al lector que necesita una vista «a ojo de pájaro» antes de adentrarse en los detalles. El desarrollo del libro a grandes rasgos 1. Las últimas instrucciones del Rey y su Ascensión a la Diestra, 1: 1-11. 2. Un compás de espera, durante el cual se completa el cuerpo apostólico, 1: 12-26. 3. El Descenso del Espíritu Santo, la proclamación de Pedro y la formación de la primera congregación cristiana, 2: 1-47. El testimonio ha empezado «en Jerusalén». 4. Señales hechas en el Nombre de Jesús en Jerusalén, lugar del rechazo de Cristo. La proclamación renovada, el crecimiento de la Iglesia y el rechazo por los líderes de los judíos de la proclamación del Mesías resucitado, caps. 3 a 5. 5. La organización de la comunidad cristiana en Jerusalén, 6: 1-7. 6. El testimonio de Esteban produce una violenta reacción de oposición y de persecución en Jerusalén, resultando en la muerte del protomártir. Saulo de Tarso emerge como jefe del judaísmo perseguidor, 6:8-8: 3. 7. Los creyentes desparramados por la persecución llevan el Evangelio a distintas partes de Judea, de Samaria y de Palestina en general. Felipe es medio de gran bendición en Samaria y al etíope, que representa lejanas regiones. El testimonio se extiende «a toda Judea y a Samaria», 8: 4-40. 8. El Apóstol a los gentiles es llamado y empieza su testimonio. Se han formado iglesias en toda Palestina, 9: 1-31. 9. Pedro ejerce una labor apostólica y de edificación en Palestina, 9: 32-43. 10. Pedro es escogido para abrir la puerta del Reino a los gentiles, a quienes se extienden las bendiciones de Pentecostés, 10:1-11:18. 11. Se forma la primera iglesia cristiana judaico-gentil en Antioquía, que pasará a ser la base de operaciones para la evangelización sistemática de los gentiles, 11:19-30. 12. Se describe la persecución herodiana, la liberación de Pedro y el juicio sobre el perseguidor, Herodes Agripa I. Bernabé y Saulo visitan Jerusalén, 12:1-25. 13. Bernabé y Saulo son «separados» para llevar el Evangelio de forma sistemática a los gentiles. Su primera expedición, con la formación de iglesias cristianas, predominantemente gentiles, en Pisidia y Licaonia, 13:1-14:28.

14. Surge la cuestión de la situación de los creyentes gentiles en cuanto a la circuncisión, la Ley y el pueblo de Israel.Se afirma su libertad espiritual en el llamado «Consejo de Jerusalén», 15:1-35. 15. La separación de Pablo y Bernabé, seguida por la segunda expedición misionera que lleva el Evangelio al oeste del mar Egeo y lo establece en los grandes centros de Tesalónica y Corinto, 15: 36 -18: 22. 16. Pablo confirma la obra en Asia Menor y lleva a cabo una gran obra misionera en Éfeso, que repercute en toda la provincia de Asia. Vuelve a visitar Macedonia y Acaya, pensando ya en subir a Jerusalén y desde allí ir a Roma. Es la época de la recolecta a favor de los santos pobres en Jerusalén, 18:23 - 20:5. 17. El viaje de Troas a Jerusalén, con el discurso a los Ancianos de Éfeso en Mileto. Cambia el tipo de trabajo de Pablo y se aproxima su testimonio como «embajador en cadenas», 20:6 - 21:14. 18. Pablo cumple su misión a la iglesia en Jerusalén y testifica a su pueblo en medio de alborotos y peligros, siendo llevado como preso a Cesarea. Se confirma una vez más el endurecimiento de Israel, 21: 15 - 23: 35. 19. Pablo hace su apología y da su testimonio frente a Félix, Festo, Herodes Agripa II y Berenice, 24:1 - 26:32. 20. El viaje hasta Roma como preso. La autoridad y el poder del Apóstol resplandecen en medio de los peligros del mar y entre los «bárbaros» de Melita, 27:1 - 28.15. 21. Pablo se halla en Roma, como preso, pero tratado con consideración. Se deja vislumbrar su próxima liberación y el Apóstol a los gentiles hace resonar el Evangelio en la metrópoli del Imperio. Los judíos de Roma también rechazan el testimonio del Apóstol. El Evangelio se ha proclamado «hasta lo último de la tierra», 28: 16-31. Los resúmenes de Lucas Los pasos reseñados arriba aclaran el plan principal del libro: la extensión del Evangelio en olas sucesivas, suscitadas por aquella explosión de poder espiritual que tuvo lugar en el día de Pentecostés, hasta que lleguen a la metrópoli del Imperio. Más aún, Lucas nos deja vislumbrar la posibilidad de la extensión del Evangelio al Occidente del Imperio, lo que corresponde a las preocupaciones que Pablo expone en Romanos, cap. 15, ya que la mención de España lleva implícita en sí la visión de las necesidades de las tierras donde habían penetrado las legiones romanas, tales como Galia, Britania, Helvecia, etc. De vez en cuando el historiador hace un alto para contemplar el progreso del Evangelio durante la etapa anterior, y de cierto modo estos «altos» nos proveen de un análisis del libro hecho por Lucas mismo. Veamos las notas siguientes: «y el Señor añadía diariamente a ellos los que se salvaban» (2: 47),

que resume la primera etapa de bendición. «y cada vez más se iban agregando creyentes al Señor, gran número así de hombres como mujeres» (5:14), que nota la continuación de la bendición en Jerusalén, a pesar de la oposición del Sanedrín. «y la palabra del Señor crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba mucho en Jerusalén; también una gran multitud de los sacerdotes obedecía a la Fe» (6:7), que señala la «marea alta» de la bendición en la metrópoli del judaísmo antes de estallar la tormenta de la persecución que diezmó la iglesia en Jerusalén. «La Iglesia entonces tenía paz por toda Judea y Galilea, y Samaria, edificándose y andando en el temor del Señor se acrecentaba por la consolación del Espíritu Santo» (9:31). Este alto marca el fin de la persecución dirigida por Saulo de Tarso, y corresponde probablemente a un paréntesis político en Judea que paralizó a los enemigos del Evangelio, procurando para los santos un período de tranquilidad antes de posesionarse del poder el rey Herodes Agripa I. Éste se convirtió en perseguidor activo de la Iglesia. Lucas hace otro resumen en 11:20-26 para señalar las bendiciones que siguieron el principio de la evangelización de los gentiles en Antioquía y, después del relato de la persecución herodiana, pasa a los «Hechos de Pablo» que llenan el libro desde 13:1 hasta el fin. Los viajes de Pablo Modernamente se ha criticado la costumbre de dividir la labor evangelizadora de Pablo en «viajes» o «expediciones», que se separan por sus periódicas visitas a Jerusalén y a Antioquía, toda vez que tales visitas carecen de significado en cuanto a 1a estrategia de su obra, que debe aquilatarse más bien por la consideración de las grandes regiones que iba abriendo al Evangelio. Admitimos la crítica, pero de hecho resulta que las clásicas «expediciones» corresponden aproximadamente a nuevas etapas en el desarrollo de la labor del Apóstol, ya que abrió amplios distritos del interior de Asia Menor durante el primer viaje, llevó el Evangelio a Grecia (Macedonia y Acaya) en el segundo, y organizó la evangelización de la importantísima provincia de Asia (amén de una labor de confirmación en las regiones ya evangelizadas) en el curso del tercero. Por ser tan extendida y complicada la labor paulina que ocupó la década 47 a 57, es conveniente dividirla en las conocidas expediciones, a los efectos de la claridad de presentación, aun cuando no se concede importancia alguna al hito que marca la separación de un «viaje» a otro. Las tres expediciones, juntamente con la última subida a Jerusalén y el accidentado viaje marítimo a Roma, llenan los capítulos 13 a 28.

EL PROPÓSITO DEL LIBRO El plan divino

Reconociendo que el «Redactor-Jefe» del libro es el Espíritu Santo, remitimos al lector al epígrafe anterior, «EL LUGAR DEL LIBRO EN EL CANON DEL N. T.», recordándole que fue la voluntad de Dios que hubiera un enlace histórico que uniera los Evangelios a las Epístolas, proveyéndonos de la clave que precisábamos para entender los escritos apostólicos. Si éstos son el maduro y rico fruto del proceso de inspiración en la mente y el corazón de los Apóstoles, los encargados de dar cima a la Palabra inspirada y escrita de Dios, el libro de Los Hechos corresponde al árbol que lleva los frutos; o sea, las epístolas surgen de las actividades apostólicas que se narran en la historia de Lucas, correspondiendo en su mayor parte a situaciones que hallamos en esta historia. Hemos de hacer excepción de las epístolas que corresponden a los años que sucedieron la primera cautividad de Pablo en Roma (1 y 2 Timoteo, y Tito), pero aun en este caso la obra de Lucas nos orienta y nos predispone para la comprensión de la literatura posterior. El Pedro de Los Hechos es el Pedro de los Evangelios y el de las dos epístolas que llevan su nombre. Aún más claramente percibimos que Pablo, según se le presenta en Los Hechos, es el mismo que revela su corazón, su pensamiento y su obra en sus epístolas. La doctrina es idéntica en la historia y en los escritos; las normas y prácticas que se recomiendan a las iglesias en las Epístolas son las que vemos en operación en la historia. En cuanto a las prácticas, quisiéramos que Lucas hubiera dedicado más espacio al orden interior de las iglesias locales que se iban formando, pero ya hemos visto que su cometido primordial es el de historiar las actividades del Espíritu Santo, por medio de los Apóstoles y de sus colegas, para la extensión del Reino hasta verlo firmemente plantado en la metrópoli del Imperio. Basta notar aquí la coincidencia entre los escasos datos que él nos da y las referencias más amplias de las Epístolas. El Evangelio se presenta a las personas cultas del Imperio El Evangelio era locura para los griegos y piedra de tropiezo para los judíos por el hecho de fundarse en la Crucifixión y Resurrección de Jesús de Nazaret (1 Cor. 1:23-25). La civilización de los griegos descansaba sobre las columnas gemelas de la sabiduría y de la hermosura (la estética), de modo que la proclamación de un «Dios crucificado» por sentencia de un procurador romano les parecía una locura, y además una locura repugnante. La «resurrección», a su ver, sería una burda treta inventada con el intento de convertir un manifiesto fracaso en un triunfo supersticioso. Además la idea de una resurrección corporal estaba en pugna radical con el concepto griego de la bajeza de lo material y el retorno del espíritu librado de la prisión de la carne en el seno del espíritu inmanente en el universo. Si un Teófilo oyera este extraño mensaje, o quedara impresionado por el testimonio de algunos cristianos, necesitaría un documento que adujera las pruebas, que explayara la doctrina y que hiciera resaltar la gloria de la

Persona de Cristo “desde el principio” (Luc. 1:3). El relato, sin ser infiel a su origen judaico, tendría que expresarse en lenguaje aceptable al paladar de un griego o romano de la clase media de entonces. Teófilo era persona real, y a él se dirigió el documento, pero Lucas le consideraba como representante de un crecido número de personas de cultura griega que necesitaban el Evangelio, que se interesaban en su desarrollo, pero que no podían recibirlo por medio de conceptos puramente hebraicos. Lucas no adultera el Evangelio para ganar el oído de los tales, pero sí que lo presenta en toda su pureza en términos asequibles a personas formadas por el medio ambiente grecorromano. Tuvo tanto éxito en su cometido que hasta el día de hoy no se puede imaginar una presentación del Evangelio mejor adaptada a las necesidades de una persona interesada y culta que el doble folio de LUCAS y LOS HECHOS. Historia de la extensión del Reino y el desarrollo de la Iglesia. Este propósito se ha ilustrado ampliamente bajo el epígrafe EL CONTENIDO DEL LIBRO. Recalca la autoridad apostólica de Pablo La Epístola a los Gálatas y las dos a los Corintios pertenecen a la década 47 a 57 que hemos notado como el apogeo de la actividad misionera de Pablo en Asia menor y en Grecia, y en ellas hallamos muchos indicios de oposición a la persona y doctrina del apóstol Pablo, aun dentro de la esfera de profesión cristiana, sobre todo de parte de los Judaizantes, que se rebelaban violentamente contra la entrada en igualdad de derechos de los gentiles en la Iglesia, sin que tuviesen que ser circuncidados para formar parte de la republica de Israel. Estos enemigos pensaban que tenían a mano un arma fácil. Pablo no pertenecía a los Doce, y por eso podían hacer ver que carecía de autoridad apostólica o que la tendría en menor grado que los Apóstoles llamados por Cristo en la tierra. Tanto Pablo en las Epístolas, como Lucas en Los Hechos defienden su plena autoridad apostólica de la misma manera, destacando el encuentro de Saulo con Jesucristo glorificado en el camino a Damasco, para hacer ver que constituyó un llamamiento celestial por el que Pablo había recibido una comisión divina que le revestía de autoridad igual que la de los Doce. Los argumentos de Pablo pueden verse en Gál.1:15 - 2:21; 1 Cor. 9: 1-2; 15:5-11; 2 Cor. 10:1 -13:5. Lucas repite el relato del llamamiento tres veces, primeramente en su contexto histórico (9:1-19) después según Pablo lo narra ante la multitud en Jerusalén (22.1-21) y finalmente como parte de su apología delante de Festo y Agripa (26:9-21). El discurso ante Agripa puede considerarse como el esfuerzo más sostenido y acabado de la defensa y el testimonio del Apóstol, y sin duda su detallada narración por la pluma de Lucas ha sido factor muy eficaz para contrarrestar la oposición judaica y sectaria al reconocimiento del pleno apostolado de Pablo. (Véase Apéndice «Los Apóstoles».

Exhibe la armonía entre la labor apostólica de Pedro y Pablo Es costumbre llamar los doce primeros capítulos LOS HECHOS DE PEDRO y los restantes LOS HECHOS DE PABLO. Algunos escriturarios se han esforzado para demostrar que Lucas intentaba establecer un complicado paralelismo entre la obra apostólica de los dos grandes siervos de Dios con el intento de hacer ver que si bien Pedro se veía ante el Sanedrín, también Pablo se defendía ante el mismo tribunal; que si Pedro anunciaba al Mesías ante los judíos, también lo hacía Pablo, que, si Pedro levantó a un muerto, también lo hizo Pablo. Para quien escribe, todo ello parece bastante pueril e indigno tanto de los dos Apóstoles como de su insigne biógrafo. Admitimos cierto paralelismo entre las actividades de los dos Apóstoles, pero surge con toda naturalidad de la comisión que ambos habían recibido del Señor; lo único que percibimos como intento de redacción es el propósito de manifestar la unidad de la obra de Dios en las manos de los dos Apóstoles, al par que el autor subraya la unidad doctrinal de todos los Apóstoles como lo hace Pablo en Gálatas. Es altamente significativo que sea Pedro quien abra la puerta del Reino a los gentiles, y que se exprese en términos tan claros en cuanto a la libertad espiritual de los creyentes gentiles en 15:7-11 (véase comentario in loc.), pero Lucas no hace más que escribir lo que Dios ya había ordenado. Como fiel historiador no puede por menos que hacer constar actos y palabras que manifiestan tan claramente que la doctrina cristiana es una e indivisible, lo mismo si se halla en la boca de este Apóstol o de aquél. Hemos de desechar toda idea de un biógrafo parcial, que apoya al «héroe» del autor en contra de otro Apóstol igualmente comisionado por el Maestro. La intención apologética Los escrituarios modernos han subrayado mucho la tendencia apologética (de defensa) de este libro, y si bien la admitimos, no le concedemos una importancia exagerada, ya que el propósito primordial del Autor divino es el de completar la revelación cristiana, inspirando a Lucas para la redacción de un libro que es esencial al canon del N. T. Ya hemos notado, en la sección anterior, que Lucas defiende la autoridad apostólica de Pablo contra todo contrincante, pero la intención se lleva a cabo por la sencilla y exacta presentación de los hechos. a) Frente a Roma. Otro aspecto apologético se relaciona con el cambio de la posición de los cristianos frente a Roma en la época de que se trata. Al principio los oficiales y gobernantes que administraban las diferentes regiones del Imperio consideraban que los cristianos constituían una secta del judaísmo, que era una «religio licita», o sea, legalizada, libre aún de la obligación de rendir homenaje ante la imagen del César. Pero los judíos incrédulos reaccionaron violentamente contra los cristianos, tanto en Jerusalén como en las ciudades provinciales. Su acerba oposición motivaba frecuentes alborotos, como en Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra, Tesalónica, Corinto, Éfeso, etc. En algún caso aislado los mismos

ciudadanos romanos se alzaron contra los Apóstoles para vengarse de pérdidas materiales, acusándoles de enseñar ritos religiosos que no eran lícitos para los romanos (16:16-22). En general, sin embargo, las autoridades romanas protegían a los Apóstoles de las violencias que surgían del fanatismo de los judíos (18: 12-17; 19:31), y anteriormente a la persecución de Nerón (año 64), parecía posible que los cristianos consiguieran protección análoga a la de los judíos, proclamándose su fe como «religio licita». De todas formas Lucas pone de relieve que Pilato declaró la inocencia del Señor, que los magistrados de Filipos presentaron sus excusas por los malos tratos dados a Pablo y a Silas, que Galión no quería admitir las acusaciones de los judíos como materia delictiva, que no fue hallado crimen en Pablo ni ante Félix, ni ante Festo, y que Agripa declaró que podía haber sido libertado si no hubiese apelado a César (véase comentarios in loc.). Al mismo tiempo hace ver que los tumultos y alborotos fueron provocados siempre por los judíos enemigos del Evangelio, siendo ellos los responsables ante la ley. Comprendemos fácilmente el buen efecto que todo ello produciría en Teófilo y en la clase que representaba, y es posible que Pablo tuviera buenas esperanzas de conseguir una tolerancia práctica para el cristianismo al ser absuelto ante el tribunal del César; pero hemos de anteponer las finalidades espirituales de Los Hechos a todas estas consideraciones un tanto políticas. Si existiera el propósito de tener a mano un documento fidedigno que influyera favorablemente en el ánimo de la corte de Roma a favor de los cristianos, todo se fue a pique cuando Nerón procuró desviar la ira de la turba de Roma de su persona, dirigiéndola contra la comunidad cristiana de la metrópoli; hemos de tener en cuenta, además, que el vil tirano no habría podido realizar su criminal intento si los cristianos no hubiesen sido ya odiados por quienes les consideraban como una secta entregada a tenebrosos y secretos ritos, «enemigos de la raza humana», como escribiera Tácito. El triunfo del Evangelio había de lograrse a través de mares de sangre y no por la excelencia de escritos apologéticos. b) Frente a los judíos. Lucas hace ver a Teófilo que los alborotos que señalan los progresivos hitos de las campañas de Pablo se debían, no a las doctrinas cristianas en sí, sino a las maniobras y maquinaciones de los líderes de los judíos fanatizados, que no paraban en nada con tal de impedir la propagación del Evangelio del Mesías que habían rechazado. Con todo, el libro de Los Hechos constituye un verdadero «vademecum» de apologética cristiana frente al judaísmo y serviría bien como fuente de argumentos en contra de la mera tradición judaica. Este tema es tan vasto que se ha de estudiar en los comentarios pertinentes sobre los discursos y discusiones de los Apóstoles frente a sus compatriotas, que exponemos mas adelante, empezando con el gran mensaje de Pedro en el Día de Pentecostés. Los elementos más importantes de esta apologética frente a los judíos son los siguientes: a) Nadie podía negar el hecho del ministerio de Jesús en Palestina, con el testimonio de sus poderosas obras, que manifestaban que «Dios estaba con él». b) La muerte de cruz, lejos de probar que Jesús no podía ser el Mesías esperado, constituyó el cumplimiento de las

profecías sobre el Siervo de Jehová que había de sufrir vicariamente por su pueblo (Isa. cap. 53). c) La Resurrección de Jesús fue un hecho real, del cual los Apóstoles podían dar fe como testigos oculares que habían tratado familiarmente con Jesús después de su Resurrección. d) La resurrección como doctrina general, y con referencia especial al Mesías, se hallaba en los escritos inspirados del A. T. e) Empleaban los Apóstoles una serie de citas que arrancaban quizá de las enseñanzas de Jesús mismo después de su Resurrección (Luc. 24: 25-27, 32, 44-47). f) Declaraban que habían sido comisionados por el Señor para anunciar el perdón de los pecados por fe en el Nombre g) En vista de todo ello, declaraban que Jesús de Nazaret no sólo era el Mesías esperado, sino el Hijo de Dios. h) Se hallan referencias frecuentes a la glorificación de Jesús el Cristo, como garantía de bendiciones futuras para los creyentes. (Véanse análisis del discurso de Pedro, 2:14-36, del de Pablo, 13:15-41 y otros análogos).

LOS DISCURSOS EN “LOS HECHOS” De valor muy especial son los discursos que Lucas conserva en su historia. Era costumbre de los historiadores de la antigüedad poner en boca de los protagonistas, en momentos cruciales, discursos que correspondían más o menos a su carácter e intención, pero cuya forma y sustancia debían más a la retórica del historiador que a la elocuencia del supuesto orador. Sin embargo, creemos que Lucas, cuyo arte fue purificado por el proceso de inspiración, conservaba no sólo algunos rasgos de los discursos, sino su sentido esencial, y hasta las frases y vocabulario de los oradores, ya que cada uno refleja fielmente la formación y el pensamiento de quien habla. El lector hallará análisis de estos discursos en su debido lugar, pero podemos notar aquí la asombrosa riqueza y variedad del material. Hay discursos de Pedro ante las multitudes en los patios del Templo, al proclamar al pueblo la Resurrección de su Mesías, en cuyo caso las citas del A. T. son típicas de la apologética frente a los judíos, y varias se hallan de nuevo en discursos de Pablo pronunciados en circunstancias análogas. Pero Pedro también pronuncia apologías delante del Sanedrín, predominando entonces la nota de testimonio por encima de la de defensaEl discurso de Esteban delante del Sanedrín es típico de la defensa del Evangelio frente a un auditorio distinguido judaico, anticipando las tendencias y pensamientos de Pablo y del autor de la Epístola a los Hebreos. El discurso de Pedro en la casa de Cornelio se adapta admirablemente a la ocasión. Se nos da un ejemplo típico de una apología de Pablo en las sinagogas en Hech. cap. 13, mientras que en 14:14-18 se nos ofrece una breve plática que quiso iluminar las mentes entenebrecidas de paganos ignorantes. Notables son las intervenciones de varios siervos de Dios en el Consejo de Jerusalén (cap. 15), y de interés especialísimo el discurso de Pablo ante el Areópago, en Atenas, por el que quiso presentar el mensaje de Dios a un auditorio gentil selecto, compuesto de los mejores filósofos y literatos de aquella época. Hay varias referencias a discusiones con los judíos en las sinagogas, de

carácter más bien dialéctico, mientras que el cap. 22 conserva el esfuerzo más notable de Pablo por influir en el ánimo de sus compatriotas de Jerusalén. Las «defensas» ante Félix y Agripa son dignas de detenido estudio, y ya hemos notado que la última señala la cima de la oratoria apologética del gran Apóstol a los gentiles. Como plática íntima tenemos el mensaje de Pablo en la ocasión de su despedida de los Ancianos de Éfeso (20:18-35), que rebosa conceptos y expresiones propias de Pablo, siendo una joya única en su género. Las perspectivas generales, los conceptos propios de cada orador, los giros retóricos y los matices psicológicos de estos discursos, nos aseguran que Lucas se preocupaba por captar personalmente -o recibir de oyentes fidedignos-, mensajes verídicos que constituyen a la vez una parte notable de la revelación divina. La teología de los discursos coincide exactamente con la de las Epístolas. Véase Apéndice «La cronología de Los Hechos».

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Discurra sobre el lugar que ocupa Los Hechos en el canon del N. T., señalando el proceso histórico que determinó este lugar, como también su importancia para la presentación de la verdad cristiana. 2. Aduzca los datos bíblicos y extrabíblicos que dan a conocer el carácter y la obra del autor de Los Hechos. 3. Señale la fecha aproximada del fin de la redacción del libro conjunto Lucas-Hechos, aduciendo razones que Justifiquen esta fecha. 4. Haga un resumen del plan y contenido de Los Hechos. 5. Discurra sobre el propósito de Lucas al redactar Los Hechos (tres puntos).

Capítulo 2 EL ENLACE CON LOS EVANGELIOS 1:1-26 TEÓFILO Y EL «PRIMER TRATADO», 1:1 La dedicación de una obra literaria a una persona de alguna distinción, interesada en las actividades del autor, fue costumbre bastante extendida en la antigüedad. Lucas sigue el mismo padrón, pero no con ánimo de granjearse el favor de los poderosos, sino para aleccionar a un amigo que ya sabía algo del Evangelio (Luc. 1:4). En el capítulo introductorio hemos hecho notar que el libro de Los Hechos tiene marcado énfasis apologético, sirviendo no sólo para instruir a la Iglesia en cuanto a verdades de importancia fundamental, sino también para convencer a un público culto e inteligente de que el Evangelio no era «propaganda subversiva», sino que se extendía en los primeros tiempos con la anuencia y bajo la protección de los oficiales del Imperio. Después de leer las muchas y contradictorias especulaciones de los eruditos sobre la persona de «Teófilo», lo único que podemos decir con alguna certeza es que se trataba de una persona real, quien llevaba un nombre bastante común en la época, ocupando quizás un puesto oficial que merecía el título de «excelentísimo» (Luc. 1:1), digno representante de la clase de personas cultas e inteligentes que Lucas quería alcanzar y convencer por medio de sus escritos. Es posible que la falta del título de honor en Los Hechos indique que Teófilo había progresado en la fe, y que el enlace entre él y el autor se había hecho más íntimo, pero eso no pasa de ser una suposición verosímil. El comienzo y la continuación de la Obra, 1:1 El «primer tratado» (véase INTRODUCCIÓN) es obviamente el Evangelio según Lucas, y en él se habían expuesto «todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar» hasta el día de la Ascensión. He aquí el resumen en una frase del ministerio terrenal del Maestro; podemos notar que las «obras» preceden las «enseñanzas», ya que el Dios de la revelación hebrea y cristiana se da a conocer por lo que él hace, y, sobre la base de sus divinas actividades, aclara la verdad en cuanto a su Persona y sus designios. De paso podemos apuntar una lección práctica: el cristiano que no anuncia el Evangelio por medio de sus obras nunca debe creerse llamado para predicarlo desde el púlpito, pues las obras debieran preceder las palabras. Cronológicamente el ministerio del Señor tiene su comienzo, su continuación y su consumación. Por maravilloso que fuese su ministerio en la tierra, no pasaba de ser un principio: el fundamento firme de lo que después había de realizar. Recordemos el pequeño resumen del primer período de las actividades

apostólicas al final del Evangelio según Marcos: «y saliendo los apóstoles, predicaron por todas partes, obrando el Señor con ellos y confirmando la Palabra» (Mar. 16:20). A la luz de este resumen, podríamos llamar este libro « HECHOS DEL SEÑOR ASCENDIDO», quien obraba eficazmente por medio de los suyos que habían aprendido el poder de su NOMBRE. La idea de la consumación de la Obra está implícita en la referencia al «Reino de Dios» de 1:3.

LOS ÚLTIMOS MANDAMIENTOS DEL SEÑOR, 1:2 y 3 Durante los «Cuarenta Días» se ve en operación la más sublime «Escuela Bíblica» de todos los tiempos. No había edificio ni programas de estudio, pero el Maestro por excelencia, el Señor resucitado, reunía en torno suyo aquellos discípulos que tantas veces habían recogido sus sabias enseñanzas antes de la Pasión. Veamos algunas de las características de estas enseñanzas. Se dieron «por el Espíritu Santo» ¿Por qué se recalca este hecho? Con tal Maestro, ¿faltaba algo para que las enseñanzas fuesen perfectas? La frase señala una característica constante del ministerio del Señor, tanto en su comienzo como en su continuación. El Hijo-Siervo no obraba aislado de las otras «Personas» de la Santísima Trinidad, sino conjuntamente con ellas en una perfecta armonía de propósito y obra. Por eso, en su bautismo, el Padre le aprobó y el Espíritu Santo le revistió de una unción especial que correspondía a su misión mesiánica. «El espíritu del Señor sobre mí» es la profecía que recogió en Nazaret (Luc. 4:18, com. Isa. 61:1), y en la plenitud del Espíritu hacía todas sus obras y profería sus palabras de divina sabiduría, antes y después de la Resurrección. Se dieron a los Apóstoles que había escogido Era la etapa final de la formación de los Apóstoles antes de lanzarse éstos a cumplir su misión en el poder del Espíritu Santo. El nombramiento y las funciones de los Apóstoles es tan importante que lo tratamos más ampliamente en el Apéndice “Los Apóstoles” y, al considerar el nombramiento de Matías, volveremos a mencionarlo. Basta notar aquí que el Maestro había escogido a estos hombres para recibir de él la verdad en cuanto a su Persona, Obra y enseñanzas. Eran testigos, pero testigos especialmente entrenados para poder trasmitir las verdades aprendidas a otra generación con toda exactitud en la potencia del Espíritu Santo. Los “mandamientos” que recibieron se notan parcialmente al fin de los cuatro Evangelios e incluían el de proclamar universalmente el Evangelio, el de “hacer discípulos de las naciones”, el de bautizar a los convertidos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y el de “enseñarles todas las cosas” que los discípulos mismos habían recibido, como también el de “apacentar a

la ovejas y los corderos” (Mar. 16:15; Mat. 28:19 y 20; Luc. 24:46-48; Juan 21:15-17). La comisión es amplia, y si la Iglesia de hoy quiere ser “apostólica”, no debiera permitir que caiga en olvido ninguno de sus términos. Se dieron a la luz de la Obra consumada de la Redención. En el Cenáculo el Maestro no pudo acabar sus enseñanzas porque los discípulos no podían llevarlas: no sólo por las limitaciones naturales del hombre, sino porque carecían aún de la “clave” para su comprensión, o sea, la aclaración del misterio de la Cruz. Muchos creyentes se entretienen en señalar la “torpeza” de los Apóstoles y su tardanza en comprender lo que Cristo quería enseñarles, pero debiéramos tener en cuenta que el Hijo de Dios no escogió a estos hombres por su torpeza, sino por ser los mejores instrumentos de aquel tiempo para el cumplimiento de sus propósitos. El misterio de la Cruz (en el sentido de cuanto Dios realizó por tan extraño medio) es tan profundo que aun las inteligencias celestiales no pueden profundizar todas sus honduras (1 Ped. 1:12); ¿cómo, pues, podían los Once llegar a tal comprensión antes de presenciar el hecho de la Muerte y la Resurrección del Señor, y tener el sentido abierto para entender las profecías del Antiguo Testamento (Luc. 24:44-46)? Las predicaciones de Pedro después del Día de Pentecostés son la prueba palmaria de que no había tal “torpeza” después de serles entregada la clave para comprender el designio de Dios. Se relacionaron con el Reino de Dios. El término «Reino de Dios» se halla varias veces a través de Los Hechos, y es tan importante en sí que se trata en el Apéndice «El Reino de Dios». Basta que comprendamos aquí que la frase abarca todo cuanto esté bajo el gobierno de Dios, y se relaciona con la Persona del Rey, de modo que puede presentarse bajo distintos aspectos en el curso del desarrollo de los planes divinos para con el hombre. La «potencia» del Reino, sea lo que fuere su manifestación inmediata, brota de la Cruz y la Resurrección, de modo que a los discípulos, testigos de la Obra expiatoria y primeros partícipes de las bendiciones de Pentecostés, les fue dado ver «el Reino de Dios que viene con potencia» (Mar. 9:1), sin que este cumplimiento agote el sentido de la frase, que abarca necesariamente una consumación escatológica. (Véase más abajo el comentario sobre 1: 6 y 7).

LOS CUARENTA DÍAS, 1:3 El período de los «cuarenta días» durante el cual el Señor resucitado se manifestaba, seguido por los diez días de espera y culminándose en el Día de Pentecostés, debiera considerarse a la luz del calendario

religioso de los judíos. Este calendario se presenta en su forma más completa en Lev. cap. 23 donde vemos que, aparte de la celebración semanal del sábado se ordena la fiesta anual de la Pascua (Lev. 23:58), seguida por la de las primicias de los primeros frutos (Lev. 23:9-14), meciéndose entonces la ofrenda de espigas «el segundo día del sábado», o sea, el primer día de la semana que seguía la Pascua. Luego habían de contar siete semanas cumplidas antes de ofrecer las primicias del horno, cuyo acto significaba el fin de la cosecha de la manera en que las primicias de los primeros frutos indicaba su comienzo. Contando de forma inclusive tenemos «cincuenta días» o la cincuentena, representada en griego por «Pentecostés». Los grandes acontecimientos que forman la base de nuestra redención corresponden en fecha y sentido al calendario mosaico. La Crucifixión (cumplimiento del sentido profético de la Pascua) tuvo lugar al siguiente día de la tarde de la Pascua o según la manera de los judíos de calcular el día de una puesta de sol hasta la otra, en el mismo día. La Resurrección corresponde a la ofrenda de los primeros frutos el primer día de la semana siguiente, abriendo la época de la «cosecha de la Cruz». Pentecostés es el momento del descenso del Espíritu quien une a los hijos dispersos en «un pan», que es la Iglesia. La fecha de la Ascensión no corresponde a nada en el calendario, pero veremos que, a pesar de su obvio y hondo significado, no es más que la manifestación de una realidad ya existente desde la Resurrección. Las pruebas indubitables, 1:3 Lucas pone énfasis sobre las «muchas pruebas indubitables». La palabra «tekmerion» significa evidencia convincente. Sin duda alguna el cristianismo descansa sobre el hecho de la Resurrección, y si no hubiera prueba irrefutable de él (ante quienes quieren considerar toda la evidencia), todo lo demás caería en ruinas. No es éste el lugar para aducir toda la evidencia, pero notemos algo que parece ser de mucha importancia. El mensaje cristiano no declara que un hombre cualquiera resucitara de los muertos sin más ni más, sino que se levantó de los muertos aquel que había manifestado tanto la naturaleza humana como los atributos de Dios durante un ministerio que duró tres años. El HECHO corresponde a la vida, y desde este punto de vista es más difícil explicar como pudiera morir, que no el Hecho de que los lazos de la muerte no pudieron sujetarle (2:24). El Señor resucitado iba manifestándose a los suyos en distintos puntos de Jerusalén, en el camino de Emmaús, en distintos lugares de Galilea, variándose el número y la Identidad de los testigos en las diferentes ocasiones; todos le habían conocido íntimamente antes de la Cruz, y bien que había diferencias -como es natural tratándose de un Ser resucitado, libre ya de las limitaciones del espacio y de la materia-, quedaron convencidos de que era EL MISMO JESÚS, su amado Maestro, quien se presentaba ante ellos. Aun nosotros, a través de las breves narraciones de los Evangelios, percibimos la unidad de la personalidad del Señor tanto antes como después de la Resurrección.

Pablo no era uno de estos testigos, y su llamamiento apostólico era diferente al de los Doce, bien que complementario; sin embargo, reconoció plenamente la importancia fundamental de las «muchas buenas pruebas», y conocía a muchos de los testigos personalmente, siendo el HECHO que proclamaban piedra fundamental del Evangelio que tanto ellos como Pablo mismo predicaban (1 Cor. 15:1-9).

LA ESPERA DEL DESCENSO DEL ESPÍRITU SANTO, 1:4 y 5 La Promesa del Padre El Señor prohibió a sus discípulos que saliesen en Jerusalén antes de recibir “la promesa del Padre”: bendición prometida por él mismo, como también profetizada en el A.T. y por Juan el Bautista. No podían emprender ningún trabajo público sin que se completara la intervención de Dios para la salvación de los hombres, y no podemos separar jamás los hechos de la Cruz y la Resurrección de aquel otro complementario del Descenso del Espíritu Santo, quien sólo pudo aplicar en poder divino dentro de los hombres lo que Cristo había realizado de forma externa e histórica en el Gólgota. El enlace con las enseñanzas del Cenáculo. Las expresiones que emplea Lucas aquí concuerdan exactamente con las enseñanzas del «Aposento Alto» que hallamos en los capítulos 14 a 16 del Evangelio de Juan, lo que recalca una vez más la unidad esencial de los Evangelios. El estudiante debería estudiar cuidadosamente cuanto el Maestro enseñó sobre la «promesa» según se halla en Juan 14:16-18; 15:26 y 27; 16:7-14, para volver a meditar en la importancia fundamental de la Persona y la Obra del divino Parac1eto, quien había de tomar el lugar del Hijo en la tierra, enlazando al Mesías de la Diestra de Dios con el corazón de sus siervos en la tierra. El previo acto simbólico El lector se acordará de que, tras la Resurrección y estando Cristo reunido con los suyos en el Aposento Alto, había soplado sobre ellos diciendo: «Recibid el Espíritu Santo» (Juan 20:21-23). Si aquel acto se estudia en relación con la porción que tenemos delante y tomamos en cuenta que, a la hora de la Ascensión, los Once aún aguardaban “la promesa del Padre”, se comprenderá bien su significado simbólico que anticipaba la realidad del Día de Pentecostés, cuando el Señor Resucitado, en unión con el Padre, había de enviar sobre ellos el Espíritu Santo. La predicación del Evangelio en la potencia del Espíritu determinaría la «remisión de los pecados», y el rechazo de esta obra apostólica significaría la retención de los pecados.

La consumación de la Obra de Cristo El v. 8 habla de esta «potencia» que los discípulos habían de recibir para su ministerio al descender sobre ellos el Espíritu Santo. Antes de estar así revestidos no les era permitido iniciar la nueva etapa de su obra, pues, a pesar de todas sus maravillosas experiencias, serían instrumentos completamente inútiles e inservibles si no obrasen por medio del Espíritu Santo de Dios. Veremos el resultado de este bautismo espiritual en capítulos sucesivos, pero nos conviene hacer un alto aquí con el fin de preguntarnos si nuestras actividades en la esfera del Reino son de hecho manifestaciones de poder espiritual, o si no pasan de ser un devaneo de la carne. Dios, en sus providencias, puede utilizar esfuerzos humanos defectuosos, pero lo que desea tener son instrumentos enteramente dedicados a él, llenos del Espíritu, para que la potencia sea manifiestamente del Cielo. ¡Cuánta madera, heno y hojarasca se ha “quemar” en el Día del Señor Jesucristo porque nos olvidamos de este hecho fundamental! ¡No nos apresuremos! ¡Esperemos la promesa del Padre! Que nuestra primera preocupación sea la de estar “llenos del Espíritu” para que Dios pueda obrar con poder por medio de estos instrumentos que, sin tal poder, no son más que herramientas estropeadas e inútiles.

LOS TIEMPOS O SAZONES, 1: 6-8 La compresión de los discípulos La pregunta de los discípulos, “Señor, ¿vas a restituir el reino de Israel en este tiempo?” ha suscitado una gran diversidad de comentarios, y la mayoría de los expositores están de acuerdo en criticar la “torpeza” de los Apóstoles: “¡Tantas enseñanzas habían recibido del Señor, y todavía no comprendían que el Reino era espiritual y universal!”. A nosotros, sin embargo, la pregunta nos parece una señal de verdadera inteligencia espiritual, que se consigna por el autor inspirado a causa de su gran importancia, y en manera alguna con el fin de destacar la supuesta torpeza de los Apóstoles escogidos por el Maestro. Procuremos entender su posición y el sentido de su pregunta. Antes de la Pasión, a fuer de buenos judíos ortodoxos, empapados en las profecías del A.T., habían esperado que el Señor estableciera el Reino en manifestación, con la parte fiel de Israel en su centro. Después de la Confesión “oficial” de Pedro en Cesarea de Filipo, que expresó el sentir común de todos los discípulos de que Jesús era, en efecto, el Mesías, la expectación de los Doce subió a su punto máximo. El Maestro, ante la sorpresa y disgusto de los suyos, se esforzaba por hacerles comprender que su Reino había de establecerse sobre el hecho de su Muerte y Resurrección; pero el “misterio de la Cruz» era demasiado profundo para hombres que aún no habían presenciado la realidad histórica. Como hemos visto ya, el Señor resucitado, durante los «cuarenta días», abrió el entendimiento de los suyos con

el resultado de que pudiesen comprender por fin la profecía de Isa. cap. 53 y otros pasajes análogos, llegando ellos a saber que le correspondía al Mesías sufrir primero, y luego entrar en su gloria ... «¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y entrara en su gloria?» (Luc. 24:26 y 46, comp. 1 Ped. 1:11). Sin duda alguna, el ministerio de los «cuarenta días» había sido eficacísimo. ¿Cómo podría ser de otra manera cuando el mismo Señor resucitado era el Maestro que enseñaba a discípulos inteligentes, muy preparados y deseosos de aprender? Por lo tanto ya comprendían bien el misterio, antes velado a causa de sus prejuicios nacionales, de que al Mesías le tocaba sufrir por el pecado antes de tomar su Reino. Pero el cumplimiento de estas profecías -las menos- no descartaba la validez de las demás, mucho más numerosas, sobre el establecimiento público del Reino, relacionado con señaladas bendiciones para el pueblo de Israel. Tampoco anulaba las promesas específicas hechas a Abraham y a los demás patriarcas sobre un futuro brillante para Israel, expresado éste en términos territoriales. La formación de un pueblo espiritual, compuesto de los convertidos tanto entre gentiles como judíos, no se había revelado aún (Efe. 3:5-7) de modo que, en buena lógica, y por su comprensión, no sólo de las múltiples profecías del A. T., sino de las enseñanzas del Maestro mismo, querían saber cuándo el Reino, con Israel en el centro, había de establecerse. Era el punto que el Maestro no había aclarado aún y por eso hicieron la pregunta. La unidad y la diversidad de los tiempos La contestación del Señor -«No toca a vosotros saber los tiempos o las sazones que el Padre puso en su sola autoridad»- no ha de interpretarse como una reprensión, sino que recalca un principio muy parecido al de Mar. 13:32, y reitera el hecho de que, en efecto, hay «tiempos y sazones» por los que el Padre obra de diversas maneras según su Plan eterno. La palabra traducida por «sazones» indica eso, y se relaciona con los «siglos» o las «dispensaciones», o sea, aquellos períodos de tiempo que llevan su «signo» especial como etapas en el desarrollo del Plan de Dios, que no pierde por ello su unidad esencial. Era un concepto básico del pensamiento apostólico que toda profecía, fuese espiritual o material, tenía que cumplirse, pero tocaba al Padre, Fuente de todo el consejo de la Deidad, determinar el orden y la sucesión de las «sazones». (Comp. Rom. 11: 33-36.)

EL TESTIMONIO DE LOS DISCÍPULOS «Me seréis testigos», 1:8 Según la declaración del mismo Señor, los Apóstoles habían de sentarse sobre doce tronos, juzgando las doce tribus de Israel, que, tomada en su sentido claro y normal, confirma que habrá un reino para

Israel, hasta con distinción de sus tribus (Mat. 19:28; Luc. 22:30). Pero les tocaba ser también las piedras fundamentales del nuevo «edificio», la Iglesia, cuyo testimonio en la tierra ocuparía el período que mediara entre el rechazo del Mesías por los judíos y su manifestación futura a su pueblo terrenal en gloria (Mat.24:30 y 31; Apoc: 1:7; 19:11-16, con multitud de profecías como la de Isa. 40:9-11). El nuevo pueblo espiritual había de sacarse de todo pueblo y nación, de modo que los testigos que Cristo escogió, bien equipados para su misión gracias a las enseñanzas del Maestro y a la potencia del Espíritu Santo que les fue prometida, habían de lanzar su «proclamación» en círculos concéntricos, empezando en Jerusalén, extendiéndose por Judea, luego Samaria y por último a lo extremo de la tierra. La primera etapa en Jerusalén había de revestirse de caracteres especiales, no sólo porque los discípulos tardaban en comprender que la misión universal incluía a gentiles además de los esparcidos de Israel, sino porque Dios, en su misericordia, quería dirigir otro tierno llamamiento a su pueblo infiel, presentando como Resucitado al Mesías que habían crucificado. Samaria tenía una relación especial con el pueblo antiguo, a pesar de la rivalidad entre ambos, y el mensaje había de proclamarse a ellos bajo garantías especiales (8:14-17); sólo después de la predicación de Pedro en la casa de Cornelio (cap. 10) habían de comprender los Apóstoles el alcance universal de su misión, que llevaron a cabo luego frente a bastante oposición por parte de los cristianos judaicos de Palestina. Algunos textos griegos antiguos dicen: «Me seréis testigos» y otros: «Seréis mis testigos». Cada variante aquí encierra una verdad profunda, pues los discípulos pertenecían al Señor y habían de actuar bajo sus órdenes, como hemos visto. Al mismo tiempo Cristo había de ser el tema único de su proclamación, siendo él mismo «Camino, Verdad y Vida», de modo que «predicaban a Cristo». La declaración se refiere en primer término a la obra especial de los Apóstoles como testigos escogidos de la Persona y la Obra de Cristo, pero sin duda nos es permitido aplicarla a nosotros mismos, pues, habiendo visto al Señor a través de los escritos apostólicos, tenemos la obligación de darle a conocer a los hombres, empezando en los círculos familiares y de trabajo donde el Maestro nos ha colocado, pero estando prestos a ir dondequiera que nos llame ¿Cuántos hombres, mujeres y niños conocen al Señor por tu testimonio y el mío?. El programa, 1:8 Muchos enseñadores bíblicos han hecho ver que tenemos en 1:8 un resumen del plan del libro, que es, al mismo tiempo, una indicación de cómo el Evangelio había de extenderse hacia el Occidente. El contenido de Los Hechos puede presentarse, pues, en forma de un bosquejo, basado sobre el análisis de 1:8. 1. Preparación de los Apóstoles 1:1-26 2. El descenso del Espíritu Santo 2:1-13

3. El testimonio de los Apóstoles en Jerusalén 4. El testimonio apostólico en Judea y Samaria 8:1-12:25 5. El testimonio apostólico hasta los últimos confines de la tierra, terminando la historia de Los Hechos en la metrópoli de Roma, símbolo de la totalidad del mundo civilizado 13:1-28:31

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR, 1:9-11 Al Señor le plugo dar un fin definitivo y visible a su ministerio sobre la tierra, siendo alzado en su cuerpo de resurrección, «viéndole ellos», hasta ser recibido, y escondido de la vista de ellos por una nube de gloria como la que tantas veces había indicado la presencia divina en el A. T. No le era necesario hacerlo así, pues el cuerpo de resurrección del Señor no estaba sujeto a las limitaciones del tiempo ni del espacIo, y ya había «subido al Padre» particularmente (Juan 20:17), pero quiso demostrar delante de los suyos el fin de una etapa de su Obra y el principio de la siguiente, según sus propias palabras en Juan 16:28: «Salí del Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y voy al Padre». La Ascensión, pues, puede considerarse bajo los siguientes puntos de vista: 1. Puso fin concreto y visible a la misión del Hijo en la tierra. 2. Dio principio a la sesión del Hijo – siempre Mediador, y hecho ya Sacerdote eterno- a la Diestra de Dios, desde donde había de administrar la redención que ganó por su obra de Cruz. Así, según Luc. 24:51, se alejó de los suyos con las manos alzadas en ademán de bendición, que es todo un símbolo de su obra durante esta dispensación de gracia (Mar. 16:20; Hech. 2:36; 5:31; Heb. 1:3). 3. Hizo posible en envío del Espíritu Santo, cuya presencia y obra en el mundo dependía de la consumación de la Obra de Redención. Por eso los discípulos habían de alegrarse de que el Señor se marchara, a pesar de su tristeza natural y humana, pues sólo así podrían derramarse sobre los hombres las bendiciones de la salvación (Juan 16:7: 15:26; Luc. 24:49). Notemos de paso que el Espíritu procede tanto del Padre como del Hijo. 4. La Ascensión al Cielo indicaba, según el mensaje de los ángeles, el retorno análogo a la tierra, de forma también visible, para manifestar, aun a los rebeldes, el triunfo de la Cruz (1:11 con Heb. 10:12 y 13).

LA PROMESA DE LA SEGUNDA VENIDA, 1:11 Sin duda los dos «varones en vestidos blancos» eran ángeles, o sea, mensajeros celestiales, enviados

por el Señor para dar seguridad a los discípulos de que la Ascensión no era el fin de una obra, sino la garantía de su consumación. Si por el momento habían perdido la presencia física de su amado Maestro, era sólo para volverla a ganar en condiciones de victoria y de permanencia. Era inútil sentir nostalgia por lo que fue, y convenía «esperar sirviendo» hasta que el mismo Señor volviera ... «Este mismo Jesús ... así vendrá como lo habéis visto ir al Cielo». La palabra «así» quiere decir: real, personal y físicamente, mientras que el nombre «Jesús» recalca la eternidad de la humanidad glorificada del Señor. Nuestra confianza en el retorno personal del Señor Jesucristo no es una fantasía de una «secta milenarista», sino la determinación de dar sentido real a sus propias palabras y a las de sus Apóstoles. La actitud normal de los convertidos es la de «servir al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo de los cielos» ... «Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo» (1 Tes. 1:9 y 10; Fil. 3:20 y 21). Si la Palabra nos engaña en este punto, ¿ qué confianza podríamos tener en lo demás?

EN EL APOSENTO ALTO, 1:12-14 El retorno de los Once La Ascensión había tenido lugar en una parte del Monte de los Olivos, al este de Jerusalén y en las cercanías de Betania (Luc. 24:50). Distaba de Jerusalén «el camino de un sábado», o sea, poco más de un kilómetro. Era la distancia que la «tradición de los ancianos» permitía que un judío anduviera en sábado, sin llegar a «trabajar» en el día de reposo. Desde los tiempos de San Crisóstomo se ha pensado que la frase podría indicar que la Ascensión del Señor -cuando, en cierto sentido, «entró en su descanso»acaeciese en el séptimo día, y no en jueves como ahora se calcula. Si los «cuarenta días» son meramente un «número redondo», y se calculan de forma «exclusive» y no «inclusive», la idea no es imposible. El Aposento Alto. Tales aposentos se levantaban sobre los terrados de las casas del Oriente, y solían ser los más espaciosos y tranquilos del edificio. Se menciona este «aposento alto» aquí como si fuera un lugar conocido, de modo que es probable que se trate del lugar donde el Señor se manifestaba a los suyos después de la Resurrección, que, a su vez, podría ser el mismo que un discípulo anónimo puso a la disposición del Señor para la celebración de la Pascua. Más tarde se nota que la Iglesia solía reunirse en la casa de María, madre de Juan Marcos, de modo que cabe dentro de lo posible (sin que se pueda dogmatizar sobre tales pormenores) que se refiera a la misma amplia residencia en todos los casos. La lista de los Apóstoles, 1:13.

Los Apóstoles se nombraron “oficialmente” cuando fueron llamados a dar principio a su misión por el mismo Señor (Mar. 3:16 y ss., con pasajes análogos en Mateo y Lucas) y es propio que la lista se repita al umbral de la nueva etapa de su servicio, como «testigos» del Señor resucitado. Los nueve primeros nombres se hallan en todas las listas, bien que el orden varía algo. Simón Celotes es idéntico con Simón Cananeo. Judas (hijo o hermano de Jacobo) corresponde a Tadeo en las listas de Mateo y Marcos. Desde luego, aquí no hallamos más que once nombres, debido a la defección de Judas Iscariote, y fue preciso que este hueco se llenase para que la Iglesia, próxima a formarse, descansase sobre el fundamento de Cristo y los doce Apóstoles (Efe. 2:20; Apoc.21:14). “La compañía junta”, 1:14 y 15 Alrededor de ciento veinte personas estaban reunidas en el Aposento Alto en congregación regular, como indica la frase “epi to auto” de 1:15 y que la Vers. R.V. traduce por la «compañía junta». Los Once formaban el núcleo de esta compañía y los demás serían hermanos que, sin ser Apóstoles, se habían unido a Cristo con lazos de intimidad y de constante fidelidad. Esta constancia había de ser premiada pronto, pues, juntamente con los Apóstoles, estos hermanos serían los primeros miembros de la Iglesia naciente. María No podemos pasar por alto la breve mención en 1:14 del nombre de María, la madre de Jesús. Después de este momento, nada se sabe de ella ni de sus movimientos en las Sagradas Escrituras. Este hecho basta por sí solo para que se desmorone el fantástico edificio de leyendas y «doctrinas» que se han levantado en torno a esta bendita persona, pues los Apóstoles eran los llamados para proclamar y enseñar la «fe una vez dada para siempre a los santos», y si la intercesión de María como «co-redentora» tenía la importancia que se le señala en los dogmas de Roma, habrían cometido una falta grave en no hacer constar el hecho. Al mismo tiempo, no debiéramos subestimar la importancia de la mención que aquí hallamos, que sitúa a María dentro del testimonio primitivo de la Iglesia, con el prestigio del hermoso ejemplo de su vida y el hecho de que Dios la había escogido como instrumento humano para traer al mundo el Cristo de Dios. Enlaza el misterio de la Encarnación -cuando el Verbo Eterno entró en el mundo por la humilde vía del nacimiento de una mujer- con el advenimiento del Espíritu de Cristo que descendió sobre los creyentes reunidos de una forma apropiada a la misión que había venido a realizar. Mientras duraba el discernimiento espiritual que procedía de la plenitud del Espíritu Santo en la Iglesia primitiva, los cristianos sabían dar a María el lugar que correspondía a su misión única y tan honrada, sin revestirla de las prerrogativas que pertenecían por derecho exclusivo a su divino Hijo; pero, al menguar la manifestación del poder del Espíritu, y al terminarse el ministerio personal apostólico, las

tendencias humanas, unidas a una creciente ignorancia de los principios vitales de la Nueva Creación, cobraron fuerzas suficientes para convertir, muy paulatinamente, la bendita y ejemplar madre de Jesús en una especie de «diosa» que comparte con el Dios-Hombre la Obra de la Redención. ¡Cuán triste quedaría esta alma escogida, tan llena de discernimiento espiritual, si pudiera ver lo que los hombres han hecho con su nombre!. Las mujeres Juntamente con los Apóstoles, los discípulos y María, y acompañándolos en la oración, e hallan las “mujeres”. La «reunión regular», que había de convertirse pronto en «Iglesia», no era un asunto puramente varonil. Es probable que en casi todas las épocas de la historia de la Iglesia las hermanas hayan sido más numerosas que los varones, y su importancia se destaca desde el primer momento, en marcado contraste con las ideas orientales (cuajadas en su última y más desastrosa expresión en el Islam) que colocan a la mujer, no en una esfera diferente que complementa la del varón, sino en un plano de absoluta inferioridad. Las «mujeres» del Aposento Alto serían principalmente aquellas que habían acompañado al Señor desde Galilea (Luc. 8:2 y 3; 23: 49 y 55) con otras de Betania y de Jerusalén, quienes, aun durante el ministerio terrenal del Señor, habían dejado sus quehaceres domésticos con el fin de servirle con sus haciendas. No les tocaba la labor de proclamar públicamente el Evangelio, pero formaban parte integrante e imprescindible del círculo de “los discípulos” y sólo el Cielo revelará el valor de su servicio: quizá mayor que el de los varones, como es más importante el armazón de una casa que no la fachada. No podemos deducir «sin más ni más» de este versículo que las mujeres orasen en voz alta en la compañía reunida, pero sí que su oración se entreveraba con la de los Apóstoles, formando un todo indivisible al subir delante del Trono. Los hermanos del Señor No sólo los catolicorromanos, sino también algunos protestantes, se han esforzado por dar un sentido especial a la voz «adelphoi» (hermanos) en este pasaje y en otros análogos, por creer que se rebaja la dignidad de la madre de Jesús al pensar que llevara una vida matrimonial con José después del nacimiento del Salvador, siendo fruto de ella estos «hermanos», que en otras partes se mencionan por sus nombres. Para nuestro propósito basta decir que tal hipótesis surgió de las ideas equivocadas sobre la verdadera castidad, en boga desde el siglo segundo, que dieron lugar a la exaltación desmesurada de la virginidad. Entre los hebreos (y nos movemos aquí en ambiente hebreo) tal idea habría sido ridícula, pues lo extraño entre el pueblo terrenal de Dios sería el celibato, mientras que la vida de familia se tenía en mucha honra.

La oración Los creyentes reunidos en uno se dedicaban a la oración y a la súplica, seguramente en relación con “la promesa del Padre» y la expectación de que estaban en el umbral de un nuevo y estupendo acontecimiento espiritual. Es un buen ejemplo de lo que es la oración, tan distinta en verdadera esencia de las peticiones egoístas que tantas veces, se llaman por este nombre, y subraya que la verdadera oración es nuestra asociación con el Padre en sus planes y pensamientos. Perseveraban los discípulos en este sagrado ejercicio, que no se consideraba como algún aditamento a su vida de servicio, sino como su mismo fundamento, íntimamente relacionado con el poder que habían de recibir.

EL NOMBRAMIENTO DE MATÍAS, 1: 15-26 ¿ Se equivocaron Pedro y sus compañeros? En vista del hecho de que bastantes expositores -algunos tan autorizados como el Dr. Campbell Morgan- han pensado que Pedro y los otros Apóstoles «se equivocaron» al llenar el hueco dejado por la defección de Judas, nombrando a Matías como el duodécimo Apóstol, es preciso situar este incidente en su contexto, estableciendo ciertos principios que nos ayudarán a una recta exégesis. Lo hacemos con mayor agrado en vista de que los mismos principios deben aplicarse a otros pasajes en los que algunos han creído percibir «equivocaciones» de parte de los siervos de Dios. a) Los incidentes de los Evangelios y de Los Hechos son cuidadosamente seleccionados, y no se adelantan al azar (comp. Juan 20:30 y 31; 21:25). Aparte, pues, de una indicación muy clara que señalara una equivocación, hemos de acercarnos al estudio de tales incidentes para aprender las lecciones que encierran y no para criticar a los siervos de Dios que en ellos actúan. Aquí no hay la menor indicación de que Pedro se equivocara. b) El incidente se sitúa inmediatamente antes del descenso del Espíritu Santo en el Día de Pentecostés, de modo que hemos de pensar que constituye una preparación esencial para este gran acontecimiento. c) Pedro cita pasajes de las Escrituras como profecías, no solo de la traición de Judas, sino de la necesidad de llenar su cargo. Si hubiera usado el texto sagrado tan sólo para justificar una idea suya, voluntariosa y equivocada, no podríamos tener confianza alguna en su ministerio. En relación con su autoridad espiritual, debiéramos recordar que, según vimos al comentar 1:2-7, acababa de cursar los estudios más elevados posibles en la «escuela» del Maestro resucitado . d) Pablo nunca habría podido llenar el hueco que Judas dejo, pues no podía cumplir los requisitos de 1:21 y 22, que definen el cometido especial del apostolado de los Doce (véase abajo). Pablo era Apóstol

por haber visto al Señor resucitado, pero nada podía testificar en cuanto a los hechos del ministerio del Señor en la tierra. e) Es verdad que no hallamos ningún caso de que se llegara a una decisión por echar suertes después del Día de Pentecostes, pero este incidente se sitúa antes de aquella fecha, y la costumbre estaba en perfecta armonía con las prácticas de los siervos de Dios en el A. T. (véase Prov. 16: 33). Es muy posIble que el uso del Urim y Tummim (Éx. 28:30 con 1 Sam. 14: 36-42; 30:7 y 8, etc.) consistía en echar suertes para llegar a una determinación final entre dos alternativas. De acuerdo con eso, vemos que los Apóstoles no «echaron suertes» al principio, sino después de que el discernimiento espiritual de la compañía (guiada por los Apóstoles) ya había seleccionado a dos hombres, Barsabás y Matías; como ellos no podían notar ninguna diferencia entre los dos, en cuanto a sus calificaciones, la «suerte», tras una oración unánime, reveló la voluntad de Dios. Después del descenso del Espíritu Santo no hacía falta tal medio, pues bastaba el discernimiento de los espirituales bajo la guía del Espíritu. f) El hecho de que no hallamos más mención de Matías en el N. T. no afecta la cuestión para nada, pues el relato sagrado se enfoca en la obra de ciertos Apóstoles cuya obra entre judíos y gentiles era ejemplar, sin volver a hacer mención de sus colegas. Es de suponer que éstos iban cumpliendo el ministerio que habían recibido del Señor a pesar del silencio de las Escrituras en cuanto a sus trabajos.

EL CASO DE JUDAS, 1:16-20, 25 El nombramiento de Judas como Apóstol por el Señor, a pesar de conocer su condición íntima -«¿No os escogí a vosotros, los Doce, y uno de vosotros es demonio?» (Juan 6.70)- es uno de los mayores misterios de las Escrituras, como lo es también la psicología del traidor. Hemos de suponer que, al principio, éste era celoso por la idea mesiánica según se propagaba por las sectas extremistas y que creía genuinamente que Jesús había de ser el Ungido. Participó realmente del ministerio de los Doce antes de su caída, pero es seguro que nunca entregó su corazón al Señor, ni recibió la vida nueva por la fe (Juan 1:12 y 13). Después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, y al ver que el Señor no quiso aprovechar el entusiasmo de las masas para establecer un Reino visible, sino que hablaba insistentemente de alguna crisis de sufrimiento, rechazo y muerte, Judas quedo desilusionado. Su pecado dominante, la avaricia, le impulsaba a robar la bolsa de los pobres como mezquina compensación por la gloria y el poder que había esperado disfrutar (Juan 12:6), y luego, hecho ya instrumento de Satanás, aceptó la oferta de treinta piezas de plata por entregar a su Señor. Traicionó a su Maestro con besos hipócritas en Getsemaní, pero, al verle condenado a muerte por el Sanedrín, sintió remordimiento, y, tirando las monedas al suelo delante de los sacerdotes, se fue y se ahorcó (Mat. 27: 3-10).

El fin de Judas en Mateo y en Los Hechos No sólo es Judas un personaje enigmático en sí, sino también las referencias a su fin presentan considerables problemas de exégesis, pues parece ser que hay una discrepancia entre Hech. 1:18 y 19 y el pasaje que ya hemos notado en Mat. cap. 27. Tengamos en cuenta que los versículos 18 y 19 aquí forman un paréntesis explicativo que insertó Lucas en su narración, y que no pertenecen al discurso de Pedro, quien no tenía ninguna necesidad de dar detalles de un hecho notorio que se había producido hacía muy poco tiempo, conocidísimo, además, por todos los discípulos reunidos en el Aposento Alto. Pero cuando Lucas escribió el relato para aleccionar a lectores gentiles como Teófilo, creyó necesario notar lo más esencial del caso de Judas que ignorarían por completo. La información que Lucas recogió en Jerusalén por el año 57 hablaba de la compra de un campo con el dinero de la traición y recordó también que al ahorcarse, Judas había caído cuan largo era, reventando por medio. Mateo refiere el remordimiento de Judas y el hecho de que tiró el dinero a los pies de los sacerdotes antes de ahorcarse, y atribuye a éstos el plan de invertir la cantidad en la compra de un campo como cementerio para extranjeros, ya que siendo precio de sangre, no podía ingresar en el tesoro. Sin duda las dificultades desaparecerían si tuviéramos más datos en lugar de dos resúmenes que subrayan solamente lo que interesaba a los autores inspirados en el contexto. Podemos suponer que Judas ya estaba en trato para la compra del campo antes de que su remordimiento le impulsara a devolver el dinero, y que luego los sacerdotes vieron la posibilidad de comprar el cementerio para extranjeros sin ningún gasto propio. Ellos terminaron la compra del campo, pero, en el recuerdo popular, todo estaba enlazado con el nombre de Judas y su trágico fin. Por eso Lucas, muchos años después, hace constar que Judas adquirió un campo con el premio de su iniquidad. No se dice que se ahorcara en el campo así comprado, sino que recibió su nombre de «Campo de Sangre» por el hecho de ser comprado con el «dinero de sangre». La «caída» de Judas que se nota en Hech. 1:18 concuerda perfectamente con el suicidio, ahorcándose, en Mateo, ya que la cuerda pudo haberse roto, produciendo la condición física que Lucas nota aquí. Los hechos esenciales eran notorios y no quedaba en el ánimo de los moradores de Jerusalén la más mínima duda sobre la relación que existía entre el crimen de Judas, la compra del cementerio y las circunstancias trágicas y repugnantes de su fin. La frase que se incluye en la oración de los discípulos al fin del v.25: «Judas cayó (de su ministerio) para que fuese a su propio lugar», es una manera suave para indicar que, como el «demonio» que era, fue a la perdición, en notable contraste con las profecías de bendición y de gloria que corresponde a sus antiguos compañeros que quedaron fieles a su misión y a su Señor. Las citas de Los Salmos en 1:16 y 20 Al leer el pasaje, téngase en cuenta que los vs. 18 y 19 forman el paréntesis explicativo que Lucas

insertó con la finalidad que hemos mencionado en el párrafo anterior. Así estudiaremos seguidamente los vs. 16, 17 y 20 para apreciar el pensamiento de Pedro. Los discípulos, aleccionados por el Maestro, comprendieron que las profecías mesiánicas hallaron su cumplimiento en la Persona y Obra del Señor, de modo que es muy natural que apelasen repetidamente a numerosos pasajes del A. T. al presentar su característico mensaje, con referencia constante a los que el Espíritu Santo había dado a entender anteriormente por medio de los profetas del régimen antiguo. Algunos eruditos creen que se redactó muy tempranamente un libro llamado «Testimonios» que sería una «antología» de profecías mesiánicas, muy útil cuando se trataba de probar a los judíos que Jesús era el Mesías. Sea ello como fuere, es clarísimo el hecho de que las referencias al A.T ., como obra del Espíritu y Palabra inspirada de Dios, forman una parte esencial del ministerio apostólico, y no podemos rechazarlas sin socavar el mensaje cristiano por su misma base. La mayoría de los «testimonios» que hallamos en Los Hechos son tan claros que el menos instruido en la Palabra puede entenderlos bien, pero las citas de Pedro (de Sal. 69:25 y Sal. 109:8) son algo difíciles, y exigen que meditemos un poco: a) en el carácter profético de Los Salmos, y b) en los salmos que pronuncian maldiciones sobre los enemigos del escritor, y que parecen tan ajenos al espíritu del amor y del perdón de las enseñanzas de Jesucristo. a) El carácter profético de Los Salmos. El hecho de que tanto el Señor como los Apóstoles hacen tanta referencia a las predicciones mesiánicas en Los Salmos, convence a los verdaderos creyentes de que hemos de ver en ellos anticipaciones de la Vida y Obra del Mesías en relación con su pueblo. Ahora bien, la mayoría de los salmos -que no son otra cosa sino poesía religiosa-, surgen de las experiencias de David y de otros siervos del Señor, de modo que este método profético es distinto de aquel que hallamos en los oráculos de los libros llamados proféticos. En general trazan la experiencia vivida de un hombre de Dios hasta un punto cuando nos damos cuenta de que las expresiones no pueden aplicarse ya (por lo menos en su sentido pleno) a David o a otro poeta inspirado, sino que pasan al plano superior de las experiencias del Mesías, y nos olvidamos de David para pensar en el «Hijo de David». (Medite el lector en los Salmos 16 y 22 desde este punto de vista.) La profecía de Los Salmos es, pues, profecía subjetiva, que no señala tanto los hechos externos de la Obra del Mesías sino que por la sublimación de las experiencias de ciertos inspirados poetas, nos revela lo que pasó en el corazón de aquel que había de venir. b) Los salmos que pronuncian maldiciones sobre los enemigos del escritor. Si llegamos a ver a la Persona de Cristo a través de las experiencias de David, es natural que veamos a los enemigos del Señor prefigurados en los de David, de modo que un Ahitofel, amigo de David, que terminó por traicionarle, bien puede representar al falso amigo y traidor del Hijo de David (2 Sam. 15:12 y 31; 17:1-14, 23 con Sal. 41:9), y mayormente por el hecho de que los dos se ahorcaron. Pedro cita los salmos 69 y 109, siendo el

carácter mesiánico del primero clárísimo y destacándose en los dos la obra de los malignos que se rebelan contra los designios de Dios. Sin duda la primera referencia en los dos casos nos lleva a ciertas experiencias de David, pero los mismos factores vuelven a reproducirse en la vida del Mesías, siendo Judas el ejemplo «por excelencia» del traidor que, infiel, a su profesión de fidelidad, se entrega a maquinaciones diabólicas en contra del Ungido de Dios. Pedro, por el Espíritu, ve en las declaraciones del Salmo 69: 25 y del Salmo 109:8 (véase todo el contexto) la desolación determinada en contra del traidor, además de la necesidad de indicar a otro para su «obispado», o sea, su esfera de servicio. Desde luego, no hay ninguna referencia al sentido futuro de «obispado» en este versículo. Pero queda la otra cuestión: ¿cómo es que se pronuncian maldiciones sobre los enemigos del Señor en éstos y en otros salmos mientras que el Maestro, en el «Sermón del monte» nos manda: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen» (Mat. 5:44)? La contestación es que en la esfera de la gracia recibimos una nueva naturaleza de Dios en la cual las tendencias innatas del hombre se vencen hasta el punto de poder rogar a Dios por nuestros enemigos. En Los Salmos vemos en operación los principios infalibles de la justicia, y de las providencias de Dios, que se resumen en la declaración de Pablo: «todo lo que el hombre sembrare, esto también segará» (Gál. 6:7): ley que persiste por todas las dispensaciones y aun pasa al mundo venidero. Las maldiciones de Los Salmos, por lo tanto, han de considerarse como profecías o expresiones de las normas inquebrantables de la Justicia de Dios. En nuestro testimonio, como miembros de la Iglesia de Cristo, no hemos de desesperarnos de nadie y hemos de orar por todos, pero eso no anula la verdad de que el hombre que se endurece contra la bondad y la misericordia de Dios cosechará exactamente lo que sembró y, perdiendo el lugar de bendición que le fue ofrecido, partirá para «ir a su lugar» (comp. Apoc. 11:16-18; 15: 3 y 4; 19: 1 y 2).

EL MINISTERIO DE LOS DOCE, 1:21-23 Lejos de pensar que Pedro «se equivocó», hemos de tomar cuidadosa nota de estos versículos que, juntamente con lo que se revela en otros pasajes, definen de una forma diáfana y final lo que había de ser el ministerio característico de los Doce. Pedro reitera la divina necesidad del cumplimiento de las Escrituras en la ruina de Judas y en el nombramiento de Matías (nótese la frase «es necesario» en 1:16 y 21), y luego detalla los requisitos que había de reunir un «Apóstol». (Véase Apéndice «Los Apóstoles». a) Cada uno de los Doce tenía que haber acompañado a los demás por todo el tiempo del ministerio público del Señor Jesús (1:21). En el original hay un matiz que no se puede traducir por una sola palabra, pero indica algo así: «todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros y en autoridad sobre nosotros». Todos los incidentes del ministeno del Señor tenían por finalidad imprimir su Personalidad y el sentido de su Obra sobre la mente y el corazón de los suyos, de tal forma que le

confesasen por fin como Mesías, el Hijo de Dios, y que le adorasen y le sirviesen como tal. Sólo los hombres que habían pasado por tal experiencia y se habían graduado en tal escuela, podían ser aptos para el testimonio peculiar e importantísimo de los Doce. b) El tiempo de entrenamiento abarcaba el bautismo de Juan, que era preliminar imprescindible del ministerio mesiánico; todo el ministerio terrenal del Señor; el gran Hecho de su Muerte y Resurrección, y hasta la Ascensión a los cielos, pues ésta, como ya hemos meditado, se revestía de gran importancia. El «curso» había de ser completo, pues sólo estos testigos autorizados podían dar fe a la Iglesia naciente (y al mundo en general) de la verdad del HECHO PRIMORDIAL de la manifestación del Hijo. Nosotros hemos recibido el resumen inspirado de este testimonio en Los Evangelios. c) El nuevo Apóstol tenía que ser «testigo, juntamente con los Once, de la Resurrección» (1:22). Un Mesías «muerto» no podía ser tema de la proclamación del Reino de Dios ni base para la Nueva Creación. Muchos judíos creían a la fuerza en el sentido general del ministerio terrenal de Jesús, porque lo habían presenciado por lo menos en parte (Hech. 2:22), pero el hecho de la Resurrección fue manifestado solamente a los testigos escogidos de antemano por Dios, siendo la consumación que daba su sentido último a todo lo demás (Hech. 10: 40 y 41). El testimonio de estos testigos era suficiente para quien buscara la verdad divina, pero hacía falta la autoridad conjunta y mancomunada de los Doce para la verificación de un hecho de importancia tan fundamental. Pablo había de rendir poderoso testimonio a la Persona del Resucitado como Señor de la Iglesia, pero no podía ser testigo del hecho histórico de la Resurrección de Jesús de los muertos, que dejó vacía la tumba de José de Arimatea como señal de la victoria final sobre la muerte. José Barsabás el Justo Poco podemos decir sobre las personas de los candidatos. «Barsabás» quiere decir «hijo del sábado», probablemente por haber nacido en el séptimo día. Emplearía su sobrenombre «Justo» para su trato con los gentiles, y quizá reflejaba un carácter muy recto, como en el caso de Santiago, hermano del Señor, a quien también se aplicaba. ¿Sería quizás una tendencia al legalismo que le excluyó, en los propósitos de Dios, del duodécimo lugar del apostolado?. Matías Matías es una forma abreviada de Matatías, o «Don de Jehová». Como en el caso de José Barsabás, su nombre desaparece de la historia sagrada, pero hemos de tener en cuenta que el Evangelio se iba extendiendo hacia el Oriente y el Sur, bien que Los Hechos recogen solamente el movimiento hacia el Occidente. Hay evidencia de que iglesias se fundaron tempranamente en el Sur de la India, de modo que hubo esfera para todos los Apóstoles y sus asociados íntimos, de quienes Barsabás es un ejemplo.

Dediquemos un pensamiento al gran «ejército anónimo» de los soldados de Cristo, a quienes la Iglesia en la tierra debe tanto y cuyas hazañas están escritas en el Cielo. Seguramente Matías llegó a justificar tanto su apostolado como su hermoso nombre, siendo «don de Dios» para muchísimas almas que por él escucharon la Palabra de Vida. El modo del nombramiento Vivimos en días cuando el «procedimiento democrático» ha llegado a ser normal en países de relativa libertad política y social, y por ende hay expositores que, influenciados por el ambiente de nuestros tiempos, creen percibir el mismo procedimiento en la organización de las iglesias del N. T. Volveremos sobre este tema más adelante, pero aquí, al umbral de este gran libro de Los Hechos, necesitamos analizar un poco más a fondo el método del nombramiento de Matías, evitando la fácil deducción de que se llevara a cabo según la norma del voto de la mayoría. Lo que se destaca es el discernimiento espiritual unido a la oración unánime de los discípulos: elementos que serán aún más prominentes después del descenso del Espíritu Santo. Notemos los pasos que dieron lugar al nombramiento de Matías: a) Pedro señaló las normas generales de las calificaciones de los Doce, a las cuales el duodécimo Apóstol tenía que conformarse. Ninguna «opinión» o «predilección» humana podía tomarse en consideración por encima de estas normas. b) Una compañía de escogidos discípulos, adelantados en la escuela del Maestro y guiados por los Once, consideraron las cualidades y capacidades de la compañía en relación con las normas que Pedro había adelantado, pasando a proponer dos hermanos, José Barsabás y Matías, por no discernir ninguna diferencia entre ellos en cuanto a los requisitos mencionados y al valor de su testimonio. c) Oraron unánimemente al Señor, y quizás esta oración se dirige al Señor Jesús, ya que se relaciona con el nombramiento de sus Apóstoles (comp. Mar. 3:13-19): «Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido ... ». No sabemos exactamente cómo oraron. Quizás el sentir común de todos se expresó por uno, bien que después de la dádiva del Espíritu hallamos un caso análogo en que les fue dada a todos una expresión unánime en oración (Hech. 4:24-31). Lo importante es que echaron toda la responsabilidad sobre el Señor, llegando el nombramiento desde arriba abajo y no surgiendo de la voluntad de una mayoría de hombres en la tierra. Tales oraciones unánimes evitarían muchas de las trágicas equivocaciones de nuestros tiempos cuando se trata de cargos en las iglesias. d) Después del Día de Pentecostés el discernimiento espiritual de los guías habría bastado para terminar la obra, pero, en espera del gran momento cuando el Espíritu había de habitar en el corazón de todos, revistiéndoles de poder, se valieron del método tan conocido y honrado en el A.T., según se señaló arriba, echando suertes entre estos dos ya discernidos como aptos para el sagrado cargo. Así el

Señor «tuvo la última palabra», y no la voluntad de los hombres. Y los Doce, que forman con Cristo el fundamento de la Iglesia, y que se sentarán sobre doce tronos juzgando las doce tribus de Israel, con su número completado según el designio divino, esperan el momento trascendental de recibir el gran Don del Cielo, rodeados de un grupo escogido de fieles que pronto serán unidos por los fortísimos lazos de la presencia y el poder del Espíritu de Dios para formar así el primer núcleo de la Iglesia de Dios sobre la tierra .

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Discurra sobre la importancia del ministerio del Señor durante los «cuarenta días», en todos sus aspectos. 2. Comente sobre la pregunta de los discípulos y la respuesta del Señor que hallamos en 1: 6 y 7. 3. Discurra sobre el significado de la Ascensión del Señor. 4. ¿Qué podemos aprender sobre la misión especial de los Doce por una consideración de 1:1526?

Capítulo 3 EL DÍA DE PENTECOSTÉS (Primera Parte) EL DESCENSO DEL ESPÍRITU SANTO Y EL MENSAJE DE PEDRO 2:1- 36 EL DESCENSO DEL ESPÍRITU SANTO, 2:1-4 El principio de una época Dios ha tenido «pueblo suyo» en todo tiempo, a través de todas las distintas «sazones», llegando Esteban, en su defensa ante el Sanedrín, a llamar a Israel la «iglesia en el desierto» (Hech. 7:38). Hemos de preguntarnos, pues, si tenemos razón al llamar este Día de Pentecostés «el día del nacimiento de la Iglesia», o si no se trata más de la continuación de la antigua «Iglesia» bajo formas algo distintas. Al examinar la etimología y el uso de la voz «iglesia» vemos que indica una compañía de personas que se ha juntado por un llamamiento «oficial» para el cumplimiento de ciertos fines, aplicándose por ejemplo a una asamblea legal, a la manera de un «parlamento» moderno (Hech. 19:39). No debe extrañarnos, pues, que se usara el término con referencia a la congregación de Israel, separado de las naciones por Dios de una forma tan especial, con el fin de que le sirviesen y diesen testimonio por él en la tierra. Pero este uso general de la palabra no impide que adquiera un sentido más restringido y especializado en el desarrollo de los planes de Dios para la redención del hombre. El mismo Señor, en vista del fracaso de Israel, indicó que había de haber un nuevo principio, señalado por la formación de una compañía de los suyos, a la cual se daría el nombre de IGLESIA: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Notemos que no sólo había de ser la Iglesia suya por antonomasia, sino que el momento de fundarla era aún futuro cuando Cristo habló con Pedro (Mateo 16:18). Nos acercamos más al uso general de las Escrituras si reconocemos que todo pueblo de Dios está incluido en su Reino (véase Apéndice «El Reino de Dios), pero que la «Iglesia» que es su pueblo espiritual, con patria en el Cielo, «nació» por una operación especialísima del Espíritu Santo en el Día de Pentecostés. Las promesas específicas que reiteradamente se daban a Israel, con la garantía del juramento de Dios, se cumplirán a favor del pueblo redimido y sumiso por fin a la voluntad de Jehová. El nuevo pueblo y la Obra de Cristo La «novedad» de la Iglesia depende directamente de otra «novedad» que ya era un hecho consumado. Durante los siglos Dios había auxiliado a los hombres desde el Cielo siempre que su actitud de sumisión

le permitiera aplicar a su favor, y como si fuera anticipadamente, los beneficios de la obra salvadora de Cristo. Pero existía un abismo entre el hombre en su pecado y el Dios de toda santidad en el Cielo. Por el hecho de la Encarnación, Dios, en su maravillosa gracia, «echó un puente» sobre el abismo, pues el que nació en Belén, de madre humana y por la operación del Espíritu de Dios, era el Dios-Hombre, el Hijo eterno encarnado. Al presentarse en el Jordán a los efectos de su ministerio en la tierra, el Espíritu Santo pudo posarse sobre él, acompañado de señales visibles, llenándole totalmente, ya que en él no se hallaba ninguna oposición a la voluntad de Dios, que era la suya propia. Hubo un Hombre en la tierra, pues, en quien el Espíritu Santo habitaba y se movía sin obstáculo. El bautismo del Señor en el Jordán significa su identificación con el pueblo pecador al cual quería salvar, y presupone la obra de la Cruz, a la que le conducía indefectiblemente. Llegando la consumación del tiempo, el Cordero de Dios llevó y quitó el pecado del mundo por la ofrenda de sí mismo, haciendo posible por este medio que los salvos fuesen unidos con él en una perfecta comunidad de vida eterna y espiritual. Al comentar Hech. 1:5, vimos que el «bautismo» de los fieles por el Espíritu Santo había de constituir la consumación de la obra del Mesías según la importante profecía del Bautista, abriendo el paso para esta maravilla el Hecho de la Cruz y de la Resurrección. Este bautismo del Espíritu fue el descenso de Dios el Espíritu Santo sobre una compañía de hombres y mujeres identificados por la sumisión de la fe con Cristo como Salvador y Señor. Este principio de la IGLESIA es el recogimiento de las «primicias» de una gran cosecha espiritual, y la nueva entidad, gracias a su íntima unión con el Senor Crucificado y Resucitado, será el centro de la Nueva Creación. Por eso Pablo al hablar de Cristo como la «Cabeza del Cuerpo, que es la Iglesia», hace constar que ha llegado a ser también el nuevo «Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga el primado»: no sólo como Creador de lo antiguo, sino como Artífice, Principio y Consumador de la Nueva Creación (Col. 1: 1618). El pueblo nuevo y el «Espíritu residente» Se nota también una característica nueva en cuanto a las personas que formaban parte de este «Cuerpo». En todo tiempo el Espíritu de Dios podía estar «con» o «entre» su pueblo, pero el bautismo de la Iglesia en el Día de Pentecostes hace posible algo mayor aún, pues, según las palabras del Maestro en Juan 14:17, el Espíritu que estaba «con» los suyos, habla de estar luego «en» ellos, como residente celestial (comp. la enseñanza del apóstol Pablo en Rom. 8:9; 1 Cor. 6:19; Fil. 2:13). El Espíritu que antes revestía a los siervos de Dios con potencia y sabiduría, según la obra que habían de realizar, se digna ahora posesionarse del corazón de los suyos, los miembros en particular de la Iglesia de Cristo. Esta diferencia tan fundamental se destaca claramente de la gran declaración de Juan: «Pues el Espíritu Santo no había sido dado todavía por cuanto Jesús no había sido aún glorificado» (Juan 7:39).

LA FECHA Y EL LUGAR DEL DESCENSO El calendario religioso de Israel Este calendario fue ordenado por Dios mismo, y no sólo estaba lleno de significado para su pueblo terrenal, sino también de «sombras» de gran valor para el pueblo espiritual. El hecho de que algunas de las «fiestas» se relacionan con las estaciones del año y con los trabajos correspondientes de la siembra, la siega, la vendimia -que también se celebraban en el paganismo-, no mengua el sentido espiritual que hemos notado, ya que Dios tomó lo que existía -y que en su pureza surgía de su obra como Creadordándole un sentido nuevo y más profundo al ordenar la vida de los suyos. Más arriba, al considerar los «Cuarenta días», recordamos la coincidencia de los Hechos de la Pasión, la Resurrección del Señor y el Descenso del Espíritu Santo con el «calendario» de Levítico cap. 23, de modo que basta notar aquí que la fecha era la de la «fiesta de las semanas» (Éx. 34:22; Deut. 16:10), indicada posteriormente por el nombre griego de Pentecostés (día quincuagésimo) porque el día daba fin a las siete semanas señalando el fin de la cosecha de cereales, de la manera en que el día de las primicias (= Resurrección) celebraba su principio. Se ofrecían dos panes con levadura en el Templo como señal de que la harina de la cosecha podía utilizarse. Es interesante comparar este rito con el símbolo del «un pan» en la Cena del Señor que representa la unidad de todos los miembros de la Iglesia (1 Cor. 10:16 y 17, Vers. H.A.). El lugar del Descenso El Descenso del Espíritu Santo ocurrió en Jerusalén, «ciudad del Gran Rey», escenario, un poco antes, del rechazo del Mesías, como será más tarde la sede de su gloria en la tierra. Por dominar allí a la sazón el judaísmo legalista, Jerusalén era una especie de «madrastra» cruel frente al pueblo de Dios, en contraste con la «Jerusalén de arriba ... , la cual es madre de todos nosotros» (Gál. 4:25 y 26), pero no por eso pierde su importancia este «Monte de Sión» escogido por Dios para fines más elevados que el de ser la sede de un Caifás. Por esta razón era apropiado que hasta el pueblo espiritual de la Iglesia naciera en Jerusalén, y en ello se manifiestan las sabias providencias de Dios quien deshace las obras del enemigo y levanta «la ciudad que tiene los fundamentos» sobre la «Cabeza del Ángulo», según los planes eternos, allí mismo donde Satanás había querido dejar en ruinas la Obra de Dios. El Cenáculo y los pórticos del Templo ¿Sucedió el bautismo del Espíritu en el Cenáculo donde se venían reuniendo los ciento veinte, o en alguna parte de los pórticos del Templo? Algunos han pensado en la necesidad de esta última hipótesis en vista de las grandes multitudes que se presentaron rápidamente para investigar la causa del estruendo.

Es evidente que tanta gente no podía caber en el Aposento Alto, ni siquiera en sus alrededores, pues es de suponer que se hallaba en una de las estrechas calles de la ciudad. Esta aparente dificultad surge probablemente de la condensación del relato. Hech. 2: 1 y 2 indica claramente que los discípulos continuaban reuniéndose en el Aposento Alto, y que todos se hallaban en «congregación normal», unánimes en un mismo lugar, que se hallaba en una casa (2:2). Es verdad que visitaban el Templo en aquellos días (Hech. 3:1), y que había conocidos lugares de reunión en los amplios pórticos del Templo, pero a nuestro ver sería imposible llamar tal sitio “la casa donde estaban sentados» (2:2). Pensemos, más bien, en el lugar ya consagrado por la presencia del Resucitado, y en la misma compañía que perseveraba en las oraciones. Sin duda hubo entre ellos espíritu de expectación, pero el gran HECHO se produjo de una forma repentina, “del Cielo abajo», no siendo en manera alguna el resultado psicológico de «ejercicios espirituales». Al ser llenos del Espíritu (hasta se nota que toda la casa se llenó del «viento impetuoso») encontrarían pequeña la casa e irían por las calles en compañía, alabando a Dios en distintas lenguas, dirigiéndose a los atrios del Templo, quizá muy próximos al Aposento. Las gentes se darían cuenta de algo extraordinario, llamándoles la atención la continuación de las extrañas manifestaciones de poder. De esta forma los discípulos llegaron a los atrios sagrados rodeados por multitudes de curiosos que iban siempre en aumento.

LOS FENÓMENOS QUE MARCABAN EL DESCENSO, 2: 1-13 Estas señales, que indicaban que algo fuera de lo común se realizaba en relación con la compañía de los discípulos de Jesús, pueden resumirse como sigue: 1) El sonido que parecía un viento tempestuoso que llenaba toda la casa; 2) la aparición de «lenguas como de fuego» que se iban repartiendo sobre todos los presentes; 3) lo que técnicamente se llama la «glossolalia», o sea, el hablar en lenguas. Todo ello dependía del hecho fundamental: «fueron todos llenos del Espíritu Santo» (2: 2-4). (Véase Apéndice «Glossolalia») El viento tempestuoso, 2:2 El símbolo del «viento» como manifestación de la presencia del Espíritu Santo era ya conocido en el A.T., hallando eco también en las enseñanzas del mismo Señor. Un viento huracanado doblega y hasta rompe los árboles más fuertes, y con frecuencia abate las mayores obras de los hombres, siendo una de las fuerzas más potentes de la naturaleza; es invisible a los ojos humanos, y su origen, curso y fin constituía un misterio total para los hombres de los tiempos bíblicos. He aquí un símbolo idóneo que representa gráficamente las operaciones del Espíritu de Dios, la tercera Persona de la Trinidad, quien,

juntamente con el Hijo, lleva a cabo los designios del Padre. El estudiante debe considerar su uso en las referencias que siguen: Ez. 37:5,9,10,14 (nótese que el «viento del Espíritu» vivifica); 1 Reyes 19: 11-13 (donde rompe los montes), y Juan 3:6-8, pasaje que señala lo misterioso de su actuación en contra de la «carne». «Lenguas como de fuego», 2:3 «Las lenguas repartidas» de la Versión R.V. indican que una apariencia de fuego se distribuyó entre todos y descansó sobre cada uno. Podemos pensar en una especie de aureola de resplandor suave pero potente que rodeara la cabeza de todos, como manifestación de la gran realidad de la plenitud del Espíritu Santo dentro de cada uno. Lo importante es el hecho de la plenitud del Espíritu, aun cuando nada trasluzca que sea visible a estos pobres ojos materiales; pero no debe extrañarnos que en este gran principio, Dios concediera manifestaciones visibles del hecho de haber tomado posesión de sus «tabernáculos», que eran los cuerpos de creyentes plenamente consagrados a su servicio. Recordemos la manifestación de la gloria de Dios cuando Moisés inauguró el Tabernáculo y Salomón el Templo (Éx. 40:34-35; 1 Reyes 8:10-11). Sin duda una aureola de gloria rodea a los espirituales en este tiempo que nuestra corta vista no logra percibir. El simbolismo del «fuego» El amante de las Escrituras sabrá que el «fuego» es también figura conocida de la presencia de Dios por su Espíritu. Muy relacionada con esta escena, como hemos visto ya, está la profecía de Juan el Bautista sobre el Mesías: «Éste os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mat. 3:11). «Fuego» es también símbolo de condenación en el caso de los rebeldes. Pero no hay contradicción entre usos aparentemente contradictorios si se piensa que tal «fuego» puede significar la manifestación de las santas energías de Dios que serán de máxima bendición en la vida de quienes se someten a su voluntad, destruyendo lo carnal y avivando maravillosamente el espíritu redimido, mientras que las mismas «santas energías divinas» significan la perdición del rebelde que nunca se sometió a la visión que Dios le diera. Los dos sentidos se destacan en Isa. 33:14-17: «Los pecadores se asombraron en Sión, espanto sobrecogió a los hipócritas. ¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas? El que camina en justicia ... Éste habitará en las alturas ... tus ojos verán al Rey en su hermosura». Lo que es «espanto» para el hipócrita en el día de la manifestación del Señor, será sumo bien para el hombre fiel. Suponemos que no es necesario avisar al lector que el hecho de que el «fuego» se emplea a menudo en las Escrituras como símbolo del Espíritu Santo, como también de las santas operaciones de Dios en bendición o en juicio, no quiere decir que toda referencia a fuego (aun figurativa) ha de llevar necesariamente este sentido. El escrutinio del contexto revelará los casos cuando

se trata del simbolismo que aquí hemos notado. Lo más importante es que notemos la operación del «fuego» del Espíritu Santo en sus siervos al seguir con atención la historia de la iniciación y el desarrollo de la Iglesia. La «glossolalia», 2:4 con 2:6-8, 11 Pisamos aquí un terreno delicado y difícil, pues se trata de un fenómeno espiritual que trasciende el uso normal de la razón, lo que dificulta sobremanera su análisis. Bastará que notemos aquí que el «hablar con lenguas» en el Día de Pentecostés constituyó una de las señales de que Dios había intervenido de una forma especial en la historia del hombre, dándole poderes fuera de lo normal. Como toda manifestación «milagrosa», la importancia de la señal en sí depende de las circunstancias y de la labor que se realiza conjuntamente con ella. No basta por sí sola para probar la presencia de Dios, pero si concuerda con la Palabra revelada, y sus resultados son conformes al carácter y a la obra de Dios ya conocidos por sus otros medios de revelación (sobre todo en Cristo), entonces sirve para llamar la atención a una operación divina con el fin de que los hombres de buena voluntad sean ayudados en el camino hacia Dios. Si el resultado es confusión, o si las palabras «milagrosas» no concuerdan con la revelación de Dios, entonces hemos de sospechar la operación de otro poder «sobrenatural» que no es el de Dios. Más tarde los creyentes de Corinto se gloriaban en demasía de su «don de lenguas» (1 Cor. 13:8; 14:40), y Pablo tuvo que subrayar la importancia muy superior de la edificación por medio de la Palabra. Además la manifestación de «glossolalia» en la iglesia de Corinto se diferencia de la del Día de Pentecostés en este importante punto: en el ámbito de la iglesia el hermano con don de lenguas sostenía comunión mística con Dios en un rapto que pasaba del uso normal de la razón. Nadie le entendía si no hubiera intérprete. En el Día de Pentecostés, sin embargo, las «lenguas» se entendían por judíos oriundos de diversos países, quienes oían cada uno en el idioma de su tierra adoptiva. La «señal» consistía en que la plenitud del Espíritu daba a conocer «las grandezas de Dios», saltando por encima de la barrera de la diversidad de idiomas -símbolo éste de la humanidad dividida por el pecado- por medio de un milagro en franca oposición a la confusión de «Babel». El momento de «comprensión» pasó y «Babel» había de volver a dejar su funesto rastro hasta en la esfera de la profesión cristiana, pero el Día de Pentecostés queda como señal de que Dios, por medio de la plenitud de su Espíritu, hará por fin que todos los hombres redimidos le entiendan y se entiendan. (Véase Apéndice, «Glossolalia»).

EL BAUTISMO Y LA PLENITUD DEL ESPÍRITU, 2:1-4 El bautismo del Espíritu

Sin duda alguna el Maestro hizo referencia al gran suceso que estamos estudiando cuando avisó a los Apóstoles: «Mas vosotros seréis bautizados en Espíritu Santo dentro de pocos días» (Hech. 1:5), confirmando así la profecía del Bautista que hemos tenido ocasión de notar varias veces. Aparte de estas dos referencias no se habla más del «bautismo del Espíritu Santo» aparte de 1 Cor. 12:12-13, donde Pablo explica la diversidad de los dones del Espíritu dentro de la unidad esencial del «Cuerpo místico de la Iglesia»: «Porque de la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu fuimos bautizados todos nosotros para formar un Cuerpo ... y a todos nos dio a beber de un solo Espíritu», Aprendemos aquí que nuestra unión espiritual con el «Cuerpo de Cristo» surge de nuestro «bautismo» en un solo Espíritu, señalando así la parte que cada verdadero creyente tiene en el gran acontecimiento del nacimienlo de la Iglesia. No es bíblico, pues, hablar de un «bautismo del Espíritu» posterior a nuestra regeneración, refiriéndose a una «experiencia» especial con aumento de poder espiritual y relacionado con la santificación. Dios no dio su Espíritu por medida en el nuevo principio que estamos considerando (Juan 3:34), y no necesita volver a «bautizar» la Iglesia, sino sólo incluir en los beneficios del bautismo único a cuantos se allegan a Cristo por la fe. La plenitud del Espíritu en relación con el «bautismo del Espíritu» La plenitud del Espíritu se relaciona con el «bautismo del Espíritu», pero no hemos de confundir los términos. El «bautismo» hace posible la plenitud espiritual de todos los miembros del Cuerpo de Cristo, pero éstos podrán admitir en sus vidas elementos que entristezcan al Espíritu, en cuyo caso no habrá manifestaciones de plenitud. Por eso el apóstol Pablo exhorta a los efesios en sentido negativo: «No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención»; y luego positivamente: «Sed llenos del Espíritu» (Efe. 4:30; 5:18). La provisión para esta plenitud se ha hecho ya, pero los cauces por donde fluye el poder podrán quedar obstruidos, y cada creyente es responsable para dejar libre curso a la potencia de Dios por los medios que las Escrituras indican. La recepción del Espíritu Santo coincide con el momento de la entrega en fe a Cristo, como prueban palmariamente los textos siguientes (úsese una buena traducción moderna): Hech. 10:44-48; 19:2 («¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creisteis?»); Efe. 1:13; Juan 7:38-39. El caso de los creyentes en Samaria (Hech. 8:14-17) es especial y se tratará en su lugar. Perderemos mucho si dejamos de meditar en el significado del Día de Pentecostés, pues si bien es el Padre que obra predominantemente en el A.T., y el gran Siervo de Dios que lleva a cabo la obra de la Redención durante su misión en la tierra, es el Espíritu Santo quien representa la Santísima Trinidad en el mundo ahora, siendo el «Vicario de Cristo» y el que hace efectiva la Obra de la Cruz en los corazones

humanos. Todo bien espiritual depende de su operación, y en relación con ella declara Pablo: «Dios es el que en vosotros obra así el querer como el obrar conforme a su voluntad» (Fil. 2:13).

LA MULTITUD Y SUS REACCIONES, 2: 5-13 Un auditorio de judíos y prosélitos La lista de nacionalidades en 2:9-11, juntamente con el «ambiente de universalidad» que se respira en el Día de Pentecostés, podrían dar la impresión de que, desde el principio, el Evangelio se anunciaba «a toda criatura». No es así sin embargo, porque aún no se había abierto la puerta del Reino a los gentiles: momento que había de esperar la visita de Pedro a la casa de Cornelio (véase el cap. 10). La «meta» era la «universalidad», pero la sabiduría de Dios dispuso que no se llegara a ella sino por etapas, y no sin la debida preparación de los Apóstoles y un nuevo ofrecimiento del Mesías a Israel: esta vez como el Señor resucitado. Bien adelantada la nueva edad de la gracia, Pablo mantenía el mismo orden, anunciando el Evangelio «al judío primero y también al griego» (Rom. 1:16). Los oyentes eran «judíos piadosos de toda nación debajo del cielo»; sin embargo, el énfasis sobre los peregrinos venidos de tantos países prepara el terreno para la «universalidad» que luego había de manifestarse. Extraña un poco que se dijera de estos peregrinos que «moraban a la sazón en Jerusalén» (2:5), y algunos han pensado que se trataba de los miembros de las distintas sinagogas establecidas en Jerusalén para los judíos que antes vivían en otras tierras, volviendo luego para terminar sus días en la amada ciudad de Sión. Evidencia hay de la existencia de tales sinagogas en Hech. 6:9, pero constituían un número algo reducido, de modo que no se podría decir de ellos que habían venido «de toda nación debajo del cielo». Es de suponer que los peregrinos, habiendo realizado largos y costosos viajes, quedarían algún tiempo en Jerusalén para aprovechar más de una fiesta, y por eso se dice que «moraban» allí. «El estruendo» Según el v. 6, el motivo de reunirse las multitudes fue el «estruendo», que traduce «phone», que es «voz», o «ruido». Esto podría referirse al sonido del viento tempestuoso que señalaba el potente movimiento del Espíritu de Dios, o bien el murmullo que se levantaba entre muchos al oír a los discípulos alabar a Dios en diferentes lenguas. Lo importante es que la «señal» sirvió para congregar a aquellos que por vez primera habían de escuchar el Evangelio predicado en su plenitud y en la potencia del Espíritu Santo.

El asombro de las gentes Si el «estruendo» produjo el primer movimiento de curiosidad, el asombro llegó a su punto culminante cuando cada uno podía comprobar que estaba escuchando de los labios de los galileos alabanzas de Dios pronunciadas en su propia lengua. Ya sabemos el agradable efecto que se produce cuando uno oye la lengua materna estando entre extranjeros de otra habla, y aquí el tema -«las grandezas de Dios»- estaba al tono con todas las demás circunstancias de tan notable ocasión. Las palabras «confusos» .. , «atónitos» ... , «se maravillaban», indican un gran asombro, con la dificultad de hallar una explicación para lo que oían y presenciaban. La claridad de los mensajes fue tanto más notable por cuanto los oradores eran galileos, que solían hablar mal hasta el arameo, según testimonio de escritos rabínicos. La lista de los países, 2:9-11 ¿Por qué fue necesario que el sagrado historiador diera los nombres de tantos países? ¿No habría bastado con decir que los oyentes eran de la Dispersión, judíos oriundos de muchas naciones? Sin duda la Palabra quiere indicar que se trata de un acontecimiento que había de anular por fin la confusión de Babel, haciendo que los hombres volviesen a comprenderse mutuamente porque ya escuchaban la Voz de Dios. Ya hemos notado que hay «ambiente de universalidad» a pesar de que el auditorio se componía de judíos. Dios había escogido a Israel como su pueblo peculiar, pero cuando los israelitas se olvidaron de su obligación de ser medio de luz y bendición para los gentiles, les dispersó entre las naciones de tal forma que algo de la Palabra tenía que darse a conocer en el mundo por su medio como si fuera «a la fuerza». Luego esta Dispersión tuvo parte importantísima en la extensión del Evangelio, bien que a pesar suyo, en el ánimo de la mayoría que no recibieron el mensaje de vida. De paso estos versículos nos dan preciosa información sobre esta Dispersión en el primer siglo. No es el propósito de este Comentario intentar aclarar todas las cuestiones «de fondo» que surgen, pero de paso llamamos la atención del estudiante a los contingentes de judíos que procedían del Oriente: partos, medos, elamitas y habitantes en Mesopotamia (2:9). Esta mención recuerda antiguas páginas de la historia del pueblo de Dios, puesto que la presencia de israelitas en aquellas lejanas tierras orientales empezó con la transmigración de las tribus norteñas cuando Samaria cayó bajo el empuje del imperio asirio (2 Reyes 17:6). Más tarde el Señor castigó a los judíos del Sur de forma parecida, bien que el instrumento posterior fue Nabucodonosor, rey de Babilonia (2 Reyes 25:14; 25:11-12). Quizá las tribus norteñas no estan tan «perdidas» como muchos suponen, pues muchas se hallan representadas entre los pocos israelitas que regresaron con Zorobabel a Judea. La mayoría de los desterrados se adaptaron bien a la nueva vida, siendo tratados con benignidad, de modo que no quisieron dejar sus tierras y negocios cuando de nuevo la Tierra Santa les fue abierta por Ciro. La importancia de las colonias judías en el

extranjero puede estimarse por el hecho de que había un millón de ellos en la ciudad egipcia de Alejandria en el año 38 d. C. Nos llama la atención también la mención de los «visitantes romanos, así judíos como prosélitos» en 2:10. Había una colonia importante de judíos en la metrópoli del Imperio y de ella procedían éstos que se mencionan. Si algunos de ellos al escuchar el poderoso mensaje de Pedro aquel día se hubiesen convertido al Señor, habrían podido dar su testimonio en Roma a su regreso, dando principio a la Iglesia de Cristo en aquella ciudad, pues es evidente por otros pasajes que ya existía una importante congregación cristiana allí antes de la visita de Pablo, y, desde luego, antes de cualquier visita que Pedro hubiese podido realizar a la metrópoli pagana. La teoría de los incrédulos, 2:12 y 13 ¿Cuáles son las reacciones normales de los hombres ante una manifestación especial del poder de Dios? Hemos visto que el «asombro» de muchos produjo un espíritu de atención, que resultó luego en la bendición espiritual que se señala en 2: 37-41. Pero el que no quiere oír la voz de Dios y prefiere seguir obstinadamente con «lo suyo», busca alguna explicación superficial de las maravillas de Dios para «salir del paso». En esta ocasión algunos decían despectivamente: «Están llenos de mosto». Es verdad que hombres bajo la plena influencia del Espíritu se portan de manera distinta de lo normal, como si fueran poseídos de una santa «borrachera» (véase el contraste que se apunta en Efe. 5:18-19), pero un poco de investigación del caso demostraría la falsedad de esta explicación burlona que no tenía más finalidad que la de permitir que los mofadores siguiesen en su incredulidad. De forma análoga, los sacerdotes defendieron la idea de que los discípulos habían robado el cuerpo del Señor, y esta ridícula teoría tuvo -y tiene- mucho éxito, porque es lo que los hombres quieren creer. Pero, ¡cuán solemne es rechazar la Palabra de Dios cuando viene en la potencia del Espíritu Santo! «¿Cómo escaparemos si tuviéramos en poco una salvación tan grande?» (Heb. 2: 3).

EL DISCURSO DE PEDRO, 2:14-36 Consideraciones generales Por primera vez se predica el Evangelio después del Hecho de la Cruz y la Resurrección y en la plenitud del Espíritu Santo. Obviamente la ocasión es importantísima y hemos de prestar cuidadosa atención al mensaje que Dios dio a su siervo Pedro, que es una especie de modelo de lo que fue la «proclamación apostólica (kerugma)» de aquellos tempranos tiempos. Cuando este anuncio de lo que Dios había hecho en Cristo se extendió a los gentiles la presentación tenía que variar algo, desde luego, porque en la esfera gentílica no había conocimiento de las Sagradas Escrituras, pero las líneas generales

son iguales y quedan como preciosa guía para los predicadores del Evangelio en todo tiempo. Frente a los judíos, los Apóstoles solían subrayar los elementos siguientes: a) Había llegado el tiempo del «cumplimiento» de los pensamientos de Dios señalados en el A. T. b) Jesucristo era el Mesías esperado, como se evidenciaba por su vida y sus obras de poder. c) Los judíos habían cometido un gran crimen nacional al entregarle a la muerte, pero detrás del crimen se hallaba la providencia de Dios que utilizó la maldad de los hombres para la consumación de la muerte que expiaba los pecados. d) Por el glorioso hecho de la Resurrección, Dios anuló el infame veredicto de los hombres y dio a conocer su opinión sobre la Persona y Obra de su Hijo, sellando y llevando a su consumación la Redención. e) Los Apóstoles eran los testigos escogidos por Dios para dar fe de los hechos del gran acontecimiento, con referencia especial a la Resurrección. f) Las proposiciones de esta proclamación se apoyaban por medio de citas probatorias del A. T. g) En su gracia Dios anunciaba preciosas promesas a los hombres (aun a los judíos que habían matado a su Mesías) con tal que se arrepintiesen y pusiesen su fe en el Salvador. h) El Mesías rechazado ocupa ahora el lugar de poder y de gloria a la Diestra de Dios. El estudiante puede buscar estas características no sólo en el discurso que tenemos delante, sino también en el mensaje que siguió a la curación del hombre impedido (3:12-26), en los cortos testimonios delante del Sanedrín (4:8-12; 5:29-32), en el mensaje de Pedro a los gentiles reunidos con Cornelio (10:34-43 ),y en el discurso de Pablo frente a los judíos de Antioquía en Pisidia (13:16-41). La defensa de Esteban en el capítulo siete reviste un carácter algo distinto, pero aún allí se hallan algunas de las características que hemos notado.

EL ANÁLISIS DEL DISCURSO La sustancia del mensaje de Pedro puede resumirse de esta forma y los puntos deben compararse con las características generales de la proclamación apostólica del último párrafo: a) rechaza la acusación de borrachera (2:14-15); b) basa el tema del «cumplimiento» en la profecía de Joel (2:16-21); c) hace un resumen de la vida de poder del Señor, con su Muerte y Resurrección (2:22-24); d) cita el Salmo 16 como profecía probatoria de la Resurrección del Mesías (2:25-31); e) subraya el testimonio apostólico en cuanto a la Resurrección (2:32); f) explica el sentido de la exaltación del Mesías a la luz del Salmo 110 (2: 33-36); g) tras la pregunta de los judíos compungidos a causa de su crimen les llama al arrepentimiento, y declara las promesas de Dios (2: 37-40).

LA INTRODUCCIÓN, 2:14-15 Pedro actúa como portavoz de los «Doce», y por eso se hace constar que sus once compañeros se

pusieron en pie con él, ya que su mensaje había de ser el testimonio conjunto de los «Apóstoles-testigos» escogidos y preparados para este gran momento. La solemnidad de la ocasión se indica además por el verbo traducido por «levantó la voz», que se reserva para pronunciamientos graves y oficiales, señalando aquí que el mensaje era «oracular» e inspirado. Dios había de hablar por Pedro como tantas veces había hecho por medio de los profetas antiguos. Se dirigió a los «varones judíos y habitantes todos de Jerusalén», puesto que la proclamación había de iniciarse en el sitio del rechazo del Mesías, con referencia especial al pueblo escogido que había caído en tan grave crimen. En pocas palabras Pedro rechazó la idea de que la gran señal del Cielo podía explicarse en términos de una borrachera, utilizando el sencillo argumento de que los judíos no bebían vino tan temprano por la mañana. Tras esta introducción pasa a la presentación de su mensaje.

LA PROFEC1A DE JOEL, 2: 16-21 El contexto de la profecía La cita de Joel 2:28-32, como explicación de los fenómenos que acompañaron el Descenso del Espíritu Santo, ha dado lugar a diversas interpretaciones, y es cierto que el uso que Pedro hace de este pasaje en tal momento encierra bastantes dificultades. Desde luego éstas surgen de nuestra pobre comprensión de los pensamientos de Dios debiendo resolverse mediante la luz que brilla a través de la totalidad de la revelación escrita. Joel, profeta de Judá que vivió probablemente en los días de Uzías, anunció los grandes desastres que habían de caer sobre el pueblo por causa de sus pecados. Hubo en sus días una plaga de langostas, y la invasión de Palestina por estos destructivos insectos se presenta como un castigo de parte de Jehová en vista de la rebeldía de los judíos. Esto da lugar a llamamientos al arrepentimiento y promesas de alivio y de bendición si el pueblo se humilla. Pero como es costumbre en tales profecías (y según el principio de la «perspectiva profética») el oráculo se hace más y más sublime y aterrador hasta que nos vemos en medio del «Día de Jehová, grande y muy terrible» (Joel 2:11), siendo los invasores, no ya langostas, sino hordas de crueles enemigos. La culminación del desastre es precisamente la oportunidad para la intervención de Dios, quien, según el padrón casi idéntico en estas profecías de los «últimos días», derrota los enemigos de Israel y establece un reino de paz y de bendición (Joel 2:19-27). Luego viene el pasaje que Pedro cita, introducido por la frase «y acontecerá después de esto ... » que Pedro, resumiendo el sentido de todo el contexto, convierte en: «y acontecerá en los postreros días, dice Dios ... ». Los términos de la profecía

Los elementos más destacados de la profecía son los siguientes: a) el derramamiento del Espíritu sobre todos los hombres resultando en la difusión universal del don de profecía, aun sobre los jóvenes y esclavos (Hech. 2:17-18); b) señales astronómicas que, en mayor o menor detalle, se asocian a menudo con el Día de lehová y la manifestación de Cristo en gloria (2:19-20; Isa. 24: 21-23; Mat. 24: 24-30); e) la promesa de la salvación para cualquiera que invocara el Nombre del Señor (2: 21) (comp. Rom. 10: 1213). Cumplimiento limitado de la profecía Es evidente que todos estos detalles no se produjeron en el Día de Pentecostés cuando el Espíritu Santo cayó en potencia sobre ciento veinte hombres y mujeres que luego «profetizaron», en el sentido de anunciar las grandezas de Dios en diversas lenguas. Todos los hombres NO recibieron el don del Espíritu entonces, y aun hoy únicamente los miembros de la Iglesia espiritual disfrutan de este precioso regalo del Cielo, no los hombres en general, siendo aún más reducidas las manifestaciones proféticas. Menos aún hemos visto las señales astronómicas que se mencionan. El oscurecimiento del sol en el día de la Crucifixión no pudo ser el cumplimiento de todo lo que vemos aquí, pues las manifestaciones son muy diversas y universales. Es mucho más honrado exegéticamente confesar que aquello no se cumplió en el Día de Pentecostés. La promesa de la salvación para todo aquel que invocare el Nombre del Señor se realizó, bien que las circunstancias de la profecía de Joel no son las de la escena que estudiamos. Normas para la interpretación de la profecía Algunos expositores han aprovechado esta aparente discrepancia para justificar la «espiritualización» de todas las profecías que prometieron a Israel un porvenir de bendición en la tierra, diciendo en efecto: «Para Pedro los fenómenos del Pentecostés son el cumplimiento de la profecía de Joel. Es evidente, pues, que los detalles no han de entenderse como profecías literales de lo que pasará con Israel en una crisis última de la historia humana, y lo que hemos de recoger de tales pasajes es un sentido muy modificado y espiritual, pues en la Nueva Creación no caben ya consideraciones materiales o nacionales». Esta posición tiene su atractivo y se relaciona con principios que en su lugar son verdaderos -la gloriosa «novedad» de todo lo que Dios hace en la Nueva Creación es un hecho fundamental-, pero da al traste con las normas de una verdadera exégesis aplicadas a los libros proféticos, y trata los solemnes oráculos de los inspirados siervos de Dios del antiguo régimen con poco respeto. Lo que se prometió solemnemente a Israel como nación, tanto antes como después del cautiverio babilónico, con toda suerte de detalles, tiene que cumplirse en el sentido natural y obvio de los oráculos, y es precisamente el Señor quien volvió a reafirmar que las señales astronómicas han de señalar el día de su glorioso regreso. No podemos colocar ningunas normas «a priori» por encima de la exégesis fiel de la Palabra. Dejemos el

método de «seleccionar» entre los oráculos a quienes no aceptan la plenitud de la inspiración de toda la Biblia, y pasemos a considerar la profecía de Joel tanto en su contexto original como en el uso que Pedro hace de ella. El principio de los postreros días En su contexto el oráculo promete un derramamiento universal del Espíritu de Dios en los momentos después de la victoria de Dios sobre todos sus enemigos, que hace posible la inauguración del Reino mesiánico en la tierra. Ahora bien, toda obra de Dios en la Nueva Creación, sea en su Iglesia, sea en el Milenio, sea en la nueva tierra y nuevos cielos, se basa sobre la Obra de la Cruz. La gran divisoria entre «lo antiguo» y «lo nuevo» es el Monte Gólgota. El único obstáculo que impide la plenitud del Espíritu en la vida del hombre es el pecado, y Dios ha tratado este problema a fondo por medio de la Muerte expiatoria del Dios-Hombre. Según nuestros calendarios, largos siglos se extienden entre el Calvario y el Milenio, pero a la vista de Dios «los postreros tiempos» empezaron cuando Cristo consumó su Obra expiatoria. Es ciertísimo que la frase «los últimos (postreros) días o tiempos» indica normalmente la crisis final cuando Dios pondrá término al «Día del hombre» y establecerá el «Día de Jehová», en juicio primero y luego en bendición; pero todo cuanto se haga en «aquel día» surge de la victoria de la Cruz. Aparte del paréntesis de la Iglesia, la primera venida de Cristo y su regreso en gloria casi se tocan, de modo que, mirando la historia según la perspectiva del plan de la Redención, los «últimos tiempos» ya empezaron, bien que la «fecha», según el correr del tiempo aquí abajo, tarda aún. El punto fundamental del oráculo de Joel que Pedro quiso subrayar es que el Espíritu de Dios puede derramarse ahora sin las limitaciones de los tiempos anteriores a la Cruz, y que en este acto de la gracia de Dios se halla latente una promesa universal de salvación. La frase «esto es lo que fue dicho por el profeta Joel» no ha de tomarse como indicando el cumplimiento final y completo del oráculo, sino para señalar unas analogías de importancia fundamental. Las frases introductorias de la literatura oriental no se redactan con precisión occidental como es evidente por la frase «El reino de los cielos es semejante a ... » como introducción a varias parábolas del cap. 13 de Mateo, donde obviamente la «semejanza» no es a la primera persona o circunstancia que inmediatamente se nombra, sino a los principios que informan la historia toda. Comentando sobre este caso un piadoso y conocido enseñador bíblico oriundo de la China, Watchman Nee, dice lo siguiente: «Esto es aquello» quiere decir «esto lo que véis y oís es del mismo orden de cosas que aquello que Joel profetizó. Cuando se trata del cumplimiento de una profecía la experiencia vivida ha de ser la reproducción del anuncio, y profecía es profecía, sueños son sueños y visiones son visiones; pero cuando Pedro dice: esto es aquello no se trata de que la experiencia de Pentecostés sea la duplicación del oráculo, sino que esto pertenece a la misma categoría que aquello». Lo que enfatiza el Espíritu Santo por medio de Pedro es la unidad de la experiencia. Las manifestaciones

externas pueden ser muchas y muy variadas, y a nuestro ver algunas son extrañas, pero el Espíritu es UNO y él es SEÑOR (véase 1 Cor. 12:4-6). En nuestros días, cuando los hombres colocan en el ciclo las «señales» de su dominio (muy parcial) del espacio, no es sensato procurar limitar la importancia de las señales que Dios, según reiteradas declaraciones, va a colocar allí como anuncio de la proximidad del «Día del Señor, grande e ilustre» («grande y terrible» en el hebreo de Joel). Los métodos de «espiritualización» no honran ni la dignidad ni la veracidad de los oráculos que el Señor dio por el Espíritu. Gracias a Dios que tanto en el principio de los «postreros tiempos» (cuando la nota culminante fue la gracia), como en el final de ellos (cuando la tónica será el juicio), siempre será verdad que «todo aquel que invocare el Nombre del Señor será salvo»: hasta que la puerta de la gracia se cierre una vez para siempre contra los rebeldes.

JESÚS, SU VIDA DE PODER, SU MUERTE Y RESURRECCIÓN, 2:22-24 Pedro, después de señalar que el derramamiento del Espíritu es una de las características de los postreros tiempos, vuelve a pedir, de forma solemne, la atención de sus oyentes para la segunda parte de su exposición: «Varones israelitas, escuchad estas palabras ... ». La obra de Jesús el Nazareno, 2:22 La profecía de Joel fue algo que sabían por su constante lectura de los profetas, pero los rasgos principales del ministerio de Jesús les eran conocidos por su propia experiencia o por el reiterado testimonio de muchos testigos, favorables o enemigos. Uno que se llamaba «Jesús el Nazareno» había vivido entre ellos, y en los estrechos límites territoriales de Palestina había llevado a cabo un ministerio extraordinario. Los milagros eran innegables, y formaban el tema de conversación en miles de hogares y puntos de reunión de los judíos. Pedro declara que estas obras eran las «credenciales» que Dios dio a este Varón con el fin de que todos supiesen que su misión era divina. Se emplean tres términos para describir estas obras excepcionales: «milagros» («maravillas») que traduce una voz griega equivalente a «potencias», pues evidenciaban la presencia de un poder por encima de las leyes naturales; «prodigios» o «portentos», ya que estas obras llamaban poderosamente la atención de la gente; «señales», por cuanto eran «lecciones demostradas por medio de obras», indicando el carácter bondadoso y poderoso de aquel que restauraba los cuerpos enfermos y enjugaba las lágrimas de tantos afligidos (comp. Heb. 2:4 donde se emplean los mismos términos en orden inverso). La responsabilidad de Israel, 2:23 A pesar de ser así acreditado por Dios, los judíos rechazaron a Jesús, y sus líderes le entregaron a la

muerte de Cruz, utilizando a los «inicuos», o mejor, «los hombres sin ley» («dia cheiros anomon») que se refiere especialmente a los romanos por ser ajenos a la esfera de la Ley de Moisés. Pero Pedro recalca la culpabilidad de la nación judaica: “A éste ... vosotros matasteis por manos de los «sin ley», crucificándole». Que la «mano» fuese la del poder romano no menguaba en nada la terrible responsabilidad de la nación israelita, tan poco fiel a su misión de ser luz para las gentes, e infiel a sus propias esperanzas de bendición por medio del Mesías. Pablo analiza las causas profundas de su espantosa elección en Rom. 10:3: “Porque ignorando la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios». La providencia de Dios, 2:23 Como hecho histórico, en la parte material, Cristo fue crucificado por los romanos, los hombres «sin ley»; en malvada intención, fue muerto por la nación apóstata que, cegada por sus propias pretensiones y egoísmos, no supo ver la gloria de Dios en la Faz de Jesucristo; como hecho que expresaba un plan eterno, el Mesías-Cordero fue entregado «por el determinado consejo y providencia de Dios». Detrás de la trágica historia del prendimiento, procesos y crucifixión del Mesías, hubo un plan divino para la redención del hombre. El pecado (y el mal en todas sus manifestaciones) conducía a la muerte por ser ajeno todo ello a la vida de Dios. O la muerte tenía que cebarse en todos los pecadores, o había de consumarse una MUERTE total en la persona de alguien capaz de representar al hombre y al mismo tiempo retener el valor infinito de su divinidad. «Jesús Nazareno» era también el «Verbo eterno encarnado», y según consejos divinos y eternos (los suyos en armonía con la voluntad del Padre) él «gustó la muerte por todos» con el fin de abrir una puerta amplia por donde fluyera el torrente de la gracia divina. Fue el mismo Pedro quien escribió más tarde: «Fuisteis redimidos de vuestra vana manera de vivir, no con cosas corruptibles ... , sino con sangre preciosa, como de un Cordero sin tacha y sin mancilla, con la sangre de Cristo, conocido ya, de cierto, antes de la fundación del mundo, pero manifestado al fin de los tiempos por amor a vosotros» (1 Ped. 1:18-20). He aquí un elemento fundamentalísimo de la «proclama» apostólica. La Resurrección, 2:24 Todo el énfasis cae sobre lo que DIOS hizo con «Jesús Nazareno», pues ésta era la faceta de la Obra de Redención que los judíos de Jerusalén necesitaban comprender en aquel momento. Dios acreditó a Jesús Nazareno; fue el determinado consejo de Dios que ordenó la muerte expiatoria; fue Dios quien trastocó los términos de la sentencia condenatoria de los hombres, resucitando al Crucificado. Pero esta presentación del Hombre y del Siervo, que convino a la ocasión y al argumento, no significa que Pedro no había llegado a comprender la deidad de su Señor. Ya lo había confesado, aun antes de la

Resurrección (Mat. 16: 16; comp. Juan 6:68-69), y aquí añade este profundo comentario al hecho de la Resurrección: librándole Dios de los dolores de la muerte «por cuanto era imposible que fuese retenido por ella» (2:24). A los hombres les es imposible librarse de los dolores (o ligaduras) de la muerte, pero en el caso de aquel que Pedro presentaba al pueblo, era imposible que fuese retenido por ella; la frase indica claramente la deidad del Señor, quien era en su Persona «Resurrección y Vida». La Resurrección es uno de los grandes temas de la revelación, y solamente podemos recordar aquí estas facetas del gran acontecimiento: la Muerte del Señor Jesucristo terminó con el pecado y la muerte, mientras que la Resurrección abrió la Fuente de la Vida eterna; la Cruz fue el fallo del hombre en contra del Cristo, pero por la Resurrección «Dios le declaró ser Hijo de Dios con potencia» (Rom. 1:4); la Cruz dio fin a la vieja creación en todas sus formas; por la Resurrección Cristo es «el Primogénito de entre los muertos» para ser principio y consumación de la nueva creación (Col. 1:18-19). Más adelante Pedro declara la exaltación de Cristo, que es la consecuencia inmediata de su Resurrección de entre los muertos.

LA RESURRECCIÓN PROFETIZADA POR DAVID, 2:25-31 Según el método normal de la «proclama» del Evangelio ante los judíos, la declaración del hecho de la Resurrección se apoya por una cita del A.T., en este caso del Salmo 16:8-11 (25-28). La consideración de esta cita nos coloca de nuevo ante el problema de la interpretación de los pasajes del Antiguo Testamento que los Apóstoles citan, y recordamos al estudiante lo que dijimos sobre los salmos mesiánicos anteriormente. El Salmo 16 puede interpretarse en casi su totalidad en relación con David: sus experiencias, su gozo en el Señor y su esperanza de la inmortalidad. En este caso el v.10 del salmo: «no dejarás mi alma entre los muertos ni permitirás que tu santo vea corrupción» significaría que David, por el Espíritu, comprendía no sólo la inmortalidad del alma, sino también el misterio de la resurrección del cuerpo: tema que se ilumina poco en el A. T. Ahora bien, según las indicaciones que ya dimos sobre las citas de Los Salmos en Hech. 1:20, nos hallamos muchas veces ante unas frases que sobrepasan la experiencia personal del salmista, y hallan su cumplimiento final en la Persona del Hijo de David. Pedro, quien hablaba en la plenitud del Espíritu, ve en el Salmo 16 un claro anuncio de la Resurrección del Mesías. La «carne» de David había visto corrupción, y los judíos señalaban con orgullo el emplazamiento de su tumba, pero fue una tumba cerrada (2:29); de este modo Pedro hizo ver a la multitud que el cumplimiento real de los versículos 9 y 10 del Salmo se halló en la Resurrección del Mesías. De paso podemos notar que muchos intérpretes de escuelas rabínicas reconocían el carácter mesiánico del Salmo 16. «No dejarás mi alma en el Hades»

Estas palabras forman la traducción correcta de 2:27, prestándose la palabra «infierno» de la Versión R.V. a interpretaciones erróneas. «Hades» traduce la voz hebrea «sheo1», que indicaba el lugar de las almas que habían partido de esta vida, sin determinar si su estado fuese de bendición o de perdición. En cambio, «infierno» significa el «lago de fuego», o «Gehenna», el lugar de los perdidos para siempre. Por eso, después de la sesión de Cristo como Juez en el Gran Trono Blanco, en el último de los juicios, el «hades», juntamente con la «muerte», será echado en el «lago de fuego», pues anteriormente la parte de bendición, o sea el «paraíso», habrá sido vaciado de las almas de los salvos por la «Primera Resurrección» (Apoc. 20:6; 11-15). El alma del Señor nunca descendió al «infierno», y tal «Descenso» se basa únicamente en la mala interpretación de este versículo, con 1 Ped. 3:18-20, en la Edad Media. «Hoy estarás conmigo en el paraíso», prometió el Salvador al ladrón arrepentido (Luc. 23:43), y en aquel departamento de bendición del hades esperó el momento de su Resurrección. David y el Mesías, 2:30 y 31 De Abraham dijo el Maestro: «Abraham ... se gozó en que viera mi día; y lo vio, y se gozó» (Juan 8:56). Hemos de suponer que la fe y constancia de Abraham fueron promediadas por una visión de lo que sería la Persona y Obra del Mesías, su «Simiente», llenándose su alma de santa alegría. De igual forma David, que había recibido las promesas del Reino eterno, hizo referencia al Mesías en el Salmo 110 (2:25), y sabiendo que Dios había de levantar a un Hijo suyo para sentarse sobre el Trono eterno, tuvo, a través de sus propias experiencias parciales, una clara visión de aquel que había de ser el «Sí» y el «Amén» de esta promesa como de todas las demás (2:30-31). El acontecimiento que transformó «lo temporal» de su Reino en sustancia eterna fue la Resurrección por la que se venció la muerte y la temporalidad.

LOS TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN, 2: 32 Al estudiar las referencias de 1:21-22 vimos la necesidad de un testimonio autorizado por boca de testigos que el Maestro escogiera y que dieran fe de toda la vida y ministerio de Cristo, con referencia especial a su Resurrección; si no se podía establecer la veracidad de este último hecho, todo lo demás del mensaje quedaría vacío de todo sentido (1 Cor. 15:1-20). Por eso el número completo de los «Doce» recalcó: «A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos somos testigos». Es una primera declaración de la prueba testificativa del sublime Hecho, que ha de reiterarse constantemente durante los días de la proclamación del Evangelio en Jerusalén.

LA EXALTACIÓN DEL CRISTO, 2: 33-36 Pedro termina su discurso afirmando que aquel Jesús que los judíos «levantaron» en la vergonzosa cruz, ha sido «exaltado» por Dios a su Diestra para ser Señor y Cristo. El hecho de la exaltación de Jesús no admitía pruebas testificales como en el caso de sus grandes obras y su Resurrección, pero Pedro relaciona el milagro del Día de Pentecostés con esta afirmación del triunfo del Crucificado, alegando también otro texto probatorio. Por las frases del Salmo 110:1 demostró que los judíos debieran haber comprendido que el Mesías había de ser exaltado a la Diestra del Trono eterno en los Cielos, y no sólo al trono de David en la tierra (vs. 34, 35). Es interesante notar que la «promesa del Padre» pasa por las manos del Hijo glorificado para luego derramarse sobre los vasos preparados en el Aposento Alto (2:33). Ha habido grandes discusiones teológicas en la historia de la Iglesia sobre si el Espíritu procede únicamente del Padre, o del Padre conjuntamente con el Hijo. Este versículo y otros parecidos deberían haber cortado toda controversia, pues señalan una bendita e inefable «cooperación» entre el Padre y el Hijo en cuanto al envío del Espíritu Santo, quien se denomina también el «Espíritu de Cristo». La presencia de Dios el Espíritu en la Iglesia y en los corazones de los suyos depende de la obra de la Cruz y del triunfo del Crucificado, siendo igualmente exacta la declaración «Dios envió el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones», como esta otra de Cristo: «Si yo fuere, os lo enviaré» (Gál. 4:6; Juan 16:7; 15:26). La profecía del Salmo 110, 2:34 y 35 El Salmo 110, que Pedro cita en relación con la exaltación del Señor es de tanta importancia que se cita dieciséis veces en el N. T. El Maestro mismo puso a prueba la comprensión de los fariseos sobre la naturaleza del Mesías que esperaban por citar este salmo. Su argumento fue que si David llamaba «Señor» a aquel que había de ser su «hijo» en cuanto a su descendencia natural, entonces no era solamente hombre, sino también Dios (véase Mat. 22:41-45). Quizá Pedro recordaba la pregunta del Maestro, que había dejado tan perplejos a los fariseos, cuando citó las palabras de David: «Dijo Jehová a mi Señor: siéntate a mi diestra ... ». El «Varón de la Diestra de Dios» (Salmo 80:17), a quien Jehová invitó a sentarse a su Diestra hasta la victoria final, tenía que ser el Ungido, el Esperado.

EL GRAN RESUMEN, 2:36 Pedro termina su inspirado mensaje con un resumen de la «proclamación», por el que dirige la vista de los israelitas a la «Diestra» donde Dios ha colocado al Hombre del Calvario: «Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho SEÑOR y Cristo» (2:36). El

título de «Cristo» («Mesías») llama la atención a su misión salvadora, que no excluye, sin embargo, su realeza y su función como Juez; pero el Mesías es también SEÑOR, a quien Dios ha colocado sobre todas las cosas, y cuyos enemigos, según la gráfica figura del Salmo 110, han de ser hechos estrado para sus pies. La caída del hombre trastornó toda la jerarquía que Dios había establecido, pues el virrey que debía gobernar en el nombre y en el poder del Altísimo quiso ser «rey» él mismo. Su loca ambición, lejos de enaltecerle, le convirtió en un pobre esclavo del pecado. Pero ahora el Dios-Hombre está exaltado a la Diestra de Dios y se vuelve a establecer la debida jerarquía. Dios ejerce su soberanía por medio de uno que es él mismo Hombre, y en su Reino se cumple el orden que nota Pablo: «Todo es vuestro y vosotros de Cristo y Cristo de Dios».

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Discurra sobre el significado del Descenso del Espíritu Santo desde el punto de vista: a) del individuo; b) de la Iglesia; c) del cumplimiento de la profecía. 2. Hágase un análisis completo del discurso de Pedro en el Día de Pentecostés.

Capítulo 4 EL DÍA DE PENTECOSTÉS (Segunda Parte) LOS EFECTOS DE LA PROCLAMACIÓN Y LA FORMACIÓN DE LA PRIMERA IGLESIA 2:37 – 47 LOS RESULTADOS DEL MENSAJE Exhortación al arrepentimiento, 2:37-41 Las penetrantes palabras del apóstol Pedro hicieron honda mella en el ánimo de muchos de los judíos que le escucharon. Sin duda en el caso de un gran número, el terreno ya había sido preparado por el ministerio del Señor mismo, por los extraños acontecimientos del día de la Crucifixión, por los rumores que corrían sobre la «tumba vacía» y por lo que acababan de presenciar al manifestarse la potencia del Espíritu Santo. En tal terreno abonado cayó la semilla de la «1ógica espiritual» del discurso de Pedro: quien había demostrado que el «determinado consejo y providencia de Dios» enlazaba las profecías del A.T. (tan amadas por estos hebreos) con los hechos de la vida de Jesús de Nazaret, con la aparente tragedia de la Crucifixión y con la realidad de la Resurrección, preparando así una salvación mucho más amplia y profunda que la que podían concebir sus limitadas esperanzas nacionalistas. Muchos quedaron profundamente convencidos de su terrible error al rechazar a Jesús, siendo «compungidos» como si fuera por un dardo en el corazón, según indica 2:37. «¿ Habremos cerrado la puerta de la salvación contra nosotros mismos para siempre? -pensaban- ¿o aún hay esperanzas?». De ahí su angustiosa exclamación: «Varones hermanos, ¿qué haremos?». La posición de Israel Para entender exactamente la respuesta de Pedro tenemos que recordar que todo el ambiente aquí es puramente judaico. Aún no había llegado el momento para abrir la puerta de la salvación a los gentiles bien que tal ampliación del Reino estaba implícita en la Cruz- y Dios en su gracia volvió a presentar a su Hijo al pueblo que no había sabido percibir su gloria en la tierra. Nos acordamos del viñero ante la higuera estéril en la pequeña parábola de Lucas 13:6-9: «Señor, déjala aún este año ... y si hiciere fruto, bien, y si no, la cortarás después». Pedro hace referencia a Israel de dos maneras distintas, que corresponden a los mensajes de los profetas del A.T. como también a aquellos del Maestro mismo. Por una parte anima a los arrepentidos diciéndoles: «Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos

(la dispersión); para cuantos el Señor nuestro Dios llamare» (2:39). Es evidente por la lectura del capítulo 10 de Los Hechos que Pedro pensaba en la dispersión de los judíos al hablar de «los que están lejos», pero no se excluye la posibilidad de que, hablando por el Espíritu, dijera más de lo que entendía personalmente entonces, y que empezamos a vislumbrar la universalidad del Reino. Pero, ateniéndonos al sentido estricto de sus palabras, insistía en que la PROMESA (fundamentalmente la que se dió a Abraham en Gén. 12:1-3) era válida para los israelitas todavía, con referencia a toda la raza que creyera, y aun a sus descendientes. Todo ello se les garantizaba precisamente por aquel que habían crucificado, y a quien Dios había exaltado a su Diestra para la confirmación y continuación de su obra mesiánica. Por otra parte, Pedro les amonestó solemnemente de que habían de salvarse de «esta generación perversa» (2:40): frase que nos recuerda otras parecidas que se hallaron en los labios del Maestro mismo frente a la parte rebelde de la nación. De igual forma los profetas del A.T. confirmaban por el Espíritu las promesas hechas al pueblo escogido, al par que profetizaban juicios cercanos y lejanos sobre la parte carnal de Israel. La solución de esta aparente contradicción se halla en la doctrina del «Resto fiel», que en sí es una manifestación de leyes espirituales invariables. Dios garantizó las promesas a Abraham y a sus descendientes incondicionalmente, en el sentido de que la Obra sería totalmente divina, prosperando en las manos de «la Simiente», o sea, el Cristo (Gál. 3:15-17). Pero, obviamente, los incrédulos, los contenciosos y los rebeldes no podían participar en las bendiciones, pues ellos se echaron fuera del pacto por su propia actitud. Las promesas han de cumplirse, pues, no en todo el pueblo, sino en el «Resto fiel» de hebreos sumisos a la voluntad de Dios, llamados también los «hijos de la promesa» en contraste con los «hijos de la carne» (Rom. 9:8). El «Resto» es el núcleo espiritual dentro de la nación carnal, siendo el elemento que conserva y transmite la vida, como en el caso del núcleo de una semilla, siendo identificado siempre con el Mesías. Pedro, pues, exhortaba a sus oyentes al efecto de que se salvasen de la parte rebelde y perversa de la nación con el fin de unirse en Cristo con «las reliquias» de hebreos fieles. El arrepentimiento y la fe, 2:38 y 41 Pedro dio dos mandatos y dos promesas a los sumisos: «Arrepentíos» y «bautícese cada uno», lo que había de resultar en «la remisión de los pecados» y «el don del Espíritu Santo». Dejando el tema del «bautismo» para otro párrafo, hemos de hacer constar aquí que no es el bautismo en sí que trae las bendiciones prometidas, sino -a la luz del pasaje todo y del tenor de todas las Escrituras- aquello que el bautismo simbolizaba: el arrepentimiento y la unión por la fe con Cristo. La palabra griega que se traduce por arrepentimiento» es «metanoia» (verbo, «metanoeo») y significa «cambio de mente» o «de la manera de pensar». Por ende toda traducción que introduce la idea de «hacer penitencia» es falsa, y no se puede justificar por el original griego, sino que viene del latín de la Vulgata. Estos judíos se habían asociado abierta o tácitamente con la parte «oficial» de la nación en su rechazo de

Jesucristo, y ahora han de «dar la media vuelta», manifestando por el bautismo una rectificación total de su actitud anterior y una separación real de los enemigos de Cristo. El arrepentimiento es elemento esencial en la salvación del pecador, siéndole preciso volver las espaldas a todo lo antiguo para dirigirse al Salvador. Es el aspecto negativo de la actitud de quien se salva, complementándose por la fe, que es el descanso total del alma en el Salvador. Notemos que los convertidos en el Día de Pentecostés no sólo se arrepintieron de su pecado, sino que «recibieron de buen grado la palabra» (2:41) que es la esencia de la fe (véase Rom. 10:17). El don del Espíritu Santo, 2:38 La palabra traducida por «don» recalca que es un maravilloso «regalo» dado por Dios desde el Cielo. No se trata aquí de los «dones» que reparte el Espíritu, sino de el de su bendita Persona que constituye en grado supremo el «don de gracia». La promesa que hallamos en la boca de Pedro -«recibiréis el don del Espíritu Santo»- indica que la bendición que cayó sobre los ciento veinte hermanos en el Aposento Alto se hacía extensiva a todo verdadero creyente por el hecho mismo de arrepentirse y creer, y no por la imposición de las manos de eclesiástico alguno ni tampoco por experiencia alguna posterior a la conversión, pues en el hecho de unirse con Cristo por la fe está implícita la recepción del Espíritu Santo. Por el «bautismo del Espíritu» la Iglesia ya poseía el «Don», y el proceso por el cual el creyente individual lo recibe también se señala por Pablo en 1 Cor. 12:13: «En un solo Espíritu fuimos bautizados todos nosotros para formar un solo Cuerpo ... y a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu» (comp. Rom. 8:9, y 1 Cor. 6:19). Tampoco se señala aquí que todos aquellos que fueron bautizados hablasen con lenguas. Quizá sí, pero no se dice nada de eso, sino, como veremos más tarde, se subrayan los efectos prácticos de la recepción del Espíritu en la comunión y la abnegación de los santos. El bautismo, 2:38 y 41 Por la profecía de Juan el Bautista -«Yo os bautizo con agua, mas el que viene os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mat. 3:11, etc.)- podríamos haber pensado que todo bautismo externo con agua perdería su importancia después del bautismo del Espíritu Santo, pero no fue así. Al contrario, los primeros convertidos eran bautizados en agua inmediatamente, y así fueron «añadidos» a la Iglesia. En su sabiduría, Dios nos ha dejado dos instituciones de orden externo muy sencillas, pero muy solemnes: el bautismo y la Cena del Señor. Acordémonos de que la Iglesia, aun siendo pueblo espiritual, había de mantener su testimonio por muchos siglos en medio de un mundo enemigo, estando los creyentes aún en el cuerpo. Desde luego las formas externas carecen de todo valor sin la debida actitud del corazón que corresponde a su significado, pero eso no anula su importancia como mandatos divinos que son «medios de gracia» para los santos en su peregrinación y testimonio.

El mandato de bautizarse no extrañaría a los judíos convertidos, porque los rabinos bautizaban a sus prosélitos y recordarían además los bautismos de Juan y del mismo Señor. Más tarde, Pablo había de recibir una revelación sobre el hondo significado del bautismo como símbolo de nuestra muerte y resurrección con Cristo (Rom. 6:1-5), y si bien no habría podido formularse este concepto en el momento de nacer la Iglesia, sin embargo los bautizados comprendían que el acto significaba su separación total de la parte rebelde de la nación, como también su unión vital con el Mesías resucitado. No pretendemos que la pregunta -¿Quiénes han de bautizarse?- puede contestarse únicamente por referencia al pasaje que tenemos delante, pero es obvio que el ejemplo que vemos aquí es importantísimo como «evidencia», siendo sencillísimo el proceso que presenciamos; muchas almas escucharon la Palabra por boca de Pedro y aquellas que la recibieron con fe fueron bautizadas y añadidas a la compañía de creyentes. Hemos de ver otros ejemplos de lo mismo en distintos momentos de la historia de LOS HECHOS. No hay evidencia tampoco sobre el lugar y el modo del bautismo. Algunos piensan que habría sido imposible bautizar a tres mil personas por inmersión, pero eso es una deducción con poca base, pues nada se dice tampoco en cuanto al tiempo que tardaron en efectuar todos los bautismos, ni del número de ayudantes que tuviesen los Apóstoles. Hay un hecho arqueológico bastante significativo en relación con la controversia sobre el modo del bautismo: que cuanto mas antiguas son las ruinas de las iglesias que se descubren (en el Norte de Africa por ejemplo) tanto mayores son los baptisterios. Pedro mandó que se hiciese el bautismo «en el Nombre de Jesucristo» (2:38). Notamos una diferencia entre esta formula y la de Mat. 28:19: «bautizándoles. en el nombre del padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». Sin duda la forma mas completa se utilizaba más adelante, cuando la realidad del Trino Dios iba aclarándose ante la comprensión de los cristianos a través de su experiencia de Cristo como Dios y del Espíritu Santo como Dios, pero en el momento que notamos, lo importante era que los judíos saliesen de la esfera que rechazaba a Cristo a la esfera de su NOMBRE, o sea, la de su Persona rodeada de toda su autoridad como el Mesías glorificado. Es muy probable que cada convertido, al ser bautizado, confesase el Nombre de Jesús como Mesías.

LA PRIMERA IGLESIA CRISTIANA, 2:41-47. Quizás el lector habrá pensado alguna vez que le hubiese gustado participar en la plenitud del poder y del amor de la primera iglesia cristiana en Jerusalén, disfrutando del santo gozo que surgía del dominio de la carne por la abundancia de la manifestación del Espíritu. Desde luego es lamentable que veamos tan poco de la victoria del Espíritu en nuestros tiempos, pero hemos de aferrarnos firmemente a la verdad que «Dios no da su Espíritu por medida» y de que su plenitud puede volver a manifestarse

siempre que se quiten los obstáculos de la carne al rendirnos de nuevo ante el gran Hecho de la Cruz y la Resurrección. Si no podemos trasladamos físicamente a aquella bendita primera época, por lo menos podemos estudiar con humilde corazón la descripción que aquí tenemos, volviendo a ponernos en la escuela del Maestro para que él nos enseñe lo que hayamos olvidado. Todo lo que vemos en este maravilloso pasaje brota de la proximidad de la Cruz y la Resurrección, y de la plenitud del Espíritu. Algunas de las prácticas de aquellos primeros tiempos tenían que modificarse necesariamente al extenderse la Iglesia bajo la dirección de los Apóstoles, pero los principios básicos quedan como normas permanentes para toda verdadera iglesia, y si nos hemos de salvar de nuestras mezquindades y fracasos, será precisamente por volver a beber en el manantial de Pentecostés. No tenemos aquí algo poético, sublime e ideal, que se produjo en un momento y entonces se fue para siempre, sino algo que ha de relacionarse con todas las actividades y problemas de las iglesias del siglo XX. La sabiduría de los pocos que quieren parar mientes en todo esto consiste en reconocer que los principios básicos del N.T. son «ley» para los espirituales. El fundamento de la Iglesia Años más tarde, Pablo recordó a los corintios que él, como perito arquitecto, había colocado firmemente el fundamento de la iglesia en su ciudad, añadiendo: «Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo» (1 Cor. 3:10-11). El contexto aclara que la frase «poner el fundamento de Jesucristo» quiere decir la predicación de Cristo crucificado en la potencia del Espíritu Santo como único medio de salvación. Estas palabras del Apóstol concretan en una frase notable la norma invariable y el proceso general que vemos en operación desde el nacimiento de la Iglesia. En el caso que estudiamos, el siervo de Dios era Pedro, quien, como hemos visto, predicó a Cristo con gran poder espiritual y conforme a la condición de los judíos que le escuchaban. El resultado fue que almas se arrepintieron y recibieron la Palabra con agrado y con fe. Por este medio «fueron renacidos no de simiente corruptible, sino de incorruptible por la Palabra de Dios» (1 Ped. 1:23) y, recibiendo el don prometido del Espíritu Santo, fueron bautizados y añadidos al núcleo ya existente de la Iglesia. Este orden parece modificarse algo en el caso de los samaritanos que creyeron y en el de los discípulos del Bautista a quienes Pablo halló en Éfeso (Hech. 8:5-17; 19:1-7), pero veremos en su debido lugar que la aparente variación depende de factores muy especiales; de hecho no hay nada en todo el N. T. que indique que una iglesia pueda fundarse en otro fundamento o por procesos distintos de los señalados. La nueva familia espiritual se sentía impulsada en seguida a una manifestación cuádruple de su nueva vida, perseverando en ella bajo la guía de los Apóstoles: 1) la doctrina (o enseñanza) de los Apóstoles; 2) la comunión; 3) el partimiento del pan; 4) las oraciones. Así se resumen las características permanentes que habían de persistir aun después de la dispersión de la Iglesia, y a través de los siglos.

La doctrina (enseñanza) de los Apóstoles, 2:42 El ministerio de los Apóstoles puede analizarse en dos elementos principales: a) la proclamación pública de Cristo como crucificado, resucitado y exaltado por Dios para ser Señor y Salvador; b) la enseñanza de los creyentes reunidos en grupos más o menos grandes, según las posibilidades. El sermón de Pedro es un magnífico ejemplo de la proclamación pública y aquí tenemos la primera mención de la enseñanza sistemática dentro de la iglesia. No se detalla aquí ni la sustancia ni el método de esta enseñanza, y las epístolas pertenecen a una época más tardía, cuando la comprensión de la doctrina era más amplia. Pero no cabe duda de que las primeras enseñanzas consistían en aleccionar a los nuevos discípulos sobre la Persona y el ministerio del Señor mismo. Ya hemos notado que los Apóstoles habían sido escogidos precisamente para ser testigos, conjuntamente con el Espíritu-Testigo, de todo cuanto habían presenciado y oído al lado del Maestro, y aquí les vemos en el cumplimiento de su misión (Juan 15:26-27; Hech. 5:32). De esta primitiva «tradición» -como algo «entregado»- surgieron nuestros cuatro Evangelios canónicos, que hacen posible que nosotros participemos en este aspecto de la doctrina apostólica. A estas enseñanzas añadían aquellos pasajes del A.T. (muchos ya subrayados por el mismo Señor) que más claramente profetizaban la Obra del Mesías como el Siervo de Jehová: el que había de sufrir antes de consumar su obra y reinar (1 Ped. 1:10-12), y sin duda no faltaría la aplicación práctica de la doctrina del Maestro sobre el discipulado. En cuanto al método, hemos de tener en cuenta que años habían de pasar antes de que los creyentes pudiesen leer lo que nosotros llamamos «el Nuevo Testamento», y, por lo tanto, las enseñanzas habían de retenerse en la memoria. Seguramente se empleaba el método catequístico, o sea, un Apóstol, o uno de sus ayudadores, enseñaría incidentes de la vida del Señor, juntamente con sus «dichos», repitiéndolos el grupo hasta saberlos de memoria. Hasta el día de hoy se hallan orientales dotados de memorias fantásticas -árabes, por ejemplo, que pueden repetir todo el Corán- precisamente porque esta facultad no se debilita por depender de la palabra escrita o impresa, como pasa en nuestra civilización occidental. Estos relatos y colecciones de los «dichos» del Señor se iban redactando desde fechas muy tempranas, según nos dice Lucas al principio de su Evangelio, y luego, por la guía del Espíritu y bajo la autoridad de los Apóstoles, quedaron señalados como inspirados los cuatro Evangelios que nosotros conocemos. A estos principios de «doctrina apostólica» se había de añadir la sustancia de revelaciones posteriores, según la promesa del Maestro en Juan 16:12-15, llegando el conjunto a cuajarse en los libros del Nuevo Testamento por el cual nos es conservada «la FE que ha sido una vez dada a los santos» (Judas v. 3), y que completa la revelación anterior del Antiguo Testamento. La verdadera «sucesión apostólica» consiste en recoger y transmitir de forma ordenada y eficaz este precioso depósito de doctrina, siendo importante incluso «la forma de las sanas palabras». En esta

doctrina hemos de perseverar con todo anhelo y diligencia (2 Tim. 1:13; 2:2; 2:15; 3:14-17). La comunión, 2:42 La palabra original aquí es «koinonia», o sea aquello que dos o más personas tienen en común, siendo la base de la unión que existe entre ellos. He aquí uno de los aspectos más característicos de aquella nueva experiencia de los hombres que se produjo en el Día de Pentecostés. «Koinonia» puede traducirse también por «participación» o aun por «comunicación» en el sentido de ayuda práctica para un obrero del Señor, y recomendamos al estudiante que se fije en el uso del término en las referencias que damos a continuación: 1 Cor. 1:9; 10:16; 2 Cor. 6:14; 8:4; 9:13; 13:13; Filemón v. 6; Heb. 13:16; Hech. 2: 42; Gál. 2: 9; Fil. 1:5; 2:1; 3:10; 1 Juan 1:3,6,7; Rom. 15:26. El verbo correspondiente, «koinoneo», se halla en: Rom. 12: 13; 15: 27; Gál. 6:6; Fil. 4:15; Heb. 2:14; 1 Tim. 5:22; 1 Ped. 4:13; 2 Juan v. 11. Aquí solamente podemos notar que, juntamente con todos los creyentes, hemos sido «llamados a la participación (comunión) de su Hijo Jesucristo nuestro Señor» (1 Cor. 1:9) por haberle aceptado, juntamente con otros, con fe verdadera. Así Cristo mismo es la sustancia y la base de la comunión, enlazándonos con él mismo, con el Padre y los unos con los otros (1 Juan 1:3). Pero es el Espíritu Santo quien da efectividad interna a esta comunión, de modo que Pablo habla también de la «comunión del Santo Espíritu» y de «la comunión de los santos», quienes comparten la vida de Cristo dentro de la realidad espiritual de la Iglesia (2 Cor. 13:13; 1 Juan 1:3; Efe. 2:19-22). Los «hermanos» forman una «familia» donde debe prevalecer la «filadelfia» o «amor fraternal» en sus diversas manifestaciones prácticas. El «Partimiento del Pan» y la «comunidad de bienes» expresan esta comunión en forma visible y palpable. El Partimiento del Pan, 2:42 El empleo de esta frase aquí se ha explicado de diversas formas: a) que se trata de las comidas normales de la nueva comunidad; b) que se trata del «ágape»; c) que se trata de la Cena del Señor. Desde luego se celebraba el «partimiento del pan» en todos estos sentidos en la Iglesia de Jerusalén, pero el hecho de colocarse la frase entre varios aspectos fundamentales de la vida de la Iglesia, determina claramente que la referencia es a la «Cena del Señor», o, según otra frase alternativa, la «Mesa del Señor». Es el festín conmemorativo establecido por Cristo en «la noche en que fue entregado» que los discípulos en manera alguna podían echar en olvido una vez que se hubiera formado la «familia cristiana». Las enseñanzas básicas sobre este importantísimo tema se hallan en los relatos de los Evangelios Sinópticos (Mat. 26:26-30; Mar. 14:22-26; Luc. 22:14-20), en la mención de la reunión para partir el pan el primer día de la semana en Troas (Hech. 20:7), en las instrucciones que Pablo dio a los corintios con el fin de corregir los abusos en la celebración del «ágape» (1 Cor. 11:17-34, Vers. H.A.) y en las referencias a

la «comunión» simbolizada en la Mesa en contraste con la participación de los paganos con demonios en sus festines idolátricos (1 Cor. 10: 14-22). En todos estos pasajes se destaca el acto de «partir el pan», sea en forma sustancial o verbal, siendo este acto el símbolo de la manera en que el Cuerpo del Señor fue «partido» o «dado» a favor de los suyos en la Cruz. El «comer» del pan así partido señala el acto espiritual de recibir por la fe el valor del sacrificio del Calvario (comp. Juan 6: 50-58) y aquí hallamos la base de nuestra «comunión» con el Señor mismo y los unos con los otros. La «Copa» no se menciona aquí, pero sin duda estaba incluida en el Partimiento del Pan, y, según las palabras del mismo Señor, pone de relieve el «derramamiento de la Sangre» del Cordero de Dios que sella el pacto de gracia y de perdón. Es lógico, pues, que el Partimiento del Pan hallase lugar central en la vida colectiva de la Iglesia desde los primeros momentos de su existencia, ya que traía a la memoria de los salvos el Hecho tan próximo aún de la Cruz y la Resurrección, al par que presentaba la Persona del Redentor a la adoración de los suyos y manifestaba de forma visible la «comunión de los santos». El Partimiento del Pan en la Iglesia cristiana lleva a su consumación en un plano de divina pureza una tendencia que se apunta una y otra vez en las sociedades y religiones humanas a través de los siglos. Para los orientales de la antiguedad había algo de solemne ritual en el acto de comer en común, y hasta en tiempos recientes la persona de alguien que hubiera «comido sal» con ellos era sagrada para los beduinos. En los «Misterios eleusianos», muy extendidos entre los griegos, no faltaban comidas rituales en común para los «iniciados» como símbolo de una participación en la vida de sus divinidades. El mismo concepto, ordenado ya por Dios mismo, se halla en el «sacrificio de paces» del ritual levítico, en el que una parte de la víctima era quemada sobre el altar como «pan de Dios», otra comida por los sacerdotes oficiantes, y lo demás por quien presentaba la ofrenda, juntamente con sus familiares (Lev. cap. 3; 7:29-36; 19:5-8; 21:6; etc.). El simbolismo es obviamente el de «comunión con Dios» sobre la base del sacrificio. La Pascua misma de la cual la Cena es en cierto sentido la continuación, ofrece otro ejemplo aún mejor conocido de lo mismo, puesto que el cordero sacrificado tenía que comerse por la familia durante las horas que siguieron a la inmolación. Podemos notar que en el caso de la comida basada sobre una víctima animal, el sacrificio y el derramamiento de sangre tenía que repetirse cada vez, pero el símbolo del pan significa que no hay más necesidad de sacrificio, puesto que los benditos resultados del Sacrificio único nos alimentan constantemente. Es probable que los primeros cristianos, al comer juntos de casa en casa (2:46), terminasen o principiasen las comidas normales con el festín conmemorativo, sin que el Partimiento del Pan se limitase al «primer día de la Semana»; el obedecer el último deseo que su Señor expresó antes de su Pasión significaba para ellos algo muy espontáneo y natural. Más tarde después de la dispersión de la

comunidad cristiana de Jerusalén, no quedaba más señal visible de esta vida en común que el «ágape» que pronto se limitó al primer día de la semana. Era una especie de «comida oficial» de la iglesia, aportando todos lo que pudieran y siendo quizás un acto de ayuda práctica para los hermanos pobres. La carnalidad creciente de muchos llegó hasta estropear esta hermosa costumbre, de modo que Pablo tuvo que frenar abusos y poner todo el énfasis sobre la Cena del Señor por ser la ceremonia divinamente instituida y que tenía que celebrarse con toda solemnidad y dignidad. No prohibió el ágape, sin embargo. y en ciertas regiones persistió por algunos siglos, viéndose aún vestigios de la «comida en común» en los refrigerios de las «reuniones de iglesia» de muchas congregaciones (véase el comentario sobre Hech. 20:7-12). Las oraciones, 2:42 La oración es parte esencialísima de toda verdadera iglesia. Sana doctrina, buena comunión, el Partimiento del Pan son todos elementos importantísimos, como hemos visto, pero todo ello quedaría anulado si los creyentes no se sintiesen impulsados a elevar su corazón a Dios en lo que Pablo llama: «peticiones delante de Dios, toda oración y ruego con hacimiento de gracias» (Fil. 4:6). No hay por qué pensar en «formulario» de oraciones que se repitiesen en común, pues la vida inicial de la Iglesia se caracterizaba sobre todo por la abundancia de poder espiritual, y podemos estar seguros de que las palabras brotaban espontáneamente de corazones llenos del Espíritu Santo. La liturgia corresponde a épocas posteriores, cuando parecia necesario poner palabras en los labios de los cristianos reunidos para el culto, ya que la frialdad de sus corazones impedía que brotasen los deseos de su corazón en candentes súplicas y acciones de gracias delante del Padre. Reuniones en el Templo, 2:46 Nos parece extraño a primera vista que los creyentes «perseverasen unánimes cada día en el Templo», además de comer y partir el pan en las casas. Nosotros leemos estos pasajes conociendo ya el mensaje de la Epístola a los Hebreos como también el significado de la destrucción del Templo en el año 70, pero hemos de intentar guardar la debida perspectiva histórica, comprendiendo además que el mensaje de esperanza y de vida por medio del Resucitado se dio primeramente a los judíos. Los convertidos se consideraban como hebreos que habían reconocido a Jesús como su Mesías, y, siendo aún un «misterio» no revelado la formación de la Iglesia por medio de los salvos de entre judíos y gentiles, les parecía muy propio que se reuniesen en los amplios atrios del Templo, siendo su lugar predilecto el peristilo llamado «de Salomón», al este de los atrios. Recordaban el ejemplo del Maestro y quizá pensaban que ellos habían de presenciar el cumplimiento de la profecía de Malaquías: «Y repentinamente vendrá a su Templo el Señor» (Mal. 3: 1 y 2) y que ellos estarían allí para darle la bienvenida.

Los judíos eran estrictos en cuanto al cumplimiento rígido de la Ley según la «tradición de los Ancianos», pero a la vez eran amantes de la discusión religiosa y no impedían la formación de asociaciones llamadas «haburah» en torno a ciertos rabinos. Por entonces, para los judíos mismos, los «nazarenos» constituían otra secta dentro del judaísmo que seguía las enseñanzas de Jesús. El tiempo había de demostrar que la «pieza nueva» de la Iglesia no podía coserse en la prenda vieja del judaísmo degenerado, y que el «vino nuevo» del Espíritu no podía manifestarse por el ritual del Templo. Más tarde daremos consideración a la protección que Dios les otorgaba al reunirse precisamente en el recinto controlado por sus enemigos de la casta sacerdotal. (Véase Apéndice «Los judíos»). La comunidad de bienes, 2:44-47 (comp. 4:32-37) En los rendidos corazones de los primeros cristianos el Espíritu encendió una llama ardiente de amor, que es su «primer fruto» (Gál. 5:22), y por algún tiempo este amor pudo anular el elemento contrario del egoísmo, de tal forma que nadie se interesaba por lo que poseía, y en cambio ponía toda su atención en la manera de ayudar al hermano. De ahí, y de una forma completamente espontánea, empezaban los adinerados a traer su peculio a los Apóstoles para su distribución, vendiendo los propietarios sus fincas con el mismo fin. Al mismo tiempo la «comunión del Espíritu» les impulsaba a reunirse constantemente, de modo que comían en común. No eran solamente una iglesia, sino también u n a comunidad: punto que hay que recordar al interpretar algunos de los incidentes posteriores. Tengamos en cuenta los puntos siguientes: a) No había obligación ni ley alguna sobre la venta de los bienes y la entrega del dinero (véase 5:4), sino que cada uno obraba movido por el espíritu espontáneo de comunión. No formaban, pues, la «primera sociedad comunista». Alguien ha notado la diferencia de esta forma: «El comunista dice al rico: «Dame lo que tú tienes». El cristiano rico decía a su hermano pobre: «Toma lo que yo tengo», b) Como no había «ley» que exigiera el reparto, ni siquiera en la comunidad de Jerusalén que se forjó al calor de un amor ardiente, menos aún hay «ley» para la Iglesia en tiempos posteriores. Pero permanece el amor -mayor aún que la fe y la esperanza-, que debiera vencer el egoísmo ayudándonos a realizar obras iguales a las de la primera iglesia en cuanto a su espíritu y poder (1 Juan 3:16-17). Lo que recalcan las enseñanzas de Pablo sobre el tema es que cada creyente ha de reconocer que es mayordomo del Señor a los efectos de todo cuanto posee, que ha de administrar con sabiduría y amor, y con miras a la extensión del Reino de Dios. Humanamente hablando, la «comunidad» de Jerusalén no constituyó un éxito, y años más tarde vemos a la iglesia en Jerusalén sumida constantemente en la pobreza, necesitada de la ayuda de los cristianos gentiles (Hech. 11:29-30; Rom. 15:26), pero Dios ha querido colocar en el portal de la historia de la Iglesia, y por medio de una hermosa experiencia vivida, este gran lema: EL AMOR EN EL PODER DEL ESPÍRITU VENCE EL EGOÍSMO.

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Describa cómo los tres mil convertidos del Día de Pentecostés fueron añadidos a la Iglesia, notando todos los pasos y haciendo ver el significado de este relato para La labor de fundar iglesias en nuestro tiempo. 2. Hágase un análisis completo de Hech. 2:42, señalando los principios que han de regir en una iglesia local.

Capítulo 5 EL NOMBRE DEL SEÑOR JESÚS 3:1- 4:31 CONSIDERACIONES GENERALES Los capítulos tres y cuatro están llenos de incidentes y mensajes, a cual más interesante e instructivo, siendo la nota dominante que lo une todo en una divina sinfonía de poder y de adoración -en medio de la discordia de la oposición de los hombres- el NOMBRE DE JESUCRISTO. Los judíos (en su parte oficial) habían rehusado sacar las consecuencias lógicas de las manifestaciones del poder divino en el ministerio de Jesús de Nazaret, y, al crucificarle, creían que habían quitado de en medio su gran Testimonio, que tanto estorbaba sus mezquinas y humanas ambiciones. No sabían que el Señor había dejado su NOMBRE como precioso legado a los suyos (Juan 14:12-14; 16:23-28), y que en tal Nombre éstos habían de hacer «mayores obras», puesto que, habiendo ganado la victoria en la Cruz, el Señor y Cristo operaba ya desde la diestra en las Alturas a través de sus siervos en la tierra. Hemos de ver cómo el NOMBRE resuena en el mismo centro del judaísmo tanto para la bendición de los cuerpos y de las almas de los sumisos como para la perturbación y confusión de quienes dieron muerte al Salvador.

LA CURACIÓN DEL COJO, 3:1-11 Compañeros de la obra, 3:1 Pedro y Juan habían sido amigos y compañeros desde el principio de su ministerio, formando, con Jacobo, aquel círculo íntimo de los Tres que participaba en experiencias tan sagradas como la de la Transfiguración y la Agonía en el Huerto. Más tarde les veremos trabajar juntos otra vez al confirmar la Obra de Dios entre los samaritanos (8:14) y podemos pensar que sus temperamentos y dotes (aparentemente tan distintos) se complementaban para formar un «equipo» raras veces igualado en el servicio del Reino. La hora de la oración, 3:1 El hecho de subir juntos al Templo a la hora de la oración confirma lo que ya hicimos constar en el comentario sobre 2:46 acerca de las costumbres de los primeros cristianos: que éstos no dejaban de participar por entonces en el culto del Templo. Los judíos tenían señalados tres períodos para la oración colectiva todos los días: por la mañana, cuando se ofrecía el sacrificio matutino; a las tres de la tarde,

cuando se hacía otra oblación diaria, y a la puesta del sol. Parece ser que la oración de la hora novena (a las tres de la tarde) se revestía de una importancia especial (comp. Sal. 55:17; Luc. 1:10). El estado del cojo, 3:2 Nos preguntamos por qué este cojo no se aprovechó del solícito ministerio sanador del mismo Señor en el Templo, que se mantuvo hasta el fin (Mat. 21:14); pero seguramente la providencia de Dios ordenaba que éste quedara con su necesidad hasta que fuese restaurado por el Salvador desde la Diestra, a fin de que resplandeciera la gloria de su NOMBRE en la boca de sus siervos. A la manera de tantas narraciones en los Evangelios, Lucas subraya el estado desesperado del hombre que había de ser curado por el NOMBRE, notando que su incapacidad databa de su nacimiento, de modo que nunca había sabido lo que era andar. Sus pies y tobillos estaban torcidos e inútiles, y sin el auxilio de sus familiares y amigos no habría podido colocarse al lado de la puerta principal del Templo para pedir la caridad pública. Algunos eruditos (notablemente W.K. Hobart en «El lenguaje médico de Lucas») creen discernir en las expresiones de 3:2 y 3:7 evidencias de la profesión del autor, pero lo único que se puede decir con certeza es que el vocabulario es compatible con el interés especial de un médico, sin que sea necesariamente lenguaje técnico. Más importante es la lección fundamental que tantas veces se pone de relieve en los Evangelios en casos análogos: no había esperanza para el enfermo aparte del Nombre de Jesús el Salvador. La puerta llamada la «Hermosa», 3:2 Herodes había ampliado notablemente el recinto del Templo, rodeando el santuario de extensos y hermosos atrios y pórticos, siendo permitido a los gentiles que pasasen a las explanadas exteriores. Había una barrera entre éstas y el verdadero Templo, en la que nueve puertas daban acceso primeramente al patio de las mujeres hebreas, y después al de los israelitas varones. El núcleo interno era sagrado para los sacerdotes, y el «santuario» era semejante en plan y propósito al Tabernáculo en el Desierto, bien que permanente ya y de gran riqueza arquitectónica. Faltaba, sin embargo, el símbolo más importante, el Arca del Pacto, perdida en la destrucción de Jerusalén por los babilonios, y que nadie se había atrevido a imitar. Josefo habla de una puerta de bronce, llamada «de Nicanor», tan primorosamente labrada que valía más que el oro, y es muy probable que ésta sea la «puerta llamada la Hermosa» en las gradas de la cual estaba echado el cojo. (Véase plano del Templo, pág. 1951 y notas sobre Hech. 21 :27-30). El «Nombre» en operación, 3:3-8

El incidente se describe de forma muy natural, surgiendo el interés dramático de la misma situación. El hecho de que dos hombres se fijasen en él, con el mandato «Míranos», parecía indicar al hombre impedido que le habían de dar una limosna importante, pero Pedro aclaró que su don no sería dinero, pues no poseía ni oro ni plata, sino algo de mucha mayor importancia que dependía del Nombre de Jesús. Sin duda el enfermo conocía bien el Nombre y habría pensado muchas veces antes de la crucifixión en la posibilidad de una curación mediante un encuentro con el profeta de Galilea. Por eso el segundo mandato de Pedro -«En el Nombre de Jesús el Nazareno, ¡anda!»- halló la respuesta de fe que el Apóstol subraya en 3:16. Pedro, al agarrar al enfermo por la mano derecha, ayudó el proceso, pero la curación fue «por fe en el Nombre», como tantas veces se reitera en los versículos siguientes. Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, aún hacía milagros en Jerusalén, acreditando así los mensajes de sus siervos (Hebreos 2:3-4). Por vez primera en su vida el hombre sanado pudo colocar sus pies firmemente en el suelo, y ponerse de pie. Maravillado de sí mismo, empezó a dar algunos pasos, y luego, comprobando la certeza de este nuevo poder, se llenó de tal forma de gozo y de gratitud a Dios que entró con los Apóstoles por la Puerta Hermosa –para tomar por primera vez una parte normal en el culto de su pueblo- andando, saltando y alabando a Dios. Cada detalle es de tal exactitud psicológica, que solamente los más obstinados incrédulos pueden dudar de la veracidad de la historia. El milagro, igual que aquellos que hacía Jesús durante su ministerio terrenal, fue instantáneo y completo, a diferencia de los pobres resultados de las “campañas de sanidades” de nuestros tiempos, sean de éste o del otro sector del cristianismo El asombro del pueblo, 3:9-11 La primera función de un milagro es la de “llamar la atención” para que la gente escuche con atención el mensaje de los siervos de Dios y, en consecuencia, acuda al Señor que proclaman. El portento de la curación del cojo llenó de asombro al pueblo, pues muchos, fijándose en el que saltaba y alababa a Dios, se dieron perfecta cuenta de que era el conocido mendigo que solía pedir limosna delante de la Puerta Hermosa. Los siervos de Dios se dirigieron al espacioso Pórtico de Salomón, lugar predilecto de reunión para la iglesia naciente, y en aquel sitio amplio y sosegado, Pedro tuvo otra oportunidad para ofrecer la salvación a los judíos que quisiesen aceptar a Jesús como su MesíasSalvador.

EL SEGUNDO DISCURSO DE PEDRO, 3:12-26 El carácter general del discurso

Por la potencia del Espíritu Santo, Pedro aprovechó plenamente esta nueva oportunidad para lanzar la “proclamación” de lo que Dios había hecho en Cristo, allí en el mismo corazón y sede del judaísmo. Tomando como punto de partida el asombro de los circunstantes, pasó a la obra del Dios de Abraham que se realizaba en el «Siervo», contrastando el rechazo de Jesús por los judíos con la «gloria» que Dios le había dado. El crimen nacional se subraya gráficamente, pero el NOMBRE que sanó al hombre enfermo podía ser también el medio para derramar las bendiciones prometidas sobre Israel si solamente comprendiera y se arrepintiera. Abundan las referencias al A.T., que veremos en su lugar. El estudiante debe notar en este mensaje los rasgos normales de la proclamación apostólica que hemos señalado ya en el análisis del sermón del Día de Pentecostés. La obra del Dios de Abraham, 3:12 y 13 «¿Quiénes somos nosotros? -pregunta Pedro en efecto-. Un hombre con una enfermedad incurable no podría ser sanado por medio de nuestra potencia o piedad. Hay que remontar a los principios de vuestra historia para pensar en la promesa que Dios dio a Abraham (Gén. 12:1-3), confirmada por un pacto y reiterada a Isaac y Jacob. El proceso de bendición que entonces se inició se lleva a cabo por medio del gran Siervo de Jehová, a quien ha glorificado en este acto de sanidad, porque ya le ha glorificado a su Diestra.» La culpabilidad de los judíos, 3:13-15 Pedro recalcó la culpabilidad de Israel mediante una serie de dramáticos contrastes. Los judíos entregaron y negaron (dos veces) al Santo y Justo, pero Dios le levantó de entre los muertos y le glorificó. Hasta el procurador Pilato, pagano de religión y de mala fama como gobernante, había querido poner en libertad a Jesús, pero había cedido ante la insistencia criminal de los príncipes. Los judíos negaron al Santo y al Justo, pidiendo como gracia especial -así la frase en el original- que les fuese otorgado un homicida, Barrabás. Queda aún otra antítesis: «Matasteis al Autor de la Vida»: paradoja que se explica tan sólo en relación con «el determinado consejo y providencia de Dios», pero que subraya dramáticamente el crimen de los judíos. Abundan preciosos títulos mesiánicos aquí -el Santo, el Justo, el Autor de la Vida-, hallándose otros como el Profeta, la Piedra, el Ungido y el Siervo más adelante. No dejemos de notar el testimonio apostólico a la Resurrección en 3:15, cuya importancia hemos señalado anteriormente. El Nombre y la fe, 3:16

Este versículo vuelve a señalar el significado y la explicación del portento que los judíos habían presenciado, y la traducción literal es como sigue: «Y sobre la base de la fe en SU NOMBRE, SU NOMBRE fortaleció a este hombre a quien vosotros contempláis y conocéis; y la fe que por él es, le ha dado esta completa sanidad en presencia de todos vosotros». La construcción gramatical es extraña a causa de la repetición de SU NOMBRE, y muchos eruditos han buscado la manera de «arreglarlo», pero así consta en los mejores textos griegos, y hemos de sacar la conclusión de que el Espíritu Santo quiso poner doble énfasis sobre el poder del Nombre -el verdadero tema de toda esta sección- haciendo caso omiso de la retórica. EL NOMBRE es la dignidad y la poderosa operación del Señor, quien, ausente en presencia corporal, dirigía a sus siervos desde la Diestra. Aquel NOMBRE, pues, fortaleció al enfermo. La primera frase: “Sobre la base de la fe en su NOMBRE» nos recuerda que el hombre ejerció una fe real en el Señor anunciado por Pedro, y así el poder, en lugar de ser desviado por el obstáculo de la incredulidad, halló cauce libre para perfeccionar la obra de sanidad. Queda aún un punto interesante que aclarar en este texto: «y la fe que por Él es, le ha dado esta completa sanidad ... ». La frase «por Él» indica que la misma fe, complemento necesario del poder del Señor en esta curación, vino también por medio de la bendita Persona del Cristo. Es un aspecto de la recepción de la salvación que debe considerarse a la luz de las demás Escrituras; es verdad que la fe es imposible sin el auxilio del Espíritu de Cristo, pero eso no anula la responsabilidad del hombre, quien puede aceptar o rechazar este auxilio. Nadie, pues, tiene derecho a citar la frase: «la fe que por Él es» con el fin de excusarse diciendo: « Yo no puedo creer porque Dios no me ha dado fe». Los medios ya provistos por la Palabra y el Espíritu son muy suficientes para el alma que quiere saber y hacer la voluntad de Dios, pero siempre habrá aquellos sobre los cuales Cristo tendrá que lamentar: «No quisisteis venir a mí para tener la vida». (Juan 3:16 y 36, Luc. 13:34; Efe. 2:8 y 9). El Ungido que había de padecer, 3:17 y 18 En este punto Pedro deja de señalar las lecciones que surgen de la curación del enfermo para dirigirse directamente al pueblo de Israel, representado por los millares de judíos que le escuchan. Es notable que admitiera la «ignorancia» del pueblo como una especie de «disculpa» del horrendo crimen del Gólgota, y sobre todo en el caso de los gobernantes (3:17), pero percibimos aquí el eco del ruego del Señor en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»: maravilloso ejemplo de la gracia de Dios que se vuelve a destacar en el v. 26: «Habiendo Dios levantado a su Siervo, le envió primeramente a vosotros bendiciéndoos» (así literalmente). Aun sobre este terreno nacional Cristo quiso «bendecir a sus enemigos», bien que todo ello no anula el hecho del juicio en el caso de quienes persistieran en endurecer su corazon.

Por encima de la ignorancia y de los crímenes de los hombres Dios llevaba adelante el plan de la redención: «Pero Dios ha cumplido lo que previamente anunció por boca de todos los profetas, que su Ungido había de padecer», recalcando una vez más la «divina necesidad» de la Cruz. Los rabinos de épocas posteriores (tenemos pocos datos imparciales sobre sus creencias en el momento que tratamos) solían distinguir entre el Mesías que había de establecer el Reino en gloria y el «Siervo de Jehová» (presentado mayormente en los caps. 42 a 53 de Isaías) que había de sufrir por el pueblo, apuntándose también la idea de que el «Siervo» no era más que el pueblo mismo visto en el proceso de su disciplina y sufrimientos. Con todo hay ciertas indicaciones de que algunos aceptaban la identificación del «Siervo que sufría» con el Mesías (v. gr.; en un “Tárgum” de Jonatán ben Uzziel sobre Isa. 42:1 y 52:13), y es difícil comprender cómo los Apóstoles pudieran apelar tan confiadamente, una y otra vez, a las profecías sobre el Siervo, en sentido mesiánico, a no ser que muchos judíos hubiesen admitido la identificación. Sea ello como fuere, los Apóstoles habían sido aleccionados por el Maestro mismo en este sentido y aplicaban con toda confianza la profecía de Isa. cap. 52 a Jesús, como el Mesías profetizado. (Véase Apéndice «Los judíos»). ¿Podía Pedro decir con razón que todos los profetas habían hablado de un Mesías que sufría? Ya hemos visto que el tema descuella sobre todo en Isaías caps. 42 a 53, pero Zacarías (representando los profetas menores) habló de un «Pastor» vendido por treinta piezas de plata, y a quien Jehová «hirió» levantando «espada» contra él (Zac. 11:11-13; 13:7); hemos notado igualmente que muchos de los lamentos de David pasan más allá de su propia experiencia, entendiéndose en su plenitud tan sólo en relación con el Hijo de David (Sal. 22; Sal. 69, etcétera). En el fondo de todo el A.T. se halla el simbolismo de la salvación por medio del derramamiento de la sangre de la víctima inocente, que suena siempre como acompañamiento de contrabajo sobre el cual se destacan notas de triunfo. Difícilmente habría podido reprender el Señor a los dos de Emaús por su torpeza por no entenderlo si el tema hubiese sido totalmente velado en las Escrituras (véase Luc. 24:25-27). El arrepentimiento y los «tiempos de refrigerio», 3:19 y 20 Cristo «vino a lo suyo, mas los suyos no le recibieron», perdiendo éstos las bendiciones que él estaba dispuesto a derramar sobre ellos. Sin embargo, el «determinado consejo de Dios» aprovechó la rebeldía del pueblo para «abrir un manantial» de perdón y de gracia, aun tratándose de Israel (Zac. 13:1). En vista de la nueva oportunidad que la gracia de Dios otorgó al pueblo, Pedro reiteró el mandato de 2:38: «¡Arrepentíos y convertíos!». Sólo un cambio completo de actitud de parte de Israel, volviéndose los rebeldes al Mesías que antes habían despreciado, podría traer de la presencia del Señor exaltado los «tiempos de refrigerio», o, quizá, tiempos de «demora de sentencia». Luego Jesús, el Mesías designado por Dios, podría ser enviado otra vez para la consumación de su obra (3:20).

Históricamente, la oferta de gracia y de perdón no fue aceptada sino por un «Resto», que fue incorporado entonces en la Iglesia, quedando el judaísmo oficial bajo la sentencia que el Señor había pronunciado contra él (Luc. 13:34 y 35; 23:29 y 31, etc.) y que se cumplió sin más demora cuando Jerusalén fue destruida por los romanos en el año 70. Sin embargo, ha de venir una época cuando todo Israel será salvo. Esta salvación, en el ámbito nacional, se ha de distinguir netamente de lo que reciben los israelitas que en esta dispensación creen en el Señor para ser salvos juntamente con sus hermanos gentiles como miembros de la Iglesia, aunque, desde luego, la base es siempre la Obra de la Cruz (Rom. 11:22-36; 2 Cor. 3:14-16; Zac. 12:10 -13:1). El tiempo de restauración, 3:21 La diestra del Altísimo, donde el Cristo triunfante está entronizado, es centro de benéfica actividad para la Iglesia, pues desde allí el Señor dirige el servicio de los suyos; pero en cuanto a Israel y el mundo la estancia de Cristo allí es una especie de paréntesis según este versículo: «A quien es necesario que el Cielo reciba hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas». Otro aspecto de este compás de espera se nota en Heb. 10:13: «Está sentado a la Diestra de Dios, esperando lo que resta, hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies». En las leyendas del paganismo, la «edad de oro» se halla únicamente en un pasado remoto y añorado, pero en la revelación divina al Edén perdido en el principio de la historia de la raza corresponde un Paraíso de bendición al final: la bendita meta a la que Dios conduce la humanidad, a pesar de los profundos valles de dolor que es llamada a atravesar. Hubo «ruina» a causa de la ingerencia de las misteriosas fuerzas del mal, pero también habrá «restauración», en cumplimiento de los pensamientos de Dios, sobre la base de la obra de expiación del Gólgota . Israel fue escogido para adelantar esta obra de restauración y tendrá en ella (además de las «primicias» de los judíos convertidos en la Iglesia) una primera parte según las múltiples profecías del A. T. Pero el Reino de gloria sobre la tierra (llamado comúnmente el «milenio» por las referencias a los «mil años» en Apoc. 20:2-7), aun siendo la culminación del proceso histórico sobre la tierra vieja, no será más que el trasunto, en términos materiales, del Universo renovado bajo un signo espiritual y eterno, «porque esperamos cielos nuevos y tierra nueva, según sus promesas, en los cuales mora la justicia» (2 Pedro 3:1013 con Apoc. 21:1-7). La manifestación pública del Señor (su «epifaneia», o «apocalupsis») que pone fin a la presente sesión a la Diestra, se relaciona con la «consumación de este siglo», con el «Día de Jehová» y con la inauguración del Reino glorioso en la tierra. Entre múltiples referencias, véanse estos pasajes típicos: Mateo 24:3 con 24:29-31, 37-39; 25:32; Apoc. 1:7; 19:11- 20:6. Descripciones del «tiempo de restauración de todas las cosas» con referencia especial a la parte de Israel en ella, se hallan, entre otros muchos

pasajes, en Isa. caps. 11 y 12; y caps. 61-63; Jer. caps. 30 y 31; Eze. 36:7-38; Oseas cap. 14; Joel 2: 18 - 3:21; Amós 9:11-15; Miqueas cap. 4 con 7:11-20; Sof. 3:8-20; Zac. capítulos 8, l0, 14; Mal. 4:2 y 3. Los profetas y el Profeta, 3:21-24 La «restauración de todas las cosas» no es un tema ocasional y esporádico, sino el que predomina en todos los profetas según la frase de Pedro: «todos los santos profetas desde el siglo “el principio” y «desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, anunciaron también estos días» (3:21 con 24). No se han conservado oráculos de Samuel, pero él era el organizador de las «escuelas de los profetas» que luego subrayaron el tema, y también ungió a David, fundador del Reino verdadero y permanente, cuyo Hijo sacará a la luz el Reino Eterno (2 Samuel 7: 10-16). Así tuvo su participación en la tendencia general de toda profecía, que vislumbraba siempre la meta de una obra perfecta de Dios sobre la tierra. Este rasgo de la revelación divina que señala una CONSUMACIÓN futura no debe extrañamos, pues la mente humana no puede concebir complicadas máquinas que se construyen «porque sí» sin una finalidad bien definida. Los razonamientos sobre la necesidad de un propósito y una finalidad en el universo se llaman «teleológicos» («telos» en griego equivale a «fin» o «consumación»), y constituyen la mejor contestación al materialismo árido que sabe «observar» la naturaleza, al par que rehusa creer que camina hacia una meta. De tantas profecías, Pedro escogió para mención especial la de Moisés sobre el Profeta que Dios había de levantar (3:22 y 23 con Deut. 18:15-19). Si examinamos el pasaje de referencia veremos que Moisés avisaba al pueblo contra el peligro de los falsos profetas que podrían desviar al pueblo hacia la idolatría mediante sus engañosos mensajes. No tenían que hacer caso de los tales, pero sí de los profetas que Dios levantaría de la forma en que había suscitado a Moisés mismo, otorgándoles claras manifestaciones del poder del Espíritu en sus obras y palabras. (Nótese la Vers. H. A.: «cómo me levantó a mí».) Pero, conforme a muchas otras declaraciones del A.T. la interpretación primaria halla su cumplimiento final en aquel que había de venir, en quien debía encarnarse todo el «espíritu de profecía», siendo la «última Palabra de Dios» (Heb. 1:1). Es obvio, pues, que quien rechazara al tal perdería toda parte en el verdadero pueblo de Dios. Los «hijos de los profetas» y los «hijos del pacto abrahámico», 3:25 La frase «estos días» en 3:24 refiere al tiempo del cumplimiento de las promesas proféticas que empezó a regir cuando Cristo, el Fiador de todas ellas, cumplió su misión redentora en la tierra, bien que los rasgos externos de la época no se verán hasta su segundo advenimiento. Pedro quiere animar y consolar a los «hombres de buena voluntad» en su auditorio, llamándoles

«hijos de los profetas» e «hijos del pacto» con Abraham. Recordemos que los hebreos empleaban la palabra «hijo» en sentido metafórico para indicar a alguien que participara de la naturaleza de otro, a la semejanza de un hijo en la vida del padre. Así la frase «hijos de los profetas» quiere decir sencillamente que los judíos eran los herederos naturales de las promesas del A. T. y participantes en el fruto del ministerio profético. Era natural, pues, que ellos respondiesen al llamamiento con el fin de gozarse del «tiempo de la restauración de todas las cosas». De igual forma eran «hijos del pacto» que Dios hizo con los padres: «diciendo a Abraham: En ti serán bendecidas todas las familias de la tierra» (3:25). Las bendiciones habían de ser universales, pero Dios había escogido precisamente a Abraham y a sus descendientes para ser el cauce por el cual llegarían al mundo entero. La puerta de la gracia estaba abierta delante de los judíos, pues, de par en par, y no faltaba más que el paso del arrepentimiento y la fe para entrar en posesión de su herencia espiritual. Este pacto con Abraham, confirmado luego por juramento, y reiterado a Isaac y Jacob, es de gran importancia en la historia de la redención, ya que Pablo enseña clarísimamente en Gálatas cap. 3 que no era transitorio, como el pacto legal, sino eterno e incondicional, en vista de que el cumplimiento no dependía de esfuerzos humanos, que siempre fracasan, sino de la gracia de Dios encauzado por la «Simiente» que había de manifestarse. Huelga decir que sólo los fieles pueden aprovechar el pacto incondicional. Así quedó incorporado en el Nuevo Pacto sellado por la sangre de Cristo, y bien que ciertas cláusulas garantizaban favores especiales para Israel, la bendición espiritual se hace extensiva a todas las familias de la tierra. El Siervo que Dios levantó, 3:26 Los títulos «Hijo» o «siervo» aquí traducen la voz griega «pais», que correspondía sobre todo al concepto del «Siervo de Jehová» que hallamos en Isaías caps. 42 a 53. El verbo «levantó» no se refiere tanto a la Resurrección del Señor como al hecho de que Dios le puso delante del pueblo para la realización de la obra de salvación, de la forma en que «levantó» a Moisés en su día en relación con su cometido especial (3:22). Este Siervo es «enviado» al pueblo de nuevo por medio de la proclamación de Pedro, en ademán de bendición, y en cumplimiento del constante principio: «al judío primeramente, y después al gentil». Pero no puede haber bendición sin la solución del problema del pecado, que, en cuanto a su recepción, es algo individual, de modo que cada uno tenía que determinar cómo había de responder al llamamiento, bien que éste se dirige a la nación. Así termina el Apóstol su hermoso y contundente mensaje: «Dios ... le envió primeramente a vosotros, bendiciéndoos, apartando a cada uno de sus iniquidades».

CHOQUE DE LA IGLESIA NACIENTE CON EL JUDAISMO OFICIAL, 4:1-22 Juan y Pedro arrestados, 4:14 Por la providencia de Dios, Pedro pudo terminar su renovada proclamación del Evangelio antes de ser interrumpido por los representantes del judaísmo oficial: el poder humano que había condenado a muerte al Redentor. Era de esperar esta reacción contraria, y lo que más nos extraña es que hubiese tardado tanto en manifestarse, dando lugar la demora a que los Apóstoles pudiesen colocar firmemente los cimientos de la Iglesia en Jerusalén antes de ser molestados por los enemigos del Cristo. Sin duda, el misterio de la «tumba vacía» y los asombrosos acontecimientos del Día de Pentecostés (conocidos y comentados por todo el pueblo) habían producido una especie de parálisis moral en estos hombres hasta tal punto que no reaccionasen hasta ver que la proclamación pública de Jesús resucitado constituyera una amenaza tan real a su posición y privilegios como la misma presencia de Jesucristo durante su ministerio terrenal. La popularidad de los Apóstoles frente a las multitudes en la primera etapa de su testimonio fue motivo también de que los líderes procedieran con prudencia. Los representantes del judaísmo que se mencionan en el primer versículo eran sacerdotes; el jefe de la guardia del Templo y los saduceos. No todos los sacerdotes eran enemigos de Jesucristo (véase 6:7), pero muchos comprendían que el nuevo movimiento amenazaba sus intereses creados, y, además, siendo en su mayoría saduceos, se disgustaron en gran manera al oír la proclamación de la doctrina de la resurrección de los muertos en la Persona de Jesús. El jefe de la guardia del Templo se llamaba el «sagán», y este importante personaje, escogido de entre las principales familias sacerdotales, era responsable por el orden dentro del recinto del templo, teniendo a sus órdenes un cuerpo escogido de levitas. Jerárquicamente seguía en importancia al mismo sumosacerdote. En los Evangelios, la oposición al ministerio del Señor procedía mayormente de la secta de los fariseos, por ser éstos los defensores de la «tradición de los ancianos», pero en Los Hechos la secta saducea suele dirigir los ataques contra la Iglesia, no sólo por su interés en defender el sistema sacerdotal, sino también por su odio al concepto de la resurrección corporal, admitido por los fariseos (véase Luc. 20:27-38 con el comentario in loc. sobre Hech. 23:1-10). Pedro y Juan habían subido al Templo sobre las tres de la tarde, y los acontecimientos que hemos venido considerando ocuparían quizás un par de horas, de modo que el día declinaba ya cuando sobrevinieron los emisarios del judaísmo, no siendo posible convocar el Sanedrín aquella tarde. Por eso el Sagán y sus levitas llevaron a los Apóstoles a unos calabozos que se hallaban en el área del Templo con el fin de hacerles comparecer delante del Consejo el día siguiente. Sin embargo, la Palabra de Dios no estaba presa y el mensaje de Pedro fue bendecido de tal manera

que dos mil varones israelitas más aceptaron a Jesús como su Mesías, lo que elevó el número de hombres creyentes a la cifra de cinco mil (4:4). Si añadimos el número de mujeres creyentes, comprenderemos que la primera «iglesia local» era tan numerosa que su presencia tenía que hacerse sentir con poder en una ciudad relativamente pequeña como lo era Jerusalén.

LA REUNIÓN DEL SANEDRÍN, 4:5 y 6 La composición del Consejo El nombre «sanedrín» es una adaptación aramea de una voz griega, «sunedrion», que significaba «una asamblea». Era el Consejo superior de la nación investido de todas las atribuciones jurídicas y legislativas que no reservara para sí el poder protector de Roma, siendo constituido por setenta miembros, además del sumo sacerdote del día, quien presidía las sesiones «ex oficio». A los judíos les gustaba pensar que era una continuación de las juntas de «ancianos» que se destacaban desde los tiempos de Moisés (Éx. 3:16; 19:7; 24:1; Números 11:16, etc.), y es verdad que los jefes de familias habían influenciado en la política de Israel desde aquellos tiempos. Pero el Sanedrín, tal como funcionaba en los tiempos del N. T. databa solamente de los tiempos de la dominación griega, o sea, desde dos siglos a. C. Se componía de los príncipes de los sacerdotes, de los ancianos («presbuteroi») y de los escribas, ejerciendo una influencia predominante el sector sacerdotal en los tiempos que nos ocupan. Los «ancianos» eran conocidos jefes de familia, y los escribas los intérpretes oficiales de la Ley y de la tradición, simpatizando éstos mayormente con la posición de los fariseos. Josefo menciona que el lugar de las reuniones del Consejo se hallaba al extremo occidental del área del Templo. Allí los consejeros se sentaban en semicírculo bajo la presidencia del sumosacerdote, con el fin de que todos pudiesen verse, y los reos (tratándose de procesos judiciales) se colocaban en el centro. En 4:6, Lucas menciona varios destacados miembros del Sanedrín, siendo Anás la cabeza de las familia sacerdotal más importante, a pesar de que los romanos le habían destituido como sumosacerdote. Caifás ejercía una poderosa influencia en la oligarquía por haber llevado dieciséis años como pontífice, sabiendo congraciarse con los gobernadores romanos. Juan y Alejandro no tienen más significado que su alto rango en la casta sacerdotal de aquel tiempo.

EL INTERROGATORIO Y LA RÉPLICA DE PEDRO, 4:7-12 La perplejidad de los príncipes

El momento del primer choque entre la iglesia naciente y las fuerzas del judaísmo oficial está lleno de interés dramático. Hacía solamente unas semanas que Jesús había ocupado el lugar reservado ahora para Juan y Pedro, habiendo sido condenado a muerte por blasfemo. Por medio de una presión política sin escrúpulos, Caifás y sus colegas habían conseguido que Pilato, contra su propia voluntad, entregase a la muerte de crucifixión al odiado «Nazareno», pensando librarse así del impacto de su Persona y doctrinas, que amenazaban el sistema político-religioso de ellos. Pero tras un corto período, lleno de rumores y de asombrosos acontecimientos, los discípulos de Jesucristo consiguieron llenar la ciudad con el Nombre del Nazareno, declarando que había resucitado. No solo eso, sino que una obra de sanidad recordaba aquel benéfico ministerio de Jesús que le había procurado tanto prestigio en la nación. ¿Qué clase de poder?, 4:7 La pregunta de 4:7 abre la sesión, y, ampliándose, podría significar lo siguiente: ¿Quiénes sois vosotros para obrar milagros? ¿De dónde procede el poder para ello? ¿En Nombre de quién obráis? Como el hecho de la curación era innegable, trataban de atribuirlo a artes mágicas, en confabulación con poderes satánicos, basándose la interrogación en las instrucciones de Deuteronomio 13:1-5. Seguramente no contaban con la autoridad y el poder de la contestación de estos hombres despreciados. Pero Pedro fue llenado de Espíritu Santo («plestheis» indica la inspiración para una obra especial, mientras que «pleres» significa «estar lleno del Espíritu»), que le capacitó para hablar con una sabiduría divina muy diferente de la defensa de los reos que trataban solamente de salvar o sus vidas o sus bienes. La misma inspiración le elevaba también por encima de los áridos argumentos de los escribas. Después de dirigirse en términos respetuosos a sus jueces (4:8), Pedro recalcó que se trataba de explicar «un beneficio hecho a un hombre enfermo», que en sí era un crimen harto singular, y que sugería más bien la operación de un poder benéfico que no satánico. ¿Por quién se había llevado a cabo? La contestación fue sencilla, y lejos de procurar encubrir alguna fórmula mágica y vergonzosa, Pedro quería que no sólo el Sanedrín, sino todo el pueblo de Israel se diera cuenta de que el milagro se había efectuado en el Nombre de Jesucristo el Nazareno (4:10). La Piedra rechazada, 4:11 De la defensa pasó el Apóstol en seguida al ataque, recordando a los principes que ellos mismos habían sido culpables de la muerte de Jesús, pero que Dios había trastocado su sentencia por levantarle de entre los muertos. El poder del Resucitado había restaurado a perfecta salud al impedido (4:10). La cita sobre la «piedra desechada por los edificadores» (4:11 con Salmo 118:22 y Isa. 8:14) demostró un conocimiento íntimo de los sagrados oráculos del A.T., con referencia especial a las profecías mesiánicas, y servía de base para generalizar la lección de la curación del enfermo. (Véase Mar. 12:10-12 y

paralelos, con Mat. 16:18, y 1 Ped. 2:4-8). El Nombre salvador, 4:12 No sólo había sido sanado el enfermo por el Nombre de Jesús, sino que éste era el Mesías Salvador, el designado por Dios y aquel que los profetas habían anunciado La palabra «sozo» en griego puede indicar «salud» en lo físico y también «salvación» en la esfera espiritual, lo que permitió a Pedro pasar del sentido literal al significado espiritual del término, proclamando que el único Nombre que Dios había dado a los hombres para su salvación, en todo el ámbito del mundo, era aquel mismo Nombre de Jesús que tan potente había sido para dar salud al enfermo (4:12).

LAS REACCIONES DEL SANEDRÍN, 4:13-22 La autoridad de los indoctos, 4:13 y 14 La traducción “sin letras e ignorantes”, como descripción de los Apóstoles, ha dado lugar a muchos comentarios muy alejados del verdadero sentido de los términos y de las reacciones del Sanedrín. Pedro se había expresado con confianza frente al augusto tribunal de sacerdotes y teólogos, ordenando bien sus argumentos y subrayando con mucha eficacia su testimonio. Los ancianos se extrañaron de que una defensa tal procediera de hombres que no habían pasado por las escuelas rabínicas, y que eran meros “legos” comparados con los “profesionales” que se sentaban en los bancos del Consejo. No pudieron por menos que relacionar el acierto del discurso de Pedro con las maravillosas enseñanzas, perfectamente adaptadas al estilo de los rabinos, de aquel Rabino, no autorizado por ellos, a quien habían condenado por blasfemo. Pedro y Juan, pues, habían pasado por una “escuela”, pero no la de los rabinos de Jerusalén, sino por la del Maestro de Galilea, y “les conocían que habían estado con Jesús”. Los argumentos de Pedro habían sido bien ordenados y llenos de poder, pero la mayor demostración de la «razón» de su posición consistía en la presencia allí mismo del hombre sanado, de modo que el tribunal no tenía nada más que alegar, pues su malicia y sus temores no llegaron al punto de poder declarar que el milagro se había efectuado por poderes satánicos. Una conclusión ilógica, 4:15-18 Retirados los Apóstoles por orden del Consejo, éste se quedó en sesión privada a los efectos de determinar la sentencia. La voz de Dios se había hecho oír tan claramente por medio de las obras y palabras del mismo Señor y de los suyos, que la única posición lógica era la de rendirse a la evidencia y buscar el perdón de Dios por medio de un arrepentimiento sincero. Pero eran «duros de cerviz», y,

habiéndose rebelado contra el mismo Mesías, insistían en oponerse a los heraldos del Resucitado. Pero la perplejidad era mucha, y tenían las manos atadas por la presión de la multitud que glorificaba a Dios al ver lo que había sucedido (v. 21), de modo que no les quedaba mas posibilidad que la de conceder la libertad a Pedro y a Juan -reconociendo en efecto que habían obrado como siervos de Dios y no del diablo- y al mismo tiempo prohibir con amenazas la continuada proclamación del Nombre de Jesús. Se pone de relieve aquí la falta de lógica de los ciegos y de los rebeldes. No hemos de subestimar, sin embargo, la importancia del fallo del Sanedrín que se expresa en el v. 18. El máximo tribunal de la nación, después de su primer choque con los testigos del Resucitado, falló oficialmente que los discípulos no habían de «declarar» ni «enseñar» en el Nombre de Jesús, que equivalía a prohibir tanto la predicación pública como la enseñanza por las casas. Desde entonces, al seguir predicando, los Apóstoles se hallaban en franca rebeldía con respecto al Sanedrín. Se había fijado la posición del judaísmo frente a la Iglesia naciente. Un testimonio valeroso, 4:19 y 20 Si el Sanedrín había determinado su criterio frente a los mensajeros del Mesías resucitado, éstos a su vez declararon en términos contundentes cuál había de ser su actitud en cuanto al intento de enmudecer su testimonio. Tengamos en cuenta que la actitud normal del creyente frente a las autoridades del mundo es la de sumisión en todo cuanto no afecte su conciencia en la presencia de Dios: posición que se aclaró por el mismo Señor (Mat. 22:21), por Pablo en las consideraciones de Rom. 13:1-7, como también por el mismo Pedro en 1 Pedro 2:13-24. Pero los Apóstoles obraban bajo órdenes del Señor mismo, y en tal caso, por mediar un mandato divino superior a los fallos de la autoridad humana, era «necesario obedecer a Dios antes que a los jueces», cuya conciencia de israelitas debía aprobar el principio que ellos mismos aplicaban en sus relaciones con los romanos. Pero no sólo se trataba de un principio generalmente admitido por quienes temen a Dios, sino de otra necesidad que fue impuesta a los Apóstoles como tales, ya que, en vista de la comisión especial que habían recibido, no podían «dejar de anunciar lo que habían visto y oído» (v. 20). La presión de la opinión pública, 4:21 y 22 A pesar del desafío de los Apóstoles, el Sanedrín se hallaba impotente frente a ellos, no viendo cómo podía castigarles por la notoria «buena obra», pues una sentencia severa habría exacerbado las susceptibilidades de la turba. Tendremos ocasión de notar en varias ocasiones que la actitud de la multitud jerosolimitana determinaba (bajo las providencias de Dios) las posibilidades o las limitaciones de la proclamación del Evangelio en la capital del judaísmo. Más tarde la misma turba hará sentir su anárquico poder en sentido contrario al Evangelio, pero durante la primera época, de incierta duración,

el entusiasmo de la población por los predicadores y sus «señales» determinó una libertad práctica a pesar de los pronunciamientos contrarios a ella del Sanedrín.

LAS REACCIONES DE LOS SIERVOS DE DIOS, 4:23-31 «Fueron a los suyos», 4:23 Más tarde en diferentes circunstancias y épocas, los Apóstoles tendrán que esconderse del brazo del poder público, pero en la bendita época de que tratamos, volvieron a «los suyos», a la compañía de los salvos, unida en bendita armonía por la presencia y el poder del Espíritu Santo. Pesaban sobre Pedro y Juan las amenazas de los jefes de su nación, pero su consuelo y su sabiduría consistía en contarlo todo a los suyos (se trata probablemente de una reunión de los guías de la iglesia), y luego todos sometieron el caso al Tribunal del Dios soberano. Quedan los mismos benditos recursos para todos los verdaderos cristianos en nuestros tiempos, y hasta el fin del testimonio de la Iglesia en el mundo. La oración conjunta, 4:24·30 Algunos escriturarios de nuestros tiempos han pensado que una oración en común, como la que tenemos delante, supone una liturgia y formas estereotipadas de alabanzas y de peticiones. Tales consideraciones surgen de la aridez y de la falta de poder del cristianismo nominal de nuestros tiempos. Es cierto que la generosa medida del vino nuevo de la potencia del Espíritu haría reventar las formas y fórmulas de muchas de las iglesias de hoy, pero aquí se trata de una época en que la plenitud del Espíritu Santo se estaba manifestando de una forma que anticipaba el día cuando se derramará sobre toda carne. Como en la oración conjunta de 1:24, 25, hemos de suponer tal grado de inspiración y de mutua comprensión de la voluntad de Dios de parte de los reunidos, que, al elevar a una sus voces a Dios (v. 24), la oración de todos resultó ser igual. Es posible pensar que un hermano sólo elevara la oración que hallara la aprobación espiritual de todos, pero las expresiones de Lucas no favorecen mucho este supuesto. a) El reconocimiento del Dios soberano, Creador del Cielo y de la tierra, 4:24. En exacta consonancia con las circunstancias, la oración se dirige al «Soberano Dios», Creador de cuanto hay en los cielos y la tierra, a cuyo Tribunal acuden sus siervos (se llaman a sí mismos sus «esclavos» en el v. 29) contra el fallo inicuo del Consejo de gobierno de la nación externa, que dejaba de ser en todo sentido el Israel de Dios. La revelación de Dios como Redentor y como «Padre nuestro» no anula el título fundamental de «Despotes» (Dios soberano) y Creador, a quien le corresponde ordenar todas las cosas en virtud de su

misma naturaleza. b) El reconocimiento del plan de Dios revelado en la profecía, 4:25-28. La construcción gramatical del v. 25 (a) resulta un tanto difícil, pero destaca muy claramente la verdad de la inspiración de los profetas por el Espíritu Santo, ya que este hablo por boca de su siervo David cuando redactó el Salmo 2. Todo el salmo merece detenido estudio, puesto que da la clave para la comprensión de los elementos proféticos en el Salterio, y aún echa luz sobre todas las profecías mesiánicas de todo el A. T. El salmista oye los rugidos de las gentes que se rebelan contra Dios, y ve cómo sus príncipes se reunen en el vano esfuerzo de libertarse de lo que consideran ser las «coyundas» del servicio del Altísimo, representado por el Rey de su elección. Pero el loco intento no puede prevalecer, ya que Dios ha puesto su Rey sobre Sión y ha publicado su irrevocable decreto: «Mi Hijo eres tú ... te daré por heredad las gentes». El salmo termina con un llamamiento a los reyes y Jueces de la tierra, quienes pueden ser bendecidos sólo por reconciliarse con el Hijo. Los breves versículos del salmo resumen la titánica lucha entre los rebeldes en la tierra contra Dios, su Creador y Soberano, quien ha determinado llevar a feliz fin sus designios en relación con los hombres por medio de su Hijo-Siervo. Los cristianos reunidos perciben una faceta de la gran lucha en los acontecimientos que precedieron la Pasión. Pilato representaba el poderío de Roma; Herodes, rey de un sector de Palestina, era vástago de una dinastía idumea, descendiente de los antiguos enemigos que rodearon a Israel en su tierra; las «tribus de Israel» hablaron por boca del Sanedrín. Todos éstos tomaron consejo contra el Ungido, el Santo Siervo Jesús. La referencia a los procesos y consultas que resultaron en la condena y crucifixión de Jesucristo no agotan el sentido del salmo, pero sí enfocan luz sobre el odio insensato de los elementos rebeldes a la voz de Dios en la presencia de su Ungido. Pero en aquel caso, como en todos, los enemigos llegan a ser instrumentos involuntarios para «hacer todo lo que tu mano y tus consejos habían antes determinado que se hiciera» (v. 28 comp. 2:23). El intento de rebelión es una locura tal que, en el fuerte lenguaje simbólico del salmo, «el que mora en los cielos se reirá ... entonces les hablará en su furor ... ». Los cristianos hallaron su refugio bajo la sombra del Omnipotente, y su consuelo y guía en los inspirados anuncios de los propósitos de Dios para el hombre, asegurados en la Persona del Ungido, en cuyas manos había entregado todas las cosas (Juan 13:3; Mat. 11:27). No había duda en cuanto al desenlace final de la lucha entablada con el Sanedrín, y los fieles proceden a presentar sus peticiones a la luz de las grandes verdades que recordaron en la presencia de Dios. c) Se pide poder para la proclamación y el testimonio, 4:29 y 30. La única frase que se aproxima un poco a una petición personal es la frase «Ahora, pues, Señor, mira sus amenazas”, pero aun así no piden protección física frente al poder humano del tribunal. Es como si dijeran: «Señor, en cuanto a nuestras personas, no sabemos lo que más conviene para el adelanto de tu Reino. Cual Ezequías, extendemos las amenazas del enemigo en tu presencia, y tú sabrás cómo volverlas en bien para tu pueblo y para tu

reino» (comp. Isa. 37:14). La petición tiene dos fases muy relacionadas: que Dios les concediera valor y confianza al anunciar la Palabra, y que les fuesen concedidas las «credenciales» de señales y prodigios de la mano de Dios que probasen que obraban en el Nombre del Santo Siervo Jesús. De nuevo vemos aquí el verdadero uso del milagro. El Sanedrín se hallaba revestido de toda la autoridad de su historia y prestigio, y, hasta cierto punto, en asuntos religiosos, podía contar con el apoyo de Roma. Al mismo tiempo los «legos indoctos» que se atrevieron a desafiar el tribunal, carecían en absoluto de toda autoridad humana para la consecución de su cometido. Piden, pues, que Dios les revista de autoridad mediante señales que diesen a conocer la potencia y la honra del Nombre de Jesucristo, cosa que les fue concedida, y que les capacitó para mantener el testimonio en Jerusalén todo el tiempo que Dios había determinado, y de tal forma que los judíos de la capital quedaron sin excusa cuando el testimonio apostólico pasó en su mayor parte de ellos a otros. Más tarde (5:12-16) veremos la plena contestación a la maravillosa oración de los discípulos, y la manera en que sus «cartas credenciales» de parte de su Señor les capacitaban para cumplir su misión a pesar de la furia del Sanedrín. El poder del Espíritu Santo renovado, 4:31 El Sanedrín seguía reuniéndose en su amplio salón, divididos sus miembros en sectas hostiles, perdiendo cada vez más su prestigio a causa de las deshonrosas maniobras de la casta sacerdotal hasta verse envuelto por fin en las ruinas de la nación cuando los romanos destruyeron la capital. Más adelante notaremos otros hitos que señalan la historia de su degeneración (caps. 7 y 23), pero aquí queremos subrayar el dramático contraste que presenta Lucas entre la reunión de la Iglesia, llena de poder, en estrecho contacto con el Trono de Dios, deleitándose en los planes de Dios, pidiendo y recibiendo las credenciales y el poder necesarios para su servicio; y las vacilaciones, temores e impotencia del histórico tribunal que, por rechazar al Hijo, no era más que un instrumento en las manos de Satanás. No queremos decir que toda nobleza y honradez había desaparecido de todos sus miembros, pero sí señalamos la ruina de la institución que, en lugar de llevar a la nación por los caminos de la obediencia, encabezaba la oposición al Hijo-Heredero enviado a la Viña de Israel (Marcos 12:1-12). La renovación de grandes manifestaciones de poder espiritual en la Iglesia después de la oración en conjunto no ha de considerarse como «otro Pentecostés» o como «otro bautismo por el Espíritu Santo». Ya hemos hecho constar el carácter único del Pentecostés, que hizo posible todas las sucesivas renovaciones de poder entre los discípulos, derramándose abundantemente sobre quienes adoptasen la debida actitud de abnegación propia, de identificación con la voluntad del Señor, y de aprecio por la Persona del Hijo-Siervo. El temblor de la casa es uno de los casos en que el mundo natural se mueve en simpatía con los movimientos espirituales determinados por Dios (comp. Mat. 27:50-54; Hech. 16:25 y 26; Isa. 6:4). No hubo obstáculo alguno a los movimientos del Espíritu, en los discípulos, quienes, por lo

tanto, fueron llenos del Espíritu Santo y, según su petición, hablaron con toda confianza la Palabra de Dios. El fallo del Sanedrín no era más que una letra muerta hasta que Dios hubiese cumplido sus propósitos en Jerusalén.

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. En la sección que acaba de estudiar, recoja todas las referencias al Nombre del Señor Jesucristo (o del Hijo, etcétera), subrayando la importancia de la obra realizada en el Nombre en Jerusalén por aquellos días. 2. Dése un resumen del discurso de Pedro después de la curación del hombre impedido en su líneas generales (Hech. 3:1226). 3. Discurra sobre el Sanedrín, y explique la ineficacia de su actuación frente a los Apóstoles en la porción estudiada. 4. Analícese la oración conjunta de los discípulos (4:24-30), señalando su importancia y la manera en que fue contestada.

Capítulo 6 EL APOGEO DEL TESTIMONIO DE LA IGLESIA EN JERUSALÉN UNIDAD, TESTIMONIO, SEÑALES, PERSECUCIÓN Y UN JUICIO 4:32 - 5:42 UNIDAD, COMUNIÓN Y PODER, 4:32-37 Hemos de considerar la sección que ahora estudiamos como la contestación conjunta de la Iglesia a las amenazas de las autoridades del pueblo, ya que se mantiene y se acrecienta el testimonio de los nazarenos en Jerusalén a pesar de que el Sanedrín había decretado oficialmente que tenía que terminarse. Frente a la falsa autoridad del Consejo prevalece la autoridad del Nombre de Cristo y la manifiesta operación del Espíritu Santo dentro de la nueva comunidad. La unidad vital Lucas vuelve a reseñar la bendición interna de la Iglesia antes de describir los triunfos máximos del testimonio de los Apóstoles en Jerusalén, siendo fiel al principio de que Dios obra desde dentro para afuera, ya que una iglesia formalista o estéril no habría podido servir de base para el ataque contra los bastiones del falso judaísmo. «La multitud de los que habían creído» (4:32) es una manera de describir la «iglesia-comunidad» cristiana, de la cual dice Lucas que «era de un corazón y de un alma». Con naturalidad echa mano a metáforas que corresponden a la vida humana para describir la vibrante unidad del organismo espiritual, ya que el «corazón» de un individuo, según el lenguaje bíblico, es el centro de sus afectos, deseos y decisiones, mientras que el «alma» («psuche»), es su mismo ser. La Iglesia, por lo tanto, se portaba como si fuera un cuerpo, sano física y psicológicamente, libre de las tensiones que resultan de diversos «complejos», impulsado por los mismos deseos e inclinaciones, y pronto a las mismas decisiones, ya que los ímpetus procedían del Espíritu, sin que se impusiera resistencia a su poder. La trágica excepción de Ananías y Safira, que veremos luego, no hace sino subrayar el grado en que la totalidad de la comunidad se dejaba llevar por la potencia del Espíritu Santo. La comunidad de bienes De nuevo hallamos (comp. el comentario sobre 2:44 y 45) que la pujante vida espiritual de los hermanos vence el egoísmo, haciendo posible la comunidad voluntaria de bienes que se apunta en 4:32,

34 y 35. «Ni uno de ellos decía ser suyo propio lo que poseía», sino que cada uno estaba dispuesto a desprenderse gozosamente de sus posesiones y propiedades. El dinero se depositaba a los pies de los Apóstoles, lo que quiere decir que ellos, siendo los guías espirituales de la comunidad, actuaban también como administradores de sus bienes. Más tarde se veía la imposibilidad de que el detalle de la obra material pesara sobre los hombros de los Apóstoles-Testigos de la nueva era (6:1-6), pero, por lo pronto, era natural que los creyentes llevasen a ellos el dinero que procedía de la venta de sus propiedades para que se cuidaran de la distribución. Por el momento la manifestación en poder del Reino de Dios en la comunidad cristiana de Jerusalén producía importantes efectos sociales, ya que se vencía el endémico problema de la pobreza de algunos y la superabundancia de otros, no hallándose «ningún necesitado entre ellos». No hay por qué repetir lo que ya adelantamos anteriormente sobre la vida comunal de la Iglesia en Jerusalén, pero sí reiteramos que dependía enteramente del alto grado de la manifestación de la potencia del Espíritu Santo, y que todo intento de imitarlo en las energías de la carne era desastroso. El Espíritu dio en abundancia su primer fruto de amor («agape»), que, durante esta época de plenitud, anuló el egoísmo, que es el principio contrario. El secreto se halla en 4:33: «En todos ellos había abundante gracia». En el triste refluir de la marea alta del amor, los feos bajíos de la naturaleza carnal volvieron a aparecer en mayor o menor grado (6:1). Es extraordinario que esta misma iglesia se hallara siempre sumida en una pobreza crónica después de la dispersión que se describe en 8:1, 4, lo que dio a Pablo la oportunidad de excitar la generosidad de las iglesias gentiles a su favor (2 Cor. caps. 8 y 9, etc.). Sin sacar más consecuencias del hecho, vemos por lo menos que Dios mantiene y extiende el testimonio suyo de muchas maneras, y que la felicidad de la vida comunal de la Iglesia en Jerusalén no era más que una de ellas. El testimonio apostólico a la Resurrección, 4:33 «Con gran poder los Apóstoles daban su testimonio de la Resurrección del Señor Jesús» (4:33). Esta frase, intercalada en la descripción de la vida familiar de la Iglesia, llena de la gracia del Señor, señala la contestación a la petición concreta de 4:29, al par que pone de relieve una vez más que la Resurrección del Señor era el tema típico de la proclama apostólica de la época. Seguramente predicaban todas las grandes verdades de la Fe, hasta donde alcanzaba la revelación que habían recibido, pero el hecho de que el Mesías, rechazado y crucificado por el pueblo infiel, había vencido la muerte por su gloriosa Resurrección, daba fe a todo lo demás, infundiéndole vitalidad y poder. En las epístolas hallamos que todas las grandes doctrinas de la Fe cristiana se relacionan de una forma o de otra con el hecho de la Resurrección física, histórica y real del Señor Jesucristo, hasta tal punto que un credo en que no constara este hecho como piedra fundamental dejaría de ser cristiano (comp. 1 Cor. 15:1-28). En los patios del Templo, en todo lugar de reunión pública, por numerosas casas de la metrópoli del judaísmo, la

proclamación de la Resurrección resonaba en vibrantes y poderosos acentos, con toda la autoridad del Dios que levantó a su Hijo de entre los muertos. He aquí la fuente de tanta bendición en las almas de quienes creían (6:7). El ejemplo de Bernabé, 4:36 y 37 Hemos de hacer caso omiso de la división de esta sección en capítulos, pues tanto la mención de Bernabé, como el trágico incidente del pecado de Ananías, vienen a ilustrar, de forma positiva y negativa, el estado de la Iglesia y el poder de su testimonio, que es el tema general de la narración de Lucas aquí. El nombre de Bernabé quiere decir «hijo de consolación» o de «exhortación», que, según el giro aramaico, es igual a «aquel que consuela», o «aquel que exhorta». Todas las referencias posteriores a este «hombre bueno» justifican el nombre, tanto si se traduce de una forma o de otra, y admitiendo por un momento el concepto de «categorías», diríamos que Bernabé ocupaba el lugar más próximo a los Apóstoles en el sentido especial de la Palabra (véase Apéndice «Los Apóstoles»). Sin ser «Apóstol» en el sentido de ser uno de los encargados de completar la revelación escrita de Dios, compartía sus trabajos con verdadero espíritu apostólico. Su biografía se irá perfilando a través del comentario (véanse notas sobre 9:26-30; 11:20-26; 11:30; 12:25; 13:1-15:39. Comp. 1 Cor. 9:6; Gál. 2:1, 9, 13; Col. 4:10); aquí, como nota preliminar, vemos que pertenecía a la tribu israelita de Leví, honrada sobre todas las demás por su privilegio de servir en el Templo; que era de la Dispersión, oriundo de la isla de Chipre, y que, teniendo una propiedad, la vendió para poner el precio en el fondo común administrado por los Apóstoles. Otros muchos lo hacían, pero se escoge el caso de Bernabé por el hecho de ser un destacado siervo del Señor, cuya obra de fe y de amor se presenta como contrapartida al engaño y al egoísmo de Ananías y de Safira, sirviendo la referencia al mismo tiempo para introducir al lector a uno de los grandes instrumentos para la extensión del Evangelio desde Jerusalén hasta los extremos de la tierra. En la antigüedad les era prohibido a los levitas poseer terrenos en Palestina (Núm. 18:20; Deut. 10:9), pero el caso de Jeremías (Jer. 32:7 y ss.) evidencia que, al confundirse la posesión tribal de la tierra, no se aplicaba la ley con rigidez, y probablemente quedó como letra muerta después del cautiverio babilónico y la Dispersión de una gran parte de la nación. JUICIO SOBRE ANANÍAS y SAFIRA, 5:1-11 Consideraciones generales Los comentarios de los críticos liberales sobre esta porción son los que se podía esperar: la superstición -dicen- de los discípulos les hizo ver en la reprensión de Ananías por Pedro la causa de su muerte cuando falleció pronto después sin que hubiera relación alguna entre los dos incidentes. Que Pedro se olvidó de la naturaleza del nuevo siglo al proceder como Elías bajo el antiguo pacto (2 Reyes

cap. 1), a pesar de la nueva orientación que Jesús había dado en tales casos (Luc. 9:52-56). Dados nuestros postulados, basados en una doctrina real de inspiración y en el preeminente valor de la vocación de los Apóstoles, podemos hacer caso omiso de las petulantes críticas de ciertos eruditos; pero es también un hecho que muchos fieles creyentes han encontrado dificultades en el pasaje, algunos por no fijarse bien en la naturaleza del pecado del matrimonio y otros porque no entienden cómo un pecado tal pudiera ser visitado por el juicio fulminante que se describe. Esperemos que los puntos que adelantamos aquí puedan servir de ayuda para los tales. a) La venta de las propiedades y la generosa entrega del precio de ellas para el servicio de Dios en la Iglesia dependían enteramente de la voluntad de cada uno. Es muy importante la pregunta que Pedro dirigió a Ananías: «Quedando (sin vender la propiedad), ¿no quedaba tuya? y vendida, ¿no estaba (el precio) en tu poder?» (5:4). Nadie forzaba a Ananías a vender su finca ni a entregar el precio a los Apóstoles. b) Fue el orgullo y el deseo de no quedar como una triste excepción entre todos lo que impulsó a Ananías y a su mujer a idear un medio por el cual podían destacarse en la primra fila de la comunidad y, al mismo tiempo, tener reservas de dinero ya que su fe -si de verdad eran creyentes- no llegaba al punto de desprenderse de todo y de vivir confiados en Dios como hacían sus hermanos. No se trata de un fallo momentáneo de fe o de amor, sino de una conjura, en escala pequeña, contra todo lo que significaba el testimonio de la Iglesia en aquellos tiempos. c) Para lucirse como generosos y a la vez guardar sus reservas, tuvieron que mentir. Ananías «mintió» por el acto de depositar la cantidad haciendo ver que constituía el precio total de la venta (5:2 y 3), y Safira, al contestar la pregunta del Apóstol, mintió descaradamente (5:8). No hay grados de culpabilidad entre los dos, ya que ambos se habían puesto de acuerdo para tentar al Espíritu del Señor (5:9). d) Mintieron al Espíritu Santo -lo que equivalía a mentir a Dios, 5:3, 4, 9-, porque obraron en contra de toda la gran obra del Espíritu en la Iglesia, y «tentar al Espíritu» quiere decir que decían en efecto: «A ver a dónde podemos nosotros ir con nuestros planes egoístas frente a las manifestaciones del Espíritu». Era el grave pecado de Israel en más de una ocasión en el Desierto (Éx. 17:12; Deut. 6:16; Sal. 78:18, 41, 56; 106:14). En este acto, que constituyó a primera vista un pecado leve, hubo vanidad, ambición espiritual, falta de fe y de amor, y, sobre todo, según Pedro discernió por el Espíritu, el deliberado intento de engañar al Omnipotente. El precio, una vez entregado al Señor, no podía tocarse sin que cayeran en el pecado de Acán, que apropió para sí el «anatema». e) Tantas veces desde entonces se han cometido pecados mucho más escandalosos en la esfera de la profesión cristiana, sin que cayera juicio alguno especial sobre los pecadores, pero le ha placido al Dios de toda justicia hacer ver en los comienzos de la historia de la Iglesia lo que él piensa de los fallos morales y espirituales que afean el testimonio de su pueblo, al mezclarse obras satánicas (5:3) con las del

Espíritu Santo en un solo medio ambiente. Es como los coches destrozados que se dejan a menudo en lugares peligrosos de las carreteras como aviso solemne para otros motoristas. Si alguno cree que «ha salido con lo suyo», a pesar de arruinar el testimonio por medio de sus carnalidades y egoísmos, que se acuerde de Ananías y de Safira. f) Hay otras indicaciones en el N. T. de que pecados especiales, que constituyen peligrosos estorbos para el testimonio de la Iglesia, pueden ser juzgados por medio de enfermedades físicas, o por la muerte misma, de modo que la narración no nos vuelve a un terreno apropiado únicamente al A.T., sino que se nos presenta una de las muchas pruebas de que el Dios de amor, tanto en el N.T. como en el A.T., es Dios del «santo amor», o el «Dios santo del amor», siendo su «ira» la fuerza incontrastable de su justicia frente al pecado. En Cristo hay perdón, pero no por eso deja Dios de ser el Dios de justicia, quien pagará a cada uno conforme a sus obras. (Para otros casos de juicios físicos en el N. T. véase Hech. 13:911; 1 Cor. 5:5; 11:30; Sant. 5:20; 1 Juan 5:16.) El engaño de Ananías, 5:1-6 Notaremos las distintas fases de esta historia, sobre el fondo de las consideraciones generales del párrafo anterior. Ananías había consumado su pecado, conjuntamente con su mujer, y ahora, descaradamente, trajo a los pies de Pedro la parte que creía necesaria con el fin de mantener su prestigio frente a la congregación, habiendo puesto a buen seguro (en su pensamiento) la parte que él y su mujer «necesitaban». En tiempos de la plenitud del Espíritu los acontecimientos no se hacen esperar, de modo que Pedro, percibiendo la verdad por la divina intuición del Espíritu, interrogó a Ananías en el acto: «¿Por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo y retuvieses parte del precio de la propiedad? ... No has mentido a los hombres, sino a Dios» (5:3,4). El fraude consistía en hacer ver que todo se había dedicado a Dios, y luego aprovechar y profanar el «anatema», según lo hiciera Acán al principio de la vida nacional de Israel (Jos. cap. 7). En lo humano, Pedro el Apóstol se enfrenta con Ananías el defraudador de la ofrenda divina, pero detrás de Pedro se halla Dios, cuya presencia se hacía muy manifiesta a través de las poderosas operaciones del Espíritu Santo. Detrás de Ananías se hallaba el enemigo de Dios, el que «pecó desde el principio», ya que Satanás había sembrado en el corazón de Ananías y su esposa el pensamiento del engaño (5:3). Ahora bien, Ananías no se presenta como el instrumento inanimado, llevado por fuerza por el poder del diablo, sino que el Apóstol pregunta asombrado: «¿Por qué llenó Satanás tu corazón ... ?», que puede escribirse: «¿Por qué dejaste que Satanás llenara tu corazón ... ?». Se manifestaba a diario en aquellos días que una fuerza operaba en los discípulos: mejor dicho una Persona; que era mayor que los impulsos del mundo, y eran muy evidentes entonces los abundantes recursos del hombre de fe. Pero a Ananías le faltaba «el ojo sencillo» sin el cual todo el cuerpo se llena de tinieblas (Mat. 6:22 y 23).

De paso podemos notar que para Pedro, como para Cristo, Satanás era una persona real, jefe de un reino de tinieblas y no la personificación del concepto del mal que los escritores de los libros apócrifos habían hallado en la literatura religiosa de Persia. El juicio de Ananías, 5:5 y 6 Acán murió porque, tomando para sí el anatema que se había dedicado a Dios, «turbó» al pueblo de Dios en el momento de las grandes victorias que inauguraron la conquista de Canaán, convirtiendo en derrota lo que habría sido una fácil victoria en el caso de la ciudad de Aí (Jos. 7:25). Ananías murió repentinamente delante de la compañía de los discípulos porque había dado muestras de aquel espíritu satánico que tantas veces había de trocar el hermoso testimonio de la Iglesia en vergüenza. El juicio aquí es físico, en relación con una combinación de circunstancias que afectaba el testimonio del pueblo de Dios en la tierra, imponiendo aquel temor de Dios que había de controlar y ordenar los triunfos de la Iglesia. El «gran temor que vino sobre todos los que oyeron» del caso fue algo necesario, tanto por la comunidad misma, como para los enemigos, y para quienes querían ocupar un terreno neutral. Cuando Dios libra la batalla hay que estar con él o en contra de él pero quien está en contra llevará su juicio. El juicio físico y ejemplar no prejuzga la cuestión de la salvación de Ananías pues creyentes pueden pecar gravemente y luego pasar bajo las disciplinas de Dios precisamente con el fin de retornarles al camino. Pero Ananías había pecado contra una luz resplandeciente, y para quien escribe es más probable que se halle entre los apóstatas, aquellos cristianos nominales que participan de los privilegios y aun del poder de la compañía de los fieles, pero sin ser regenerados por el Espíritu; oirán por fin el fallo del Señor a quien despreciaron: «Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de maldad» (Mat. 7:21-23). El juicio sobre Safira, 5:7-11 Según el procedimiento expeditivo de aquellos días, los varones jóvenes de la compañía habían enterrado a Ananías, después de amortajarle. Es inútil preguntar por qué no fue avisada su mujer, pues nada sabemos de las circunstancias. Lo más probable es que hermanos habían hecho el intento de hallarla, pero, por su ausencia de su hogar -¿habría ido fuera para esconder el dinero reservado?- no la hallaron. Lo que es cierto es que las providencias de Dios ordenaron tanto el retraso como el doble juicio, después de condenarse la mujer por su propia boca. El tribunal era el de Dios, y los procedimientos, condenación y ejecución de la sentencia no ocuparon más que minutos. Pedro lanzó a Safira una pregunta directa, que la colocó ante una disyuntiva única: confesar la verdad y pedir la misericordia de Dios, o aferrarse más en su pecado por mentir delante de todos y delante de Dios. «¿Vendisteis la propiedad en tanto dinero?», preguntó Pedro, nombrando la cantidad que Ananías le había traído. «y ella dijo: Sí, en tanto.» Era tentar a Dios según el sentido de la

frase que examinamos arriba. Safira procuraba salir con lo suyo -tan mezquino y pobre- hasta en la presencia del Omnipotente. Pedro recalca el elemento grave de haberse puesto de acuerdo el matrimonio en su maldad, planeando y sosteniendo aquello que estaba abiertamente en pugna con el testimonio del Espíritu en la comunidad. La sentencia y su ejecución no se hicieron esperar. Los mismos varones jóvenes que sepultaron al marido enterraron a su compañera en la conjura contra Dios (5:9 y 10). El Espíritu Santo es Dios Como colofón doctrinal a la historia podemos notar que, según las claras declaraciones de Pedro en 5:3 y 4, mentir al Espíritu Santo era mentir a Dios, que es una de las muchas pruebas bíblicas de la plena deidad del Espíritu Santo. La Iglesia, 5: 11 Al mencionar de nuevo el santo temor que cayó sobre quienes oyeron de la muerte de Ananías y Safira (5:11), Lucas emplea por primera vez la palabra «ekklesia» que llegará a ser el nombre por antonomasia del pueblo de Dios en esta era de gracia. Escriturarios suelen hacer notar que en la Versión Alejandrina (la LXX) las voces «qahal» o «hedaj» significando la congregación de Israel, se traducen normalmente por «ekklesia», pero algunas veces por «sunagoge», deduciendo que el nuevo pueblo de Dios continuaba el testimonio de Israel, adoptando la misma designación. Es posible, sin embargo, que, en el primitivo uso cristiano, «ekklesia» no significara más que «una reunión» o «congregación», ya que la compañía de los nazarenos se consideraba como una sinagoga («kenishta» en arameo) con tendencias especiales dentro del cuadro total de Israel. Según se iba definiendo más la doctrina de la Iglesia -por el ministerio de Pedro en Cesarea, y luego, en sentido dogmático, por Pablo-, «ekklesia» se aplicaba no sólo a la iglesia local, ya separada de Israel, sino también a la totalidad del pueblo de Dios, el cuerpo místico de Cristo.

EL APOGEO DEL TESTIMONIO EN JERUSALÉN, 5:12-16 Las cartas credenciales de los Apóstoles, 5:12, 15 y 16 Lucas resume aquí un período de testimonio en Jerusalén que puede considerarse como la marea alta de la popularidad de los Apóstoles y de la eficacia de su testimonio frente al pueblo judío, extendiéndose su influencia por lo menos hasta las ciudades cercanas a la capital. Recordemos «los dos poderes» que

operaban a la sazón en Jerusalén, el del Sanedrín, y el de la compañía apostólica: aquél respaldado por su autoridad humana, y éste por el Nombre de Cristo y la potencia del Espíritu Santo. La petición de que Dios extendiese su mano para sanar, haciendo señales y prodigios en el Nombre de Jesús (4:30), fue contestada abundantemente hasta tal punto que se sacaba a los enfermos a la calle con el fin de que siquiera la sombra de Pedro cayese sobre ellos. Las buenas nuevas de la posibilidad de la curación de las enfermedades se extendían por las poblaciones cercanas, y cuantos acudían eran sanados. Se supone, como siempre, la operación de la fe en el individuo sanado. En cuanto a la estructura gramatical de este párrafo, hemos de enlazar 5:12 (a) con 5:15 y 16, considerando las observaciones de 5:12 (b), 13 y 14 como parentéticas. Los Apóstoles no organizaron «una campaña de curaciones», sino que pidieron al Señor unas señaladas manifestaciones de su poder que hicieran posible la continuación del testimonio en Jerusalén, a pesar de la furia de los príncipes del pueblo. La porción que sigue (5:17-42) demuestra muy a las claras que habría sido imposible proseguir con la obra aparte de la profunda impresión hecha en la población por los «prodigios», que revelaban una potencia que los judíos no podían por menos que comparar con la de Moisés, Elías, Eliseo, etc., quienes, en ciertas crisis de la vida de Israel, también recibieron poder para realizar milagros. En otras épocas del servicio de Pedro no leemos de milagros, y sí de muchos sufrimientos que habían de llevarse con paciencia (1 Ped. 1:6-9; 2:11-25); pero eso no significa que Pedro perdiera más tarde su poder, sino sencillamente que Dios ordena el testimonio de sus siervos de distintas maneras, según sus soberanos designios, y a los siervos les toca reconocer la voluntad de Dios en los diferentes tiempos y sazones. El crecimiento de la Iglesia, 5:12 (b), 13 y 14 Quitada de en medio la «turbación» que habría causado el espíritu e intento de Ananías y Safira, el pueblo de Dios seguía manifestando una hermosa unanimidad de propósito y de obra, reuniéndose en el Pórtico de Salomón (véase plano del Templo de Herodes). Nos asombra el cuadro que se nos presenta en la breve frase de 5:12 (b). Multitudes de nazarenos hacían servir los amplios pórticos orientales del Templo como su «capilla evangélica», en un lugar controlado por la casa sacerdotal, su mayor enemigo en Jerusalén, y cerca de la sede del Sanedrín. Sin duda seguían empleando las casas para las enseñanzas detalladas sobre la vida de Cristo, sobre el significado del A.T. y sobre la doctrina ya revelada, pero los «plenos» de la Iglesia se celebraban en el área del Templo, caracterizándose precisamente por su testimonio al Cristo resucitado que el Sanedrín había prohibido. Es otra demostración de la eficacia de la «autoridad» que revestía a los Apóstoles durante esta brillante época de su obra. El sentido de 5:14 es bastante claro y nos hace ver que un gran número de verdaderos creyentes, tanto hombres como mujeres, se entregaban al Señor e iban ingresando en la Iglesia. Es igualmente claro

el favor del pueblo en general que «ensalzaba» o «alababa en gran manera» a los Apóstoles, debiéndose este favor principalmente al ministerio de sanidades. Pero no es tan claro el sentido de la frase que hallamos en 5:13a: «de los demás, nadie se atrevía a juntarse con ellos». Algunos eruditos creen que puede haber corrupción del texto, pero como eso es solamente hipotético, hemos de pensar en un círculo de «simpatizantes» que, teniendo deseos de identificarse con los discípulos, quedaron al margen, fuese por miedo al Sanedrín, fuese por el «temor» que había caído sobre ellos después de la muerte de Ananías. Si es así, los versículos que tenemos delante señalan una división muy conocida en comunidades que escuchan la Palabra de Dios. Por una parte los sumisos acuden alegremente para recibir el don de la vida, gozándose luego en el privilegio de unirse con el pueblo de Dios; el «pueblo» alaba o critica según las modas del día; los indecisos vislumbran la gloria, pero quedan sin la bendición recibiendo mayor condenación por su cobardía (Apoc. 21:8).

RENOVADA PERSECUCIÓN, 5:17-42 El arresto de los Apóstoles, 5:17 y 18 Era inevitable que los «dos poderes» en Jerusalén volviesen a chocar, y que el Sanedrín realizara otro intento para imponer su autoridad. El favor del pueblo pesaba mucho, refrenando por algún tiempo la furia y el despecho de la casta sacerdotal, pero por fin los jefes tomaron la decisión de arrestar a los Apóstoles. Como éstos operaban precisamente en el área del Templo, que estaba bajo la jurisdicción del Capitán del Templo, no había dificultad en localizar y aprehender a los «rebeldes», quienes, de todos modos, no ofrecieron resistencia ni intentaron sublevar los ánimos de la multitud. Suponemos que el arresto se efectuara por la tarde, con el propósito de que los Apóstoles pasaran la noche en la cárcel pública, hallándose a mano para ser presentados como reos ante el Sanedrín el día siguiente. La liberación nocturna, 5:19 y 20 Pero no dormía «el otro poder», y a Dios le plugo seguir dando manifestaciones de la autoridad de sus siervos, de la protección que les envolvía y de su voluntad de que resonara aún «la proclamación» hasta en los patios del Templo. Envió un ángel (un «ángel del Señor») durante la noche, y éste no sólo abrió las puertas de la cárcel para sacar a los Apóstoles, sino que les dio la orden de volver precisamente a los pórticos del Templo con el fin de continuar el ministerio interrumpido por el arresto. Dios no había de librar a sus siervos, del sufrimiento y de la vergüenza humana de la persecución (5:40 y 41), pero les hizo invulnerables en cuanto a su ministerio. De nuevo recordamos la historia de Jeremías, quien padecía amarga persecución, pero sin que nadie pudiese dar fin a su ministerio en Jerusalén,

cumpliéndose la garantía divina: «He aquí yo te he puesto en este día como ciudad fortalecida ... como muro de bronce» ... (Jer. 1:18 y 19). Un tribunal sin reos, 5:20-26 La historia que aquí se narra no necesita explicaciones. El Sanedrín se convoca normalmente en reunión plenaria (5:21), sin que nadie se dé cuenta de que los reos no están en el calabozo. Los alguaciles van en busca de ellos, hallan todo en buen orden, pero no hay presos dentro. Mientras que los jueces comentan alarmados el significado del hecho, enfrentándose de nuevo con la misteriosa potencia que rodeaba al Nazareno y a sus seguidores, llega un mensajero con la noticia que los reos están en su lugar acostumbrado, predicando en el Templo. No es difícil renovar el arresto, pero el Capitán del Templo se cuida mucho de no usar la violencia, pues ya sabe que los presos podrían levantar las masas. Pero de parte de los predicadores no hay resistencia; las distancias son cortas, y pronto todos los Apóstoles se hallan delante del Consejo. El interrogatorio ante el Sanedrín, 5:27 y 28 Según la costumbre, el sumo sacerdote presidía la sesión. Lucas no tiene por qué detallar procedimientos, y pasa en seguida a la acusación del presidente: «Habéis desobedecido las órdenes del Consejo, que prohibieron las enseñanzas en ese nombre»; lejos de someteros a la autoridad de este tribunal, habéis llenado la ciudad con vuestra doctrina. Más que eso, vuestra actividad es revolucionaria, pues quisiérais traer sobre nosotros «la sangre de ese hombre». La última frase demuestra el miedo de los príncipes, que sabían muy bien que las volubles masas, que en un momento habían clamado «Crucifícale» en cuanto a Jesús, podrían volver sobre el tribunal que le había sentenciado, pidiendo justicia frente a la injusticia anterior, ya que tantos creían que Jesús era el Cristo, resucitado de entre los muertos. Los príncipes se veían obligados a vencer a los Apóstoles porque peligraba ya su propia autoridad y sus propias vidas. Claro está que los Apóstoles obrarían en conformidad con el dicho del Maestro, «Mi reino no es de este mundo» (Juan 18:36), y no habían de valerse de métodos demagógicos, pero señalamos aquí la postura y las preocupaciones del Sanedrín, que poco comprendía del poder espiritual del Reino de Dios. Notemos la costumbre judaica -que aún persiste- de no emplear el Nombre de Jesús, quien es, para el presidente del Sanedrín «ese hombre», y su Nombre, «ese nombre».

EL TESTIMONIO DE PEDRO, 5:29-32 Tenemos en estos versículos la defensa de todo el cuerpo apostólico, pero 5:29 indica que, una vez

más, Pedro actúa como portavoz a favor de todos. Renueva la proclamación apostólica en términos muy concretos y claros, siendo el discurso un modelo de concisión y de eficacia. La obediencia a Dios es fundamental, 5:29 Pedro reitera el principio fundamental de su ministerio, que ya anunció con toda claridad cuando anteriormente fue acusado ante el mismo tribunal (4:19 y 20). Dos hechos antepuestos, 5:30 El Sanedrín, torciendo la ley y la justicia, había colgado a Jesús en el madero, en el árbol infamante de la crucifixión, que adquiere significado simbólico por la referencia al «colgado en madero» de Deut. 21:22 y 23 (comp. Gál. 3:13). En cambio, Dios le levantó para realizar en él su gran misión salvadora, y le glorificó por su diestra, ratificando el sentido de su obra y anulando la falsa sentencia del Sanedrín. Dos hermosos títulos del Señor, 5:31 Dios exaltó a Jesús por su diestra (es decir, por una manifestación especial de su poder), para ser «Príncipe y Salvador». De nuevo se nota la pugna entre «los dos poderes». Los miembros del Sanedrín se llamaban «los príncipes» del pueblo, pero Pedro insiste en que el verdadero Príncipe es aquel a quien ellos entregaron a la muerte, y a quien Dios levantó con poder. Pero no se trata sólo de un «poder» inmensamente más eficaz que el del Sanedrín, sino de una potencia salvadora, pues el Príncipe es también Salvador, gracias a la obra que realizó en el madero. Aun delante del inicuo Sanedrín, Pedro no cesa de ofrecer la salvación. Ellos le trataban como reo, juzgado en rebeldía, pero él se porta como embajador del Rey de reyes, que anuncia la gloria y el poder de su Señor, y ofrece la salvación en su Nombre. Dos aspectos de la salvación, 5:31 El arrepentimiento y la remisión de pecados se ofrecen aún a Israel. Todavía hay lugar para cambiar de rumbo, para el arrepentimiento sincero, ya que Dios vuelve a hacer oír su Voz de tantas maneras. Nos conmueve pensar que la oferta se hace precisamente a Israel, a pesar del trágico rechazo de su Mesías. Si el pueblo se humilla, y se coloca en actitud de sumisión frente a su Mesías, puede haber remisión de pecados, pues aun el crimen del rechazo fue expiado en la Cruz. El doble testimonio, 5:32 Pedro no se halla acobardado por la posición que ocupa, ni por el peligro de muerte que le pesa encima, sino que afirma su propia categoría de testigo (juntamente con los demás Apóstoles), y no sólo

eso, sino declara que el testimonio de los testigos de Jesucristo es también el del Espíritu Santo, quien habla por su boca y les concede poder para llevar a cabo los prodigios en el Nombre de Jesús. Ya hemos notado que este doble testimonio del Espíritu Santo y de los Apóstoles es uno de los grandes temas tanto de Juan caps. 14 a 17 como del libro de Los Hechos. El gran principio de la obediencia, 5:32 Pedro empezó su discurso insistiendo en la necesidad de la obediencia a Dios, por encima de toda pretendida obligación humana, y lo termina por insistir en que el don del Espíritu Santo depende también de la obediencia a Dios. Gracias a la obra de la Cruz, Dios puede dar el Espíritu Santo como medio para conseguir la salvación y como su fruto más precioso, pero la desobediencia del hombre impide que fluya su potencia por el cauce obstruido por la rebeldía, que es incompatible con el sentido mismo del Don que restaura la vida de Dios en el alma del que cree. Podemos meditar en el corolario del principio anunciado por el Apóstol: cuanto más completa sea la obediencia: tanto mas cumplidamente se manifestará el poder del Espíritu Santo en la vida del creyente. La reacción del partido sumosacerdotal, 5:33 La valiente, tajante y poderosa defensa de Pedro enfureció a los consejeros de la casta sacerdotal, quienes hubiesen querido pronunciar la sentencia de muerte en aquel instante a pesar de todos los riesgos inherentes en la probable reacción contraria de las multitudes. Pero los saduceos, aun siendo mayoría en el Consejo, no pudieron prescindir de la colaboración de sus colegas fariseos, y mayormente por ser éstos quienes mantenían contacto estrecho con el pueblo. Antes de que el tribunal llegara al extremo de una sentencia de muerte Gamaliel pidió la palabra.

LA INTERVENCIÓN DE GAMALIEL, 5:34-39 Gamaliel el rabbán La secta de los fariseos (véase Apéndice «Los judíos») se dividía en dos grupos, uno de los cuales reclamaba una observancia muy estricta de la Ley, según la tradición de los Ancianos, siendo el otro más comprensivo, dentro de la más estricta ortodoxia. El líder indiscutible del último grupo se llamaba Gamaliel el Mayor, y sus pronunciamientos se reverenciaban por todos, pasando a la posteridad. Él era el maestro de Saulo de Tarso. Se llamaba «rabbán», «nuestro enseñador», que era título superior a «rabbí», «mi maestro».

El sentido general de su argumento Expertos en cuestiones judaicas nos hacen ver que la intervención de Gamaliel es una expresión típica de la filosofía farisaica, que subrayaba la soberanía de Dios, declarando que él no necesitaba la ayuda de los hombres y que éstos no tenían que hacer otra cosa sino obedecer, dejando los resultados en las manos divinas. Decía, pues, que Dios echaría luz sobre la naturaleza del movimiento de los nazarenos, pues sin su apoyo no podría durar. Si fracasara, como otros movimientos recientes, entonces se echaría de ver que era cosa de los hombres. Si fuera de Dios, prosperaría, y convenía que el tribunal evitase la posibilidad de pelear contra Dios. Los alzamientos fracasados, 5:36 y 37 Como ejemplos en apoyo de su tesis, Gamaliel menciona en primer término un movimiento nacionalista o mesiánico bajo un tal Teudas, quien reunió una compañía de secuaces, que fue dispersada: seguramente por las armas de Roma. Flavio Josefo también alude a un alzamiento bajo un tal Teudas, pero en una fecha posterior a la de esta reunión del Sanedrín, de modo que no puede ser el que aduce Gamaliel. El nombre de Teudas era muy corriente, y seguramente Gamaliel nos informa acerca de otro líder rebelde, diferente de aquel que menciona Josefo. Ha habido discusiones sobre el alzamiento de Judas también, ya que Gamaliel lo sitúa en «los tiempos del empadronamiento» (5:37). Pero la fecha de Judas corresponde al año 6, o sea, más tarde que el empadronamiento hecho por Cireneo, gobernador de Siria, al que Lucas hace referencia en Luc. 2:2. La solución del problema se halla en que el mismo gobernador ordenó otro empadronamiento cuando Arquelao fue destituido del poder, quedando incorporada Judea en la provincia de Siria, lo que provocó la rebelión de Judas. Llegó ésta a ser un movimiento considerable, del que salió la fanática secta de los celotes. La flojedad de los argumentos de Gamaliel Sentimos simpatía por el gran Rabbán, ya que frenó el odio homicida de los saduceos, y admitió como una posibilidad -si se comprobara por las providencias divinas- que el movimiento cristiano fuese de Dios. Con todo, como consejo del gran enseñador del judaísmo, es una manifestación más de la debilidad espiritual del sistema, y de la ceguera de los guías. Gamaliel intervino en el proceso del Sanedrín para conseguir la protección parcial y condicionada de los Apóstoles, después del ministerio de Juan el Bautista, después de las incontables maravillas de las obras de Jesús -«Creedme, dijo él, por las mismas obras»-, después de la prueba de la «tumba vacía», de la que tendría Gamaliel abundante evidencia; después de los asombrosos acontecimientos del Día de Pentecostés, y teniendo a la vista los «prodigios»

que Dios iba realizando en el Nombre de Jesús por las manos de los Apóstoles. ¿Cuántas pruebas más necesitaba el Rabbán para comprender que la obra era de Dios? Cuando los príncipes de los sacerdotes preguntaron a Jesús sobre su autoridad, les contestó por medio de otra pregunta: ¿Qué habían comprendido de la autoridad de Juan el Bautista (Mat. 21:23-27)? Les indicó que si, como guías, no habían podido comprender la obra profética del precursor -evidente a todo el pueblo-, en vano les hablaría de su propia autoridad, tan manifiesta por el carácter de su ministerio. Dios ya había hablado por medio de su Hijo (Heb. 1:1) y Gamaliel y sus compañeros no quisieron escuchar la Voz. Ellos tampoco aprovecharon la confirmación posterior de las providencias de Dios quien habló por medio de la destrucción de Jerusalén en el año 70, y por la extensión del Evangelio a través de todo el mundo. La inconsecuencia del Sanedrín, 5:40 «Convinieron» los consejeros con Gamaliel, y aplazaron la sentencia de muerte, lo que, según la lógica del discurso de Gamaliel, indicaría que admitían la posibilidad de que la obra apostólica fuese de Dios. Pero al mismo tiempo condenaron a los Apóstoles a ser azotados -seguramente por medio de los «cuarenta azotes menos uno» (Deut. 25:3)-, reiterando la orden de no hablar más en el Nombre de Jesús. ¿Qué es lo que se dejaba, pues, a la prueba de las providencias de Dios? El Sanedrín volvió a oponerse oficialmente al Nombre a pesar de manifestar la debilidad de su posición. El hecho es que el Consejo quiso satisfacer su despecho y hacer ver que les quedaba un resto de autoridad por el castigo que aplicaron a los Apóstoles, procurando disimular su derrota, puesto que «el otro poder» seguía operando y los mensajeros «no dejaban de enseñar y proclamar las buenas nuevas de Jesús, el Cristo, en el Templo y por las casas». Notemos que volvieron precisamente al Templo, al terreno sacerdotal, para proseguir su obra, como si nada hubiese pasado. Gozosos en la tribulación, 5:41 y 42 Los Apóstoles no sólo se resignaron al injusto castigo, sino que se gozaron por serles concedido el honor de padecer allí donde su Maestro había sido condenado, siendo hechos participantes de sus sufrimientos. En la época de la plenitud del Espíritu las aflicciones se volvieron en gozoso triunfo (comp. Fil. 1 :29; 3: 10).

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Discurra sobre la naturaleza del pecado de Ananías y Safira, haciendo observaciones sobre el castigo ejemplar que cayó sobre ellos. 2. Explique cómo los Apóstoles podían continuar su ministerio en Jerusalén -hasta en los patios

del Templo-, a pesar de la oposición del Sanedrín. 3. Hágase un resumen en sus propias palabras de la defensa de Pedro frente al Sanedrín, 5:29-32. 4. Dé su opinión sobre la intervención de Gamaliel durante el proceso de los Apóstoles que se detalla en 5:26-42.

Capítulo 7 UNA ÉPOCA DE TRANSICIÓN (Primera Parte) LOS SIETE ADMINISTRADORES Y EL TESTIMONIO DE ESTEBAN 6:1- 15 CONSIDERACIONES GENERALES Recordemos una vez más que Lucas describe la extensión del Evangelio según el programa señalado por el mismo Maestro en 1:8: a) la evangelización de Jerusalén, a pesar de ser la sede de los falsos guías del judaísmo que rechazaron y crucificaron a su Mesías; b) la de «toda Judea», que se inició durante el ministerio de Pedro que acabamos de considerar; e) la de Samaria, que sin duda abarcaba la totalidad de Palestina; d) la extensión del testimonio hasta los fines de la tierra. Desarrollamos nuestro comentario sobre los capítulos 6 y 7 bajo el epígrafe «Una época de transición», puesto que en ellos llegamos al momento en que la ciudad de Jerusalén se ha llenado del Evangelio, hasta el punto de que «una gran multitud de sacerdotes obedecen a la Fe» (6:7), y podemos deducir que todo corazón sediento de la vida y de la verdad había tenido su oportunidad de convertirse al Señor. Pero el momento de consumación es el de nuevos problemas, de una oposición fiera y pertinaz de parte del Sanedrín como también de un cambio de actitud en lo que se refiere a la generalidad de los habitantes, que da lugar (empezando con el martirio de Esteban) a una persecución que diezma la iglesia en Jerusalén tanto por los creyentes que mueren como por los que huyen, quedando la iglesia reducida a una compañía de «pobres», muy apegados en general a los ritos de sus padres. Con todo, la transición señala el principio de la evangelización de toda Palestina, gracias al valeroso testimonio de los esparcidos, de modo que con ella llegamos a las etapas segunda y tercera del programa señalado por el Maestro. A nuestro ver el nombramiento de los siete administradores (evitamos a propósito el término «diácono») no es de primera importancia en sí, ya que su obra en la comunidad cristiana de Jerusalén duró muy poco tiempo, siendo llamados los más destacados a otros trabajos. La importancia del incidente estriba en el hecho de que señala el auge de los «helenistas», o sea, los judíos de habla griega, que habían de servir de enlace entre la época jerosolimitana (con su testimonio puramente judaico) y la extensión del Evangelio entre los gentiles. El poderoso ministerio de Esteban anticipa en parte el testimonio más amplio de tiempos aún futuros y señala la ruptura absoluta entre la Iglesia naciente y la religión oficial de la capital, a pesar de la fidelidad de los cristianos judíos a las formas externas del régimen anterior. Más tarde Pedro habrá de ser el instrumento para abrir la puerta de la Iglesia a los gentiles, pero podemos suponer que ni él ni sus colegas habían llegado aún a la plena comprensión del

plan total de Dios para la evangelización del mundo, no entendiendo que la «cáscara» del judaísmo quedaba vacía de toda sustancia espiritual, de tal modo que el Templo hecho de manos se reemplazaba, como centro del testimonio de Dios en la tierra, por el espiritual, que era la Iglesia. Al parecer, Esteban había recibido más luz sobre el desarrollo del plan de Dios y por ello su claro testimonio contra la decadencia externa de la nación motivó la fuerte reacción en contra de su persona que le llevó al martirio. El más pertinaz de los perseguidores había de ser, andando el tiempo, el continuador de su mensaje. Tensión entre los cristianos palestinianos y los helenistas, 6:1 En la época de los comienzos del cristianismo, los judíos criados en Palestina hablaban el arameo, mientras que los de la Dispersión se expresaban en griego, además de los idiomas propios de la región de su crianza. (Véase Apéndice «Los judios»). Los helenistas podían ser tan fanáticos o más que los palestinianos, pero con todo, el idioma no dejaba de ser una barrera entre ellos y sus hermanos criados en Judea, y 6:9 señala la existencia de sinagogas en Jerusalén para el uso de los judíos de la Dispersión que habían vuelto a Sión. Por medio de la proclamación del Evangelio, tanto judíos del país como otros de la Dispersión se habían convertido, y el primer versículo del capítulo 6 nos hace ver que al menguarse aquel amor ardiente entre todos que había caracterizado los primeros días de la vida de la Iglesia, las diferencias entre judíos de distinta lengua y tradición llegaron a apuntarse también en la iglesiacomunidad de Jerusalén. El éxito siempre encierra sus propios peligros, aun dentro de la familia de Dios, y fue que «como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los helenistas contra los hebreos» con referencia a la ayuda que se repartía entre las viudas. La mención de «viudas» parece señalar el principio del retorno a la vida familiar, pues si todo fuese comunal en el momento que tratamos, no habría existido diferencias entre las viudas y otras personas que viviesen del fondo común. Sea ello como fuere, el hecho es que hubo sospechas entre los hermanos helenistas de cierta parcialidad a favor de las viudas de habla aramea, o sea, «las hebreas»

LA SOLUCIÓN APOSTÓLICA, 6:2-6 El resumen de la situación Los Apóstoles se dan cuenta de la importancia de evitar roces dentro de la comunidad, y de manifestar la imparcialidad en la obra de administración. Al principio todo el dinero se había depositado «a los pies de los Apóstoles», como era natural, pero la complejidad de la administración de los fondos, debido al aumento en el número de los miembros de la comunidad, imponía una solución que dejara a

los Apóstoles libres para su labor primordial de recibir y transmitir la Palabra de Dios, sin estar sujetos a la parte material de «servir a mesas». Recomendaron a los hermanos (sin duda el asunto se trataba entre los líderes espirituales) que buscasen entre ellos siete hombres bien dotados y espiritualmente capacitados que pudiesen organizar la obra de administración, reservándose los Doce para su labor apostólica. No hay que pensar en «elecciones» en aquellos tempranos días de poder espiritual, pues el buen criterio de hermanos destacados no tardaría en seleccionar siete hermanos capaces, aceptables para todos. A éstos, los Apóstoles pusieron sobre la obra (6:3), señalando su identificación con ellos por la imposición de manos (véase Apéndice «La imposición de manos»). En la opinión de quien escribe, muchos expositores han comentado este pasaje sin tener en cuenta la época en que se desarrolló, ni las condiciones especiales de la comunidad de Jerusalén de aquel entonces, llegando a ver en el nombramiento de los Siete el comienzo de un diaconato como jerarquía menor en la Iglesia, cuyas funciones se limitaban a lo material. Es preciso analizar los rasgos del relato dentro de una exacta perspectiva histórica, recordando que se trata de una época de transición en el momento de llegar a su fin el testimonio especial de la comunidad cristiana jerosolimitana, lo que impedirá que nos dejemos llevar por conceptos que son propios de fechas mucho más tardías. La labor apostólica, 6:2 y 4 Vemos que los Doce, como cuerpo apostólico, continuaban su ministerio en Jerusalén hasta que el Espíritu Santo indicase la hora de iniciar una nueva etapa de su labor. No habían de dejar la Palabra de Dios para entregarse a tareas meramente administrativas, sino ocuparse en el ministerio de ella y en la oración. Este ministerio abarcaba el estudio minucioso del A.T. con el fin de comprender su relación con la Edad del Espíritu, como también la «espera» en la presencia de Dios por la que podían recibir mensajes que correspondieran a la nueva dispensación. La Palabra así recibida había de pasarse a los discípulos, que era el nombre que más frecuentemente se aplicaba a los creyentes en aquella época, para su edificación y la multiplicación del mensaje divino. Muestras del ministerio espiritual de Pedro se hallan en sus discursos y en sus dos Epístolas. Más tarde las revelaciones que recibiera Pablo como Apóstol a los gentiles habían de completar la Palabra de Dios para la nueva época. Recuérdese lo ya escrito sobre el ministerio especial de los Doce en las notas sobre Hech. 1:15-26. Los «Siete» y su misión, 6:3, 5 y 8 con 8:5-8 La labor inmediata de los siete hermanos se ha notado ya, llamándose una «diaconía» en 6:1, a la que corresponde el verbo «diaconeo» en 6:2. Pero el uso de estos vocablos es muy extenso, aplicándose también al «ministerio de la Palabra» de los Apóstoles en 6:4 de este mismo pasaje, y a variados servicios especiales por todo el N. T. Notamos que uno de ellos, Esteban, lejos de limitarse a los trabajos

administrativos, se entregó también a una labor que incluía «prodigios y señales entre el pueblo», hablando la Palabra con gran poder y acierto en las sinagogas de los helenistas (6:8-10). Cuando la persecución había dispersado la comunidad, hallamos a Felipe en pleno ejercicio de su don de Evangelista en Samaria (8:5-8) y años más tarde se hace referencia a él, no como a un «diácono», sino como «Felipe el Evangelista, uno de los Siete» (21:8). Eran días de la plenitud del Espíritu, y «donde hay el Espíritu del Señor, hay libertad»: aquella libertad que discierne la voluntad de Dios precisamente por haber vencido los locos impulsos de la carne (2 Cor. 3:17). En este incidente, pues, no deberíamos ver más de lo que claramente se expone: frente a una necesidad administrativa en la iglesia-comunidad de Jerusalén, siete destacados hermanos fueron nombrados para proveer la oportuna solución, quedando después en libertad para llevar a cabo los trabajos que el Señor les señalase conforme al don que cada uno había recibido. Las cualidades de los Siete, 6:3 y 5 La obra de los Siete (en la parte afectada por su nombramiento especial) había de ser administrativa, pero, no obstante, habían de ser «hombres de buen testimonio, llenos del Espíritu y de sabiduría», y en el caso de Esteban se nota también que era «varón lleno de fe y del Espíritu Santo». Aprendemos la importante lección de que no basta lo meramente humano en ningún aspecto de la Obra del Señor, y que toda obra material ha de transmutarse en un servicio espiritual, llevándose a efecto por el poder del Santo Espíritu de Dios. Así, Bezalel y Aholiab fueron revestidos del Espíritu de sabiduría y de entendimiento para los trabajos artísticos que se precisaron en la construcción del Tabernáculo (Éx. 36:1-2), pues nada hay «común» si se relaciona con los pensamientos y designios del Altísimo. El nombramiento de los Siete, 6:3·6 Muchos suponen que se hallan aquí los principios de la «iglesia democrática», en la que una santa igualdad cristiana capacitaba a todos los miembros para una participación en las decisiones de la iglesia. De hecho los nombramientos de la Biblia -de personas que han de ser los instrumentos de Dios en el desarrollo de sus planes-, siempre proceden «desde arriba abajo», y no «desde abajo hacia arriba», como puede comprobar el lector que medite en el nombramiento de Abraham, de Moisés, de Josué, de David, de Isaías, de Jeremías, de los Doce, de Pablo, etc., aplicándose el mismo principio aun en el sublime caso del nombramiento del Sacerdote eterno (Heb. 5:4-6). Sería extraño, pues, que los pastores y diáconos en las iglesias cristianas fuesen nombrados por el voto de todos: un procedimiento que concede igual valor a la opinión del más ignorante y carnal de los miembros como a la del más espiritual y que mejor entienda las Escrituras. De hecho no hay excepción a la regla aquí, pues son los Apóstoles del Señor que han de «poner» a los Siete sobre el ministerio, y son ellos quienes les aprueban y se identifican con ellos

por la imposición de manos (6:3 y 6). Las instrucciones de «buscar pues entre vosotros siete varones de buen testimonio» se dieron ante la «multitud», pero toda analogía bíblica sugiere que los Siete se escogieron (eklegomai = «escoger») por hermanos capacitados para discernir los dones, con la aprobación de la iglesia, pues toda idea de «elegir por votación» es un anacronismo en este lugar (comp. las notas sobre el nombramiento de los Ancianos en Hech. 14:23 y con Apéndice «El ministerio cristiano ... »). Los nombres de los Siete, 6:5 Los nombres de los administradores indican que todos se escogieron entre la sección helenista de la Iglesia, lo que manifiesta el buen sentido de todos, ya que la murmuración había surgido allí, como también la gracia de los creyentes de habla aramea, ya que no insisten en tener «representantes». En el caso de Nicolás, se trataba de un «prosélito de Antioquía», o sea, un gentil de nacimiento que había entrado plenamente en el redil del judaísmo antes de ser convertido. Por una parte apreciamos la sabiduría que nace de la plenitud del Espíritu Santo, y por otra notamos que empieza a extenderse un puente entre Israel y el mundo gentil, pues tales hombres han de ser los instrumentos en las manos de Dios para la presentación del Evangelio ante aquel mundo gentílico que tan bien conocían, a pesar de ser ellos mismos judíos en el sentido racial o religioso.

EL RESUMEN DE LA PRIMERA ETAPA, 6:7 De vez en cuando Lucas hace un alto en su narración para resumir el progreso de la extensión del Evangelio en la etapa anterior, y, juntamente con 6:7, podemos notar otros epítomes en 9:31, 12:24, 16:5, 19:20 y 28:31. El éxito de la labor apostólica durante la primera etapa se expresa por tres frases: a) la Palabra de Dios crecía, o sea, se daba a conocer más y más ampliamente; b) el número de los discípulos (creyentes) se multiplicaba mucho en Jerusalén, lo que señala el apogeo de la bendición que empezó con la conversión de las tres mil almas el Día de Pentecostés; e) una gran multitud de los sacerdotes obedecía a la fe, que es un indicio de la mayor penetración del Evangelio durante la evangelización de Jerusalén, pues es de suponer que sería más difícil que el mensaje llegara a la clase sacerdotal que a ninguna otra. Con todo, hemos de distinguir netamente entre los sacerdotes en general (recordemos el piadoso padre de Juan el Bautista), y la orgullosa casta sumo sacerdotal, tan apegada a sus intereses materiales y financieros, que formaba una oligarquía tiránica, totalmente opuesta al Evangelio. Tocaban a su fin los hermosos días de amplio testimonio en Jerusalén, apoyado por las muchas señales realizadas en el Nombre del Señor, y seguramente muchos discípulos habían de añorar después tan bendita época que fue cortada por la primera persecución general en la capital. Sin embargo, la etapa

«iglesia-comunidad», cuyo testimonio se restringía prácticamente a Jerusalén, no podía ni debía prolongarse indefinidamente. La ciudad rebelde había recibido, por la maravillosa gracia de Dios, otra oportunidad de rendirse ante su Mesías, y al mismo tiempo se habían sacado de tal cantera las primeras piedras vivas de la Iglesia. Los guías del pueblo endurecieron su corazón, siendo rebeldes aún contra toda luz que vino del Cielo por medio de Cristo y de sus siervos, sellando su condenación e iniciando el período de juicio que había de culminarse en la destrucción de Jerusalén por Tito y en la cruel supresión de la rebelión de Bar-Cocbar (132 d.C.), que dio fin a la nación de Israel hasta nuestros días. Mientras tanto, la semilla de la Palabra había de esparcirse por los extensos campos de Palestina, de Siria y del mundo romano en general. No hemos de lamentar el fin de la primera jornada, sino seguir con gozo el camino del testimonio ya trazado por el Maestro.

EL TESTIMONIO DE ESTEBAN, 6:8-15 La esfera de su testimonio, 6:9 Esteban era judío helenista y, al ser llamado por el Señor para el cumplimiento de su testimonio especial -que rebasaba ampliamente los límites de su labor como uno de los administradores de la comunidad-, se dirigía a las congregaciones de los helenistas en Jerusalén. «La sinagoga de los libertos» (6:9) se componía de judíos helenistas, antes sujetos a la esclavitud, pero libres ya para organizar su propia sinagoga en la amada capital de la nación. La mención de los cirineos , alejandrinos y de judíos oriundos de Cilicia y de Asia, podría indicar que cada comunidad tuviera su propia sinagoga, y que Esteban discutía con todas ellas, pero lo más probable es que la «de los libertos» constituía el hogar religioso de todos los helenistas que se mencionan. Puesto que asistían a sus cultos los hombres de Cilicia, es probable que Saulo de Tarso fuese miembro de la congregación, y que fuese uno de los contrincantes de Esteban en las discusiones que surgieron allí. Quizás el proceso que culminó en la conversión del perseguidor de los cristianos empezara allí, bien que el fanático joven había de resistir tenazmente las primeras punzadas de su conciencia y los primeros rayos de luz que le vinieran por el ministerio de Esteban. A los judíos les agradaba la discusión, y podemos pensar en bastantes ocasiones cuando Esteban se enfrentara con los guías de la sinagoga, desarrollando sus argumentos sobre la base de las profecías mesiánicas cumplidas en la Persona de Jesús de Nazaret con sus consecuencias para la nueva era inaugurada por su Resurrección. El poder de su testimonio, 6:8 y 10 Esteban era ya conocido como hombre «lleno de fe y del Espíritu Santo» (6:5) y, siendo movido por

el Espíritu para una obra de testimonio que convenía al momento de transición que hemos notado, recibió poder para la realización de grandes prodigios y señales entre el pueblo. En relación con este ministerio se dice que se hallaba «lleno de gracia y de poder» (6:8). El Señor concedió estas «cartas credenciales» a su siervo en el momento en que dio principio a su testimonio en la sinagoga, revistiéndole de singular autoridad al declarar que Jesús era el Mesías y al recalcar la naturaleza del nuevo siglo de gracia. El resultado fue que los enemigos del Evangelio no pudieron resistir la sabiduría y el poder espiritual con que razonaba, pero, cegados por su fanatismo, no se rindieron ante la autoridad y poder del mensaje, sino que buscaron medios para quitar de en medio el testigo. Esteban es sobre todo un testigo, levantado por Dios al final de la primera etapa de la evangelización, llegando a ser, sin duda, medio de bendición para muchos y dejando al pueblo reacio y duro de cerviz sin excusa al rechazarle a él y al Maestro que predicaba. Un testigo es «martus (marturos)» en el griego, vocablo que después llegó a aplicarse exclusivamente a quienes testificaron por dar su sangre por su Señor, de donde procede nuestra voz «mártir». Esteban llegó a ser el protomártir de la Iglesia, pero no perdamos de vista el valor de la totalidad de su testimonio, en su persona, su gracia, sus obras, sus miradas (6:15), sus mensajes, su espíritu perdonador (7:60) y su muerte violenta. Lo importante es que el siervo de Dios testifique por el poder del Espíritu, sea por su vida, sus obras, sus palabras o su muerte (Fil. 1 :20). El mensaje del testigo, 6:10-14 En la próxima sección tendremos ocasión de analizar el largo discurso de Esteban ante el Sanedrín, que se llama su «defensa», aunque en realidad llegó a ser una acusación dirigida contra los ciegos jefes de la nación. De todas formas, nos dará alguna idea de los conceptos que sin duda vertía con anterioridad al discutir en la sinagoga de los libertos. No hay referencia directa en nuestro pasaje a la sustancia de su testimonio, pero algo podemos deducir de las acusaciones que se formularon contra él, primeramente con el fin de sublevar el ánimo de la multitud contra una persona estimada por sus obras de sanidad (6:11 y 12), y luego como cargo oficial delante del Sanedrín (6:13 y 14). Eran acusaciones falsas, es verdad, pero, como en el caso de parecidos testimonios en el proceso del Señor ante Caifás, tendrían alguna relación con 1o que Esteban había dicho, si bien deformadas en su ausencia. Al decir que hablaba contra Moisés, contra Dios (que blasfemaba), contra el Templo y contra la Ley, alegando que Jesús de Nazaret había de destruir el Lugar Santo y cambiar las costumbres, se agarraban sin duda a enseñanzas sobre lo temporal de todo edificio hecho con manos, y sobre la naturaleza interna y espiritual del Nuevo Pacto, que anticipaban la doctrina que Pablo y el autor de Hebreos habían de exponer mas tarde (por ejemplo, en Rom. 2:28; Heb. 8:7-13). Esteban da muestras de una mente penetrante, de gran discernimiento espiritual y de aquel valor que, aborreciendo toda hipocresía, la descubre despiadadamente, conforme al ejemplo del Maestro. Por eso hallamos tantas analogías entre el

testimonio de Esteban y el del Señor, como también entre las acusaciones que se formularon contra ambos. Notamos en ambos caso: el odio especial de la multitud y de sus jefes (con el repentino cambio de parecer en el caso de la turba) y la manera en que la «defensa» se vuelve en acusación contra los jueces, además de la gracia y poder que se manifestaron en su muerte y la petición por el perdón de la nación rebelde. La oposición al testigo, 6:9 en adelante Algo se ha expuesto en el apartado anterior sobre la fiera oposición que se levantó contra Esteban, pero aquí hemos de notar la ceguera de los acusadores frente a las grandes obras del siervo de Dios y frente a la gracia y poder de su testimonio, que se hicieron visibles aun en su rostro según la evidencia de sus mismos jueces. Se refleja en la experiencia del siervo la enemistad de los endurecidos que resistieron «la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» y nos recuerda que ninguna evidencia bastará para convencer a hombres que buscan su propia gloria y no la de Dios, sin deseo alguno de someterse a la voluntad de Dios para distinguir entre doctrina verdadera y falsa (Juan 5:44; 7:17). El odio fratricida y fanático no para en los medios que ha de emplear con el fin de atacar al objeto de su ira insensata, y aquí los testigos son sobornados mientras que los jueces, al final del discurso de Esteban, recurren a procedimientos que se parecen más a un linchamiento que no a la aplicación de la tan decantada justicia de los judíos. Lo importante era terminar con un testimonio que les estorbaba, fuese como fuese. Desde este momento la multitud, antes tan favorable al testimonio de Pedro (5:12-16), se vuelve en enemigo de la Iglesia. Se empieza a ver que el mensaje de Jesús de Nazaret terminará con los privilegios que reclamaban los judíos por el solo hecho de su descendencia carnal de Abraham, y, cansándose aun de milagros, la multitud presta su apoyo a la política persecutoria del Sanedrín, aprendiendo a odiar el Nombre que tan poderosamente había obrado entre ellos.

TEMAS PARA RECAPACITAR Y MEDITAR 1. Detalle las circunstancias que dieron lugar al nombramiento de los siete administradores, notando: a) el procedimiento que se empleó; b) la obra especial de los Apóstoles; e) la libertad del Espíritu que se manifiesta en la obra de Esteban y de Felipe. 2. Discurra sobre Esteban como testigo, notando todos los factores posibles en cuanto a su persona, su poder y su mensaje que se hallan en el capítulo 6 de Los Hechos

Capítulo 8 UNA ÉPOCA DE TRANSICIÓN (Segunda Parte) EL DISCURSO DE ESTEBAN Y SU MARTIRIO 7:1- 8:1 CONSIDERACIONES GENERALES Es notable que tengamos en forma tan extensa el discurso de Esteban ante el Sanedrín, que, como hemos notado, ya no es tanto una defena propia, sino la historia de la manera en que el «Dios de la gloria» se había manifestado al pueblo de Israel y de las reacciones adversas de la parte carnal del pueblo ante tales revelaciones. Las respuestas a las acusaciones de 6:11, 12, 14 se apuntan mediante la selección de los incidentes y los énfasis sobre ciertos aspectos de la obra de Dios y las actitudes del pueblo frente a ellos. Podemos suponer que Saulo mismo diera el relato a Lucas, quizá con la ayuda de apuntes de ciertos consejeros presentes que simpatizaran con el Evangelio, o que recibiesen luz entonces por medio del brillante testimonio del mártir. No es fácil seguir el argumento de Esteban, aun cuando otros discursos en Los Hechos nos familiarizan con el método de subrayar importantes lecciones mediante una cuidadosa selección de incidentes de la historia de Israel, pero sin duda fue guiado por el Espíritu Santo en su presentación. Tuvo una ventaja inicial, ya que los consejeros del Sanedrín no pudieron negar su atención a un resumen de la «historia sagrada» de su nación, y, teniendo que escuchar por respeto a la Historia Sagrada, llegaron sin duda a apreciar perfectamente la intención de la selección y de los énfasis de Esteban, como se prueba por su violenta reacción al final del discurso. Esteban no intentó «defenderse» en el sentido de buscar una sentencia absolutoria, pero sí justificó la sustancia de sus enseñanzas anteriores por el resumen de la obra de Dios y las reacciones del pueblo. Antes de analizar brevemente el mensaje mismo, hemos de señalar las líneas generales y el significado de la presentación que, a primera vista, tanto nos extraña; veremos que contesta maravillosamente las preguntas que surgían de las acusaciones de los judíos: ¿cómo revela Dios su gloria? .... ¿cuáles son sus leyes y sus costumbres? .. ¿qué es el Templo? ... ¿quién es el Mesías-Salvador? ... ¿ qué hicieron los guías de la nación con la luz que recibieron? Dios se revela por medio de sus obras Tanto Esteban como su auditorio hostil estarían de acuerdo en principio al reconocer que Dios se había revelado por medio de sus obras, y especialmente a través de sus intervenciones en la historia de Israel. Todo cuanto había hecho (y lo que dejaba de hacer) encerraba lecciones, mensajes y revelaciones que se relacionan estrechamente con las profecías verbales. He aquí el principio básico que da sentido a

la selección de incidentes históricos. El pueblo carnal no había comprendido las intervenciones de Dios en su historia Una de las claves más importantes para entender el discurso se halla en 7:51: «¡Oh duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo, como vuestros padres, así también vosotros». Movido por pura gracia, Dios escogió a Abraham y confirmó su pacto con él, pero los patriarcas rechazaron al heredero José; los israelitas del cautiverio egipcio no entendieron que Moisés había de ser su salvador; la nación se volvió a la idolatría aun en el Desierto, etc. La culminación del proceso se halla en el rechazo del Justo por el mismo Sanedrín que estaba sentado para juzgar a Esteban (7:52). Dios se revelaba en diversos lugares y variadas maneras La edificación del Templo por Salomón pertenecía a una época muy tardía en la historia de Israel, y aun en el momento de inaugurarse la Casa el rey-edificador había reconocido que no era más que un símbolo de la presencia del Dios eterno e infinito en la tierra, puesto que no podía morar en obras hechas de manos de los hombres (7:48 con 1 Reyes 8:27). La misma verdad se confirmó por el profeta Isaías (Isa. 66:1 y 2). La Casa, pues, tenía su importancia simbólica para el tiempo preparatorio, pero no había de considerarse como algo necesariamente permanente, siendo notorias sus limitaciones como «cosa hecha de manos de hombres». En conformidad con este «hilo» del argumento, Esteban recalca que el Dios de la gloria se reveló primeramente a Abraham en Mesopotamia, lugar muy alejado de la Tierra Santa, siglos antes de levantarse el Tabernáculo o el Templo (7:2-4). El patriarca, tan favorecido por revelaciones del Dios de la gloria, no poseía nada en la tierra de Palestina, sino que su fe se mantenía sobre la base de promesas que no podían cumplirse hasta después de las extrañas providencias del Señor al permitir que su pueblo pasara por el período de esclavitud en Egipto (7:5-7). De igual forma Moisés recibió su visión del «Ángel» (que se identifica con Jehová) en el desierto del Monte de Sinaí, manifestándose la «gloria» en una zarza. Con todo, el lugar que pisaba era «tierra santa», puesto que Dios se manifestaba allí (7:30-34). Las «palabras de vida» se dieron en el Desierto, donde también Moisés hubo de levantar el Tabernáculo según el modelo celestial, pero no se señaló el lugar terrenal escogido para la casa hasta los tiempos de David y de Salomón (7:44-47). Los profetas, perseguidos por los padres, profetizaban la venida del Justo, 7:52 y 53

Este hecho no sólo subraya el persistente rechazo de la Palabra de Dios por los jefes carnales de la nación, sino que indica que los santos del A.T. esperaban una consumación que aún no había sido manifestada en sus días, y que correspondía a la esperanza mesiánica. Al llegar el Justo profetizado, el Instrumento que había de llevar a su consumación la obra que Dios inició durante el régimen anterior, los príncipes le habían entregado a los romanos para que fuese crucificado. En este punto Esteban llegó a la culminación de su mensaje acusador. Quizá tenía más que decir que enlazara aún más claramente los distintos hilos de su discurso, pero los sucesores de los asesinos de los profetas permanecieron fieles a la tradición de sus antecesores, rechinando sus dientes contra el testigo, dispuestos ya a lanzarse sobre él. La visión de Esteban se relaciona íntimamente con su mensaje, 7:54-56 La gloria de Dios no se manifestaba en el fastuoso Templo de Herodes el idumeo, ni hubo nada en el Lugar Santísimo de aquel tiempo sino una piedra que ocupaba el sitio del Arca del Pacto, pero el mártir, elevando sus ojos al Cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús, el Dios-Hombre, en pie a la Diestra de Dios. Es decir, su vista esclarecida por el Espíritu Santo, penetró en el verdadero Santuario (Heb. 9:12 y 24) para contemplar la consumación del proceso de la revelación del «Dios de la gloria», ya que el Salvador, antetipo de todos los anteriores, había llevado a cabo su obra redentora, y había sido exaltado a la Diestra como «el Hombre de la Diestra» en cuyas manos prosperan todos los propósitos de Dios (Salmo 80:17-19). Vio todo cuanto no habían querido ver los guías ciegos de la nación, quienes tomaron la visión como confirmación de la acusación de «blasfemia». Las diversas manifestaciones de la gloria de Dios en la antigüedad, tan mal interpretadas por los asesinos del Mesías, no habían sido espejismos, ni el incierto brillo de fuegos fatuos, sino hitos en el camino que llevaba a la revelación de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo y a la exaltación de éste al Centro de toda potencia, desde donde dirige su obra hasta que sean puestos todos sus enemigos debajo de sus pies.

EL ANÁLISIS DEL DISCURSO Dios se reveló a Abraham, 7:2·8 Esteban se dirige respetuosamente a los consejeros del Sanedrín y les recuerda el principio del largo proceso de revelación de la gloria de Dios por medio de Israel. El llamamiento de Abraham que se describe en Gén. 12:1-3, confirmado por el pacto del cap. 15, es un acontecimiento de primera importancia, tanto en la revelación que Dios quiso dar de sí mismo, como en el desarrollo del plan de la redención. Antes de aquella fecha Dios había tratado directamente con la raza humana, pero ahora escoge un instrumento que se forja por medio de revelaciones y experiencias muy especiales con el fin de

que luego pudiera ser medio de bendición para todas las familias de la tierra. De la nación-siervo ha de surgir el Mesías-siervo, en cuyas manos todo llegará a su consumación. Como hemos notado ya, Esteban, en conformidad con su propósito general, insiste en que este gran principio del llamamiento y servicio de Israel tuvo lugar lejos de Palestina, en Mesopotamia y en Harán, subrayando que la bendición se inició por medio de promesas que habían de recibirse por la fe. La profecía de la servidumbre en Egipto combina los relatos de los caps. 12 y 15 de Génesis, y pone de relieve los extraños medios por los cuales Dios había de moldear la nación que, por fin, después del paso de siglos, le había de servir en la Tierra Santa (7:6 y 7). La mención del «pacto de la circuncisión» (Gén. cap. 17) recuerda la separación del pueblo para el servicio de Dios; la señal, sin embargo, no era nada sin la realidad, de modo que Esteban, al fin de su alocución, declaró que los jefes que se sentaban a juzgarle, eran «incircuncisos de corazón y de oídos» igual que los guías carnales de la nación que les habían precedido (7:51). El deber de los guías en todo tiempo era el de mantener en su pureza los principios espirituales de su pueblo como «siervo de Dios» en la tierra, y el discurso pone de manifiesto el terrible fallo en esta parte esencial de la mayoría de ellos. Jacob, José y los patriarcas, 7:8-19 Después del nacimiento de Isaac, el hijo de la promesa, los fundamentos de la nación se colocaron por los hijos de Jacob, pero el tiempo de la peregrinación de los patriarcas en Palestina fue brevísimo, ya que se impuso la necesidad de bajar a Egipto, lugar de la multiplicación del pueblo en el horno de aflicción. Dios, por lo tanto, seguía obrando fuera de Canaán. La figura central de esta sección es José, cuya vida es una prefiguración de la de Cristo. Fue señalado por Dios como portavoz suyo desde su juventud, pero su gracia, sabiduría e inteligencia espiritual, lejos de encomendarle a sus hermanos, despertaron sus celos, hasta el punto de traicionarle y venderle a Egipto, donde Dios le bendijo y volvió el crimen en medio de bendición para los hermanos y sus descendientes. Tanto el rechazo de José por los celos maliciosos de los suyos, como la operación de las providencias de Dios para bendición a través de la maldad de los jefes del pueblo naciente, ilustran el tema de Esteban tal como lo hemos notado arriba, ya que las experiencias de José, tan perfecto en su paciente servicio y en su espíritu de perdón, se reprodujeron en un plano mucho más elevado en el caso del Mesías rechazado y ensalzado a la Diestra de Dios, donde seguía siendo único medio de bendición para quienes se sometieran a él. Hay dos aparentes discrepancias en 7:14-16 entre el resumen de Esteban y el texto masorético de Génesis. Esteban sigue las cifras de la Versión Alejandrina al decir que setenta y cinco almas descendieron a Egipto, mientras que el texto masorético da el número de setenta, pero ya hemos visto que dicha versión era la que se empleaba comúnmente entre los helenistas. La variación tiene poca

importancia, pues sería fácil calcular el número de las familias, juntamente con la de José (ya en Egipto) de distintas maneras. La otra variación tiene que ver con el lugar donde se sepultaron Jacob y los patriarcas (7:16), que se describe así: «Los cuales fueron trasladados a Siquem; y puestos .. en el sepulcro que Abraham a peso de plata compró de los hijos de Hamor en Siquem». Según el relato de Genesis, Jacob fue sepultado en Hebrón, en la cueva de Macpela que Abraham compró de Efrón el hitita (Gén. 23:16; 49:29 y ss.; 50:13). Aparte de esta referencia nada sabemos de la sepultura de los demás patriarcas, pero después de haberse conservado su momia en Egipto, José fue sepultado en el terreno comprado por Jacob en Siquem (Jos. 24:32). Como se trata de los patriarcas en general, y Esteban resume lo que interesa para el tema que desarrolla, no es extraño que los dos lugares de sepultura no se distingan, combinándose los dos incidentes relacionados con su compra. La mención de Siquem (en la provincia de Samaria) pone de relieve una vez más que Jerusalén no era el único lugar sagrado en la estimación de los antiguos. Moisés, el elegido de Dios, fue rechazado por muchos del pueblo, 7:20-37 El Éxodo es el momento culminante de los principios de la historia de Israel, ya que, al ser librado de la esclavitud de Egipto, adquirió por medio de aquella liberación su carácter de nación, llegando a ser un pueblo apartado para el servicio de Jehová. Su importancia explica la extensión de la narración de Esteban en esta parte. Pero la luz se enfoca en Moisés, a quien Dios levantó como gobernador y libertador del pueblo «con la mano del Ángel que le apareció en la zarza» y en cuyo poder realizó «prodigios y señales en la tierra de Egipto y en el desierto» (7:25 y 26). Las providencias de Dios ordenaron de una forma muy especial la protección y la preparación del futuro caudillo, quien, como hijo adoptivo de la princesa egipcia, era «instruido en toda la sabiduría de los egipcios, y poderoso en sus palabras y hechos» (7:22). A pesar de ello, al querer ayudar a sus hermanos, fue rechazado por ellos, y pasaron cuarenta años antes de que fuese comisionado por el Señor en el desierto (7:25-36). Notamos de nuevo que la gloria de Dios se manifestó en una zarza en el desierto, que llegó a ser «tierra santa» consagrada por la presencia manifestada de Jehová, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, quien interviene de nuevo para la salvación de su pueblo, habiendo escogido a Moisés según su soberana voluntad, y a pesar de la actitud del pueblo (7:31-35). Moisés y el Profeta, 7:37 Por citar Deut. 18:15 Esteban enlaza a Moisés con el Mesías que había de ser levantado por Dios de igual forma que Moisés, es decir, por la soberanía de Dios, para la bendición del pueblo y a pesar de la actitud rebelde de éste. Quizá la profecía tenía en primer término un sentido general, con referencia al

ministerio profético por el cual Dios había de bendecir a su pueblo, pero que se personaliza en el Profeta máximo, el Hijo por quien Dios había de dar su última palabra a Israel. La lección adquiere un valor contemporáneo, ya que la misión de Jesucristo, tan poderoso él en palabra y hechos, estaría en el pensamiento y en la memoria de todos. (Comp. notas. sobre Hech. 3:22 y 23, in loc.). Sinaí, la Ley y el Tabernáculo, 7:38-45 Moisés continuó su ministerio como siervo «fiel en toda la casa de Dios» (Heb. 3:2), recibiendo la Ley, las palabras que podían ser de «vida» para las almas sumisas (que no significa que la salvación podía conseguirse por obras), y recibiendo las comunicaciones de Dios en lo alto de Sinaí. Esteban recuerda el terrible pecado del becerro de oro que reveló el corazón perverso del pueblo casi inmediatamente después de haber aceptado el Decálogo como norma de vida. En la ausencia de Moisés hicieron presión sobre el débil Aarón para que les preparara un «dios-becerro» que simbolizara (o sustituyera) a Jehová y al profeta «perdido» (7:38-41). Pocos se dan cuenta del trágico «lenguaje» del becerro de oro que quebrantó el pacto legal casi en el momento de sellarse, descubriendo a fondo el corazón inicuo de la mayoría del pueblo. Pero Moisés ya había recibido el diseño del Tabernáculo y el orden de los sacrificios que prefiguraban la obra de expiación y de redención por medio de aquel que había de ser a la vez Sacerdote y Víctima propiciatoria; exclusivamente sobre la base de la Obra así simbolizada podía Dios manifestarse aún en medio de su pueblo. Esteban pone de relieve el rechazo de las «palabras de vida» y el sentido íntimo de la adoración del becerro de oro, que fue recalcado siglos después por las contundentes palabras del profeta Amós (7:42 y 43). Con todo, «tenían nuestros padres en el desierto el Tabernáculo del Testimonio» hecho conforme al diseño celestial (7:44), y la sola gracia de Dios, simbolizada por el sistema levítico, permitió que el pueblo fuese introducido en la tierra de Canaán bajo la guía de Josué (7:45). La lección es clara: desde el principio de la vida nacional de Israel, Dios había obrado en gracia soberana por medio de su Palabra en la boca de sus siervos escogidos, a pesar del corazón perverso de la mayoría del pueblo, que se manifestaba en persistentes conatos de rebelión y en la constante propensión hacia cultos idolátricos. David, Salomón y el Templo, 7:46-50 La gran misión de David, el ungido por Dios, fue la de establecer un Trono que llegara a ser eterno en la Persona del Hijo de David, como también la de recibir una revelación sobre el Templo que había de sustituir de forma más permanente el Tabernáculo como centro del verdadero culto. Los Libros de Crónicas presentan la historia de David y de sus descendientes exclusivamente desde este punto de vista. Al seguir el argumento de Esteban, quien enfoca luz sobre la utilidad meramente temporal de toda «casa

hecha con manos de hombres», no hemos de caer en el error de subestimar los medios de revelación que Dios entregó a sus siervos Moisés y David, ya que tanto el Tabernáculo como el Templo eran modelos de realidades celestiales y señales de la presencia de Dios en la tierra. David, con toda razón, quiso edificar Casa para Jehová, y recibió el diseño para su construcción por revelación divina tan realmente como Moisés había contemplado el modelo del Tabernáculo en el Monte (1 Crón. 28:11 y 12). Salomón también fue escogido para cumplir la voluntad de Dios al erigir el Templo, lugar que se llenó de la gloria del Señor (1 Crón.28:10; 2 Crón. 5:13 y 14). La equivocación de los judíos carnales consistía en: a) creer que un culto externo podía agradar a Dios, error que había sido condenado por los profetas varias veces en el A.T.; b) pensar que una cosa material podría ser «Casa de Dios» en sentido permanente, sin discernir que señalaba una consumación en el plano espiritual y eterno en el futuro; c) reservar para sí lo que había de ser «casa de oración para todas las naciones» (Mar. 11:17), sin comprender que había de ser un testimonio que sirviera para extender el conocimiento de Dios a todas las familias de la tierra, las bendecidas por medio de Abraham y sus descendientes según la promesa original de Gén. 12:1-3. Hemos notado arriba el significado de la cita implícita de 7:48, como también la importancia de la que se saca de Isa. 66: 1 y 2 en el v. 49. El tema del Templo en el Nuevo Testamento Es interesante trazar el tema del «Templo espiritual» en el N. T., que reemplaza la cáscara vacía del Templo de Herodes. Primeramente Cristo habló del «Templo de su Cuerpo» que los judíos habían de destruir, pero que él había de levantar en tres días (Juan 2:13-22). Como en el caso de Esteban, el tema se presenta en forma torcida, como acusación ante el Sanedrín (Mat. 26:61). Entendemos bien que la gloria de Dios se manifestaba en el Verbo encarnado, hecho también Centro de la adoración de los hombres de buena voluntad (Juan 1:14; 14:9; 2 Cor. 4:6). Al ser él ensalzado derramó el Espíritu Santo sobre los discípulos, formando la Iglesia que había de ser «morada de Dios en el Espíritu» y, por ende, el Templo desde donde se manifestara el resplandor de su gloria (Efe. 2:21 y 22). La Ig1esia verdadera y espiritual es el conjunto de todos los fieles, unidos estos con la Cabeza, que es Cristo, que no puede verse de una forma visible y palpable, sino en la reunión de la iglesia local, la congregación de un grupo de fieles en determinado lugar geográfico. No es extraño, pues, que el apóstol Pablo recuerde a los corintios que conjuntamente constituían el «templo de Dios» en Corinto (1 Cor. 3:16). No sólo eso, sino que el cuerpo de cada creyente llega a ser «templo», puesto que el Espíritu de Dios mora en él, y la gloria del Señor debe irradiarse de cada personalidad redimida (1 Cor. 6:19). En la Nueva Creación, manifestada en su plenitud, no habrá «templo» («lugar separado»), «porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son el Templo de ella» y «el tabernáculo de Dios esta con los hombres, y él habitará con ellos y ellos serán pueblo suyo, y el mismo Dios será Dios suyo» (Apoc. 21:22 con 21:3). Con todo sería temerario deducir

de la naturaleza espiritual del Templo ahora y en la Eternidad que el «Templo de Ezequiel» (Ezequiel caps. 40-46) no puede ser un lugar real durante el reino del Mesías en la tierra, ya que la descripción detallada de él concuerda con otras muchas profecías parecidas que se refieren a la consumación de la obra de Dios en esta tierra, el «mundo habitado», el «oicumene» de Heb. 2:5. Aún en esta dispensación del Espíritu, el Señor de la Iglesia se digna entregarnos sustancias materiales (el agua para el bautismo y el pan y el vino para la Cena del Señor) como símbolos de las grandes verdades de nuestra salvación de modo que en el marco de la historia de Israel y las naciones bendecidas en esta tierra, no sería extraño que un Templo llegara a ser símbolo externo de la presencia de Dios entre los fieles, apuntando lecciones sobre una pura adoración (Isa. 2:2 y 3), sin que por ello cesara de regir el principio de Juan 4:23 y 24; los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad en todo lugar. La plegaria de Salomón (1 Reyes cap. 8), con todas las enseñanzas proféticas del A.T., muestra que los espirituales entendían siempre que el Templo sólo era el símbolo de la presencia de Dios, sin excluir ningún lugar desde donde los hombres pudiesen invocar a Dios en espíritu y en verdad. Las modalidades pueden variar, pero la esencia de la adoración y del modo de acercarse a Dios es siempre igual. La peroración final, 7:51-53 Es posible que Esteban tuviera la intención de redondear más la aplicación de las lecciones que surgían de su resumen histórico por medio de unas referencias directas al cumplimiento de las profecías mesiánicas en Jesús, pero que las manifiestas señales de impaciencia y de ira en los rostros de sus jueces, que entendían bien que las flechas iban dirigidas a ellos (comp. Mar. 12:6-12), le forzaron a llegar a su peroración mientras que aún hubiera tiempo para ella. Lanza, pues, su acusación: de la manera en que los padres habían resistido al Espíritu Santo por la dureza de su corazón, y por su incircuncisión espiritual, así también lo hacían los guías ciegos de Jerusalén, sentados para juzgarle. Sus antecesores habían perseguido y matado a los profetas que anunciaban la futura manifestación del Mesías, y los guías de aquella generación habían llegado hasta entregar y matar por manos ajenas al mismo Mesías. Se gloriaban en la Ley dada por ángeles, pero eran rebeldes a todo mandato divino. El reo pronuncia la condenación de Dios sobre quienes indebidamente ocupaban los escaños de los jueces, quedando éstos condenados por el testimonio de toda la Palabra, siendo su conducta igual a la de los rebeldes que siempre resistían la manifestación de la gloria de Dios a través de los siervos divinamente acreditados. Es evidente que Esteban se halla aquí en la línea de sucesión de los profetas que testificaban contra la iniquidad de los príncipes del pueblo.

LA GLORIA DE DIOS, REVELADA A ESTEBAN, 7:54-58

Mientras que los jueces rechinaban los dientes contra el mensajero de Dios, éste, lleno del Espíritu Santo, tuvo una visión de la gloria de Dios, en la que Jesús, el Mesías rechazado por los hombres, estuvo en pie a la Diestra de Dios, denotando su posición y postura el ejercicio del poder ejecutivo del Trono en tan solemne momento. Describió la escena en alta voz: «¡He aquí!, ¡veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre en pie a la Diestra de Dios!». El título del «Hijo del Hombre» es muy significativo, ya que es el Postrer Adán, el triunfador de parte de la humanidad, quien ocupa el lugar de autoridad en el Cielo, siendo evidente el paralelismo entre este testimonio y el del Señor Jesucristo (basado en la profecía de Dan. 7:13 y 14) delante de Caifás y el mismo Sanedrín: «En adelante habéis de ver al Hijo del Hombre sentado a la diestra de la Potencia y viniendo sobre las nubes del cielo» (Mat. 26:64). Los resultados inmediatos del testimonio y la visión son parecidos, ya que se toman como evidencia de blasfemia por los endurecidos, incapacitados éstos para ver visiones celestiales o discernir el verdadero sentido de la Palabra que pretendían honrar. Se taparon los oídos (¡ya bastante sordos a la Voz de Dios!) y se lanzaron sobre Esteban, arrebatándole fuera de la ciudad donde le apedrearon, portándose en todo según el padrón de sus padres rebeldes que Esteban acababa de presentarles (compárese 2 Crón. 24:20 y 21 con Mat. 23:35). Recalcamos anteriormente que la visión es el clímax del mensaje, ya que Dios sigue manifestando su gloria a los fieles que le sirven y le honran, al par que los duros de corazón, que cumplen la voluntad del diablo en el nombre de la religión, se ciegan contra la gloria celestial y arremeten contra aquellos que hablan en el Nombre de